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23 de diciembre, 19:15

en Hetero: General

Día 23 de Diciembre, 19:05 horas

Desde la ventana del despacho se ven las luces intermitentes del gran árbol del centro comercial. Las voces de Bing Crosby y Frank Sinatra no dejan de insistir en que Santa Claus is coming to town, para que a nadie se le olvide que sí, que estamos en Navidad.

A José Carrión no le gusta la Navidad. No celebra esa estúpida fiesta que aborrega a todos para hacer las mismas cosas en los mismos momentos, como imbéciles. Al menos este año, por la crisis, no habrá cena de empresa. No está la cosa como para celebraciones. El ambiente no sería el más propicio, con la reducción drástica de empleo que están llevando a cabo.

Ser empleado del departamento de Recursos Humanos no es un trabajo fácil cuando se tienen que notificar despidos al personal. Y hoy es uno de esos días en los que corre el acertado rumor de que alguien más va a caer. Ahora le toca a María Sanchis Pereira, treinta y un años, soltera, madre de un hijo. José piensa que es una pena, que era buena trabajadora, eficiente y puntual.

 

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Señor Carrión… Yo… -a la chica casi no le sale la voz-. No puede ser, debe haber un error. Tengo más antigüedad que otros agentes de seguros que han entrado hace poco y hago bien mi trabajo. Nadie se ha quejado nunca de mí. Tengo una buena cartera de clientes y me quedo trabajando hasta tarde cuando es necesario, sin protestar. Y mañana es Nochebuena… Estamos en Navidad. No pueden despedirme en estas fechas, no pueden, no pueden…

Pero ella sabe que sí que pueden, y van a hacerlo. Siente un escalofrío y el nudo que se le pone en la garganta le impide hablar sin ponerse a llorar.

Suena su teléfono móvil y, sin mirar, le da a la tecla de apagado.

La mirada del hombre que tiene enfrente es tan gélida que cree que le va a congelar las entrañas. Lleva más de media hora hablándole, aunque ella no sabe ya ni lo que le dice. Le habla con palabras vacías y diplomáticas, muy bien aprendidas, pero se nota que le importa una mierda lo que a la chica le pase. María se traga el nudo, respira hondo, que antes se muere que se pone a llorar delante de este cretino estirado.

¿Y qué hará ahora? Con lo que le den del subsidio de desempleo y lo que tiene ahorrado podrán subsistir unos cuantos meses, pagando hipoteca, luz, agua, comida, aunque tendrá que sacar a Jesusín de esa guardería tan cara y…

¡PAM!

-¡Ah! -exclama la chica.

Es un pájaro que se ha golpeado contra el cristal de la ventana. Ambos se quedan en silencio y el Feliz Navidad que suena parece una burla cruel.

María vuelve a prestar atención cuando el señor Carrión le habla de firmar una restricción de su contrato por propia voluntad. Intenta tragarse la rabia que la invade y hablar con voz moderada.

-Pero señor Carrión… Yo no he decidido por mi voluntad irme de la empresa. Son ustedes los que me despiden. Tengo mis derechos. Treinta días, desde el aviso de despido y el finiquito que me corresponde… ¡ni siquiera podría cobrar el paro si firmo eso!

-Escúcheme con atención, señorita Sanchis. No le conviene ir por ese camino. Su cartera de clientes se reasignaría a otros agentes y usted ya no cobraría las comisiones. Tendría el sueldo base mínimo y eso no le conviene. Le conviene firmar y no meterse en líos.

-Pero no me pueden despedir así, de un día para otro -empieza a alterarse-. Esto no puede ser legal. Esto no es legal.

Él le indica fríamente lo que ella ya sabe, pero que su furia por sentirse pisoteada no le deja ver: que es una mísera cagarruta de mosca contra una gran multinacional que cuenta con un bufete de abogados disponibles a todas horas; que los sindicatos no harán mucho por ella, tal y como están de saturados hoy en día y que si pide asistencia legal privada, le saldrá por un ojo de la cara y no se lo puede permitir.

Le mira y le entran unas ganas irresistibles de pegarle una hostia. No sabe cómo se contiene. Recoge el papeleo que le ofrece y, levantándose, le dice que lo leerá con calma en su casa. Tiene la vista nublada por las lágrimas retenidas, por eso tropieza con la pata de la silla y cae de rodillas.

-¿Está usted bien señorita Sanchis?

Se levanta del suelo con la cara encendida y sale de allí, mordiéndose los labios para no gritar.

 

Día 23 de diciembre, 19:15 horas.

-Señor Carrión… Yo… No puede ser, debe haber un error… -dice con un hilito de voz, pero antes de que continúe hablando, José parpadea y la detiene, levantando la mano.

Ni siquiera la ha visto volver a entrar. ¿Cómo ha podido abrir la puerta y sentarse de nuevo en milésimas de segundos, si acaba de salir del despacho? Se siente algo mareado.

-¿Desea algo más, señorita Sanchis? – le dice, algo impaciente -. Ya le he dado los documentos para que se los lea y me los traiga firmados mañana a primera hora. Si tiene alguna duda, mañana lo hablaremos, ya es bastante tarde.

-¿Pero qué dice? ¿Me dice que estoy despedida y no me explica nada más? No hay causas para mi despido, trabajo bien, tengo una buena clientela y no me quejo aunque me quede hasta muy tarde y…

-Eso ya me lo ha dicho, no es necesario que se repita. ¿Desea entonces algo más?

Suena su teléfono móvil, de nuevo esa melodía que a José le parece horripilante y que afortunadamente ella apaga pronto y sin contestar. Piensa que la mujer parece haberse dado un golpe en la cabeza, porque no se ha enterado de nada de lo que le ha explicado, y eso que lleva una hora hablando con ella. ¿Es que es idiota? Al hombre se le acaba la paciencia.

-Mire, señorita… No tengo ni tiempo ni ganas de aguantar sus problemas, quejas y lloriqueos... Ya tiene los papeles. Léaselos con calma y tráigalos mañana.

-¿PERO QUÉ PAPELES? –grita ella, bastante enfadada-. Usted no me ha explicado nada, no me ha dado nada… Simplemente me ha dicho que me echan y ¿ya está? ¿No me merezco una explicación? He trabajado muy duro en esta empresa durante todos estos años… ¡Es usted insensible! ¡Inhumano! ¿Este es el departamento de recursos humanos? ¡Recursos inhumanos, diría yo!

Es extraño… La documentación que tendría que tener ella ya en su poder sigue en la mesa del despacho, perfectamente colocada sobre la carpeta. José no lo entiende. Aunque es posible que ella llevara los papeles en las manos y los hubiera vuelto a dejar sobre la mesa.

Como parece no haberse enterado de nada, él vuelve a explicarle las condiciones de su despido, aunque ahora de manera bastante más brusca… y María se levanta como una furia y le da una bofetada con todas sus fuerzas.

¡PAM!

En ese preciso momento, un pájaro… ¿Otro pájaro? Se estrella contra los cristales de la ventana.

Los dos se quedan paralizados. Feliz Navidad de Feliciano y ese jodido tintineo de cascabeles y panderetas se repite de nuevo. Inconscientemente José mira su reloj. No es posible, debe retrasarse. Mira el reloj de pared del despacho. Marca la misma hora: pasan cinco minutos de las siete y media. La charla con María Sanchis acabó pasadas las ocho de la tarde. Vuelve a sentirse mareado. ¿Pero qué ocurre?

La oye ahora despotricar furiosa sobre las chicas nuevas, esas putillas siliconadas que no tienen ni idea de pólizas de seguros, pero que son las que con toda seguridad se quedarán con su clientela, porque son las que le chupan la polla a los jefazos. Es bastante cruda en su vocabulario, sí, pero el hombre sabe que no le falta razón en lo que dice.

Algo aturdido deja que siga gritándole un buen rato, sin decirle nada más. Finalmente María se calla, recoge sus papeles y, cuando se da la vuelta, tropieza con la pata de la silla y vuelve a caer al suelo de rodillas. Como antes… ¿Antes?

Se cierra la puerta. A José le arde la mejilla por la bofetada. Mira el reloj y son las ocho y diez.

 

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Señor Carrión… Yo… -murmura la mujer -. No puede ser, debe haber un error…

-Sí, es cierto. Es un error. Un error… Un tremendo error. No está despedida. Váyase a su casa. Hasta mañana.

María le mira. Tiene la impresión de que el señor Carrión está asustado por algo. ¿Tal vez por haberse equivocado de persona? Suspira aliviada. Por unos momentos pensó que la iban a despedir, menos mal que ha sido una equivocación.

-Señorita, si no le importa… -le señala él la puerta, impaciente.

María se levanta, tropieza con la silla y se cae. Sonríe avergonzada y sale del despacho.

 

 

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Señor Carrión… Yo…

-Olvide todo lo que le he dicho antes. Sí, olvídelo. No está despedida. Y ahora escúcheme, por favor. Pensará que estoy loco, y es posible que lo esté, completamente chiflado, pero es que ya he tenido esta conversación con usted más de cien veces, se lo juro, y no sé que hacer… He intentado explicárselo en muchas ocasiones, pero no me ha creído. He probado a no despedirla, a que se vaya cuanto antes, a no dejarla entrar, a retenerla durante más tiempo, a irme yo del despacho.... Nada cambia. Regresa siempre a la misma hora…

José Carrión intenta explicarse con calma. Al menos ella ya no le mira como si estuviera loco. Le cuenta todos los pormenores sobre la vida de María, todo lo que ella le ha ido confiando, lo que él ha conseguido sonsacarle para que ella le crea: lo de su novio, que la abandonó cuando ella le dijo que estaba embarazada; lo de los problemas con su familia, sus padres tan conservadores, que no quisieron nunca ver al niño, porque lo consideraban un bastardo y que fue ella la que siempre se las ha tenido que arreglar para mantener sola al pequeño Jesús, sin ninguna ayuda.

-¿Cómo sabe usted todo eso? Nunca se lo he comentado a nadie –se extraña María.

-Atiéndame. Dentro de unos segundos sonará su móvil. Es esa tonadilla absurda de dibujos animados. Haga el favor de contestar la llamada, es posible que sea eso, que la llamada sea importante.

Suena el teléfono.

-¿Sí? … … Disculpe, se ha equivocado –ella levanta los hombros-. ¿Es esto una broma? ¿Ha avisado usted para que me llamaran a esta hora?

-No, claro que no. Atiéndame, por favor. Usted suele salir usted a las ocho y diez de mi despacho –le sigue explicando-, pero en cuanto sale y se cierra la puerta, vuelve inmediatamente el reloj atrás, a las siete y cuarto, y está sentada en esa misma silla. ¡Volvemos a vivir esta misma escena una y otra vez! Y por Dios que me estoy cansando y ya no sé qué hacer. Ahora un pájaro se estrellará contra el cristal de la ventana. Eso no puedo programarlo yo, ¿verdad? Y comenzará la canción Feliz Navidad en ese momento. Ya verá… Un, dos, tres… ¡Ya!

¡PAM!

-¡Ah! –Se sobresalta la chica-. Joder... Pobre pajarito. Oiga, pero si lo sabía… ¿Por qué no ha abierto la ventana?

Carrión no sabe qué contestarle. La mirada de la chica le abruma. Un rubor tiñe su rostro y traga saliva. Necesita un trago. En el estante hay una botella de whisky. Saca un par de vasos. Ella declina. Se toma él los dos. Vuelve a llenar los dos vasos y apurarlos hasta la última gota.

-¿Es como en la película de Atrapado en el tiempo? -pregunta María, aparentemente tranquila, aunque José sospecha que ella sigue pensando que él ha perdido un tornillo y le sigue la corriente-. La de Bill Murray. ¿La recuerda? Esa del Día de la marmota. Siempre se levantaba el protagonista en ese mismo día.

-No lo sé, no la he visto, pero imagino que será algo parecido… -se sirve otro vaso de whisky- ¿Qué sucede en esa película? A lo mejor está ahí la solución.

-Bueno, el protagonista, Bill Murray, tras repetir ese día muchas veces, se dedica a intentar cambiar los acontecimientos. Al final decide ayudar a la gente del pueblo en ese día y cambiar las cosas para mejor. Recuerdo que salva a un niño de caer de un árbol y a alguien de atragantarse… Al final creo que todo acaba bien, se convierte en buena persona y sale del bucle temporal.

 

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Señor Carrión… Yo…

-Shhhh… No digas nada, María. Lo sé. Tú no mereces ser despedida, ya lo creo que no. Tienes un hijo pequeño que mantener, esa guardería es cara; hay que pagar la canguro, la hipoteca... Todo eso lo sé. Esas chicas nuevas, que entraron a trabajar hace menos de un mes… sí, alguna de ellas debería estar en tu lugar, pero claro, nunca serán despedidas porque son las que le chupan la polla a los que tienen su futuro en sus manos. No. Eso tampoco está bien. Pero es la única manera que tienen esas chicas de poder conseguir y conservar un empleo en estos tiempos malos que corren hoy en día.

La mira de una forma extraña, fijamente. Hace unos minutos, cuando le ha dado la noticia del despido, estaba completamente frío y sereno, mas ahora María juraría que no parece el mismo. Ha pasado de hablarle de usted a tutearla sin más.

Ya no dice nada. Sólo la mira. El móvil suena y ella lo deja sonar, hasta que enmudece.

Piensa en lo que él le ha dicho y con qué intención lo dijo. No puede permitirse perder el empleo. Tiene un hijo y hará lo que sea para sacarle adelante.

Así que se levanta y se arrodilla delante de él. No mira hacia arriba, no quiere ver su cara. Con las manos algo temblorosas desabrocha la hebilla, el botón del pantalón y baja la cremallera. La punta de su miembro ya se asoma por el elástico del bóxer. Él se inclina un poco hacia atrás en el asiento y ella mete los dedos en el elástico, bajándolo. Introduce la mano y, con la palma, masajea y acaricia sus testículos; con la otra mano agarra el miembro desde la base.

Intenta no pensar, si lo piensa seguro que no lo hace. Así que cierra los ojos y se mete la polla en la boca. Oye un suspiro profundo, como si él hubiera estado reteniendo la respiración y luego hubiera soltado todo el aire de golpe. Hacía mucho tiempo que María no hacía esto, más de tres años, desde que se quedó embarazada, pero supone que es como montar en bici, que no se olvida.

Su cabeza sube y baja entre sus piernas, aprieta un poco más los labios y la lengua rodea su glande. Cada vez que hace eso, oye sus jadeos entrecortados, así que sigue haciéndolo para poder terminar cuanto antes.

Dios… Le avergüenza admitir que los gemidos de excitación del hombre la están excitando a ella también. Lleva ya demasiado tiempo sin sexo. No sabe si la avisará cuando se vaya a correr o no. Por lo menos no le coge la cabeza, ni la empuja hacia abajo hasta asfixiarla. Más bien se deja llevar. Ahora parece que retiene la respiración de nuevo… ella sigue insistiendo con la lengua y… sí, salen chorros de semen a presión que chocan contra su paladar, haciendo que los ojos de la chica lagrimeen. No la ha avisado y se le ha corrido en la boca. Tiene la boca llena. ¿Querrá que se lo trague? Piensa que no, joder, que eso no…

¡PAM!

El pájaro.

De la impresión, María se lo ha tragado todo y le han entrado arcadas y un ataque de tos.

Feliz Navidad…

Próspero año y felicidaaad…

I wanna wish you a Merry Christmaaas…

Se queda un rato en silencio, en el suelo. Él tampoco dice nada. No quiere mirarle, no puede mirarle. ¿Será esta la única vez? ¿Tendrá que hacerle más mamadas para que no la despidan? No lo sabe. Se levanta aturdida, limpiándose la boca con el dorso de la mano. No sabe bien lo que hace, está tan nerviosa que tropieza con la pata de la silla, cayéndose al suelo, otra vez de rodillas.

La gente como yo -piensa María- siempre nos tenemos que arrodillar.

 

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Señor Carrión… Yo… No puede ser, debe haber un error…

-Oh, Dios… Gracias a Dios que volvemos atrás… Por una vez, lo agradezco. No ha pasado nada, no ha pasado, ¿verdad? Pero sí que ha pasado, joder, sí, pero ¿qué he hecho? ¿Es que me he vuelto loco? Soy un cerdo, un cabrón aprovechado que ha abusado de una pobre muchacha desesperada. ¿Por qué no la detuve? –el hombre oculta su rostro con las manos.

-¿Señor Carrión? ¿Está usted llorando? ¿Qué le ocurre?

-Debe pensar que estoy desquiciado, y es cierto, lo estoy. Discúlpeme, señorita Sanchis. No está despedida. Ha sido un lamentable error. También he de pedirle disculpas por… por todo.

Suena el teléfono y ella lo apaga.

-Oh, Dios mío -continúa hablando-, probablemente no entienda nada de lo que le diga y no sepa por qué le estoy contando todo esto, pero da lo mismo. Lo único que le pido es que me escuche. Al principio fue un malentendido, hice un comentario y lo entendió mal. Yo no pretendía que hiciera nada parecido en ningún momento, pero cuando se arrodilló delante de mí y me desabrochó el pantalón… No pude detenerla. Hacía tanto tiempo que nadie me tocaba…

-¿Y eso? –pregunta María, levantando una ceja.

-Pues eso ha ocurrido porque soy un cabrón, soy un cabronazo, no hay otra explicación –baja la vista, avergonzado-. Lo soy. No tengo excusa. No la tengo. Siempre pensé que era una persona íntegra, con una moral bien fundamentada, fiel cumplidor de mis deberes y ahora…Ahora esto. ¡Es esta situación la que me ha trastornado! Acabaré volviéndome loco. No soy yo. Ya no soy yo.

-No, no… si lo que me pregunto es por qué no le toca nadie desde hace tiempo. Es usted un hombre bastante atractivo. O sea, esto, mmm… -la mujer se ruboriza-. Ya me entiende. Un poco serio, eso sí, pero... que es un hombre… atractivo, vaya.

-Hace cinco años que murió mi mujer -le confiesa José, tras hacer una larga pausa-. Fue una larga enfermedad. La vi consumirse ante mis ojos. La amaba con toda mi alma y supongo que yo también me consumí y dejé de vivir. Sin hijos que me ataran, pedí un traslado de sucursal a esta ciudad y me volqué en el trabajo. Apenas veo a la poca familia que tengo y ya no me quedan amigos. Tengo compañeros, clientes con los que salgo a cenar o juego al tenis… Pero no son amigos. Y amigas… Bueno, nada de nada. Tampoco es que me interesara demasiado… Hasta ahora. Hace más de cinco años que no me toca una mujer. No es excusa, lo sé. Sé que tuve que detenerla, decirle que no, que realmente yo no le había pedido que me hiciera eso… Pero no lo hice.

José mira el reloj, se levanta con aire cansado y abre la ventana. En esos momentos un gorrioncillo entra a toda velocidad, da un par de vueltas revoloteando y vuelve a salir del despacho. Entonces el hombre vuelve a cerrar la ventana, contempla las luces intermitentes del árbol de la plaza y sonríe tristemente.

María le observa con detenimiento mientras él, absorto, mira por la ventana. Siempre le ha parecido un hombre muy distinguido, aunque sea un cretino estirado, y no, no es que sea guapo, pero… tiene un "algo" que ella no sabría explicar. Es alto, fuerte, de mandíbula firme, ojos grises y un ceño aparentemente siempre fruncido que le da un aire interesante. Aunque es muy serio, demasiado formal para su gusto, como si se hubiera tragado un palo.

Nunca se lo hubiera imaginado en una situación como la que le acaba de contar. De hecho lo que más le sorprende a María es que el señor Carrión se lo haya confesado. Por lo visto, la chica con la que se ha entrevistado anteriormente le ha hecho… ¿una paja? ¿Una mamada? Joder, qué pasada, increíble… María se revuelve inquieta en su silla. En su mente lo escenifica. Incluso se imagina que es ella quien le sacude y le chupa la polla… y sus braguitas se humedecen de la excitación. Sacude la cabeza e intenta pensar en otra cosa. Y lo que piensa es que está mal, coño, que está muy mal lo que ha hecho el señor Carrión. ¡Eso es acoso sexual!

Sin embargo, viéndole allí, de pie, con un aspecto tan angustiado, no le parece el típico abusador aprovechado. Le ve tan atormentado que tiene que reprimir las ganas de ir a abrazarle. Abrazarle, entre otras cosas, claro. Y el diablillo entre sus piernas vuelve a despertarse inquieto.

-Bien… Yo… Creo que debería irme, señor Carrión. No le diré a nadie lo que me ha contado, pero usted debe decirle a esa chica lo mismo que me ha dicho a mí, y que sea ella quien decida, ¿no cree que eso es lo justo? –le dice María.

-¿Usted me perdonaría? –se vuelve y camina hacia ella.

-Supongo que… bueno, no sé… Supongo que… sí –María se levanta de la silla y tropieza, pero no llega a caer, porque José la sujeta con los brazos y ella se agarra.

Permanecen un momento así, abrazados. María siente un estremecimiento al sentir el contacto fuerte de sus manos sobre su cuerpo. El pecho de la chica roza el de José y a él se le vuelve a poner dura.

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Señor Carrión… Yo…

-¿Otra vez? Jajajajajajaja –el hombre se ríe histérico durante un buen rato, con una risa incontrolable, hasta que le saltan las lágrimas-. No, no te preocupes, María… Lo siento, lo siento… Sí, puedes darme una buena hostia que me la he vuelto a ganar. No, joder, no me estoy riendo de ti, es que… jajajajaja… no puedo parar de reír… jajajajajaa…. No estás despedida. Estás en una de mis pesadillas de la que no puedo despertar, jajajaja. Estoy ya completamente loco, jajajajajaja. Oye, por cierto, que no puedo quitármelo de la cabeza, ¿cuál es la melodía de tu teléfono móvil? Sé que es de unos dibujos animados, de esos de mi época, eso lo sé, pero no consigo recordar de cuál se trataba…

-Es la de… El pájaro loco –contesta María, con los ojos abiertos como platos, porque al hombre vuelve a darle el ataque de risa, que se refuerza cuando el sonidito del móvil de la chica empieza a sonar.

Ella lo apaga y poco a poco José se va tranquilizando, se limpia las lágrimas y respira hondo.

-¿Sabes, María? Ya he perdido la cuenta de las veces que se repite esto. Mil… dos mil… un millón… Creo que he pasado más tiempo contigo últimamente que con nadie. La ventaja que tiene esta situación es que puedo contarte lo que sea y hacer lo que desee, porque todo será borrado y volverá a comenzar a las siete y cuarto de la tarde. No, no me mires así… No te he tocado en ningún momento. Creo que ni siquiera te toqué cuando… Bueno. Dejemos eso. ¡No! ¡Joder! ¡No dejemos eso! No tengo necesidad de callarlo, ¿para qué? Si de todas maneras no lo recordarás cuando vuelvas a entrar… María, María, María… Me empalmo cada vez… y es que cada una de las veces se me pone dura. Son tus labios, los miro cuando me hablas y me acuerdo de tus labios y de tu lengua… Oh, Diossss… qué lengua tienes…

María le escucha sin intervenir, aunque parece bastante sofocada.

-Y no es sólo eso –sigue diciendo José, con un brillo extraño en sus ojos y una sonrisa complacida-, me gusta todo de ti, tus manos pequeñas, tus ojos castaños y serenos, esa forma tan graciosa que tienes de retorcerte ese mechón de pelo cuando estás nerviosa y colocarlo detrás de la oreja. Me excita hasta tu tono de voz. A veces he provocado que me abofetearas, sólo para sentir el contacto de tus manos en mi cara. ¿Estoy loco? Es posible que ya no me quede ni un atisbo de cordura en mi mente perturbada, pero es que te deseo tanto que he entrado en el cuarto de baño en muchas ocasiones a masturbarme, pero… ya te digo, cada vez se me vuelve a poner dura igualmente, como si las pajas anteriores no hubieran existido. Nada de lo anterior ha existido, porque no existe lo anterior, ¿lo pillas? No avanzamos en el tiempo. No tengo hambre, ni sueño…Mira, la botella de whisky está llena, ¿lo ves? Igual que yo. Empalmado y lleno.

María mira su reloj y se levanta. Ante el asombro de José, la chica abre la ventana y el gorrión entra, revolotea y vuelve a salir.

-Señor Carrión… José… José, me acuerdo de todo. De todo.

I wanna wish you a Merry Christmas,

I wanna wish you a Merry Christmas

I wanna wish you a Merry Christmas

From de bottom of my heaaaaart...

La cara de José Carrión es un poema, y no precisamente un poema navideño. Se levanta y atolondrado tropieza con la silla y casi se cae de bruces antes de salir de su despacho.

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Son las siete y cuarto de nuevo, y no ha funcionado, si es lo que esperabas. Sigo recordándolo todo.

-No jodas… Oh, perdone, señorita Sanchis, le ruego que me disculpe por todo lo que…

-Venga, José, llevamos mucho tiempo junto en esto, ahora lo recuerdo. Sé tanto de tu vida como tú de la mía, porque, no sé por qué, yo he ido confiándote muchas cosas que nunca le he contado ni siquiera a mis mejores amigas y tú me has ido contando mucho, suponiendo que todo iba a volver atrás y yo no iba a recordarlo. Hay confianza para tutearnos, ¿no crees? Además, te he chupado la polla…

-Golpe bajo, María –José suspira y sacude la cabeza-. Aunque en mi descargo he de decir que me has dado al menos unas trescientas bofetadas o más.

-Que te gustaban –sonríe María divertida-, así que no creo que sean suficiente castigo. El castigo debo imponerlo yo, que soy la damnificada.

-Parece que no te tomas por lo tremendo esta extraña circunstancia que nos afecta. Incluso pareces contenta. No lo entiendo…

-Mira, José, cuando se acumulan una serie de acontecimientos absurdos que no pueden ser reales, la explicación es obvia. No hay que darle más vueltas. Estoy soñando. Ya está. Eso es todo.

-¿Y yo? ¿También estoy soñando yo? ¿Estamos en la misma pesadilla?

-No, no lo creo. Yo estoy soñando y tú estás en mi sueño –antes de que suene el teléfono móvil, la mujer lo apaga completamente.

-Oh, soy el hombre de tus sueños… Eso hace que me sienta tremendamente halagado –admite José, guiñándole un ojo.

-No, nooooo… -La chica sonríe de forma más pícara-. No te creas que te vas a librar con galanteos, que no se me olvida que me debes una compensación como desagravio por la falta cometida. Como este es mi sueño y yo soy la que mando, yo decido cual será tu sanción.

-De acuerdo. Aceptaré cualquier pena, me lo merezco –consiente el hombre, algo escamado.

-Quiero que te arrodilles.

-¿Qué te pida perdón de rodillas? Claro, no hay inconveniente, me rebajaré y me arrastraré si hiciera falta…

-No, majete. Quiero que te arrodilles y me hagas lo mismo. Ahora me toca disfrutar a mí. Estoy caliente. Muuuuuy caliente. Hace muchísimo tiempo que no he estado tan cachonda como lo estoy en este sueño, que empezó como pesadilla pero acabará siendo húmedo, un sueño muy húmedo…mmmmm.

-¿Y si no fuera un sueño? ¿Y si esto fuera real? ¿Desearías también que lo hiciera?

-Apuesto lo que quieras a que me despierto en cuanto me corra. Es lo normal.

-Perfecto. Si hago que te despiertes y salimos del bucle temporal, seré tu más humilde esclavo, rendido a todos tus caprichos en todos tus sueños. Pero si estás aquí, en este despacho a las siete y cuarto en la próxima ocasión, seré yo el que haga lo que desee y no te podrás negar.

A José Carrión le late el corazón a mil y la polla a dos mil cuando se arrodilla delante de la joven. Ella se levanta de la silla, se quita las botas, se baja las medias panty con cuidado y sube la falda hacia arriba. A José se le hace la boca y la polla agua contemplando sus braguitas negras a menos de unos centímetros de su cara. Acaricia los muslos y tira del elástico de las bragas hacia abajo. La punta de su nariz comienza a rozar los suaves rizos del pequeño triangulito del vello al final de su pubis ralo.

-¿Qué haces? –susurra ella.

-Olerte el coño… Oh, Dios, qué bien huele… mmmmmmmm… María, siéntate en el borde de la mesa y pon tus piernas alrededor de mi cuello –mira hacia arriba y le dice sonriendo-. Y ahora voy a cumplir mi castigo y hacer que te vuelvas loca de placer.

Besa sus muslos y con la lengua acaricia sus ingles produciéndole un agradable cosquilleo que la hace estremecer. Ella siente la calidez de su respiración tan cerca que aún se humedece más. Los labios van avanzando lentamente, conquistando territorios. Ascienden y descienden por el pubis rasurado, alternando ofensivas de besos con acometidas de lamidas en los labios vaginales, que anticipan y predisponen el próximo ataque.

La profunda invasión de la lengua del hombre, bien adentro de su sexo, adueñándose con su boca de sus fluidos, hace que María se rinda en gemidos incontenibles. Zambullido en esa área, la lengua planea su siguiente misión. Un dedo se alza voluntario a relevarla en su posición interna y otro dedo se presenta espontáneo, deseoso de asistir a su compañero. Los dedos entran y salen y María se retuerce cuando comienza el asedio de esa lengua maldita que rodea, cerca el clítoris, pero no se decide a atacar. Finalmente, cuando ya lo tiene bien sitiado, la irrupción es inminente. La lengua suave de José arremete lamiendo con ansia, imparable, con firmeza, potencia y tesón, rompiendo todas las barreras, haciendo zozobrar cualquier indicio de resistencia por parte de la joven, que es cierto que ya no puede resistirlo más, y sucumbe al placer jadeando y sacudiéndose, con las piernas tensas alrededor del cuello de José y las manos tan crispadas que retuercen los papeles de la mesa del despacho.

¡PAM!

-Coño, que nos hemos olvidado del pájaro –jadea la chica, intentando serenarse tras el glorioso orgasmo que ha tenido.

-No tenía yo la cabeza como para pensar en el pajarito –dice el hombre emergiendo de entre sus piernas y limpiándose la boca con las manos-, y supongo que tú menos.

Feliz Navidad cascabelea alegre con José Feliciano y su tocayo Carrión tararea la canción ensimismado, con una sonrisa algo tontorrona en su cara, mientras la chica está en el cuarto de baño refrescándose.

Otros dos villancicos se suceden antes de que María se atreva a salir del servicio. En cuanto lo hace, José se aproxima lentamente. María retrocede hasta quedarse de espaldas contra la pared. Él se le acerca tanto que ella puede sentir el bulto en su entrepierna. Agacha un poco la cabeza y ella piensa que va a besarla, aunque lo que hace es susurrarle al oído:

-No te has despertado al correrte, así que he ganado yo la apuesta. Si sales ahora mismo por esa puerta, volverás aquí, como siempre, a las siete y cuarto… Y entonces serás mía, porque voy a follarte hasta hacerte gritar, voy a follarte hasta que ambos perdamos el sentido. A no ser que no quieras que lo haga. Entonces quédate y espera hasta que sean las ocho y diez. Prometo respetarte en todo momento, aunque tenga que matarme a pajas.

Cuando el hombre se separa de ella, María traga saliva y, en silencio, sale del despacho, no sin antes tropezar y apoyarse en los brazos de José para no caer.

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

Ambos se levantan de sus sillas como impulsados por un resorte. Son dos trenes a toda velocidad, sin ningún control, que circulan en el mismo rail y que al final chocan de frente en una colisión ardiente de labios y lenguas. Estallan arrancando botones a la ropa, rasgando rabiosamente los tejidos, en un empeño delirante de tocarse, de sentir el calor de la piel contra la piel. María se impulsa y coloca sus piernas alrededor de las caderas de José, que la agarra bien fuerte el culo, rozando carne contra carne, enganchados, abrazados, sin dejar de besarse con desesperación.

-La ventana… -susurra José con la respiración agitada-. Hay que dejarla abierta, el pajarito… Pobrecillo… Que no se estrelle contra el cristal, dejaremos que el pajarillo entre…

-Mmmmm… sí, que entre, que entre el pajaritooo…

Y así, sin querer soltarse, José carga con María y abre la ventana. Ella mientras mordisquea sus orejas, lame y besa su cuello, aspira el aroma de musgo dulzón de su after shave. La noche es fría fuera, pero ellos no lo notan. Sus cuerpos son brasas encendidas de deseo.

De un manotazo, José retira carpetas y papeles de la mesa de su despacho y se sienta en la mesa, con la chica sentada a horcajadas sobre él. La alegre melodía de Woody Woodpecker, el pájaro carpintero, que suena desde un rincón en el bolsillo de la falda, es ignorada por completo. Entregados a caricias y besos hambrientos, desdeñan cualquier otra cosa que no sea saciar esa avidez que les consume. La boca de José ronda los pechos de la chica, su lengua rodea y chupetea los pezones y provoca una serie de gemidos intensos en María, que eleva sus caderas. Se mantiene un momento en esa posición. La punta roza la entrada y se miran fijamente. María se deja caer y ambos emiten un suspiro profundo…

Es difícil narrar esta escena sexual de forma refinada, sin que parezca cursi o de forma explícita sin que parezca vulgar. No fue ni cursi ni vulgar. Fue sublime.

Y es que cuando la excitación llega a tal grado, la sordidez no existe: el vicio es virtud, la lujuria es pureza. Y el sexo entre María y José fue viciosamente virtuoso, virtuosamente vicioso.

Podría decir que hicieron el amor de forma apasionada, pero no sería cierto. La realidad es que follaron como animales en celo. Arrebatados, se chuparon, arañaron y mordieron, dejando marcas en su piel. Follaron de frente, de pie, sentados, a gatas… Follaron como si, teniendo todo el tiempo del mundo, éste se les acabara.

Y, como siempre, en ese momento dado, a la hora justa y precisa, el gorrioncillo despistado entra, revolotea, pero en vez de salir presuroso se posa sobre un estante. El pequeño voyeur bate sus alitas y contonea su cabeza observando a ese par de seres que se acunan sudorosos sobre la alfombra, apostados uno sobre otro, ella a gatas y él detrás.

-No te pares ahora, mmmm… Me voy a correr otra veeeeeez, sigue así, síiiiiii… –gime María, sacudiéndose de nuevo frenética-. Ya… ¡Ya! ¡YAAAAAAAAAAAAAA! Mmmmmmmm… Síiiiiiiii…

Ante el alboroto orgásmico, los espasmos, sacudidas y los grititos de la mujer, el pajarillo se sobresalta y emprende veloz el vuelo hacia la ventana.

Ambos, agotados, se desploman sobre la alfombra. José sigue abrazado a la chica, pecho contra espalda, latido contra latido, y besa con ternura su cuello.

-¿Te has corrido tú también? –pregunta la chica con la respiración agitada.

-Ufff, nooo… Me he corrido ya dos veces. Tengo mis limitaciones, que no soy Superman –sonríe el hombre separándose un poco de ella-. Mi polla salvaje es ahora un dócil corderito manso, pero si deseas que siga, tengo dedos y lengua bien dispuestos a…

-Oh, no… Ya no puedo más, por Dios… -se ríe María, dándose la vuelta, y José la besa con ternura en los labios.

-Mmmm… Eres preciosa, no me canso de besarte. No me canso de tocarte. Ahora tengo miedo de que esto se termine. Temo despertar y que todo esto no exista, que no haya ocurrido nunca, o que tú no lo recuerdes… Te quiero, María… Estaría así siempre, contigo, así… Siempre…

A María le cambia la cara. Pierde su sonrisa y tuerce el gesto en una mueca dolida, le tiembla la barbilla y retiene las lágrimas.

-José, yo… Yo no quiero quedarme aquí para siempre. No quiero volver a vivir el mismo momento una y otra vez. No quiero volver a salvar a ese estúpido pajarillo, no quiero oír siempre las mismas canciones de cascabeles en una navidad sin fin, no quiero volver a contestar en mi móvil a la misma tía estúpida que pregunta por Piolín, no quiero, no quiero, no… Yo quiero ver a mi hijo, que todo vuelva a ser como antes… Quiero estar con mi niño…

-¿Qué has dicho? –Se alarma José-. ¿Piolín? Dios…

El hombre no termina la frase. Son las ocho y diez y todo se desvanece de forma inmediata.

Día 23 de diciembre, 19:15 horas

-Así me llamaba Yolanda, mi mujer. Era un apodo cariñoso que ella me puso desde que éramos novios. Piolín.

En otras circunstancias María se reiría. Piolín no es el mote que verdaderamente le pegue en absoluto a José Carrión.

-¿Y por qué llama a mi móvil preguntando por ti? –Se cuestiona la joven-. No es normal. Es absurdo…

-¿Absurdo? ¿Absurdoooo? ¡Claro que lo es! Estamos retenidos en un bucle temporal del que no podemos salir, esperando una llamada telefónica de mi difunta esposa… ¡¿Algo de esto te parece normal?!

Ahora los dos se quedan en silencio y miran con fijeza el aparatito telefónico que está sobre la mesa. En cuanto suena, dan un bote en sus asientos, sobresaltados. A José le tiemblan las manos cuando aprieta la tecla verde de la izquierda.

-Hola Piolina –saluda respondiendo el hombre, emocionado.

-Yo… bueno –se excusa María, un poco incómoda, y se mete en el baño. Le gustaría quedarse a escuchar, siente una curiosidad tremenda, pero entiende que José necesitará algo de intimidad.

-¿Qué te ha dicho? –Pregunta la chica cuando tras un buen rato sale del baño-. O sea, ¿te ha dicho algo para que podamos salir de todo este lío?

-Sí -José parece bastante conmocionado-. Creo que ya sé como podemos solucionar esto. ¿Puedes ir al servicio y traerme una cajita que hay en lo alto del armario? Gracias, María.

Yolanda no le dijo cómo solucionarlo. No hacía falta. Él sabe lo que tiene que hacer. No es justo para María tener que vivir encadenada a ese momento de su vida, a una vida sin vida, sin futuro. ¿La quieres de verdad? ¿Lo harías todo por ella? Sí, sí, claro que sí.

José la ve alejarse. Es una excusa para que se vaya. Le hubiera gustado darle un último beso y volver a decirle que la amaba. Inmediatamente se levanta con determinación y abre la ventana. El gorrión entra como una bala, da un par de vueltas y vuelve a abandonar el despacho.

En esta ocasión, al salir por la ventana, José le acompaña en su vuelo.

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Día 23 de Diciembre, 19:05 horas

Desde la ventana del despacho se ven las luces intermitentes del gran árbol del centro comercial. Las voces de Bing Crosby y Frank Sinatra no dejan de insistir en que Santa Claus is coming to town, para que a nadie se le olvide que sí, que estamos en Navidad.

José Carrión parpadea tras un momento (¿momento?) extraño de ensoñación que ha tenido mientras contemplaba las luces rojas y verdes del árbol. Hay momentos que pueden ser eternos… ¿Será que su imaginación le ha jugado una mala pasada? Sí, eso será. Se siente confuso y muy mareado. El cristal refleja su imagen y no le gusta. No le gusta la persona fría e inflexible en la que se ha convertido. ¿Cómo ha podido cambiar tanto? Antes era un hombre risueño, amable, solidario… dispuesto a ayudar a cualquiera que lo necesitara. ¿Va ser capaz de echar a la calle sin subsidio ni finiquito a María Sanchis, una buena chica, trabajadora y madre de un niño? Yolanda se sentiría decepcionada al ver el tipo de hombre que es ahora. Un cabronazo lameculos de los jefes, amargado y desencantado de la vida, insensible ante los problemas de los demás. Siente náuseas. Necesita aire.

Furioso y profundamente indignado consigo mismo abre la ventana, pensando que no, que ya no puede continuar… No puede seguir así.

Día 23 de Diciembre de 2010, 19:15 horas

A María Sanchis le encanta la Navidad. Mira por la ventana las luces intermitentes del bonito árbol del centro comercial y entonces recuerda que todo ocurrió hace justamente un año. ¿Por qué lo haría? Siempre se lo ha preguntado, ¿qué pasaría por la cabeza de José Carrión, ese cretino estirado, para actuar como lo hizo? Fue toda una sorpresa.

-Nada, cielo –dice el hombre, saliendo del baño-. La mancha de tinta no se va.

-¿Sabes que fue tal día como hoy, hace un año, cuando me llamaste a tu despacho? Ay, José, no sabes cuánto me acojoné pensando que iba a ser despedida.

-Oh, bueno, estuviste cerca, no te creas, hasta que algunos como yo abrimos por fin los ojos a las injusticias, nos hartamos y metimos algo de presión por las irregularidades de las gestiones del departamento de recursos humanos por tantos despidos improcedentes. Comenzó a correr el rumor –vete a saber quién lo soltaría- de que los sindicatos iban a actuar y que los trabajadores se unían para hincharles a denuncias... Y claro, los directivos se acojonaron. Ufff…Al final voy a tener que quitarme la camisa y ponerme otra.

-Uuuuuh… Tú lo que quieres es mostrarme tu torso peludo y varonil y provocarme, mamonazo… -le contesta la mujer, enarcando las cejas-. Si te quitas la camisa, te follo aquí mismo, que lo sepas.

-Se me ha puesto dura ¿has visto lo que has hecho? –Se le arrima el hombre por detrás, rozándose contra su culo-. Oye… La canguro se queda hasta las ocho con Jesusín, ¿verdad? Mmmmm…

-¿Follar aquí? ¿Tú estás loco? ¡Puede entrar alguien! En todo caso, tú te sientas, yo me meto bajo la mesa y te hago una mamada rapidita. Pero tú me compensas en casa, ¿eh?

-Joder, María… Que tengo ya la polla a punto de reventar… ¡Qué morbo! Mmmmm…

-¿Y cómo es que se te ocurrió llamarme a tu despacho para pedirme salir? Me dejaste de piedra –pregunta la chica, ya debajo de la mesa, desabrochándole los pantalones.

-Sabía que me dirías que sí, que no podrías resistirte a mis encantos, y eso que aún no me habías visto el pollón que calzo, aaaah… -suspira José cuando María lame sus testículos-. Qué bien lo haceeeeessss… Oooooh… Así, asíiiii…

-¿Sabías que te diría que sí? –Se ríe la chica alzando la cabeza-. ¿Y eso? ¿Cómo lo sabías?

-Pues… Porque me lo dijo un pajarito.

Y ya no dicen nada más, porque María tiene la boca ocupada y José está disfrutando de lo lindo.

Un gorrioncillo se posa sobre el alféizar de la ventana.

¡Feliz Navidad!

¡Próspero Año y Felicidad!