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Orgullo masculino

en Hetero: General

A raíz del accidente que tuvimos las cosas cambiaron entre ella y yo. El accidente fue culpa mía y ella me ha perdonado. Pero ya no es mi novia.

Sin embargo, este suceso dio un giro nuevo a su vida, y a mí me incluyó como parte de sus juegos. De esta forma hemos podido seguir juntos, porque aún nos queremos.

Aunque ya no sea mi novia.

Ahora ha estrenado un juego: cuando ve a un tío bueno, hace lo imposible por follárselo, y a mí me deja mirar.

Lo hace desde que un día, uno de sus ligues, un chico joven con el pelo a lo rasta que acababa de regresar de un viaje a la India, le ofreció, en pleno polvo, un porro que olía raro. Se lo fumaban mientras follaban. Yo estaba allí. Y el juego funcionó.

Ahora, me dijo, estaba esperando a un negro fornido, de casi dos metros de alto, que se había ligado en una discoteca latina, donde ella triunfa con facilidad: con ese enorme par de tetas que tiene, esas anchas nalgas bien firmes y redondas, las finas facciones de su rostro de mulata… Sólo un gay resistiría bailar con ella un regetón, bien apretado, sin empalmarse.

Porque ella, mi ex novia, es muy nalgona, y para bailar restregándose contra el paquete de los tíos, su culazo es perfecto. Antes del accidente no lo soportaba, me habría dado un ataque de celos si la hubiera visto calentando braguetas ajenas en el boliche. Pero, ahora que todo ha cambiado, disfruto viéndola disfrutar. Una noche me contó, orgullosa, que había logrado que un tipo se corriera en los pantalones del gusto mientras ella se le refrotaba, en la pista de baile, delante de todos.

Cuando el negro llegó, descubrí que se había quedado corta en su descripción. Joder, hasta a mí, que no me van los tíos, me dejó asombrado su físico. Era un pedazo de negro como los de las películas, de aproximadamente 1.85 metros de alto, con la cabeza afeitada, de cuerpo ancho, fuerte, y con unos brazos y muslos que se veían anchos y poderosos bajo la ropa. Tenía un culo bien redondo y el paquete se le marcaba como una bola entre las piernas, bajo los jeans.

Se sentaron frente a mí, en el sofá naranja de mi ex novia, de ella, y en pocos minutos estaban desnudos. Sus tetas eran impresionantes, con esos gruesos pezones como garbanzos morados, y sus anchas caderas. Él tenía un tatuaje tribal, de esos que tanto están de moda, en un hombro, y una polla carnosa y sin circuncidar. Y sin esperar nada (porque nada había que esperar), empezó por acariciarle las tetas, mientras la besaba. Ella le susurró, porque la oí a la perfección: "Cómeme las tetas", y él dibujó una amplia sonrisa llena de dientes blancos en su rostro, señal de que las cosas habían llegado al punto de no retorno.

A mí, como ya no era mi novia, me ponía cachondo verla follar con otros…

Sus pezones eran grandes y generosos, y el negro se los chupaba con fruición, disfrutando de las delicias de los melones de la mulata, y ansioso como un niño hambriento. Sentado frente a ellos, no podía dejar de mirarle el coño, brillante de lo mojado que lo tenía, y esa polla grande, enorme, y el doble de gruesa que la mía.

Del bolsillo de su pantalón, que había quedado en el suelo, a los pies del sofá, el chaval sacó un condón. Rasgó el envoltorio y, a pesar del tamaño que había adquirido su rabo, se lo colocó con facilidad, bajando la goma por el tronco hasta la base, bajo la atenta mirada de deseo de ella, que aprovechaba para acariciarle las pelotas suavemente. El rabo ahora le brillaba, embutido en el látex transparente.

Me sentí ansioso. Quería ver como se la follaba, como le partía el conejo a pollazos mientras ella berreaba de gusto.

Joder, si pudiera pajearme…

La muy puta le miraba la polla y se mojaba los labios con la lengua. Se frotó el coño rasurado con una mano mientras con la otra le agarró del brazo. Él interpretó, con acierto, que quería que se levantara del sofá, y cuando lo hizo, ella se colocó a cuatro patas, arqueando la espalda para dejar el culo bien alto. El negro admiró desde atrás su culazo y la raja babeante de su coño, y se agarró la polla. Se le notaba en la mirada que su objetivo era follarle lo que asomaba entre los muslos.

Apoyó la punta del capullo contra la entrada pelada de su chocho, pero no llegó a empujar. Luego se chupó el dedo pulgar y se lo metió a ella por el ojete. Ella levantó más el culo y cerró los ojos. La muy cabrona, quería concentrarse en las sensaciones que le iban a producir las penetraciones del semental, y no iba a permitir que ningún estímulo visual, ni siquiera yo, la desconcentrara.

Después de dilatarlo, el macho sacó el dedo del ojete y pasó sus grandes manazas por las nalgas de ella, manoseándolas. Luego, se limpió el sudor que le goteaba desde su cabeza afeitada, por la cara, hasta el cuerpo carnoso de ella. Mantenía la polla dura, tiesa, frente al boquete de su coño. Entonces le soltó dos azotes en sus amplias nalgas y comenzó a empujar. "Qué buena estás, puta", le decía, mientras ella gemía con los dientes apretados. "Te gusta, ¿eh,?", le susurraba con voz grave, lasciva. "Vamos, déjate llevar… libera la zorra que llevas dentro, mamita…". Y la liberó, vaya si lo hizo. "Sí… cabrón, fóllame… méteme tu rabo por el coño y rómpemelo…". "Quieres que te rompa el coño, ¿verdad…?". "Ooohhh… síiiii…". "Pídemelo, zorra…". "Rómpemelo, rómpeme el coño, papito… mmm…". "¿Quieres que sea bruto contigo?". "Síii…". "¿Sí, qué? Quiero que digas la frase entera, cabrona…". "Sí quiero que seas bruto conmigo y me destroces… el coñito…".

Mientras se decían esto yo los miraba. Veía sus cuerpos espléndidos menearse en un vaivén rítmico, sudorosos, y como se comían el uno a la otra con la mirada. Miraba también su pedazo de polla entrando y saliendo del coño rosado y jugoso, produciendo ruidos húmedos cada vez que se frotaba contra su carne.

"Mueve las nalgas, puta", le exigió él, que se quedó tras ella, quieto, y de rodillas como estaba, follándola como un perro, hasta que ella, poseída por el hambre de rabo, movió su culo, follándole la polla con un ritmo pausado pero continuo de su conejo. "Así, zorra, así…, joder… te da gusto que tu macho te folle el coño, ¿verdad…?". "Mmmm… síiii…". "¿Sí qué?". "Sí me da gusto que mi macho me folle el coño… que me reviente el coñito…". Él se reía, la tenía dominada bajo su polla y sus huevos. Nunca la había visto así. "Toma mi rabo, puta, hasta el fondo… de tus entrañas…". "Así, mi papacito… mmmm… viólame fuerte, cabrón…". La muy cabrona bajó la cabeza y me miró, sonriendo. Las tetas le bailaban al ritmo de las embestidas de aquel tío que se la estaba follando y al que yo nunca había visto antes. No era una situación nueva, verla con otro, pero siempre me resultaba morbosa.

Si al menos pudiera pajearme…

El macho le agarró las nalgas y aceleró el ritmo de los empujes. Hacían un dúo precioso, en realidad: una pareja de negros altos, de carnes redondas y prietas, follando como animales salvajes, gruñendo, jadeando, sudando…

"Me muero de ganas de encularte, putita… ¿Quieres que te dé por el culo?". "Mmmm… Sí, mi macho, encúlame… Destrózame el culo con tu nabo…". Nunca me han gustado los tíos pero reconozco que de todos los que se habían tirado a mi novia (bueno, ya no lo era), aquel era el que más pasión le ponía al sexo. Todos se la habían metido con ganas, pero este cabrón era una máquina de follar: dominaba el ritmo, la profundidad y la dureza de las arremetidas de forma que ella parecía volverse loca de gusto. Se notaba que disfrutaba tanto del sexo en sí como de la sensación de dominio que ejercía sobre ella (sólo había que verlo y oír de qué forma le hablaba). Además tenía un rabo colosal, el doble de grueso que el mío, y más largo. Le iba a dejar el culo dolorido, ella lo sabía, y se moría de ganas de que así fuera.

Y yo, mientras, sin poder hacer nada…

El macho no se cansaba de bombearle dentro del chocho, y ella lo disfrutaba. Me di cuenta que era el mejor follador que se había ligado. Con aquel semental había subido mucho de nivel.

"Encúlame ya, papi… métemela ya por el culo…", "pídemelo, zorra", "oh… papi… te lo suplico, encúlame ya… por favor…", "te voy a preñar este pedazo de culo que tienes, so puta…", y el muy cabrón se lo decía susurrando, con esa voz grave y profunda que tienen los negros. "Oh… sí, por favor, préñamelo…". En ese momento ella se apretó contra el sofá y él sacó la polla del coño y se la metió por el culo, sin ceremonias, sin avisos, y sin más lubricante que los abundantes jugos con los que el coño de mi ex le había empapado el ajustado condón.

Los dos gemían y sudaban. Él empujaba con fuerza, sin importarle que pudiera hacerle daño al haberle metido semejante rabo por el agujero de su otro coño. Apoyando las manos en sus hombros, el macho dejó caer el peso de su fornido cuerpo sobre ella, penetrándola hasta que sus gruesos cojones hicieron tope contra sus muslos enrojecidos. Joder, se la estaba metiendo hasta las entrañas, con firmeza, y con eficacia, porque ella no se quejaba, al contrario, gemía con gritos agudos como una maricona, y le gritaba que no parase.

A pesar de todo, me sentí celoso.

El negro se incorporó un poco y la sujetó por las caderas. Su culo, viril y poderoso, se movía rítmicamente sobre las colosales nalgas de ella. "Toma, zorra… toma pollazos… ¿te gusta, eh…?, voy a reventarte el culo, so puta…", "síiiii… reviéntamelo… papacito… reviéntamelo… todo…", "te lo voy a reventar como nunca te lo han hecho en tu puta vida, mi nena… vas a saber lo que es que te follen bien follada…".

No pude seguir, era demasiado. Yo nunca había sido capaz de follármela de una forma tan animal como este salvaje semental se la estaba follando. Por orgullo masculino, les jodí el polvo.

Tiré varios libros de la estantería al suelo.

"¡Joder! ¿Qué pasa?", "Nada, papito… sigue follándome duro… no pares…".

La muy puta se corrió varias veces antes que él acabara.

Ese año fue el último que vino a traerme flores en el aniversario de nuestro accidente. Tuvo el detalle de venir sola.