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Mi primer año en la universidad de Valencia (II)

en Bisexuales

3 El domingo yo había quedado con mis padres para comer en un centro comercial. La reunión familiar se alargó y casi a las ocho de la tarde llegué al apartamento. Paula no estaba. Había dejado una nota en la puerta de la nevera diciendo que cenaba en casa de una amiga con la que estaba haciendo un trabajo de clase que tenían que presentar esta semana.

Me calenté una pizza en el horno. Mientras me la comía pensaba si debía contarle a mi amiga lo que había pasado la noche anterior. Seguramente no se lo tomaría a malas porque este era el tipo de juegos que tenían entre ellos, pero no sabía cómo se tomaría mi intervención. A lo mejor no era la primera vez que hacían algo con un tercero, pero ella estaba dormida y por tanto indefensa. No le dimos opción a opinar sobre este trío un poco sui generis. Y eso me creaba remordimientos.

Por otra parte también pensaba que no había hecho nada malo, sólo seguir las instrucciones del pervertido de su novio. Yo ni siquiera la había tocado. A lo mejor ya lo tenían preparado o por lo menos hablado. Decidí que si va a montar escándalo que se lo monte a él.

El lunes coincidimos en una clase de la universidad y durante esas dos horas no pude hablar con ella. Al acabar me dijo que tenía que ir a la biblioteca con su amiga y que ya nos veríamos por la noche en la casa.

Cuando llegué, sobre las ocho, ella ya estaba en su habitación.

–¡Amiga! ¡Ya estoy en casa! –grité.

–¡Cari! Ven aquí y hablamos.

Dejé la mochila y los zapatos en mi cuarto y entré al suyo. Estaba en la cama, rodeada de papeles y con el portátil cerrado.

–Entra, cari. Estoy con los trabajos de la uni y estoy hasta arriba.

–Ya. Yo también llevo retraso –miré su ordenador–. Oye Pau, que quería preguntarte si te acuerdas de algo de lo del sábado por la noche.

–Me acuerdo que Cris estaba hablando de su hermano el gay pero me dormí enseguida.

–Verás Pau... Es que pasó algo...

Paula me miró muy seria y de repente se echó a reír.

–Mira que eres bobo, cari. Si me vas a contar lo del pajote de Cris mirándome por la cam llegas tarde. Ya me lo ha contado él todo. También tu inestimable ayuda.

Buff, qué descanso.

–Joder, menos mal. Me quitas un peso de encima. No sabía cómo decírtelo, amiga.

–Cris es muy activo sexualmente. Esto es lo normal entre nosotros. Necesitamos corrernos a diario y es difícil encontrar estímulos nuevos todos los días.

–Y en este momento soy yo el estímulo nuevo.

–Un poco sí, cari –dijo, dejando de lado los papeles–. Oye, ¿tú me viste el coño?

– Esto... Muy poco. Y las tetas también. Bueno, una te vi.

–¿Habías visto algún chocho antes?

–Sólo en las porno.

–¿Y has tocado alguno?

–No, amiga. Siempre tuve claro que lo mío eran las chorras.

Pau se estiró en la cama y se bajó la cintura de los leggins.

–¿Lo quieres tocar? Está húmedo.

Metí la mano y toqué por encima de la braguita un líquido viscoso que olía dulce.

–Pero amiga, esto huele... es como la mantequilla del desayuno.

–Es que Cris tiene un perrito en su casa que es muy goloso.

–Tía, eres muy guarra – dije, y los dos nos echamos a reír sobre la cama, arrugando todos los apuntes.

4 Unos días más tarde había quedado con un chico de un chat en una cafetería del centro. Cuando pasó media hora entendí que me había dejado plantado y llamé a mi amiga.

–¡Hey, Pau! ¿Cómo te va?

–Bien, cari. ¿Cómo va tu cita?

–Bueno, llevo media hora esperando al muchacho y no ha aparecido. Que le den. ¿Tú qué haces ahora? ¿Nos vemos?

–He quedado con Cris para ir al cine, ¿te quieres venir?

–¿Los tres? Después de lo que pasó me da un poco de corte. Llamaré a Sergi a ver qué hace.

–No seas bobo. Ya ves que le caes muy bien y seguro que se va a alegrar de verte. Además tu amigo seguro que ya tiene plan. Siempre lo tiene. ¿Dónde te recogemos?

Media hora después mi amiga y su novio me recogían a media altura de la calle Colón en el coche de él, un Chevrolet Aveo azul oscuro.

–Hola, guapa. Qué pasa, Cris. Gracias por recogerme –dije dejando caer mis nalgas en el asiento trasero.

–No seas bobo, cari –dijo ella. Él solo me miró por el retrovisor delantero y levantó sus cejas en señal de saludo–. Vamos al Bonaire. Busca en tu móvil a ver qué pelis ponen.

Estuvimos discutiendo sobre tres o cuatro películas mientras Cris conducía en silencio en dirección al centro comercial de Paterna. Al final nos decidimos por la nueva de Night Shyamalan, el de El Sexto Sentido.

Llegamos al centro comercial y aparcamos cerca de la puerta de los cines. Cuando salí di dos besos a mi amiga y le tendí la mano a su novio, pero para mí sorpresa él me dio un abrazo tan fuerte que casi me cruje el esqueleto.

–Hola, pequeño. Me alegro de verte.

Sus brazos duros me rodearon. Sentí un calambre de placer en la polla.

–Yo también, Cris.

–A ver mis chicos, que llegamos justos a la sesión y no me gusta ver las pelis ya empezadas.

Entramos corriendo y compramos las entradas con el tiempo justo para entrar en la sala. La suerte era que no había cola en las taquillas. Acabábamos de sentarnos cuando se apagaron las luces. Paula en medio, con Cris a la derecha y yo al otro lado.

Tras cuatro o cinco anuncios de publicidad empezó la peli.

Resultó no ser demasiado buena: unos chicos que van a ver a sus abuelos que al final no son quienes dicen ser. Poco original. Tras un par de sustos empecé a aburrirme. Giré la cabeza y vi que Paula y Cris se estaban comiendo los morros, y con qué ganas. Las lenguas asomaban brillantes de babas entre los labios. Él le amasaba una teta mientras ella hurgaba bajo la goma de la cintura del chándal.

Me revolví un poco en el asiento, entre incómodo y curioso por ver hasta dónde llegarían. La polla me latía bajo la bragueta, y cada vez que en la película se producía una escena de suspense, el cine quedaba en silencio y yo oía a la perfección los chupeteos húmedos y los susurros de placer de Pau. Alrededor de nosotros, las pocas personas que ocupaban la sala parecían no darse cuenta, o al menos no les prestaban mucha atención, pero yo creo que también se estaban enterando del tomate que la parejita tenía montado.

Me acomodé la polla a un lado con disimulo. Cada vez que me latía se me empinaba un poco más y no iba a ser fácil disimular la erección.

De repente hubo un susto en la peli y todos botamos. Paula se separó de la carne de su novio y me preguntó al oído:

–¿Quieres algo de comer?

Un buen rabo.

–No, estoy bien.

–Cris va a salir a comprarme unas chuches y una coca-cola.

–No me apetece nada ahora, gracias.

Pau se giró y le habló al oído a su novio.

–Primero voy a mear –oí que le contestó él. Se levantó de la butaca en dirección a la salida y entre la penumbra vislumbré el bulto de su chándal. Al pasar por delante de mí se giró para decirle algo, parando esa tienda de campaña a pocos centímetros de mi cara durante unos largos segundos. Aspiré pero no conseguí olerlo.

–¿Te has puesto cachondo? –me preguntó sacando un paquete de chicles del bolso, una vez que él se hubo marchado.

–Coño, Pau, que no soy de piedra y os estáis pegando el lote de una manera que madre mía.

–Y el chándal no le disimula nada. Es súper morboso, ¿verdad? –dijo, y empezó a masticar ruidosamente.

–Parece que no lleve nada debajo.

–Un slip de esos modernos con huevera. ¿Sabes que el cabrón se los compra de una talla más pequeños? Con razón se le marca todo. Me meo en las bragas solo de pensarlo, cari –y le explotó una bola de chicle en los labios–. Así de caliente es mi chico, qué le voy a hacer.

–Y bien que lo disfruta tu cuerpo, cabrona –dije.

En ese momento Cris regresó con una bolsita hasta arriba de chucherías y dos vasos de plástico grandes de coca-cola.

–Esta para los dos –me dijo Pau con su bebida en la mano.

–Y esta para los dos también –soltó Cris, agarrándose el bulto de la entrepierna con una mano. Me miró, sonrió y se dejó caer sobre la butaca. Recostado, entre las sombras del cine cualquiera que le mirase le vería el miembro todo vertical bajo la tela del chándal.

La polla me empezó a babear a chorro limpio dentro de mis bóxers. Ya tenía material suficiente para varios días de pajas. Y la peli era tan mala que no conseguía distraerme.

Comieron algunas gominolas pero al poco rato ya estaban otra vez liados. Yo los miraba de reojo y con la claridad de las escenas muchas veces conseguía verle bastante bien el chándal tieso. Recordar lo que ya había visto por webcam convertía la tela en casi transparente en mi cabeza. Entonces sentí una mano rozando mi rodilla y subiendo por mi muslo. En la pantalla pasaban cosas absurdas que no entendía. Con destreza esa mano me bajó la cremallera y me envolvió el glande húmedo con la punta de los dedos. Pau me extendía toda esa aguadilla por el capullo. Me daba un placer que nunca antes había sentido. Vi que con la otra mano se aferraba al cuello de Cris para morrearlo a gusto, mientras él hacía un movimiento rítmico con sus muslos, abriendo y cerrando sus piernas para masajearse los testículos. Al verle se me ocurrió imitarle y descubrí que era una manera de crear una fricción muy placentera sobre las bolas. Así que pillé velocidad, zaca zaca, zaca zaca, mientras mi amiga extendía mi precum por el glande.

La película continuaba. Paula se soltó de su macho y se sentó en la butaca. Extendió los brazos a cada lado y empezó a pajearnos a los dos a la vez. Un rato después se liberó de mi polla y me susurró:

–Voy a hacer que se corra, cari. Si quieres mirar...

Entonces se volteó y metió la misma mano con la que me la estaba pelando a mí por la goma del chándal de Cris. Yo ya hacía rato que ignoraba el sinsentido de la pantalla y solo prestaba atención a los actos de sus manos, subiendo y bajando por dentro de su pantalón, y él abriendo y cerrando sus muslos, frotándose las pelotas.

Yo estaba a reventar con mis huevos rebozados de precum, pero me quedé inmóvil. Me faltaba poco para correrme en mis propios calzoncillos. Si alguien se hubiera dado cuenta me hubiera dado una vergüenza tremenda pero de verdad que casi no me podía aguantar.

De repente vi que mi amiga aceleró el ritmo de su mano y Cris cerró los ojos apretando los labios y estirando sus piernotas. Ella le bajó un poco la goma de la cintura para sacar un glande grueso y morado que empezó a escupir chorros y chorros de espesa leche.

No sé cuanto le duró la corrida pero a mí me pareció que fue un rato bien largo. La lefa le manchó la tela del chándal y resbaló en gruesos gotarrones hasta el suelo. Paula le metió la polla de nuevo dentro y él la miró y la besó con pasión. Luego me miró a mí y yo me sentí clavado al respaldo de la butaca.

Al acabar la peli, Cris nos llevó a casa y él regresó a Castellón. Mi amiga y yo apenas hablamos, cada uno se marchó a su cuarto.

Esa noche cayeron otras dos pajas seguidas en la cama, apretándome las bolas con los muslos mientras me la pelaba como un mono.