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Un encuentro morboso

en Gays

Me había tomado el día libre en el trabajo y, como hacía bueno, decidí pasar la mañana al sol e ir a la playa. Era un día de finales de febrero perfecto para empezar a recuperar el bronceado.

En la playa no había mucha gente: unos pocos ancianos y ancianas, jubilados ociosos, y un par de parejas sentadas en el paseo.

Caminé por la arena, buscando el mejor lugar donde extender la toalla, y casi sin darme cuenta había llegado a la zona de dunas, lugar en el que los mirones van buscando a las parejas (heteros o no) que esconden su lujuria tras espesos matorrales de vegetación mediterránea. Pensé en dar media vuelta y volver a un sitio más neutral, pero entonces le vi.

La definición de hombre se queda corta. Mejor decir de él que era un hombretón: grandote y velludo, de alrededor de 35 años, cabeza rapada y barba incipiente. Estaba tumbado en la arena, sobre una toalla, y si llamó mi atención no fue por su ancha espalda salpicada de pelos negros, ni por sus hombros fuertes ni su cuello de toro, ni por sus muslos como torres horizontales, ni tampoco por la curvatura lumbar que resaltaba el nacimiento de las dos lunas llenas que formaban su formidable trasero. Lo que me llamó la atención es que estaba desnudo en una playa no nudista. Y una idea avasalló el orden de mis pensamientos: verle la polla.

Decidí montar allí mi campamento. A ver que pasa, pensé. Me puse a unos diez o doce metros de él, suficientemente cerca y lejos a la vez. Extendí la toalla y me quité la camiseta, mientras le miraba de reojo. Él tenía la cabeza girada y no me veía. Tampoco se movía lo más mínimo. Supuse que estaría dormido.

Me embadurné pecho, hombros y brazos con crema protectora solar. Mientras me la ponía comparé mi cuerpo con el de ese gigante. Acababa de entrar en mis felices años veinte y estaba de muy buen ver: delgado pero fibrado, culito pequeño y duro, vello aclarado en piernas y brazos. Vamos, una pequeña joya… que es rechazada sistemáticamente por machos como aquél.

Porque tengo una teoría: que hombres como ese solo se enrollan con ejemplares como él. La vida me lo enseñó desde muy jovencito, en cuanto comencé a salir de marcha por el ambiente y conocí el significado de la palabra follar.

Pero era un físico que me derretía: grandullón, peludo… Un auténtico macho, podría ser mi dueño y señor, el amo de mi voluntad, si quisiera.

Así que, decidido a ver qué ocurría, me puse mis gafas de sol, me tumbé boca abajo en la toalla y me dediqué a mirarlo, imaginando como me sentiría si me cabalgara…

Debí de quedarme dormido, porque de repente no estaba. Me erguí sobre mis codos y miré a mi alrededor. Estaba su toalla, pero ni rastro de él. Miré al mar y mi corazón dio un vuelco. Allí estaba, su afeitada cabeza sobresaliendo entre ola y ola. Qué envidia, pensé para mis adentros, cómo me gustaría rodearte y acariciarte cada pliegue de tu morena piel igual que te lo hace el mar…

Mi polla comenzó a crecer. Metí una mano bajo mi bañador y, para colocarla bien, levanté un poco mi culo. Cuando volví a girarme para buscarlo vi que venía hacia la playa. Salió del agua y mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí que no iba desnudo. Llevaba un tanga tan diminuto que le comprimía el paquete y le daba la forma redonda de una fruta sabrosa.

Llegó a su toalla, se arrodilló sobre ella y sacudió la cabeza a ambos lados con energía, como un perro grande de raza. Luego se tumbó, esta vez boca arriba, y colocó sus manos tras la nuca. Mirándolo reparé en el tamaño de sus músculos. Años atrás debía haber sido culturista, pero ahora tenía algunos kilos de más, posiblemente ya se lo había dejado, y eso le daba una imagen de macho fornido que me excitaba. Su pecho era amplio y peludo, pero no lo suficiente como para ocultar lo dos pezones que coronaban sus pectorales, dos fresones negros y duros. Todo su cuerpo estaba recubierto por una espesa alfombra de pelo bien recortada. Y luego estaba aquel tanga minúsculo…

En aquella postura, con los ojos cerrados y expuesto al sol, soltó:

- Me gusta que me haga presión. Me excita.

Miré alrededor, no había nadie. Carraspeé y dije:

- Te sienta muy bien, la verdad.

- He visto como te colocabas la polla mientras me bañaba. Y cuando he despertado no he podido evitar fijarme en tu culo.

¿Este tío estaba tratando de seducirme? No era posible, alguna trampa debía haber aquí. Para él, un chaval como yo, tan delgado y depilado hasta las cejas, debía ser una auténtica nenaza.

Con la seguridad que da pensar que no pierdes nada, le seguí el rollo. Me calentaré con él y en casa me mataré a pajas a su salud.

- ¿En qué piensas?

- Pienso – dudé un momento, pero… qué coño, sé valiente a ver qué sucede -, pienso que eres un tío muy atractivo, y pienso también que eres muy atrevido por llevar un tanga que como se te empalme no te va a tapar nada.

- Cuando me pongo cachondo en un sitio público me pongo la polla para arriba y la dejo que asome por la goma del tanga, pero casi siempre que se me empalma acabo colocándomela hacia abajo y la dejo que me babee sobre los muslos.

Polla, babear, empinar… el muy guarro me hablaba como en una película porno. Ya tengo calada esa táctica, usar palabras guarras en un contexto "inocente" para calentar a la peña. Yo mismo la utilizo y funciona, siempre funciona.

- Y los uso tan estrechos porque me gusta sentir la presión en mis pelotas - sentenció.

No podría haberme dado la vuelta y quedarme panza arriba, como estaba él. Su conversación me había puesto la polla tiesa y, aunque mi bañador no era tan escueto como su tanga, no dejaba de ser un trozo de tela fina que ahora mismo no disimulaba nada mi erección.

- Mi novia tiene tangas con más tela que este – soltó, y se echó a reír.

¿Su novia? ¡Será hijoputa, el calientapollas este! ¿Para qué me está dando coba, el muy cabrón, si ya tiene quien se lo folle? Me sentí ofendido. Y lo peor: mis esperanzas de montarme algo con él y mi bragueta se desinflaron al mismo tiempo, como dos globos. Prrrffflll…

- Bueno, se me hace tarde. He de irme – dije, haciendo ademán de levantarme.

- Espera – dijo, mirándome por primera vez -. Te he dicho que me he fijado en tu culo. ¿Se te ha olvidado?

Pues no. Cabronazo.

- No. Pero casi es de noche…

- Quédate un rato más, ya casi no hay gente. Un rato más y estaremos solos y si te apetece… - dijo, y deslizó una mano hacia su tanga.

Lo pensé. Era el momento de apostar fuerte, el punto sin retorno. Malentendidos ni uno.

- Bueno, pero me quedo con una condición.

Se incorporó apoyado sobre su codo derecho y me miró con sorpresa.

- Que me follas – le solté.

- Anda, cabrón, acércate aquí – dijo con una carcajada.

Para cabrón él, que aún se pasó un buen rato hablándome de su novia, de lo bien que la chupaba y de lo mucho que había tenido que "comerle el coño" (textual; sí, a mí también me parece una falta de respeto) para abrírselo porque lo tenía tan estrecho que no le entraba ni media verga; de cómo le gustaba manosearle las tetas, que las tiene enormes (cuanto más macho, mayores las tetas, deduje); y de cómo llevaba un tiempo intentando sin éxito hacerse su culo.

Yo escuchaba, tumbado a su lado. En el fondo me lo estaba pasando bien con él.

- Dice que nunca se ha metido nada por el culo y que le hago daño cuando empujo, así que por ahora solo se lo como, a ver si se le abre de una puta vez.

-Pero si tienes novia, ¿por qué follas con tíos? – me estaba cansando tanta charla en individual femenino y me lo quise traer a mi terreno.

- Me gusta follar culos, y los tíos sois muy abiertos para eso.

Era un chiste malo que parecía haberle salido sin pensar, y por eso me hizo gracia. Al darse cuenta, también sonrió ampliamente.

- ¿Y ya te has hecho muchos culos? – pregunté.

- Bueno, suficientes. Incluso algunos que a primera vista no me pusieron tan caliente como el tuyo.

Sentí como mi esfínter se relajó, y una voz que surgía de mi próstata resonó en mi cabeza: vamos, ya estáis solos en la playa, a qué esperas… Miré alrededor. La desvergonzada de mi próstata tenía razón.

- Oye, ya no queda nadie en la playa, y si te digo la verdad, quiero saber si soy buena montura para un jinete como tú – dije, echando mano a su tanga.

- Sé que gusta mi cuerpo. Yo te voy a hacer gozar como una perra, pero no aquí.

- ¿Entonces?

Cinco minutos después me encontraba tumbado en la orilla, sintiendo como las olas cubrían con su vaivén mi cuerpo hasta mitad de la espalda. Y también me cubría otro vaivén, más lujurioso: el de la tranca de aquel vigoroso macho frotándose contra la raja de mi culo. Mientras me lo hacía, mordía mi nuca y me soltaba guarradas al oído con voz ronca de excitación.

A mí me encanta esa postura, me flipa notar la presión de sus caderas sobre mis glúteos o sus manos poderosas recorriendo mi espalda. De hecho, podía haberle recibido un rato antes, pero lo retrasé para deleitarme con el peso de su cuerpo. Sabía que con los tíos así, en cuanto te la meten se acaba la ternura.

Como así sucedió:

- Dame duro… así… tío, que rico…

- ¿Te gusta esto, eh? ¿Te gusta que te machaque el culo, verdad? Esto es lo que se merece una zorrita como tú… Este culo es para mí, te la voy a clavar hasta que te reviente… Aguanta, putita, aguanta, aguanta y te llevo al cielo, aguanta…

El muy bruto empujaba tan fuerte que mi polla y mis huevos yacían enterrados en la arena, y a cada embestida entraban y salían de ese foso arenoso. A los pocos minutos me agarró por las caderas y apretó con la fuerza de un toro. Sin parar de bombear noté chorros calientes dentro de mí. Me habría encantado ver como se corría porque noté al menos seis lechadas fuertes en mi recto.

Con ese calorcito en mis entrañas no quise aguantar más y con sus últimas embestidas aproveché y me corrí sobre la arena. Lo notó y tuvo el detalle de permanecer un rato dentro de mí, moviéndose para ayudarme a vaciar. Eso me gustó. Y tuvo también otro detalle bonito: se levantó y se metió en el mar para lavarse, y cuando vino me cogió entre sus brazos y me metió en el agua, para limpiar mi cuerpo de arena.

Cuando acabamos de asearnos me dijo que le gustaría quedar conmigo al día siguiente… y también con su novia.

- Quiero que la enseñes, para encularla.

A mí no me gustan las tías y no me hacía ninguna gracia enseñarle nada. Si tenía conflictos sexuales yo podía ayudarle, pero enseñarle a ella a follar era una mala idea. La solución perfecta a sus problemas era mi culo, no el de ella. Ni siquiera la idea de compartirlo me agradaba. Sin embargo se le veía un tío noble y morboso y follaba cojonudamente. No quería perderle de vista y me moría de ganas de repetir, así que al final accedí, digamos que me dejé convencer, y quedamos en vernos al día siguiente en su casa.

Llegué a las nueve, puntual, con una caja de bombones. Entre los dos estaban preparando la cena. Cuando me presentó a su novia me quedé atónito: alta, esquelética, sin tetas ni apenas caderas. De cara no era fea aunque de nariz demasiado grande. Me recordó un poco a cierta princesa.

Cuando ella volvió a la cocina, ataqué:

- ¿Esta es tu novia? Me dijiste que tenía las tetas grandes y que era guapa.

- Ya – dijo -, te mentí un poco. La verdad es que también es muy remilgada para el sexo. Ni mamarla le gusta a la perra. Pero fue una manera de ponerme cachondo contigo. Y tú también te calentaste… - y me agarró del paquete, sobándome los huevos con su manaza. Oímos que su chica volvía y me los soltó. Me causó un buen calentón en un tiempo record.

Durante la cena no hubo ningún comentario, aunque mi amigo no dejaba de mirarme de reojo, lo que me ponía a cien. Me pasé toda la cena pensando qué coño iba a suceder luego. ¿Habría clase de sexo? ¿Me despediría sin más? ¿Se iría ella?

Dimos cuenta de los bombones con el café y luego pasamos al salón. Ellos se sentaron en un sofá de tres plazas y yo en el sillón, a su lado. Me excusé para ir al baño, más para limpiarme la polla (llevaba mojando el slip desde que me había metido mano) que por verdaderas ganas de orinar.

Cuando salí, estaba cada uno en una punta del sofá, él con cara de cabreo y ella mirando al techo, con el cuello estirado y los brazos cruzados, muy seria. Regresé a mi sillón.

- ¿Va todo bien? – pregunté.

- Esta tía – respondió él - , que es una estrecha. Le he dicho que quería follar delante de ti y se ha enfadado.

- ¡Es que eso está mal! – dijo ella -, es una indecencia.

- No quieres chupármela ni que te encule. Y sólo follamos una vez a la semana. ¡Solo cuatro polvos al mes! ¿Tú imaginas – me dijo – el hambre que pasa esto? – y acto seguido se levantó del sofá y se bajó los pantalones y los calzoncillos, dejando al aire un rabo enorme y de un grosor excelente, totalmente horizontal, y dos bolas gordas y peludas debajo. Ahora que veía aquella erección me sentí orgulloso de mi ano.

- Tú sabes que me gustas – comenzó a decir ella con timidez.

- Pues demuéstramelo y cómeme ya la polla.

Ella me miró, se notaba que estaba incómoda.

- Mi amigo la chupa que da gloria – prosiguió él -. Si no me la comes tú me la va a comer él.

Ella se le acercó despacio, mirándonos a ambos. Le cogió la polla con dos dedos y acercó la lengua al tronco. Una expresión de asco se dibujó en su cara. Para mí era una situación muy comprometida, pero al muy cabrón no le afectaba. No perdía la erección.

- ¿A esto llamas chupar una polla? – dijo, enfadado -. Mira, mira como se hace una buena mamada y aprende – y se puso a mi lado.

¿Qué coño haces con una tía como esta?, estuve a punto de decirle. Aunque resolví que lo principal ahora no era la terapia de pareja. Frente a mí tenía un auténtico toro pidiendo guerra y se la iba a dar. Para que aprenda, la muy beata.

Le agarré el miembro con una mano y me lo tragué casi por completo, para que contrastara mi depurada técnica bucal con su melindroso gesto de asco. Él resopló y vi que del gusto sus pelotas se contrajeron. Saqué la verga de mi boca y le lamí los cojones, me los metí por separado en la boca y luego los dos juntos, mientras no paraba de pajearle. Se quitó la camiseta y yo, sin sacarme sus huevos de la boca, le bajé los pantalones y el slip hasta los tobillos.

- Venga, tía – dijo él, sin mirarla -, quítate la ropa tú también.

Dejé sus huevos tranquilos por un momento y me dediqué de nuevo al pollón, un aparato enorme, cabezón, repleto de venas y con un sabor especialmente dulce. De reojo la vi a ella, sacándose la blusa y los jeans sin gracia ninguna.

- Mmm… Que boca tan golosa – decía él, acariciando su pecho velludo y pellizcándose los pezones -. Y tú, pedazo de sosa, no me mires así, que follarme a un tío no me hace maricón. Además, ya quisierais muchas follar como lo hace mi colega, ¿eh, nano?

Pero yo no estaba para debatir sobre las opciones sexuales de la gente porque prefería mantener mis labios ocupados succionándole el rabo. Cuando acabó de desvestirse, ella se sentó en el sofá y abrió las piernas dejando el coño visible. Su olor llenó el salón.

- No – dijo él -, hoy no toca que te folle. Lo siento pero tú insististe en un polvo a la semana y esta semana ya he cumplido, así que hoy me lo tiro a él. Como mucho puedes lamerme los huevos mientras me lo enculo, si quieres.

A mí me la traía floja lo que tuviera pensado para ella. Lo que hice fue desvestirme a una velocidad de vértigo y colocarme en el sillón, de rodillas, dándole la espalda y ofreciéndole mi grupa, aquello que tanto le gustaba de mí, como me demostró con la follada de la playa.

Aunque aún sentía cierto escozor, tampoco esta vez supuso ningún problema que su cipote entrara por mi ano. Entraba y salía con una facilidad pasmosa. Yo debía agarrarme al respaldo del sillón para aguantar la potencia que sus caderas daban a cada embestida. Aminoró el ritmo y separó las piernas:

- Vamos, guarra, no me seas mojigata. Ponte aquí detrás y cómeme los huevos de una puta vez. Y si te ves con ganas me lames también el ojete, que no veas el gusto que da que te peguen lengüetazos en el culo. Eso lo han descubierto los maricones, y menudo invento. Es la hostia, tía. Va, colócate ya por ahí, ¿no ves lo caliente que estoy? ¿A qué esperas?

Oí como se levantó y se arrodilló tras él. Luego le dio dos palmaditas flojas en el culo y en pocos segundos noté como se le ponía más dura dentro de mi ano. Ella se lo debía estar comiendo todo ahí detrás, supuse. Un auténtico banquete a juzgar por la reacción de su tranca, pero un banquete que ella no sabía disfrutar.

Me agarré la polla y comencé a masturbarme al ritmo de sus embestidas. Sus grandes manos agarraban mis caderas y tuve la sensación de su entrepierna era el hábitat natural de mi culo, que me encajaba perfectamente.

Entonces me di cuenta: toda la ternura que no había tenido con ella la tenía conmigo. Me decía cosas como "me gusta tu culito, nene", "tienes un culo perfecto y muy suave", "deja que papito disfrute de ti y tú disfrutarás de papito" y, bueno, cosas parecidas.

No tardó en anunciar que se corría y le pedí que lo hiciera en mi boca.

- ¡Quita! – le dijo a ella -, quítate de ahí y aprende como se complace a un macho. Mira lo que te pierdes…

Me senté en el sillón y comencé a mamarle el rabo con energía. Noté todos sus músculos, brillantes de sudor, en tensión. La vi a ella en el sofá, abrazada a un cojín, y entendí que, a pesar de estar a su lado, en realidad estaba muy lejos de su novio.

Le cogí los huevos y me concentré en darle ritmo a su verga hasta que no pudo más y empezó a correrse. ¡Menudo semental! Con la quinta lechada me llenó la boca, la sexta no la pude retener y se me escapó todo por la comisura de los labios. Me había colmado la boca de semen pero no quería dejar salir aquella polla aún, quería seguir disfrutando de esa pija a la que en solo dos días ya me había acostumbrado.

- Ahora te toca a ti – me dijo -, no quiero que te vayas de aquí con dolor de huevos – y me agarró la polla con su manaza. No estoy mal dotado, pero en comparación con la suya, la mía parecía pequeña.

Tan cachondo estaba que en cuanto me la meneó dos veces empecé a soltar chorros de leche mientras le mordía el hombro y gemía como nunca pensé que podía gemir. Luego me rodeó con sus poderosos brazos, un gesto que me gustó. Me gustó mucho.

Abrazado a él intentaba recobrar el aliento, sudoroso, cuando oí un portazo. Ella se había marchado.

- No me importa – dijo -, o aprende o a la mierda.

Pero yo me apreté más a su torso.