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Mi primer año en la universidad de Valencia (IV)

en Gays

 

El último día de clase antes de Navidad salí de la universidad pasadas las tres de la tarde. Aunque era invierno hacía una temperatura agradable. Ya había llevado mis cosas a casa de Sito, el hermano de Cris, con el que iba a empezar a vivir.

 

Esa tarde Sergi me estaba esperando. Tomamos el metro en Facultats, rumbo a su casa, donde tenía unos libros que yo le había prestado. Sergi era mi amigo desde la infancia. Yo era un año mayor pero él tenía todo el descaro y el morro que a mí me faltaba. De adolescentes tuvimos un par de momentos de esos típicos de tocarnos y pajearnos juntos. La cosa no llegó a más y pronto lo dejamos aunque, pasados los años, nos dimos cuenta de que era divertido. Las cosas pasaban cuando ninguno de los dos las provocaba y simplemente nos dejábamos llevar. Ninguno de los dos necesitamos definir nuestra relación.

 

Él decidió hacer un módulo de Formación Profesional y yo acabé en la universidad. Pero eso no nos separó.

 

Durante el trayecto en metro fuimos hablando de las clases y otros temas sin importancia. Salimos en la parada Nueve de Octubre y caminamos unos siete u ocho minutos hasta que llegamos a su casa.

 

–Pongo el aire –me dijo– y me cambio. Salgo en seguida.

 

Esperé sentado en el sofá, bajo el chorro del aire acondicionado. Yo también llegaba acalorado.

 

–Quítate la ropa si tienes calor –dijo, cuando salió con un pantalón corto y sin camiseta. Marcaba músculos, de tan flaco. Tenía más moratones en la espalda.

 

–¿No has ido con tus padres? –pregunté.

 

–No me echarán de menos. Y mis abuelos tampoco.

 

–Si quieres –dije–, hacemos una cosas de esas típicas de los relatos.

 

–No sería la primera vez que te apetece –se burló–. Aunque desde que salgo con Lucía estoy más relajado.

 

–Telemamada, ¿cuál es su pedido? Se lo llevamos a casa sin coste –respondí burlón, imitando a una teleoperadora.

 

Nos reímos. Luego vino a tumbarse a mi lado. Las heridas le quedaban parcialmente visibles bajo la camiseta. Sentí mucha ternura hacia él.

 

–Le estoy bajando la temperatura —dijo, pulsando el mando a distancia del aparato.

 

Se notó en el momento. Una lengua de aire frío nos rodeó, poniéndonos el vello de punta.

 

–Dale frío, tío –pedí.

 

Sergi pulsó otro botón y el aparato pitó dos veces.

 

–A 18 grados. Perfecto para tus pezones, cabrito –dijo.

 

–Sí –añadí, sintiendo el aire helado con los ojos cerrados–. Caso prefiero esto a que me los chupen y los llenen de babas.

 

–Qué tonto eres. No tiene ni punto de comparación.

 

–Es otro tipo de gustito.

 

Y así fue como empezamos a hablar de sexo y de hombres.

 

En un momento de la charla Sergi me preguntó cómo andaba de ligues.

 

–Hace tiempo que no me como un rosco.

 

–Entonces vas por ahí... de flor en flor.

 

—Bueno... —tuve la tentación de contarle mis experiencias con Paula y Cris, pero decidí que no era el momento—. La verdad, no mucho. Esto de las saunas y los chats no va conmigo. Demasiado rápido todo para mi gusto.

 

–Hablas como un antiguo. O un outsider.

 

–Eh, que tengo móvil y todo —bromeé—. No me cierro a los avances. Las crisis pasarán pero la tecnología está aquí para quedarse. Pero no soy un forofo. Mira mi móvil. Un cacharro. El que daban gratis.

 

Sergi observó mi ladrillo marca Microsoft con curiosidad.

 

–No parece tan malo.

 

–Es el mejor de gama media y no me puedo descargar las aplicaciones más normales. Whatsapp sí pero Wallapop no la instala.

 

–Pues vaya patata. Yo tengo descargadas en el mío un montón y eso que tampoco es el último Samsung. Solo de ligoteo tengo seis o siete.

 

–¿Tantas? –pregunté flipado.

 

–Sí. Pero en todas están siempre los mismos. Al final ya te los conoces.

 

–Supongo... ¿Me las enseñas?

 

Abrió el menú de su teléfono móvil y me enseñó varias aplicaciones, todas muy parecidas. Le pedí que me enseñara la que más estuviera utilizando.

 

–Es esta –dijo pinchando sobre un icono parecido a un antifaz.

 

La aplicación se abrió y la pantalla se convirtió en una cuadrícula en la que cada cuadrito era una foto de un usuario distinto. Al pie de cada imagen había un nombre, una cifra y en algunos un puntito verde.

 

–Te muestra el usuario, la distancia a la que está de ti y si en este momento está conectado.

 

–Buscando cancaneo –añadí.

 

–O calentar polla. Hay muchos que te calientan y a la hora de la verdad se cortan.

 

Asentí, recordando que mis múltiples citas fallidas habían sido la razón de que dejara de buscar pareja por los chats.

 

Continuó pasando imágenes. En casi todas se mostraba la cara o a lo sumo el torso del usuario y solo en unas pocas se veían pollas y culos. De golpe una de esas caras me resultó familiar: era redonda, con unas discretas gafas tras las cuales observaban unos ojillos amables. El chico lucía perilla y una abundante cabellera castaña con mechas de tonos más claros. Sonreía a la cámara. Su usuario era León.

 

–Mira, tío –dije–, a este lo conozco.

 

–Tú y todo el ambiente de Valencia.

 

–En serio. Le he visto un par de veces con Cris, el novio de mi amiga Paula.

 

–¿El buenorro estúpido ese que te saluda?

 

–Es buen chaval.

 

–Si no lo tragabas. Me parece un chulo y un homófobo –Sergi señaló la foto de la pantalla–. Yo quedé una vez con este tío. El año pasado. No follamos, no hubo feeling.

 

–A ver su perfil.

 

Estuvimos cotilleando un rato la información que había publicado, que la verdad no era mucha: pocos datos personales, algunas aficiones, varios selfies típicos hechos en espejos y una foto en la paya, tomando el sol en bañador, descamisado, boca abajo.

 

–Lo único que tiene bueno es el culo –dijo Sergi.

 

–Se ve rico –respondí, liberando al viejo verde que a veces me posee.

 

–Tú tienes mejor culo. El novio de tu amiga, el Cris ese, está también muy bueno. Pero este tío parece un oso.

 

–O un mosquetero, con esa melena y esas barbas.

 

–Lástima que el mosquetero no tenga foto del sable –dijo–. Mira, tiene un link a una web porno. A ver qué es. Igual tenemos suerte con Dartañán.

 

–Dale a ver.

 

El aire frío seguía cayendo sobre nosotros y yo me arrimé a mi amigo hasta que nuestras rodillas se tocaron, para ver mejor la pantalla de su Samsung.

 

–Esto enlaza con un perfil a una web porno. Se llama todorelatos. ¿Te suena de algo?

 

–Un poco. ¿Qué dice el perfil?

 

–«Escogí el usuario León por tres motivos: tengo melena, soy orgulloso como él y me gusta rugir durante el sexo». «Me siento un macho poderoso como un león y no siempre quedo para follar» –cuando terminó de leer, Sergi hizo una pausa–. ¿Qué te parece?

 

–Me parece aburrido. Y tonto. Dice que tiene tres motivos y pone cuatro.

 

–Ha puesto algo más: «Lo de rugir lo puedes comprobar por ti mismo si te descargas este archivo donde me oirás en plena faena. Si no te corres conmigo te invito a una paella». Joder, qué modesto.

 

–¿Ha puesto un enlace al audio? –pregunté sorprendido.

 

–Sí.

 

Sergi y yo nos miramos.

 

–Lo descargo, ¿no?

 

–Coño, claro. Si te avisa que tiene un virus o tienes que instalar algo lo paras.

 

–A ver de qué va el culito este.

 

Sergi pulsó el enlace y el archivo comenzó a descargarse.

 

–Es un mp3, lo podemos escuchar en el teléfono.

 

–No sé si en mi caca de móvil podríamos.

 

–Si reproduce canciones seguro.

 

Cogí el mando del aire acondicionado y lo apagué.

 

–Me estoy quedando pajarito –dije–. Voy a mear.

 

–Ya sabes dónde está el baño.

 

–¿Te traigo agua?

 

Sergi asintió con la cabeza.

 

Mientras meaba noté que la polla me olía un poco a sudor y sentí pudor. Cuando acabé me pasé unas toallitas por los sobacos y otra por el rabo y los huevos; si no se me iba del todo el olor corporal, al menos ganaría en higiene. Luego entré en la cocina y bebí dos vasos de agua fresca de la máquina de agua embotellada. Salí con el tercero para Sergi.

 

Lo vi en el sofá, sonriendo de oreja a oreja.

 

–Ven, ven, ya lo tenemos. Siéntate.

 

Le di el vaso y lo bebió de un trago. Cuando lo dejó en el suelo le brillaban los labios.

 

–¿Quieres más?

 

–No, gracias.

 

Me senté a su lado.

 

–Venga, dale al play.

 

–Tranqui, ansioso. Mientras venías se me ocurrió que podíamos oírlo con esto –y me mostró unos auriculares blancos–. Así captaremos todos los matices –y puso énfasis en la palabra.

 

–No sé cómo suspendes tanto con lo listo que eres.

 

–Porque soy un puto genio. Algún día me haré famoso y tú ganarás mucha pasta contando en la tele mis miserias de mal estudiante. Toma, póntelo.

 

–Claro, Einstein. Venga, al lío.

 

–Al lío.

 

Me dio un pequeño auricular que me metí en la oreja. Él hizo lo mismo con el otro y conectó la clavija al móvil. Luego pulsó el play de la aplicación y vi que el archivo duraba 9 minutos y 50 segundos.

 

Hubo unos segundos de silencio y luego escuchamos una profunda voz que decía llamarse León.

 

Lo primero que hizo fue saludar y presentarse. Luego enumeró los dildos que tenía describiendo sus formas, tamaños y colores; las cremas lubricantes que usaba y lo que iba a hacer, que era, básicamente, meterse uno de los gruesos. Terminaba con una advertencia: cuidado si estás en un lugar público o en compañía de otras personas porque puedes ponerte en un apuro...

 

–Qué modesto —comenté.

 

–Menudo fantasma.

 

Sergi y yo prestamos atención al sonido. Pasaron otros segundos y empezaron los jadeos y susurros con la misma voz grave del inicio. Estaba describiendo cómo era su culo y cuáles eran sus posturas favoritas.

 

–Qué vozarrón –dije–, es como la de los negros de las pelis porno.

 

–Chissss, calla. Por ahora me mola como empieza.

 

Los suspiros eran largos y profundos, mientras la varonil voz susurraba guarradas: me gusta que me estés escuchando, que la tengas dura mientras te hablo, que pienses en penetrarme duro, que imagines todo lo que me estoy metiendo... Todo entre jadeos y bufidos de gusto.

 

–Se me está poniendo morcillona, Sergi. ¿A ti no?

 

–Sí.

 

En realidad ya tenía las pelotas a reventar.

 

León continuaba gimiendo de placer, con su voz grave y sus gemidos largos, profundos y sobre todo muy reales. Sergi y yo nos mirábamos muy serios, atentos a todo lo que sonaba por los auriculares.

 

–Qué cabrón –dijo Sergi–, al final me ha puesto burro –y se recolocó la polla. Yo hice lo mismo, dejándomela ladeada. Al verme añadió: —Yo estoy más cómodo si me la pongo hacia arriba.

 

–Yo de lado.

 

–Yo recta del todo. Quedan más de cinco minutos, ¿lo adelantamos a ver cómo acaba?

 

–No. Quiero oírlo completo. ¿Crees que se correrá?

 

–Espero que sí. El cabrón me ha puesto...

 

–A tope –completé.

 

–A tope –confirmó.

 

Mi amigo Sergi y yo seguíamos en el sofá de su casa, escuchando con auriculares la grabación de un menda que habíamos visto en una aplicación de ligues gay. El tío se hacía llamar León y decía que cualquiera que escuchara su grabación no podría evitar correrse.

 

Nosotros estábamos comprobándolo.

 

De momento parecía que podía ser verdad porque nos había puesto la bragueta a reventar...

 

En nuestros oídos León seguía bufando de gusto como un animal. Ahora susurraba entre gemidos cómo se estaba metiendo el dildo por el culo hasta el fondo. En la grabación se dirigía directamente al oyente, a nosotros. Decía que sabía que ya estábamos empalmados, que eso le excitaba, le relajaba el culo para que le entraran mejor los consoladores. También dijo que le gustaría que acabáramos con él, que iba a pajearse fuerte con el consolador en el culo para que lo oyéramos y que se imaginaba que nos lo estábamos follando.

 

Sergi tenía las orejas rojas y respiraba deprisa. Se llevó la mano al pantalón y entonces se me ocurrió. Se la retiré y me miró, comprendiendo. En los auriculares, un macho estaba pidiendo polla como una putita sumisa, cosa que nos había puesto cachondos. Entonces acerqué mis manos al pantalón corto de mi amigo y con un leve movimiento de los dedos desabroché el botón. Su respiración se aceleró y me percaté de que la había acompasado con los jadeos de la grabación.

 

Con mis dedos le enderecé la polla bajo la tela del slip. Luego comencé a bajar la cremallera, presionando un poco para que la sintiera bajando por el tronco de su polla. Al llegar a sus bolas volví a subirla hasta pasarla por el frenillo y el glande, y una vez allí otra vez se la bajé hasta abajo.

 

Se lo hice varias veces, abajo y arriba, arriba y abajo, dejando que el roce de la cremallera sobre la polla lo matara de gusto. Sergi apretaba los puños en los cojines del sofá. Yo flipaba viendo cómo le temblaba la polla bajo la tela.

 

–No sé... cómo se te ocurren... estas cosas –gimió.

 

–Ni yo. Pero molan que te cagas.

 

–Ya me vengaré de ti... cabroncete...

 

–A ver cuánto aguantas.

 

Le subía y bajaba la cremallera con una lentitud desesperante para él, que aguantaba bufando y resoplando como el tío de la grabación. Cuando la baje, metí mis dedos por su bragueta y le palpé las pelotas. En ese momento una mancha de precum manchó la tela. Con cuidado, casi con ternura, se las masajeé a mi amigo, que se estiró sobre el sofá, jadeando. Estaba sudando y tenía las mejillas coloradas.

 

Sin tocarle la polla solo sobando sus testículos, se corrió. Chorros de leche rezumaron por la tela del calzoncillo, goteando hasta el suelo, al mismo tiempo que León anunciaba en la grabación que se también corría.

 

–Y yo... y yo... no pares... –jadeó Sergi, colorado como un tomate.

 

De repente el audio se cortó. A pesar del aire acondicionado, yo también estaba acalorado.

 

–Joder... joder... –jadeaba mi amigo. Yo le miraba callado–. Este cabrón... Bien sabía lo que decía...

 

Yo tenía empapado el calzoncillo. Esperé una intención de su parte de pajearme a mí y no dejarme a medias, pero se levantó del sofá y apagó el aire.

 

–Estoy mareado y todo, tío... Creo que me voy a dar una ducha. Joder... me tiemblan las piernas...

 

—¿Y mis libros?

 

—Hostia, se me había olvidado. Están en mi cuarto. ¿Te importa pillarlos tú?

 

Se fue al baño y yo fui a su habitación, empalmado, y metí mis libros en la mochila. Al salir, vi que Sergi se había dejado el móvil en el sofá e hice lo que cualquiera hubiera hecho en mi lugar: lo cogí y me envié la grabación de León al mío por whatsapp. Luego entré al baño y le grité que me iba. Pero antes me llevé sus gayumbos sucios, otra reliquia para mi colección.

 

 

 

 

 

 

 

Tomé el metro de camino a casa de Sito y me senté en el último vagón, que iba vacío. Recordé la voz de la grabación. Era casi hipnótica, lo que decía y cómo lo decía, esa manera ofrecerte el culo, de pedirte que se lo follaras, a todas horas, sin parar, que pusieras a prueba su aguante...

 

Yo seguía muy cachondo. Saqué de mi mochila el bóxer de Sergi recién lefado y me lo restregué por la cara esnifando el olor a limpio de sus juveniles testículos. Una ola de gusto recorrió mis dientes y mi garganta. Me bajé la cremallera con la otra mano y me toqué la punta de la polla por encima del calzoncillo. Me pringué los dedos de precum pegajoso. Metí mi mano un poco más, necesitaba sobarme las bolas. Entonces sonó un mensaje por megafonía: Por Favor Pedimos Un Poco De Educación. Este No Es El Lugar Más Indicado Para Ciertas Cosas.

 

Avergonzado, saqué la mano y guardé los bóxers. Miré la semiesfera del techo que escondía la cámara de vigilancia. Joder, qué corte. El conductor me había pillado en plena faena así que, aunque aun me quedaban un par de paradas, me bajé en la siguiente esperando que el tipo se olvidara pronto de mi careto...

 

Como estaba a unos quince minutos comencé a caminar rápido. Ya tenía una mancha en el pantalón; con el movimiento de las piernas no podía evitar que me rebosara la leche de los huevos. Necesitaba llegar pronto para correrme y aceleré el paso. Entonces el placer sobre mi escroto aumentó y no lo aguanté. Sin parar de caminar me corrí en los calzoncillos.

 

Menos mal que ya estaba casi en mi calle. Entré en la casa. Sito no estaba. Mi plan era ducharme y estudiar un rato, pero mandé a tomar por saco el estudio. Me metí en la ducha y con el agua calentita me la pude menear en condiciones y vaciarme otra vez, para quedarme tranquilo, más o menos...

 

Luego cené. Me alegró comprobar que la caca de mi móvil podía reproducir el audio de León, así que tumbado en la cama lo escuché otra vez, a oscuras, con auriculares y los ojos cerrados, con toda la calma del mundo, y así cayó otra paja y otra corrida sobre otra camiseta. Antes de dormir había decidido faltar a las clases de mañana para comprarme ropa interior.