miprimita.com

Viaje a la sumisión (8)

en Gays

Un sentimiento de vacío me invadió aquella semana. Los días iban pasando y no tenía señales de nadie. Azad parecía haber cambiado de perro, y en el gimnasio ni una sola cara conocida, ni una nota, ni una llamada.

Necesitaba sentirme útil. Me sentía libre, quizá demasiado libre. Los días fueron cayendo uno tras otro y llegado el viernes mi único deseo era encerrarme en casa. Llegué después del curro y me sorprendió escuchar música cuando abrí la puerta. No recordaba haberla puesto en la mañana. La música procedía del salón, desde donde también salía luz. Agarré un paraguas que había a mano, dispuesto a enfrentarme al intruso. Sigilosamente caminé hasta la puerta del salón, dispuesto a la pelea… El paraguas cayó de mis manos… No era posible. Me quedé clavado allí mismo, sin poder reaccionar. Recostado en mi sofá, leyendo un libro, estaba el tío por el que había llegado a rebajarme hasta el punto de llegar a ser un objeto de placer.

- Pe… pepe… pero.- Fue lo único que atiné a balbucear.

-¡Por fin perro! – Dijo lanzándome una sonrisa que me dejó completamente desarmado.

No recuerdo como, pero de pronto estaba arrodillado ante él.

-¿Señor? ¿Cómo?- Parecía que mis conexiones neuronales fueran encajando de nuevo, pero me sentía incapaz de articular una frase con sentido.

Él rompió a reír, mientras me miraba divertido, como un adulto que ha conseguido sorprender a un niño con un juego de manos.

-¿No es esto lo que querías Marcos?

-Sí.

-Pues aquí estoy ¿Cómo he llegado aquí? De la misma forma en que conseguimos tu número de teléfono o tus horarios.

De golpe todo encajó y recuperé el control de mi mismo.

-Siento mi reacción señor. He soñado con esto tantas noches que pensé que ya había perdido el norte del todo.

-Tranquilo tío. Y ahora dime ¿Qué quieres de mi?

-Ser suyo.

-Marquitos, necesito que me digas con exactitud y detalle que significa "ser mío".

-Quiero estar a su disposición, serle útil. Quiero rechazar mi voluntad, que la mía sea la tuya. Ser su objeto, su puta, su compañero, su perro o simplemente su amigo. No se si me he explicado. Esto es nuevo para mí y me cuesta explicar con palabras lo que siento por usted.

-A quedado claro. Gracias por ser sincero. Vamos a hacer una cosa. Es viernes noche, el domingo volvemos a retomar esta conversación. Ahora prepara algo de cena que me muero de hambre.

-Señor, gracias.

Preparé algo rápido con lo que tenía en casa. Monté la mesa y cuando estuvo lista lo llamé a cenar. Cuando vió la mesa su rostro se tensó.

-¿Pero que coño es esto? ¿Esperamos a alguien?

-No señor.

-Puto perro. Te queda mucho que aprender.

Empezó a revolver los armarios hasta que dio con un par de cuencos. Llenó uno de agua y el otro con parte de la cena mezclándolo todo. Luego los depositó en una esquina del salón y recogió uno de los servicios de mesa.

-Buen provecho perro. Aprende que tú sitio siempre va a estar a la altura de mis pies.

Me arrodillé frente a los cuencos y disfruté de mi cena en silencio y con una erección que dejaba claro hasta el punto en que disfrutaba de la humillación.

Acabada la cena se tumbó en el sofá dispuesto a ver una peli.

-Quítame los zapatos, solo los zapatos y masajea mis pies mientras veo la tele. Si veo tu nariz acercarse a ellos te la parto de una patada ¿Estamos? Se lo mucho que te gustan mis calcetos.

No me lo podía creer. Tenía el privilegio de tocar sus pies. Los calcetos estaban calientes y húmedos y un ligero aroma a sudor me hizo perder el contacto con la realidad, porque cuando me quise dar cuenta sus pies estaban golpeando suavemente mi cara.

-Perro ¿Estás bien?

-Si… si señor.

-Joder, ha terminado la peli y no reaccionabas. Ibas a piñón fijo con mis pies.

-¿Qué ya ha terminado?

Rompió a reir con sonoras carcajadas.

- Vamos a dar una vuelta perro. Mis amigos dicen que te entregas a tope y quiero comprobarlo por mi mismo.

Nos perdimos en la noche madrileña, hablando de igual a igual. Me contó que se llamaba Joaquín y que era publicista de cierto éxito. Le conté sobre mi vida en la capital, y para cuando me quise dar cuenta estábamos en la entrada de una discoteca de ambiente, más famosa por el tamaño de su cuarto oscuro que por el resto de la sala.

Nos deslizamos directamente al cuarto oscuro.

-Bien perro. Voy a estar a tu lado. Quiero ver como comes rabo. Me da igual el tío, quiero verte trabajar.

Empecé a rozar braguetas hasta que una mano me apretó contra una polla morcillona. Caí de rodillas y empecé a mamar. Era un rabo no muy grande, pero eso era lo de menos. En algún punto estaba Joaquín observando, evaluando mi trabajo, y me entregué como nunca. Los gemidos del tío indicaban que iba por buen camino. Comí polla como un cabrón, sin apenas detenerme a respirar, centrándome en el rabo que tenía en la boca hasta que mi garganta se inundó de leche. Lamí hasta dejar el rabo bien limpio.

Un tirón de mi camiseta me arrastró fuera del cuarto.

-Muy bien perro. Lástima que no he podido verte con claridad. Pero parecía que realmente estabas haciendo gozar al tío… y me alegra ver que me obedeces.

-Gracias señor. Estoy dispuesto a todo lo que usted me pida. Mi trabajo es obedecerle, hacerle feliz.

-¿Estás dispuesto a todo?

-Por supuesto.

-Me alegra oírlo. Ahora tengo que irme, mañana tengo una comida de trabajo. Te espero mañana a las 11 de la noche en casa de Pawel. ¿Recuerdas la dirección?

-Si señor.

-Nos vemos allí entonces. Diviértete si quieres esta noche. La única condición: Ni se te ocurra correrte.

Le vi alejarse por aquel pasillo oscuro, y por un momento dudé de si había sido real. ¿Por qué se había portado tan correctamente conmigo? No entendía que no hubiera aprovechado. Algo de sexo. Pero había preferido verme arrodillado ante otro tío que ante él. Faltaban menos de 20 horas para volver a verle, y esperaba que realmente esta vez si me dejara entregarme a él.

-¿Vienes?- Me dijo una voz a mi espalda.

Me giré para encontrarme un tío de unos treinta años, con unas facciones muy marcadas, labios carnosos, bien rasurado, pelo engominado con una camiseta y un vaquero muy ajustados, marcando perfectamente su pétrea anatomía.

Asentí con la cabeza sin más. Le seguí hasta que encontramos una cabina vacía. Apenas había cerrado la puerta a mis espaldas cuando se abalanzó sobre mi. Con una mano sujeto las mías sobre mi cabeza, mientras con la otra recorría mi cuerpo. Acercó mi cara a su cuello, olfateándonos mutuamente como dos animales en celo. Nuestras lenguas se enlazaron en un beso profundo, apasionado, como si esa noche fuera la última.

Su mano se deslizaba hábilmente por mi cuerpo, pellizcándome los pezones, frotando mi erección bajo en pantalón. Me giró, apoyando todo mi peso contra la pared empezó a rozar su paquete contra mi trasero, preludio de lo que poco después acaecería sin barreras. Me quitó el cinturón con brusquedad y en un rápido movimiento mis manos eran prisioneras a mi espalda. Ahora sus dos manos me recorrían, se deslizaban por debajo de mi camiseta, se perdían por mi pantalón, recorriendo cada centímetro.

Liberó mi cuerpo, obligándome a arrodillarme. Lentamente desabrochó su pantalón. No pude evitar restregar mi cara contra su paquete, recorriendo su rabo por encima del slip; hasta que no pudo más y lo liberó. Tenía una polla realmente grande, ligeramente curvada hacia arriba. No pude resistir y acercar mi lengua para disfrutar del líquido preseminal que se deslizaba lentamente hacia los huevos. Ese sabor a hombre me hizo entregarme por completo. Centímetro a centímetro, despacio fui tragándome aquel rabo, dilatando mi garganta para poder alojarlo en todo su tamaño. No quería retirarme, no quería respirar, solo quería rendirme a aquel rabo, solo existía aquel rabo. El tío me encajó contra la pared, empujando su rabo aun mas profundo. Cuando creía que iba a desfallecer la sacó del todo y me dijo –Respira tío, coge aire que te voy a reventar la boca.- Sin tiempo a reaccionar el rabo inundó de nuevo mi garganta, taladrándome a una velocidad increíble. Apenas si podía tomar aire. Lagrimas se deslizaban por mis mejillas, incapaz de controlar las arcadas, pero al tío le daba igual todo. Quería disfrutar. Yo simplemente era una boca para su uso.

-¡Joder tío! Vamos a ver si tu culo tiene el mismo aguante que tu boca.- Dijo mientras me ayudaba a levantarme. Bajó mis pantalones y me inclinó. Escupió varias veces en mi culo y sin pensarlo la ensartó hasta el fondo. No me dio tiempo a acostumbrarme a ella y empezó follarme a saco. Me dolía mucho, pero si algo había aprendido esos días era callarme y no quejarme. Me agarró de las caderas para imprimir más fuerza a su follada. Los ruidos de la discoteca me llegaban amortiguados, solo existían el aquí y el ahora. –¿Quieres tragar leche?- No respondí, esa no era decisión mía, si no suya. Sus jadeos se intensificaron. En un rápido movimiento me la sacó y me dio la vuelta, dejándome la cara frente a su polla. Viendo como se pajeaba frenéticamente. Abrí la boca al punto de recibir su corrida, abundante y dulzona. Aun recuperando su respiración me la clavó en la garganta, asegurándose de que quedaba bien limpia.

- ¿Quieres correrte?- Pregunto mientras me desataba las manos. Negué con la cabeza. Me coloqué el cinturón y salí sin despedirme.

Necesitaba salir a la calle. El frío de la noche me atizó con fuerza, devolviéndome a la realidad. Estaba a punto de tener aquello por lo que lleva semanas luchando y soñando. Estaba a unas horas de ser suyo. O eso es lo que yo esperaba.

CONTINUARÁ.