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El despertar incestuoso de Paola I

en Parodias

Pepe jamás imaginó lo que ocurriría aquella madrugada.

Los profundos ronquidos de Moni, había terminado por desvelar a Pepe. Por lo que se levantó y se dirigió al living e intentaría recobrar el sueño en el sillón en el que cotidianamente hallaba a su mujer, luego de un agotado día laboral. No bien terminaba de acomodar los almohadones, cuando sintió ruido en la puerta de entrada. Para su sorpresa distinguió que se trataba de su hija Paola, a quien creía dormida, pues se trataba de un día común de semana, y no había pretexto para llegar a esas horas: tenía que despertarse bien temprano para asistir al colegio.

Aprovechando que la luz estaba apagada, intentó hacerse el dormido, para de esta manera sorprender a su hija. “Ya va a ver esta mocosa”, pensaba Pepe.

Pero cuando rápidamente se apresuró a prender la luz, observó que su Paolita estaba totalmente ebria (o eso aparentaba), porque tropezándose con sus chinelas, cayó de bruces sobre el sillón, más precisamente, sobre sus piernas. Sus ojos no podían creer lo que veían: un enorme trasero, apenas contenido por un ajustado short de jean, apuntaba en su dirección, mientras asomaba la parte superior de una tanga de un potente fuscia, incapaz de no ser percibido por quien posara sus ojos en las descomunales nalgas de su hija.

“Papuchoooorgg, ¿qué hacezzz acá a estazzz horazzz?”, articulaba, con mínima coherencia, Paola.

“Papucho no podía dormir, entonces se recostó acá, y bue, llegast vos y…”, apenas podía responder Pepe. Se sentía mal por ella y creía que no había estado llevando adelante su rol de padre. Por otro lado, una sensación rara estaba recorriendo su interior: sentía como el cuerpo de la joven encima suyo, los manos aferradas fuertemente a sus piernas, y su inocente carita maquillada cual prostituta de arrabal, mirándolo, estaban poniéndolo a mil. “¿Me estoy excitando con mi propia hija? ¿Qué te está pasando Pepito mío?, se interrogaba a sí mismo.

“¡Hija mía, no podés venir a estas horas de la madrugada! ¡Si te llega a pasar algo yo me muero! Prefiero retarte y sermonearte que después lamentarme. ¡No vas a salir en semanas! Y para asegurarme de que vas a cumplir con el castigo, dormiré en el living.” Su voz no sonaba como habitualmente lo hacía. Había llegado la hora de demostrar quién era el padre de familia. A partir de ese momento, no pensaba decaer en su accionar como macho hogareño. No más.

“Pero papuchooorg, yooo voy a seguir saliendooo a pesar de lo que vozzz me digas, ¿sabé?”, replicó a medio entender Paola.

Eso pareció desatar la furia de Pepe. “¿A sí? ¡¿Quién te crees que sos mocosita?!” Acto seguido, y sin pensar en lo que hacía, dio un tremendo azote en la cola de su hija, que hizo que las nalgas se bamboleasen de un lado a otro, y la cara de la joven se incrustase entre sus piernas, ahogando el grito: “Ahhhhh, papito, ¿qué hacesss?”

Esto sorprendió a Pepe: “Dios, ¿qué estoy haciendo?”

Pero la verdadera sorpresa se la llevaría cuando su hija le replicó de una forma que lo de dejaría helado: “Pero papucho, para que una mina cumpla con lo que le pedis, tratala bien, acaríciale el pelo, y en dos segundos, te estará haciendo esto…” Y en ese momento, Paola bajó la parte inferior del pijama de su padre, y retirando el boxer, dejó al descubierto una polla, que comenzó rápidamente a erguirse a pesar de la negativa moral del padre. “¿Pero hija que hacés?”

No bien terminado de decir esto, una arremetida de su hija, llevó a que lanzara un profundo gemido: “Arggg, ¡¡¡diossss!!!” Su propia Paola engullía su polla de tal manera, que le hacía perder la noción de la realidad, nublándole la visión. Podía sentir como los labios de la joven apretaban su miembro, la lengua parecía enroscarse en los contornos del pene, y la saliva junto con el lápiz labial, permitían una constante lubricación, que sumado al líquido preseminal que comenzaba a emanar su miembro, facilitaban su rápida succión. “A esto le llaman sexo bucal, ¿sabías papucho?” La voz de su hija había recobrado su tono habitual. Esto llamo poderosamente la atención a Pepe, quién empezaba a sospechar algo respecto a su hija. Por supuesto no pudo responderle: la felación que continuamente le practicaba su hija, simultáneamente con boca y mano, lo paralizaba.

Pero lo que verdaderamente lo excitaba y preocupaba al mismo tiempo, era la cara de la joven: sus ojos no sólo trasmitían sensualidad, sino más bien, sexo descarnado y salvaje, cómo si no sólo supiera cómo hacer excitar a un hombre sino también cómo si se hubiera propuesto un objetivo esa noche, y lo estaba cumpliendo: “Así papu se hace, ¿lo ves?”, decía Paola, mientras de su labio inferior se desprendía un hilo de semen que se enredaba en el miembro de Pepe. “Sigo papucho, mira que sigo, gluppp, gluppp…” continuaba diciendo su hija, mientras de una sola vez, introducía el pene de su padre completamente en su boca, rozando sus dientes y paladar con él, hasta alcanzar la campanilla, para luego detenerse, sacarlo y comenzar todo otra vez.

Pero lo más sorprendente estaba por ocurrir. Mientras Paola le practicaba una mamada excepcional a su padre, el perro de la casa, Fatiga, se había acercado a esta, que con sus rodillas sobre la alfombra, había dejado expuesto su trasero, totalmente tenso y erguido. Esto pareció llamar la atención del can, que se acercó a la joven, y comenzó a olfatear entre las piernas de esta, pero de una manera instintiva y compulsiva, introduciendo de golpe su hocico, lo qué llevó a que Paola dejará soltar un gemido profundo y totalmente excitante, cuando comprobó de quién se trataba: “Ahhhhhhh, siiiii, fatiguita querido”

Esto hizo, que involuntariamente Pepe, intentara impulsivamente levantarse para propinarle un golpe al perro en su hocico, pero de tal manera que su torso quedó inclinado hacia el suelo y su pene se incrustó totalmente en la garganta de su hija, quien no pudo anticipar el movimiento de su padre. Esto hizo a su vez, que Paola empezara con arcadas, mientras el perro, lejos de inmutarse, y ante semejante espectáculo, intentaba penetrar a su hembra, tan sólo impedido por el jean del short, ante la atónita mirada del padre de familia.

“Mmmm, siiii papito, más fatiga, más por favorrr, soy tu hembra, dale no pares más…”, exclamaba su hija. Definitivamente se había olvidado de su autoridad, definitivamente sentía los intentos de penetración del perro, y definitivamente lo estaba gozando. Esto llevo a que Pepe, profundamente enfadado con la total promiscuidad de su hija, le propine decenas de cachetazos en las nalgas, y de un solo tirón, deje caer el short de su hija, para acto seguido correr un poco de lugar la tanga profundamente incrustada entre los labios vaginales de la joven, dejando el área libre para Fatiga. Este, instintivamente, localizó su objetivo, y de un solo intento, introdujera su miembro en la vagina de la joven, quien no había advertido nada de lo ocurrido, solo se había dejado llevar por el placer de lo acontecido. Solo pudo dejar escapar un descomunal grito: “Aaargggmmmmmm”, mientras intentaba no soltar el miembro de su padre aprisionado en su boca.

“Tomá putita”, exclamaba Pepe mientras abría de par en par los labios vaginales de su hija, facilitando la penetración a Fatiga. Este, aferraba fuertemente a su hembra, incrustando las uñas en la espalda de la joven, quien lejos de sentirse humillada, parecía disfrutar cada embestida de su perro. Jamás había sido dominada de esa manera, se sentía una verdadera hembra. Pero esto no le bastaba. Cómo había planeado desde un principio, simulando una borrachera, deseaba ardorosamente, ser poseída por su padre. Anhelaba ser insultada, degradada y sodomizada por este. Por eso es que decidió jugar una nueva carta… “Papucho, vizte lo que ez ser un verdadero macho, mmmmmm, tenía razon mamucha de que no tenes aguante a la hora de, mmmmmm, siiiiii”, decía Paola ensayando el mejor tono de ebria que podía, entrecortada por gemidos producto de la salvajes embestidas de Fatiga.

Las palabras que oyó de la boca de su propia hija, despertaron una ira contenida por años en el interior de Pepe. Sentía que debía reivindicar su viejo papel de macho, ser lo que supo ser en su juventud…una verdadera fiera sexual.  Y no dudo un segundo en levantarse, tomar a la joven de la cintura, erguir el cuerpo de esta, y girar bruscamente a su perro para que se ubique debajo de Paola. Sin miramientos, dejó caer de tal manera a su hija sobre el can, que el miembro de este se incrustó hasta el fondo en la vagina de la joven, produciendo un sonoro “plooop”, al intentar adaptarse nuevamente, las paredes vaginales a las dimensiones del pene canino. Paola, no fue ajena a esto, dejando soltar un ligero “ahhhh”, para luego continuar con expresiones pocos coherentes y entrecortadas “mmm, siii, másss, arggg…”

Pepe, lejos de detenerse allí, y posicionándose detrás de su hija, abrió las nalgas de esta, y escupiendo previamente en el ano de ésta, comenzó a introducir levemente y con cuidado un dedo en él,  para luego, observando la manera en que Paola parecía disfrutarlo, entregarse al frenesí total e introduciendo añadiendo un dedo más, aumentar la velocidad de penetración incrementando el tamaño de la entrada de dicha cavidad. Su idea iba más allá de proporcionarle un placer temporal a su nena: quería penetrarla hasta que pidiera piedad, hasta que lo reconociera como el macho de la casa, el padre de familia, el patriarca del hogar.

Su lengua se coló por la entrada del ano, y con las asperezas de su punta, se dedicó a jugar con la cavidad de la joven, lamiendo sus alrededores mientras sus bigotes raspaban la piel de su hija, provocándole un ligero estremecimiento que vino acompañado de un “aaahhhmmm, si papucho”.

Paola giró su cabeza para observar la situación. Era un sueño hecho realidad: podía ver a su padre deleitarse con su ano, mientras el perro de la casa follaba sin parar su vagina provocándole innumerables orgasmos. Para esto, ella debía incrementar las embestidas de Fatiga, mediante el balanceo de sus caderas sobre el miembro del can. Algo impensado horas atrás, pero que estaba valiendo la maldita pena. Se sentía enérgica, como si nada pudiera detenerla. Bueno, eso era lo que ella pensaba, porque esa sensación que alimentaba su sonrisa en el rostro, se desdibujó por completo, cuando sintió que su ano se ensanchaba primero, que sus nalgas se estiraban hasta alcanzar un punto límite y que la parte inferior de su cuerpo se partía en dos: apenas pudo mirar por detrás de sus hombros para comprobar que su padre estaba penetrándola vía anal sin miramientos y de un modo aún más salvaje que Fatiga. Sentía cómo sus piernas desfallecían y apenas podía tenerse en pie, si no fuera por la presión de las manos de su padre que la aferraban con rudeza de sus hombros, cómo por su espalda se deslizaba el torso sudado y peludo de su padre, y cómo el pene de este intentaba llegar hasta las profundidades de su intestino. El dolor que experimentaba era único y extremo. Tuvo que esconder su rostro en el pelaje de Fatiga, para reprimir el grito y los gemidos que la embestida de Pepe estaba provocando. El can, miraba a la joven, sin comprenderla y con una satisfacción que parecía emanar de sus ojos. Estaba satisfecho, y el semen de este, rebalsando literalmente por la vagina de Paola, y escurriendo por las piernas de ésta hasta caer sobre el pelaje de Fatiga y la alfombra, lo reafirmaba.

Pepe observó la escena con sumo placer, sin detener su tarea. “Eres una perrita en celo, Paolita. Tarde en darme cuenta, pero al final me agrada…”, decía el hombre a su hija, y mientras la sujetaba por el pelo con una mano, con la restante le propinaba cachetazos en las mejillas: “¡Dí que eres mi perrita, dale trolita, decilo!” La joven, que sentía al mismo tiempo extrañeza por la actitud de su papito, y al mismo tiempo, satisfacción plena que había ocultado el desgarrador dolor inicial, y entre gemidos y suspiros, sólo podía decir: “Siiiiii, soy tu perrita papucho, pero por favorrr, mmmm, ¡dame másss!” Pepe aumentó al máximo posible para su edad y estado físico, las embestidas sobre el ano de su hija. Sentía cómo la transpiración se escurría por su rostro y cuerpo, se deslizaba por sus nalgas hasta cubrir sus testículos, los cuales rebotaban constantemente sobre el cuerpo de la joven, en ese hueco que queda entre la vagina y el ano de una mujer. Allí impactaban ferozmente sus testículos, llevando a su hija al delirio total: “Mmmmm, seguí asiii, no pares másss, desgarrame el orto papucho, desgárramelo”, decía esto mientras itentaba reacomodar el pene del can en su vagina nuevamente, estimulándolo mediante continuas pajas.

Pero Pepe, advirtiendo los movimientos de su hija, y lejos de querer que el perro le quitara protagonismo, apretó con fuerza el brazo de Paola, deteniéndola en su cometido, y con un actuar veloz, incrustó sin vacilar, tres dedos en la vagina de la joven. No requería lubricación previa: los flujos orgásmicos y el semen del animal ya habían hecho su trabajo. “Mmmmmmmm…”, vociferó Paola, retumbando el gemido en toda la habitación. “¡Siiiiiiii, papá!”

Las palabras de su hija lo excitaron más aún, y no sólo mantuvo el ritmo de la embestida anal, sino que sus dedos se asemejaban en sus movimientos a un taladro, perforando la cavidad de la joven, mientras ensanchaban aún más de la cuenta, los labios vaginales.

Pero Pepe sabía que su hija no tardaría en venirse, y para tal momento, quería reservarse un asiento de lujo. Es por eso, que aceleró su bombeo anal, y sin aviso previo, más que un gemido ahogado, descargó todo el semen que sus testículos hubieran contenido desde su madurez sexual: “Aaaarrrggghhhh.” Acto seguido, se apresuró a aprisionar una con otra, las nalgas de la joven.

Ninguna relación sexual hasta el momento, siquiera con su mujer, había puesto de tal manera a Pepe, jamás había gozado de esa manera.

Decidió retroceder unos pasos para observar el espectáculo más maravilloso a sus ojos, mientras rozaba cachete con cachete, y los soltaba de repente: el emanar del ano de la joven, todo el esperma contenido, y el concomitante fluir hacia los pliegues de la vagina, para seguir su recorrido por las piernas, cayendo sobre la tanga rosada de Paola.

“Mmmmmm, papucho, diossss, me llenaste la colita de leche, mmmmmmm, si se entera mamá. ¡Cómo lo disfrute! Mmmm”, decía su hija a los cuatro vientos, y mirándolo a los ojos, mientras giraba su cabeza, y contemplaba el vertir del semen por su cuerpo.

Pero aún restaba algo más. Pepe, se acercó a su Paola, y mirándola a los ojos, ya sin ese furor que se había desatado hacía rato, aproximó sus labios a los de su hija, y temiendo que los rechace, le propinó un beso impulsivo pero temeroso. Ella, cómo si hubiese esperado esto por años, respondió con salvajismo, succionando los labios de su padre e introduciendo su lengua a más no poder. “Te amo hijita, perdón por lo de hace un momento, sólo quería que te comportaras correctamente, y respetaras mis órdenes…”, decía Pepe. “No importa papucho”, replicó Paola, intentando proseguir en su arremetida, esta vez, al torso de su padre, lamiendo sus tetillas y recorriendo su cuello con la lengua. “Quería esto desde hacía tiempo. La única manera de conseguirlo era haciéndote enojar. Y viste…¿tan mal no me fue no? Te amo papucho.”

Pepe, prosiguió en su tarea, desabrochando el brasier de su hija, y como pidiendo permiso, adentro su rostro entre los senos de la joven, para acto seguido, lamer cada centímetro de estos. Esta extasiado. Succionaba con deleite esas maravillas jóvenes, delicadas y turgentes, cómo queriéndole sacar jugo. “Mmmm”, dejaba soltar su hija por momentos, mientras tomaba con cariño y suavidad la cabeza de su padre entre sus manos, y al mismo tiempo lo guiaba por las regiones de su cuerpo. Sus pezones duros como rocas, sintieron la punta de la lengua de su padre, y luego sus dientes. Paola veía a Pepe jugar con sus pechos, mordisquearlos, apretarlos, para luego lubricarlos con saliva, propinándole suaves pero constantes golpes, que de a poco, iban tornando los pechos de la joven, en un tono rojizo… “Siiii papá, no te detengas por favor, ¡quiero másss!”, decía Paola entre suspiros.

Pepe, continuó con su labor, pero esta vez, se dirigió hacia la pelvis de la joven, no sin recorrer con su lengua, labios y bigote incluido, todo el camino hasta llegar allí, deteniéndose unos instante en el ombligo de la joven, lamiendo sus contornos, jugando con el pircing y provocando serios espasmos en su hija. Debía apurarse, si no quería que se corra sin que él fuera el protagonista de esto.

Llegó por fin a la vagina de la joven. Mientras lamía el clítoris de esta, introducía sus dedos entre los labios vaginales. Esta vez, su actuar estaba despojado de furia e ira. Quería hacer gozar a su hija, y estar lo suficientemente cerca de su boca cómo para oír los suspiros y jadeos. Querían que fueran uno solo, unidos por el fuego de la pasión. A sus cincuenta años, poco importaba la moral, el taboo que rodeaba al incesto, y los cuestionamientos éticos. Quería que su hija alcance el éxtasis y se corra en su boca. Deseaba que esta fuera la primera de una serie de relaciones con Paola, a partir de ahora su cachorrita. La quería para él, sólo para él. Por eso, no se apresuró en su tarea. La contemplaba extasiado. La veía retorcerse, secarse el sudor de la frente, recoger su pelo, acariciar su clítoris, manosear sus propios pechos. Lo miraba con deleite, como si cumpliese un anhelado sueño. Y eso, regocijaba a Pepe.

“Ahhhhhh, mmmmmm”, soltaba su hija, al compás de las arremetidas de Pepe en la vagina de la joven, mientras succionaba su clítoris y lamía con deleite el vello púbico de ésta. La agitación de Paola, el temblequeo de sus piernas, su voz que se entrecortaba, su piel que se erizaban, le indicaban una sola cosa a Pepe: un orgasmo inminente. Su boca, abierta, recibió el flujo de su niña, que salió como despedido de la cavidad vaginal, cómo si hubiese estado aprisionado por años en ese cuerpo, esperando la venida anhelada y soñada con su padre. “Ahhhhhhhh…”, gritó desaforadamente Paola.

Pepe, luego de contemplar la escena unos segundos, prosiguió lamiendo el clítoris de su hija, mientras con su lengua intentaba recolectar todo el flujo emanado por la joven. Mientras hacía esto, su miembro había recuperado vigor, y aprovechando el clímax de su hija, la tomó del mentón, y mientras esta abría su boca, su padre descargó nuevamente, una cantidad considerable de esperma que se esparció en decenas de hilos de semen.

Pepe observaba a Paola.