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Profesora lujuriosa

en Orgías

Mi mente ya estaba en blanco. Habían pasado las dos horas reglamentarias para finalizar el examen, y yo aún estaba escribiendo. Peor aún, escribía cosas sin sentido. No paraba de observara a mi profesora, la misma de aquella locura en un auto (su auto!). Tenía el cabello recogido, lentes, labios de un rojizo provocativo y una chaqueta típicas de una profesora. Lo que más me incomodaba (para hacer un examen, por lo demás me excitaba totalmente!), era el jean que tenía puesto, el cual al levantarse para dar vueltas por el aula, le apretaba su trasero. No era que tuviera nalgas protuberantes, ni mucho menos. Pero todo en ella me ponía a mil. Traté de distinguir, si llevaba puesta tanga o qué. Giró su cabeza de repente, y comprendió mis intenciones. Agaché la cabeza y trate de concentrarme en el examen. Al segundo, noté cómo el cuerpo de otra estudiante (éramos los únicos que permanecíamos en el salón), era preso de un fuerte temblor, y ella, intentaba aprisionar con todas sus fuerzas, sus piernas, cruzándolas. “¿Qué tendrá?”, pensé. Tal vez se estaba orinando, como yo, y no quería perder minutos cruciales que definiría nuestra carrera de estudiantes.

En ese momento, ingresó al aula, la directora de carreras, azotando fuertemente la puerta, cómo solía hacer cuando estaba de mal humor (normal), y era portadora de malas noticias. Digamos que no era muy querida por el estudiantado. Pero no había hombre que no quedara atónito al contemplar su trasero bambolearse al subir las escaleras, bajo una pollera siempre negra. Su rostro no estaba nada mal: profundos ojos negros que contrastaban con sus cabellos rubios, siempre atados, delicada nariz y finos labios de un rush siempre rosa, además de su collar de perlas característico. Se puso a dialogar con la profesora

Volteé mi cabeza al sentir que mi compañera de examen se movía de modo un tanto extraño. Tenía las manos aferradas a su pupitre, y mientras cruzaba al extremo sus piernas, mordía la lapicera balbuceando cosas incoherentes. “Profeee”, dijo, “no aguanto más…me hago pis…¿puedo salir? Pero tampoco quiero que me retire el examen porfa!”

La profesora al oírla, intentó abrir la puerta pero ante el tamaño golpe que la directora le había asestado, no pudo destrabarla. “Intenta tu”, me dijo. Me acerqué, pero mis esfuerzos eran en vano. “Lo lamento, hice todo lo que pude”, les dije. “Profeee…”, suplicaba mi compañera. “Silencio Sara, no ves que estoy pensando”, le respondió la directora. “Encima se han excedido de tiempo…ha eso venía, a decirles que esta área estaba por cerrarse…¡No vieron la hora que era! Diablos, ahora estoy encerrada con ustedes manga de incompetentes!”

La profesora recostada sobre su escritorio, cruzada de brazos, pensaba, con esa mirada perdida y sonrisa picarona que yo ya había comprobado días atrás. De repente se levantó, y mientras la directora seguía maldiciendo e intentando (en vano) comunicarse con el portero por celular, la profesora la sujetó del rodete que prolijamente recogía su cabello, y la azotó contra un pupitre. “Perooo, ¿qué demonios haces…?”, alcanzó a decir la directora. “Cierra tu mugrosa boca, putaaa!” La profesora estaba sacada enserio.          

“Me tienes harta con tus caprichos de ejecutiva barata! Ahora cállate y obedece!”

Tanto yo como mi compañera no podíamos creer lo que sucedía. “Tú”, dijo la profesora señalando a la otra estudiante, “¿no tenías tantas ganas de mear? Pues bien, hazlo sobre esa guarra!”

La joven no creía lo que oía. “¿Es que no me oyes? Baja tu jean y méala te he dicho! Si no lo haces repruebas y te recibes cuando tengas edad para usar dentadura postiza, ¿Me entiendes ahora?”

Ante la incredulidad de la estudiante, la profesora le propinó un cachetazo que casi la hizo caer de bruces. Hablaba enserio. La joven presurosa intentaba quitarse el pantalón, pero la hebilla del cinturón se lo impedía, estaba atorada. Pude ver cómo por sus firmes piernas de jugadora de hockey (lo sabía desde que empezamos a cursar, esto y mucho más!), comenzaba a traslucir la humedad de una orina que empezaba a brotar de su interior, mojando sus braguitas y el pantalón. La profesora le ayudó con la tarea, y con mucho salvajismo le propinó tres cachetazos en sus nalgas. Yo que estaba a escasa distancia, casi me desmayo del morbo.

La joven, sin más fuerzas, empezó a orinar, pero la profesora, sujetó con fuerzas sus nalgas y la obligó a subirse a un pupitre, colocándola justo por encima de la directora, que estaba perpleja y sin moverse. Una vez allí, abrió sus nalgas, le propinó una última cachetada y la joven, automáticamente y dejándose llevar por las exigencias de su cuerpo, comenzó a orinar sobre la directora. “Si!, así Sara así…”, decía la profesora llena de lujuria. “Pero que demonios, detente!…”, había alcanzado a decir la directora, pero al tener la boca abierta, la orina la colmó y al no querer tragarla, la devolvía hacia fuera, cayendo por su mentón y cuello. Parecía cómo si un balde se desbordara ante el exceso de agua. Podía observar cómo su cuello fuertemente tensionado por la furia y los deseos de no tragar aquel líquido, se contraía al ritmo de la glotis, que lejos de poder soportar tanta orina, la expulsaba mediante fuertes arcadas. “Glp, glp…”, se le oía (o más bien, intentaba) decir a la directora, que cual bebé, había comenzado a impregnar sus ropas de orina. La blusa, toda húmeda, le transparentaba los pezones (siempre en punta), su pollera toda empapada, marcaba sus torneadas piernas, y desde mi posición, podía distinguir por entre sus piernas abiertas, las bragas que se enterraban en un coñito sin depilar.

Al ver que la joven ya había vaciado todo la orina contenida en dos horas de examen, la directora empezó a despacharse: “Pendeja idiota! Y vos puta, te voy a poner en patitas a la calle, perr…”, pero la profesora, sin inmutarse, tomó las braguitas todas mojadas de la estudiante, y mientras con una mano la aferraba del cuello a la directora, con la otra le introducía hasta la laringe, la tanga de la joven “Mmm, mmm…”, intentaba decir la directora. “Cállate perra inmunda”, replicaba la profesora. Y mirándome, me dijo: “Cris, ven conmigo, y hagamos que esta yegua relinche de verdad”

Yo cual zoombie, me dirigí hacia donde se hallaban las tres mujeres, y sacando mi pene de mis calzoncillos, lo puse a disposición de la profesora. Esta, inclinándose, me dijo: “sabrás lo que es disfrutar una verdadera mamada, que sólo una  mujer sola y excitada puede darte”, y acto seguido, se tragó mi pene completamente.18 centímetrosde carne maciza cual roca y venas que bombeaban a mil por segundo, eran engullidas por mi profesora, mientras me sujetaba los testículos con la mano restante. “Arggg”, gemía, sacaba mi miembro de su boca, lo contemplaba, lamía con la punta de su lengua el glande, y luego de impregnarlo con una mezcla de su propia saliva y mi líquido preseminal, lo volvía a devorar. “Glup, glup”, era el sonido de su boca en contacto con mi completamente lubricado pene. En ningún momento había dejado de mirarme a los ojos y eso me excitaba aún más. Yo no paraba de emitir quejidos: jamás me habían hecho una mamada de esa manera!

“Profe, no puedo más, me vengo y no sólo eso, sino también que me estoy meando encima!” “Aguanta un poco más”, me dijo. “Antes, disfruta esto!”, y acto seguido, soltando mi pene, se tragó completamente mis bolas, jugó con ellas un instante y luego abriendo mis nalgas, escupió en mi ano, “Profeee, ahí nooo!, arghhhhhh!”

El placer fue inmenso: el calor interno de mi cavidad se fundió con el frío de la punta de su lengua, que se habría paso dentro mío.

No sabía que hacer, estaba a mil. Con mis piernas abiertas completamente, intenté erguir un poco mi espalda, pero al no tener donde apoyar mis brazos, aferré mis manos en las piernas de Sara, que luego de orinar, se había recostado sobre el pupitre, con las piernas abiertas y su coño apuntando directamente a mi rostro. Impulsado por el placer que me invadía, enterré mi cabeza entre sus piernas. Intentó detenerme cruzándolas, pero con una fuerza descomunal (entiéndanme!), se lo impedí, y apartando aún más una pierna con otra, le comí (si!, literalmente), el coñito. Mi lengua giraba y giraba sobre su clítoris, para luego deslizarse hasta sus labios vaginales, e introducirse hasta donde los límites me lo permitían (no morales obvio!). Un profundo “ahhhh…hijo de put…!”, se dejó oír en la sala.

Pensé que me correría de una cachetada, pero en vez de eso, me sujetaba la cabeza y me acariciaba el pelo, como si me guiara en mi recorrido por su vientre y vagina. “Másss!”, me suplicaba, “hasta el fondooo!”. Los líquidos que empezaba a verter de su coñito, se mezclaba con la orina contenida en los poros de su piel, dándole a esa zona de su cuerpo, un cierto gusto dulzón y ácido al mismo tiempo, que me excitaba a más no poder. Imagínense! Mi ano siendo escarbado por lengua y boca de mi profesora (si! mi profesora!, leyeron bien), y mi propia lengua recorriendo el coñito de una compañera mientras ésta me pedía más!

 Continuara...lo más antes posible espero