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Sexo anal y zoofilia

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Sexo anal y zoofilia. La madre de mi amigo.

La última cerveza ciertamente me había producido náuseas y mis ojos apenas distinguían lo que a metros de mí hubiera de hallarse. Mientras mis amigos continuaban jugando con los naipes, bebiendo y profiriendo insultos con cada partida perdida, me levanté  y me dirigí al baño. Para ello tuve que adentrarme por el pasillo que comunicaba con las habitaciones pues el baño de servicio estaba descompuesto. Sentía vergüenza ante la posibilidad de vomitar en cualquier parte y apresuré el paso. Pero antes de ingresar al baño, me paralicé. Mis sentidos estaban totalmente dirigidos a la habitación al fondo del pasillo. Era la de los padres de Chelo, mi amigo. Desde la profundidades del cuarto, se vislumbraba ante una puerta semiabierta, una tenue luz. Pero lo que había llamado mi atención era un sonido en particular. En realidad, sonidos prolongados pero atenuados, como si alguien estuviera reprimiendo un grito. Me aproximé lentamente. Sentía una intriga que me arrebató del estado de estupor en que me hallaba hacía unos segundos. Asomando mi cabeza, noté, con total asombro, como Carina, la madre de Chelo, escondía su cabeza entre las almohadas, sus brazos extendidos se aferraban al colchón, y su cuerpo contorneado de tal manera que sus muslos se elevaban y sus rodillas descansaban sobre la cama.

Pero el morbo del tal cuadro, no lo proporcionaban solamente los constantes gemidos de la mujer, el balanceo de sus generosos senos, las sabanas entrelazadas en sus pantorrillas, sino el brillo que emanaba de sus labios vaginales, sobre los que arremetía sin reparos las inquisidoras lenguas de dos canes. Dos doberman de un tono marrón y fino pelaje, lamían el sexo de Carina, mientras sus bultos colgaban estrepitosamente y ya se advertía el rojo sus genitales que clamaban por penetrar a esa golfa que se entregaba sin prejuicios a sus fieles mascotas.

Instintivamente, ya había desprendido el cinto, y había dejado deslizar por el suelo mi pantalón y acto seguido, hice lo mismo con mi slip. Sentí una liberación total. Mi pene parecía a punto de estallar. No dudé en comenzar a masturbarme. La escena era digna de tal accionar. En ese momento, sentí que entre las almohadas, la mirada de Carina se posaba en la mía. “Mmm, siii, cristiannn, siii, vení acá, acercate, te necesitooo”, oí decir a la mujer. Y como un autómata, o más bien, un siervo de pleno siglo XII, me dirigí hacía ese cuerpo, dispuesto a todo. La observé fijamente, en esos segundos en que me encaminé hacia la cama. Ciertamente denotaba unos kilos de más y sus nalgas tenían algunos pozos propios de la edad. Pero era innegable que excitaba a cualquiera que contemplase esos enormes y blanquecinos pechos, cubiertos por una exorbitante aureola rozada. A esto, se le sumaban las impresionantes dimensiones de su trasero, la sensualidad de sus piernas y sus cabellos rojizos, que cubiertos de sudor, se adherían a su rostro, rematado por unos preciosos ojos verde esmeralda resaltados por el oscuro tono de su delineador, lo que le profería un aspecto ciertamente lujurioso. “Gracias a dios que llegaste, bebé”, me dijó. “Observa a los perros, están que mueren por cogerme. Soy su hembra…¿lo sabías? Desde que mi esposo trabaja en turno noche ya nadie me satisface. ¿A quién piensas que recurriría?”, advirtió entre risas. Los perros mientras tanto, ladraban y se mostraba unos a otros y en forma desafiante, sus afilados dientes. Temí que me mordieran. Pero ante la orden de su dueña “¡quietos bebés!”, agacharon sus orejas y se mantuvieron firmes, permaneciendo acostados arriba de la cama, esperando las próximas instrucciones de su hembra.

Yo la observaba sin comprender demasiado, no sus palabras sino más bien lo desopilante de la situación. Por eso me quedé quieto en mi lugar mientras mi pene permanecía totalmente erguido, listo para ser usado ante cualquier indicación. Mis ojos estaban enfocados en sus pechos, me apetecían como ningún manjar en la faz de la tierra. Ella, al percibirlo, me dijo, en un tono repleto de sensualidad: “¿los quieres bebito?, ¡qué carajo estás esperando dulzura mía!”, y lentamente, me aproximé y con delicadeza lamí su seno izquierdo como si de un principiante me tratara. “Pero Cris, no tengas vergüenza, haz como si estuvieras hambriento, ¡cómetelo sin pudor cariño!” Dicho esto, desperté del letargo y previo escupitajo, succioné su pezón como esperando que manara leche materna. Luego, hice lo mismo en el derecho, sin dejar de recorrerlo todo con mi lengua, deteniéndome especialmente, en el rincón formado por ambos senos. “Mmm, bebé, si sabía que ponías tal empeño hubiéramos arreglado algo antes ¿no?”, me decía sin dejar de observarme y con un tono que recordaba a una madre ayudando en tares escolares. “Despacito, asiii amor…más lento, noooooo, ¡más fuerte!”, decía a cada rato poniéndome a mil y al mismo tiempo, tratando de aleccionarme, de prepararme en el largo camino del sexo. Quería que fuera su discípulo, y estaría encantado de serlo.

“Detente amor”, me dijo. Pero sin oírla, me abalance y le propiné un beso de los más frenético, mordiendo sus labios, succionando su lengua, uniendo nuestros hilos de saliva. Entre gemidos y mientras aprisionaba sus senos entre mis manos, replicaba “mmm, tenés amor que hacerme un favor. Mmm, agarrá el bulto de Tomy y después de que me hayas lamido bien la conchita, mmm, ensártamelo hasta el fondo, ¿siii?”   

Dicho esto, abrí de par en par sus piernas, y hundí mi mentón en su vagina, mientras con mi lengua rodeaba los contornos de su clítoris, a una velocidad impresionante, provocándole ligeras convulsiones corporales, al tiempo que por el rabillo del ojo, comenzaba a notar como crecían los miembros de los canes. A la vista de que sus labios vaginales no podía lubricarse más de lo que estaban, me aparté, la aferré de la cintura y girándola de tal forma, la coloqué sobre la cama de la misma manera en que la hallé en un principio: en cuatro patas y sacando cola según la expresión  coloquial. Tomando el pene de Tomás, quien era aún cachorro (contradicho por las medidas de su miembro), sin ninguna inquietud (a esta altura lo único que deseaba era correrme en o fuera de ella), lo aproximé a la entrada de su vagina y luego de que ella hubiera asentido con su cabeza, lo empujé con todas mis fuerzas, provocando en el can un quejido y en ella, un sonoro: “¡Ahhhhhhhhhhhh, dios mio!”

Jamás vi embestidas tales como aquellas. El perro parecía poseído de lujuria y arremetía contra Carina con una fuerza descomunal. El miembro se deslizaba completamente por el interior de la mujer:20 cm. de carne y venas introduciéndose sin contemplaciones por una vagina en su dilatación más extrema. No aguante más y volviéndome hacia ella, sujete mi pene y con fuerza atravesé prácticamente su boca hasta sentir el choque con su garganta para luego aferrarme de sus cabellos y comenzar mi propia penetración.

Por momentos me detenía para contemplarla y darle un pequeño respiro. El echo que mi pene llegara hasta el fondo de su cavidad bucal y rozara su campanilla, le provocaba arcadas, situación que me excitaba aún más. Pero en ningún momento se opuso, y siguió conservando para mí una sonrisa gatuna mientras fijaba sus preciosos ojos verdes en mí. Eso multiplicaba mi lasciva y arremetía con todas mis fuerzas, para luego sacar mi miembro, envuelto en un fino hilo de líquido preseminal y saliva, que terminaba en los pliegues de sus labios. ¡Dios, que locura sexual! Una cuarentona en cuatro patas, follada vaginalmente por una de sus mascotas (mientras la otra esperaba con locura su turno) y yo meta introducir mi pene en su boca.

Observé como el perro, aferraba con más fuerza incluso, sus patas delanteras a los hombros de Carina, y al quejido del can, siguió un gemido prolongado e intenso de la mujer, al momento que soltaba mi pene de su boca. “Ahhhhhhhh…” Era claro: un orgasmo ante la inminente venida de Tomy. El espectáculo me fascinó: el propio can intentando safarse de su hembra, impedido por la bola que estaba prácticamente encajada entre las paredes vaginales de Carina, mientras de esta, manaban pequeños hilillos de semen y otros fluidos, que recorrían los contornos de sus piernas, depositándose en el lecho matrimonial. Los quejidos del can, se tornaban unísonos con los espasmos de Carina, pues cada vez que este intentaba liberarse, su miembro aún duro y la inmensa bola que estaban enterrados en la vagina de la mujer, parecían partir su ser en dos.

Tal vez a otro sujeto la situación le hubiese dado cierta repugnancia. No era mi caso. La cerveza en mi cabeza era un impedimento para distinguir bien lo que acontecía. Además, hacía años que conocía a Carina, y siempre me había gustado esa actitud tan sensual y desinhibida. Siempre ma habían atraído sus pechos, un tanto caídos pero inmensamente generosos, que dejaban entrever siempre por debajo de finas batas o remeras, la proporción descomunal de sus pezones y las aureolas que hoy podía apreciar nítidamente. Sus ojos verdes siempre delineados y sus rojizos cabellos habían sido objeto de muchas erecciones. Esto hizo que sin pensar más, y mientras el can intentaba safarse todavía, me posicionar por sobre sus nalgas, y suavemente, colocara la punta de mi pene en la entrada de su cavidad anal. Un leve “mmm…” dejó escapar la veterana. “Sabía que lo deseabas, bombón. Adelante, pero ten mucho cuidado. Hace mucho que nadie recorre ese camino amorcito.”

Su consentimiento me puso a mil. Pero aún así, trate de comportarme adecuadamente. Por eso, separando lo más que pude sus nalgas, y escupiendo la punta de mi glande, lo introduje con suavidad en su ano. Jamás había hecho un anal en mi corta vida. Sentía que las paredes interiores de su ano estrujaban la cabeza de mi pene, que sus nalgas aprisionaban el resto de mi miembro, pero la sensación, era en sí misma indescriptible. “Ahhhh”, exhaló Carina. Esto alentó el ritmo de mis penetraciones, que de a poco se iban intensificando, y en consecuencia, una porción cada vez mayor de mi pene se introducía en el interior de su cuerpo.

Mi posición era ciertamente incómoda, pues debía mantenerme en cunclillas y tratar de evitar al perro, que debajo de mí seguía tratando de liberarse de su prisión de carne.

Lo que ví a continuación, me dio tal morbo, que mi arremetida sobre el ano de Carina fue de tal magnitud, que mis testículos estallaban contra sus labios vaginales. El perro por fin se liberó, y mientras emitía un pequeño aullido, contemplé como un borbotón de semen canino se vertía por los pliegues vaginales de Carina y caían sobre las sabanas.

Mis arremetidas se multiplicaron, mientras la presión de sus nalgas sobre mi miembro me provocaba espasmos, no por eso detuve mi accionar. Podía ver como sus tetas se balanceaban y estallaban contra su pecho en cada penetración, enrojeciendo sus pezones y provocándole muecas de un profundo placer. “Amor… traéme a Sultán, please, aaahhhrrrggg”, me decía entre gemidos.

Deteniéndome por escasos segundos, silbé y el can se acercó a su dueña, quien acariciando su lomo, lo tomó de sus patas traseras, lo posicionó de tal manera, que el rabo del perro estaba sobre su cabeza. Por sobre sus hombros pude ver cómo el miembro del can se endurecía y ella, aferrándolo cual sable, lo doblaba del tal modo, que podía lamer la punta del mismo, para luego comenzar a succionarlo. ¡Mamá!, que espectáculo. En ese momento, abrí con todas mis fuerzas sus nalgas, para contemplar cómo el agujero de su ano se replegaba para luego abrirse y mostrarme la totalidad de sus pliegues enrojecidos, producto de la colosal fricción, y sin darle más tiempo, introduje nuevamente mi polla en su cavidad trasera, mientras ella reprimía el dolor con medio pene del can en su cachete derecho.

Succionaba, succionaba, deteniéndose sólo para soltar un gemido: “mmmm…” sabía que ya no podía más. Mi pene parecía explotar. Ya no aguantaba la presión. Necesitaba lanzar. Es por eso, que tomándola con una mano de su hombro derecho, y con la otra jalando de sus cabellos rojizos, enterré mi pene completo en su interior. Parecía que la había empalado. “¡Aaahhhhhhhh, papito!”, auyó, mientras su cuerpo parecía convulsionar, y mientras sus labios vaginales ya no podían contener el flujo que manaba de su interior, descargué todo el semen contenido en mis testículos. Al momento que me zafaba de la prisión de sus carnes, observé como mi semen se deslizaba por su ano y llegaba hasta la raja de su vagina, para juntarse cuales arroyos, con su flujo vagina, y deslizarse por entre el valle que formaban sus pliegues hacia la cama.