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Profesora lujuriosa II

en Dominación

El coño de mi compañera se me antojaba un manjar, depilado y tierno. Sus constantes gemidos me obligaban a seguir con mi tarea. Levanté  una de sus piernas para mejorar la penetración de mi lengua y excitarla aún más. La miré directo a los ojos. Había un total consentimiento por su parte. Así que procedí a introducirle dos de mis dedos en su coño, repleto de jugos. “Mmm…”, dejó oír, mientras mordía su labio inferior con lascivia. Sujetaba mi cabello entre sus manos: “sigue así Cris…cómeme el coño…muérdelo, saboréalo para mí…sííí!!!”

Mientras tanto, la profesora seguía hurgando en mi ano. “Mmm…”, decía, intentando abrir aún más mis nalgas. “Qué lindo culo tenés!”, repetía aferrando sus manos en mis piernas, dando de vez en cuando una lamidita en mis bolas.

Estaba que no podía más. Ya no pensaba, obraba casi por instinto. Así que me abalancé y despojé de su remera a mi compañera de examen. Un sostén de animal print, contenía sus pechos, no gigantescos pero sí lo suficientemente turgentes. No me contuve, y los aferré entre mis dedos, mientras jugaba a friccionar sus pezones. “Siii…espera…detente…o siii!!!, sigue!”, decía Sara con total incoherencia. El placer obstruía su pensamiento.

Lamí sus pechos primero con total delicadeza, y luego, con un furor endemoniado. El sudor que corría por la piel de sus senos le daba un sabor único. Podía ver cómo sus pezones de un tímido rosa, iban mutando a un púrpura violáceo, mientras se endurecían al ritmo de mis acometidas bucales. “Mmmmmm”, repetía a cada rato.

Giré mi cabeza para ver en que estaba mi querida profesora. Se había quitado la chaqueta para dejar paso a una especie de top blanco, (de licra tal vez?), que empezaba a traslucir la dureza que sus pezones cobraban a cada instante. Sin dejar de aferrar mis nalgas con sus largos dedos, dejó su tarea para observarme. Una sonrisa picarona recorría su rostro. Abrió la boca y me mostró su lengua, la cual estaba cubierta por algunos pelitos de mi culo. Le sonreí mientras le señalaba haciendo un gesto con mi cabeza, la directora. Hacía rato que no emitía sonido alguno (cómo para no!, aún tenía taponada su garganta con la tanga de mi compañera, y de su boca empezaba a chorreársele hilillos de baba). La profesora se volteó. Pareció desafiarla con la mirada, e impulsivamente, introdujo algunos de los dedos de su mano derecha (o fue tal vez la mano entera, por Dios que locura!), en la boca de la susodicha, provocándole repetidas arcadas, hasta extraer en su totalidad (no sin hacerlo con cierta lentitud, para provocarle más arcadas), la tanga toda humedecida por los flujos, yo goteando hilillos de saliva, que dejaba caer con morbo sobre el rostro de la directora.

“Me lo vas a pagar puta!”, le dijo a la profesora con voz media ronca, producto de la sequedad de su garganta y los continuos roces provocados por los elásticos de la tanga. Pero la profesora, lejos de inmutarse, exhibió ante los ojos de la directora, su lengua en todo su esplendor (“diablos”, pensé, “deben ser10 centímetrospor lo menos!”), mostrándole los pelos de mi culo enredados en su punta. “¿Qué vas a hacer con eso?”, dijo la directora. Pero sin responderle, la profesora la aferró del cuello con una mano, mientras le propinaba un cachetazo en la mejilla izquierda con la otra: “ahhhh!”, gritó la directora. Ese momento, en el que la boca de la ésta se abría al borde de sus límites, fue aprovechado por la profesora, que más que propinarle un beso, más bien mordió el labio inferior de la directora primero, y luego le introdujo la totalidad de la lengua hasta las profundidades de la su boca, rozándole sin dudas la campanilla. Esto duró por largos segundos, en los que la victima intentó desligarse de la boca de la profesora, pero ésta la aferraba con todas sus fuerzas (si vieran la presión que ejercía sobre los cachetes de la directora!, los nudillos parecían salirse de su lugar!), enterrando aún más su lengua, recorriendo su paladar y encías, mientras intercambiaban regueros de saliva, la cual caían a borbotones por sus labios.

“Me la vas a pagar perra!”, alcanzó a balbucear la directora, pero se detuvo cuando una primera arcada sacudió su cuerpo, dejando escapar un chorro de saliva, pero ante la viscosidad de líquido emanado de su garganta, no pudo escupirlo, y este cayó en un hilo (muyyy espeso) hasta su mentón, balanceándose un rato y dejando ver los enrulados pelos de mi culo enroscados alrededor del escupitajo. La profesora, lejos de conmoverse, tomó entre tres dedos de su mano derecha el espeso líquido, y mientras con la otra levantaba lo más que podía su boca, haciendo fuerza desde el paladar de la propia directora, introdujo el asqueroso (y morboso!) escupitajo hasta la garganta de la víctima, retirando sus dedos, para con más impulso, clavarlos nuevamente hasta donde los límites lo permitían. “Noñññ, glup, nnnrrrr…”, balbuceos incoherentes eran los que dejaba oír la directora desde el fondo de su humanidad y mientras la profesora seguía haciendo fuerzas para seguir penetrando la boca de ésta con su mano. Creo que se detuvo cuando la presión de los dientes de la directora (su quijada parecía romperse!), hincaban con tanta fuerza sobre el antebrazo de la profesora, que las marcas estaban empezando a dar lugar al sangrado. “Mira lo que hago con tu esófago!”, le dijo a su victima. Y empezó a retorcer su brazo por el interior de la directora. Cuando lo sacó con total brusquedad (para nada inusitada ya), una fina capa de saliva y otras porquerías cubrían su brazo y mano.

Creía que la directora la insultaría una vez más, pero cayendo de bruces, mientras sus manos y sus rodillas se apoyaban en el suelo, su espalda trataba de erguirse, y su culo se elevaba hasta donde le era posible (la famosa postura “a cuatro patas”), vomitó. Un reguero de saliva mezclado con bilis y otros líquidos viscosos, formaron un charco sobre las cerámicas que cubrían el suelo del aula.  Su cuerpo convulsionaba, su garganta se contraía, su cuello se tensaba. Cuando al fin cesó, su mirada parecía perdida. Creo que había caído en la cuenta de las humillaciones a la que estaba siendo sometida. Se miró a si misma. Tal vez creyó que no era posible caer tan bajo para alguien de su posición.

Pensé que la profesora había tocado el límite. No podía ir más allá de lo que había hecho. Pero me equivocaba. La misma sonrisa de siempre invadía su cara. Contempló unos segundos a la directora, y con total regocijo, le dijo: “Ya ves, tal vez hice lo que muchos no se hubieran temido hacer, pero te aseguro que todos lo pensaban…alguien debía ponerte en tu lugar, ¿o no? Puta engreída!”

La directora se incorporó y se le abalanzó agitando sus brazos y vociferando: “Te voy a matar putaaa!” Pero la profesora la redujo en un instante y girando el cuerpo de esta, la inclinó de tal forma, que pateó su trasero, y la directora cayó nuevamente sobre sus rodillas. Pero no se detuvo allí. Una perversión absoluta dominaba el espíritu de la profesora. ¿Todo sería atribuible al deseo de venganza? Algo me decía que había cosas más profundas, deseos mucho más oscuros de lo que pensaba. Pues, inclinándose un poco, tomó a la directora por la cintura, abrió su camisa, y despojándola de su corpiño, le propinó una patada sobre su trasero, cayendo ésta, de bruces, sobre el charco de su propio vómito.

No se detuvo. Descorrió con su zapato ligeramente la pollera de la directora, y dejando ver su tanga, dijo mirándonos “Y ustedes que creían que era aún virgen…es más puta de lo que pensaba! A ver putita…dime si te gusta esto!”, y acto seguido, enterró la punta de su zapato en la vagina de la mujer, cada puntapié enterraba la punta un poco más adentro, y por si fuera poco, clavó el taco aguja en el ano de su víctima, agujereando la tela de las bragas de ésta. “Ayyyyyyyy!”, gritó despavorida la directora. Pero la profesora seguía, cada vez con mayor sadismo. Cada impulso de su pie, hacía que la fricción entre la punta de cuero del zapato terminado en V, y las paredes de la vagina, fuera cada vez más intensa y dolorosa. Los flujos chorreantes que su coño despedía, hacía que la dureza del cuero se atenuara un poco. Cada penetración del pie de la profesora, hacía que el cuerpo de la profesora volviera a convulsionar y se retorciera,  causando que sus senos froten las cerámicas del suelo, esparciendo un poco más el charco de vómito, dibujando con la erección de sus pezones, mil formas entre el viscoso líquido. Su vientre estaba cubierto de vómito, también su mentón.

Algo me decía que la directora había cambiado de parecer. O por lo menos su cuerpo lo manifestaba así. Ya no gritaba de dolor, aullando como hacía rato. Sino que ahora gemía descontroladamente: “ammm, siii, sigue así, sigue por Dios!”. La profesora, totalmente excitada, incrementó hasta el límite de sus energías sus penetraciones. La punta del zapato había cumplido su misión: había abierto lo suficiente el coño de la directora, dilatado de tal manera sus paredes, que el zapato cabía hasta la mitad. “Me vengo por Dios…me vengo!”, decía con vociferaciones de por medio. “Siiii!”, replicaba la profesora. Jamás vi cosa igual: sus piernas desfallecieron, su cuerpo pareció convulsionar de forma nunca vista y sus senos se balanceaban frenéticamente chocando entre sí  o impactando de lleno en su rostro. Un chorro salió despedido con tal fuerza, que mojó el jean de la profesora a la altura de su pelvis. Luego siguieron cientos de chorros más: “Aaahhhrrrggg”, decía mordiéndose los labios.

Esto, me excitó a tal punto, qué decidí tomar partida en el asunto. Me levanté del pupitre dispuesto a todo.

Continuará.