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Ciencia extraña

en Fantasías Eróticas

Plastic tubes and pots and pans,             Tubos de plástico y cazos y ollas

bits and pieces and                                  bits y piezas y 

magic from the hand.                              magia desde la mano.

We´re making                                          Estamos haciendo

WEIRD SCIENCE                                  CIENCIA EXTRAÑA

Oingo Boingo “Weird Science”

 

            Las fantasías sexuales son uno de los ejercicios más habituales de la imaginación madura: resguardarse en veleidosos escenarios ataviados de erotismo para consumar lo inalcanzable, recrearse en compañeros de cama imposibles o actividades que no comulgan con nuestros encuentros normales, tener en nuestra compañía la dulce forma de la imagen desatada del más atractivo de los encantos platónicos.

            Y sin embargo, hay un sueño o una fantasía que rivaliza con lo sicalíptico en la mente de todo ser humano. Es el afán envidioso que corroe al hombre cuando, loco de celos, observa el ágil aleteo de un pájaro, el simple y elegante movimiento de lo animal contra la sofisticación extrema y torpe de nuestras avanzadas máquinas. Ante la fragilidad de nuestro ingenio que palidece.

            Y hoy es mi intención plasmar mi mayor fantasía. Si desease el escenario que más pudiese excitar, mi respuesta no sería sino combinar los mayores anhelos del hombre: follar volando. Y por supuesto no me refiero a un polvo apurado y tenso en el estrecho habitáculo que es el baño de un avión. No, lo que deseo es follar en plena libertad celeste. Ya sea mediante alas, con simple ingravidez o con una de esas mochilas cohete de las películas de ciencia-ficción antiguas. Incluso me pondría un ridículo gorro-helicóptero como el del inspector Gadget si ello me permitiera cumplir esta fantasía (aunque sería imposible alcanzar una intimidad física con semejante trasto encima).

            El escenario que nos atañe era el laboratorio C2 de alta energía del Intituto Tecnológico de Massachussets. El año no puedo saberlo, pero espero que no fuese demasiado lejano. Nuestro protagonista era el doctor Arthur Rierens. Arthur era un hombre alto y de complexión robusta de 31 años, tenía el pelo oscuro y muy corto procurando siempre mantener un porte pulcro que complementaba con un delgado bigote bien cuidado, su mandíbula era cuadrada y firme y sus ojos eran de un castaño oscuro. Estaba delgado aunque había ganado algo de masa muscular el último año tras comenzar a ejercitarse en un gimnasio. Era algo cargante cuando habla y podía llegar a ser bastante intransigente con quienes no comprenden su disciplina, pero por lo general era amable con sus colegas y educado con todos. Fumaba a escondidas cuando estaba muy frustrado con su trabajo y no era consciente de que la mayoría de sus compañeros lo sabían.

            El doctor Rierens se había licenciado en física en el MIT y se doctoró en física de partículas. Explicar todo esto sería una pérdida absoluta de tiempo si no fuera porque el buen doctor participaba en el punto clave de una investigación que convertiremos en el centro de nuestra narración: Arthur Rierens estudiaba con algunas de las mentes más brillantes de la nación en un proyecto secreto. Su fascinante propósito era la síntesis de una solución con capacidades para neutralizar la gravedad.

            Sin embargo debo añadir que estoy dando, quizás, demasiada importancia a Arthur, quien, para qué vamos a negarlo, no era precisamente el director del programa. Su función era principalmente la de sujeto de pruebas y, aunque tenía el honor de ser uno de los primeros en usar el sistema, su nombre no aparecería entre los destacados del proyecto.

            El doctor salió de su despacho y se dirigió a la sala de ensayos 1. Su rostro sugería ansiedad por la prueba del día. Una mujer surgió a su lado y le acompañó desde un pasillo cercano. Era su compañera, Diane Trigard. Se trataba de una joven alta de veintinueve años, pelo color trigo y figura frágil con rostro severo y penetrante mirada cerúlea. Su nariz era un perfecto triángulo aguzado lo cual, unido a sus finos labios y altos pómulos, le daba una mirada de halcón. Diane era muy reservada en su trabajo e incluso con sus amigos. Poseía un CI que haría sonrojarse a un ganador de la medalla Fields y secretamente creía que podría hacer el trabajo de todos sus superiores mucho mejor que ellos, en lo que podría tener razón. Había sido ella quien había perfeccionado buena parte de la teoría del campo sigma y había diseñado los túbulos de leptones. Arthur y ella eran amigos desde hacía casi tres años, y algo más desde unos ocho meses. La relación le había sentado muy bien, ahora estaba más morena y había engordado un poco, lo cual había hecho que sus nalgas adoptasen una fascinante forma redondeada y que su costado no mostrase el recorrido de sus costillas; incluso parecía que sus pechos se habían elevado.

            -¿Preparado para la prueba operante, Doctor Rierens?-

            -No creo que tengamos que ser tan formales, Diane.-

            La doctora dibujó una sonrisa y avanzaron juntos por el pasillo. Activaron simultáneamente los lectores electrónicos de seguridad y abrieron la sala. Allí, se despojaron de las batas de laboratorio y se dirigió cada uno tras un biombo para cambiarse su ropa por el traje de operaciones de campo sigma. Su aspecto era el de un simple mono ceñido de material negro azulado, ligero y fibroso que dejaba adivinar perfectamente el cuerpo de quien se hallaba dentro. El mono incluía una amplia cremallera frontal para ponerlo o quitarlo y cubría los brazos hasta las muñecas y las piernas completamente. También cubría perfectamente el cuello aunque no la cabeza, alcanzando hasta la línea de la mandíbula. El material era muy transpirable con lo que no proporcionaba ningún abrigo y dejaba una sensación casi total de desnudez. Cada traje estaba específicamente diseñado según las medidas de su usuario y costaba más de quince mil dólares. En su interior habían tres redes de conductos y sistemas de cableado: un retículo de tubos minúsculos para el fluido de leptones, una red de filamentos monopartícula para los nodos de reversión de Higgs y una dispersión completa de diminutos servomotores que calibraban y equilibraban el movimiento a la vez que medían las modulaciones del tejido para obedecer a las órdenes del portador.

            Con su nueva e incómoda indumentaria, ambos científicos continuaron a la siguiente sala. Llegados a la puerta, Arthur, como caballero que era, dejó pasar a su compañera primero. No pudo evitar fijarse en la perfecta curva que el traje sigma perfilaba en el trasero de Diane.

            -Los ensayos de los doctores Kliener y Siid han dado un resultado de reversión máxima de menos cero coma sesenta y ocho ges.- Comentó ella.

            La imagen del obeso doctor Siid con el ceñido mono apareció en la mente de Arthur y le provocó un estremecimiento de desagrado. Se preguntó si su terriblemente inteligente amiga había adivinado lo que estaba pensando y le había metido esa idea en la cabeza intencionadamente como castigo. El rostro de ella era tan insondable como siempre.

            Se colocaron en la plataforma de activación y acoplaron los diferentes mecanismos de inicio en sus trajes, ayudándose el uno al otro. De nuevo, Arthur pudo apreciar las formas femeninas escasamente disimuladas cada vez que instalaba un cable o un colector en el traje de su novia. Aprovechó la situación para alargar el contacto con el cuerpo de Diane y se tomó con calma cada instalación, cerciorándose varias veces de la corrección del proceso. Al final, lo dijo.

            -El traje te sienta increíblemente bien, doctora.- Soltó con una sonrisa.

            Ella soltó una risilla y decidió recompensarle con un beso. Por supuesto, era perfectamente consciente de todos los  manejos que Arthur se había permitido con su cuerpo y no le importaba. Es más, le había gustado bastante. Agarró el cuello del científico y lo acercó para depositar un rápido roce de sus labios sobre los de él.

            -Anda, científico caliente. Vamos con esto y ya veremos después.- La promesa insinuada provocó un escalofrío agradable en la espalda de Arthur.

            Diane inició el protocolo de activación del campo sigma. Una leve flujo de partículas tan ínfimas que eran casi inexistentes atravesó los canales leptónicos. Al mismo tiempo, una descarga de electricidad activó los nodos de inversión y los servomotores se encendieron. Cada minúscula dínamo del traje registraba los movimientos del usuario, con lo que enviaban un pulso a los nodos del retículo de Higss lo cual iniciaba la reversión de la masa, convirtiendo la gravedad de lo que se encontraba en la región de los conductos leptónicos en una fuerza repulsiva. El resultado era que moviendo de forma adecuada diferentes secciones del cuerpo, se activaba la antigravedad de esas zonas, permitiendo un vuelo controlado. Naturalmente eso era la teoría, porque a la hora de la práctica conseguir la coordinación para despegar suponía un desafío hasta la fecha insalvable. Los intentos causaban desequilibrios por parte de operarios que no eran capaces de controlar los servos y acababan flotando sin ningún rumbo.

            Los cables y tubos de inyección y activación se desconectaron automáticamente de ambos trajes cuando terminó el proceso de iniciación. La sola presión del cuerpo sobre el tejido activó regiones enteras de nodos y provocó en ambos una desagradable sensación de empuje hacia arriba que afectaba sobre todo a sus pies, alterando totalmente el equilibrio. Consiguieron mantener la compostura y dieron paso al test.

            -Iniciando cuarta prueba de vuelo por reversión leptónica en campo sigma, operarios doctora Diane Trigard y doctor Arthur Rierens.- Dijo Arthur con voz lenta y clara, para que la grabadora de la sala lo captase.

            Douglas Adams dijo “Aprender a volar es todo un arte. Aunque sólo hay que cogerle el truco. Consiste en tirarse al suelo y fallar.” Lamentablemente ni Arthur ni Diane habían leído nunca nada del autor inglés y no tenían esa referencia tan buena para sus experimentos.

            Como en anteriores intentos, Arthur abrió los brazos hacia los lados y los elevó lentamente consiguiendo un cambio en su gravedad que tiró de ellos hacia arriba y haciendo que tuviese que encoger un poco las piernas en una postura ridícula para evitar perder el equilibrio. El gesto hizo que se activase también la antigravedad de sus pantorrillas y lo desplazó ascendentemente unos cuantos centímetros. Intentó mantener la postura pero quedó ladeado flotando en un giro lento y constante.

            -Reversión de menos cero coma cero cuarenta y nueve ges.- Anunció Diane mirando el panel de control de la sala.- Aceleración máxima de tres coma seis metros por segundo al cuadrado.-

            Ella misma intentó en ese momento su propia maniobra de vuelo dando un simple paso hacia el aire, como si pretendiese apoyar el pie en una plataforma invisible. La pierna cambió su fuerza repulsiva y se impulsó hacia arriba provocando que rápidamente el resto del cuerpo la acompañara en un movimiento brusco. Diane quedó boca abajo con el pelo (que se hallaba fuera del campo del traje) colgando hacia el suelo y las piernas muy juntas hacia el amplio techo de la sala. El campo sigma hacía que la sangre siguiese su curso normal y no se le subiese a la cabeza, pero la postura seguía siendo incómoda.

            -¡Vaya!- dijo Arthur mirando el panel- Aceleración de once coma diecisiete metros por segundo al cuadrado. ¿Cómo lo has hecho?

            Pero el cerebro de su pareja ya estaba trabajando. El impulso del gesto era apenas perceptible, pero, aún sin la activación completa de los nodos, la acción compensatoria de la antigravedad neutralizaba el peso del cuerpo y hacía que cualquier fuerza inicial tuviese efectos dramáticos sobre su orientación. Con emoción, probó a dar una patada lenta y observó, orgullosa, como su cuerpo retomaba una posición aproximadamente normal, aunque a casi medio metro del suelo.

            -¡Oye!- Observó Arthur entusiasmado y admirado.- Tienes que enseñarme eso.

            -Creo que acabo de entender cómo hacerlo, mira.- explicó apresurada y excitadamente su planteamiento.- Y si no hay otra fuerza que la del impulso, por pequeña que sea…

            En seguida comenzaron a probar diferentes formas de moverse mediante gestos suaves y pronunciados. Descubrieron que era mucho más controlable el movimiento mediante los brazos que con las piernas y comenzaron a “nadar” por la sala con sacudidas torpes. Era un vuelo poco elegante, pero también era la primera vez que un ser humano conseguía algo así. Diane probó a proyectar los brazos en giro y se vio a sí misma rotando en rapidísimas vueltas como una patinadora. El efecto del campo sigma neutralizaba parte del orientación original actuando como un amortiguador de inercia y hacía que no se marease ni siquiera con esas maniobras tan atrevidas.

            Comenzaron a reírse con deleite. Era algo demasiado divertido como para tomárselo en serio, por muy doctor del MIT que uno fuera. Juntos, estaban dando los primeros pasos que alejarían al hombre de la superficie terrestre y lo liberarían de los grilletes de la gravedad.

            Se encontraron cerca del techo de la sala y se abrazaron. Fue increíble, el gesto de los brazos sobre el otro hacía que su centro de gravedad fuese el cuerpo que tenían delante. La única fuerza que les afectaba era una atracción que hacía parecer que no existía nada más que el cuerpo de su pareja.

            -Diane, vas a cambiar el mundo.- dijo Arthur emocionado.

            Ella lo besó con ansia. El traje apretado contra su piel respondía provocando cambios en su orientación y haciendo que girasen en ángulos extraños cada vez que se acercaban para unir sus labios.

            -Arthur, quiero probar una cosa.- dijo ella en un susurro.

            -Sea lo que sea, me parece bien.- respondió con adoración.

            -Detener la grabación de seguridad.- ordenó ella al ordenador de la sala.- Interrumpir los protocolos de protección de sistema. Cerrar todos los accesos.-

            Inmediatamente los micrófonos de registro dejaron de grabar, las luces de la sala se atenuaron y las puertas quedaron selladas. Si alguien intentara entrar, sólo hallaría una señal de “Experimento en curso” y no podría pasar.

            Lentamente y con una mirada lasciva se bajó la cremallera del traje sigma hasta el ombligo. Sus pechos, atrapados bajo el prieto cerco de la pieza, saltaron fuera ante los ojos asombrados de Arthur. La interrupción frontal del campo del traje hizo que se moviese lentamente hacia delante haciendo que sus recién liberados senos se aplastasen contra su novio. Bajó también la cremallera de Arthur y metió la mano por ella hasta alcanzar su entrepierna. Descubrió una erección oculta bajo la tela.

            -¡No te has quitado la ropa interior! Los protocolos indican que debe eliminarse todo el material que reduzca la acción del inversor de Higgs sobre el cuerpo.- le reprochó.

            -Es que es muy incómodo.- se excusó él.- ¿Tú no llevas nada?-

            -Yo siempre cumplo los procedimientos.- respondió con un gesto que era a la vez altanero y de pícaro desafío.

            Arthur no puedo evitar bajar por completo la cremallera del traje sigma de Diane y se encontró con el coño perfectamente expuesto y enrojecido de la científica. Sus labios estaban húmedos e invitadores y su clítoris se alzaba tímidamente con una erección parcial justo bajo un escaso triángulo de vello dorado. Metió la mano en el espacio escaso que el mono le dejaba y sobó con gula aquella cueva sonrosada.

            Diane gruñó con gesto de fiera satisfecha y se estiró hacia atrás olvidando el campo sigma. Su cuerpo hizo un vuelco completo arrastrando la mano de su amante, el cual quedó en un extraño ángulo encima de ella con el brazo inclinado y las piernas casi tocando el techo. La mujer no pudo evitar soltar una carcajada ante la situación y empezó el complicado proceso de volver a una postura cómoda.

            -Deberíamos quitarnos los trajes.- dijo Arthur dubitativo.

            -¡Ni se te ocurra!- bramó ella.- Quiero que me folles aquí, flotando en el aire.-

            -Pues no sé cómo voy a quitarme los calzones sin quitarme primero el traje.-

            Diane soltó un bufido de impaciencia y simplemente tiró del botón de la prenda íntima hasta que saltó. El pene semierecto de Arthur se asomó desde el hueco en la tela y comenzó a erguirse hacia su máximo potencial. La joven sonrió ante el recién llegado pero no se molestó en dedicarle más atenciones. Siguió tirando del pliegue del botón hasta que la tela se desgarro y se abrió dejando el frontal del calzón totalmente abierto.

            -Creo que así no te hará falta quitártelo.- dijo con satisfacción. Descendió un poco con un gesto de su mano y quedó frente al objeto de su deseo, el cual ya se encontraba en sus mejores dimensiones. Comenzó a hacerle una paja lenta a su amante mientras su otra mano se perdía dentro de su propio traje, introduciendo sus dedos en su pulsante coptos.

            -¿Quieres que te la chupe?- ronroneó- vas a ser el primer hombre al que le hacen una mamada en vuelo libre.- Apenas terminó esa promesa y dio un largo y húmedo beso al glande que acabó con un sonoro chasquido al separarse. Arthur dejó escapar un gemido leve. Una gota traslúcida comenzó a surgir de la punta de aquella polla y Diane la atrapó con un rápido roce de su lengua. Arthur se removió de placer y su espalda golpeó contra algo. Se dio cuenta entonces de que estaba apoyado en el techo como si fuera el suelo. La rubia sonrió y se acercó para dar un largo lametón a los testículos de su amante mientras apretaba la polla contra su cara. El tacto de su mejilla sobre su carne erecta a la vez que su lengua empapaba sus huevos causó otro estremecimiento de Arthur. Ella se dedicó a lamer a conciencia la bolsa escrotal con delicadeza y agarró el mango de aquel falo para que no le estorbara en lo siguiente. El huevo izquierdo desapareció en su boca con un leve movimiento y el derecho no tardó en seguirlo a aquella acogedora gruta cálida y sedosa. Removiendo cuidadosamente los cuerpos que mecía en su boca con su lengua, Diane comenzó de nuevo a masturbar la polla de Arthur con brío.

            -¡Dios mío, Diane!- clamó él con evidente placer.- si sigues así no creo que…-

            Ella lo hizo callar ejerciendo una succión fuerte pero prudente sobre el contenido de su boca, haciendo que jadeara de éxtasis y algo de dolor. Escaparon de entre sus labios con un ligero bamboleo y la mujer cesó en el movimiento que su mano prodigaba sobre el falo. Los cojones colgaron mojados y un poco enrojecidos. Entonces por fin dirigió su boca a aquella agraciada erección. Con una lentitud estremecedora, abrazó el glande con sus labios, mimando la punta con su lengua a la vez que lo iba introduciendo en su boca. Adelante, sus dientes se separaron más para dejar entrar esa polla que tanto le gustaba y dieron sólo un leve roce en aquella parte, la más sensible del hombre. Adelante, con la calma que sólo tiene quien se sabe victoriosa, acogió la forma cilíndrica de su carne hasta que sus labios tocaron la base y su campanilla rozaba la punta. Aguantó un momento la respiración para evitar la nausea y retomó el movimiento hacia atrás con la misma desesperante parsimonia. La cara de Arthur era un gesto encendido de éxtasis. Atrás, el glande abandonó su refugio en la garganta y se rozó de nuevo con una lengua que no paraba de prodigarle caricias amables y experimentadas. Atrás, de nuevo ceñido por los límites de la boca de Diane, la ruborizada cabeza del falo fue masajeada con un mohín de succión y un fruncimiento de los labios que impidió que escapara de su prisión. Reiteró el movimiento más rápido, haciendo siempre que sus labios alcanzasen a tocar toda la extensión de su amante, desde el bálano hasta los vellos del pubis. Adelante, atrás. Cada repetición era algo más rápida que la anterior y provocaba menor reflejo de arcada en Diane. Adelante y atrás. Adelante y atrás. La cabeza rubia se movía ya a una marcha demencial acompañada y guiada por las manos de Arthur, que se habían aferrado a su cabello.

            -Diane, voy a ... ¡Oh, mujer!-

            Adelante. Las cejas de la mujer se juntaron en un gesto de esfuerzo cuando, con un único movimiento, se clavó la polla hasta la garganta. Lo hizo intencionadamente pero pocas opciones tenía porque las manos del científico la habían empujado hasta el fondo de su alcance. Allí, la incendiada punta comenzó a lanzar proyecciones viscosas de su vital carga. Diane las tragaba con esfuerzo pero también con complacencia. Su mano seguía bajo su traje, con dos dedos enterrados en su coño encharcado. Había conseguido mantener el ritmo y detenerse varias veces antes de correrse vez para alcanzar el orgasmo justo después de Arthur. Jadeó de gozo con el miembro de su amante aún atrapado en su garganta y liberando aullidos que se ahogaban contra el obstáculo en la vía vocal. Sólo cuando cesaron sus propias palpitaciones de clímax liberó la grata carne de su prisión y miró a los ojos de su novio con embeleso. Él le devolvió una sonrisa de agradecimiento y le limpió la cara de las lágrimas que las arcadas le habían hecho soltar. La acercó a su rostro y la besó con avidez sin importarle el leve sabor que el esperma aún invadía en sus labios. Sus lenguas, ya viejas rivales, se enfrentaron de nuevo en una presa serpenteante y acuosa en la que apenas dejaban el tiempo para respirar a sus dueños. Cuando sus bocas se alejaron, él aún jadeaba extasiado.

            -Cariño, no tengo ni forma de empezar a decirte el placer que me has dado.-

            -No puedes decírmelo pero puedes intentar darme lo mismo.- le replicó ella con una radiante sonrisa.

            Él no se hizo de rogar y se lanzó a por su entrepierna. Con una destreza en vuelo que estaba consiguiendo por momentos, flotó hasta ponerse a la altura adecuada y aferró sus nalgas para aproximarse a aquel manantial de embriagadores aromas. Sus labios se posaron sobre aquellos otros verticales, enviando pequeñas descargas de placer por su piel. Su lengua salió acuciosamente de su boca y perfiló los pétalos más íntimos de su coño en un recorrido tembloroso que no dejó sin alcanzar el más recóndito retazo de su carne.

            Dedicados a función tan primaria, los científicos no se percataron de que su vuelo había comenzado a perder rumbo en la sala. Los levitadotes leptónicos estaban recibiendo señales confusas de los servos debido al movimiento caótico de sus cuerpos y las funciones de antigravedad se habían vuelto salvajes. Flotaban con la cabeza de ella casi tocando el suelo y él enredado entre sus piernas con su cuerpo expuesto en horizontal.

            Arthur mordió con suavidad la carne a la que ella le invitaba y la mujer respondió con un quejumbroso gañido a la vez que echaba la cabeza hacia atrás. Aferró el oscuro cabello de su amante y la atrajo hacia su ser, presionando su sexo contra los labios dadivosos del hombre. El movimiento cadencioso de sus caderas se aceleró y se hizo más violento, forzando a la lengua de Arthur a prácticamente follarla. Diane se estaba perdiendo en una nube de sentidos. La ingravidez mantenía una perpetua impresión onírica y entre la presión en su sexo y el ligero mareo del flotar se sentía fuera de sí. Resulta imposible explicar la sensación que la joven científica sufría. Similar a una borrachera intensa hibridada con las primeras punzadas temblorosas del orgasmo. Embriagada de sacudidas sensoriales, se sentía más como una entelequia que como un ser humano. Estaba vacía de toda impresión que no fuera el aire caldeado de la sala y el aletear de la boca que vulneraba su carne. Lo más cercano a la subducción etérea. Aquello era más que volar, era la respuesta que toda la ciencia no podía dar, era la misma expresión perceptiva de la vida.

            Lo alejó de sí entre angustiosos jadeos y lo miró suplicante.

            -Fóllame.- La palabra escapó de sus labios quedamente. No como una súplica o una orden, sino como una aseveración de que era la única conclusión posible.

            El abrazo que él le devolvió casi acaba con ella. Enfilando su polla contra los dilatados límites de su intimidad, hizo movimientos cortos y rápidos de presión, tanteando la entrada. Ella no esperó y, asiendo las nalgas de él, se impulsó hacia su ingle. La penetración fue fácil y brusca, y arrancó de ambas bocas un resoplo salvaje. Ahí quedaba la educación más sofisticada, los paradigmas tecnológicos más avanzados y los objetivos más nobles de la ciencia. Todos derrotados por el deseo de dos jóvenes en el menos probable de los escenarios. Libres de la tenaza dela Tierra, sus cuerpos orbitaron uno hacia el otro en repetidas embestidas duras, licenciosas y casi dolorosas. Él notaba la presión sedosa que las paredes de su vagina ejercían y ella gemía ante la invasión rítmica de aquel conducto muscular que, durante esos preciosos momentos, se había convertido en el centro de su cuerpo.

            La mente se le llenó de luz roja. Comenzó a bramar enterrada bajo el apocalíptico sentir de un orgasmo tras otro. Las contracciones de su coño eran la rúbrica que disparó en él también su climax. Arthur impregnó todo el espacio de su vagina con su semilla entre estertores de regocijo y palabras ininteligibles. No cayeron desmadejados, la fuerza leptónica los mantuvo perfectamente pegados, cayendo el uno hacia el otro y soportando apenas una fracción de su peso contra el cuerpo de su amante. El acogedor abrazo de la antigravedad era el culmen perfecto para aquel encuentro.

            Tardaron casi una hora en realizar los ajustes, limpiezas y ordenanzas adecuadas para dejar la sala de pruebas presentable. Diane decidió purgar el sistema, borrando todos los datos del encuentro, fingiendo una corrupción de ficheros en el asunto. Aún así informaron al director del programa del éxito de las pruebas de dinámica avanzada con los trajes de operaciones en campo sigma. El mundo podría cambiar enteramente gracias a dos científicos jóvenes cuya verdadera labor jamás se reconocería.

            -¿Sabes una cosa, Arthur?- comentó a la mañana siguiente ella en la cafetería- Dentro de un año o poco más los trajes sigma comenzarán a comercializarse y podremos conseguir un par con facilidad.-

            Ella lo miró con una sonrisa embobada.

            -¿Te imaginas-continuó ella- lo que sería hacer un vuelo de pruebas al aire libre, en mitad del cielo?-