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Los días de Alicia - Primera parte

en Amor filial

Era el verano, pasado, una de las mejores rachas de calor que habían pasado por Salamanca. Quienes estén acostumbrados al clima de esta ciudad saben que agradecemos las pocas veces que la temperatura sube. Era un domingo soleado y veraniego justo dos semanas antes del fin de las vacaciones. Los estudiantes iban volviendo paulatinamente de sus casas para iniciar el siguiente curso y la ciudad comenzaba a brillar de actividad. Por supuesto, yo no estaba en condiciones de apreciar nada de esto, pero puedo imaginarlo.

Me desperté con el sonido del teléfono móvil. El timbre me provocó dolorosas punzadas justo detrás de los ojos como si algún bastardo me clavara los pulgares en los párpados. Sentía todas las articulaciones como si me las hubieran inflado con aire y tenía la boca llena de saliva espesa y pegajosa. El olor agrio del alcohol aún flotaba hacia mi nariz desde todas partes ¡Maldito tequila!

Alargué la mano tanteando a oscuras sobre la mesilla de noche hasta que pude agarrar el condenado aparato y me lo llevé a la oreja.

-¿Sí?-

El puñetero trasto me dio un timbrazo en el mismo oído, haciendo que viera las estrellas por el dolor, había pulsado mal la tecla de responder. Solté un par de palabrotas, puse el teléfono en silencio y me volví a dormir.

Me desperté en mejores condiciones bastante más tarde, miré el reloj: las dos y cuarenta del mediodía. Me duché con tranquilidad disfrutando del agua caliente y me vestí poniéndome sólo el pantalón. No me juzguéis, era domingo y no esperaba ir a ninguna parte. Comí algo y me senté a ver la tele. Entonces empezó todo.

El timbre de mi piso sonó rompiendo mi momento de relajación y haciendo ya anuncio de que mi temporada de tranquilidad se terminaba antes de empezar.

A todas estas creo que debería explicar a qué me refiero con esto. La historia es simple pero tiene su importancia: mi novia, Raquel, me había dejado cosa de un mes antes y ello me había convertido en el clásico deshecho desvergonzado que todos los hombres son cuando acaban de abandonarlos. Como es tradición en cualquier grupo civilizado de amigos, salimos a bebernos hasta el agua de los floreros para “celebrar que volvía a estar soltero” (quien no se consuela es porque no lo intenta). Y justamente el día del que hablamos, el domingo en el que me encontraba resacoso y semidesnudo cuando el timbre de la puerta se cargó mis planes de relax, era el siguiente a la que considero una de las noches menos memorables de mi larga carrera de asaltador de bares.

Pensando que alguno de mis compañeros de fiesta habría venido a pasar la tarde, no me molesté en ponerme una camiseta y me dirigí rápidamente a abrir la puerta.

-Ho… hola, Alex.-

Estuve a punto de decir “¡Raquel! ¿Qué haces aquí? Pero ello habría sido un desastre y tuve la fortuna de percatarme de que no era mi reciente ex la que estaba plantada anonadada ante mi puerta mientras intentaba disimular el hecho de que yo no llevaba nada de cintura para arriba.

-¡Oh! Alicia, lo siento, espera un segundo.- dije atropelladamente.

El error habría sido bastante comprensible, pero primero habría que explicar quién era Alicia y qué hacía en mi puerta. Era mi prima segunda (la hija de un primo de mi madre), había hablado con mis padres para acordar cómo pasaría por la ciudad y me había llamado hacía cosa de una semana para avisarme de que se quedaría nueve días para visitar la facultad a la que iba, entregar su matrícula y buscarse su propio domicilio. Tenía diecisiete años y era una chica inteligente, vivaz y muy guapa. A pesar de que no éramos parientes cercanos tenía contacto con ella muy a menudo debido a que, en mi ciudad natal, vivía en el mismo bloque de edificios que yo.

No diré que me acababa de dar cuenta de lo muy atractiva que era. La había visto crecer conmigo y sabía perfectamente que iba a ser una chica preciosa desde hacía mucho. De lo que no me había percatado hasta ése mismo momento era de lo mucho que mi prima se parecía a Raquel.

No es que fuese idéntica pero compartía muchos de los rasgos que resultaban más notorios y, para que nos vamos a engañar, que a mi siempre me habían atraído más. Tenía el mismo pelo oscuro, espeso y lacio, aunque lo llevaba más corto y en una coleta. Además su boca ofrecía los mismos labios llenos y rojos. Su barbilla era la misma curva pronunciada acabando en un mentón afilado y su cuerpo compartía con el de Raquel buena parte de su proporción, aunque era un poco más alta.

Había de todas formas bastantes diferencias con las que habría sido difícil confundirla: sus ojos eran de un tono castaño en oposición a los azul cobalto de Raquel y Alicia era mucho más pálida llevando siempre el ligero sonrojo en las mejillas que acompaña a las mujeres con piel clara. Con el calor del día y el esfuerzo de llevar la enorme maleta que traía, el rubor era aún mayor.

Además, estaba el detalle de la ropa. Con el buen día que hacía, Raquel se hubiera puesto un pantalón corto o una minifalda, jamás se habría puesto los vaqueros que vestía Alicia, y mucho menos la chaqueta marrón que se llevaba al hombro. Y, por supuesto, estaban las gafas. Alicia usaba unas gafas de montura al aire con patillas verdes que casi nunca se quitaba. No le hacía ninguna gracia meterse cosas en el ojo así que las lentillas eran algo que ni se planteaba. Sobra decir que Raquel no había usado gafas en su vida.

Seguramente estaréis pensando ¿Qué clase de imbécil puede confundir a dos mujeres con diferencias tan evidentes? Recordad que acababan de dejarme. Si conocéis la experiencia, es probable que hayáis sentido muchas veces la confusión de creer que todas las mujeres os recuerdan ella (no sé si en el caso de las mujeres pasará lo mismo con los hombres pero me parece probable). Y luego recordad también que estaba en plena resaca con los ojos doloridos y la cabeza turbia.

Bueno, el caso es que ahí estaba yo, apresurándome por ponerme la camisa limpia que tenía en el respaldo de una silla mientras mi más que incómoda invitada miraba distraídamente la escalera de mi edificio. Ya mejor presentado la invité a entrar y me empeñé en llevar su maleta a su habitación.

-De veras que lo siento, Alicia. Me había olvidado de que llegabas hoy, tendría que haberte ido a buscar a la estación.- me disculpé.

-Te llamé antes pero no lo cogiste.-

-Lo siento, me lo debo haber dejado en silencio.- mentí a medias.

-No pasa nada.-dijo. Por supuesto que sí pasaba pero ella era demasiado educada para decirlo. De todas formas sonrió y me besó en la mejilla.

Le ayudé a instalarse y le ofrecí salir a almorzar,  yo acababa de comer ligeramente y tenía el estómago algo revuelto pero pensé que se lo debía. La invité a un restaurante al que solía ir con mis amigos y observé como comía mientras yo apenas picoteaba en mi plato. A lo largo de la comida me disculpé de nuevo unas mil veces.

-¿Ya tienes localizado un piso?- le pregunté durante el almuerzo.

-Sí, mi padre encontró uno en Cabrerizos.-

-¿Qué dices? Eso está lejísimos. Y es una zona carísima.-

-Lo sé pero no hemos encontrado nada más y las residencias están imposibles.-

-No, si las residencias son aún más caras. Además para conseguir plaza a estas alturas…

-Ya, mi padre lo dio por perdido, pero bueno. Si voy en autobús no creo que me vaya tan mal.

Seguimos hablando un buen rato y yo le solté mis historias de facultad, mis tonterías de siempre y las todas las “batallitas” de estudiantes que suelen acabar con gente borracha o haciendo estupideces muy grandes. Ella por fin se rió y yo me sentí mejor. Desde que llegó la había notado tensa y creía saber por qué. Había comido poco y movía los hombros constantemente, como buscando una postura cómoda que no encontraba. Pero cuando conseguí que se riera fue como si abriera el grifo. Temblaba con alegre agitación y se tapaba la boca con timidez hasta que le salieron lágrimas de la risa. Seguí soltando una tontería tras otra para mantenerla entretenida y yo mismo no pude evitar soltar carcajadas tales que no podía continuar con la historia.

Comimos y dimos un agradable paseo de vuelta a casa. Ella dijo que estaba agotada y se retiró a su habitación y yo me senté a leer. Estuve sentado en el sofá centrado en mi libro hasta casi las siete de la tarde, cuando ella salió.

-¿Qué lees?-preguntó

-“Yo, Claudio”.- dije mostrándole la cubierta y cerrando el volumen.

Me fijé entonces por un momento en su cara y me di cuenta de que tenía los ojos un poco hinchados y la nariz algo enrojecida. Palmeé un par de veces el sofá a mi lado ofreciéndole el sitio y ella se sentó con una leve sonrisa de agradecimiento.

-Alicia… mira. -empecé- Sé lo complicado que es cambiar de vida. Sólo quiero que sepas que no tienes que hacerte la dura conmigo ¿vale?

Me miró como si no supiera de qué hablaba.

-Vamos a ver, yo también pasé por esto ¿Sabes? Lo de salir de casa y dejar a tus amigos… tener que buscarte la vida con el piso y la facultad… no te ralles y quédate tranquila, te aseguro que en una semana estarás mucho mejor y empezarás a tenerlo todo controlado.

Se tapó la cara con las manos y se puso roja como un incendio, echó la cabeza hacia atrás con frustración.

-¡Joder, qué vergüenza!- me hizo gracia oírle ese taco, no era muy dada a ello- No me digas que me has oído llorando.-

-No, mujer, pero tienes todavía los ojos rojos.-

Tengo que aclarar que los padres de Alicia se habían divorciado ese mismo año. No había sido una ruptura difícil pero sigue siendo una situación complicada. Si a ello le sumáis el cambio de vida que supone el estudiar lejos de casa, seguro que entenderéis que estuviera de un ánimo tan deprimente. La persona más fuerte se rompe en una tensión similar.

-Bueno, recuerda que yo pasé por eso hace dos años y salí bastante bien. Además, yo tuve que apañármelas solo, no tenía para ayudarme a un primo estupendo, inteligente y fenomenal.-

-Y humilde.- añadió ella con una sonrisa irónica. Su cara todavía estaba completamente ruborizada.

-Y humilde.-repetí yo - Mañana vamos a la facultad a arreglar tu matrícula y para almorzar te presento a mis amigos.

Como le prometí, al día siguiente fuimos por la mañana al edificio central de la universidad y arreglamos el papeleo de su matrícula. Le habían dado una beca bastante buena gracias a sus notas y a la situación familiar en la que se encontraba. Cuando salimos le propuse un reto.

-Casi se me olvida, a ver si eres capaz de encontrar la rana.- le dije.

-¿Qué rana?-

-¿No lo sabes? En la fachada de la universidad hay una escultura de una rana sobre una calavera. La tradición dice que si un estudiante la encuentra sin ayuda cuando pasa por aquí significa que tendrá buena suerte en los estudios.-

Dudó un poco pero tras animarla una vez más se puso a revisar la fachada hasta encontrar al animal posando su vigilia sobre el cráneo. Yo mismo lo había encontrado allí hacía dos años y el verlo de nuevo me trajo recuerdos.

-¡Ahí está!- anunció satisfecha- Qué siniestra es.-

-Supuestamente la rana simboliza la lujuria-comenté- y está ahí colocada para advertir a los estudiantes que dejar los estudios y centrarse en las mujeres los llevará a la muerte.-

-¿Y a las mujeres no nos advierten de nada? –dijo con diversión.

-Es que el edificio es muy antiguo y en aquella época sólo los varones iban a la universidad.-

-Bueno, pues ten cuidado con las mujeres a ver si vas a empezar a suspender ahora.-

Reí su broma pero internamente me escoció un poco. Aún me picaba todo el asunto de Raquel.

A mediodía fuimos a comer a un restaurante con unos amigos a los que había llamado para la ocasión. El primero en presentarse fue Victor. Me dio un efusivo abrazo y repitió el gesto con Alicia, a quien casi hizo desaparecer con sus enormes brazos. Victor era uno de mis mejores amigos, un chico grande con una espalda como un muro y pelo oscuro y corto que acompañaba con una barba de tres días que nunca abandonaba su cara. Tenía una mandíbula cuadrada y firme y un vozarrón que podría poner en pie a un ejército. A pesar de su aspecto de dios vikingo, era extremadamente agradable con todo el mundo y jamás le había visto perder la paciencia con nadie. Lo había conocido en una optativa y nos habíamos llevado bien siempre. Victor se hizo íntimo amigo mío probablemente porque había sido yo quien le había presentado a Sandra, quien más tarde sería su novia.

Estábamos pidiendo las bebidas cuando apareció Andrew. Ay, Andrew, el chulo de Andrew. Era un estudiante extranjero canadiense que nos ponía a todos celosos con su puñetero estilo. No me entendáis mal, era un buen tío, pero a los hombres nos jode muchísimo estar eclipsados por el maldito rey de la discoteca. Andrew tenía el pelo castaño claro, enigmáticos ojos verdes y una forma física insuperable. Entre su atractivo físico, su acento exótico y su encanto natural era una fiera a la hora de ligar. Si entraba en una discoteca no tardaba ni quince minutos en estar acompañado por alguna mujer que lo miraba encandilada. Además ninguna chica escapaba de su vista, seguramente porque en España las mujeres visten mucho más ligeras de ropa que en el gélido Canadá. Andrew se pasaba el día comentando lo tremenda que estaba aquella, las tetas de la otra o el culo de la de más allá. Era un salido de cuidado pero, como ya dije, no era mala persona: era muy generoso, tenía buen carácter y era más leal con sus amigos que un perro bien alimentado. Aún así, me sentía incómodo teniendo a mi prima de diecisiete años en la misma mesa que aquel encantador degenerado.

Sandra llegó en último lugar, le dio un beso a Víctor en los labios y al resto en la mejilla y se sentó al lado de su novio. Era una chica baja y rubia, con una cara redonda y una figura frágil de estrecha cintura y escaso busto. Era casi hiperactiva y siempre alegre. Caminaba rápido, hablaba rápido y parecía que le faltaba tiempo para todo. Despertaba una simpatía inmediata en cualquiera y yo me había percatado de que siempre que aparecía a Víctor se le ponía una sonrisita idiota. No podría alegrarme más por él. Sandra estudiaba música, tocaba el violín y lo hacía muy bien (al menos para mi oído inexperto).

Alicia se hizo con la mesa enseguida. Se rió con nosotros como si llevase toda la vida saliendo con el grupo y participó de nuestras bromas habituales con comodidad y naturalidad. Entre risas y copas se nos hizo muy tarde y salimos del restaurante casi a las cuatro y media.

Salimos todos con una estupenda sensación de reencuentro. Hubo abrazos y promesas de volver a reunirnos pronto. Alicia y yo volvimos a casa caminando en una tarde agradable y cálida. Ella se pegó mucho a mí mientras andábamos, notaba el calor de su cuerpo joven contra el mío. Me recordó más que nunca a Raquel e incluso me pareció que su pelo destilaba  el mismo perfume. Ay, Alicia, qué pensamientos metes en la cabeza al imbécil torturado de tu primo.

-¿Qué te han parecido?- pregunté.

-Son todos muy simpáticos.-dijo- Pero no me gustó cómo me estaba mirando Andrew.-

-Bueno… se puede decir que es un chico fogoso.-

-¿Fogoso? Si no fuera imposible, se le habrían empalmado los ojos.-

Solté una carcajada inevitablemente y no pude salir de nuevo en defensa de mi amigo. Simplemente agregué una frase más.

Vale, Andrew es un buen tío… pero no te quedes a su alcance.

Pasamos la tarde viendo la tele y hablando de tonterías. Cenamos en casa y me empeñé en cocinar yo mismo (lo cual debo decir que no se me da nada mal) y finalmente le presté un libro para que se tuviera algo con lo que entretenerse pues ya sabía que le costaría dormirse con todo el follón que le venía.

Se retiró a su habitación con una media sonrisa, casi dándose ánimos a sí misma. Me dio un abrazo efusivo antes de acostarse.

-Eres el mejor, Alejandro. Muchas gracias.- seguidamente me besó en la mejilla. Pero no un beso intachable y discreto en mi pómulo sino posando sus labios allí donde la comisura de los míos termina.

Estuve un momento mirando la puerta cerrada de su habitación con el hormigueo de su beso aún en mi piel. Sacudí la cabeza de mi sofocada aprensión y yo también me acosté, aunque ni siquiera Robert Graves pudo facilitarme el sueño tras el eléctrico contacto de aquella boca encarnada.

Tras una noche que adivino supuso escaso sueño para ambos, nos levantamos pronto. Ella se duchó primero mientras yo desayunaba distraídamente. Me dirigí a mi cuarto para recoger la ropa que me pondría y, sin querer, me encontré con Alicia mientras salía de la ducha para ir a su propia habitación.

¡Dios en el cielo! Hay pocas cosas que me resulten más seductoras que una mujer recién salida de la ducha. Llevando la toalla perfectamente apretada alrededor del cuerpo y con ese olor especial tanto del champú como de su carne húmeda y limpia, es una experiencia que me enciende como ninguna. Siempre que pillaba a Raquel en esas situaciones la cogía e intentaba arrastrarla a la cama, era algo que me superaba. A ella normalmente no le hacía gracia porque era cuestión de cubrirse de sudor justo tras limpiarse a fondo pero a veces se complacía de verme tan excitado y permitía que la violase impenitentemente.

Y allí, Alicia cubierta sólo con una toalla de color melocotón en torno a su torso y otra más clara en su pelo… ¡Cómo me recordaba a Raquel! Sus leves diferencias ocultas al ojo bajo la suave textura plumosa de aquel tejido las convertían en cariátides de idéntica escultura. Recuerdos aglomerados de casi dos años de relación flotaron en mi cabeza. Apenas le hice un gesto de saludo, me metí en el baño y me masturbé furiosamente mientras me duchaba. Lo sé, es extremadamente triste cascársela pensando en tu ex, tuve una época extraña después de Raquel y, como veréis, fue aún más extraña cuando llegó Alicia. No pude evitar que la imagen cruzada de ambas mujeres se amalgamase en mi fantasía cuando alcancé el orgasmo.

Más calmado y refrescado por el agua hablé con ella mientras desayunaba. Aún charlando me quedé encandilado mirando el brillo húmedo de su pelo sobre su hombro.

-Hoy podemos ir a mirar tu piso. Si quieres luego podemos pasar por un par de tiendas para ir comprando cosas que te hagan falta.- le ofrecí.

-¿Podemos dejarlo para mañana?-dijo quedamente- La verdad es que hoy no me apetece moverme nada.-

-Claro mujer, todavía tienes seis días para todo, cuando te apetezca, llamas al casero y quedamos con él.-

Ella se removió incómoda en su asiento. Parecía que el cambio le estaba costando más de lo que esperaba. Me levanté y le di un abrazo corto. Intenté ser lo más correcto posible, no alargar el contacto ni acercarse más de lo necesario. Ella sonrió levemente.

-Qué bueno eres.- soltó.- Alex… Tú crees que estoy mal por lo de mis padres ¿verdad?-

-Alicia, no tienes que avergonzarte, es normal. Además, es un momento complicado.-intenté cambiar de tema.- Esta tarde vienen Victor y Sandra, seguro que con otra chica te entiendes mejor. Ya verás que aquí te vas a integrar enseguida.

Esa misma tarde Sandra consiguió sacar a Alicia de compras. Su novio y yo abatimos una caja de cervezas mientras admirábamos las  hazañas de Jack Bauer. Como ya dije, Victor era mi mejor amigo y le tenía mucha confianza.

-¿Qué piensas de Alicia?-

-Es muy educada y parece más lista que el hambre, seguro que le va bien. Además, es muy guapa, vas a tener que cuidarla de los chacales de la facultad.-bromeó

-¿Te has fijado… Te has fijado en que se parece a Raquel?-

Victor me miró con ojo crítico y pensativo.- La verdad es que ahora que lo dices sí que se dan un aire.-taladró mi mente con su perspicacia- Es tu prima segunda ¿verdad? Quiero decir… no habría nada malo si resultase que…-

-No quiero ni oírlo, animal.- le respondí con más aspereza de la que me proponía.

-¿Animal?- el tono de voz de mi compañero subió un poco.- ¿No eres tú el que ha sacado el tema? Dime ¿Qué es peor? ¿Qué te guste tu prima o que la estés usando para proyectar el recuerdo de Raquel?-

Me cerró la boca inmediatamente. Como tantas veces, Victor tenía razón. Taciturno, permanecí callado clavándole la mirada a la botella vacía de cerveza que tenía en la mano.

-Dime la verdad-exigió- ¿Te gusta?-

Me costó un tanto responder. Pensé en lo mucho que Alicia me recordaba a Raquel, su cara ovalada, su rutilante cabello carbón y esos labios colmados que prometían el más tórrido de los contactos. Pero más que eso, recordé otros momentos. Mi mente recreó el incómodo instante en que Alicia se presentó en mi puerta, con su cara ruborizada y su sonrisa sincera. Reviví su risa en el restaurante, su pueril vulnerabilidad ante el cambio en su vida, el golpe incandescente de su boca sobre la mía. Recordé sus ojos enrojecidos y el instinto de protección que me provocaban, los abrazos que habíamos compartido y la agitada respiración de su pecho reverberando en mi oído, tan cerca.

-No estoy seguro.- dije pausadamente- Siempre la he querido muchísimo, es casi como mi hermana pero… el tenerla estos días aquí me hace sentirme…-

Victor sonreía ante mi evasiva. Pero la suya no era una expresión burlona, era un amigable gesto de apoyo que yo conocía bien.

-Muy bien, Alex. Vamos a jugar a un juego al que me gusta llamar “Amén, reverendo”.

-No, hijoputa, éso no.- respondí indignado. “Amén, reverendo” era un juego que usábamos de bares cuando estábamos borrachos para desafiarnos a entrarle a una chica u otra. Yo había dicho exactamente ésa misma frase cuando animé a Victor a que invitase a salir a Sandra.

-¡Ah, Ah! Ya sabes las reglas, sólo puedes responder una cosa a lo que yo te diga. Vamos a ver. Esta misma tarde vas a hablar seriamente con Alicia sobre el tema de tu ex.-

-Amén, reverendo.- respondí mecánicamente.

-Estupendo, y luego vas a decirle lo mucho que te gusta tenerla por aquí y que te agrada mucho su compañía.-

-Amén, reverendo.-

           

Nunca he sabido si Victor le llegó a contar a su novia la situación en la que me encontraba (supongo que sí, estaban muy unidos) pero Sandra pareció leerle la mente y se fueron apenas media hora de su regreso con Alicia. Ella volvió de un humor excelente. Mientras yo recogía las cosas y me puse a fregar platos y vasos, permaneció a mi lado charlando. Su ánimo renovado incitó el mío y, bromeando, sacudí mis manos empapadas hacia ella. Gritó escandalizada con un gorjeo gozoso y arremetió contra mí metiendo sus manos bajo el grifo y repitiendo el gesto, cubriéndome de agua jabonosa.

Siguió riéndose mientras secaba sus gafas empapadas con el faldón de su camisa. Cuando nuestro leve forcejeo terminó, descubrí con pánico mi mano demasiado alta apoyada sobre su hombro, con dos de mis dedos descansando sobre la piel pálida de su cuello. Retiré mi mano con un gesto brusco y Alicia cesó en su trino durante un instante, confusa. Fingí rascarme el hombro casualmente para excusar mi movimiento y me retiré aún intentando mantener mi sonrisa.

Estuvimos una hora o así viendo la televisión y hablamos animadamente, dejando atrás el incidente. Durante un momento en el que un silencio nos invadió decidí lanzarme y cumplir la promesa que le había hecho a Victor. Tragué saliva y hablé.

-Alicia, tengo que decir que me alegra mucho que hayas decidido venir a Salamanca.-

-¿Ah, sí? Cualquiera lo diría…- dijo tras una pausa. Su rostro relajado había adquirido en un momento un rictus severo.

-¿Por qué dices eso?-

-Vamos, Alex. Llevas dos días siendo tan distante que no te reconozco. Hace casi ocho meses que no nos vemos y actúas como si fuera una visita molesta. Vale, me ayudas con todo y me muestras apoyo, pero casi parece que lo haces por obligación ¿Tanto te molesta tener que aguantar mis tonterías?-

            Jaque mate

 -Alicia, lo siento.- tardé un poco en responder- No te había dicho nada, pero hace poco que mi novia me dejó y he estado un poco decaído-

Me miró con ojos desconcertados.- Oh, Alex ¿Por qué no me lo dijiste? Ni siquiera sabía si seguías saliendo con nadie ¿Cómo se llamaba?-

-Raquel-

-Era esa chica morena ¿verdad? Tenía que haberme dado cuenta. El verano pasado empezaste a salir con ella y me había olvidado totalmente, lo siento.-

-No es culpa tuya.- hubo una pausa tensa- ¿Sabes? Ella se parece mucho a ti.- no pude creer que hubiera dicho eso, me senté conteniendo la respiración ante su reacción.

Se acercó, se sentó a mi lado y me dio un abrazo lento y conmovido.

–Yo no me alejaré de ti, Alex.-me alegré de que hubiera malinterpretado mi comentario.- Tú me has apoyado cuando te necesitaba y yo haré lo mismo por ti.-

Su voz aleteando junto a mi oído era un juramento de dulzura, el canto más tentador de una sirena. Era simple sinceridad y afecto, cargada de una emotividad que sólo podría haber encontrado si yo mismo le hiciera esa promesa.

Fue tan natural como la gravedad e igual de inevitable. Mi cara rotó hacia ella esperando encontrar sus ojos canelos para enfrentarme a ellos entrecerrados. Se acercaba con lentitud glacial en un contacto tan íntimo de su abrazo que notaba sus latidos haciendo eco de los míos. Sus labios tenuemente impulsados hacia delante seguían portando una sonrisa cuando chocaron contra los míos. El chasquido húmedo de su separación fue como una detonación nívea en mi cabeza. Su enigmática sonrisa seguía intacta, pero sus ojos mostraban un mohín de desconcierto.

-Te quiero muchísimo, Alex. Llevo enamorada de ti desde los catorce años. Eras como mi hermano mayor, siempre me estabas protegiendo y me ayudabas aunque jamás pensé que quisieras compartir nada así conmigo. -su discurso me dejó sin aliento- Pero ¿Me quieres ahora… o es que te recuerdo a ella?-

-Alicia, no es que te quiera ahora, ni siquiera sé cuánto tiempo llevo queriéndote. Lo que estoy pensando ahora es que si me atraía Raquel era sobre todo por lo mucho que se parecía a ti.-

Le acaricié el pelo desde la sien hasta el cuello con mi mano derecha. Mi izquierda aún la sostenía en ese abrazo tan acogedor que parecía refugio de todos mis agobios. Estaba siendo sincero, ya no veía la cara de mi exnovia ni ninguno de sus rasgos. Raquel se había difuminado y todo lo que quedaba era Alicia: mi preciosa segunda prima, la mujer a la que mejor conocía en el mundo, la niña que había corrido junto a mi bicicleta, a la que había enseñado a montar con ese mismo juguete, a la que había acompañado al dentista y a la que había regalado tanto tiempo de mi infancia y juventud como ella había querido tomar.

Su mirada se dulcificó sobre mí y fue como saborear la sal del mar. Me alcé para recibir otro de sus besos y ella se sentó sobre mis rodillas, con las piernas colgando hacia un lado. Cada vivaz roce de su boca resultaba benevolente. No había deseo o ansia, sólo parecía querer regalarme un instante de placidez allí. Tan diferente de cualquier otro amor adolescente, tan vacío de esa impaciencia juvenil y tan cargado de una ternura que sólo podría describirse como sabia.

-¿Por qué nunca hicimos esto antes?- dije con aire soñador

-Porque yo era una niña tonta que no te llamaba la atención.-respondió sonriendo

-Tú no has sido tonta en tu vida.-le dije acariciando su mentón con un dedo

Por supuesto, había muchos motivos buenos y válidos por los que nunca me podría haber sentido atraído con Alicia antes, el menos importante de ellos era la propia visión social. Y, por muy inteligente y responsable que mi querida prima fuera, pocos años antes no dejaba de ser una chica inmadura a la que cualquier tentativa no hubiera sido sino una bajeza por mi parte.

Pero el tiempo lo cambia todo. Y es bondad de esta premisa que, en ocasiones, el cambio nos dé una oportunidad. La mía había llegado como una niña convertida en una mujer inteligente, hermosa y de una dulzura intoxicante.

Sus besos apagaban mis sentidos. Había puesto ambas manos tras mi cuello y se deleitaba jugando con su boca sobre la mía sorprendiéndome con pequeños picos y, a veces, mimos más prolongados que me dejaban sin aliento. Se quitó las gafas para que su montura no incomodase el contacto de mi nariz con la suya. Permanecimos así durante varios minutos, compartiendo un tiempo que parecía no transcurrir.

-¿Querrías… -mi voz se bloqueaba, ronca- querrías quedarte conmigo esta noche? No para hacer nada… sólo, quédate conmigo.-

-Claro que me quedaré.- su sonrisa se amplió a la vez que sus mejillas aumentaban su rubor.- Pero ten claro que no te dejaré avanzar ni un centímetro… aún si consigues que quiera lo contrario.-

Esa noche cenamos en mi casa manteniendo un silencio incómodo. Naturalmente, teníamos miedo. Nos conocíamos desde hacía muchísimo y el hacernos daño de cualquier forma nos hacía mucho más vulnerables que a cualquier relación más convencional. Nos acostamos pronto y ella se presentó en mi habitación con un pantalón corto de pijama blanco y una camisa de tirantes añil como toda indumentaria. Mi cama no era de matrimonio pero sí bastante grande, lo suficiente como para que dos personas durmieran con comodidad si no les importaba estar cerca.

Le ofrecí el lado izquierdo de la cama y se acomodó bajo el edredón sin decir nada pero aún mostrando una sonrisa nerviosa. Tan pronto apagamos la luz, el corazón comenzó a pulsarme con un retumbar de artillería.

-¿puedo abrazarte?- pregunté. Ella me contestó con una risita.

-La regla es así: Tú intenta cualquier cosa y si no te pego es que me parece bien.-

Arriesgándome a un hematoma, extendí un brazo y la atraje hacia mí con cuidado. Su pasividad alentó mi ánimo y recorrí su hombro con una mano temblorosa. Aunque reconozco que me tentó la idea de dirigirme hacia su seno, seguí acariciando su brazo hasta llegar a su mano. Sus dedos se entrelazaron con los míos en un gesto de reconocimiento. Descendí con mi índice siguiendo la línea que perfilaba la vena dorsal de su mano. Pude seguir los movimientos de sus dígitos en los sutiles cambios de los tendones bajo la piel. Palpé la forma de su muñeca a ciegas, torneando la raíz de su pulgar y la cordillera de la articulación como si pudiera conocer toda la forma de su cuerpo con ese simple contacto.

Alicia imitó mi curiosidad recorriendo mi piel con su otra mano. Tentó el vello de mi antebrazo con sus delicados y largos dedos femeninos, siguiendo el sentido del pelo y luego invirtiendo el recorrido. Su mano ascendió viajando por mi hombro y cuello hasta alcanzar mi rostro. Esos mismos dedos juguetones rastrearon las curvas de mi rostro, centrándose en la órbita de mis ojos y el perfil de mi boca. Besé la mano que me acariciaba y atraje la otra hacia mí, encerrando sus brazos en un abrazo que nos incluía a ambos. Aquella exploración nos enseñaba tanto de una carne que creíamos conocer. El mismo cuerpo al que poco caso habíamos hecho se convertía en algo totalmente diferente ante la revelación de nuestros sentimientos.

No llegamos a más. Mi máximo atrevimiento fue deslizar mi mano por su costado. Cuando descendí más, noté que se ponía tensa y que permanecía inmóvil. Así, detuve mis dedos justo en el límite de su ombligo y besé su cuello. Se relajó casi inmediatamente y, a los pocos minutos, pude percibir la lenta y profunda respiración de su sueño. Durmiendo Alicia entre mis manos, apoyé mi cabeza justo tras su cabello y dormí acunado en el cálido y dulce perfume que emanaba.

Esos fueron los primeros días que pasé con Alicia. Pero, si algún pensamiento era capaz de prevalecer en mi mente más allá del tacto de su carne y el calor de su cuerpo, era la esperanza de los muchos días que aún quedaban por vivir con ella.