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Mundo de Tinieblas - Nephandi

en Parodias

Es un mundo de tinieblas. Un mundo ahogado en el hambre de bestias antiguas y decadentes que han perdido tanto de su historia y gloria como el más corrupto y perezoso de los mortales. Un mundo donde monstruos que se visten de hombre acechan con deambular agotado en la existencia más vacía. Aquí se reúnen los cuervos y los lobos; los insectos y los muertos. Es una danza de conspiraciones sobre conspiraciones, de mentiras sobre mentiras; sin saber que hasta el último de ellos sigue enredado en la misma telaraña de influencias que los atrapó hace siglos.

Es un mundo de horrores nocturnos y gritos que no reciben auxilio. De héroes escasos y maltratados con las conciencias tan rotas que se asoman al borde del suicidio. Un mundo donde todos son presas de la siguiente fiera, más hambrienta, más cruel. Un mundo sin esperanzas salvo para los desalmados y los locos. Es un mundo de tinieblas. No hay libertad, no hay sueños por cumplir, no hay amaneceres por ver; sólo quedan la sangre esparcida por el polvo y los aullidos espantados de los débiles.

            Lo primero que notó fue el calor. Antes aún de abrir los ojos o de aguzar el oído en busca de algún sonido revelador, se dio cuenta de la atmósfera cargada y sofocante.

            Caitlyn tampoco se molestó en indagar con su mirada. Permaneció quieta intentando fingir que aún permanecía inconsciente mientras sus otros sentidos buscaban otra información más útil.

            El olfato fue su siguiente percepción en ser asaltada mientras trataba de controlar su respiración. El potente aroma de un ambiente cargado de efluvios de especias e incienso le impactó con la misma fuerza que aquel calor sofocante. No era un olor desagradable pero llegaba a ser excesivo y le provocaba un ligero picor en la nariz.

            A su oído no llegaba sonido alguno más allá de su propia respiración lenta, el crepitar débil de un fuego que se consumía y un lejano zumbido eléctrico. Decidió abrir los ojos.

            Se encontró en una estancia pequeña y de techo alto. Estaba acostada en una cama simple de colchón bastante duro y con una sábana única de color vino. Seguía vestida, sólo le habían quitado la chaqueta y los zapatos. A su alrededor el sencillo mobiliario consistía una mesa de noche y una cómoda. Dos lámparas de pie y otras tantas en los muebles daban a la habitación una luz irregular. Una chimenea de estilo antiguo permanecía con un fuego muy pequeño que comprendía sólo un par de leños casi apagados de las que no salían llamas sino apenas el resplandor blanco y rojizo de las ascuas agonizantes.

            Había una puerta sencilla de madera oscura y barnizada. La manilla plateada estaba muy decorada y no había orificio de cerradura. Intentó levantarse pero no pudo, sus músculos parecían débiles en extremo para ciertos movimientos. Una simple ligadura, claro. Pero Caitlyn distaba de estar impotente, concentró su voluntad y exploró el efecto con cautela. Su areté resbaló sobre la impronta como agua sobre las plumas de un ganso.

            ¿Qué maestro del Arte había urdido esa trama inviolable? Pero no dejó que el pánico la dominase. Giró sobre sí misma, tentando la ligadura. Descubrió que podía moverse con libertad salvo para abandonarlo o incorporarse. Cuando trataba de alzarse o rotar para dejarse caer del lecho su cuerpo dejaba de responder.  Resultaba frustrante pero no era doloroso ni incómodo. Echó de menos una almohada así que colocó sus manos entrelazadas tras su cabeza y se apoyó en ellas.

            “Muy bien” Pensó “pues será por las malas.”

            Se concentró, noto su areté elevándose hacia su garganta. Cerró los ojos y comenzó a cantar, una simple elevación de su voz de soprano que hacía que el aire crepitase preparándose para liberar una conflagración de quintaesencia. Borró de su mente todo y pensó en la pureza blanca del fuego. Entonces, cuando casi sentía las llamas lamiendo el lecho, desató su voluntad.

            No pasó nada.

            Oyó un aplauso rápido y abrió los ojos, consternada. Una mujer había entrado en la estancia y batía las palmas apasionadamente mostrando una sonrisa de prístina simpatía.

            —¡Vaya voz, querida!

            Era una mujer alta, de edad poco definible entre los veinte tardíos y los treinta tempranos. Su pelo era una larga melena oscura recogida hacia atrás con un pañuelo azul. Su piel pálida aparecía brillante con el reflejo húmedo de aceite recién dado en ella. Vestía unos pantalones vaqueros azules y una simple camiseta de deporte negra sin mangas. Sus rasgos esculpidos en esa carne alabastrina eran perfectos, de una belleza artificial. Tanto las uñas como los labios estaban pintados de negro. Pero lo más fascinante eran sus ojos. Sus iris eran de un viridio arremolinado, casi turquesa, pero además estaban manchados con hipnóticas estrías doradas, como pinceladas de luz crepuscular sobre el verdeazul del mar.

            —No puede ser— Jadeó Caitlyn, sobrecogida—Clarisse ¿Eres una de ellos?

            La propietaria de su bar favorito, la mujer a la que había confiado sus dudas personales. ¿Cómo podía haberla traicionado?

            —Ya ves como son las cosas niña. — Dijo, empleando el apelativo cariñoso que solía usar con ella. Caitlyn tenía veintidós años pero su aspecto juvenil y su energía impaciente le daban un aire de dieciocho o algo menos. Clarisse solía bromear pidiéndole el carné de identidad antes de servirle— Pero te equivocas, yo no me llamo Clarisse, y tampoco soy una de ellos… yo soy ellos.

            —Pero tú… Jodi— La voz de Caitlyn se debilitó al pronunciar el nombre.

            ¿Cómo podía ocurrir? Jodi Blake, la nefanda que había estado persiguiendo, la mujer que había orquestado su secuestro, la que había mancillado la capilla de su coro… era la misma camarera alegre que había llegado a considerar una amiga y una confidente.

            —¿Sabes? Al principio no estaba segura de que fueras tú quien me perseguía. Sabía lo que eras, por supuesto, incluso sabía que pertenecías al Coro pero imaginé que eras demasiado joven para una misión tan arriesgada.

            “Imagínate mi sorpresa cuando me enteré. Y además hiciste un trabajo increíble, casi me pillaste en el depósito. Luego, hicieron falta cuatro hermanos para reducirte ¡Cuatro! Y no les fue fácil, creo que uno se ha quedado ciego. Estarás orgullosa.

            —Estaré orgullosa cuando acabe contigo. — La cara de Caitlyn se había vestido de furia. — Déjame salir de esta cama y te enseñaré qué más puedo hacer.

            —¿Estás enfadada por lo que le hice a tu capilla? — Se burló Jodi.

            —Has vendido tu alma, has destruido un lugar sagrado

            —¡Pobre niña! ¿Qué sentido tendría vuestro coro, vuestra luz, sin mi oscuridad? Tú lo llamas destruir, yo digo que he devuelto su poder a un origen verídico. ¿Crees que no conozco tu camino? ¿Crees que yo no canté las alabanzas del Uno junto a mis propias hermanas de coro? Pero yo aprendí. El dios al que adoras te exige el sacrificio y la pureza mientras acapara sus recompensas para después de tu muerte. El mío me regala su don aquí y ahora, cada segundo de mi vida. Bajo él, hacemos de la Tierra nuestro propio paraíso.

            Pero Caitlyn no escuchaba el monólogo de la nefanda. Miraba hacia el techo con ojos vacíos ahogados en su fracaso.

            —¿Qué vas a hacer conmigo? — Preguntó aunque ya sospechaba la respuesta.

            —Sabes demasiado y eres una enemiga natural— Respondió con un tono que sugería tristeza. — Al amanecer serás entregada al cuchillo y al altar. Te prometo… que será rápido.

            Caitlyn respiró con lentitud y cerró sus ojos para que el miedo y la furia no surgiesen a la luz. “No le des nada” pensó “Quiere tu pesar, así es como se nutre su vileza. No le des nada.” Pero aún hizo otra pregunta.

            —¿Por qué no me has matado ya?

            La voz de la mujer no tembló en ninguna sílaba, pero un suspiro delator escapó al terminar la pregunta. Blake estaba admirada ante la valentía de la chiquilla. Se acercó a la cómoda y sacó varios objetos mientras respondía.

            —Aprisionar a un mago vivo, especialmente a un corista celeste, es algo que no se consigue con frecuencia. Tu captura merece un sacrificio, por nuestro deber y como agradecimiento a nuestros señores por el éxito.

            Blake había extraído un frasco decorado de aceite aromático y oscuro, una bandeja y un pequeño cuchillo simple, un objeto anodino que podría haber estado en cualquier cocina. Caitlyn no pudo evitar estremecerse al ver la afilada herramienta.

            Pero la bruja no dirigió el arma hacia su reclusa. Se hizo un diminuto corte en el dedo anular y dejó caer una gota de sangre en el frasco. El fluido carmín se mezcló inexplicablemente con el aceite y desapareció disuelto en segundos

            —Tengo que prepararte para el ritual— Dijo mientras se sentaba en la cama. Caitlyn intentó revolverse o patear para que se le cayese la bandeja, pero sus músculos no respondieron. — Si quieres podemos hablar, no hace falta que pases tus últimas horas en silencio.

            Pero Caitlyn no dijo nada. Cerró los ojos e intentó aparentar indiferencia. Blake derramó unas gotas de aceite en sus manos y las pasó con delicadeza por la cara de la corista. El aceite olía a canela, a lirios y a esencia de rosas. Por ese característico aroma, la joven se dio cuenta de que era el mismo que su captora tenia untado en la piel. Sabiendo que no podía hacer nada, la joven se quedó quieta, tensando su mandíbula de frustración. La nefanda terminó de extender el ungüento sobre cara y brazos y suspiró.

            —Lo siento, voy a tener que desnudarte para esto.

            Caitlyn casi grito de ira. A su frustrante indefensión se sumó el ultraje de aquella iniquidad y se revolvió de nuevo. Quería detenerla, deseaba aunque solo fuera doblar sus piernas para que no pudiera quitarle la ropa. Al menos tuvo la satisfacción de ver como la nefanda intentaba trabajosamente desvestirla, obstaculizada por su pasividad.

            —Esto sería más fácil si cooperaras ¿Sabes? — Bromeó mientras tiraba con esfuerzo de los pantalones— Pero supongo que yo haría lo mismo en tu lugar.

            Una vez tuvo a su víctima desnuda, se dedicó a esparcir el óleo sobre su cuerpo. Lo hacía con calma y sin presionar ni toquetearla más de lo necesario. Llegó a sus pechos y los barnizó rápidamente con gestos suaves, sin detenerse en ellos. Caitlyn sintió cierto alivio al darse cuenta de que la nefanda no se entretenía con su carne desnuda.

            Finalmente, Blake recorrió sus ingles con una mano impregnada de aceite e introdujo dos dedos en su vagina. Aquella humillación final arrancó a la joven un gruñido de furia y su rostro se marcó de bermejo. Sin embargo, la nefanda, que había notado algo más en su rápida unción, abrió sus enigmáticos ojos con sorpresa y gritó de júbilo.

            —¡Niña! No me digas que eres…

            Caitlyn no soportó la vergüenza y lloró silenciosamente mientras apretaba los ojos y todo su cuerpo temblaba de ira e indignación. Las lágrimas recorrieron sus sienes, veloces sobre la piel oleosa. Siempre había sido una chica solitaria y algo rara, como casi todos los magos durmientes. Y luego, cuando despertó a su areté, su credo y sus deberes no le habían dejado tiempo para… realmente para nada.

            —No puedo hacer esto. No puedo permitirlo. —Dijo Blake, como si hablase consigo misma— No entregaré al Vacío a quien no ha conocido este sabor de la vida.

            Por un breve y esperanzado instante, Caitlyn pensó que había salvado el cuello. Pero en seguida comprendió las implicaciones de aquellas palabras y su corazón se ensombreció cubierto de terror. Por primera vez, suplicó.

            —¡No! Por favor, no me hagas eso.

            —¡Shhhh! Tranquila, niña. — Susurró la nefanda con dulzura. — Te prometo que tendré cuidado. O quizás sería mejor una mano masculina ¿Prefieres que traiga a mis hermanos, a mi ahriman?

            La joven palideció en pánico ante esa perspectiva. Aquellos “hermanos” no eran seres humanos. No eran monstruosos ni repulsivos, pues todos eran magos unidos a esa oscura cábala. Pero detrás de su cuerpo su areté lo expresaba: eran salvajes, hombres caídos en deseos oscuros y guiados por sus instintos y por los propósitos crueles de sus señores.

            —¿No? —Siguió hablando Blake. — te prometo que serán cuidadosos. Aunque puedan parecer unos animales en combate, te tratarán como a una princesa en su noche de bodas.

            Caitlyn quería controlarse, dejar de llorar. Quería negarle a su enemiga la satisfacción que le estaba dando. Respiró más despacio y se sumió en la canción de su mente. Se llenó a sí misma de música, de la acogedora luz del Uno. Sus sollozos comenzaron a controlarse, temblaba menos y sus ojos se abrieron, calmados y desafiantes.

            —Haz lo que debas— Musitó.

            Jodi la miró con admiración. Tamborileó con los dedos sobre la bandeja plateada y la depositó en la mesita de noche.

            —Aquí estás otra vez. Mi niña valiente. Esta es la Caitlyn que se enfrentó sola a cuatro nefandos sin atemorizarse.

            Se inclinó sobre ella en el lecho y besó su cara. Sus labios pintados se depositaron en sus mejillas, su frente y, finalmente, su boca. La joven no reaccionó ni siquiera cuando aquella lengua la invadió. La bruja se incorporó y se quitó la camiseta de deporte, mostrando unos pechos pequeños y de un blanco marfileño.

            Luego se levantó y comenzó a quitarse los pantalones. Caitlyn quiso volverse para no mirarla pero, fuera por la ligadura o por la oscura fascinación que aquella mujer ejercía con su perfecto cuerpo alabastrino, no pudo apartar la mirada. Las piernas largas y torneadas de la nefanda se descubrieron. Las nalgas firmes y los muslos agraciados mostraban una figura que, si bien frágil y algo demacrada, era innegablemente atrayente. La figura perfectamente formada de aquella carne unida a su extrema palidez le daba el aspecto de la estatua de una diosa romana de la muerte.

            Se desnudó por completo, mostrando un pubis libre de todo vello y ligeramente sonrosado, marcando un pequeño margen de color en aquel cuerpo uniformemente pálido. Los labios de su sexo se exponían generosos y el capuchón de su clítoris se elevaba ligeramente en una excitación patente. Se quitó también el pañuelo de la cabeza y su pelo se liberó asalvajadamente, cayendo sobre su torso. Comenzó a untarse el óleo aromático sobre la piel allí donde la ropa lo había retirado, deteniéndose con deliberación mal disimulada para mimar su cuerpo en una exhibición clara.

            Cuando sus manos aplicaron el ungüento a su ingle, se deleitó golosamente, moviendo sus dedos en suaves recorridos circulares y descendentes a lo largo de su hendidura. Ronroneó en tono grave cuando se penetró y elevó incitantes suspiros mientras se masturbaba en aquel ritual lascivo.

            Caitlyn miraba aquel espectáculo hipnotizada. La canción en su mente, que antes ocupaba un estruendo glorioso, era ahora un lejano susurro, desplazado por la atención que esa visión exigía a sus ojos. Observó fascinada como las caderas de Blake oscilaban al compás lujurioso que aquellos dedos imprimían en sus rítmicas y untuosas penetraciones. El sonido meloso de aquel proceder se conjuraba a su alrededor, llenando el aire del chapoteo inconstante que marcaba.

            Con un jadeo entrecortado y un vibrar culminante de su cuerpo, la nefanda hizo ostentación de su orgasmo como un estandarte de desafío. La muchacha resopló inconscientemente en un gesto de empatía secreta, horrorizada pero también incitada. La masturbación no le era extraña y, muy a su pesar, deseó por un instante quedarse sola para aplacar su propia necesidad. Pero tales pensamientos no pueden prevalecer cuando la amenaza de la muerte y la indignidad pesaban sobre su alma. Pronto, su fascinación temerosa dio pie al curso de su pavor.

            Más enardecida que satisfecha, Blake se acercó al lecho aún respirando pesadamente y se deslizó sobre la joven con movimientos serpentinos.

            Sus pieles, de tonos tan contrastes pero igualmente cubiertas de esa pátina resbaladiza y fragante, se tocaron como si reconocieran en la otra la textura de su misma identidad. El sedoso y felino movimiento de la nefanda sobre su víctima hizo contactar sus pechos, apretando airadamente esos montículos que se oprimían en un abrazo ardiente de carne tentada. 

            Pero la joven, superando el miedo, había abandonado de nuevo la estancia. Entregada y sumergida en los acordes de su  canción, escondía su mente y su alma a los sentidos de su cuerpo. Sus ojos vacíos no respondían a la mirada obscena que Blake le dedicaba y su cuerpo era un simple juguete sin vida.

            La nefanda estaba a la vez sorprendida y contrariada por esa portentosa impavidez. ¡Qué voluntad escondía aquella joven! Pero la maga oscura no estaba dispuesta a dejar que su reclusa escapara, ni siquiera a su propia mente. Vertió palabras siniestras a través de su garganta, invocando su areté hacia fuerzas de cambio y de vida. Se retorció en escalofríos y gestos de dolor mientras aquel faustiano efecto tomaba lugar en su cuerpo.

            Con una mano que brillaba de reflejos aceitosos y de residuos de poder, tomó la diestra de Caitlyn y la dirigió a su intimidad. Los ojos de la muchacha por fin reaccionaron abriéndose de impresión cuando sus dedos tocaron la carne pálida y húmeda de la bruja. Miró hacia abajo consternada y dejó escapar un ahogado grito de sorpresa y espanto.

            Entre las piernas de Blake, sujeto por la mano temblorosa e inmóvil de la chica, se ostentaba un falo bañado y ungido en el mismo óleo perfumado que las cubría a ambas y abrigado en una piel tan descolorida, a la vez insana y hermosa, como a la que estaba unido. El órgano era de un tamaño más que considerable, tanto que descendía desde la entrepierna de la nefanda, palpitando contra la cara interna del muslo de Caitlyn y presionaba la tela oscura del lecho.

            El temor invadió de nuevo a la corista, interrumpiendo una vez más la música celestial en su cabeza.

            “¡No importa!” Se dijo angustiada por reencontrar su nirvana “Va a violarte de cualquier forma. Use lo que use para hacerlo, esto no cambia nada.”

            Pero sí importaba. Respirando costosamente, se sentía asfixiarse en el pánico de aquella maligna consumación. En su desesperación encontró la fuerza de la que carecía y se incorporó de nuevo al ritmo sagrado de su canción. Pero esta vez no en busca de refugio y aislamiento, sino en busca de aquella luz fulgurante que no era sino la ira de su poder.

            Su voz se alzó desafiante, venciendo la vacilación inicial que el temor le provocaba. Cantó un poderoso crescendo que hizo vibrar la cama por la secreta energía que contenía. No intentó atacar la ligadura ni al lecho que la contenía, su areté se enfocó y, prístino como un rayo de Sol, atacó a la nefanda. Blake tuvo que recurrir a su propio poder para amortiguar semejante furor y no quedar calcinada en el sitio.

            La lucha de ambas voluntades hizo que las luces de la estancia parpadeasen y que el fuego lanzase agónicas llamaradas. El lecho humeó levemente, llenando el lugar del olor acre de la tela chamuscada. El cántico celestial de Caitlyn contra las invocaciones tétricas de Blake.

            Pero finalmente la bruja se impuso. Desafiada en el mismo lugar de su poder, aún maravillada y complacida por la fuerza del areté de su reclusa, recurrió a su propia energía, una fuente de una intensidad que Caitlyn apenas comprendía; y cantó su propia aria de condenación.

            La voz de la mujer era también prodigiosa. Aunque no tan clara ni capaz de alcanzar las altísimas notas que entonaba su oponente, volaba como un gorrión entre los agudos demostrando una agilidad vocal y un repertorio impresionantes. Aquella voz realizaba quebrados y cambios rápidos, alzando un canto inconstante de una belleza oscura y adormecedora que pasaba de una lentitud solemne a una escalada arrítmica y cacofónica.

            El inmenso areté de la nefanda se clavó en Caitlyn como una moneda en un estanque, acalló su canto y alejó su fuerza. Ambas mujeres sudaban y jadeaban tras aquella batalla invisible. La joven se retorcía de dolor bajo la fuerza titánica que parecía aplastar su pecho.

            Blake aflojó un poco la presa de su poder sobre la muchacha, permitiendo que respirase con normalidad mientras ella misma se dolía por el esfuerzo.

            —Qué poder, niña. —Murmuró.

            —¿Por qué me haces esto? —Dijo la otra con un quejido leve, al borde del llanto.

            —Porque te quiero, porque has sido una rival digna, no sólo ahora, desde el principio. Porque quiero regalarte algo que desconoces antes de arrebatártelo todo. Pero sobre todo, porque soy una perra lujuriosa y tu pureza me incita y me ofende como ninguna otra cosa, y ahora, todo lo que ansío es oír como usas esa fantástica voz para cantar algo más apropiado para mi lecho.

             Blake descendió para besar el ombligo de la joven y recorrió con una lengua zigzagueante el camino hacia su feminidad. Las piernas de la corista se abrieron bajo una voluntad que no era la suya y sus caderas se elevaron por aquella misma influencia, ofreciéndose para ese contacto lascivo. La boca pintada de negro se aplicó a su sexo e inició una habilidosa coreografía resbalando sobre los labios más íntimos de Caitlyn. La lengua bautizó aquellos pliegues sonrosados con lametones rápidos y acompasados, causando involuntarios jadeos a la joven.

            Alentada por aquel sonido, Jodi puso sus manos bajo las nalgas de su víctima y las forzó a elevarse aún mas, exponiendo su coño completamente a sus atenciones. Su serpenteante lengua alcanzó mayor profundidad y a la vez estimuló con sus labios el botón carnoso que, para vergüenza de Caitlyn, se había alzado entre aquellos pétalos cúpricos.

            La joven se retorcía, intentando negarse a las sensaciones que radiaban de su sexo. Busco unirse de nuevo a su canción pero, bajo la hábil boca de su captora, la única música que podía oír era el concierto de chapoteos y jugueteos húmedos que estallaban en sus oídos como sonido y en su mente como una sacudida que desconocía.

            Sabiéndola cercana al climax, Jodi terminó su amorosa obra. Se alejó unos pocos centímetros de ella y susurró una única palabra. Inmediatamente, una brizna intangible de magia entrópica resbaló hacia el interior del objeto de sus atenciones, correteando como una descarga eléctrica. Activó todas las terminaciones nerviosas en su camino hacia aquella húmeda profundidad y realizó el recorrido a la inversa y luego de vuelta, entrando y saliendo de aquel conducto para delirio angustioso de su dueña. Caitlyn se sentía como si la follase un relámpago. Gimió mientras su cuerpo se tensaba y su columna se arqueaba hacia atrás en una postura que ni siquiera se creía capaz de adoptar.

            —¡Aaaaah! ¡Po… por favor! ¡Haz que p…pare! —Su voz sonaba entrecortada y aguda, vulnerada por el placer y el dolor— ¡Haz que pare!

            —Aquí está—Dijo Jodi con fascinada satisfacción mientras comenzaba a masturbarse, agitando su apéndice antinatural y emitiendo un característico sonido de chasquidos acuosos— esta es la canción que quería oír.

            Las súplicas estertóreas de Caitlyn no fueron atendidas y el orgasmo la atravesó como una estocada. Temblando y convulsionándose entre gemidos ininteligibles, la maga se abrazó tratando de controlar sus espasmos y vio su mente opacada por aquel torrente. Pero no acabó ahí. Tras el traumático clímax, Blake se subió encima de su pecho, haciendo que su polla recorriese las curvas de sus senos y reactivó el efecto.

            Las contracciones de su vagina franqueaban lo doloroso y la muchacha se sintió de nuevo arrojada a una escalada más rápida y violenta hacia otro éxtasis. Sus gritos de inútil protesta fueron recogidos por su torturadora, que parecía beber de ellos como de un fresco y dulce manantial. Se encogió en posición fetal, buscando una protección imposible.

            —No pu…puedo… no puedo más—Balbuceaba inconexamente.

            Pensó que moriría en el asalto interminable de un clímax detrás de otro. Los movimientos espásticos de su cuerpo eran ya insoportablemente dolorosos y sentía en sus músculos aguijonazos de extenuación forzada hasta la frontera de la conciencia. Finalmente cayó desmayada en el lecho.

            Jodi permaneció un tiempo masturbándose frente aquel cuerpo que, aún en la inconsciencia, se retorcía ligeramente acosado por el placer. Pero su ánimo perdía fogosidad ante esa solitaria tarea así que se detuvo y retiró su areté del interior de la muchacha. Trazó un efecto de descanso sobre su invitada y esperó. Al menos le daría media hora para recuperarse. Después, estaba decidida a ser ella quien sintiese un goce desmedido jugando con su presa.

            Despertó cubierta de sudor frío y con todo el cuerpo adolorido. Sentía una irritación que le quemaba en su sexo y un calor cosquilleante aún recorría su cuerpo, estremecido por la intensidad de su terrible experiencia.

            Blake estaba sentada frente a ella, acariciando su frente con un paño y ofreciéndole un gran vaso de agua.

            —Toma, bebe.— Dijo con dulzura mientras le acercaba el recipiente a los labios. Caitlyn bebió dócilmente. —Has sudado muchísimo y aquí hace calor, no quiero que te deshidrates.

            “Perdóname, me he pasado un poco. —Se disculpó inocentemente—Pero bueno, tómalo como una pequeña venganza por Carver, a él le quemaste los ojos.

            Caitlyn estaba demasiado turbada para responder. Bebió despacio, débilmente, ayudada por las manos de la bruja. No pudo evitar fijarse en que la enorme polla que se erguía entre las piernas de Blake seguía erecta, manteniéndose como una muda amenaza.

            —¡Vaya forma de correrte, niña! — La felicitó la nefanda mientras ella bebía. — Llegué a pensar que te desgarrarías con esas contracciones pero no, lo he comprobado. Sigues intacta para mí. — Sus palabras transportaron una carga de impaciencia y avaricia.

            La joven no dijo nada y descubrió que el miedo la había abandonado. Lo que le hiciera en ese momento no tendría más importancia que la física. De cualquier forma, ya la había violado.

            —Vamos allá —Exigió Jodi mientras depositaba el vaso en la mesita de noche. — No tienes ni idea de lo mucho que me has puesto con ese espectáculo.

            Caitlyn separó las piernas voluntariamente, con todos sus ánimos de desafío quebrados. No quería volver a sentir como su propio cuerpo la traicionaba. Prefería ser humillada mil veces en su carne que verse de nuevo atenazada por esa fuerza. Apretó las sábanas en sus puños y apartó la mirada.

            —No, niña. Quiero que me mires, quiero ver en tus ojos lo que le hago a tu cuerpo.

            Obedeció y clavó su atención en aquellos hipnóticos ojos. Decidió distraerse en las profundidades multicolor de esos irises sobrenaturales mientras Blake se divirtiese con un cuerpo que ahora le pertenecía.

            La bruja enfiló su enorme atributo contra el coño de su prisionera, frotando el glande contra sus labios. Comenzó a empujar con suavidad pero sin descanso, resbalando hacia el interior de aquel camino que sólo su magia había recorrido antes. La vulva se abombó con prontitud ante aquella invasión tremenda.

            Fue doloroso, pero ni mucho menos tanto como esperaba. Fuese por la ligadura o por el cansancio, los músculos de su vagina estaban relajados y apenas opusieron resistencia ante aquella primera entrada. La membrana se desgarró con facilidad, apenas causando un ligero escozor y un rápido tirón. Gruñó un poco y apretó los labios cuando sintió la tensión forzada de su conducto lleno y estirado, pero no cerró sus ojos, para encanto de su violadora.

            —Mi niña valiente. — Susurró Blake con voz afectada por el placer y el cariño. Continuó presionando hasta que alcanzó el límite de la gruta y se detuvo, dando a ambas un descanso. Se inclinó y abrazó a Caitlyn, quien aceptó el gesto con indiferencia.

            Se removió de gusto, sintiendo la estrechez de esa carne virginal que acababa de reclamar. Retrocedió despacio, deleitándose con cada centímetro que oprimía su polla artificial. Salió completamente de ella y contempló su obra con deseo. Unas pocas manchas de sangre se esparcían por la inmaculada blancura de su falo. Apenas había sangrado y ello la complació, como testificación de un trabajo bien hecho. Tomó lo poco que pudo del líquido carmesí y lo frotó en la frente de la cautiva.

            —Aquí tienes—Dijo— Te he bautizado con la sangre de tu desfloramiento. Ahora llevas encima mi vida y la tuya. Estamos unidas.

            La joven maga no entendió esa sentencia hasta que recordó: Blake había mezclado su sangre en el aceite con el que la había ungido. Se preguntó qué sentido tendría eso.

            Pero no pudo pensar más porque la bruja ya presionaba de nuevo en su interior, y fue incapaz de evitar un jadeo al sentirse otra vez invadida. La nefanda no le dio más descanso. Entró y salió con movimientos lentos pero constantes, extrayendo de ella toda su extensión para que pudiera ver la longitud de lo que le estaba clavando. A veces apoyaba su pene sobre la entrepierna de Caitlyn, como intentando sorprenderla al mostrarle la profundidad que podría alcanzar. Luego se regodeaba con pacientes embestidas mientras emitía gruñidos de inmensa satisfacción.

            Por su parte, la corista se sintió hasta cierto punto aliviada al experimentar lo poco traumático que había resultado el proceso. En cierto modo era mejor que la espantosa e interminable serie de orgasmos que le había inducido antes. Aún sentía el leve dolor incómodo de su vagina presionada desde dentro por aquella monstruosidad pero ya empezaba a notar un placer lejano que recorría su conducto. Aunque pretendía mostrar una dolida indiferencia, su estimulada y dilatada hendidura parecía complacida por las constantes intrusiones de aquel inesperado visitante y le enviaba señales de una naturaleza difícil de negar.

            ¿Qué más daba? Ya estaba condenada y silenciada. Alejada del Uno, de su canción y de sus hermanas. De esta suerte, prefería al menos disfrutar de esa última experiencia que cada vez parecía menos desagradable. Abrió algo más las piernas con timidez y permitió que sus instintos la guiasen a mover levemente sus caderas, acompañando el mismo ritmo lento con el que la violaba.

            Jodi lanzó una corta risa de júbilo al ver que su amante comenzaba a complacerse con lo que le hacía. Caitlyn se detuvo en un principio, ruborizada, pero en seguida tomó de nuevo esa cadencia gozosa en ánimo desvergonzado.

            —¡Sí, niña!-gritó enardecida la nefanda. — ¡Tómame, disfrútame! ¡Es mi regalo! ¡Es para ti! Voy a follarte hasta que seas tú quien me suplique que siga destrozándote el coño.

            La muchacha se sintió a la vez atemorizada y excitada por las palabras de su amante. A medida que hablaba,  Jodi aumentó la velocidad de sus embestidas y Caitlyn no pudo menos que acelerar igualmente la oscilación de sus caderas. Gimió descaradamente llamando a ese órgano que la perforaba. Sintió que la respiración le faltaba, que volvía a aquella espiral ennegrecida de jadeos y estremecimientos.

            Blake, encantada con la fogosidad de su supuesta víctima, decidió otorgarle otro regalo, uno más sutil pero también más íntimo. Sin necesidad de palabras, evocó en su mente recuerdos de mucho tiempo atrás, de una magia empática que conocía desde antes de ser revelada a la verdad oscura de su cábala.

            Caitlyn se vio súbitamente a sí misma desde la perspectiva de su amante. Seguía sintiendo su cuerpo y podía ver con sus propios ojos la imagen de la nefanda subiendo y bajando sobre ella con el rostro marcado de lujuria. Pero además, como un sentido adicional, podía ver a través de los ojos de Jodi, observándose bajo ella.

            Vio su pelo revuelto sobre el lecho con rizos castaños desparramados en la sábana. Vio sus ojos zarcos entrecerrados por el coito y sus mejillas morenas ruborizadas por el sonrojo de su deleite. Admiró sus pechos bamboleándose al ritmo de las embestidas y deseó poder besar sus propios labios, abiertos en una expresión de sorpresa y goce.

            “Soy hermosa” Se dijo. Y era verdad. Siempre se había considerado una mujer vagamente atractiva en términos generales pero nunca había tenido una imagen tan abrumadoramente sincera de su belleza.

            —Otro regalo, Caitlyn. — El que la bruja usara su nombre le hacía sentirse más vulnerable. — Te doy a ti misma, para que conozcas a esa mujer a la que has olvidado durante toda tu vida.

            Sintió una punzada de miedo al recordar la amenaza de una muerte pronta pero la desechó inmediatamente para centrarse en llamar y abrigar la sensación que su vagina maltratada le propiciaba. Sin saberlo, enunció en su mente el precepto básico de una de las filosofías más infames que existen: “Lo importante es disfrutar del camino”.

            Rodeó a Jodi con brazos y piernas, obligándola a ejecutar penetraciones más cercanas, cortas y rápidas. Se entrelazaron salvajemente en un beso en el que sus lenguas resbalaron la una sobre la otra, como serpientes rivales. Atrapada en ese abrazo febril, Blake gimió con rápidos chillidos agudos.

            —¡Niña!¡No puedo…!

            “Córrete” Pensó Caitlyn para su asombro “Correte dentro de mí”

            Ambas mujeres gritaron con voces sobrepuestas y sus quejidos extasiados se mezclaron. La poderosa eyaculación en su interior no le pasó desapercibida y el viscoso impacto de esa carga líquida contra sus paredes detonó su propio orgasmo. Las palpitaciones de su clímax causaron un gañido de asombro a su amante, que notó sobre su polla esa tensión carnosa.

            Blake se retiró sentándose de nuevo y su falo saltó hacia fuera, aún erecto y cubierto de sus propios extractos. Respiraba pesadamente, conmovida por lo íntimo y pleno de aquel contacto.

            La corista quedó desmadejada en el lecho, intentando que el mundo dejase de darle vueltas. Para su incredulidad, aún tuvo otro orgasmo leve cuando el esperma se deslizó fuera de su coño, como si el simple paso del fluido hubiese accionado de nuevo los botones de su satisfacción.

            Pero su captora no le dio más descanso a ella ni a sí misma. La tomó del costado y, con una fuerza que resultaba sorprendente para su macilento cuerpo, la obligó a darse la vuelta. Luego tiró de sus caderas hasta conseguir que se apoyase en las rodillas y manos, dejándola a cuatro patas. Sorprendida pero aún excitada, Caitlyn movió sus caderas arriba y abajo en un claro gesto de incitación erótica. Incluso la experimentada y paciente Jodi Blake, cuya voluntad podría literalmente hervir el acero, tuvo que reprimirse para no alabanzarse dentro de la enrojecida y tentadora hendidura que la joven agitaba como un deseoso señuelo.

            La muchacha sintió como la bruja tentó su coño pasando el glande y haciendo pequeños gestos de penetración no consumados. Se removió, expectante, deseando sentir de nuevo su canal lleno de esa carne que la había desvirgado. Pero Jodi decidió torturarla un poco, dándole apenas unos centímetros de avance antes de retirarse velozmente. La joven se movió repetidamente hacia atrás,  intentando atrapar con su vagina aquel mástil renuente a su deseo.

            —No, Caitlyn.- Dijo la nefanda—Ya te lo dije antes, ahora es el momento de suplicar.

            La corista jadeó de desesperada necesidad. Le urgía volver a sentirse ensartada en aquella carne palpitante. Incitada por esas caricias íntimas, casi gritó de insatisfacción al verse de esa forma atrapada. Tragó saliva y su voz, enronquecida, surgió insegura.

            —Por favor, dámela.

            —No, niña. — Respondió Blake con malicia—Hazlo como es debido.

            Caitlyn, llevada por un deseo que nunca se había imaginado capaz de sentir, enterró la cara en la sábana, muerta de vergüenza. Su rostro, ya ruborizado por el esfuerzo y el placer, se tintó aún más de escarlata. Recordando cada palabra que la bruja había dicho, tuvo que hacer varios intentos para superar su timidez y formar la petición completa.

            —Por favor… Por favor, destrózame el coño. — Susurró apocada.

            Jodi, satisfecha, dio un atroz golpe de caderas que enterró su imponente falo en la encharcada y enrojecida vagina. Caitlyn gritó de dolor pero también de violenta satisfacción. En seguida, la nefanda inició una alocada y veloz monta de aquella presa que tanto se había sometido. Su polla entraba y salía de aquel anhelante canal con un estrepitoso chapoteo acompañando cada embestida de su pelvis.

            Caitlyn sentía su elevada cintura entregada a aquel ritmo infernal transmitiendo el creciente dolor que acuchillaba su cuerpo con sacudidas estremecedoras. Pero también sentía un gozo acuciante y climático, una sensación plena de sometimiento y exceso que su mente articulaba en gritos ahogados y temblores descontrolados. Se mordió la mano manteniendo su cabeza contra el lecho, siendo sólo capaz de controlar el movimiento pendular de su cadera, acompasado a las embestidas animales de su amante.

            Abrió sus ojos asustada cuando sintió como Jodi separaba sus nalgas e introducía la punta del pulgar en su ano. La intrusión en aquella otra vía le impactó al principio con rechazo pero luego con incitante curiosidad. El dedo en su recto fue ingresando en esa estrecha ruta con presión cuidadosa, adentrándose cada vez que embestía en su mucho más ocupada vagina. En pocas estocadas, el apéndice ya exploraba con completa profundidad y esa estimulación adicional amenazaba con tirarla de nuevo por el borde del orgasmo.

            Pero justo cuando comenzaba a notar el cosquilleo ascendente que anunciaba su clímax, la nefanda sacó su pene de ella, para su desilusión. El falo, lejos de su alcance, chorreaba su propio fluido preseminal y todas las secreciones lubricantes que el coño de Caitlyn había regado generosamente. Manteniendo sus nalgas muy separadas con ambas manos, Blake se agachó y comenzó sin prolegómenos a lamerle el culo.

            La maga al principio se resistió, asqueada y demasiado enardecida por el vacío insatisfecho que la mujer había dejado en su vagina. Pero pronto aquella nueva fuente de sensaciones la liberó de su prejuicio y dejó que la nefanda le aplicara esa extraña forma de placer oral. La impresión no era demasiado intensa, no era el deleite explosivo que había sentido en su coño, pero tenía un poder morboso y humillante que hizo que Caitlyn aún expusiera más su postura elevando el trasero, permitiendo que su amante se cebara en su ano. Suspiró ante esa nueva intrusión y no pudo menos que morderse el labio cuando la lengua traviesa consiguió vencer los músculos de su esfínter y exploró juguetonamente el estrecho canal. La bruja se separó un poco y, lamiendo de nuevo para provocar mayor lubricación, le insertó dos dedos en cada uno de sus agujeros.

            La sensación no era dolorosa pero sí incómoda. A la mujer le costó habituarse a tener esos dígitos examinando simultáneamente sus canales más íntimos. Pero se relajó, ayudada por la diestra masturbación que recibía a la vez que aquellos dedos se hundían cada vez más en su culo.

            Blake los sacó de golpe y el sonoro tirón que sintió en su recto hizo que Caitlyn gimiera de gusto. Se quedó allí, tirada boca abajo con los brazos recogidos a ambos lados de la cabeza y con su grupa tremendamente elevada en una postura vulnerable que habría podido causar un infarto a cualquier testigo. Estaba centrándose en su relajada respiración cuando sintió una presión mucho mayor en ese orificio que acababa de descubrir como fuente de placer. Abrió los ojos enormemente y resopló, dándose cuenta de lo que pasaba en su ano.

            —¡No! ¡Espera! — Protestó—¡Eso no… ¡¡Ugh!!

            El aire salió tan rápido de sus pulmones que el propio grito se ahogó. La enorme cabeza de aquella polla junto con un par de centímetros del tronco acababa de ingresar en su recto de un único movimiento. Sus labios entreabiertos mostraron una mueca de dolor y sus ojos permanecieron cerrados con fuerza. El rictus en su cara era más que muestra evidente de que esa consumación sexual no había sido agradable. No quería  ni respirar, pensando que si cogiese aire el dolor sería mucho mayor. Aguantando todo movimiento, ni siquiera se atrevió a echar su culo hacia delante para evitar el pene que lo atravesaba.

            Blake no presentó más piedad. Agarrando a la joven de sus nalgas y tiró de ella hacia sí mientas seguía impulsando su erección hacia delante con determinación inclemente. Ganando centímetro a centímetro aquel terreno virgen, el coste de cada segundo se pagaba con lágrimas de la adolorida Caitlyn, que sentía esa estaca clavarse con crueldad en su ano. La muchacha intentaba oponerse a la fuerza que la perforaba, pero la frágil mujer que la enculaba parecía tener el vigor de un titán. Quería dejar de tensar sus músculos, sabía que la contracción instintiva de su esfínter no hacía sino provocarle más daño pero era incapaz de controlarla.

            —¡Espera!- Caitlyn, desesperada, intentó negociar— Por favor, ve más despacio. Puedo hacerlo… — Recordó su placer anterior e intentó parecer seductora—… creo… creo que quiero hacerlo, pero… sé más suave.

            Sabía que nada desviaría a su captora de aquel sórdido objetivo, pero si le ofrecía cooperación, quizá pudiera conseguir algo de piedad. Quizás podría hacer que esa desvirgación fuese más parecida a la otra: un viaje casi indoloro de descubrimiento carnal.

            —Muy bien, niña. — Respondió Blake, complacida por su súplica— Lo haremos a tu manera, pero si no te relajas usaré la ligadura.

            La muchacha se horrorizó al pensar en lo que podría ser sentir todo su cuerpo paralizado mientras esa mujer la sodomizaba. Pero, con un rostro por el que corrían las lágrimas, asintió dócilmente mientras miraba hacia atrás a la faz indescifrable de la nefanda. Jodi retrocedió, sacando su tremendo atributo del torturado culo de Caitlyn. Esta no pudo menos que estremecerse al alcanzarle el dolor que incluso la salida de aquel falo le producía. Tanteó con una mano para tocar su ano y lo notó terriblemente dilatado y casi insensibilizado al tacto. Le ardía de dolor pero apenas percibía el roce de su mano. Reparó en que la bruja le untaba aceite en el culo y le introducía otra vez un par de dedos para extender el fluido en su interior. Volvió a apreciar cierto placer, sobre todo asociado al alivio que aquel masaje preparatorio le producía. Blake se untó generosamente la polla con el ungüento y se preparó de nuevo para atacar.

            —Espera, por favor. Dame un poco más— Suplicó la muchacha, aún atemorizada pero fingiendo deseo.

            Milagrosamente, el corazón de la mujer se ablandó. Quizás fuera el mohín aplacador de la chiquilla o quizá simplemente la tarea le agradaba pero, contra todo pronóstico, se agachó de nuevo y volvió a volcar sus atenciones más tiernas al culo de Caitlyn. Procedió con rápidos lametones que aliviaron en parte el dolorido ano. Luego volvió a insertar sus dedos en el estrecho orificio, estirando el anillo muscular con movimientos lentos y meticulosos. La joven liberó un gemido de placer al notar el alivio que esos cuidados le suponían. Cuando la nefanda imitó un movimiento de coito en su culo con dos dedos, ella se inclinó inconscientemente, ofreciéndose. Como recompensa, Jodi bajó su cabeza y le hizo una rápida comida de coño, consiguiendo que la chica casi se olvidara del verdadero objetivo de su lujuria.

            —Bueno, niña— Dijo la nefanda— Ahora sí que vamos a ello. Procura serenarte porque esta vez no voy a dar marcha atrás.

            —Seré fuerte— Afirmó Caitlyn, casi orgullosa.

En ese momento otro pensamiento se materializó en su cabeza: “¿Qué estoy haciendo? La mujer que se suponía que debía detener está a punto de violarme analmente y yo le prometo que se lo pondré fácil.” Pero, aunque esa idea era concisa y amedrentadora en su mente, no le importó. Había algo fascinante y potente en la atroz dualidad de la nefanda. Bailaba entre la crueldad y la ternura causando tanto pavor como afecto. ¿Cómo era posible hubiese algo en el mundo que no le perteneciera? Si Jodi Blake codiciaba algo, lo tendría tan seguramente como que la noche sucede al día. Si le apeteciera un diamante, lo tendría en cuestión de minutos; si desease un corazón humano, habría cientos dispuestos a arrancárselo de su propio pecho. Y ahora, esa terrible y poderosa avaricia implacable estaba dirigida hacia ella. Ahora, lo que Jodi Blake ansiaba era el culo de Caitlyn.

El glande se apoyó una vez más sobre el estrecho anillo. La joven tembló pero se centró en respirar lentamente y en relajarse. La presión fue gradualmente mayor hasta que comenzó a penetrarla con pasmosa suavidad. La polla entró con facilidad hasta hacer desaparecer su cabeza en el culo de Caitlyn y la nefanda dejó de empujar, sabiendo que lo difícil estaba por llegar. Sintiendo aquella intrusión en su recto, la muchacha emitió un prolongado quejido. Blake la tomó de las caderas y la obligó a inclinarse más, tirando de ellas hacia arriba. Bajó su mano y empezó a masturbar a la chiquilla, aliviándola. Siguió presionando su mástil en el maltrecho orificio que, ya rendido a su invasor, parecía radiar mucho menos dolor. Le dio a su pobre cautiva descansos periódicos, permitiendo que su estrecho canal se acomodase a la penetración. Finalmente, Caitlyn exhaló un grito de asombro cuando sintió la ingle de su violadora pegarse a sus nalgas.

La propia Blake resoplaba tras aquel esfuerzo. Se inclinó y abrazó a su presa por la espalda, acariciando sus senos. Besó su cuello y se dirigió con aquellos labios negros a su oreja.

—Ya está, preciosa. — Susurró — Has sido muy fuerte.

Caitlyn sintió una estúpida y satisfactoria calidez de orgullo en aquel halago amoroso. Se retorció hacia atrás todo lo que pudo y recibió un beso tierno y apasionado de la misma mujer que tenía enterrada en su culo casi dos palmos de polla artificial. El dolor se atenuaba rápidamente y aquella sensación de asombrosa plenitud, aunque no era placentera, ya no resultaba tan desagradable.

La nefanda realizó leves movimientos de cópula lentos y estremecedores que Caitlyn recibía con temblorosos resuellos. El dolor había desaparecido con una rapidez sorprendente y su recto parecía recibir con extraña ansia el miembro que lo ocupaba. Caitlyn abrió la boca y liberó fuertes jadeos de asombro ante aquella aplastante sensación de plenitud. Se sentía como si sus vísceras fueran apartadas en el camino de su violación. No había placer físico, era otra cosa. Era sentirse el objeto lleno y empalado de una diosa.

No entendía cómo se había desvanecido el dolor. El sufrimiento se había apagado y sólo quedaba esa extraña y abominable forma de consumación. Se rindió a esa furia ofuscada y se llevó la mano a su coño esperando convertir aquella agonía en una cascada de placer mediante sus dedos. Casí lloró de júbilo cuando Jodi usó su propia mano para sustituir a la suya en su vagina. Aulló, se pellizcó los pezones, aplastó sus senos contra el lecho. Su cuerpo era un objeto de lascivia, de goce pecaminoso. En aquella retorcida forma sexual que taladraba su ano encontró un nuevo éxtasis flamígero.

La nefanda se aferró a sus nalgas y tiró de ella con apetencia animal Sus embestidas se aceleraban y aquellos movimientos pasaron de ser rítmicos empujones a rápidas acometidas, cada una convertida en una expresión de violencia, de sadismo inclemente y de apasionado cariño. Se la sacó, la sujetó con salvajismo y la giró sobre el lecho bruscamente.

Caitlyn gritó insatisfecha. El vacío en su recto era mucho peor que el de su vagina. El frío que sintió de pronto supuso un leve alivio para el escozor de su ano pero ello no la tranquilizó sino que aumentó su enardecimiento. Quería aquel dulce dolor de nuevo. Ya no le importaba nada, ni el Uno, ni su canción, ni la tenue culpa que aún anidaba en su mente. Sólo deseaba aquella polla una vez más en su culo.

No la hizo esperar. Blake la obligó a levantar sus piernas hacia atrás y penetró de nuevo su torturado ano con una decisa estocada. Caitlyn exhaló un grito quedo y tiró aún más de sus piernas hasta que sus rodillas tocaban su pecho. Pidió más castigo a su violenta amante, quien la torturó mordiendo sus pezones, rozando su vulva y tirando levemente de su clítoris. La maltrató de mil formas mientras follaba su culo, mancillándola inmisericorde.

La muchacha necesitaba correrse, lo necesitaba como el propio aire. Pero la estimulación interrumpida de aquellas manos inquietas y el coito rápido en su ano no eran suficientes. Bajó su mano y tentó su palpitante hendidura con desesperación. La bruja pensó en torturarla deteniéndola pero, demasiado incitada por su propio placer, no llegó a interrumpir esa masturbación vehemente.

Sintiendo el calambre ascendente de su orgasmo, Blake salió del angosto orificio y sacudió su atributo ante la joven mientras un latigazo de esperma surgía de su polla y se estrellaba contra el vientre de su víctima. Caitlyn se corrió casi al mismo tiempo, tirando aún más de sus piernas como si pretendiese exponer más sus ingles al placer y a la vista de la que estaba siendo dueña de su cuerpo.

Blake se inclinó y se acostó junto a ella aún bufando. Recostada sobre su torso, tomó con sus dedos parte del semen y lo llevó a la boca reticente de su compañera. Caitlyn dudó pero finalmente aceptó los dedos entre sus labios con docilidad. Era agrio y salado, con un extraño regusto áspero. No era agradable, pero la naturaleza sucia de esa oferta la encendía.

No entendía cómo era posible que su libido no se hubiera agotado. Y aún menos creíble parecía que la polla invocada de su captora siguiese allí, orgullosamente erecta con una palpitación evidente en su húmeda superficie.

Jodi le dejó poco descanso. Se incorporó de nuevo y, colocando una rodilla a cada lado de su torso, situó su erección ante su cara y dio lentas estocadas, haciendo que la resbaladiza superficie de su glande recorriese sus mejillas. Caitlyn, sabiendo lo que se esperaba de ella, abrió su boca mansamente permitiendo que la nefanda desvirgase el último rincón intacto de su carne.

No sabía qué hacer ni qué pensar con aquella carne sensible y viva en su boca. Paladeó aquel sabor familiar: narcótico y adictivo. La textura suave de aquella piel nívea era atrayente en sus labios. Chupó con timidez, tragó gradualmente la saliva que el movimiento provocaba en su garganta e intentó abarcar cada vez más de aquel falo que tanto la había castigado y complacido.

—¡Oh, niña!— Gimió Jodi—¿Tenías sed?

Caitlyn hizo caso omiso de la broma y siguió con su labor. La naturaleza sensual de lo que hacía la llenaba de un gozo obsceno que no tenía nada que ver con el placer físico. Descubrió que le gustaba sentir esa forma pulsante en su boca. Aferró con su mano lo que no alcanzaba con sus labios y la atrajo aún más. Se sintió poderosa al ver cómo la nefanda se estremecía y liberaba quedos suspiros. Elevó su otra mano y acarició aquellos pequeños pechos marfileños sin cesar en su vaivén. Las piernas de la bruja se retorcían lentamente, con los tendones contraídos y marcados. Su cadera imprimía ligeros movimientos de penetración hacia la boca que la deleitaba y sus ojos, cerrando su enigmático misterio a la vista, daban prueba evidente del buen hacer de la muchacha.

Caitlyn separó sus manos de su recorrido por el cuerpo de su captora y las hizo descender a su entrepierna mientras aún atrapaba con sus labios aquel órgano. Con aquella polla en su boca y los jadeos de la nefanda en sus oídos, apenas le costó alcanzar el orgasmo. Se corrió humedeciendo aún más aquella colcha tinta de su propio placer mientras Jodi aferraba su cabeza y hacía que el impulso en su polla la hiciese alcanzar la joven garganta.

La bruja le regaló su propio clímax con un clamado gañido. El sabor penetrante y violento del semen la inundó de nuevo. La joven aguantó con él en su boca y, en un extraño gesto de retribución, se levantó para derramar esa copiosa corrida en los labios negros que parecían esperar esa muestra de lasciva generosidad.

Una vez más agotada, Caitlyn protestó débilmente cuando la bruja se echó en la cama y la colocó sobre ella, haciendo que su portentosa dureza se apretase contra sus nalgas.

—Por favor, no más. —Dijo — Si me corro una vez más me voy a desmayar de nuevo.

—Tranquila, niña. —Respondió Jodi acariciando la espalda de la muchacha. — Son las cuatro de la mañana, el Sol no saldrá hasta las ocho y pico, aún tenemos mucho tiempo.

Con un gruñido quejumbroso, la chiquilla notó como la elevaba con facilidad y la penetraba de nuevo. A pesar de su supremo cansancio, no pudo evitar que su pelvis se moviera de nuevo, ya no sabía si por su voluntad o por la de aquella terrible mujer.

Ambos cuerpos caídos y empapados sobre el lecho revuelto. Caitlyn no se creía capaz de sentir nada. Casi no se daba cuenta de que su mano masturbaba con distraimiento el falo flácido de su amante, como desafiándolo a alcanzar una nueva erección. La bruja había profanado cada centímetro de su cuerpo con sus manos, su boca y con aquella polla invocada. Adolorida y complacida como si hubieran vaciado su cuerpo, no se sentía sucia. Sólo completamente rendida y apagada de cualquier ánimo. ¿Cuántos habrían caído en manos de esa extraña mujer? ¿Cuántos habrían gritado de horror o placer en ese mismo lecho?

—Niña— la llamó con voz compungida— ha llegado la hora.

—No me llames niña. —dijo Caitlyn inexpresivamente en un postrero desafío— No después de lo que me has hecho.

Una lágrima descendió por la mejilla de la nefanda. Sollozó abiertamente y sus pequeños hombros temblaron con un llanto mal disimulado. Pero Caitlyn no lloró, no tenía miedo.

—No tiene por qué ser así. —Susurró la bruja con una voz que se rompía hacia una súplica. —Hay formas… podrías seguirnos. Sería peligroso pero… tenemos formas de asegurarnos de que no nos traicionarías.

Caitlyn no dijo nada. Sabía que esa oferta llegaría más temprano que tarde. Ya estaba advertida de ello y había tomado su decisión tan pronto como se vió atrapada por los nefandos en aquel callejón. Ella no podía seguir ese camino que le ofrecía. Ella era del Uno, del Coro. Moriría como una de sus hermanas, con su luz en su corazón y su canción en sus labios. En cierto modo, se sentía agradecida a la bruja por permitirle hacer ese altísimo gesto de martirio.

—Quédate—Suplicó de nuevo Jodi— Estarás aquí, conmigo. Tendrás conocimiento, tendrás poder. Y será para siempre. Viviremos y cantaremos juntas hasta que las estrellas tengan que aprender nuestros nombres.

Por un momento lleno de ironía, Cairtlyn sintió lástima de aquella mujer. Ella le había enseñado tanto de un regalo que ni siquiera conocía pero no iba a seguirla a donde ella quería llevarla. Era imposible.

No podía hacer eso.

—Sí. —Dijo. Lamió aquellos sabios negros y manchados de aceite y sudor. —Enséñame.

En su interior, la nefanda lanzó una carcajada demente y malévola. Lo había conseguido una vez más. Ningún nefando era tan capaz como ella. Los había más poderosos, más sabios y más astutos; pero ninguno más eficaz. Todos envidiaban cómo ella hacía bailar a sus víctimas hasta que le rogaban unirse a su corrupción. Nadie encontraba como ella la debilidad en sus cautivos. A veces era poder, a veces sabiduría y, en casos como este, era la simple liberación lujuriosa de unas cadenas de moral medieval.

Pero Blake pagaba un coste terrible por cada conversión. Pues ese nivel de empatía no era fingido. Ella verdaderamente apreciaba y amaba a sus víctimas. Y cada vez que la rechazaban, cada vez que tenía que entregarlas en sacrificio, se le partía el corazón.

Habló en el dialecto secreto de los suyos, la Lengua del Dragón. Caitlyn se horrorizó al oír aquel sonido infrahumano y gutural. Su mente se llenó de blasfemias, de toda la magnitud de la maldad humana. Imágenes de actos violentos y acciones sanguinarias acudieron a su mente atraídas por esas palabras atroces.

La bruja puso una mano en su pecho y empujó sin parar de liberar esas obscenidades. Para su terror, Caitlyn empezó a hundirse en el lecho como su la superficie no fuera más que barro ligero. La sábana roja la envolvió como arenas movedizas y pronto sólo su cabeza y sus brazos escapaban de esa succión. Manoteó salvajemente tratando de aferrarse a la mujer pero sus manos resbalaron como si estuviera cubierta de hielo húmedo.

Una oscuridad viscosa y un silencio adormecedor la envolvieron.

Blake no esperó más que unos segundos y pudo apreciar la forma de la chica que se formó de nuevo como un bulto bajo la sábana. Cortó el tejido cuidadosamente alrededor y contempló el cuerpo inconsciente de Caitlyn que apareció ante ella. La muchacha estaba empapada, pero no de sudor, aceite y fluídos corporales. La sustancia que la recubría había mutado y ahora era un légamo negro y grumoso. El aroma que la envolvía no era el penetrante olor del sexo y de las flores destiladas, ahora su cuerpo desprendía un hedor a grasa quemada y a ceniza.

Con una punzada de preocupación, comprobó sus signos vitales. Su pulso era débil e irregular y su respiración entrecortada pero seguía viva. Muchos no regresan del renacer, otros vuelven cadáveres y algunos llegan con la mente destruida y jamás despiertan. Ningún nefando recuerda qué ocurre al otro lado del altar pero todos saben que las pesadillas recurrentes que los atormentan tienen allí su origen. Y los señores del vacío eran caprichosos. Nadie, ni siquiera Jodelyne Arlan Blake, puede garantizar un viaje seguro por sus dominios.

La joven aún estaba inconsciente cuando Jodi le abrió el ojo izquierdo. Por algún motivo siempre era el que cambiaba primero. El iris, que antes era de un limpio azul claro, ahora presentaba con oscuro tono purpúreo con motas negras que se extendían hacia la esclerótica.

El ahriman tenía una nueva hermana. Una fuerte y poderosa. Quizás demasiado poderosa. Pero eso no importaba. Si Jodi tenía que hacerse a un lado y dejar el liderazgo de su cábala, lo haría con gusto. Nadie entendía mejor que ella que nada dura para siempre. Hasta ella misma, con su antinaturalmente prolongada vida, algún día se extinguiría. Incluso sus señores desaparecerían a su tiempo aullando en el vacío. Pero los nefandos saben que lo importante es disfrutar del camino. Otros les llamaban locos pero ellos entendían que en el Mundo de Tinieblas, en aquella oscura sublimación de carencias humanas, la suya era la única cordura válida. Y mientras tanto, ella sería Jodi Blake, y ellos serían sus hermanos, sus hijos, sus amantes. Su familia. Los nephandi.