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Marcos y Carlota (2)

en Hetero: General

SEGUNDA PARTE

- ¿Vienes, Carlota?

Tenía su mano extendida hacia mí, con la palma hacia arriba, esperando a que me decidiera, al tiempo que me retaba con su mirada, con esos ojos que me tenían completamente hipnotizada. Llevaba su torso al descubierto y se le marcaban los músculos de forma sutil, se notaba que se cuidaba pero tampoco era un esclavo del gimnasio. Tenía la piel dorada de alguien que pasa tiempo al aire libre sin camiseta. Llevaba el botón del pantalón desabrochado, lo que hacía que mi mirada se dirigiera constantemente a esa zona… me humedecí los labios sin pensar en lo que hacía y empezó a reírse.

- ¿Vienes o no, Carlota? –Sus ojos se pusieron serios- Aún estás a tiempo –desvió su mirada-, aún puedo llevarte a casa y lo dejamos aquí.

- ¿Eso es un ahora o nunca? –le pregunté.

- Sólo si eliges el ahora… -me sonrió, se puso en cuclillas delante de mí y me cogió de la barbilla, para que tuviera que mirarle a los ojos mientras me hablaba-. ¿No me vas a dejar que pruebe tu boquita?

Lo que Marcos me hacía sentir no me lo había provocado nunca nadie. Era escuchar su voz y sentir que mi cuerpo tomaba el control, mis pezones se pusieron duros bajo la tela de su camisa y tenía la sensación de que mi piel ardía y podía estallar en llamas en cualquier momento. Era una combinación entre sus gestos dulces y cariñosos y sus palabras morbosas.

Sabiendo a qué se refería con esa pregunta, acerqué mis manos a su entrepierna, acariciándole por encima del pantalón, sintiendo cómo su polla se endurecía con mis caricias. Acababa de correrse sobre mi cuerpo, pero su polla ya estaba recuperada e intentaba asomar a través de su pantalón. En sus ojos pude ver un brillo de triunfo y empecé a reírme.

- No me hagas dártela aquí… -medio me amenazó para ‘forzarme’ a decidirme.

Se me escapó una carcajada y pensé que ya habíamos dado suficiente espectáculo antes en el parking de la discoteca, donde cualquiera que pasara podría habernos visto medio desnudos y follando como locos.

Me agarré a su mano y salí del coche, olvidando mis dudas. Una vez que estuve fuera del coche, él tiró de mi mano para acercar mi cuerpo al suyo y me besó de una forma muy pasional, juntando sus labios a los míos, acariciándolos con su lengua, acariciando también mi lengua con la suya, presionando sus dientes sobre mi labio… Era un beso muy sensual, un beso para provocar sensaciones a lo largo de todo mi cuerpo, para provocar mi respuesta. Y mi cuerpo se encendió como un árbol de navidad. Sentía que mi piel resplandecía, que buscaba su contacto, que lo necesitaba.

Separó sus labios de los míos, pero no dejó que mi cuerpo se separase del suyo y yo lo agradecí. Cerró el coche con el mando mientras nos dirigíamos a un portal cercano. Marcó un código, la puerta se abrió con un zumbido y entramos en un portal amplio por lo que pude intuir en la penumbra. No encendió la luz. Me cogió la mano con firmeza y me guió hasta un ascensor, que estaba allí, iluminado, esperándonos. Después de lo que había pasado en el parking, me imaginaba que el ascensor sería una buena continuación, que nos abalanzaríamos el uno sobre el otro, nos arrancaríamos la poca ropa que nos quedaba y lo pararíamos entre dos pisos para que no nos molestaran sus vecinos en caso de que alguno decidiera salir a esas horas… Pero nada de eso sucedió. Marcos presionó el botón de la sexta planta y se apoyó contra una de las paredes, sin soltar mi mano, haciendo círculos lentos con su pulgar sobre mi piel mientras nos mirábamos y yo sonreía sin poder evitarlo. Se notaba una tensión en el ambiente como la que había en el parking antes de que decidiera montarme en el coche con él, una especie de corriente que me hacía querer acercarme a él.

Llegamos a la sexta planta sin que nada sucediera, la puerta del ascensor se abrió y pude ver que sólo había dos viviendas, una enfrente de la otra. Él se dirigió hacia la de la derecha sin soltar mi mano y entramos en su piso sin encender ninguna luz. Me condujo desde el recibidor hasta lo que supuse que era una sala de estar porque distinguí un par de sofás a través de la poca luz que entraba por las ventanas de alguna farola lejana. Me soltó la mano y escuché cómo dejaba las llaves, algunas monedas y otro objeto (que imaginé que era el móvil) sobre una mesa. Yo estaba inmóvil en medio de su sala de estar, creo que sonriendo en la oscuridad, esperando a que encendiera alguna luz. Pasó junto a mí, pero no me hizo ningún gesto para que fuera con él, así que me quedé allí parada, esperando.

De pronto, la luz brillante de una lámpara que estaba a la altura de mis ojos me cegó. Entorné un poco los ojos, ligeramente sobresaltada, y cuando volví a abrirlos, observé a Marcos y me quedé sorprendida por la fuerza de mi reacción, necesitaba verle, necesitaba saber que él también quería verme. Estaba sentado en un sofá de cuero negro, con los codos apoyados en la parte más alta del sofá, los brazos relajados, su pierna izquierda cruzada sobre la derecha a la altura del tobillo y una actitud algo chulesca, mirándome, repasando mi cuerpo descaradamente.

- ¿Te gusta lo que ves? –le pregunté, enarcando las cejas y poniendo esa sonrisa coqueta que me funciona siempre para desarmar a los hombres.

- No –contestó. Eso fue todo, una sílaba en tono serio, pero sentí cómo mi confianza salía volando por la ventana. Agarré su camisa con fuerza y la crucé sobre mi cuerpo, me sentía demasiado expuesta así vestida, con mi faldita y su camisa con sólo un par de botones abrochados, sin ropa interior, mientras sus ojos me desnudaban de una forma algo fría.

- Desnúdate –me pidió. No. En realidad, no me lo pidió, me lo ordenó. Me recorrió un escalofrío y no pude decidir si era de placer o de miedo.

No sabía si se estaba riendo de mí o qué es lo que estaba pasando, así que me quedé allí de pie, sin saber que hacer, agarrada a la tela de esa camisa que olía deliciosamente a él como si fuera una tabla de salvación. No sabía si ceder a su petición (en realidad, orden) o darme la vuelta y salir de allí pegando un portazo para que aprendiera que yo no era una cualquiera a la que pudiera ordenar las cosas a su antojo.

Se levantó con rapidez y se puso delante de mí. Su expresión se había suavizado, su mirada expresaba deseo y algo más… puede que fuera ternura, pero no podría jurarlo. No me tocaba, ni siquiera nos estábamos rozando. Acercó su mano a mi cuello y empezó a bajarla muy lentamente rozando mi piel con sus dedos. Al ir bajando, fue abriendo la camisa, que yo sentía deslizarse por mis dedos, hasta que llegó a los dos botones que estaban abrochados. Con esa ligera caricia, mi piel se había erizado y a través de la tela se notaba que mis pezones también contestaban a su caricia. Mi cuerpo volvía a traicionarme rindiéndose ante él.

Inclinó su cabeza y pasó la lengua de forma rápida dos, tres veces, por encima de la tela sobre mi pezón izquierdo y le dio un pequeño mordisco, sin hacerme daño, para ponerlo aún más duro. Cerré los ojos y se me escapó un gemido de placer. Cuando abrí mis ojos, ya se había incorporado y se había separado ligeramente de mí. Tenía las manos en los bolsillos y me miraba muy serio.

- Quiero que te desnudes para mí –volvió a ordenarme. Sin esperar mi respuesta, se dirigió de nuevo al sofá y se puso cómodo, esperando a que le obedeciera. Y esta vez, quería hacerlo. No me importaba el tono perentorio que utilizaba, quería satisfacerle y darle placer, hacerle perder la cabeza por mí, hacerle perder el control.

Deslicé la cremallera de mi faldita y la empujé con mis manos ligeramente, dejándola ‘atascada’ en mis caderas. En esa posición, Marcos podía intuir la piel completamente depilada de mi coñito. Quería que me mirase, que me deseara, que viera que yo también podía provocarle a él, quería hacerle sufrir un poquito, no darle lo que quería de forma inmediata. A continuación, desabroché lentamente uno de los dos botones que tenía abrochados. De esa forma, la camisa se me abrió un poco más, descubriendo parte de mis pechos, pero mis pezones seguían ocultos tras la camisa.

Me llevé el dedo índice a la boca y me chupé la parte carnosa y pasé mi mano por debajo de la camisa, acariciando uno de mis pezones y luego el otro. Sentir mis caricias y ver cómo Marcos me miraba me hizo sentirme muy excitada, así que pasé mi otra mano por debajo de la falda para acariciar mi clítoris. Al hacerlo, la faldita resbaló por mis piernas hasta el suelo y miré a Marcos, que recorría mi cuerpo con la mirada, imagino que planeando lo que pensaba hacerme. Acaricié suavemente mi clítoris sin dejar de pellizcar uno de mis pezones. Me sentía sexy, poderosa, capaz de hacer que ese hombre se derritiera por mí.

Se levantó de nuevo y se colocó junto a mí, cogiéndome las manos, impidiendo que pudiera seguir tocándome a mí misma. Seguía serio, pero sus ojos eran puro fuego. Sujetó mis manos con una de las suyas mientras con la otra desabrochó el único botón que me quedaba, haciendo que la camisa se abriera por completo. Me soltó las manos para deslizar la camisa por mis brazos y dejarme completamente desnuda frente a él. Se separó un par de pasos para mirarme.

- La de cosas que voy a hacer contigo… -murmuró. No sé si pretendía que le escuchara o no, porque parecía que hablaba consigo mismo, pero me ruboricé al escucharle-. No te muevas.

No tardó ni un minuto. Cuando volvió, cogió mis manos de nuevo y pasó un pañuelo negro de seda por mis muñecas. Con manos expertas, hizo dos nudos para que no se deshicieran y mis manos quedaron atadas. Levanté la cabeza y le lancé una mirada cuestionando lo que acababa de hacer.

- Arrodíllate –me ordenó. Le hice caso, esta vez sin cuestionar su petición (o su orden), sin dudar. Simplemente, me arrodillé delante de él y me quedé esperando a que me dijera que quería que hiciese.

- Así me gusta –me dijo, acariciando mi pelo, apartándolo de mi cara. Se descalzó y se quitó los calcetines. Lo hacía lentamente, disfrutando viéndome allí de rodillas, esperándole. Desabrochó la cremallera de su pantalón y con movimientos rápidos y precisos se lo quitó y se quedó completamente desnudo por fin-. Chúpamela.

Me tenía completamente a su disposición, de rodillas frente a él, los dos desnudos y muy cachondos, y me había dicho la frase más ridícula de la historia. Una simple palabra: chúpamela. Siempre que un tío me la había dicho, me había parecido ridículo o prepotente, no me parecía nada sexy pedirlo de esa forma. Pero eso era con otros tíos, no se aplicaba a Marcos. Cuando él me lo dijo, se me hizo la boca agua y el coñito se me humedeció. Así, tan fácil y simple. Y no le hice esperar.

Me acerqué, andando de rodillas, lentamente, hasta él, que no se movió ni un centímetro. Estaba siendo arrogante y lo sabía, y también sabía que eso me ponía aún más cachonda. Puse los ojos en blanco y le sonreí. Él jugaba conmigo y yo también quería jugar con él. Mirando a su polla, pero asegurándome de que él seguía mirándome, abrí mucho los ojos, como sorprendida por su tamaño, abrí ligeramente la boca y me di un mordisquito en el labio inferior. Soy consciente de que cuando hago esos gestos, se me pone cara de viciosa. Por eso lo hice. Quería provocarle, hacerle perder el control. Y su cara reflejaba que lo estaba consiguiendo, había perdido la seriedad y una sonrisa iluminaba su rostro. Cogió su polla con las dos manos y la acercó a mis labios. Yo saqué rápidamente la lengua para pasarla por su glande, pero sólo pude dar dos pasadas, ya que él la alejó de mi boca. La acercó de nuevo y repetí el proceso, intentando atraparla entre mis labios, pero fallando porque su dueño la alejaba continuamente de mí. Volvió a acercármela, pero esta vez la puso sobre mis labios, dándome lo que deseaba. Conseguí meterme la puntita de su polla entera en la boca pero él me la sacó, haciendo un sonido como el que hace un tapón al descorchar una botella. Cada uno de sus gestos me ponía cachonda, cosas que nunca habría permitido a nadie hacerme o decirme.

- Abre la boca –me ordenó. Y le obedecí de inmediato y sin pensar.

Pensaba que seguiríamos con los juegos ligeros de chupeteos, pero sin darme ni un segundo me metió la polla hasta la garganta haciendo que casi me atragantara. La sacó ligeramente para dejarme respirar y la dejó quieta para que yo pudiera chupársela a gusto. Sin manos, tenía que mover mucho la cabeza y contorsionar el cuello para poder comerme esa polla que me volvía loca, pero creo que no lo hice del todo mal porque la tenía cada vez más dura y, a veces, cuando hacía algún movimiento que le gustaba especialmente, su polla saltaba dentro de mi boca como si tuviera vida propia. De vez en cuando, yo le miraba a los ojos y sentía cómo su excitación aumentaba. Imagino que tenerme en esa postura le ponía muy cachondo, porque no paraba de gemir quedamente. Al no poder sujetarle la polla con las manos ni sacarla de mi boca, la saliva se acumulaba y empapaba su polla. Marcos se agarró la polla con una mano, me acarició el pelo con la otra y sacó su polla de mi boca, pasándola por mis labios. Yo sacaba la lengua deseando seguir chupándosela, pero no me dejaba. Me daba golpecitos en las mejillas y en la boca con su polla, dejándome toda la cara húmeda de mi propia saliva.  Agarrándome por la nuca, llevó su polla hasta mis labios, pero no me la metió. Le miré a la cara, empezando a pedirle que me la metiera cuando dijo:

- Ahora te voy a follar la boca.

Y sin esperar ni un segundo, es lo que hizo. Me metió la polla hasta la campanilla y me dieron un par de arcadas, pero él continuó follándome la boca sin piedad y mi garganta se acostumbró. Nunca había entendido cómo había chicas que dejaban que les hicieran esto. Me parecía denigrante y poco excitante. Pero ahora lo comprendía perfectamente. Mi cuerpo se había acostumbrado a su polla y por eso podía metérmela con tanta facilidad hasta la garganta. Me la metía con mucha rapidez y su mano sujetaba mi cabeza para que no pudiera retirarme.

- ¡Qué puta eres! Eres mi putita, ¿verdad? –me dijo. Y yo sólo quería ser su putita, nada más. Darle placer. Que me follara la boca, que me hiciera lo que quisiera. Que me ordenara cosas. No es que aceptara serlo, es que quería ser su putita personal.

No sabía el tiempo que había pasado, pero empezaba a notar una sensación incómoda en la mandíbula. Antes de que pudiera protestar, Marcos sacó su polla de mi boca, la colocó frente a mi cara, le dio un par de meneos rápidos y firmes con su mano y un chorro de lefa me cruzó la cara. Cerré instintivamente los ojos y sentí otros tres chorros caer en mis mejillas y en mis labios.

Abrí los ojos y Marcos me miraba con una especie de fascinación y agotamiento. Yo también me sentía agotada, su lefa goteaba por mi cara hasta mis pechos, tenía la boca entreabierta, respiraba pesadamente y mis rodillas empezaban a acusar el estar tanto tiempo en esa postura, pero le sonreí.

- Nunca me habían follado la boca –fue lo único que se me ocurrió decir-. Yo se la chupaba, pero nunca me la habían follado –mis palabras no tenían mucho sentido, pero creo que él me entendió. En ese momento, no podía articular mis pensamientos en frases inteligentes, sólo podía pensar en su polla dentro de mi boca.

- ¿Te ha gustado? –me dijo mientras me ayudaba a levantarme y me conducía hasta el baño. Avanzamos a oscuras, la única luz que había en la casa era la lámpara que él había encendido antes, y según nos íbamos alejando, la oscuridad era más profunda.

Asentí con la cabeza sin darme cuenta de que no podía verme, pero él intuyó mi movimiento, porque acercando su boca a mi oreja, haciendo que me estremeciera de placer, me susurró:

- A mí me ha gustado más, pero me gusta que hayas disfrutado –dijo, y encendió la luz del baño.

Después de la oscuridad del pasillo, la claridad del baño me hizo entornar los ojos, pero los abrí de par en par cuando me vi reflejada en el espejo. Parecía una imagen sacada de una película porno. Un pañuelo negro de seda unía mis muñecas, lo que hacía que mis pechos estuvieran más juntos y algo más elevados de lo normal, con lo que parecían más grandes. Mi coñito depilado resplandecía. Tenía la cara completamente manchada de semen y con horror me di cuenta de que también se me había manchado el pelo.

- Estás preciosa –me susurró, situándose detrás de mí. Pasó sus manos por debajo de mis pechos y los sopesó delicadamente. Bajó sus manos hasta el pañuelo que retenía mis manos y me desató, dejando caer el pañuelo al suelo y cogiendo mis manos, llevándolas a mis costados.

Sin decir nada más, soltó una de mis manos, abrió la mampara y jugueteó con los mandos de la ducha hasta que el agua estuvo a la temperatura que él quería. Entró en la ducha de espaldas y tiró de mi mano para que le siguiera. El agua estaba tibia y al sentirla golpeando mi piel cerré los ojos y dejé que me limpiara la cara y los pechos. Sentí sus dedos acariciar con delicadeza mis mejillas, mi nariz, mi frente, mi barbilla, mis pechos, mi estómago. Abrí los ojos y miré su cuerpo. Mientras me acariciaba y me frotaba, haciendo que mis músculos expulsaran la tensión, me di cuenta de que ya no le consideraba un desconocido. No sabía cuando se había producido ese cambio, pero en ese momento no estaba yo como para analizar la situación.

Sus manos seguían acariciándome, ahora se dedicaban a mis brazos, a mis manos… acarició suavemente mis pechos, bajó por mi estómago, acarició mi espalda. Me empujó ligeramente para que apoyara la espalda contra los azulejos de la ducha. La diferencia de temperatura hizo que me estremeciera, pero él no dejó que me separase. Sus caricias ahora se centraban en mis piernas, subían por mis muslos. Con sus manos, me hizo abrir las piernas y yo cedí, gustosa. Sus dedos empezaron a explorar entre mis piernas, haciéndome estremecer con algunas de sus caricias. Uno de sus dedos jugaba en la entrada de mi coñito entrando unos milímetros y volviendo a salir, y volviendo a entrar, en una deliciosa tortura. Otro de sus dedos jugaba con mi clítoris, caricias suaves pero seguras. Cerré los ojos y apoyé también la cabeza contra los azulejos, dejándome hacer y disfrutando. Él me llevaba a la desesperación con la lentitud de sus caricias, yo quería más, suaves gemidos se escapaban de mis labios mientras sus manos no dejaban de acariciarme, de explorarme, de hacerme sentir placer. Cuando por fin me metió su dedo en mi coñito, aspiré aire con fuerza y todo mi cuerpo se puso en tensión. Sabía cómo hacerlo para tenerme en tensión. Acariciaba mi punto G mientras no dejaba de estimular mi clítoris. Y yo me estremecía, mis pechos subían y bajaban debido a que mi respiración era superficial y se veía interrumpida por los gemidos que me estaba arrancando. Cuando me tenía al borde del orgasmo, se arrodilló delante de mí, siguió metiendo y sacando sus dedos cada vez más deprisa dentro de mi coñito y empezó a pasar su lengua por mi clítoris. Empecé a correrme casi de inmediato, la sensación de su lengua sobre mi piel era increíblemente erótica.

Me quedé con los ojos aún cerrados apoyada contra la pared de la ducha. Respiraba profundamente, intentando regularizar mi respiración. Sentí que sus manos abandonaban mi cuerpo y que el agua dejaba de caer pero no era realmente consciente de lo que sucedía a mi alrededor. Sólo podía concentrarme en respirar y en recuperar, lentamente, el control sobre mi cuerpo.

Sentí cómo Marcos me rodeaba el cuerpo con una toalla que, en ese momento, me pareció muy suave. Tenía la piel muy sensible y cada roce era sumamente placentero. Me envolvió en la toalla y me ayudó a salir de la ducha, porque todavía estaba recuperándome después del orgasmo que sus dedos y su boca me habían provocado. Abrí los ojos y me le encontré mirándome. Fui a hablar y me calló con un beso sensual, lento, profundo. Su forma de besar me hacía ser muy consciente de nuestra desnudez bajo las toallas. Me dirigió una de esas medias sonrisas suyas que ya empezaba a conocer y me llevó a su habitación. 

Tenía una cama enorme en medio de la habitación, llena de cojines. Retiró la colcha y las sábanas… ¡eran de seda negra! Se enrolló la toalla en torno a su cintura y me quitó la mía, secándome la piel con toques firmes y delicados al mismo tiempo. Mientras lo hacía, no podía retirar mi mirada de la suya. Me tenía completamente doblegada con esos ojos color miel. En ese momento, sentí miedo. Miedo de mí misma, porque no sabía si sería capaz de decirle que no a algo de lo que me pidiera. Estaba completamente expuesta y entregada a ese hombre que apenas conocía. Y él lo sabía. Estaba aterrorizada de lo que podría querer que hiciera a continuación. Aunque Marcos nunca hacía lo que yo esperaba que hiciera y no debería haberme sorprendido cuando me dirigió a su cama, tiró nuestras dos toallas sobre una silla y se metió conmigo entre esas sábanas negras de seda que acariciaban nuestros cuerpos. Nos pusimos de lado, los dos mirando en la misma dirección. Su brazo servía de soporte para mi cuello y su cuerpo se pegó al mío como si no quisiera que nada se interpusiera entre nosotros.

- Ahora duerme, Carlota, mañana seguiremos explorando –me susurró, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Explorando? Mis ojos se abrieron de golpe y me puse tensa-. Relájate. Me gusta darte órdenes y sé que te gusta obedecerlas, pero siempre podremos parar. Buscaremos una clave. ¿Vale? –mientras me hablaba, su mano acariciaba mi brazo, mi estómago, mis piernas, relajándome tanto con sus palabras como con sus caricias-. Ahora duerme, deja que te cuide…

Pensaba que me costaría quedarme dormida entre los brazos de un desconocido, porque nunca he dormido bien fuera de mi cama, pero no fue así. Me sentía cómoda, segura entre sus fuertes brazos. Mi respiración se ralentizó y sentí que la suya también. Mis ojos me pesaban y el sueño se apoderó de mí. Dormí profundamente, sin sobresaltos, sin despertarme ni una sola vez. Y cuando lo hice, cuando abrí los ojos me encontré que seguíamos en la misma postura. Sentí una sensación de intimidad, de complicidad que no había sentido nunca con ningún hombre. Y también pude sentir que, aunque Marcos siguiera dormido, su polla ya se había despertado y presionaba contra mi muslo.

Ésa era mi oportunidad de tomar el control. ¿Qué debía hacer? Me debatía entre despertarle chupándole la polla o meterme su polla y cabalgarle para darle los buenos días. ¡Difícil decisión! Decidí empezar chupándosela y luego ya veríamos que pasaba después…

(CONTINUARÁ)