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Fran y Carlota

en Hetero: General

Le vi de lejos, cruzando la calle a toda prisa, haciendo frenar a un coche al no mirar antes de lanzarse a la calzada. Iba sofocado, la camisa se le había salido del pantalón y estaba despeinado. No me había mentido, era muy alto. Verle hizo que el nudo que tenía en el estómago desapareciera. Había llegado el momento de hacer realidad todos esos jueguecitos que habíamos planeado.

Entró en la cafetería, miró a su alrededor y me vio. Intentó mantenerse indiferente pero no lo consiguió y una sonrisa asomó a su rostro. Le miré y arqueé mis cejas.

- Llegas tarde –le solté. No pensaba ponérselo fácil.

- ¡Lo siento! Ha sido el autobús, que… -empezó a explicarme.

- Da igual –le interrumpí. Dejé algo de dinero para pagar el refresco que me había tomado mientras le esperaba en la mesa y me levanté. Me acerqué a él lentamente, sin dejar de mirarle a los ojos que, como me había contado, eran azules-. ¿No me vas a dar dos besos?

Mi pregunta hizo que se sonrojara ligeramente y se acercó a mí para hacer lo que le había pedido. A pesar de su aparente nerviosismo, me dio dos besos sin titubear, rozando la comisura de mi labio con el segundo, intentando acelerar las cosas.

Le sonreí, cogí su mano y sin decir nada más, le saqué de aquella cafetería que nos había servido como excusa para quedar. Sin soltar su mano, le conduje hacia el portal de mi casa. Con la otra mano, se alisó el pelo, intentando mantener una apariencia de serenidad.

Entramos en mi portal y por fin le solté la mano, dirigiéndome hacia mi ascensor. Me siguió sin pensarlo ni un momento. En el ascensor, hizo el amago de besarme en la boca, pero le paré, situando mis dedos sobre sus labios. Negué con mi cabeza, divertida, sonriendo. En su cara se leía claramente la frustración.

Colocó entonces una de sus manos en mi cintura, se veía que no podía aguantar sin tocarme. Cuando estábamos llegando a mi piso, él miró hacia la puerta y yo aproveché su distracción para bloquear el ascensor entre los dos últimos pisos. Teníamos unos minutos antes de que algún vecino se extrañara por la ausencia del ascensor, y tenía pensado aprovecharlos muy bien.

Mis manos se dirigieron sin dilación al botón de su pantalón vaquero, desabrochándolo con un solo movimiento. Bajé la cremallera con fluidez y, al mismo tiempo que su pantalón caía hasta sus tobillos, yo me dejé caer sobre mis rodillas. Su polla estaba empezando a reaccionar, pero yo no quería esperar. Bajé con decisión sus bóxer negros y acerqué mi boca, sacando la lengua para pasarla por sus huevos. Se estremeció y su polla dio un pequeño saltito, endureciéndose rápidamente. La recorrí con mi lengua sin darle tiempo a prepararse, mirándole a los ojos mientras lo hacía. Llevó sus manos a su polla para dármela y que me la metiera en la boca, pero se las aparté y las coloqué sobre mi cabeza. Abrí la boca y con mis propias manos la metí en mi boca, hasta la mitad más o menos. Con una de mis manos acariciaba sus huevos y con la otra acariciaba el tronco de su polla, haciendo el movimiento al mismo tiempo que con mi boca. Su respiración era fuerte pero entrecortada. Cada vez que mi boca bajaba por su polla contenía la respiración. Tenía la polla durísima, su cara reflejaba un nivel de excitación bastante alto. Al parecer, había cumplido la condición que le había puesto para que nos viéramos: que no se hiciera una paja en toda la semana.

Sentí cómo su polla alcanzaba todo su esplendor dentro de mi boca y eso provocó que mi tanga se humedeciera inmediatamente.

Mi lengua no dejaba de recorrer esa polla con la que tanto había fantaseado. Hacía movimientos cada vez más rápidos, quería volverle loco y hacerle disfrutar. Fran se dejaba hacer, apoyado contra la pared del ascensor, sus manos sobre mi cabeza y los ojos entreabiertos, mirándome, sonriéndome perezosamente.

Su polla no podía crecer más, ahora ya me la estaba metiendo hasta la campanilla y sentí cómo su cuerpo se ponía en tensión. Sus muslos, su estómago, sus manos sobre mi cabeza. Su orgasmo se acercaba y eso me animó a chupársela con más intensidad, moviendo mi lengua en pequeños círculos mientras mis labios la recorrían de arriba abajo.

Sentí el primer chorro, muy espeso, bajar por mi garganta. El resto de su corrida se quedó alojado en mi boca, sobre mi lengua. Cuando terminó de correrse, dejé que su polla, que no había perdido toda su dureza, saliera de mi boca y le enseñé su leche dentro de mi boca sin incorporarme. Su respiración era muy agitada, estaba sudando y me miraba con sorpresa, ya que no se esperaba que le hiciera una mamada en mi ascensor y que le enseñara su corrida en mi boca.

Sin apartar mi mirada de la suya, dejé que el resto de su leche bajara por mi garganta. Me relamí los labios, no queriendo desperdiciar nada, y le sonreí.

- ¿Te ha gustado mi recibimiento? –le pregunté.

Asintió rápidamente con la cabeza, aún recuperándose del orgasmo que acababa de sufrir.

Desbloqueé el ascensor y me incorporé. Sus pantalones y calzoncillos seguían en el suelo, sobre sus pies. Al sentir que nos volvíamos a mover, se inclinó para subírselos justo a tiempo, ya que en mi piso esperaban unos vecinos.

- Buenos días –saludé yo, sin pararme, ya que tenía prisa por entrar en mi piso.

Fran no dijo nada, pero comprobé que sus mejillas estaban muy rojas y que mis vecinos debían haberse imaginado lo que podíamos haber estado haciendo durante el tiempo en que el ascensor estuvo bloqueado.

Entramos en mi casa y Fran me agarró por la cintura, pegando nuestros cuerpos. Empezó a besarme con pasión. Al parecer, el pequeño encuentro con mis vecinos le había puesto más cachondo. Sus manos acariciaban mis pechos por encima de la ropa. Intentó desabrochar mis botones, pero le costaba, ya que quería quitarlos de en medio rápidamente. Le ayudé para acabar antes y mi camisa blanca quedó abierta, revelando mi cuerpo y un sujetador también blanco con encaje. Antes de quedar, me había pedido que mi ropa interior fuera de ese color y yo quise complacerle.

Sus manos se lanzaron a por mis pechos, deslizando mi sujetador hacia abajo, haciendo que mis pechos quedaran expuestos a sus caricias. Me pellizcó ligeramente los pezones, haciendo que se pusieran muy duros. Interrumpió el beso que nos estábamos dando para intentar chuparlos, pero debido a la diferencia de altura (él medía 1,92m., yo, 1,60m.) tenía que inclinarse mucho, así que me cogió en brazos, yo pasé mis piernas alrededor de su cintura y llevó mis pechos a su boca, lamiéndolos y mordisqueándolos sin parar.

Sus manos acariciaban mi espalda y parecían querer atravesar mi vaquero para poder acariciar mi culito. Intenté desabrochar el botón de mi pantalón, pero en esa postura me resultaba casi imposible. Llevé mis manos a su cabeza para apartarle de mis pechos, pero no se dejaba. Seguía succionando mis pezones sin parar, no me daba tregua, no respondía a mis pequeños tirones de pelo. Me daba mordisquitos, lamía, succionaba, no apartaba su boca de mi piel. Pequeños gemidos se escapaban de mi garganta y dejé caer mi cabeza sobre su hombro, centrándome en esas caricias que me estaba dando y que tanto me estaban gustando. Estaba claro que sabía qué puntos tocar, hasta dónde llegar con sus mordisquitos para que el placer fuera máximo.

Pero la pasión que demostraba estaba claro que necesitaría encontrar una vía de escape. Sus manos se movían impacientes por mi culito, tironeando la tela de mi pantalón. Separó sus labios por primera vez de mis pechos para decirme:

- ¡Quítatelo! Quiero verte en esa ropita interior tan sexy que me prometiste…

Me dejó en el suelo y se apartó un par de pasos, como dispuesto a verme desnudarme. Me eché a reír por su impaciencia y sonriéndole y llamándole con un gesto de mi dedo, avancé por el pasillo de mi casa hasta llegar a mi habitación. Por el camino, coloqué mi sujetador en su sitio. Cuando entró, le dirigí hasta mi cama y le hice sentarse.

Subí mi pie junto a su pierna y desabroché mi sandalia, dejándola caer al suelo Hice lo mismo con la otra sandalia. Desabroché el botón de mi pantalón y deslicé mi dedo por dentro del pantalón y del tanga, mostrándole el color de la tela. Blanco, igual que el sujetador. De encaje, muy pequeñito, casi transparente.

Saqué mi camisa de mis brazos y deslicé mi pantalón hasta el suelo, sacando primero un pie y después el otro. Me quedé frente a él, llevando sólo mi ropa interior blanca, que contrastaba con el dorado de mi piel. A través de la tela del tanga podía verse claramente que estaba totalmente depilada, lo que me había dicho que le volvía loco. Desabroché mi sujetador y lo dejé caer al suelo.

Sus ojos no paraban de recorrerme una y otra vez. Su mirada me estaba excitando muchísimo. Sus manos se dirigieron a mis pechos, pero me eché a reír y le paré la mano. Le di un pequeño tirón para que se levantara y ocupé su lugar en mi cama.

- Ahora te toca a ti, guapo… -le dije, guiñándole un ojo.

Empezó a desabrocharse los botones de la camisa con rapidez, atascándose algunas veces debido a la prisa con la que lo hacía. El botón de su vaquero no había vuelto a ser abrochado desde lo del ascensor, así que bajó su cremallera e intentó quitarse el vaquero sin darse cuenta de que seguía calzado. Con movimientos rápidos, se deshizo de sus zapatillas y consiguió librarse también del vaquero. Al verle allí desnudo, en mi habitación, con unos bóxer de color negro muy ajustados y que le quedaban muy bien, me pregunté por primera vez si esto que estábamos haciendo estaba bien. Realmente, no le conocía de nada. Me pregunté si sería demasiado tarde para detener esta situación. Pero su mirada lo decía todo. No creo que me dejara salir de allí sin haberle dado placer antes. Y, sinceramente, yo tampoco quería parar, quería acariciarle, quería tenerle en mi boca de nuevo, quería que me penetrara… Dejé mis dudas a un lado y me levanté, colocándome a su lado. Él no esperó ni un segundo y me cogió entre sus brazos, guiando mis piernas para que rodearan su cintura. Nos besamos con pasión, con desesperación. Su lengua luchaba con la mía, sus labios se enganchaban en mi labio inferior. Sus manos acariciaban, amasaban incluso, mi culo, jugaban con la tira de mi tanga, subían por mi espalda y volvían a bajar.

Se inclinó sobre la cama, separamos nuestros labios y me dejó caer, colocándose sobre mí un segundo después. En esa posición, su polla se encontraba situada justo encima de mi coñito. Obviamente, seguía habiendo mucha tela de por medio. Pero ese contacto me hizo ser más consciente de su cuerpo, de los músculos de sus brazos, de su estómago plano, de sus piernas fuertes sobre las mías y de sus ojos azules, su mirada intensa fijada en la mía.

Empezó a hacer unos movimientos cadenciosos con su cadera, me daba pequeños golpes con su polla que hacían que estuviera más sensible aún, más excitada. Una de sus manos me sujetaba por la nuca y la otra acariciaba lentamente uno de mis pezones. Mis manos recorrían su espalda, arañaban suavemente su nuca y el nacimiento de su pelo, intentaban llegar a su culo, acariciaban los músculos de sus brazos.

- Quiero follarte –me dijo.

- Y yo quiero que me folles –le respondí.

- ¿Cómo lo quieres? –me preguntó, un brillo de excitación iluminaba sus ojos.

- Sabes que quiero ser tu perrita…

Ya lo habíamos hablado. Él sabía que era mi postura favorita, que quería que fuera la primera postura que probáramos cuando por fin nos viéramos. Y aquí estábamos, por fin, en mi cama, semidesnudos, excitados y calientes a más no poder.

Se incorporó con rapidez y me giró en la cama, sin levantarme, para que me quedara tumbada boca abajo. No me dio tiempo a reaccionar cuando sus fuertes manos me agarraron por la cadera y me elevaron, haciendo que me apoyara sobre mis rodillas. Deslizó mi tanga hacia abajo hasta que quedó estirado a la altura de mis rodillas. Yo estaba completamente expuesta ante él y me sentí más excitada que nunca.

Se inclinó sobre mí y sin previo aviso me recorrió el coñito de un lametazo. Eso me hizo estremecer de los pies a la cabeza. Una de sus manos se agarraba a mi muslo y la otra comenzó a acariciar mi clítoris. Su lengua exploraba mis labios mayores, los separaba, lamía los menores, me provocaba gemidos sin parar, me excitaba aún más, me hacía desearlo. Sentí cómo su lengua, por fin, se adentraba en mi coñito, haciéndome desear tener su polla entre mis piernas de una vez.

- Fran, por favor…

Siguió follándome lentamente con su lengua, ignorando mis suplicas, su lengua me recorría de arriba abajo y luego se introducía en mí con fuerza, con decisión, haciendo que todo mi cuerpo reaccionara. Sus dedos sobre mi clítoris hacían que todo fuera aún más placentero, pero, a la vez, hacían que mi cuerpo estuviera completamente en tensión, esperando el orgasmo que no creía que tardase mucho en llegar.

- Fran, mmmmmm, aaayy, aaaaayyy, mmmmm síii… eso me encantaaaa… aaaaahhh… síiiii… Fran, me tie… me… aaaahhh, me tienes a puntooooo… Fran, Fran, Fran…

No podía dejar de repetir su nombre. El orgasmo estaba a punto de explotar. Su lengua continuó invadiendo mi coñito, haciéndolo con más fuerza y más rapidez que antes. Yo agarraba las sábanas de la cama con fuerza, necesitando un anclaje. Y el orgasmo me recorrió entera, estremeció todo mi cuerpo, mis muslos estaban en tensión, mis brazos igual y al parecer estaba gritando, pero yo no daba cuenta de nada de todo eso. Yo sólo me daba cuenta de que Fran seguía lamiéndome, recibiendo mis jugos, penetrándome con su lengua cada vez más lento, dejando que me relajara. ¡Vaya orgasmo me acababa de proporcionar!

Con lentitud, se incorporó. Estaba de rodillas detrás de mí. Colocó su polla a la entrada de mi coñito, me metió la puntita, que entró resbalando por mis jugos, y se agarró con fuerza a mis caderas, empujando. Su polla entró en mi cuerpo hasta invadirme por completo. Mi espalda se arqueó, acomodándose ante esa invasión tan placentera.

Una vez acoplados, su polla palpitando dentro de mi coñito, Fran empezó a bombear lentamente, subiendo el ritmo poco a poco, haciendo que sus embestidas fueran más fuertes. Una de sus manos empezó a jugar con mi clítoris mientras seguía penetrándome rápido y fuerte, y eso desencadenó mi segundo orgasmo. Gemí, grité, susurré su nombre y me abandoné a las sensaciones que me provocaba.

- Carlota…

Eso fue todo lo que me dijo. Mi nombre. Pronunció mi nombre cuando empezó a correrse dentro de mí. Esto también lo habíamos hablado antes de vernos. Los dos queríamos sentirnos completamente, ambos estábamos sanos y yo me estaba tomando la píldora. Yo quería sentir su leche inundarme, sentir su calidez, tenerla dentro de mí.

Como pudo, sacó su polla de mi coñito y se desplomó sobre la cama, arrastrándome con él. Se quedó tirado sobre la cama, agotado, respirando de forma errática. Yo estaba tumbada a su lado, recuperándome. Al cabo de un par de minutos, sus manos comenzaron a acariciar mis pechos, bajaron por mi estómago y encontraron mi coñito. Sus dedos jugaban con mi clítoris, aún muy sensible por mi último orgasmo. Lo acariciaba con delicadeza mientras metía uno de sus dedos en mi interior. Me estaba follando con su dedo muy lentamente, con suavidad, pero provocándome, haciendo que volviera a excitarme.

Admiré su cuerpo y me di cuenta de que su polla ya estaba dura otra vez. Me parecía imposible, se había corrido ya dos veces y estaba claro que quería más, pero parecía estar esperando a que yo tomara la iniciativa, no quería imponerse a mí.

Me levanté de la cama y le pedí que me siguiera. No hizo falta decírselo, ya que le tenía a mi lado casi antes de hablar, listo para lo que fuera, sonriendo y sujetándose la polla con la mano. (Ya sé que no siempre la tienes en la mano)

Le llevé a mi terraza, que está acristalada, desde dónde podíamos ver a la gente en la piscina, unos pisos más abajo, nadando y tomando el sol. Si alguien miraba con mucha atención, igual podía vernos. Pero eso era precisamente lo que yo quería. Cuando Fran se dio cuenta de por qué le había llevado allí, dejó de contenerse y empezó a besarme. Sus manos rodearon mi culo, apretándome contra su cuerpo.

Dobló ligeramente sus rodillas, bajó sus manos hasta mis muslos y me elevó en sus brazos, apoyando mi espalda contra el cristal y situando su polla a la entrada de mi coñito de nuevo.

- Fran… -le dije.

No me hizo caso, estaba recorriendo mi cuello y mis pechos con su boca. Mis pezones estaban muy sensibles por todas sus caricias, y esas sensaciones recorrían todo mi cuerpo. Crucé mis manos por detrás de su nuca y moví mis caderas. Su cuerpo reaccionó dejando que su polla entrase un poco más en mi coñito, pero consiguió controlarse y volvió a sacarla ligeramente, dejando sólo la puntita dentro.

Estaba inclinado sobre mí, con uno de mis pezones en su boca, nuestros cuerpos desnudos a la vista de todo el que quisiera mirar hacia arriba desde la piscina. Sus manos se juntaron en mi culo, moviendo sus dedos hasta que éstos estaban a la entrada de mi culito. Empezó a jugar a meterme uno de sus dedos, lentamente, acariciándome para que me relajara. Al mismo tiempo que me metió el dedo hasta el fondo, dejó que su polla me llenara por completo, haciendo que ambas sensaciones se fundieran en un solo placer.

Fran señaló con su mirada hacia la derecha. Seguí su mirada y me encontré a un hombre mirándonos, dos terrazas más allá. Volví a mirar a Fran y me encogí de hombros. No me apasionaba que me mirasen tan de cerca, pero no le conocía, no era un vecino de mi portal, así que me daba un poco igual. A él pareció no importarle tampoco, porque siguió subiendo y bajando mi cuerpo sobre su polla sin parar ni un segundo. Cambió ligeramente el ángulo en el que nos encontrábamos, capturando con sus labios mi otro pezón. De esta forma, el mirón podía ver mejor mi cuerpo y nuestros movimientos. Me sonrió con picardía. Me encantó su forma de tomárselo.

Sus movimientos se hicieron más certeros, más precisos. Después de haberse corrido dos veces, su resistencia había aumentado, haciendo que su polla me taladrase con exquisita precisión, entraba y salía de mí sin parar, al igual que su dedito en mi culo. A veces lo hacía a la vez, a veces desacompasado. Me estaba volviendo loca.

Giré la cabeza y pude ver que nuestro mirón particular había pasado a la acción. Se había sacado la polla y se la estaba meneando. Sin dejar de mirarle, pasé mi lengua por mis labios, humedeciéndolos para él. Era un desconocido, pero yo sentía que estaba participando.

Volví a mirar a Fran, que seguía concentrado en sus movimientos. Su boca no dejaba de succionar mi pezón, mordisquearlo, al mismo tiempo que bombeaba su polla dentro de mí. Dejó el dedito que tenía dentro de mi culo quieto y aceleró sus movimientos. Ya no salía casi completamente, ahora parecía que cogía impulso para clavármela con más fuerza. Yo estaba increíblemente mojada.

Con rapidez, me dejó en el suelo, haciéndome que sintiera un vacío en mi coñito. Aunque no por mucho tiempo, ya que, mientras se hacía una paja para mí, con su otra mano me estaba masturbando. Estar allí de pie, siendo masturbada por Fran mientras nos miraban, me pareció increíblemente erótico. Él sintió cómo mis músculos se contraían, aumentando el ritmo de sus dedos dentro de mi coñito. El orgasmo me recorrió entera de nuevo, dejó mis músculos laxos, no era dueña de mis acciones.

Y no sé bien cómo me encontré de rodillas, mirando fijamente su polla. Imagino que Fran me ayudó a arrodillarme, o me lo pidió, o simplemente me dirigió. No lo sé. Estaba tan centrada en el orgasmo que me había provocado que no sé cómo, pero allí estaba, de rodillas. Su polla brillaba con mis jugos y su excitación frente a mi carita. Vi salir un chorro de leche y cerré los ojos por instinto. Sentí cómo caía cruzando mi cara, sobre mis mejillas y mis labios abiertos, esperando para recibirla. Su leche siguió cayendo sobre mi cara y mis pechos.

Abrí los ojos. Le miré, le sonreí y recogí con mi dedo una gota que se había quedado colgando de mi pezón. La llevé a mi boca y la saboreé. Fran jadeó al verme hacerlo. Se había vaciado sobre mí y se le veía exhausto y feliz.

No sé cómo nos levantamos y fuimos a la habitación. No recuerdo qué pasó con el mirón, si se corrió viéndonos o no, ni cuándo me limpié. Sólo sé que cuando me desperté, de nuevo en mi cama, Fran estaba acariciándome el coñito, deseando empezar de nuevo.

- Eres insaciable, ¿eh? –le dije, dándole besos por su pecho y su estómago, bajando mi cuerpo, acariciando su piel, sus zonas más sensibles, palpando su visible erección.

Ese día, ambos fuimos insaciables. No podíamos dejar de disfrutar el uno del otro. No dormimos absolutamente nada, estuvimos jugando el uno con el otro y dándonos placer hasta que Fran tuvo que marcharse para no perder el autobús que le llevaría de vuelta a su casa.

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Este relato está dedicado a un lector muy especial. ¡Espero que disfrutes leyendo nuestras aventuras! ;)

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