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El morbo de la Universidad

en Hetero: General

La volvía a ver en el mismo lugar donde la perdí de vista la última vez. Había pasado ya un año desde que terminamos la carrera y, como siempre, cada uno se dispersó hacia donde pudo. Ahora ella estaba allí, el morbo se hizo carne.

Vestía como la recordaba: minifalda vaquera que escondía el secreto que guardaban sus largas y carnosas piernas. Su cara, sin ser preciosa, resulta muy atractiva: ojos almendrados de color miel, facciones regulares y una boca bien formada por el efecto de los brackets con unos labios carnosos como puertas. Pechos generosos sin llegar al exceso. El morbo.

Esos rasgos podrían describir a cualquiera, pero no su color. Una piel pálida, salpicada de manchas irregulares que habría desgastado de haber podido. Mi debilidad eran sus muslos, firmes pero generosos, que ahora de nuevo me enfrentaban presentados bajo la minifalda vaquera me traían indescriptibles recuerdos. Cuántas veces en clase no habría perdido mis ojos en ellos; cuántas veces no me tuve que controlar para no intentar conquistarlos bajo las mesas; cuántas veces no me habría gustado morderlos…

Volvía a tenerla delante. Me explicó que estaba allí por un asunto burocrático, que había intentando pirarse al extranjero pero que no duró demasiado, que ahora andaba escribiendo de nuevo… Guardaba el mismo aire de diva que le recordaba en clase; eso me perdía.

Yo también andaba por allí para arreglar unos papeles, certificando que había pagado el alto precio de la educación gratuita. Nos reímos en la cola camino a la ventanilla recordando anécdotas e historietas de no tan viejos tiempos. Resultaba agradable hacer la espera en tan buena compañía. Arreglados los papeles, nos quedamos a comer juntos en la cafetería de la facultad y mientras nos servíamos en el self-service me la comía con los ojos.

Nos sentamos. Era un viernes de Septiembre y los pasillos andaban desiertos; la cafetería también. Cotilleamos de todo lo divino y humano; no pude más y tire mi tenedor al suelo para poder mirarla bien por debajo de la mesa… Sus piernas estaban cruzadas, yo nervioso y cachondo. Recogí el tenedor y me reí nervioso. Ella también lo hizo.

Me tuve que volver a agachar, esta vez por la cuchara. Sus piernas ya no estaban cruzadas. Más nervioso aún volví a subir y entonces soltó:

-          “Si me quieres mirar las piernas, no hace falta que tires toda la cubertería”

Era una broma, pero no supe que decir. Se rió más aún. Se levantó sabiendo que la iba a mirar, y mientras se marchaba al baño me espetó:

-          “No me eches demasiado de menos. Vuelvo ahora”.

Aproveché que se levantó para colocarme bien la polla, apunto de reventar dentro del pantalón vaquero. Subió por las escaleras, lo que no entendí pues el baño de la cafetería estaba libre. Me levante y la vi subir al pasillo de la primera planta. La polla me dolía de tal forma que acabó pensando por mí. Un chico como yo nunca se hubiera atrevido; fue mi polla.

La alcancé en el desértico pasillo en la puerta del servicio. La empuje cara a la pared y me coloqué justo detrás de ella asegurándome de que sintiera mi polla entre sus nalgas. Tan cachondo que apenas podía hablar le susurre: “Me muero de ganas de comerte el coño”. Y la mordí. En esa zona del hombro que me pierde, la mordí mientras deslizaba mi polla contra ella. Tomé el mando.

Agradeciendo a Dios que fuera viernes tarde la empujé dentro del baño de los minusválidos, cerré y volví a decir: “No sales de aquí sin correrte para mí”. Volví a agradecer a Dios que aquél baño estuviera tan limpio. Había perdido la cuenta de las pajas que me había hecho pensando en saborearla por completo. Hoy lo haría.

Contra la pared la besé. Con una mano sujetaba su muñeca contra la pared y con la otra buscaba debajo de su falda la entrada a su placer. Nos mordimos casi haciéndonos sangre, mi mano rozaba su clítoris por encima de sus bragas y entre un gemido me ordenó: “Fóllame ya”. Aún no, aún debía sufrir.

Me saqué la polla por la bragueta para mitigar el dolor de sentirlo esclavo de la ropa. Lo agarró y me empezó a masturbar tan fuerte que me dolió… Pero quería más. Le bajé las bragas, le subí la falda, la puse agachada contra la pared. Me clavé de rodillas en el suelo y por fin, hundí mi cara contra su sexo. Estaba mojada, mucho y eso hizo que buscara con más ganas aún su placer. De rodillas como estaba la agarre por esos muslos que tanto había soñado para pegarla contra mí con toda la fuerza que pude: no quería respirar sino era su coño.

Las piernas le temblaban en algunos momentos en los que me movía de arriba hacia abajo, del culo al coño y le manipulaba las piernas. Ella gemía y yo me moría por la boca. La volví a dar la vuelta, la apoyé contra la pared pero ahora ya erguida. Me acerqué más a ella de rodillas y mientras la miraba, apoyé uno de sus muslos sobre mi hombro. Ahora tenía su coño abierto para mis labios, para mi lengua, para su placer.

Con avaricia le comí el coño mientras la miraba mirarme: se moría. Quería que se corriera así, quería saborear sus flujos así que comencé a introducir mis dedos donde ya jugaba mi boca. No hicieron falta más que un par de minutos para sentir que se corría. Sus espasmos me tiraron al suelo de espaldas y ella cayo con su coño sobre mi. Volví a situarlo en mi boca y seguí, no quería perderme ni una gota de aquel manjar.

Cuando dejó de convulsionarse, sin dejarme siquiera limpiarme la boca me beso. Me levantó contra la pared comenzó a comérmela. Me escupió en la polla y se la metió hasta el fondo; la sacaba y volvía a repetir. Estaba acabando conmigo. La levanté y me dijo: “Por favor, fóllame”. Y por instinto casi, la volteé, la puse en pompa y le volví a escupir en el coño. Quería que me sintiera. Gimió.

Comencé a jugar con mi capullo en la entrada de su vagina. Lo paseaba, le hundía unos centímetros pero ella la quería toda. La buscaba impulsándose hacia mí pero yo le rehuía. Me grito: “O me follas o te mato cabrón”. Y se la hundí. Estaba esperando ese ruego porque mil veces me había masturbado soñando con que lo gritaba yo… Mientras la penetraba, con una de las manos la agarraba del pelo tirándola hacia mi, con la otra, jugaba con su piel. Se corrió de nuevo y sentir sus espamos con mi pene hizo que me corriera yo. No quería hacerlo dentro de ella pero ella me buscó con el coño de nuevo; lo quería todo dentro.

La saqué casi inerte mientras ella recuperaba la respiración. Me había follado al morbo. Por fin.

Nos vestimos y se dio cuenta que su camisa estaba manchada de semen. Lo chupó y dijo: “Me gusta su sabor… Me debes una, porque yo también quiero beber directamente del bote”.

Me besó y se fue. Esa noche, me volví a masturbar pensando en ella.