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La boda y la novia de mi mejor amigo... (Parte 6)

en Hetero: Infidelidad

Me había convertido, al menos por un rato, en un hombre multitarea.

Mi mano izquierda jugueteaba sobre la ingle de Irene acometiendo breves excursiones a su coño. Mi derecha sobre la mesa, apurando la copa del postre. Mi boca simulando participar en una ebria charla de sobremesa. Mi mente, fuera de todo aquello, esperando su reaparición en el salón comedor de aquel restaurante.

Y mi polla embutida dentro del pantalón, intentando huir en la dirección que le marcaban las cada vez menos disimuladas caricias de Irene.

-        Ahí vuelve esa puta – me susurró al oído señalando con la cabeza en dirección al baño mientras bajaba su mano hasta encontrar mis huevos.

-        Para, por favor – fueron las palabras que oí de mi boca.

Sin mirarla, retiré mi mano de su sexo a la vez que retiraba mis genitales de sus dedos.

-        ¿Qué te has creído, gilipollas?

Me espetó mientras se levantaba de la silla y se ajustaba la falda de aquel vestido color salmón que andaba revuelto por mi culpa. Se dirigió hacia los baños no sin antes golpearme al pasar junto a mí con el bolso. En el camino se cruzó con Mónica que salía de nuestro encuentro. No le dijo nada.

Mónica volvía con paso lento, la mirada en el suelo y el pelo ligeramente alborotado. Xuso levantó la vista de la mesa advertido por el murmullo silencioso que se creó entre los comensales. Se incorporó de la mesa y corrió hacia ella. Le sujetó la cara con las manos y la obligó a mirarlo. Musitaron unas palabras ininteligibles para todos y después, llegó el beso. Un beso tierno y breve como colofón de aquella extraña sesión de cena-teatro.

-        Ha dicho que sí. ¡Que se casará conmigo!

El grito de Xuso transformó el murmullo general en vítores y aplausos. Me acomodé el pene, todavía señalado en mi pantalón, me levanté de mi silla y me sumé a la fiesta.

-        ¡Vivan los novios!

Me encaminé hacia los inesperados protagonistas de aquella noche. Abracé fuerte a Xuso.

-        ¡Te lo mereces tío! Mónica me parece una tía increíble. Cualquier tío haría cosas inimaginables por ella.

-        Lo sé. Me había asustado cuando se fue pero dice que es que se ha mareado de la impresión. ¡Soy tan feliz!

Volví a felicitarlo y lo dejé detrás de mí, dirigiéndose a los camareros para pedirles un buen vino para brindar por aquello. Me acerqué a Mónica y la abracé también a ella. Ladeé mi cabeza en el abrazo de forma que mi boca quedase a sólo unos centímetros de su oreja y le susurré:

-        ¡Felicidades! Estoy deseando darte tu regalo de compromiso.

Aproveché el momento de confusión general para que sintiera mi polla, a media asta, rozar su vientre.

-        Ahora volved a la mesa y regálame tú esa foto que te he pedido.

Y la apreté un poco más contra mí antes de soltarla del todo. La miré y asintió rendida.

Me giré y volví a mirar a Xuso, que seguía abrazando camareros.

En mi mesa ya se andaban levantados todos para marcharse.

-        ¿Dónde vamos ahora? – pregunté mientras todos recogían sus bártulos.

-        Creo que al Goromoca, a seguir dándole vida al cuerpo – me respondió con una sonrisa Maribel. – Por cierto, ¿has visto a Irene?

¡Irene! Me había olvidado de ella.

-        Mm, creo que sé dónde puede estar. Mira, ¿me haces un favor?

-        Los que quieras.

-        Adelántate tú con estos y ahora voy yo cuando encuentre a Irene.

-        Bueno pero no nos dejéis tirados que luego estos se ponen muy pesados. ¿Vendrás a rescatarme?

-        Te lo juro. Mira, llévate mi chaqueta como prenda y en la chaqueta están mis llaves. No puedo volverme sin ellas así que necesitaré buscaros.

-        Ok, está bien.

Se me acercó antes de despedirse y me dijo, también al oído.

-        Ah, y no seas muy duro con Irene – se rió. – O mejor sí… porque le encanta.

Se giró, tomo mi chaqueta y se marchó sin mirar atrás, cerrando el desfile de mis compañeros de emisora. Me quedé mirándola y pensé lo que ya sabía: era una mujer espectacular.

Sacudí la cabeza para sacarme de aquella ensoñación. Miré a la mesa de Xuso y Mónica que ya estaban sentados de nuevo y disfrutando del postre. Mónica me miró y sonrió. Y sonreí.

Sacudí la cabeza de nuevo. ¡Irene!

Me dirigí al baño buscándola. Pensé que aquello ya lo había vivido y eso que aún no sabía hasta qué punto. Encontré a Irene en el mismo baño para minusválidos en el que había masturbado a Mónica apenas una hora antes. Decidí aceptar aquella partida que me proponía el destino.

Descorrí la puerta y la cerré tras de mí asegurando el cerrojo. Irene se estaba mirando en el espejo, pintándose los labios con una barra a juego con su vestido. Giró la cabeza hacia mí pero no dijo nada y siguió pintándose, ignorándome.

-        No. De eso nada.

En tres pasos me situé junto a ella aprisionándola contra el lavado. Arrimé mi polla, ya dura de nuevo hasta reventar contra su culo. Las telas de nuestros trajes nos hacían resbalar en el roce pero nos permitían sentirnos a la perfección.

Con la mano izquierda la tomé por el pecho y la erguí para que su espalda estuviera contra mi pecho y su nuca junto a mi boca.

-        ¡Mírate! – le ordené- ¡Eres perfecta!

-        No lo seré cuando me has esquivado cuando venía tu amiguita.

Me contestó dominando perfectamente aquella situación. Era consciente de cuanto la deseaba y eso jugaba en mi contra. Tenía que actuar. Interrumpí su discurso introduciendo el dedo índice de mi mano derecha en su boca.

-        ¿Quieres saber algo? – comencé- Ese dedo que tienes ahora en la boca ha estado dentro del coño de Mónica hace menos de una hora. La he masturbado junto a esa pared y cuando se iba a correr, ¿sabes lo que hice? Paré. La dejé con las ganas y volví para introducir este otro dedo en tu coño.

Levanté mi mano izquierda de sus tetas y me llevé los dos dedos más pequeños a la boca y los mamé. Ella me imitó con el que tenía en su boca. Primero lo succionó y luego lo mordió un poco. Sonrió.

La separé de mí lo justo para girarla. De frente a mí, la tomé por las piernas y la subí en el lavabo. Presioné mi polla contra sus bragas, un tanga rojo y diminuto.

La comencé a besar con furia. No eran besos de enamorados sino de amantes. Me iba a reventar la polla. Lo notó y fue a rescatarla. Cuando andaba con las manos en mi bragueta, de nuevo, una vibración en el pantalón. De nuevo, el móvil.

-        ¿Otra vez el detector de corridas? – bromeó.

Desvió sus manos de mi bragueta y las llevó al bolsillo. Con una gracia propia de un ladrón sacó el móvil de mi bolsillo y lo miró. Sonrió.

-        Parece que esa zorra no se ha quedado tranquila.

Giró el móvil hacia mí. Una nueva notificación. Mónica. Un nuevo vídeo.

-        Quiero verlo. Quiero ver qué tiene esa puta para que te guste tanto.

La miré. Miré la notificación. Dudé.

-        Te juro que no diré nada y reconoce que te da tanto morbo como a mí. Y yo, además, quiero saber quién es mi competencia para ganar este trofeo.

Esas últimas palabras las dijo con mi polla en la mano, sólo cubierta en el pantalón que hacía de presa de tela para aquello a punto de explotar.

Me miró y me guiñó.

Me rendí.

Abrí la conversación con Mónica y reproduje aquel vídeo. Apenas duraba un minuto pero supe que Mónica había doblado la apuesta.

El video comenzaba con un plano de las piernas cerradas de Mónica que se empezaban a abrir para mostrar directamente a cámara un primer plano de sus finas braguitas blancas con encajes celestes visiblemente húmedas por los jugos que emanaban del coño. A los pocos segundos, de entre los pliegues del mantel, aparecía la mano izquierda de Mónica juguetona que empieza a masturbarse muy tenuemente en círculos sobre la tela. Ni cinco segundos después y con la habilidad de un trilero, enganchaba la tela de sus braguitas para hacerla a un lado y mostrar para mí, y mi invitada, su coño desnudo.

El audio del video era sólo tumulto de reunión y golpear de platos.

Para el final, como debe ser, me reservaba lo mejor. Cesaba el movimiento de su mano contra su clítoris y, de repente, cerraba el puño para luego estirar solo un dedo: el anular esa misma mano. Aquel dedo de aquella mano, que lucía el recién estrenado anillo de compromiso que mi amigo Xuso le acaba de regalar. Aquel dedo de aquella mano, que se comenzó a introducir lentamente en el coño hasta el anillo.

Volvía el audio y las únicas palabras compresibles de aquella performance.

-        Cariño, ¿estás bien?

-        Sí, ¿por qué?

-        No porque como te veo poniendo caras y con las manos bajo el mantel.

-        No te preocupes. Es que tengo frío y me las estoy calentando.

Y acabando esa frase, se sacaba el dedo definitivamente de entre los labios, se volvía a colocar las bragas y se limpiaba los flujos contra el mantel. Una vez desaparecida la mano, el plano continuaba unos segundos más con el simple plano de las piernas abiertas de Mónica y sus bragas recibiendo una nueva descarga de humedad.

-        ¡Hija de puta! ¡Con qué gusto me comía ese coño!

Miré a Irene ya sin sorpresa por su frase y la volví a besar. Me separé y esta vez no solo la miré. Me quedé absorto en ella como si quisiera memorizarla porque, realmente, era lo que quería.

Irene era más bien bajita, morena de piel y castaña de pelo. Tenía un cuerpo bonito por naturaleza, de esos que no necesitan pulirse horas en el gimnasio para volverte loco. En su cara lucía graciosas manchitas sobre la nariz, adornando unos profundos ojos marrones y una sonrisa un poco prominente pero muy atractiva.

Su cuerpo era una montaña rusa. Un vientre plano dividía sus prominentes pechos y sobre todo, un culo bien parado y redondo entallado dentro de aquel vestido.

-        ¿Me estás estudiando? – me interrupió.

-        ¿Sabes lo que te digo? No sé si Mónica estará en ninguna competición pero voy a pagar contigo lo que le debo a ella.

Di tres pasos hacia ella y la cogí en brazos transportándola con otros tres junto a la misma pared en la que había masturbado a Mónica.

-        Voy a hacer que te corras – me escupí en la mano – y voy a hacer que las limpiadoras tengan que limpiar el suelo después de que salgamos de aquí.

Le bajé las bragas e introduje mi dedo corazón dentro de su coño.

-        Llevo toda la puta noche deseando sentirte por dentro. Has venido con las bromas pero deseando que te follase y lo vas a conseguir.

-        Sabía que al final ibas a hacer lo que yo quisiera. Aquel día que te comí la polla vi que eras un débil.

-        Y lo era – dije introduciéndole dos dedos y dejándolos inmóviles dentro de su coño empapado – pero ahora…

Empecé a penetrarla con mis dedos hasta el fondo. Gritó. No gimió. Gritó.

-        He aprendido algunas cosillas y tú vas a ser mi conejillo de indias. Pararé y seguiré cuando quiera y te correrás cuando yo te lo ordene.

-        Pero…

La tomé del cuello de una forma suave pero firme y le dejé los dedos insertados entre sus labios, aprisionando la pared superior de su interior.

-        He dicho que vas a hacer lo que yo diga. ¿Entendido?

Un gemido fue su única respuesta.

-        Voy a follarte varias veces esta noche. Voy a hacerte lo que quiera y no vas a poder hacer nada para evitarlo. Sólo vas a correrte y hacer que me corra.

No había parado de masturbarla hasta ese momento. Me miró pero callada, entendiendo perfectamente aquel juego que le había propuesto.

Sin soltarle el cuello, saqué mis dedos de su coño y los puse a dos centímetros de su boca. La abrió ofreciéndome su lengua y comenzó a mamarlos clavando sus ojos en los míos. Saqué lentamente mis dedos de su boca y los introduje en la mía. Impregnados de la saliva de ambos, el siguiente destino de aquellos dedos volvió a ser su coño.

-        Me encanta sentir el interior de tu coño. Estás empapada aquí debajo y me encanta como sabes.

Volví a sacar los dedos de su coño y me los volví a introducir en la boca. Seguía sin soltarla del cuello, haciéndola mi prisionera. Nuevamente le introduje los dedos y esta vez empecé a penetrarla fuerte con ellos.

-        La puta de Mónica se ha quedado con las ganas de correrse para mí pero a ti no te voy a hacer eso.

Comencé a aumentar el ritmo cada vez más.

-        Mírame, no quiero que quites tus ojos de mí.

Y la besé. Su respiración se iba vistiendo cada vez más de gemido.

-        Te vas a correr para mí. ¿Estás preparada?

En ese momento alejé mi mano de su sexo.

-        Por favor. Quiero más. No me dejes así. – me rogó tibiamente con las palabras que mi mano dejaban salir de su garganta.

Obedecí. Posé mi mano sobre su clítoris y comencé a masajearlo haciendo presión sobre él de arriba hacia abajo. Cada vez más rápido. Cada vez más fuerte. Y cada vez el movimiento se extendía más hacia la entrada de su coño.

Perdió el contacto de su pierna derecha con el suelo. Se estaba debilitando antes de morirse de placer para mí. Cambié de estrategia. Liberé mi mano de su cuello y la separé de la pared. En el mismo movimiento me situé detrás de ella un poco ladeado para no tener que separar mi mano derecha de su clítoris.

La rodeé con el brazo izquierdo de nuevo del cuello por la parte de mi codo, como quien retiene a un rehén. Mi boca quedaba a la altura de su oreja. Susurré.

-        Mírate. Ahora quiero que te mires para que puedas ver tú misma la cara de zorra que pones cuando te vas a correr.

Mis dedos bajaron sobre su coño e introduje en él las dos primeras falanges de mis dedos corazón e índice.  Gimió. Los introduje un poco más y comencé a follarla con los dedos. Más gemidos. Le apreté más el cuello. Llegaba el momento.

Arqueé mis dedos para presionar la pared interior de su empapado coño a la vez con el dorso de la mano presionaba la zona del clítoris. Empecé a tirar de esa mano hacia mí, provocando fuertes presiones sobre su coño en distintos puntos.

-        ¡Ah! ¡Luis! ¡Joder! ¡Joder! ¡QUE ME COR…!

Interrumpí aquellas palabras cerrando mi brazo izquierdo, el que tenía sobre su cuello.

-        No quiero que respires. Solo quiero que te corras para mí. ¡Mírate! ¡Mira cómo te pones cuando te vas a correr!

Acabé mis palabras mordiéndole la nuca y como si aquello hubiera activado un interruptor, empezó a derramarse allí mismo. Un líquido transparente bañó mis dedos, que seguían bombeando su coño. La miré a través del espejo y de haber podido hablar, hubiera estado gritando.

Perdió pie. Los dos esta vez y me asusté levemente porque se quedó colgando de su cuello en mi brazo. Rápidamente liberé sus vías respiratorias pero seguía sin omitir sonido alguno, sólo abriendo la boca como un pez fuera del agua. Los ojos en blanco y semidesmayada sobre mí.

Finalmente su respiración rompió en una suerte de bocanada y grito. Y luego sólo un grito que ni siquiera podría catalogar.

-        ¡Ahhhhhhhh! ¡Ah! ¡Ah! Luis, ¡ayúdame! No me puedo sostener. Y no puedo dejar de correrme.

A través de su coño veía que no dejaba de eyacular ese líquido transparente sobre mis dedos, ahora fuera de su interior y simplemente masajeando muy suavemente la zona superior de su sexo.

-        Si no podemos hacer que pare… Hagamos que siga.

La levanté del suelo en brazos y la dejé de nuevo sentada en el lavabo, de espaldas al espejo. En el movimiento sus bragas quedaron olvidadas en su propio jugo de aquel suelo.

Le abrí las piernas. Su coño seguía goteando aunque ya con bastante menos fuerza.

-        Ahora me toca a mí que me asfixies.

Y sin darle tiempo, me amorré a aquel coño rojo y palpitante.

Comenzó a gritar de nuevo y sus chorros fluyeron directamente en mi boca. Acompañé mi lengua con un dedo. Sólo uno porque el resto su coño estaba ocupado por la follada de mi lengua. No paraba de correrse y de gritar.

-        ¡Cabronazo! ¡Me vas a matar joder! ¡Nunca me había corrido así! ¡Jodeeeeer!

Después sentí su mano sobre mi cabeza, hundiéndome en ella. Obligándome a rebañarla.

Le sujeté con las manos las piernas que se cerraban sobre mi cabeza. Quería tenerla totalmente abierta para mí. Para mi boca que seguía lamiéndola y escupiéndola casi a partes iguales. Un par de minutos más tardes dejó de gritar. Entonces me incorporé y la besé. Toda mi camisa estaba empapada de aquel coño.

Mientras la besaba la tomé del pelo y tiré hacia atrás de ella. Respiraba entrecortadamente y me miraba un poco perdida.

-        Me encanta cómo sabes.

La volví a besar bruscamente.

-        La noche no ha acabado pero aquí hemos terminado.

Me agaché y besé su coño suavemente y prolongadamente. Un beso de enamorados.

-        Fóllame, por favor. – me decía aún abierta sobre el lavabo.

-        ¿Tú te has visto? Quiero que te recompongas y que salgamos de aquí. Nunca me han comido la polla en una discoteca. Nos vamos al Goromoca.

No era una negociación y, por el brillo de sus ojos, vi que estaba tan ilusionada como yo por el hecho de que siguiéramos la fiesta en otro sitio.

Se bajó del lavabo con las piernas débiles aún. Se agachó y cogió sus bragas empadadas del suelo. Me las metió en el bolsillo derecho del pantalón.

-        Esto ya es más tuyo que mío.

Me agarró la polla, empalmada aún.

-        Qué ganas tengo de que me partas en dos, hijo de puta.

Me besó y salió por la puerta. Despeinada y con el traje a medio bajar. La miré de espaldas y me volvió a latir la polla en el pantalón. Me giré y miré el baño. Había un par de charcos en el suelo y del lavabo se precipitaba una improvisada catarata de flujo. Me reí.

Al cruzar la puerta me vi sorprendido por varios camareros. Era imposible que no la hubieran oído gritar mientras se corría.

Irene iba unos metros por delante de mí. Miré a los camareros, sonreí y me sorprendí caradura al decirles.

-        Vale. No volveremos nunca más pero miradla…

Y sin decir nada más, le di una palmada en la espalda a uno de ellos y me marché tras Irene. Al cruzar la puerta me choqué con alguien. Me disculpé antes de mirar siquiera con quien. Era Mónica.

-        ¿Os vais?

-        Sí, al Goromoca. ¿Venís?

Xuso y Mónica se miraron. Él decidió por los dos.

-        ¡Vamos! Hay que celebrar este día.

El Goromoca estaba tres calles más abajo en aquel mismo barrio.