miprimita.com

La boda y la novia de mi mejor amigo... (Parte 4)

en Hetero: Infidelidad

Castigado al final de la fiesta. Y, lo peor, convencido de mi castigo.

Mónica, la novia de mi mejor, me acababa de hacer la mejor paja de mi vida. En sólo unos minutos se había convertido en mi dueña dejándome con la polla a media asta y con sus bragas en la mano, aun goteando restos de semen.

Me había corrido en sus manos y a saber sobre qué más teniendo en cuenta la oscuridad imperante. Me había masturbado mientras su novio la llamaba desde el fondo del pasillo.

Me había susurrado que iba a follarse a Xuso pensando en mí. Que la mano sobre la que me había corrido sería la misma que se llevaría al coño mientras la polla de mi amigo la golpeaba. Que, en realidad, era mi polla la que deseaba que la partiese en dos.

Me recordó entre susurros también mi traición. La culpabilidad de mi placer por ser ella quien era; por ser mi placer el ridículo de mi amigo. Sin duda era una persona horrible pues cuanto peor lo hacía, más disfrutaba. Más deseaba humillar a mi amigo entre las piernas de su novia.

Y, por último, me susurró que le pertenecía. Me prohibió follarme a ninguna de mis amigas de las que, justo antes, me había confesado que esperaban por mí. Me prohibía comerme el caramelo que ella misma había desenvuelto para mí.

Lo dicho.

Castigado al final de la fiesta. Y, lo peor, convencido de mi castigo.

Detuve aquella música ambiental que sonaba por los altavoces y comencé a caminar por el pasillo tenuemente iluminado, decidido a obedecerla. Mi habitación estaba al fondo, a la izquierda de la de Xuso. Me detuve frente a las dos puertas: “La casa de la abuelita” y “La guarida del lobo”. Nunca unos nombres fueron tan acertados.

Me quedé en silencio con el oído pegado a la habitación de mi mejor amigo. Escuché algunas risas. Entendí algunas frases.

-       Joder Moni, estaba que me subía por las paredes. ¿Vienes a salvar a esta abuelita.

-       Claro que sí abuelita pero… abuelita. ¡Qué boca tan grande tienes!

-       ¡Es para comerte mejor!

Tras la puerta pude adivinar el juego. Luego el sonido de los cuerpos sobre la cama.

-       ¿Nena, llevas sin bragas toda la noche? ¿Delante de todos? Además… joder, ¡si estás chorreando!

-       Claro imbécil. ¿Sabes lo cachonda que estaba de pensar que cuando entrase aquí me ibas a comer el coño? Anda, ven, que no puedo más.

-       No, si la que nace zorrita.

-       No me quites años anda. – Y se rieron.

Luego empecé a oírla gemir. Los primeros segundos tuve que esforzarme. Luego no. Mónica comenzó a gemir incluso más que aquella primera noche en que la conocí a través de la pared.

-       Nena, baja un poco el tono que nos van a oír.

-       ¡Tú a callar cabrón y sigue comiéndote tu regalo!

Segundos después allí estaba yo, empalmado de nuevo con el traje a medio cerrar y las bragas de Mónica en mi mano. Las volví a oler. Cerré los ojos. Comencé a imaginar lo que Mónica detrás de esa puerta estaba comenzando a imaginar. Me llevé la mano a la polla pero antes siquiera de comenzarme otra paja noté una mano sobre la mía. Grité ahogadamente. Abrí los ojos y la vi. Paula. Mi Ángel favorito.

Liberó mi mano de mi polla y la tomó con la suya. Me beso empujándome contra la pared mientras me masturbaba y me dijo sobre la oreja, justo antes de morderme con fuerza el lóbulo: “De esta polla, ahora, me encargo yo”. Y me volvió a besar mientras abarcaba toda la extensión de mi miembro, ya duro e hirviendo sangre.

Me intenté retirar de ella. Sólo quería obedecer a Mónica.

Paula no aceptó mi retirada y respondió bajando su otra mano en dirección a mi huevos pero en el camino se topó con la mía, aun sujetando las bragas empapadas de Mónica. Me las arrancó de la mano y las tiró al suelo de mi habitación que seguía con la puerta abierta.

-       Si no quieres que le diga al cornudo de Xuso lo puta que es su noviecita vas a tener que follarme hasta que me duela o, ¿qué pasa? ¿no te gusta esto?

Y, en esta ocasión sí, su mano llegó a mis huevos. Los estrujó a la vez que hacía lo propio con mi polla. Otra vez dominado.

-       Vas a hacer lo que yo te diga o se lo contaré todo a Xuso. He visto tus emails… Hay cosas interesantes, ¿verdad? Podría reenviar a Xuso unas fotos que he visto de…

No la dejé terminar. No podía. La empujé de mí en dirección a mi habitación. Cerré la puerta tras de mí, la cogí en peso y la giré dejando su espalda contra la tibia madera de aquella puerta. Pegué mi polla contra ella a la altura de su pubis vestido aún con aquel peto vaquero.

-       Tú no vas a decir nada. Nada. – dije mientras cerraba el pestillo, acercando mi boca a su oreja. – Esta es la puta guarida del lobo y aquí mando yo.

Me separé unos centímetros, lo justo para poder bajar mi mano derecha hasta la tela que cubría su coño y bailar sobre ella. Gimió levemente.

-       ¿Quieres que te folle hasta que te duela? Voy a follarte hasta que me pidas que pare y, ¿sabes qué? Entonces seguiré follándote un poco más hasta que me dé la gana.

Esta vez gimió más fuerte. Mucho más fuerte.

-       No puede ser… ¡Serás hijo de puta!

No era Paula. Era Mónica. A través de la pared escuché esas palabras, tenues pero claramente diferenciadas.

-       ¿Qué pasa amor? ¿Te has corrido? Ya lo sabes, soy muy bueno comiendo coños. – Era Xuso siguiendo una conversación que no iba dirigida hacia él, aunque no lo supiera.

Hubo un breve silencio. Mónica lo rompió

-       No, tú sigue. Que se enteren quién manda…

-       Pero…

Xuso no terminó la frase pero quise imaginar que Mónica había tomado su cabeza con su mano y le había tapado la boca con su coño.

Mientras tanto, yo seguía con mi mano apresando el coño de Paula y mi otra mano sobre su boca, no permitiéndole nada salvo lamer mis dedos. La miré, creo que de verdad por primera vez aquella noche y fue entonces cuando me di cuenta lo que tenía para mí. Tenía que ser un puto lobo para ella.

No era Mónica pero iba a pagar por sus pecados.

La lancé a la cama y puse su cabeza colgando por el borde del colchón. Le ordené abrir la boca y sacar la lengua. Tomé mi polla para dirigirla a su lengua y la rocé con ella. Bailé la punta de mi glande por la punta de su lengua. La retiré un poco. Su saliva y mi liquido preseminal formaron una perfecta guirnalda.

Volví a acercar mi polla a su boca pero esta vez la introduje en su humedad lo más al fondo que pude. Su garganta me hizo tope. Tosió y se la saqué para darle respiro.

-       ¡Hijo de puta! ¡Que me vas a atragantar!

Pero se la volví a meter, esta vez más suave, dejando que fuera su cabeza la que buscase la cantidad de polla en cada momento. Mientras tanto, distraído por su mamada, comencé a desabrocharle los cierres del peto. Le levanté la camiseta y por fin, comencé a jugar con sus tetas.

Nuevas palabras, de nuevo, a través de la pared.

-       Cariño… Creo que estoy escuchando follar en la habitación de Luis.

-       ¡Eres imbécil Xuso! Céntrate aquí joder, que llevo diez minutos esperando para correrme en tu boca y no consigues una mierda.

-       Pero…

Y de nuevo, en mi imaginación, Mónica hundía la cabeza de Xuso contra su coño.

Aquello provocó mis ganas. Las de mi boca por jugar con Paula.

Se la saqué de la boca y mientras se relamía le di la vuelta y la terminé de desnudar salvo por sus braguitas, mucho más finas que las que quedaron olvidadas en el suelo de mi habitación.

La ordené colocarse sobre el colchón a cuatro patas en perpendicular y con la cabeza en dirección a la pared compartida. Yo me arrodillé en el suelo junto al lateral de la cama para tener un primer plano de su coño y culo, tapados apenas por la fina tela color negro.

Era perfecta. Ya lo sabía, pero lo confirmé.

Le entreabrí las piernas para poder disfrutar mejor de aquella maravilla. La tela bajaba por sus nalgas jugando con su redondez, internándose entre ellas, y conducía hasta su parte frontal donde dos labios se marcaban sobre la humedad su sexo. Necesita besar aquellos labios.

Posé mis manos sobre sus caderas sujetando los laterales de aquella cárcel. Acerqué mi boca a su culo. Lo respiré. Lo mordí. Y volvió a gemir.

Suavemente comencé a deslizar mis manos sobre sus muslos arrastrando con ellas sus bragas. Primero asomó su culo. Bajé un poco más hasta que sólo su coño quedó cubierto. Seguí un poco más obligando a sus labios a soltar el resto de tela que quedaba pegada a ellos, como si quisieran hacerse de rogar.

Ante mis ojos al fin su coño, totalmente afeitado y con unos labios plegados sobre sí mismos. Era perfecto. Un fino hilo de flujo asomó de entre ellos amenazando con caer sobre el colchón, como una suerte de estalactita del deseo. No pude más.

Ladeé la cabeza y sorbí aquel manjar hasta su fuente. Aquel sabor invocó de nuevo al lobo. Puse con fuerza mis manos sobre sus nalgas provocando que casi se golpease la cabeza contra la pared. Lo evitó anticipando sus manos sobre la pared antes que su cabeza. ¡PAM! El estruendo del golpe de sus manos contra mi poster Hitchcock.

-       ¡Joder!

Al otro lado de la pared, Mónica y Xuso pararon de nuevo interrumpidos por el susto.

-       ¡Joder!

Esta vez era la voz gimiente de Paula la que gritó al sentir cómo separaba sus nalgas e introducía mi lengua entre ellas, deslizándola con fuerza desde su coño hasta su culo. Las presentaciones ya estaban hechas.

Seguí haciendo bailar mi boca sobre sus dos orificios, alternándolos a ratos. Sólo la escuchaba gemir y golpear con sus puños la pared. Nada al otro lado de la pared. Ni falta que hacía. Me detuve un segundo, me levanté e hice resbalar mi polla sobre la entrada de su coño.

-       ¡Sí, por favor! – La escuché y me reí.

-       Todavía no.

Y la volteé dejando su espalda apoyada en la cama, su cabeza apoyada sobre la pared y sus piernas colgando sobre el colchón a la altura de los muslos. Me coloqué sobre ella. Le mordí la boca. Fuerte. Luego comencé mi descenso. Le lamí los pezones, dibujando sobre mi lengua con ellos. Bajé hasta su ombligo. Lo besé. Lo mordí. Y bajé un poco más. Sus labios vaginales ante mí supurando flujo y placer. Los besé suavemente y suavemente gimió.

Coloqué mi mano izquierda sobre su coño y con mis dedos abrí su sexo de par en par.  Caí sobre él con mi lengua. La saqué lo máximo que fui capaz para introducirla en ella todo lo que pude. La empecé a follar con mi lengua. No era un jugueteo. No. Aquello era toda una penetración.

-       ¡Joder! – Gritó de nuevo.

Me separé. Le escupí. Volví a penetrarla. Yo también me oí gemir; al menos, todo lo que se puede gemir con la lengua hundida en un coño.

La sacaba e introducía todo lo que era capaz. Comencé a alternar aquel movimiento con excursiones a su clítoris, haciendo presión sobre él con mi lengua. Así continué unos minutos, centrándome en su respiración, en sus reacciones a mis acciones. Era algo que había aprendido con el tiempo: si escuchas al objeto de tu placer acabarás por entenderlo.

Cuando noté que se acercaba al orgasmo la sorprendí una vez más. Tomé sus piernas con mis manos y las subí, doblando su espalda como si fuera a plegarse sobre sí misma y provocando que así me ofreciera su máxima profundidad. Ahí la volví a penetrar con mi lengua, más profundo que nunca antes. Gritó, me insultó y comenzó a correrse para mí.

Su cuerpo se contorsionaba sin control, como si buscase librarse de mí. No se lo iba a permitir. Tenía que demostrarle que aquello que yo provocaba, yo dominaba.

Solté sus piernas y puse mi mano izquierda sobre la parte baja de su vientre, aprisionándolo con fuerza contra el colchón. Una vez apresada, saqué mi lengua de su coño deslizándola hasta su clítoris. Sus labios vaginales habían quedado al descubierto, rebosando humedad, lo que aproveché para introducir mis dedos índice y corazón en su interior en un rápido movimiento. Dentro, comencé a acariciar su pared vaginal con los dedos hacia arriba. Su orgasmo, que iba bajando en intensidad, explotó de nuevo.

-       ¡Hijo de la gran puta!¡Me muero joder!

Gritó como si nada más le importase en ese momento. Sus piernas comenzaron a patalear, llegando a golpearme con los talones en la espalda con fuerza. Yo no iba a parar, no todavía.

Mi mano izquierda la seguía manteniendo presa en la cama; mi lengua oprimía su clítoris y lo movía de lado a lado; mi mano derecha se deslizaba de fuera hacia dentro de su coño, siempre con los dedos presionando su pared superior.

-       ¡Joder, joder, joder! – gritaba mientras golpeaba con sus puños la pared compartida con Xuso. Allí, por cierto, ya no se escuchaba nada. O quizá sí, pero Paula eclipsaba todo.

Saqué mis dedos suavemente de su coño. Retiré mi lengua de su clítoris y, por último, la dejé libre sobre la cama. Respiraba de forma entrecortada y su cuerpo se sacudía con los últimos estertores de su corrida.

Pero el lobo en que me había convertido necesitaba más. Era una presa desvalida y había que acabar con su sufrimiento. 

La cogí en brazos y la situé de cara a mí, rodeándome con sus piernas. La besé mientras mi polla, que llevaba un rato doliéndome por la excitación, rozaba por su parte superior entre sus nalgas. Sentí como restos de saliva y flujo goteaban sobre mi polla. La besé y aún pude sentir algún coletazo de su orgasmo. Introduje mis dedos en su boca; esos que antes habían estado en su coño. Los mamó mientras clavaba sus ojos en los míos.

La coloqué sobre mi escritorio. Sobre la cara interna de mis codos acomodé el hueco interno de sus rodillas, dejándola totalmente abierta para mí. Me soltó el cuello, al que se había abrazado durante el traslado, y apoyó sus manos sobre el escritorio, como si tomase el sol. Era una diosa esperando por mi polla.

Fui a lubricar la zona pero no era necesario. Su sexo andaba ya empapando mis apuntes bajo su culo. Apunté mi polla a sus labios y me balanceé lo justo para rozar mi glande ardiendo con la entrada de su coño. Noté cómo aguantó la respiración esperando el golpe. No llegó. Me detuve. Abrió los ojos y me miró.

-       ¿Qué haces tío? En serio, que no puedo más. No me hagas más sufr…

Pero no la dejé terminar. Le ensarté la polla a mitad de su frase, aprovechando que no lo esperaba. No sólo quería follármela, quería jugar con ella.

 Su grito rompió madrugada y, por fin, volví a escuchar un grito similar al otro lado de la pared. Un gemido estéreo. Pero yo no estaba allí. Yo estaba dentro de Paula, sintiendo la estrechez de su coño alrededor de mi polla.

-       ¿La tenías así de gorda antes? – gritaba entre gemidos.- Me vas a partir en dos cabrón. ¡Cómo la siento joder!

La follé durante varios minutos todo lo fuerte que fui capaz inducido por sus palabras. Sus pechos rebotaban contra su propia piel. Sus estaban ojos cerrados.

Noté que perdía el control así que debía recuperarlo. Levanté sus piernas un poco más y la penetré con toda la fuerza que fui capaz. Todo lo que había en el escritorio cayó al suelo a excepción del ordenador.

-       ¡Ahhhhh! ¡Hijo de puta! – Los insultos eran buena señal.

-       Estabas advertida que si entrabas en esta habitación podían… pasar… estas… cosas… - acompañé cada una de estas cuatro palabras con sendas penetraciones a fondo. Ella lo acompañó de gritos. – Así que ahora quiero que te toques para mí. Voy a seguir follándote y tú, con esa manita de puta que tienes, vas a tocarte hasta correrte para mí, ¿entendido? – dije dejándosela clavada esta vez.

Su respuesta fue un gemido. Otro más. Se incorporó un poco en la mesa, separó su mano de la madera y la alargó hacia mí. La lamí mientras comenzaba a bombearla de nuevo.

Comenzó a tocarse. Las yemas de sus dedos comenzaron a bailar sobre la parte superior de su sexo, justo donde antes mi boca había provocado su corrida. Yo notaba que estaba a punto de correrme pero tenía que aguantar. Aquello lo merecía. Paula era una de mis pajas recurrentes y por fin, no era mi mano la que simulaba ser su coño.

Evité un ritmo constante en mis penetraciones. A ratos bombeaba fuerte, a ratos la dejaba dentro y a ratos, la deslizaba suavemente, dando importancia a cada centímetro de mi polla. Esos cambios la estaban volviendo loca.

La escuché cambiar de respiración de nuevo. La miré y la sorprendí clavando sus ojos en los míos, con la mayor cara de zorra que jamás había visto. Le seguí el juego de miradas y comencé a penetrarla fuertemente de nuevo y ella intensificó su movimiento sobre el coño. Sin dejar de mirarme, recupero mínimamente la compostura y me espetó

-       ¿Esto es lo que querías? ¡Eh! ¿Mirarme mientras me rompes? ¿Mirarme mientras me corro?

-       Lo que quiero es que te corras. Quiero que te corras mientras me miras. ¡Córrete para mí!

Y me obedeció. Joder si me obedeció. Comenzó a estremecerse y su mirada intentaba seguir fija en mi pero perdía el foco. Se la metí fuerte. Muy fuerte. Gritó. Muy fuerte. Quise quedarme quieto dentro de ella y aguantar así mi orgasmo pero sus movimientos lo impedían. Tocaba retirada.

Arqueé entonces el culo para salirme de ella y aguantar mi orgasmo sin sentir sus paredes acosando mi polla. Ella lo notó. Se zafó las piernas de mis brazos y me rodeó con ellas con fuerza, impulsándome a su interior de nuevo. No lo esperaba. No pude más.

Comencé a correrme. A morirme por la polla. Sentí un latigazo recorriendo mi espalda de cabeza a pies. Durante un segundo creí que me fallarían las piernas y acabaría en el suelo pero me repuse sujetándome en la mesa e incorporando mi cuerpo sobre el de Paula. Nuestras caras estaban a un aliento de distancia y podía oírla entre gemidos.

-       ¡Córrete! ¡Córrete cabrón! - Tomo con sus manos mi cara y me obligó a mirarla- ¡Quiero que te vacíes dentro de mí!

La besé mientras mi pene le obedecía. Sentí sus piernas temblar detrás de mi espalda, ya deshaciendo el nudo con que me había obligado a penetrarla. Bajé un poco la intensidad de mis penetraciones. Ella volvió a sacudirse de placer.

-       No me extraña que hoy hayamos discutido por follarte entre todas. No me extraña que la puta de Mónica ande detrás de ti. Eres un cabrón pero casi me matas a polvos. Ha sido la mejor follada de mi vida.

-       ¿Ha sido?

Me miró sorprendida y aproveché su sorpresa una vez más para cambiar el paso y doblar la apuesta.

Aproveché las fuerzas que había recuperado vagamente con sus palabras y la volví a tomar en peso. Mi polla salió de su coño. Suspiró.

La levanté directamente del culo y pegué su cuerpo al mío. Giré sobre mi eje y golpeé su espalda contra la puerta, valiéndome de ella para aligerar su peso. Era la misma espalda y la misma puerta que ya se conocían del inicio de todo, pero ahora la espalda estaba desnuda.

Manteniéndola en peso, la acomodé a la altura de mi miembro y le volví a asestar un fuerte pollazo. Su espalda golpeó en la puerta y el ruido se debió notar en toda la casa. La miré y tenía los ojos en blanco y la boca abierta.

-       ¿Qué te dije? Te dije que me ibas a pedir que parase. Te dije que iba a follarte hasta que te doliese.

Mientras la penetraba, notaba como caían sobre mis pies los restos de nuestras corridas que rebosaban de sus labios vaginales. Todo era demasiado sucio.

Y me encantaba.

-       Puede que tus amigas sean tan zorras como tú pero a la que le va a doler el coño mañana al sentarse va a ser a ti.

-       ¡Me vas a matar hijo de puta! ¡JODER!

Seguí follándomela contra la puerta, provocando con cada embestida el sonido de la misma. Mi polla se deslizaba entre sus labios con facilidad por toda la humedad generada pero lo cierto es que nunca había sentido un coño tan estrecho. Me mataba.

Entre jadeos le grité.

-       Tienes el mejor coño de la historia. ¡El puto mejor coño de la historia!

Y la penetré profundamente mientras le mordía el lateral izquierdo del cuello. Gritó. Probé su sudor. Era fuerte pero agradable.

Me noté cansado por primera vez. Le saqué la polla y deposité sus piernas en el suelo. Estábamos de pie frente a frente. De repente, oí un sonido al otro lado de la puerta. Justo después un portazo en la puerta contigua. Nos miramos y nos reímos.

Paula se puso de rodillas frente a mi polla, aún empalmada pero algo menos vital que segundos anteriores. Me miró a los ojos mientras agarró con su mano mi polla por todo su grosor.

-       ¡Vaya polla tío! Es que casi no me cierra la mano. Es que, te lo juro, estaba sintiendo que me desgarraba. Me estaba empezando a doler de verdad.

Sonreí. La verdad es que no tengo un gran tamaño de polla en cuanto a su longitud, digamos que algo por encima de la media, pero siempre he estado orgulloso de su grosor.

Ella también sonrió. Se acercó a la punta de mi glande, brillante y rosado y lo besó.

-       Mi coño necesita rehabilitación pero me muero de ganas de ordeñar esto.

Y se la clavó en la garganta. No intentó succionarla si no que sacó su lengua todo lo que pudo, tratando de que mi polla llegase a lo más profundo de su garganta. Sentí el contacto con el final de su garganta y entonces tragó un poco más. Toda. Entera. Aguardó unos segundos así y después se la sacó de golpe acompañando el movimiento de una arcada. Escupió sobre su mano, untó la saliva sobre tronco y volvió a repetir. Era la mejor mamada de mi vida.

Repitió el proceso varias veces haciendo innecesaria cualquier intervención mía. Me estaba devolviendo la follada de coño que le había hecho con mi boca al principio. Comenzó a alternar movimientos. A ratos deslizaba la lengua por toda la longitud de mi polla, a ratos me mordía suavemente el tronco desde el lateral. Me costaba respirar.

Me empujó con las manos hacia atrás dejándome apresado entre su boca y la pared. Incluyó dos movimientos más. Se sacó el nabo de la boca y comenzó a sorberme los huevos con la polla dejada caer sobre su cara. La cogió con la mano y sin dejar de jugar con mis testículos comenzó a pajearme sin apartar la vista de mis ojos. Luego dejó mis huevos y sacó su lengua, comenzando a pasearla por la zona inferior de mi glande desnudo y palpitante. Y continuaba sin apartar su vista de mí.

De nuevo, otra vez una mamada profunda durante varios segundos. De nuevo otra arcada. De nuevo sus ojos sobre los míos.

Debía parar aquello. Primero porque sentía que me iba a correr y, segundo y más importante, porque ella empezaba a sentir que mandaba sobre mí y no había llegado aquí para eso.

En la siguiente mamada profunda que me hizo varié su juego y cuando sentía que ya no podía entrar más, puse mi mano sobre su cabeza y la impulsé un poco más hacia mí. Ella quiso retirarse pero no lo permití. Unos segundos después me golpeó con su puño en la pierna y lo tomé como señal para dejarla escapar. Escupió en el suelo.

-       ¡Hijo de puta! ¡Que me iba atragantando!

La levanté del suelo y la empujé contra la mesa. La volteé dejándola de espaldas a mí y la mordí en el cuello mientras la rodeaba con mis brazos, agarrando con mi mano izquierda una de sus perfectas tetas y con la mano derecha sobre el vientre, aprisionándola contra mí para que sintiera mi polla resbaladiza contra sus nalgas. Puse mi boca detrás de su oreja y susurré.

-       Parece que se te olvida quién es el lobo. Tendré que recordártelo… Otra vez.

Puse mi mano sobre su espalda y la plegué sobre el escritorio. Me moría de ganas de hacer mis cojones rebotar sobre aquel templo. Se la inserté de un golpe y todo en el escritorio volvía a rodar. Ella apoyaba las manos sobre la madera y los papeles, ya impregnados de nuestras corridas anteriores.

Con la segunda embestida se quejó.

-       Tío, tío, para por favor. Me duele. Te lo dije antes joder.

-       Y yo te dije que te iba a follar hasta que te doliera… Y luego un poco más. Eres mía hasta que me dé la gana.

Puse mis manos sobre sus caderas y la atraje hacia mí, insertándole la polla hasta que no cabía más.

-       ¡Ahhhh! ¡JODER!

Gritó. Más fuerte que nunca antes. Era un grito a mitad de camino entre el dolor y el placer. Un golpe sonó en la pared de la habitación de Xuso. Nos paralizamos un momento. Otro golpe. De repente, la voz de Mónica sonó clara.

-       ¡Tios, ya os vale! Hay gente que quiere dormir, joder. Dejadlo ya. ¿No habéis tenido suficiente? Que lleváis una puta hora, joder.

Aquello me puso la polla ardiendo. Se la volví a clavar a Paula y esta vez dejándola hasta el fondo durante varios segundos. Al sentirla tan profunda e inmóvil ella volvió a gritar.

-       Quiero que la sientas bien profunda. Mónica nos está escuchando y sabes tan bien como yo que le encantaría estar en su posición. ¿De verdad quieres que pare? ¿De verdad quieres que le dé el gusto a esa zorra?

-       Joder tío, ¡es que me duele!

 La saqué. La mantuve inmóvil, inclinada sobre la mesa y me agaché a verle de cerca el coño. Lo tenía totalmente rojo, hinchado hacia fuera.

Le abrí la piernas e introduje mi cabeza entre ellas. Besé sus irritados labios primero. Luego acumulé saliva sobre la lengua, con las manos le abrí el coño todo lo que fue capaz y acerqué mi lengua sobre su interior, aplicando mi saliva con un suave movimiento de abajo hacia arriba. Gimió. Esta vez sólo de placer. Repetí el procedimiento varias veces y finalmente me levanté.

Volví a la posición inicial. Posé mis manos sobre sus nalgas y las separé. Tenía ante mí su culo, cerradito y palpitante. Introduje la punta de mi polla de nuevo en su coño, esta vez más suavemente y me escupí sobre ella. Poco a poco la fui deslizando en su totalidad en su interior. Gimió. Seguía sujetándole las nalgas con mis manos, así podía ver aquél espectáculo perfectamente. Podía disfrutar de cómo sus labios se deslizaban sobre el tronco de mi polla, abrazándolo suavemente en cada vaivén.

Gritaba. Su boca me decía que le dolía pero podía sentir en su coño que lo deseaba. Le levanté la pierna derecha, dejándola en el suelo sólo con la pierna izquierda. Yo me quedé sujetando su pierna derecha con mi brazo derecho. Estaba más abierta que nunca y sabía que eso reduciría su dolor. Se la clavé fuertemente una vez más. De nuevo acelerando los golpes, de nuevo a mi merced.

 Notaba como mi miembro se deslizaba perfectamente dentro de ella. Comenzó a derramar flujo de nuevo. Comenzó a entrecortase su respiración.

Dejé de sujetar su pierna pero en lugar de dejarla en el suelo, la coloqué sobre la mesa para que continuase abierta para mí. Era el momento de darlo todo. La agarré del pelo y tiré de él hacia mí, encorvando su espalda hacia atrás. Gimió a gritos. Solo placer esta vez.

La penetré muy fuerte varias veces en aquella posición. Cada vez respiraba peor. Cada vez se movía más.

Y entonces me detuve. Se la saqué de un golpe y la dejé a la entrada de su sexo. Me gritó.

-       ¿Qué haces cabrón? ¡FÓLLAME JODER! ¡ESTABA A PUNTO DE CORRERME!

-       Ya tía, pero es que no quiero que te duela. – dije haciéndome el inocente.

-       ¡QUE ME LA METAS JODER! ¡COMO NO ME LA METAS TE JURO QUE TE MATO!

Le tiré más fuerte del pelo que aún sujetaba con mis manos.

-       Oye zorrita, parece que se te olvida quién manda aquí, ¿no? – y acompañé esa última palabra con un nuevo tirón de pelo.

-       ¡MANDAS TÚ JODER! Pero es que quiero que me la metas.

-       ¿Y cómo se piden las cosas?

-       ¡FÓLLAME JODER! ¡POR FAVOR FÓLLAME!

 Y se la ensarté profunda y dura como nunca antes. Gimió puro placer varias veces más hasta que me avisó.

-       ¡Me voy a correr otra vez cabrón! ¡ME CORRO!

-       ¡Córrete para mí otra vez! Quiero que ese coño me recuerde para siempre.

Sus espasmos fueron incontrolables. Noté cómo por sus piernas resbalaba el flujo rebosante. No paraba de gritar.

Le solté el pelo y al minuto noté como sus espasmos iban decreciendo. Yo me había mantenido con mi polla clavada dentro suya durante gran parte de su orgasmo; inmóvil por miedo a correrme. Esta vez no quería vaciarme simplemente dentro de ella. Quería que ella lo provocase.

La puse de rodillas.

-       Haz lo que quieras con ella.

Se había ganado el derecho de decidir cómo quería concluir aquello.

Me agarró la polla susurrando para sí, de nuevo, lo caliente y gorda que estaba. Yo sabía que no iba a necesitar mucho para hacerme explotar. Comenzó a follarme la polla con su boca. No era al revés. No. Era ella la que la engullía como si se la fueran a quitar. Desde mi posición, veía como devoraba mi polla, haciéndola desaparecer entre sus labios. Esta vez sí, los de la cara.

Se la introdujo de un golpe hasta el fondo y esta vez no la sacó. En lugar de eso, sentí sus manos sobre mis nalgas, impulsándome contra ella. La miré sorprendido y de nuevo, sus ojos clavados en los míos. Otra vez esa cara de zorra. Me clavó las uñas en las nalgas y comenzó a forzarme contra ella. Mi polla estaba totalmente dentro de ella pero no tenía suficiente. Parecía querer atragantarse de mí.

No pude más. La avisé. La sacó y comenzó a masturbarme, sin dejar de mirarme a los ojos.

-       ¡Échamelo encima cabrón! Nunca me he sentido tan puta y como eso quiero terminar. Bañada de ti.

El primer chorro de semen salió despedido hasta la comisura derecha de su boca. Sacó la lengua buscando su sabor. Aquel gesto provocó mi segunda oleada, esta vez repartida entre su barbilla y su pecho. Me fallaron las piernas y caí sobre la silla escritorio en la que tantas veces me había masturbado. Ella siguió buscando los últimos golpes de mi lefa, derramada ya sin fuerza en el dorso de su mano. Aunque el orgasmo me había tumbado, la cantidad de semen no había sido tan espectacular. Era ya mi tercera vez casi seguida.

Cuando mi orgasmo hubo desaparecido, retiró suavemente su mano de la base de mi polla. Finos hilos de semen formaron puentes entre ambas estructuras. Se llevó la mano a la cara y besó aquella mezcla de sudor y semen. Sus labios quedaron impregnados de aquel líquido blanquecino. Sacó la lengua y los humedeció. Lo paladeó. Se rió.

-       Hasta el semen te sabe rico hijo de puta.

Y se volvió a lamer la mano, esta vez con la lengua totalmente extendida.

Me levanté y la besé.

-       Quédate esta noche en mi cama. Ahora todos estarán esperando a vernos salir. Te has ganado refugio.

Me tumbé en la cama. Desnudo y destapado. Aquel abril venía caluroso. Se tumbó a mi lado y sentí su mano posarse sobre mi polla.

-       Te juro que no estoy buscando más guerra. Es que me encanta sentirla. Sólo eso.

No dije nada. A mí me encantaba sentir aquella mano orgullosa de mi polla pero no se lo dije. No quería ablandarme en el último momento, aunque mi pene si lo hiciera.

Me despertó el estruendo de la puerta del piso al cerrarse. La luz entraba por la ventana bañando toda la habitación. No había bebido tanto para la resaca que tenía. Me incorporé en la cama y recorrí con la mirada la habitación. “Si hubieran entrado a robar no me lo desordenan tanto” pensé.

Me incorporé y me di cuenta de lo mucho que me dolían las piernas. Avancé un par de pasos hasta el escritorio. Las bragas de Paula y junto a ellas, una nota.

“Te diría que siento el estropicio pero la verdad es que me encantó sentirlo ayer. Te dejo un recuerdo para tu colección (pero las mías son más bonitas) que las de la puta esa.

Ya nos veremos. Besos.

Paula.”

Cogí la nota y las bragas de la mesa. Debajo de ellas mis apuntes de Comunicación se habían quedado pegados a la madera del escritorio. Sonreí.

Miré hacia el armario y en el suelo, seguían las bragas de Mónica. Las recogí también. Con una pieza en cada mano, las alterné sobre mi nariz. Dulce y salado. El pene quiso reaccionarme un poco. Abrí el armario y las guardé en un cajón.

Me volví a tumbar en la cama. Cogí el móvil. Seis  notificaciones de conversaciones pendientes.

Obvié la de mi madre preguntándome qué tal había pasado la noche. No sabría cómo contestarle.

Abrí primero el mensaje de Natalia:          

-       “No me puedes dar a probar el caramelo y dejarme con las ganas. ¿No te enseñaron que hay que terminar lo que se empieza?”

Una hora después otro mensaje de ella:

-       “Te estoy escuchando ahí dentro. No sé si entrar y salvar a mi amiga… Estoy chorreando hijo de puta”

Después abrí el de Mariale:

-       “Tengo envidia de Paula pero me acabáis de dar la mejor corrida de mi vida. Parece que vas a reventarla cabronazo”.

Dudé el orden de los siguientes, como si quisiera guardar el mejor trozo de pizza para el final. Abrí el de Mónica.

-       “Eres un gilipollas. Espero que guardes las bragas que te has quedado porque eso va a ser lo único que veas mí.”

No se debió quedar conforme porque añadía.

-       “Que sepas que no me importa que te la folles como quieras. Dale más fuerte si quieres. Yo acabo de terminar de follarme a tu amigo y eso sí que es una polla. Me he corrido tres veces. Esta será la última vez que sepas de mí”

Luego, un aviso de que su número me había bloqueado.

Decidí no hacer esperar a Paula. Le leí.

-       “¡Me cago en tus muertos! Que no me puedo sentar, ¡joder! Estoy comiendo con mis padres y me han preguntado qué me pasa. Les he tenido que decir que ayer fuimos a la Feria de Sanlúcar y que había un toro mecánico.”

Después añadía.

-       “Espero que disfrutes mi regalo. Te lo ganaste. Las niñas no dejan de preguntarme y no sé si quiero explicarles.”

Por último, mi amigo, mi mejor amigo, Xuso.

-       “¿Qué cojones pasó ayer, tío? ¿Has visto la casa? Te escuché follando (o matando a alguien) en tu habitación pero… ¿qué cojones hiciste en el salón? Hay un “tiro” tuyo en el sofá y lo vas a limpiar tú.”

Seguía.

-       “Además, me jodiste el cumpleaños. Tenía a Moni cachonda perdida. No te lo vas a creer pero entró en mi habitación sin bragas y chorreando. Estaba deseando follarme pero con vosotros fue imposible. Al final sólo se corrió cuando Paula gritó que se corría, como si se hubieran puesto de acuerdo. ¡Qué raras son las mujeres!”

Y por último.

-       “Recoge la casa que Monica dice que se vuelve para su pueblo antes de tiempo y yo me voy con ella unos días. La noto rara esta mañana. ¡Gracias por la fiesta en cualquier caso y enhorabuena cabronazo!”

No contesté a nadie. Sonreí mirando las bragas en el escritorio. Me gustaba aquel nuevo Luis. Quizá sí que fuera un lobo después de todo.