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La boda y la novia de mi mejor amigo... (Parte 5)

en Hetero: Infidelidad

Diciembre de 2016. Terminaba el año de mi transformación.

Era la primera vez que nos veíamos desde aquella fiesta de cumpleaños ya narrada. Mónica diseñó entonces una suerte de juego de rol que se le volvió en contra. Me disfrazó de lobo y jugó a dominarme para sentirse poderosa, pero lo que no sospechaba es que aquel traje, aquella noche, me transformaría para siempre.

Aun guardaba en el móvil sus últimos dos mensajes de la mañana posterior a todo aquello:

-        “Eres un gilipollas. Espero que guardes las bragas que te has quedado porque eso va a ser lo único que veas mí“.

-        ”Que sepas que no me importa que te la folles como quieras. Dale más fuerte si quieres. Yo acabo de terminar de follarme a tu amigo y eso sí que es una polla. Me he corrido tres veces. Esta será la última vez que sepas de mí”.

Sólo mintió en lo referente a correrse.

No volví a saber de ella durante muchos meses. Me eliminó de todas sus redes sociales, me bloqueó en su móvil y no volvió a pisar el piso que compartía con su novio, mi mejor amigo.

No intenté buscarla. De hecho, en cierto modo, me sentí aliviado. Desde que la conocí aquella chica había sido mi perdición. Me obsesioné con ella de tal modo que no me importaba que mi amigo estuviese en medio y, para ser sincero, hasta sentía un placer culpable traicionándolo. Y sé que ella también. No es que quisiera hacerle daño pero me gustaba esa historia que protagonizamos Mónica y yo, dejando reservado para Xuso el papel de secundario. El morbo de lo no permitido.

Pasaron las semanas primero. Y luego los meses. Para no extenderme resumiré los hechos más importantes.

Acabó el curso y, con él, Xuso acabó la carrera. Al comienzo del verano volvió a nuestro pueblo con sus padres y yo me quedé en Sevilla, obligado a buscar a un nuevo compañero de piso. Y fueron dos. Un chico y una chica.

Pero esa es otra historia y será contada en otro momento.

Desde que me tiré a Paula, descubrí una nueva forma de practicar el sexo. Y me gustó. Y, lo mejor de todo, a ellas también les gustaba. Era sucio, obsceno y dominante. Pero les gustaba. Fueron varias las chicas que conocí en este tiempo y las que me conocieron.

Pero esa es otra historia y será contada en otro momento.

Por último, en verano comencé unas prácticas en una emisora de radio. Cuando acabaron, me ofrecieron un puesto que quedaba vacante con un año de prueba. Apenas cobraría y el puesto requeriría suprimir gran parte de mi tiempo libre, pero era la mejor forma de abrirse paso.

Pero esa es otra historia y será contada en otro momento.

Ahora era diciembre de 2016. En esta época del año, las empresas deciden recompensar el esclavismo de sus trabajadores reuniéndolos alrededor de una mesa y emborrachándolos en sábado para que, al llegar el lunes, tengan algo de lo que avergonzarse de vuelta en la oficina.

Mi empresa era pequeña pero estábamos haciendo bien las cosas. Entre nuestros anunciantes contábamos con uno de los restaurantes más pijos de la ciudad, de esos en los que pagas por pasar hambre. MI jefe encontró la fórmula perfecta para subvencionar la cena: tú no nos cobras y nosotros te ponemos los anuncios gratis. Quid pro quo.

Yo estaba sentado junto a Irene, la comercial, que se había situado a mi izquierda. Junto a ella estaba Maribel, también del departamento comercial. Os aseguro que si os mirasen a los ojos le venderíais hasta vuestra alma. Las resalto a ellas porque forman parte de esas otras historias que serán contadas en otro momento.

El resto de la mesa estaba formada por todo el equipo de la emisora. Mis dos compañeros locutores, el jefe técnico, la secretaria y el jefe supremo. El pack completo. Yo me sentía un estafador en aquel sitio, un pez fuera del agua. Tuve que desempolvar el traje de las bodas para la ocasión. No acostumbraba a moverme por aquellos ambientes pero, como suele decirse, un día es una día. Sobre todo si es gratis.

Nos sentamos a la mesa. Llegamos temprano y comenzamos con un brindis antes de comenzar la comanda: “¡Salud equipo! Nos hemos ganado disfrutar esta noche y que mañana salga el sol por donde quiera”. Chocamos las copas y las apoyamos en la mesa antes de darle un trago. Ya se sabe: el que no apoya, no folla.

Nos sentamos entre risas y de repente, mis ojos vieron un fantasma. El maître acompañaba a una pareja hasta su reserva, apenas a un par de mesas de la nuestra. Él podría haber pasado por un ejecutivo cualquiera, de traje gris, gafas y pelo negro engominado. Ella, en cambio, era inconfundible. Un vestido negro liso cubría aquella fina y blanca piel que tenía forjada en mi memoria.

Mesa para dos. Velas y flores.

Mónica y Xuso acababan de llegar.

Perdí el paso de lo que estaba ocurriendo en mi mesa. La mano de Irene sobre el muslo me sacó de mi ensoñación: “Tío, ¡que te empanas!” Y comenzó a reírse. Me reí al verla.

-        Perdón, que me parece que he visto a alguien del pasado.

-        ¿Quién? ¿Esa mesa? – dijo señalando, en efecto, la mesa correcta.

-        Sí. Él era mi compañero de piso hasta hace poco y ella… -me trabé un segundo – pues ella es su novia.

-        Mmmmm. – Se rió y me miró - ¿Y esa cara?

-        ¿Qué cara?

-        Tú… A ti te mola esa tía

Me aclaré la garganta nervioso.

-        Bueno sí, no es fea la chiquilla.

-        No, no, a ti te pone cachondo. – Y se rió de nuevo.

-        ¡¿Qué dices?! ¿Cómo me la voy a haber follado?

-        ¿Quién ha dicho nada de que te la hubieras follado? – me miró un segundo y reaccionó. – No jodas cabrón, ¡que sí que te la follaste!

-        Shhhh. Que no mujer. –miré a mi alrededor por si alguien se hubiera percatado de nuestra conversación pero todos estaban a lo suyo. – Te lo juro.

-        Que sí, que sí. Que esa tía ya te ha catado cabrón.

-        Que no, de verdad. Mira, te lo digo para que me dejes en paz. Sólo me hizo una paja. Eso sí, una de las mejores pajas de mi vida.

Se río brevemente. Entornó luego los ojos y se acercó a mí en la oreja.

-        ¿Mejor que la que yo te hice?

Esta vez me reí yo y también me acerqué

-        Bueno… A ella no le dio un ataque de tos casi atragantada. ¡Que eres una ansiosa!

Se retiró un poco de mí y noté cómo apartaba su mano de mi muslo. Bromeé con ella para que no se sintiese mal.

-        Oye, si te asustas, puedes agarrarte de nuevo.

-        Lo mismo digo – y mientras decía estas palabras, descruzaba sus piernas dejándolas a mi alcance.

Nos volvimos a reír a la vez.

Llegó el camarero, mi jefe le indicó que sería conveniente no ver las copas nunca vacías e hicimos el pedido de la comida. Todo era caro, muy sabroso y muy escaso.

Cuando se retiró el camarero me disculpé con la mesa y caminé tras él. Apenas 15 pasos me situaron en la mesa de Xuso y Mónica. Yo creí haber visto a un fantasma pero ella parecía haber visto directamente a un muerto.

Los abordé sin que me viesen y los saludé.

-        Pero ¡qué ven mis ojos! ¡Si es la pareja del año!

Xuso se puso de pie de alegría y me abrazó.

-        ¡Luis! ¿Qué haces aquí? Que alegría. No te veía desde verano. Desde que empezaste a trabajar no bajas casi al pueblo.

-        Que va tío. Es que ando liadísimo. De hecho, por eso estoy aquí. Estamos de comida de empresa. Hoy paga el jefe. Hoy vale todo.

-        ¡Qué cabrón! Siempre estás igual –hizo una breve pausa y siguió. – Pues nosotros… ¿cuándo fue cariño? ¿ayer? – y siguió sin darle tiempo de respuesta  a Mónica – estuvimos hablando de ti.

-        ¡Anda! ¿Y eso?

-        Nada. Que llegué a casa y Mónica estaba escuchando tu programa. Lo que pasa que es muy temprano y todavía estaba en la cama dormida. Dice que le gusta mucho. Yo es que lo puedo escuchar poco porque a esa hora estoy currando.

Aparté la vista de Xuso y me dirigí a Mónica por primera vez, que seguía sentada con cara de aburrida.

-        ¿Ah sí? ¿Te gusta? Siempre es un placer conocer a una fan.

Y comencé a reírme. Ella me miró pero no dijo ni hizo nada.

-        Bueno, levántate a darme dos besos anda. No todos los días puedes besar a una estrella de la radio.

Xuso se rió y ella se levantó de mala gana. Al verla más cerca sentí un golpe de calor en el pecho. Me parecía que estaba más bonita que nunca: aquellos pozos de color miel en forma de ojos y su piel machada de pecas. Sus labios gruesos y ahora parecían húmedos.

En ese instante se me borró la sonrisa de la cara. Ella se percató y al desaparecer en la mía, apareció en la suya. Se supo ganadora de aquel asalto y su sonrisa era mi premio de consolación. Besaba la lona.

Nos dimos dos besos en la mejilla. El primero fue casi sin contacto pero prolongué el segundo unas décimas más, inclinando mi cara de forma que mis labios rozasen suavemente sus mejillas, sin llegar a la comisura de su boca. Quise correr ese riesgo porque, aunque me tenía contra las cuerdas, aún no había soltado mi último golpe. Me alejé y la miré.

Me miró sorprendida primero y luego volvió a la seriedad del primer momento. Como si desease seguir siendo fiel a ese mensaje que me mandó aquella noche.

-        Tío, eres un cabrón. ¿Tú ves lo mismo que yo? Yo la recodaba bonita pero esto… Os van a echar de aquí por distraer a todo la sala. ¡Qué suerte tienes!

-        Lo sé. De verdad que lo sé. Aunque tú… lo que me han contado…

-        Nada, nada. Un caballero no habla de esas cosas. Y menos delante de una dama.

-        ¡Pero si es ella la que me pregunta por ti!

La miré y de nuevo tuvo unos segundos en que su sorpresa vencieron a su seriedad como castigo.

-        No tío. Tú sabes. La gente tiende mucho a exagerar. Pero no es el león tan fiero como lo pintan. O el lobo.

Y la volví a mirar. Y ella me miró. Y se movió algo incomoda en la silla.

-        Bueno, y vosotros ¿qué hacéis aquí? ¿Se celebra algo especial? Porque con lo que vale esto… Más vale que sea especial.

Xuso me miró descompuesto. Titubeó una respuesta.

-        No, que va. Esto es sólo porque quería invitarla a comer antes de navidad en un sitio bueno.

-        Pues perfecto –disimulé al notar el apuro de mi amigo – Yo estoy allí sentado. Si me necesitáis…

Y me despedí. Le di otro abrazo a mi amigo y le solicité la mano derecha a Mónica para besársela. Imposté un tono de caballero y posé suavemente mis labios sobre ella.

-        Tienes una mano preciosa. ¿No hacías manualidades antes?

Y me retiré a mi mesa.

Me senté de nuevo en mi silla, sin mirarla, puse mi mano sobre el muslo de Irene.

-        Uy, ¡perdón! ¡Que creía que era mi pierna!

Nos reímos y miré a Mónica. Me miraba en la distancia y apartó la vista. Sonreí. Y llegaron los primeros platos.

Pedí un pescado con nombre pretencioso y más vino. Volvimos a brindar. En la mesa se sucedían las conversaciones paralelas y mis bromas con Irene.

-        Para ser la novia de tu amigo no para de mirarte.

-        Tú lo has dicho: es la novia de mi amigo.

-        Sí, pero estoy seguro que a esa zorrita no le importaría la empotrases. Joder, tú no mires, pero te mira… Me está poniendo un poco cachonda hasta a mí.

-        ¿Ahora te van las tías? – le dije sorprendido.

-        Siempre me han ido un poco. Sobre todo si están como ella – bebió un largo trago de su copa. – Te lo digo en serio: no me importaría comerle el coño a esa tía.

Escupí el vino que llenaba mi boca en ese momento. Toda la mesa se giró y un segundo después, una carcajada común inundó el salón.

-        Si no sabes beber, no bebas tío – bromeó mi jefe.

-        Hay que tragárselo – añadió mi compañero de micrófono.

-        Sí, cuando te lo tragas es lo mejor – sentenció Maribel provocando de nuevo la carcajada común de todos los invitados.

Llegó el primer plato, lo que ayudó bastante a serenar el ambiente. Las conversaciones volvieron a dividirse. Y volvimos a rellenar las copas.

-        ¿En serio has estado con una tía?

Ella me miró y sonrió. No añadió ni una palabra. Continué.

-        Bah. Me estás vacilando.

-        Entonces… ¿cómo iba a saber a qué sabe el coño de Maribel? – me dijo susurrando en oído.

Me dio un nuevo pálpito el pecho. De haberme pillado bebiendo en ese momento, habría vuelto a escupirlo.

-        Pero… Pero… ¿qué me estás contando? Pero si ella…

-        Sí, tiene dos hijas. Y podía ver las fotos de las dos en la mesa de su despacho mientras se lo comía.

Casi no estaba comiendo. No podía. Mi jefe, sentado en frente de mí, me lo hizo notar.

-        Luis, coño, que es gratis. No vas a llenarte la boca de nada mejor en toda la noche.

-        Bueno, bueno… La noche es joven – respondí en tono jocoso. Toda la mesa rió.

Tomé el tenedor y probé de nuevo la merluza reducida en salsa de cosas reducidas en otras cosas y coronadas por no sé qué. La verdad es que estaba exquisita.

Seguí con mi tercer grado a Irene. Había abierto una puerta en mi cabeza que no iba a ser fácil cerrar.

-        Increíble lo de Maribel. A mí siempre me ha encantado pero…

-        ¿Te pone más cachondo que yo?

-        Sabes que no. Bueno, no lo sé. No la he probado.

-        Pues sabe al plato que tienes en la mesa – dijo mientras señalaba a mi plato.

Estallamos de risa una vez más. Esta vez casi me atraganto. Disimulé una vez más y terminé de apurar el plato.

-        Mira, tu amiguita se queda sola.

Xuso se acababa de levantar en dirección al baño. Mónica jugaba con el pan distraída.

-        ¿Quieres que me acerque y le diga que mi amiga le quiere comer el coño? – bromeé.

-        No lo sé – contestó en tono de broma – es que tengo mis condiciones.

-        Anda, ¿ahora te pones digna?

-        No es eso es que tengo cimas más elevadas que escalar. Soy ambiciosa sabes. Lo que en realidad me gustaría es probar su coño mientras tú me partes en dos con esto.

Y casi sin acabar la frase, pude sentir su mano sobre mi polla por encima del pantalón. La miré y mi polla reaccionó latiendo bajo su mano. La tenía durísima desde casi el comienzo de la conversación pero al sentir su mano sobre ella, la carne se volvió casi incontrolable.

Bajo el mantel su mano se movía suave pero firmemente sobre mi pene. Sobre la mesa, me incorporé a la conversación de mis compañeros. Ella hizo lo propio al otro lado de la mesa. Pasaron pocos segundos y aquella casi masturbación prohibida me estaba matando. Tenía que esforzarme por no derramarme allí mismo. Por no dejarme llevar.

De pronto, lo noté en el pantalón. Era el móvil vibrando. Salvado por la campana. Literalmente.

-        ¿Tienes una polla inteligente? ¿Vibra para avisarte de que te vas a correr?

Y suavemente apartó su mano de mi pantalón y la puso sobre la mesa. Cogió su copa y la apuró de un trago.

Salí de la ensoñación aquel momento para sacar el móvil. Era un mensaje de Xuso. Miré hacia su mesa y lo vi allí, sentado de vuelta junto a Mónica. Abrí el mensaje.

-        “Tío, casi me lo desmontas todo. La he traído aquí porque voy a pedirle que se case conmigo… ¡Y lo mejor de todo es que vas a poder verlo desde tu mesa! Te quiero tío. ¡Estoy muy feliz!”

Se me resbaló el móvil de las manos y golpeó suavemente la mesa.

-        ¿Ya estás borracho?

Jalearon mis compañeros entre risas pero no respondí. Un golpe me andaba cruzando el pecho. Mi erección, imparable hace unos segundos, parecía de repente un recuerdo.

Levanté la cabeza mirando hacia su mesa de nuevo. Hablaban distraídos. Ella me miró un momento y apartó la cabeza pero, al comprobar que andaba fijos en ellos, me volvió a mirar y sonrió. Juguetona por primera vez.

Irene me sacó de mi ensoñación, sin bromas esta vez al advertir mi semblante casi inmóvil.

-        ¿Va todo bien?

-        Le va a pedir matrimonio – musité sin casi mover los labios.

-        ¿Cómo?

-        Que le va a pedir que se case con ella. Me lo acaba de escribir en un mensaje. Y lo va a hacer ahora. Aquí.

La cara de Irene mutó también.

-        No me jodas, ¡qué puta casualidad!

Seguía alucinando con aquello. Mi vista seguía fija sobre ellos y ella sonreía risueña, dirigiéndome la mirada en un par de ocasiones. Estaba desorientado: no sabía si ya se había declarado y me miraba en señal de victoria o si, simplemente, ella estaba comenzando a derribar el muro que había construido entre nosotros. Pronto salí de dudas.

Casi despertando de mi trance, me sorprendió la luz del salón comenzando a descender suavemente. La algarabía general cesó, dejando paso a un extraño silencio inquieto. Entonces, centrando la atención de todos sin casi quererlo, Xuso se incorporó de su asiento y con el mismo movimiento, clavó su rodilla en el suelo frente a Mónica.

Aun estando lejos y gracias al silencio artificial creado, pude oír la voz de Xuso comenzando su discurso.

-        Mónica, antes de conocerte jamás podía siquiera soñar con ser tan feliz como tú me haces, cada día, cada mañana. Por eso - dijo dirigiendo su mano al bolsillo izquierdo de su chaqueta y extrayendo de él un pequeño estuche - esta noche aquí y delante de todos me gustaría pedirte que…

Pero no pudo seguir. Mónica, con los ojos casi encharcados, impulsó su silla hacia atrás de un rápido movimiento y se puso de pie. Se giró y salió corriendo mientras se le intuía entre lágrimas algo parecido a un “¡no puedo!”.

Mónica corría en dirección a los servicios mientras Xuso, de rodillas aún, sentía cómo todas las miradas se clavaban en él. El silencio era atronador.

-        Pues mira que bien – me dijo en voz baja Irene. -  Cena y espectáculo por el mismo precio.

Me hubiera reído de no ser los protagonistas quienes eran. Me incorporé rápidamente y salí corriendo yo también pero no hacía Xuso, sino en dirección a los servicios.

Me perdí al entrar. Era un restaurante en el que nunca había estado y sólo los servicios eran más grandes que toda mi casa. Una suerte de sala de espera dividía diferentes espacios, como si de baños privados se tratase. Probé suerte con las dos primeras puertas y la encontré en la tercera, el aseo para minusválidos. La puerta estaba encajada y la podía escuchar llorar tras ella. Entré y cerré tras de mí.

Estaba sentada en el suelo, junto al secador, con la cara hundida entre sus manos. Levantó la vista y me miró. Nunca la había visto llorando pero juro que nunca la había visto más bonita. Reaccionó gritándome.

-        ¿Y tú para qué coño vienes? ¿Qué coño haces aquí? ¡Seguro que estás disfrutando con todo esto! ¡Hijo de puta creído!

No le di tiempo a más y actué. Simplemente me dejé llevar.

Me dirigí con paso firme hasta ella y la levanté del suelo con fuerza. La empujé contra la pared y puse mi mano izquierda sobre su boca, impidiéndole gritar. Hablar siquiera.

Sus ojos se clavaron en mí, a caballo entre la furia y el desamparo. Sus lágrimas comenzaron a resbalar sobre mi mano.

-        Ahora me vas a escuchar calladita. Querías saber por qué coño he venido aquí, ¿verdad? Te lo diré. He venido por este.

Deslicé mi mano derecha debajo de la falda de su vestido y con un ágil movimiento, la llevé hasta el final de su abdomen. Con la punta de mis dedos levanté sus braguitas y agarré con fuerza su coño. Al fin, mi mano desnuda sobre sus labios vaginales.

Intentó morderme la mano con la que aprisionaba su boca. Levanté brevemente mis dedos para evitar sus dientes y rápidamente volví a la misma posición, esta vez aprisionando su cabeza más fuerte contra la pared.

-        No voy a consentirlo, ¿entiendes?

Comencé a mover mi mano sobre la parte superior de su coño en el sentido de las agujas del reloj suavemente. Gimió muy levemente. Seguí unos segundos más y modifiqué mi movimiento, ahora en el sentido inverso a las agujas del reloj. Gimió de nuevo. De nuevo levemente.

-        Mira, lo que pase ahora depende de ti. Y piensa bien qué vas a hacer porque será la última vez que te permita decidir. ¿Me oyes?

Dudó unos instantes y luego asintió bajo mi mano.

-        Si quieres puedo parar ahora – detuve mi mano y la separé unos centímetros de su pubis – y dejarte marchar. Decidirás lo que quieras con respecto a Xuso y no volveremos a vernos jamás. Si decides eso, todo termina aquí. Lo respetaré y me olvidarás para siempre.

La miré y me devolvió la mirada, perdida. No se movió, como si esperase una segunda propuesta.

-        O si lo prefieres puedo seguir – presioné de nuevo mi mano contra la zona superior de sus labios vaginales – y que hagas exactamente lo que yo diga, cuando yo lo diga y como yo lo diga.

Entornó los ojos como si buscase en mí alguna muestra de debilidad, de duda. Pero no dudaba.

-        Lo digo en serio: eres totalmente libre en este momento, aunque pueda no parecerlo ya que tengo una mano en tu boca y otra en tu coño. Ahora puedes decidir. Es fácil. ¿Quieres que pare? – y alejé brevemente mi mano de su clítoris - ¿o que siga? – volviendo a masajearlo de nuevo

Gimió bajo mi mano al volver a sentir la otra contra ella. Esta vez me alegré de tener su boca tapada porque no hubiera sido un sonido tan leve como los anteriores. Repetí la estrategia una par de veces más. Noté cómo se humedecía.

-        Tú decides Mónica: ¿paro?... ¿o sigo?. O, al revés, ¿sigo?... ¿o prefieres que pare?

Mi mano quedó finalmente a unos centímetros de su coño. Me miró con rabia un segundo y con un movimiento continuado giró su cabeza en dirección contraria a mi mirada.

-        Está bien, como te he dicho, respetaré tú decisión. Ahora tendrás que olvidar todo esto.

Comencé a retirar mi mano de la prisión de calor en que se había convertido el hueco entre sus bragas y su sexo pero su movimiento me detuvo. Arqueó la espalda separándola de la pared, buscando mi mano con su coño. A la vez entreabrió un poco más las piernas, dándome total acceso a sus cada vez mas encharcados labios.

Sonreí y ella lo vio a través del espejo. Comprendí que había girado su cabeza simplemente por no darme la satisfacción completa de la victoria. Pero no me importó.

La volví a impulsar contra la pared y mi mano alternó rápidos movimientos sobre su clítoris. Bajé mis dedos, los impregné del flujo que emanaba de su interior y aproveché aquel lubricante para seguir masturbándola.

Mi mano izquierda seguía sobre su boca. Tiré de ella y la obligué a mirarme.

-        Que sepas que esto está ocurriendo porque tú lo has decidido, ¿de acuerdo?

Asintió.

-        A partir de ahora, vas a hacer lo que yo quiera y cuando yo quiera. Y como yo lo quiera.

Volvió a asentir. Noté que me rogaba con los ojos y sentí bajo mi mano sobre su boca una leve vibración. Estaba intentando hablar.

-        ¿Qué dices zorrita? No te oigo con el chapoteo de tu coño aquí abajo.

Intensifiqué el movimiento circular sobre su clítoris. Puso los ojos en blanco un breve instante.

-        Ahora voy a destaparte la boca porque quiero escucharte pero entiende esto: nada de gritos, ni de gemidos… Ni de ninguna otra pista que pueda dar lugar a pensar que mientras tu novio está esperando una respuesta estás deseando correrte para mí, ¿de acuerdo?

Asintió nerviosamente

-        ¿Qué es lo que decías? – descubrí su boca bajo mi mano.

-        Que está bien. Que seré lo que quieras pero por favor, no pares.

-        ¿Cómo? ¿Es una orden?

-        No, no, solo…

-        Es que me ha parecido una orden, y yo no recibo órdenes de ti.

Dejé de masturbarla. Saqué mi mano de sus bragas y bajé su vestido. Me di la vuelta y me dirigí hasta la puerta pero, por encima del hombro, la vi a través del espejo. Estaba apoyada en la pared, recuperando el aliento.

-        Por favor…

La oí sutilmente.

Me di la vuelta de nuevo y me dirigí a ella rápidamente. Al intuir mi giro abrió las piernas de nuevo esperando mi contacto, como un perro que se predispone a que le rasquen la tripa. Subí su falda y volví a colocar mi mano directa y desnuda en su coño. Lo sentí muy mojado y muy caliente.

De nuevo, movimientos circulares y de presión sobre su clítoris. Su respiración se entrecortaba, intentando a la vez omitir sus gemidos.

-        Vamos a ver si lo has entendido bien. Harás lo que yo diga. O no harás lo que yo no te permita hacer.

Asintió sin palabras.

-        Primera prueba: te prohíbo que grites en tres, dos, uno…

Y tras la cuenta atrás inserté mi dedo corazón en su coño hasta el fondo. Esta vez, fue ella la que se cubrió la boca con las manos para cumplir mis órdenes. Aquello me gustó y aceleré mi movimiento en su interior. Presioné mi dedo contra la pared superior de su vagina y aquello la hizo gemir fuerte bajo sus manos.

Deslicé mis dedos fuera de ella y seguí masajeando suavemente su clítoris. Retiró sus manos de su boca y comprobé cómo se mordía la boca mientras me miraba. Yo también me estaba matando con aquello.

-        Primera prueba superada. Así me gusta. Ahora viene la segunda. La más difícil. Vas a salir ahí fuera y le vas a decir a mi amigo que te casarás con él. Le vas a explicar que has salido corriendo porque te has puesto muy nerviosa porque deseabas que te pidiese matrimonio desde hace meses.

Las siguientes palabras que pronuncié fueron tan cínicas que me sorprendieron incluso a mí.

-        No quiero que le hagas daño a mi amigo, ¿entiendes? Él te quiere muchísimo y yo lo quiero a él. No vuelvas a dejarlo en ridículo nunca más.

Asintió una vez más. Deslicé dos dedos esta vez entre sus labios y la comencé a masturbar con más fuerza que nunca.

-        ¿Qué vas a hacer entonces? – le pregunté mientras la bombeaba.

No respondió. Casi no podía.

-        Te he hecho una pregunta: ¿qué cojones vas a hacer?

-        Voy a… decirle a… joder… tu amigo que… me casaré… con… ah, ah… él. Me casaré con él, joder.

-        Así me gusta. Veo que estás preparada.

Comencé a alternar rápidamente sobre ella todos los movimientos anteriores. Giraba sobre su clítoris, deslizaba mis dedos sobre sus labios y luego los introducía, presionando sobre sus paredes vaginales y bailando con mis dedos sobre ellas. Unos segundos después noté claramente que se iba a correr.

Sentí un primer temblor en sus piernas y entonces, paré. Saqué mi mano y le bajé el vestido. Me dirigí al espejo y me asee. Ella me miraba atónita desde su posición, respirando con esfuerzo.

-        Durante muchos meses no he sabido nada de ti y este es tu castigo. No iba a premiarte encima con una corrida como esa. Esas cosas hay que ganárselas.

-        Pero…

La interrumpí y mi reflejo clavó sus ojos en ella.

-        Sabes que no lo mereces. Gánatela. Yo voy a salir ahí fuera ahora y voy a volver a sentarme en mi mesa. Tú espera unos minutos, recomponte un poco y quiero que hagas lo que te he pedido. Ya veremos entonces.

Me dirigí a la puerta y antes de abrirla, me giré hacia ella una última vez.

-        Una última prueba. Será la prueba definitiva de que aceptas esto. Mi juego. Cuando estés sentada con Xuso en la mesa, mientras le dices que te casarás con él, bajo el mantel vas a abrirte de piernas, vas a hacerte discretamente una foto entre ellas y luego me la vas a mandar.

Giré el pomo.

-        Ah, y desbloquéame de una vez. No te queda bien hacerte la digna después de esto.

Salí del baño con cuidado, vigilando que nadie me viese. Entré en el de caballeros y me recompuse un poco más. Me coloqué la polla dentro del calzoncillo para evitar el dolor de su dureza. Salí.

En el salón comedor la normalidad había vuelto. Miré hacia la mesa y Xuso seguía allí. Los demás habían dejado de mirarle. Miré mi reloj: apenas habían pasado diez minutos.

Me senté junto a Irene.

-        ¿De dónde vienes?

-        De hacer una llamada.

-        Y ¿es normal que las llamadas te pongan la polla así?

Me la agarró con fuerza bajo el mantel.

-        Hijo de puta, vas a reventar el pantalón con esto.

-        ¿Quién sabe? – la miré – quizá no sea el pantalón lo único que destroce hoy.

Y deslicé mi mano bajo el mantel sobre su muslo, pegado a su ingle. Moví el dedo meñique y sentí su calor. Me apretó la polla. Le acaricié el coño.

Llegaron los postres.