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La boda y la novia de mi mejor amigo... (Parte 1)

en Hetero: Infidelidad

Y le dijo: ¡Sí, quiero!

Y les pedí que se besaran...

Y su boca aún debía saber a mí.

Era septiembre de 2017 cuando ocurrió todo. Tras muchos años de noviazgo, uno de mis mejores amigos y compañero de piso en la universidad, se casaba con Mónica. Y la boda fue perfecta para él y para ella pero, sobre todo, para mí.

Pero lo contaré desde el principio. Yo conocí a Xuso hace ahora unos 12 años. Éramos amigos del pueblo pero pertenecíamos a cursos diferentes en el instituto. Cuando yo pasé a la universidad, Xuso ya llevaba en Sevilla dos años de carrera así que fue él quien me ofreció una de las habitaciones que quedaban libres a final de verano. Siempre se lo agradeceré porque me facilitó mucho el cambio de ciudad y por todo lo que vino después.

Durante los dos años siguientes nos hicimos muy buenos amigos. Era normal dado que compartíamos piso con dos compañeros más y al final, si no pasa nada raro, estos años de universidad unen mucho. Muchas experiencias. Muchas risas.

Al finalizar mi segundo año de carrera descubrimos que Xuso tenía novia. Para todos fue un shock porque nunca le habíamos conocido pareja alguna. Resultó ser una chica de Granada a la que conoció en un viaje de fin de semana que hizo con unos amigos. Según nos contó, se conocieron, se cayeron bien y ese mismo fin de semana se liaron. Sólo nos informó de unos besos pero a nosotros nos bastó aquella información para saber que nuestro amigo por fin se había hecho un hombre.

No pasó mucho hasta que la conocimos. Un buen día, al llegar de clase y entrar en casa, descubrí a una chica en el salón a quien no conocía. Era Mónica. La intentaré describir de forma objetiva, sin dejarme llevar demasiado. Mónica es morena de pelo y muy blanca de piel: la típica combinación andaluza. No es muy alta y, siendo sincero, encajaría en lo que hoy hemos dado en llamar una chica “curvy”. Pero su cara era otra cosa. Sobre todo su boca y, más aún, su sonrisa.

Los ojos grandes de color miel y unos pómulos salpicados de pecas eran sólo el preludio de su boca. Una cueva de labios carnosos franqueada por una hilera de dientes perfectos. Y su sonrisa. Cuando sonreía te invitaba a acercarte a ella y sonreír. Simplemente por reflejo. Simplemente porque aquella boca lo merecía.

Xuso me la presentó y desde ese momento nos caímos muy bien. En realidad, porque era imposible llevarse mal con ella. Sonreía y, al sonreír, dilapidaba cualquier hecho que te hubiera podido molestar.

Personalmente, siempre me creaba curiosidad el hecho de que mis compañeros llevaran sus parejas al piso. Me gustaba imaginar lo que ocurría en las habitaciones contiguas a la mía. A veces, espiar un poco.

Y recuerdo aquella noche.

Mónica había llegado por la tarde y juntos se habían apoderado del sofá. Yo llegué un poco más tarde y me tuve que conformar con el antiguo sillón con orejeras que teníamos junto al sofá. Gracias a Dios.

Xuso estaba sentado mirando a la televisión pero ella estaba tumbada en el sofá, con la cabeza sobre las piernas de mi compañero y las piernas apuntando hacia mi posición. Veíamos House. Mejor dicho: yo veía House y ellos empezaron jugar a hacerse cosquillas. Muy suaves pero cosquillas al fin y al cabo.

La batalla de risas provocaba el movimiento en el sofá de Mónica y sus piernas, que se abrían por lapsos dejando ante mis ojos una falda subida y unas bragas blancas que enseñaban más que lo que tapaban.

Siguieron jugando el tiempo suficiente para que mi erección fuera mayor que mi capacidad de disimularla así que, sin mediar palabra, me retiré a mi habitación y cerré la puerta rápido. Con pestillo. Al instante oí como los juegos y cosquillas cesaban dando lugar a un silencio algo incómodo. No entendían que había sucedido.

Yo, en mi habitación, me puse los casos y me enchufé uno de los DVD de aquella tarrina Verbatim en la que guardaba el porno. Me corrí pensando en Mónica y, como siempre, me limpié con un Kleenex de mi socorrido paquete, ya casi vacío. Acto seguido tiré el pañuelo a la papelera y me tumbé en la cama.

No sé qué tiempo había pasado cuando me despertaron unos golpes en la puerta seguidos de mi nombre. La siesta había sido turbia, de esas que no llegas a descansar del todo. En la ventana la noche asomaba.

De nuevo llamaron a la puerta. Era Mónica. Me levanté, vigilando que el ordenador no conservase ninguna ventana delatora abierta y me senté en la silla. Haciéndome el distraído, abrí a Mónica. Me preguntó si podía pasar. Entró en la habitación y se sentó en la cama. Tenía la sonrisa menos brillante que de costumbre... pero nunca apagada.

-        Xuso ha ido por la cena. Hemos pedido pizza. Hoy estamos solos los tres así que hemos pedido para ti también.

-        Muchas gracias Mónica porque ya hace hambre– y sonreí ante el gesto de la novia de mi amigo.

-        Por cierto, tengo una pregunta para ti. – Y mirándome con la miel de sus ojos a la cocacola de los míos soltó - ¿Te has enfadado antes?

Yo ya no recordaba de qué hablaba exactamente. Tras ese tipo de siestas nunca me he despertado muy centrado.

-        ¿Antes cuándo? – Fue lo único que acerté a decir

-        Antes en el salón. Es que te has levantado de repente y te has encerrado en tu habitación y hemos pensado que estabas enfadado porque no te dejábamos ver la tele o algo.

-        Ah no. Que va. – Improvisé notando que la voz me temblaba. – Es que he recordado que tenía que hacer un trabajo que llevaba mal para mañana pero luego me ha entrado el sueño y me he acostado.

-        Ah, ¡qué alivio! – Ahí estaba de nuevo su sonrisa. – Pues mejor porque me caes muy bien y no quiero que venir tan a menudo por aquí para ver a Xuso le provoque ningún problema con sus compañeros y tal.

-        No te preocupes – le devolví la sonrisa – No tengo ningún problema porque estés por aquí. Todo lo contrario.

Duelo de sonrisas. Obviamente, salí derrotado.

Seguimos charlando un par de minutos y ella, distraída, comenzó a recorrer la habitación con sus ojos miel. ¡Malditos ojos miel! Sus manos acompañaron a sus ojos y alcanzó a coger la tarrinas de DVDs que tenía sobre el escritorio. Yo estaba mirando el ordenador y cuando volví la vista hacia ella ya era tarde. Había podido leer al menos la carátula del DVD que coronaba aquella tarrina. Me puse rojo como un tomate y ella, que además de todo lo anterior era discreta, disimuladamente volvió a dejar la tarrina los DVDs junto a los Kleenex. Si en algún momento había tenido la posibilidad de causarle buena impresión… se acababa de esfumar.

Como salvado por la campana en aquel momento oí el tintineo de las llaves en la puerta. Era Xuso que estaba de vuelta. Mónica se levantó, me sonrió y caminó hacia la puerta. Antes de salir se volvió de nuevo hacia mí y señalando a la papelera me dijo:

-        Debes estar muy resfriado para gastar tantos pañuelos. Ya casi no te quedan en el paquete.

Me guiñó y se fue al salón para recibir a Xuso y preparar la mesa con él.

En ese momento me quise morir de vergüenza. Claramente se había percatado de mi colección de porno y, no contenta con ello, también había reparado en la sospechosa montaña de Klennex de mi papelera; conectándolo todo para retratarme en su cabeza muy probablemente como un lamentable pajillero universitario.

Salí de la habitación hacia el salón. Debía reflejar en la cara mi nuevo estado porque Xuso no tardó en preguntarme:

-        Tío, ¿estás bien? Tienes mala cara.

-        Sí, creo que está un poco resfriado –dijo Mónica sin darme tiempo a contestarle- y encima esta noche creo que se va a poner peor.

En aquel momento no la entendí. Ella sabía perfectamente que no estaba resfriado y menos aún comprendí aquella referencia a mi posible empeoramiento nocturno. Lo dejé pasar y tras comer dos trozos de pizza (porque a ella le gusta la pizza de piña y eso, amigos, no es pizza) me retiré a la habitación excusándome de nuevo en el trabajo que debía presentar a la noche siguiente.

Me senté al ordenador y, esta vez sí, comencé a trabajar en aquel proyecto de empresa para no recuerdo bien qué asignatura. A la hora de estar allí encerrado pude oír como la televisión cesaba su sonido siendo sustituida por risas y pasos acelerados. Xuso y Mónica entraron en la habitación contigua a la mía y siguieron riendo unos segundos hasta que, de repente, las risas también cesaron. Y de repente un golpe. Un golpe contra mi pared.

Me quedé callado unos instantes y al fin, lo que estaba deseando oír. El primer jadeo de Mónica hizo que mi polla cobrara vida en mi pantalón como si aquel sonido fuera una contraseña que mi pene pudiera descifrar. Los siguentes gemidos simplemente refrendaron aquella primera reacción y, sin pensarlo dos veces, me saqué la polla y empecé a masajearla con los ojos cerrados, simplemente hiptonizado por los gritos de la novia de mi amigo. Porque los jadeos dieron paso a los gritos.

Los sonidos se sucedieron durante aquella guerra. Y las conversaciones a través de la pared de yeso que separaba ambos campos de batalla.

-        Pero nena, baja la voz. Tu jamás gritas tanto y nos va a oír Luís.

-        Pues que nos oiga. Hoy me apetece gritar. Dame contra la pared. Quiero que me folles contra esta pared.

Entiendo a Xuso en su reticencia a ser oído por mí. Pero también entiendo que no pudiera resistirse al tener a Mónica contra la pared. Y entiendo los arañazos que pude oír al otro lado de la pared, y los golpes sordos emitidos con cada embestida.

Los jadeos se volvieron más audibles y los gritos más sordos. Y se corrió. Y lo sé porque lo gritó con una suerte de alarido que rompió en dos la noche.

Su último golpe contra mi pared rompió también mi límite y me corrí como nunca. Las piernas me temblaban como recorridas por electricidad, la boca se me secó y eyaculé sobre mi barriga.

Me limpié utilizando para ello los dos últimos Klennex que me quedaban y aún necesité de mi propio calzoncillo para terminar de contener aquella hemorragia.

Lancé los pañuelos a la papelera y con el pene aun palpitando me quedé dormido. Destapado y en calzoncillos.

Y vacío. Sobre todo vacío.

Aquel sueño si fue reparador. Aquella noche sí fue como entrar en coma.

La mañana siguiente el despertador me trepanó la cabeza, el sueño y la vida. Me incorporé sobre la cama apoyando los pies en el suelo. El frío tacto del mármol me terminó de despejar.

Entorné los ojos para reconocer mi habitación. Todo estaba en su sitio. O casi. Sobre el escritorio, junto al ordenador, había un paquete de Kleenex nuevo y cerrado. Yo, lo juro, había gastado los dos últimos en el clímax de la noche anterior.

Salté sobre el escritorio asustado. Bajo el paquete Kleenex, un post-it en mi escritorio.

“Te dejo un paquete de pañuelos nuevo porque suponía que los ibas a necesitar. Con cariño, Mónica.

PD. Aprovechando que has dejado el pestillo abierto, he aprovechado para vaciarte la papelera. No me gusta que duermas con tantos gérmenes... ¡Que para eso soy enfermera!”

Y una carita sonriente.

La novia de mi amigo, a posta, me había provocado la mejor paja de mi vida. Y no contenta con eso, había entrado en mi habitación, me había visto en calzoncillos y se estaba riendo de la forma en que me había controlado durante aquella visita.

Obviamente, no pude acabar aquel trabajo. No tenía el cuerpo para lo que la mente me exigía.

Al llegar la noche, Xuso volvió a casa. Yo andaba en el salón viendo la televisión. Me saludó y me comentó que acababa de dejar a Mónica en la estación de vuelta a su pueblo.

-        Ah, y me ha dejado encargado que te diga que te cures ese resfriado. Que como tenga que volver, te vas a enterar. –Y mirándome frunciendo el ceño, completó - ¿Tío, tan mal estás?

Sonriendo para mí le contesté con toda la sinceridad que fui capaz.

-        No lo sabes bien Xuso. No lo sabes bien...