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Ella y yo

en Erotismo y Amor

Caímos rendidos. Nuestros cuerpos estaban empapados en sudor y una sonrisa colmaba nuestras bocas. Delicioso. Pleno. Excitante. Perverso. Sublime.

Me recosté a su lado, besando su mejilla y tomé uno de sus pechos con mi mano. Es sumamente gratificante tocar el pecho de una mujer. No sé que nos hace mirarlos y tocarlos. Simplemente no podemos evitarlo. Y vaya que es hermoso.

Besaba de cuando en cuando su mejilla y su cuello mientras jugueteaba con su pezón. Los dos aún jadeábamos del esfuerzo que habíamos hecho momentos antes, pero estábamos felices. Le susurré al oído un “te amo” cuando apretaba fuertemente su pezón, haciéndola gemir un poco.

-          Ya nos hacía falta amor – dije de después de un rato

-          Vaya que sí, pero el día aún es joven – dijo pícaramente

-          Esa es la actitud mi amor – respondí ante sus ganas y añadí dispuesto - ¿Otro?

Desde aquella vez en Veracruz, el sexo entre nosotros fue cada vez mejor. Desgraciadamente por diferentes circunstancias, al regresar a la Ciudad de México, no podíamos hacerlo. En mi casa ahora era imposible por diferentes razones y en la suya igual. Lo que nos obligó a recurrir a una costumbre que había olvidado: ir a hoteles.

Cuando me cambié de casa por necesidades familiares, mis opciones libertinas de sexo quedaron completamente bloqueadas. Así que recurrí a los hoteles y descubrí una nueva manera de disfrutar del sexo. Si bien, al principio me sentía tímido e inseguro, con el tiempo se hizo algo normal. También descubrí que en los hoteles no tienes que preocuparte de limpiar ni cubrir huellas de lo ocurrido por temor a que los padres inquirieran. También no había que reprimirse en gritos, jadeos o cualquier cosa que surja durante el acto, ni cuidarse de vecinos chismosos. En fin, la opción perfecta para una adolescente o joven que no cuenta con departamento propio.

Lo planeamos al llegar al D.F. Por alguna razón, los dos estábamos en extremo calientes y decidimos aguantar un poco, hasta ir a un hotel. Y platicando con ella, surgió la curiosidad por probar cosas nuevas para los dos.

Nos levantamos temprano un jueves y nos dirigimos al centro de la ciudad. Hacía un día normal y un poco frío para ser finales de verano. Como he dicho antes, soy un perverso incorregible. Tengo la mente muy sucia y la imaginación sexy. Al tener tanta confianza con ella, le expresé mis gustos y desviaciones; incluso la invité a leer mis experiencias. Lo tomó relativamente bien. Ella no era así, definitivamente. No era una masoquista, como prefiero a las mujeres en el sexo, pero era simplemente sublime. La amo con locura y pasión y jamás haría algo para dañarla.

Le hice saber que me encanta el sexo oral. Recibirlo y hacerlo. Amo cualquier cosa perversa. Y también, el placer adquirido del sexo anal. Por experiencia, se que la mayor parte de las mujeres son reticentes a probarlo; sin embargo, se con seguridad que la mayor parte de las mujeres que lo prueban (siempre y cuando se las cojan bien por ahí) se vuelven un poco adictas a la sensación. El truco está en excitarlas lo suficiente, hacerlo con cuidado las primeras veces, lubricarlo bien y dilatarlo un poco. Por lo que he leído, escuchado y experimentado, se que casi el 90% de las mujeres que lo prueba, les encanta y quieren repetirlo. Reitero, siempre y cuando se lo hagan bien. Porque hay cada bruto…

Así que nos dirigimos a una sex-shop para comprar lubricante y ver que más podíamos vislumbrar para nuestros encuentros. Cuando se lo comenté, no se mostró interesada, pero tampoco manifestó negativa. Su eterno “no se” imperaba en sus respuestas en relación al sexo. Habíamos quedado el día anterior y cuando la vi salir de su casa, de inmediato comencé a babear. Traía unos leggins negros que resaltaban sus piernas y culo, mientras que arriba tenía una blusa de cuello redondo sumamente escotada que dejaba ver un poco de sus bellos y pequeños pechos.

Sin más la tomé por las nalgas y la besé con calentura. Ella correspondió mi beso y agarró mi miembro, aún dormido, por encima del pantalón. La tomé de la mano y nos dirigimos a comprar “cosas”. El exhibicionismo también es un gusto adquirido y se lo transmití a ella. Al parecer, le gusta tanto como a mí y eso es bueno. Así que en el trayecto no parábamos de manosearnos, sin importar en dónde estuviéramos. Caminabamos agarrándonos el culo mutuamente y de vez en vez la agarraba las tetas o ella me frotaba con la mano el paquete. También ella aprovechaba cualquier ocasión para restregarme el culo… Amo que haga eso. Estábamos sumamente calientes.

Cuando llegamos al centro, después de un excitante y exhibido trayecto en el metro, deambulamos por diferentes tiendas, hasta decidir qué comprar. Vimos cosas muy interesantes y yo alcancé a vislumbrar algunas otras sobre las que había leído. Al final, para no hacer el cuento largo, compramos sólo dos cosas: un anillo vibrador para el pene y lubricante comestible.

Con prisa, nos dirigimos a un hotel y pedimos una habitación con jacuzzi. Nada más entrar, la desnudé. Extrañaba ver su cuerpo desnudo. Tenía la piel tersa y visiblemente suave. Sus pechos eran como dos pequeñas montañas y su mata de pelo me instaba a hundir mi cara entre sus piernas. Me desnudé rápidamente y, miré ansioso, su expresión, temiendo que aborreciera mi cuerpo. He engordado un poco debido a la vida laboral sedentaria. Pero no encontré repugnancia alguna en su visión de mi cuerpo; bien al contrario, su mirada no expresaba más que cariño y deseo. Debería haberlo sabido, pensé. Debería haber sabido que me querría igual.

Me senté en la cama con el rifle en ristre y la atraje hacia mí. Besé sus pechos, turgentes. Tan bellos y tan dispuestos a que yo los tocara. Besé su abdomen y respiré su olor. Mientras la abrazaba y besaba en mi posición, palpé su entre pierna. Estaba empapada. Sentía sus manos en mi cabeza, acariciando alternadamente mi cuello y mi espalda. Presa del deseo mordí ligeramente uno de sus pechos, me levanté y la tumbé en la cama. Me recosté sobre ella y me abrió las piernas, sabiendo que la iba a penetrar. Pero no lo hice. La besé con toda la pasión que me fue posible, intentando transmitirle todo lo que sentía con mis labios y mi lengua. Acaricié sus pechos y retorcí juguetonamente uno de sus pezones. Y rompí el beso, me incorporé y tomé sus muslos. Abrí sus piernas y las pegué lo más que pude a su cuerpo.

La visión de su sexo, abierto y palpitante encendió el deseo en mi interior y la penetré con fuerza. Los dos proferimos un grito de placer. Esa posición es sumamente placentera. Yo llegaba hasta el fondo de ella y yo entendía que eso le gustaba. Nuestros gemidos eran roncos y mis arremetidas fuertes y lentas, pero constantes. En un momento nuestras miradas se cruzaron y fue demasiado para mí. Estaba muy excitado y no duré más de 10 minutos.

Me sentí tremendamente mal, pues ella apenas comenzaba a gozar, cuando yo ya había terminado. El verla, tan sumisa, tan indefensa y tan dispuesta a todo… el verla tan bella, tan amorosa, tan sexy, tan pequeña y tan frágil y verla gozando como yo… me hizo llegar al orgasmo mucho antes que ella. Ese ha sido uno de los mejores orgasmos de mi vida, aunque fuera muy breve. Le pedí disculpas, pero ella me regañó. La besé jadeando y ella me correspondió con su lengua juguetona.

Ella acarició mi cara y me dijo “no importa”. Casi se me rompe el corazón al escuchar eso de sus labios. Por experiencia se que si importa, pero el hecho de que ella tenga que mentir de esa manera para hacerme sentir mejor, habla de que siente un amor muy profundo por mí. El hecho de que ella esté gustosa de renunciar a su propio placer por hacerme sentir bien… Wow… La amo y agradezco cada segundo que paso a su lado. Amo su comprensión y su paciencia para conmigo. Pero no iba a dejarla así. Tomé su mejilla con una de mis manos y le dije “¿segura?”  a lo que asintió firmemente y agregó “aun nos queda todo el día…”

Eso me animó un poco y la bese, feliz, aunque un poco apenado por mi desempeño. Ese sentimiento me instó a, de alguna manera, compensarlo. Así que comencé a tocarla y a dedearla. Ella se dejaba hacer mientras correspondía a mis besos y mis caricias. Le acaricié todo el cuerpo, deteniéndome en sus partes secretas.

-          Te amo Valeria – le dije entre suspiros.

-          Y yo a ti – me respondió con una sonrisa en los labios

Me ceñi a ella mientras que mi “amigo”, después de unos 10 minutos, comenzaba a despertar nuevamente. Cambiamos de posición y ella me dio la espalda. La atraje aún más hacia mí y sentí como mi miembro rozaba sus nalgas. Le acaricié los senos, jugueteando con sus inflamados pezones. Besaba su hermosa espalda con lentitud y ternura mientras que a cada segundo mi pene crecía. Ella me restregaba las nalgas cada vez más y sentía como su piel despertaba ante las sensaciones que provocaban mis manos y mis labios.

Pasado un rato de este tratamiento, ella se volvió hacia mí, me besó con pasión y se colocó encima. La penetré en el acto. Y lo hicimos nuevamente. Ella se estremeció de placer mientras nos movíamos con lentitud y suavidad, acompañados con nuestros leves gemidos. La rodeé con mis brazos y acariciaba su espalda con mis manos y la besaba tiernamente en la boca mientras ella subia y bajaba, arrancándome oleadas de placer que difícilmente puedo describir. Me recosté y aprisioné sus pechos y los apreté con fuerza, como a ella le gusta y sonrió.

Era un placer intenso. Un placer sordo, completo. La miré a los ojos y le dije “gracias”. Ella aumentó el ritmo y yo estaba en la gloria. Yo era tan solo un de los dos polos de esta historia a la mitad. Una de las dos variables en esta polaridad. Ella era mi tormento, mi fabuloso complemento y mi fuente de salud. Increíble que dos células cualquiera, se encontraran y se amaran. Un dulce magnetismo…  Así que estábamos unidos. No sólo nuestros cuerpos eran uno sólo; también lo eran nuestros corazones y nuestra alma. El tener un grado de unión con alguien a ese nivel es sumamente placentero. No es el placer efímero de cualquier cogida (que también es inmensamente delicioso). Esto era amor, eran todas las clases de amor juntos.

Ella disminuyó el ritmo y yo lo aumenté, incapaz de contenerme ante tal placer. Levanté mis rodillas y la taladré sin piedad mientras la escuchaba gritar de placer. Sus pechos subían y bajaban, presas de la gravedad y el intenso movimiento de nuestros cuerpos. Aquella visión me enardeció y aumenté aún más el ritmo. Ella gritaba aún más y no sé en qué momento llegó al clímax. Yo por mi parte, estaba a punto, sólo que esta ocasión si duré lo normal. Quizá fueron unos 45 minutos. Unos 45 minutos sumamente deliciosos.

Caímos rendidos. Nuestros cuerpos estaban empapados en sudor y una sonrisa colmaba nuestras bocas. Delicioso. Pleno. Excitante. Perverso. Sublime.

Me recosté a su lado, besando su mejilla y tomé uno de sus pechos con mi mano. Es sumamente gratificante tocar el pecho de una mujer. No sé que nos hace mirarlos y tocarlos. Simplemente no podemos evitarlo. Y vaya que es hermoso.

Besaba de cuando en cuando su mejilla y su cuello mientras jugueteaba con su pezón. Los dos aún jadeábamos del esfuerzo que habíamos hecho momentos antes, pero estábamos felices. Le susurré al oído un “te amo” cuando apretaba fuertemente su pezón, haciéndola gemir un poco.

-          Ya nos hacía falta amor – dije de después de un rato

-          Vaya que sí, pero el día aún es joven – dijo pícaramente

-          Esa es la actitud mi amor – respondí ante sus ganas y añadí dispuesto - ¿Otro?

-          Mejor prendemos el jacuzzi, ¿te late? – me respondió tranquila

-          Ok – dije aprontándole amistosamente una nalga.

Me levanté de la cama y abrí la llave de agua caliente. Percibí su presencia detrás mío y al instante sentí una fuerte nalgada. Ese gesto me hizo sentir muy feliz. Me encanta que me nalgueen estando en ese contexto. Valeria rió picara y se dirigió al baño. Prendí la tele y mientras buscaba algo entretenido que ver la vi caminar, completamente desnuda, hacia mí. Reitero: amo ver su desnudez. Es endiabladamente hermosa.

-          Eres la mujer más hermosa que he visto – le dije sincero

-          Sabes que eso no es cierto – dijo reprochándomelo

-          Es neta, eres muy hermosa mujer – dije ofendido. Es difícil expresar la visión propia y la mía era simple: Valeria es la mujer más hermosa del mundo

-          No es cierto.

No quise discutir. Es imposible discutir con una mujer. Puedes decirle a una mujer mil veces que es bella y hermosa, pero jamás te creerá. En cambio, si alguna ocasión sueltas que está un poco “gordita” o es fea, jamás lo olvidarán. Así son… y así las amamos. Las necesitamos.

La besé y acaricié cada parte de su cuerpo. Es simplemente perfecto, “incluso ese par de libras de más” como diría Arjona.

Pronto estuvo listo el jacuzzi. El agua estaba casi hirviendo, como le gusta a ella y soporté el castigo, con tal de estar a su lado. Rápidamente comenzamos con los besos y las caricias. No podía creer que no me cansara de aquello. Quizá nunca me cansaría de besarla y tocarla. Lo hicimos nuevamente en el jacuzzi, envueltos en burbujas y agua en extremo cálida. Aunque debo decir que, en comparación con nuestros cuerpos, el agua parecería fría.

Hicimos un descanso para comer y mirar la tele un rato. Sin embargo, aun teníamos ganas de seguir. Yo quería más y ella, al parecer también. Necesitaba estar dentro de ella y que me sintiera. De llenarla de mi y que ella me llenara de su ser, de su sabor, de su calor. Y estábamos ya en eso. Nuevamente estaba encima de mí, haciendo círculos con su pelvis, haciéndome gemir de placer. Y de pronto me dijo: “dame una nalgada”.

Aquello me sorprendió muchísimo. Ella no era de ese tipo de mujer. No sé porqué lo hizo. Desconozco la razón, pero no quise hablar sobre ello y dejarme llevar mientras durara el momento. Cumplí sus exigencias y recordé, después de mucho, lo que era azotar un culo. Aquel placer tan inmenso y tan gratificante, pero olvidado, volvió a mí como una ola de mar. Me golpeó con tanta fuerza que a los pocos instantes, terminé nuevamente, inundándola con mi semilla.

Valeria jadeaba mientras yo acariciaba sus pechos. Ella también, al parecer, había tenido un orgasmo, aunque no tan intenso como el mío. Se acurrucó sobre mí. Apenas pesaba y me proporciono una sensación maravillosa. Su cuerpo pequeño, descansando sobre el mío, me hizo sentir hombre. Era su macho y ella mi hembra. La amaba y ella a mí. Me sentía seguro con ella y ella de mí. Pocas veces he estado tan feliz como en aquella ocasión. Pleno, en paz y completo. Nos olvidamos de lo que habíamos comprado y se me pasó la oportunidad de intentar cogérmela por el culo. Será en otra ocasión…

Sin embargo, había algo que no podía dejar de pensar. Si bien disfruté enormemente la tanda de azotes (y fueron de los fuertes… muy fuertes) que le proporcioné mientras hacíamos el amor, algo no me dejaba asimilarlo. Ella no era de ese tipo de persona. Lo sé, porque la conozco. No la conozco tan bien como quisiera, pero la conozco y ella no es así.

Debo admitir que, en el sexo, prefiero y me inclino por las mujeres masoquistas. Me gusta dominar. Me gusta infligir dolor, humillación. Me prende y me excita, pero siempre y cuando la contraparte este de acuerdo y, sobre todo, lo disfrute. Si no es el caso, jamás osaría en intentar algo así… qué puedo decir, cada quien sus gustos y sus maneras.

A ella la amaba tal y como era. Con sus gustos y sus maneras. Y, reitero, ella no era así. ¿Estaría tratando de satisfacer mis gustos sádicos, aún a pesar de que ella no fuera masoquista? Si bien es cierto que todos tenemos un lado un tanto masoquista en nuestro interior, existen niveles. Hay quien los disfruta y hay a quien solo le gustan “caricias fuertes”. Hay personas, incluso que no les gusta para nada y encuentran el placer en la delicadeza. En cambio, a mi me gusta el otro extremo y mi hermosa mujer no es de aquellas mujeres. No me molesta, al contrario, yo feliz de descargar mis huevos su coño, su boca o su hermoso culo. Incluso el hecho de verla desnuda es más de lo que merezco. No quería lastimarla… La amo tanto y la idea de lacerar su bella y tersa piel, por más que me excite, me guste y me prenda, es inconcebible.

De pronto me estremecí: Valeria me amaba tanto y quería satisfacerme en mis gustos, aunque ella no los compartiera. ¿Tanto me amaba? Me enternecí casi al punto de las lágrimas. Debo, siempre y en todo momento, corresponder ese amor tan grande. Pero, ¿cómo decirle lo que pensaba sin que se ofendiera?

Sí, me gusta nalguearte y me encantaría hacerte mil cosas más, pero yo se que a ti no te gusta… se que lo haces por mí y lo soportas, pero, por favor, no me pidas que haga eso... no sonaría bien. ¿Cómo se lo podía expresar? Se podría canalizar con otras cosas. Quizá que fuera más descarada conmigo. Que me ofreciera su vulva o su culo desfachatadamente y me incitara a cogerla. Quizá que me dejara grabarla mientras lo hiciéramos. No lo sé. Siendo honesto, el hecho de que me dé un tratamiento oral basta y sobra. Incluso yo le quedo a deber…

No sé cuánto tiempo pasé meditando sobre estos aspectos, pero ella me sacó de mi ensimismamiento, pues comenzó a besarme de manera apasionada. Sentir su lengua dentro de mi boca y sentir su cuerpo, desnudo y caliente sobre el mío es un placer que espero siga en mi vida. Sus manos acarician mi cabeza rapada. Sus labios anhelantes me besan. Su lengua, tímida e inquieta, juguetea con la mía. Siento su aliento en mi boca y es delicioso, inunda mi ser. Sus pezones calientes, rozan mi pecho. Percibo su olor. Olor a mujer, a sexo, a amor puro.

Y no hay vacilación, no hay duda. Sé exactamente qué tengo que hacer. Me incorporo y le doy la vuelta. Acaricio su cara y mis dedos se enredan en su cabello. La acaricio por todo el cuerpo y abro con mis manos, sus muslos. Palpitante y rojo de deseo, su sexo me invita a entrar. Mis brazos se deslizan por su espalda y… ella se retuerce debajo de mi, lánguida y dócil. Lenta y suspirante, me abraza con sus piernas mientras arquea la espalda. Sus brazos descansan en la cama, que ahora es un campo de batalla. Una batalla feroz.

Envites y sacudidas estremecen nuestro lecho prestado. Poco a poco nuestros movimientos rítmicos se convierten en salvajes acometidas. Sus gritos colman el silencio, pero para mí es música. La música más bella que puede escuchar un hombre: gemidos de placer. Sus uñas se clavan en mi espalda mientras le grito “te amo”. Pero también yo hago música: suspiros, gemidos y noto el latido de nuestros corazones al unísono. Tomo sus caderas en un frenético contrapunto. Nuestro ritmo es como una canción silenciosa. Como un trueno repentino. Como el golpeteo de un tambor lejano y que hace un crescendo. Finalmente, y después de media hora, ella explota. Grita, pero yo aún sigo en pie de guerra.

No doy tregua y al poco rato, descargo en ella. En ese momento, la vi, tal y como era. Cálida y flexible. A su lado, cualquier diamante parecería una piedra para afilar. Sentí el impulso de tomar y apretar sus pechos, pero me detuve, pues no quería alterar una escena tan perfecta: estaba satisfecha. Valeria despegó los labios y suspiro, y el sonido que produjo fue como el arrullo de una paloma para mis oídos. Aquel suspiro hizo que valiera la pena estar vivo. La devoraba con los ojos y, aunque mi “compañero” ya no tuviera ganas de nada, mi mente seguía funcionando. Hermosa. Endiabladamente hermosa.

Entre todos los lugares que he visitado, entre todas las mujeres que he visto y he disfrutado, sólo un par de veces me han generado lo que ella. La dulzura de su aliento, la suavidad de sus senos. La tersura de su piel. Los gemidos apremiantes y rápidos escapaban por aquellos labios ávidos y tiernos como pétalos de rosa… Me tumbé, con los ojos cerrados y una sonrisa en el rostro, disfrutando de aquella tranquila languidez. Saboreé el momento; luego abrí los ojos y le besé en los labios con ternura. Era hermoso verla así, fatigada pero feliz. Contemplarla así, era como ver un cuadro de un incendio. Momentos antes, era el fuego mismo. Endiabladamente bella.

-          Te amo – le dije

-          Y yo a ti mi amor – me respondió entre gemidos

-          Vámonos ya. Son las 8 de la noche – le dije mientras me levantaba poco a poco

-          Ok