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Más que sexo 3

en Hetero: General

Aquel día, después de salir de su casa, y recorrer todas las calles, paso a paso, con dolor en cada poro de mi piel, llegué a mi casa, dejé el bolso sobre la mesa, y me metí en la cama, me enterré entre sábanas durante varios días, esperando que el dolor pasara, que desapareciera poco a poco, para olvidarme de todo, de ÉL, e intentar estructurar mi vida, mentalmente estaba haciendo un plan, un plan de vida.

Adri, mi pequeña, fue la que se encargó de mi, no sé cómo, pero de alguna forma sabía lo que pasaba, gracias a ella, a muchos kilos de helado, a un par de borracheras continué con mi vida.

Aquella tarde, cuando salí de la cama, y me encaminé hacia la ducha, pude verlo, unas ligeras marcas moradas en mi cuello, y por las costillas, preferí no mirarme en el espejo, y dejar que el agua cayera por mi cuerpo, mientras imágenes de Él se agrupaban en mi memoria. Sus manos en mi cuerpo, su cuerpo sobre el mio, él, dentro de mí, sus labios, su boca, sus jadeos en mi oído, mis propios gemidos, como si ni siquiera fuera mi voz.

Pero continué con mi vida, terminé la carrera, no con una nota brillante, pero yo no es que sea demasiado brillante, los hombres se sucedieron entre mis piernas, aquellos a los que yo podía dominar, que harían lo que yo quisiera, atesoraba cada una de esas miradas de deseo, cargadas de lujuria, como si yo fuera una diosa.

Hasta que conocí a un buen chico, David, mi novio, bueno mi novio, me acostaba con él, pero me dejaba mi espacio, y aceptaba que tenía mi intimidad, es inteligente, muy guapo, el sexo es fantástico y sabe lo que necesito, pero la mayoría de las veces que dormía con David, Él aparecía en mi mente, en forma de pesadilla, en forma de recuerdo, quizá en forma de anhelo.

Me había comprado un piso, un pequeño ático, tipo buhardilla, con mucha luz, no necesitaba mucho más en verdad.

Pasaron los años, y David y yo estábamos bien, me iba a recoger a la escuela cuando terminaba de trabajar, aguantaba largas cenas con mis padres, me hacía el amor, cuando estaba tierna, me follaba cuando estaba salvaje, ayudaba con las clases de la universidad a Adri, y me llenaba la nevera cuando sabía que estaba tan ocupada como para olvidarme de hacer la compra.

-Eres un desastre preciosa.-solía decirme a menudo.

-Ya sabes que sí.

En el trabajo estaba muy contenta, daba clases a niños de preescolar, que en ocasiones me quitaban las ganas de ser madre, pero que me llenaban de alegría.

Aunque siempre estaba la sombra de la duda, ¿aparecerá? ¿qué será de él? ¿dónde esta?

Aquella noche, poco después de mi veinticinco cumpleaños, mis amigas y yo volvimos a las discotecas que solíamos frecuentar cuando estábamos en la universidad, automáticamente me acordé de él.

No iba provocativa, ya era una mujer, no una zorra con exceso de hormonas, un sencillo vestido negro, con la espalda al aire, y unos tacones, mi cara de momento seguía sin necesitar demasiado maquillaje, algo de rímmel, un pintalabios rojo oscuro, y mi pelo de siempre, rizado, a la altura de las caderas, llevaba el colgante que me regaló David, con su inicial, cuando pasé por el mismo callejón de aquella noche la piel donde el colgante rozaba me ardía.

Entramos, esquivando críos demasiado borrachos, adultos demasiado babosos, y un par de tías demasiado zorras.

-Un gintonic.

-Claro preciosa.

El camarero, un chico mono, con la mayor parte de su pelo tapándole los ojos, unas dilataciones y unos brazos grandes y tatuados poco acordes con el resto de su cuerpo me lo sirve, y bajo la servilleta veo su número.

Sonrío, hago una bola de papel con la servilleta y encesto en la papelera que hay detrás de él, le guiño un ojo y mis amigas se ríen maliciosas mientras nos movemos sensualmente hasta un lado de la barra donde hay taburetes.

Le doy un sorbo al vaso y levanto la vista, ahí está, bebiendo un whisky con soda, con su sonrisa de suficiencia, tan guapo como siempre, con un brillo en la mirada que no podía identificar.

Me quedé pálida, instantáneamente, no trates de engañarte, esperabas verle.

-¿Qué te pasa tía?.-me pregunta Eva, que sigue la mirada en dirección a donde tengo la mía fija, le ve, y se sonríe.

-Bueno, a David le salen más competidores de los que se imagina.

-Cállate idiota. No es nadie, simplemente me encuentro mal.

Digo, sin separar la mirada, quiero besarle, quiero morderle el labio.

-Ui, esto me huele a bombo.

-Serás gilipollas.-me contengo y la sonrío, porque me mira hasta cierto punto con preocupación.-me voy a casa bruja, luego te llamo.

Cruzo la pista, lo más deprisa que me permiten los tacones, y aspiro el aire puro cuando logro salir, a la entrada de la discoteca un par de chavales me silban y vitorean, les miro con asco, pero eso les alienta a seguir, paran cuando una voz demasiado familiar dice:

-A ver chicos, a esta, ni aire que le de ¿queda claro? Id a buscar unas cuantas zorras.

Ando, en dirección contraría, pero enseguida me corta el paso, y ahí está, delante de mi, tan jodidamente guapo como le recordaba, y mi determinación flaquea.

-Tienes mucha prisa.

No contesto, me quedo ahí plantada, sé que no puedo esquivarle a si que le doy mi mejor mirada desafiante.

Voy a irme a casa, sí, a preparar la bañera, a llamar a mi novio, y a hacérselo entre las burbujas y la espuma.

-Te recordaba guapa, esto ya es demasiado.

-Vete a tomar por el culo y apártate.

-Sabes que vas a venirte conmigo Alex, mañana no tienes que ir a la escuela a trabajar, David está en Guadalajara, visitando a sus padres, por si se te olvidaba.

-¿Cómo?

-Lo sé todo de ti, porque eres en lo único que pienso desde aquel día.

Se aleja, momentáneamente, y me ofrece el mismo casco que aquella tarde de verano, lo cojo, porque sigo siendo un poco gilipollas, y porque quiero, porque lo necesito.

Un par de calles madrileñas, no demasiadas, unos cuantos pisos, y llegamos a su casa, tal y como la recordaba, aunque ahora tiene un par de sillones, una alfombra roja, y más libros.

-¿Cómo te a ido?

No puedo evitar preguntar, el silencio me resulta enloquecedor, y su mirada siguiendo todos mis movimientos me ponía los vellos de punta.

-Ya sabes de aquí para allá.

-Sí, tú tan hablador como siempre.

-Es que no quiero hablar.

-¿Y qué quieres hacer?

-Quiero hacer que gimas y quiero hacerte el amor.

-¿Pero sabes lo qué es eso de “amor”?-le digo escéptica, empiezo a ponerme nerviosa.

-Podemos probarlo, podrías enseñarme.

Ha ido acercándose a mi, poco a poco, lentamente, ahora que está a dos centímetros de mí, y puedo olerle, y sentir su presencia, el calor que emana de su cuerpo y susurro:

-Bésame.

Una de sus manos me atrae hacia él, con la otra recoge uno de mechones de mi pelo detrás de mi oreja, me agarra firmemente del cuello y me besa, me dejo llevar, y comenzamos una pelea con nuestras lenguas, que no hace falta ganar, pero que ninguno de los dos quiere perder, dejo reposar mis manos en su firme pecho y damos pasos torpes, guiados por el, hasta que me deja caer en la cama, me observa con deseo, desde arriba, como si necesitase una mejor perspectiva, se quita la camiseta y salva las distancias que nos separa.

Suavemente, besa mi cuello, y no puede evitar fijarse el la inicial que cuelga de mi cuello, tensa la mandíbula en ese gesto que he visto cuando la rabia inundaba su cuerpo, me separo un poco, llevo las manos alrededor de mi cuello, me quito el colgante, me estiro y lo dejo encima de la mesa, ante su atenta mirada.

-Eres demasiado para ese chico.

-Olvídate, ese chico esta noche no está en esta cama.

Me sonríe, y lleva sus labios directos a mis clavículas, y va dejando besos repartidos, va deshaciéndose de mi vestido, y con los ojos cerrados siento sus manos alrededor de mis pechos, suelto un jadeo, el aire contenido desde hace cinco años, y le cojo la cara con ambas manos, haciendo que me bese, me aparta las manos con delicadeza, y continúa con el recorrido, se entretiene en mi ombligo, y cuando llega a la ropa interior mira hacia arriba, me lanza una sonrisa pícara y también se deshace de ella. Se entierra en mi sexo, que le recibe anhelante, su lengua juega conmigo, se centra en mi clítoris y hace que en pocos segundos gima.

-Lo estás consiguiendo.-le digo entre jadeo y jadeo, y su lengua deja de torturarme, aunque uno de sus dedos decide jugar con mi interior.

-Ya estoy ahg gimiendo, y mi intención es terminar haciendo el amor.

Me mira extrañado, y comienza a sacar y a meter a sacar y a meter a sacar y a meter hasta tres dedos en mi interior...

Supongo que siempre fue más que sexo para mí...

La historia se está terminando, siento la tardanza, pero he llegado a la conclusión que lo mejor es cerrar esta historia y seguir creando, queda otro relato, muchas gracias a todos.