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L.

en Dominación

Conocí a L. casi sin quererlo. Era una mañana gris y espesa, y entré al chat unos minutos. Vi su foto, claramente falsa, y piqué sobre su nombre, con indiferencia, casi mecánicamente.

 

L. contesto enseguida, y comenzamos una breve charla. En unas pocas frases tuve la sensación de estar hablando con alguien que conocía desde hacía mucho tiempo, con quien me entendía perfectamente.

 

Iba de frente y, como comprobé más tarde, era absolutamente sincera. No hubo punto intermedio, y enseguida pusimos las cartas sobre la mesa. L. buscaba lo que yo estaba dispuesto a dar, y ella me ofrecía lo que estaba buscando. Así que decidí probarla.

 

L. es lo que se diría una triunfadora, o al menos está en ese camino. Y por eso todos los que tiene alrededor la respetan y la temen. Todos menos yo. Y por eso elegí su cueva de triunfadora, su despacho, para probarla, para saber hasta donde era capaz de llegar.

 

Me contó que iba vestida de manera elegante, con blusa y falda ajustada. Que le gustaba vestir bien, sentirse deseada. En la distancia no podía explotar por mi mismo el deseo, por lo que decidí que serían otros ojos los que lo hiciesen por mi esa vez.

 

Hice que se quitara las bragas y el sujetador, que abriese sus piernas y que se tocase para mi, hasta que su excitación aumentase. Quería que estuviese húmeda, que casi se puede oler su humedad, y que sus pezones estuviesen duros y excitados. L. me obedeció, como siempre a partir de este momento, y comenzó a tocarse, tanto que humedeció su falda. Imaginaba cómo sería su coño, y quería que mis dedos fuesen los suyos, esos los que estaban sintiendo su calor y su humedad, esos que la acariciaban.

 

Cuando estaba a punto de llegar al orgamo hice que parara. Le ordené que llamase a alguien de su despacho, cualquier hombre al azar, de esos que la temían y respetaban, y que lo hiciese venir a su mesa. Tenía que estar con la blusa abierta, para que ese desconocido pudiese ver sus pechos al acercarse. Tendría que comportarse como una puta para mi, haciendo que él se acercarse a su lado, que pudiese ver, que pudiese oler.

 

Y L. lo hizo, sin rechistar, sin pensárselo dos veces. Lo hizo y me lo contó. Lo hizó y le gustó. Más de lo que seguramente pensaba. Una puerta en ella se abrió, y yo entré por allí. Porque, como luego L. me confesó: "se folla con la cabeza y no con la polla".

Continuara.