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Azotes y nalgadas, fantasias de violacion y amor b

en Fantasías Eróticas

Recuerdo aquella mañana cuando me encontraba camino a la escuela primaria, y de súbito escuche a doña Otilia gritar al momento de salir corriendo de una casa de adobe igual a la mía, y que era su hogar. 

 

Doña Otilia era una mujer con un descomunal trasero, cubierto por unas grandes naguas sueltas que difícilmente lograban disimular los movimientos de los pistones de sus caderas, que a su vez eran sostenidas por las gruesas piernas blancas. Por enfrente, se enfatizaba un busto exorbitante pero muy parado desafiando las leyes de gravedad. 

 

El esposo era en contraste muy delgado, con aquellos bracitos escurriendo por la camiseta de tirantes semejando charales. Don Nicéforo, que así se llamaba el sujeto, era un beodo consumado que constantemente quedaba botado en las calles polvorientas de aquella colonia de Mexicali en donde yo crecí. 

 

Doña Otilia fragmentó la tranquila mañana con sus gritos, y sus enormes nalgas envueltas en unas bragas negras igual de enormes cual carpa de circo, y con el vestido floreado arremangado, sostenido arriba por sus nalgotas que le impedían bajar el vestido; intentaba correr a como ella podía, tratando de mantenerse fuera del alcance del borracho esposo, quien la atrapó del cabello largo y entrecano, y con magistral destreza y fuerza doblo a doña Otilia sobre su propia cintura y empezó a darle fuertes nalgadas, mientras quedaba parcialmente sofocada en sus gritos a causa de su enorme panza que presionaban hacia arriba sus pulmones. 

 

Mi emoción ante lo desconocido y también la brutalidad sexual de aquella escena que en esos momentos yo no atinaba a descifrar en mi cabeza infantil, hasta pasados muchos años, me mantenía enclavada observándolos. El enorme trasero de doña Otilia rebotaba a cada centelleante “manazo” y sus chillidos como de una enorme cerda sonrosada taladraban mis oídos. El horrible esquelético de don Nicéforo, a causa de su actitud agresiva en aquel instante, me parecía verlo reír malévolamente. 

 

Ella permanecía doblada y sostenida con los brazos abiertos del borde de una tina llena de agua jabonosa, en donde la señora lavaba la ropa de su marido e hijos, con las piernas también semi-abiertas y ligeramente dobladas mientras el borracho le continuaba propinando fuertes y sonoras nalgadas. Por casualidad, esa mañana no había personas cerca, y posterior a 10 – 15 nalgadas y gritos de doña Otilia, el esquelético marido (a los pocos años murió de cirrosis), la arrastró dentro de la casa. 

 

Impulsada por una tremenda curiosidad, y venciendo mi temor, subí la pequeña cima en donde se encontraba la casa de ellos, y atisbando por las rendijas –unas muy amplias- de la vieja puerta de madera, observaba que el viejo (que a mí me repugnaba por cierto), bajaba violentamente y casi arrancando las enormes pantaletas negras de la señora, dejando al descubierto un enorme culo tan blanco casi transparente, trasluciendo sus enormes venas azulosas de sus enrojecidas nalgas. 

 

Don Nicéforo se encontraba en ese momento con sus pantalones abajo, con tremenda verga parada sostenida en su mano (¿Cómo era posible que un monigote pudiera tenerla así de grande?), y sentándose en una silla, empujo a la gruesa doña Otilia de espaldas a el, forzándola a poner sus manos en el piso de tierra, con el abdomen de ella casi rozando también el suelo; y separándole las nalgas, procedió a metérsela todo. 

 

Difícilmente la señora era capaz de abrir sus enormes y gruesas piernas, pero el hombre la bajaba y subía como una plumita sentándola en su verga…yo no recuerdo jamás haber visto una escena semejante en mi vida sexual; y en ese momento no era capaz de imaginar que algo así pudiera ocurrir. Ciertamente siendo mi familia de recursos económicos muy ajustados, mis padres siempre procuraron que al menos viviéramos libres de los daños de la violencia familiar, y darnos la mejor educación escolar posible, cuidando de mantener su vida sexual lejos de nosotros. 

 

Escuché que doña Otilia le suplicaba quedamente al hombre: “Por ahí no…por ahí no…”; aquello que muchos años después comprendí que se trataba de una metida por el culo, pero sus suplicas parecieron enardecer aún más al exaltado individuo, que con su cabellera alborotada le daba un tono mayormente infernal junto con sus ojos enrojecidos, empujando fuertemente su verga dentro del culo de ella. 

 

El diablo Nicéforo (nombre que le di entre mis amiguitos al sujeto, aunque nunca les dije a ellos la razón del apodo), la nalgueo de nuevo, mientras la pobre doña Otilia con las nalgas enrojecidas, casi violáceas, suplicaba que ya no la azotara más… Ella hizo un sonido gutural como de ahogo cuando años después comprendí que aquel individuo la había clavado en ese momento por el culo completamente hasta topar las enormes nalgas de la señora con los ralos vellos púbicos del hombre (o sea hasta el tope). 

 

El hombre se puso de pie, y se subió a un pequeño banco para alcanzar a la enorme y culona mujer, y mientras doña Otilia a duras penas podía sostener su enorme peso con sus manos, el hombre se convulsionó (luego supe que ese momento había eyaculado), y ella apenas pudo sostener los enormes embates, y sin querer rodó de lado al polvoriento suelo, apuntando su enorme cañón de carne enrojecido hacia mi vista. 

 

El diablo se quedó de pie maldiciendo a doña Otilia por haberse caído y haberse “desconectado” de su enorme verga, mientras esta “pistoleaba” y al suelo caían las últimas gotas de semen. La señora sollozaba lastimeramente, pero en otras ocasiones, llevada yo por la intensa emoción debido a lo que había atestiguado aquella mañana, los pude ver en otros encuentros sexuales, con una amplia variedad de azotes con tablas, cintos etc. 

 

Luego comprendí el intenso erotismo de los azotes y nalgadas; la relación sado masoquista, sobre todo cuando observé a doña Otilia sujetar intensamente y azotar el escuálido cuerpo del ahora llamado diablo, firmemente amarrado, mientras este gritaba: “Suéltame Otilia…suéltame hija de la chingada”, pero haciendo caso omiso de sus órdenes y amenazas, y ante mi oculto beneplácito, la señora lo siguió azotando con un grueso cinturón… “ándele viejo cabrón…” pensé. 

 

El diablo (bien dicen que el diablo sabe a quién se le aparece), llorando como niño, orinado y babeando le suplicaba a la gruesa y blanca señora que por piedad se detuviera. Quizá de manera accidental, algunos de aquellos azotes aterrizaron en los huevos de don Nicéforo, mientras este trataba de cubrirlos doblando sus rodillas, aullando de dolor como perro apaleado. 

 

Para finalizar la sesión de golpes al diablo de parte de doña Otilia, ella tomó una botella redonda de esas de a litro de tequila, y sonriendo la embadurnó con vaselina diciéndole jadeante al diablo de don Nicéforo: “Mira cabrón…esta te la voy a meter a la otra vez toda por el culo hasta el tope…” El viejo ñengo le creyó, abriendo tamaños ojotes, sudoroso, se encontraba sujeto de las manos al palo aquel que sostenía el techo de su pobre casa, asintiendo con la cabeza que estaba de acuerdo. 

 

A los años supe que la enorme osa polar de doña Otilia, esa vez logró sujetarlo mientras el demonio dormía botado de borracho. Nunca tuve el enorme gusto de observar a doña Otilia meter esa u otra botella u objeto en el culo escuálido del repugnante vejete, ni tampoco llegue a saber si lo llevo a cabo. 

 

No obstante, en cierta ocasión cuando me encontraba en la universidad, le propinamos entre un grupo de estudiantes, una soberana chinga a un camionero quien había violado a varias jovencitas de secundaria, y lo dejamos encuerado y amarrado de manos a sus piernas con el culo para arriba, cubierto y azotado a mas no poder y con una botella de coca cola mediana (¿cómo fue que no conseguimos una de tamaño familiar?) completamente dentro de su asqueroso culo, adherida esta con cinta adhesiva para que no pujara y le echara fuera del cuerpo. Los ojos del violador salieron desorbitados en la foto que le tomamos, antes de llamar a las autoridades en forma anónima acerca de la captura de este sujeto. 

 

En otras ocasiones, Doña Otilia engullía por la boca la verga de su marido hasta la empuñadura como parte de sus juegos sexuales. El recuerdo de esa imagen me invadía en algunos momentos, por ejemplo aquella vez cuando como parte de una excursión escolar, fuimos los alumnos a ver una proyección documental, y observamos la forma como un oso polar se tragaba a una foca casi de golpe, y entonces recordé lo observado entre el diablo Nicéforo y la osa polar de doña Otilia (enorme y blanca). 

 

Durante la secundaria fui becada para asistir a una escuela privada de tipo religioso. Ahí, un grupito selecto de jóvenes de tercer año, de familias económicamente pudientes, quienes eran ya todas unas mujeres, y entre las que destacaban algunas de gran belleza de rostro y cuerpo, se divertían con el hijo del conserje principal. Este joven, calculo que en ese entonces de unos 18 años de edad, trabajaba y también vivía con el conserje en una habitación del área posterior de la escuela (terreno muy amplio por haber sido una hacienda antigua, regalada a las monjas por el gobierno). 

 

En esa parte, existía una fuente muy vieja que no funcionaba, y para llegar a ese sitio se requería agacharse para entrar entre unas tablas mal clavadas (las jóvenes se dieron la mañana para quitarlas parcialmente); sitio prohibido por las religiosas dueñas de la escuela. Una de las jóvenes, poseedora ya de una admirable belleza, le bailaba al joven hijo del conserje, mientras este permanecía tembloroso y atado de manos y pies por las otras chicas que aplaudían sentadas en el dintel de la fuente al ritmo de la música tarareada por ellas mismas. 

 

La bella joven se iba subiendo la falda a cuadros, hasta exponer todo su hermoso y parado culo de espaldas a este muchacho; batiéndolo de un lado a otro y de arriba abajo, como quien se da sentones en una verga parada (la imagen de doña Otilia vino en ese momento a mí). Al contrario de doña Otilia, las pantaletas de esta joven eran sensualmente trasparentes, dejando ver la profunda grieta oscura entre sus dos hermosas nalgas, y por enfrente el oscuro y ensortijado vello púbico. 

 

Yo a distancia prudente, las observaba oculta y muy excitada. Después de un instante, una de las jóvenes extrajo la parada verga goteante del joven aquel, procediendo a masturbarlo, llegando en breves instantes a eyacular gruesas gotas que le bañaron la mano a ella. Al final lo soltaron de sus ataduras y él se retiró visiblemente apenado, mientras ellas reían satisfechas de su fechoría sexual. Era un sadomasoquismo grupal, en donde exponían la virilidad del hombre sometido a la voluntad de sus captoras. 

 

A la tercera sesión con el chico aquel fui descubierta, y a pesar de salir de estampida de ahí, ellas supieron que era yo. Así me tomaron un día en el baño de mujeres…solo que yo siempre fui buena para los golpes y patadas (cinta negra) y a la primera que rodó al suelo, le dije a la bella “jefa” del grupo: “Déjame decirte y proponerte algo a solas por favor”… 

 

Un día que se suspendieron las clases, supuestamente nos quedamos algunas alumnas de diferentes grados a trabajar en la biblioteca, y sin llamar la atención, según el trato acordado, fui llevada a la fuente vieja atada de manos como parte de un plan entre el grupo de chicas involucradas; simulando que yo era una ofrenda para el joven. La escuela era enorme en su extensión territorial. Y ellas le permitieron me restregara su verga entre mis nalgas, mojándolas todas al darme fuertes picotazos en mis rusticas y antisexuales bragas de algodón de “hello kitty” color rosa. 

 

Era evidente la emoción sexual tan intensa despertada entre todos, y mi ahora amiga y compañera de aventuras, aquella bella alumna de tercer año, me tomó del cabello, haciendo mi cabeza bruscamente hacia atrás, diciéndome: “Ahora te la vas a tragar toda esa verga por tu boquita cabrona puta…”; procediendo a colocarle -entre todas las jóvenes- un condón al muchacho, quien feliz de ser prisionero sexual, atado de pies y manos, me introdujo –guiado por las diestras manos de las chicas estudiantes- aquella verga parada en mi boca: la primera de mi vida… 

 

Yo mamaba el pito de roca del joven como toda una experta, y era obligada por mis captoras a detenerme cuando aquel se encontraba a punto de eyacular, haciéndolo retorcerse y suplicar; hasta que después de 4 o 5 ocasiones en que estuvo a punto de reventar, terminaron compadeciéndose de él, y le permitimos eyacular en mi boca, mientras otra de las jóvenes lo masturbaba, y le frotaba los huevos, y después me dijeron que otra de ellas colocada detrás del joven, le metió el dedo por el culo frotando su próstata, haciendo la eyaculación más intensa y placentera. 

 

Durante el intenso fragor del tormento sexual, sentí que era azotada en mis nalgas paradas mientras mamaba al joven, y también a él le atizaban duro en la espalda desnuda…mientras un dolor placentero me sacudía, y yo lloraba suplicante, recordé a doña Otilia, principalmente cuando mi ahora gran amiga, me frotaba el clítoris haciéndome terminar a gritos temiendo de parte de todo el grupo que alguien nos pudiera llegar a escuchar, debido a mi estridente final. 

 

Hubo otras sesiones intensas relacionadas con este joven, pero para entonces ya no me interesaban tanto, yo gozaba de las mieles de la bisexualidad en brazos de mi amiga en forma romántica y de gran placer; ella no se explicaba porque seguía yo conservado mi virginidad, aunque por mi culo me llegó a atizar duro haciéndome aullar. Ella era una joven millonaria, bella e inteligente con quien las sesiones de sexo fueron tremendamente emotivas; se llama Susy. 

 

Las religiosas encargadas de la dirección, dentro de su plan de estudios, incluían la asistencia a retiros espirituales. Esto incluía a las alumnas de primero de secundaria hasta el tercer grado de preparatoria. En aquella ocasión, y ya para concluir la preparatoria asistí al último de ellos, y como se podía invitar a familiares, yo le pedí a mi ahora amiga Susy que fuera conmigo, debido a que mis padres no estaban en capacidad de dejar de trabajar, y las religiosas no objetaron que Susy fuera mi acompañante, principalmente por tratarse de una ex alumna cuyos padres aportaban generosas cantidades de dinero. 

 

Susy estaba radiante de felicidad por encontrarnos nuevamente, después de meses de no vernos debido a las intensas actividades académicas de ambas. Dormiríamos juntas como compañeras en una habitación durante dos noches en aquel antiguo y silencioso convento de religiosas. 

 

El sitio era particularmente bello, tranquilo y acogedor; rodeado por valles verdes, árboles frutales, montes, y sin evidencias de civilización externa. En el primer descanso del viernes (primer día), observé que Susy y una religiosa que vivía en aquel lugar, se saludaban con grandes señales de afecto. Luego me explicó que se habían hecho grandes amigas durante aquellos 6 años cuando Susy asistía a los retiros. Esa primera noche, la ansiedad de nuestra larga abstinencia explotó intensamente, pero el gran silencio del lugar nos obligó a morder nuestros labios para no volcarnos en gritos. 

 

La densa y pesada oscuridad rota por las luces amarillentas a lo lejos como luciérnagas, nos cubría. La luz era el efecto de los exiguos focos colocados a cierta distancia unos de otros y que junto con la terrible paz del lugar nos provocaba la sensación de estar dentro de un enorme útero materno. 

 

En medio del fragor sexual, la oscuridad se vio rota por una figura humana de pie junto a nosotras. En ese instante temí lo peor, me veía expulsada de la escuela. Yo esperaba que la luz del cuarto nos iluminara a ambas una vez encendida por aquella persona, seguramente se trataría de una religiosa de la orden aquella a la cual pertenecía la escuela. Solo que sigilosamente, la sombra se colocó tras mis nalgas y su frío cuerpo desnudo hizo contacto con la tibieza del mío, y entonces supe que estaba ahí por otra razón. 

 

La sombra aterradora resultó ser la religiosa amiga de Susy, quien después de la intensa refriega sexual de aquella noche, nos relató cómo nos había visto a nosotras besándonos entre las hojas de una higuera, y vino a buscar la paz del amor lésbico que solo alguien entregada a ello conoce y sabe dar. 

 

Mi amiga se volcó sobre ella, y dándole fuertemente en sus nalgas con un cinturón le provocaba sacudidas febriles, y al penetrarla con un grueso dildoo (introducido al monasterio en su maleta) por su vagina, la llevó al éxtasis 3 o 4 veces seguidas, mientras yo ahogaba los gritos de placer y de dolor que pugnaban por brotar de su boca, sellándola con besos y mi lengua zigzagueando dentro de ella. Mi boca iba de vez en cuando a sus enormes y oscuros pezones, y ella me suplicaba que metiera uno o dos dedos por su generoso trasero, lo cual hice ante su total complacencia. 

 

Durante mis años en aquella escuela, el conserje me recordaba a Don Nicéforo el esposo de Doña Otilia, y a pesar de la repugnancia que representaba el abominable sujeto aquel, y ahora este señor, yo imaginaba a solas y refugiada en la intimidad de mi habitación estudiantil, mientras me masturbaba hasta la locura, al conserje persiguiéndome por toda la escuela que se encontraba desierta, para finalmente atraparme y doblegarme con su fuerza, arrancándome las pantaletas (ahora bonitas y sensuales), al igual que presencié aquella mañana de mi infancia hacerlo el diablo a doña Otilia. 

 

Imaginaba que una vez sometida a su poder, el hombre repugnante aquel, me propinaba feroces nalgadas, mientras yo luchaba intensamente por liberarme. Finalmente imaginaba ser penetraba por mi vagina, lacerando su enorme verga mi himen con una gran satisfacción del horrible hombre pintada en su rostro, mientras yo le suplicaba que no lo hiciera. 

 

En mi imaginación, yo era incapaz de contenerlo, taladrando su enorme verga, hasta vencer la exigua resistencia que representaba mi himen, me llegaba al fondo vaginal, en donde luego de algunos minutos eyaculaba abundantemente, sin importarle me pudiera embarazar. 

 

Después de unos instantes, en mi imaginación observaba al repugnante individuo de nuevo arremetiendo sexualmente en contra mía, pero esta vez por mi culo, ahogándome entre gritos de placer y gran dolor. Si la resistencia de mi himen fue vencida dolorosamente, esta enorme y gruesa tranca estaba atorada a la mitad de mi culo, y yo lloraba a mares. Yo imaginaba que esto excitaba mayormente al hombre, hasta zambullir toda su enrome verga, eyaculando y saturando de leche caliente todo mi trasero. 

 

Me imaginaba defecando toda la inmensa y espesa leche de hombre arrojada dentro de mí, pujando para obligarla a salir, con las nalgas enrojecidas de tanto azote producida por las rusticas y horribles manos del individuo, y a su vez, otras hechas por medio de cinturones; mientras el conserje me observaba acariciando su enorme verga aun parada, lleno de placer por su obra. 

 

Jamás intente satisfacer mi fantasía como la acabo de describir, solo parcialmente con mi esposo, a quien por el hecho de habérsela relatado le restó placer a la misma (ya que fue como una puesta en escena ensayada); mas no estaba dispuesta a los peligros de un acto sexual de esa naturaleza en la vida real. 

 

Cierta ocasión, yo me disponía a tomar un baño, y accidentalmente fui observada cubierta únicamente con mis sensuales pantaletas tipo “vintage” o retro, a través de la ventana de mi habitación de estudiante universitaria, por un enorme y maduro albañil quien trabajaba en una obra cercana. Mi ventana y el lugar en donde estaba trabajando el hombre, se encontraban relativamente cercanos uno del otro, separados por una angosta callecita empedrada. 

 

Una vez recuperada de la sorpresa, fingí no darme cuenta, e hice movimientos cambiándome de bragas agachándome de culo hacia la ventana cada que me probaba una pantaleta diferente. En su mirada brillante se manifestó una intensa ansiedad por no poder poseerme y encontrarse extremadamente excitado. Creí ver reflejada una feroz decisión de cogerme a como diera lugar sin importar las consecuencias (como en mi fantasía de joven violada). 

 

Ante lo imposible, este extrajo su pene inflamado para que yo lo observara en todo su esplendor, mientras yo separé mis musculosas piernas en dirección a la ventana mostrándole toda mi entonces virginal vagina, tanto colocándome yo boca arriba, así como de “perrito”, meneando el culo mientras simultáneamente nos masturbamos hasta terminar casi al unísono; transmitiéndole con todas las fuerzas mentales de las que era capaz, la imagen de mis fantasías acerca de la brutal violación del conserje escolar; y en aquel momento, durante el intenso intercambio visual, hubo un raro y agudo magnetismo que me llevaron a sentir en mi interior que tal sucedió entre aquel fuerte y añejo albañil y yo. 

 

FIN. 

 

Sandra Rosalía (Tijuana B.C. Mexico).