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Un consejo para una amiga

en Dominación

Con cuidado puso algo de lubricante en mi culo, metiendo y sacando los dedos, para luego meterme el plug con cola de perra. En la boca me puso una mordaza de anillo, porque le encantaba verme babeándome. El collar metálico en mi cuello, la cadena y un vibrador de control remoto metido en la concha.

Me llevó así a la sala y a los pocos minutos sonó el timbre. Visitas. ¿Quién sería esta vez? Sólo llevaba unas pocas semanas en el país, pero mi Dueño se estaba tomando a pecho mi decisión de convertirme en su esclava. Me señaló el suelo, así que yo me puse a 4 patas, mientras mi Amo me guiaba con la cadena hacia la puerta. Una parte de mí quería negarse, salir de todo esto. Pero había otra más fuerte, a la que le gustaba esta sensación de no tener control, de sentir que sólo debía obedecer, de saberme feliz siendo la esclava, la puta de mi Amo, siendo humillada por Él y por quien Él decidiera.

Al abrir la puerta, sólo vi un par de botas de mujer, no me atreví a mirar hacia arriba porque me daba vergüenza que me gustara esto, presentarme así, ser tratada así.

-          Hola, A. – saludó ella – ¿y qué es esto?

-          ’Esto’ es mi perra, la que no me querías creer que tenía – respondió mi Amo

-          Bueno, no es que no te creyera – iba diciendo la mujer mientras regresábamos a la sala – Es que me parecía increíble que realmente alguien disfrutara con lo que me has contado.

-          ‘Culiona’ (ese era mi nombre desde que vivía con mi Amo) te presento a S. Es una buena amiga y quería que te conociera. – Y luego le dijo a S. - No creas que te invité para presumir de mi perra, es que quiero hacerte una sugerencia. Creo que algo así podría salvar tu matrimonio.

-          ¡Ja! No estarás pensando que yo dejaría que a mí me trataran así – dijo ella, señalándome

-          Al contrario, quiero que experimentes con mi perra, que veas cómo te sientes, y si te gusta, que pongas así a tu marido.

Mientras iba diciendo esto, mi Amo me quitó la mordaza y me puso de rodillas, poniéndome succionadores de pezones con vibración, y entregándole a S. los dos controles de mis pezones y mi concha, diciéndole que jugara, que experimentara. Ella empezó con cautela al principio, probando cómo funcionaban, pero al notar mi excitación empezó a subir y cambiar las velocidades con más tranquilidad.

No sólo los vibradores, sino estar ahí, exhibida frente a alguien como un juguete, como una propiedad sin voluntad que sólo podía aceptar los caprichos de mi Dueño, hicieron que mi clítoris se hinchara del todo y que la necesidad de un orgasmo fuera brutal.

-          Amo, ¿puedo… venirme? – dije suplicando

Mi Amo sólo señaló a su amiga.

-          Señora, ¿me da  permiso de venirme? – Tenía las manos cerradas en puños, conteniendo el orgasmo, esperando su respuesta.

Por alguna razón, vi que al jugar con los controles se divertía, pero cuando le pedí permiso hubo un brillo distinto en sus ojos.

-          No. Creo que no tienes suficientes ganas. – Fue su respuesta

-          Señora… se lo suplico… haré lo que me pida… se lo ruego… deje que esta perra se venga… al menos 1… se lo ruego- empecé a suplicarle con la voz temblorosa, y me di cuenta de lo mucho que eso la excitó.

Se levantó la falda y corrió su tanga a un lado con las piernas abiertas.

-          Ven, demuéstrame cuánto lo quieres. Lame mis botas y si me gusta cómo lo haces, te dejaré lamer mi concha también y podrás venirte.

Me lancé a sus botas, nada dejaba de vibrar. Dejó los succionadores de pezones en una velocidad intermitente mientras seguía jugando con el de mi concha, y con la otra mano se masturbaba. Yo me esforzaba en lamerle bien las botas, tratando de controlar todos los temblores que la excitación me provocaba. Subía y bajaba por el cuero, esperando que al fin me dejara lamerle la concha y poder acabar con esta maldita tortura de no poder venirme.

En una de las subidas hasta el borde de las botas me agarro del pelo y me hundió la cara en su concha, me la restregaba, me decía que lamiera, que aprendiera a comer conchas, que era una puta cualquiera, que sólo servía para estar caliente, que hiciera eso para lo que nací. Sentí lo mucho que la excitaba humillarme, y a mí también, así que trataba de darle todo el placer que pudiera con mi lengua y mi boca, chupaba, lamía, y de pronto sentí un ardor en mis nalgas.

Mientras yo seguía lamiendo, casi ahogándome por la manera como S. me agarraba contra su concha, mi Amo había agarrado un cinturón y me azotaba las nalgas, mientras me decía que era una puta zafada, que no tenía límites, que hacía lo que fuera por un orgasmo, que ya no era una mujer normal, que ahora era sólo una zorra pidiendo calentura.

No pude más. Empecé a venirme sin control, y sin dejar de lamer. Cerré los ojos y seguí lamiendo mientras todo se ponía blanco dentro de mi cabeza por los orgasmos que se repetían. Y los azotes, la humillación y mi lengua fueron la mezcla perfecta para que S. también se viniera en mi boca.

S. se recostó en el sillón y lanzó un suspiro, apagando los controles de los vibradores. Esta vez mi Amo me agarró del pelo y me besó, diciéndome que era una buena perra, y me quitó los succionadores de los pezones, el vibrador, la cadena y el plug, y me llevó al sofá. Mientras S. se recuperaba, mi Amo me acariciaba. Me ardían las nalgas y los pezones, por los azotes y las pinzas del succionador, pero qué manera de venirme tan absolutamente deliciosa.

- Esto de la humillación es realmente excitante. Ahora entiendo por qué tienes una perra. – Dijo S. al fin. – Necesito una cerveza.

- Oh, pero en este momento no tengo aquí – dijo mi Amo – tendremos que ir al supermercado.

Yo pensé que era perfecto. Mientras ellos iban, yo podría dormir unos minutos, porque estaba segura que esto aún no terminaba. Así que mi Amo y su amiga se levantaron, y yo me quedé en el sofá, pero sentí caer sobre mí un par de sandalias y dos cosas más. Una falda ajustada y una blusa casi translúcida, que tenía la palabra “culiona”, quedándome justo sobre las tetas. Por supuesto, nada de ropa interior.

Sin necesidad de que dijera una palabra, me vestí y empecé a caminar hacia ellos. La humillación pública era algo que le gustaba a mi Amo, y ahora que había descubierto que a su amiga también, no iba a desaprovechar la oportunidad. Me hizo caminar como 2 metros delante de ellos, para poder ver la reacción de la gente que pasaba a mi lado y me veía con ese atuendo. Yo tenía la mirada clavada en el piso, para no ver las caras que me hacían, pero igual escuchaba todo lo que me decían.

Al llegar al supermercado, el guardia de la entrada me detuvo y me dijo que no podría entrar así. Así que miré hacia atrás y mi Amo lo único que hizo fue señalar un lugar cerca a la puerta. Me hice allí de pie, de nuevo mirando al suelo, mientras mi Amo y su amiga entraban por las cervezas. De nuevo, sentía cómo me miraban, las cosas que me decían, pero yo sólo me quedé allí quieta. No me devolví a la casa, no sólo porque me hubiera ganado un castigo, sino porque aunque no lo quisiera reconocer, me gustaba estar aquí siendo tratada como un animal de exhibición para ser humillada.

No sé cuánto tiempo después salieron mi Amo y S., riéndose muy tranquilamente, hablando de lo que S. le haría a su marido cuando lo convirtiera en su esclavo, que a lo mejor podrían sacarnos a la calle así, y no sé qué más cosas. Yo empecé a caminar tras ellos, tratando de estar muy cerca de la espalda de mi Amo, para que no fuera tan visible el letrero de mi playera. Por supuesto, mi Amo que me conoce tan bien, no tardó en darse cuenta de lo que yo estaba haciendo.

-          ¿No quieres que vean el letrero? No te preocupes, cerda.

Y acto seguido, con una mano me levantó la playera por encima de las tetas y la dejo ahí.

-          Listo, ya no se ve. Sigamos. – Y se volteó y siguió caminando.

Su amiga se veía feliz con todo esto. Con las cosas que me decía la gente, con la manera en que yo me sometía, y la mezcla de placer y vergüenza que yo sentía con todo esto.

Cuando llegamos a casa, mi Amo le dijo a S. que le mostraría un juguete que le serviría con su esposo. Me levantó la falda, me metió un plug en el culo, que tenía una argolla y dos cadenas delgadas que salían de él. Las cadenas pasaban por mi espalda y sobre mis hombros, y en la punta de cada una, una pinza para el pezón, que los halaban hacia arriba.

Luego tomó una lata de cerveza para él y una para S., y a mí me sirvió una en un cuenco, en el suelo. Yo usaba la lengua para beber la mía mientras ellos me miraban deleitados. La falda ya no bajaba porque las cadenas la mantenían arriba, igual que mi playera. Me habían humillado en público, azotado, hecho suplicar por orgasmos, me dolían los pezones, me tenían el culo lleno y no me importaba, allí seguía yo comportándome como una perra obediente, lamiendo del cuenco.

Cuando me terminé la cerveza, mi Amo me puso sobre una especie de caballete de gimnasia, pero mucho más delgado en la parte de arriba. Eso le permitía recostarme y que mis tetas colgaran a los lados. Me levantó la cabeza del pelo y vi frente a mí a S. con un strap-on, que lamí y chupé obedientemente. Luego S. se quitó de mi boca y la escuché moverse. Empezó a metérmelo por la concha, sin quitarme el del culo. Me sentía demasiado estrecha. Mientras tanto mi Amo iba poniendo pinzas en mi pechos que colgaban y se mecían con los empujones de S. en mi concha, y luego me daba con una fusta hasta que las pinzas se caían, y entonces se movía al otro de mis pechos.

Yo pedía clemencia, pero S. le decía a mi Amo lo mojada que me ponía cuando hacía eso, lo fácil que entraba el strap on en mi concha. Y era cierto, a pesar del dolor, mi concha parecía una laguna, sentía el cuero mojado, y sólo cuando empezaron a escurrírseme las lágrimas mi Amo me agarró la cabeza y me metió su verga esta vez. Hasta el fondo. Aunque las otras se habían caído, las pinzas de los pezones seguían halando, S. se movía cada vez con más fuerza y yo estaba descontrolada, viniéndome sin parar otra vez. Sentí en medio de un orgasmo que mi Amo me sacaba la verga de la boca y me lo echaba en la cara, y yo sólo me relamía lo que escurría cerca a mi boca.

Cuando terminaron yo me quedé ahí mientras ellos iban al baño, aunque mi vejiga también me avisaba que necesitaba vaciarse. Le pedí permiso a mi Amo para ir al baño yo también, pero lo que hizo fue poner la cadena en mi collar metálico, hacerme levantar y ofrecérsela a S.

-          ¿Puedes sacar a la perra a orinar, por favor? Tú sabes dónde queda el parque.

-          No, no, Amo. Ya no más, te lo suplico. Mira cómo estoy, por lo menos quítame el dildo y las pinzas para poderme bajar la falda y la playera.

Mi Amo hizo como si yo no hubiera hablado. Al salir, S. agarró una fusta y sólo tiraba de la cadena. Yo la seguía, no había casi nadie en la calle, ya estaba oscureciendo, pero ella no iba a terminar la noche sin humillarme un poco más. Había 3 muchachos de unos 20 años jugando baloncesto en la cancha del parque, y S. les gritó:

-          ¿Les importa si llevo a orinar a la perra por aquí?

Los muchachos al principio no le prestaron atención, pero S. pasó por el borde de la cancha para que tuvieran la oportunidad de verme, y luego dijo, suficientemente fuerte para que pudieran oírla:

-          “Aquí, perra, a 4 patas puedes orinar”

Los muchachos miraban de lejos, sin estar muy seguros de lo que veían, pero S. los invitó a acercarse con una sonrisa, contándoles que había sacado a pasear a la perra de un amigo. Mientras tanto yo estaba a 4 patas sobre el césped, tratando de orinar rápido para poder salir de ahí, pero la maldita vergüenza no me dejaba. Allí estaba yo, como una perra, en el parque, con el culo al aire en el que se notaba claramente un dildo, y 3 extraños mirándome.

-          ¿No puedes orinar, perra? De pronto necesitas ayuda – dijo S.

Y metió la fusta entre mis piernas y empezó a azotarme la concha. Me di cuenta que tenía que hacerlo pronto o quién sabe qué pasaría, así que le supliqué que parara y le di las gracias y le avisé que ya empezaría. Y al fin salió de mí el chorro de líquido hacia el césped. Los muchachos le preguntaban a S. si era una broma o una iniciación de algo, o si yo había perdido una apuesta. Y ella sólo les respondía que nada de eso, que yo lo hacía porque me gustaba, porque me sentía bien cuando me trataban así, que yo misma había buscado esto. Sabiendo la verdad de sus palabras, sólo pude decirle que muchas gracias de nuevo y que ya había acabado.

Entonces, aprovechando que tenía público, empezó a azotarme en las nalgas con la fusta, a decirme que era una desobediente, que no debía haberle hablado a mi Amo como le hablé antes de salir, que no debía haberla hecho esperar a ella para orinar, y que estaba haciendo que los muchachos pensaran que mi Amo estaba criando una perra desobediente.

Al fin terminó y me hizo levantar, y empezó a caminar de nuevo hacia la casa. Al entregarle la cadena a mi Amo le dijo:

-          Me encanta, definitivamente seguiré tu consejo.