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La señorita en el espejo

en Hetero: Infidelidad

La gente no debería dejar su reflejo en los espejos colgados de los baños de hoteles, tal como no debe dejar los celulares encendidos o dejarse los calcetines puestos en la unión de dos seres. Aquella tarde de primavera, una no podía dejar de mirar la alargada y fina puerta color azul que guardaba los misterios seductores de una regadera con puertas translúcidas que delineaba los cuerpos que se introducían en sus fauces. Desde la cercanía del sofá, en su posición perfecta, en un ángulo de 90° entre la cama y el baño, se podía ver cómo hubo consumádose el rito sexual de cada martes y jueves, y cómo el pudor que tanto la acongojaba la abrasó con las sábanas que arrastró hacia la ducha para lavar las huellas del amado.

La mujer limpiaba su cabello con las uñas que poseían sus finos, frescos y suaves dedos: con un champú transparente que hacía notar el color rojo de su cuero cabelludo. La mujer llevaba cada martes y jueves su esponja de nailon para tallarse; deslizaba el jabón como oficio de años y rasgaba su piel con tanta dureza que parecía una danza fuerte y ensayada; una juraría que quería borrarse la piel cuanto antes, porque cuando una gasta el alma, también quiere gastarse el cuerpo. —Sonó el teléfono del hombre.

Ella seguía dejando que el agua hirviendo cayera sobre su exquisita cara, recorriendo el cuello, rompiendo cada impureza de la delicada piel de sus pechos, permitiendo que sus lágrimas se fuesen al desagüe junto con el jabón. —Sonó de nuevo el celular del hombre.

La mujer cerró la regadera y tomó entre sus marcadas manos la regadera de teléfono. Comenzose a aventar el agua a presión en su mons Veneris: ora sintiendo placer, ora creyendo restaurar el himen. Llorando de nuevo. —El hombre contestó la llamada profiriendo una mentira.

—No puedo quedarme más tiempo. Te veo la próxima semana. —Él se fue mientras la muchacha mirábase en el espejo el cuerpo tatuado de cardenales, besos, mordidas, rasguños y herrumbre.

—Seguramente no me presenta a su familia porque no me cree lo bastante pura. —Lo dijo mientras estaba ahí, en pie y desnuda bajo la luz despiadada. Al terminar la frase, regresó de nuevo a la regadera para seguir tallándose con la esponja de nailon.

La gente no debería dejar su reflejo en los espejos colgados de los baños de hoteles.