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Fetiche

en Lésbicos

 

No siempre, los mayores deleites son aquellos que implican el roce de tu piel con otra.

Cada vez que cerraba mis ojos, las veía acercar sus caras, una hacia la otra, para darse un beso; pero en cuanto se juntaban lo suficiente, yo despertaba a veces mojada, en otras, muy mojada.

Yo les tomaba fotos a escondidas, como un ladrón con estilo: sin que se dieran cuenta. En ocasiones las veía platicando muy cerca, casi como si fueran pareja. Jamás se sentaban frente a frente, más bien, era una a lado de la otra, con ese gesto de complicidad, como si se guiñaran con los cuerpos. Una se quedaba a dormir en casa de la otra y yo sólo alcanzaba a atrapar el instante en el que subían las escaleras para entrar al hogar.

Coleccionaba sus fotos. Veía los videos de sus grandes éxitos. Hice un álbum extremadamente grande en mi mente: recuerdos, imágenes, sensaciones, que evocaba por las mañanas para despertar, también por las noches antes de ir a dormir e incluso cuando quería “autoconsolarme”.

¡Qué aburrido era escribir columnas de deportistas! Unos lesionados que se les extrañaba; otros metiendo goles, canastas, home runs, “impresionantes”; declaraciones de directores técnicos de equipos de tercera; presentaciones de camisetas. Yo había nacido para escribir de esas dos mujeres, para acosarlas y crear historias de su romance.

Salían agarradas de la mano. En las fotos de la sección de espectáculos, siempre estaban juntando sus cachetes. Se veían felices. Cocinaban juntas. Subían a Twitter imágenes de ellas abrazándose, así como declaraciones de ser mejores amigas. Probablemente, en estos tiempos, eso de “best friends” o “befis” entre chicas, ya no se cree mucho.

Todos los sábados salían a otro estado, y yo iba por convicción a seguirlas. Por esta razón suena obvio que poco a poco fui quedándome sin dinero, sin embargo no me importaba, porque valía más llenar mis fantasías que mis bolsillos de dinero.

Las imaginaba en una pijamada hablando acerca de los rumores de una susodicha relación entre ellas. Estaban discutiendo acerca de qué hacer con eso. A una de ellas le indignaban las acusaciones, que se metieran en su vida; sin embargo no se quejaba de que la involucraran con una guapura como lo era su amiga. La otra únicamente la escuchaba, la veía agitar los brazos, agarrar el celular y tuitear frases dudosas, frases que los fans no entenderían y harían miles de suposiciones y miles de retuits.

La chica que no se molestaba miraba fijamente a su “befi” y la otra simplemente, cuando intersectaba sus ojos verdes con su amiga, sonreía, preguntándose qué tanto y qué cosas pensaría su mejor amiga, la de los ojos grises.

En otra pijamada, las veía de nuevo hablando del mismo tema. La chica de mirada verde y cabellera castaña aleteaba nuevamente con los brazos y agarraba otra vez el celular para escribir frases profundas y recibir un millón de “favoritos”; pero, en esta ocasión, la de los ojos grisáceos y cabello rubio, sentada en la cama mirándola (más o menos como un staring at her, así en inglés), hablaba y decía:

—¿Y por qué no les damos lo que quieren?

—Porque no sabría qué hacer

La mujer de cabellera rubia interpretaba que su compañera de viajes no sabía cómo besar a otra mujer, algo que ella ya había hecho unos años atrás antes de ser famosa.

—Es muy sencillo.

Su amiga no comprendía muy bien la situación y frunció suavemente las cejas e inclinó sutilmente la cabeza hacia el lado derecho.

—Confía en mí —la chica de mirada gris le dijo, e inmediatamente se levantó de la cama y redireccionaba su camino hacia su amiga. Sostuvo entre sus manos la cara de su compañera, acarició con sus dedos el lóbulo derecho de quien estaba frente a ella. Quiso transmitirle seguridad mirándola: de ojos a labios y viceversa. Acomodándole el cabello celoso que se interponía entre sus bocas.

La chica ojiverde tenía el corazón acelerado, le sudaban las manos y la espalda. “¿Qué tan complicado puede ser?” se preguntaba. La de cabellos dorados y dedos fuertes no hizo más larga la espera y le plantó un beso. Si al principio había sido sutil y calculado con la punta de los dedos dónde pisaba, al besar a su amiga, se deslizó al punto de flotar.

Movían sus labios, primero con timidez, posteriormente con confianza y, por último, en calor. Danzaban al mismo son y sabor. Las manos estaban quietas, puesto que los nervios sólo estaban enfocados en la boca. Su saliva se evaporaba del calor emanado por sus cuerpos. La respiración iba desfasada respecto al ritmo de los latidos, no se alcanzaba a distinguir cuál, si el corazón o el aire, iba más rápido.

La chica de pelo castaño y manos finas se separó de su amiga. Se daba cuenta de muchas cosas. Palabras que se quedaron en su mente, trabadas en la lengua, pero que provocaban sensaciones en su entrepierna. Para ella fue una eternidad antes de continuar los besos, no obstante, para su amiga (y para mí) sólo fue un segundo el ciclo desde que se suspendieron las caricias de los labios hasta que siguieron.

La de dedos fuertes, que estaba de espaldas a la cama, se sentó al filo del colchón, mientras que su amiga comenzaba a colocar sus piernas sobre ella para besarla desde arriba. Me parece, sobra decir que ya no se enfocaban sólo en la boca, sino que el deseo se había propagado rápidamente a los límites corporales de cada una.

La muchacha de las manos finas se dejó acariciar los pechos y ser despojada de su playera, dejando al descubierto un precioso brasier morado.

—Realmente no sé qué hacer —con una sonrisa apenada, decía la castaña.

—Te diría que te dejaras llevar, pero eso no servirá de nada —contestaba su amiga—. Sólo quítame la prenda que yo te quite.

Y acto seguido, le quitó la camisa a su “best friend”. Ella traía un brasier rojo.

La rubia ascendía sus manos por la columna de su compañera de juego, mientras le besaba el vientre, hasta llegar al seguro de su prenda interior. Desabrochó el brasier con la mano izquierda y éste serpenteó por su piel, dirigiendo su caída al suelo. Su cómplice hizo lo mismo y las copas del rojo cayeron junto a las del morado.

La joven de ojos verdes permitió que su amiga la acostara en la cama, entre las sábanas de algodón de tonalidades guindas. La de ojos grises y brazos fuertes envolvía entre sus manos los pechos de su amiga, hacía con ellos movimientos circulares que permitían escapar gemidos de ambas. Nuevamente, besaba el vientre plano de su amiga, pero ahora con dirección hacia el pantalón, el cual no duró mucho tiempo adherido a las piernas de la ojiverde, dejando ver una braga morada.

La chica de brazos fuertes abrió las piernas de su amiga y se introducía en ellas, aún con el pantalón puesto, para comenzar a hacer movimientos pélvicos y frotar su cuerpo con el de la de las manos finas y del ombligo pequeño.

La fricción era más y más rápida cada vez, con alguna que otra pauta para jalar aire de donde se pudiese y continuar. La del ombligo pequeño agarraba fuertemente de la espalda a su amiga y la juntaba más hacia ella, al borde de decir que se fusionaban en un cuerpo. La de brazos fuertes se detuvo.

—¿Por qué te detienes?, no me dejes así —entre jadeos salían estas palabras.

—Quítame el pantalón.

En seguida, sin tiempos ni preguntas, la de bragas moradas despojó a su amiga de ese estorboso pantalón, y notó que ella traía una tanga del mismo tono rojo del brasier antes mencionado; a lo que, la de grises ojos respondió arrebatando a su amiga el pudor faltante y la dejó desnuda. Y recordando un poco las palabras de su amiga, la castaña hizo lo mismo, y ambas quedaron sin ropa: una encima de otra, una entre las piernas de la otra.

Hubo un silencio traducido en miradas. Ya no había dudas, la de manos finas sólo quería que sentir a la de dedos fuertes en ella. Y así fue.

La de vientre plano abrió más las piernas, y su amiga le introdujo dos dedos. No hubo necesidad de moverlos. El orgasmo fue instantáneo, fue fuerte, una explosión, como una ola estrellándose frente a una roca. Ambas llegaron al clímax: la de ojos verdes al sentir los dedos entrenados de su mejor amiga, y la de ojos grises al tener en la mano el zumo de su “best friend”.

Luego despierto, a veces mojada, en otras, muy mojada.