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Blood Brothers 3. Espiral de decadencia.

en Amor filial

Eikki

Revisé la lista del Whatsapp por si acaso tenía a alguna tía con la que quedar directamente, pero no hallé nada, así que continué con el plan original. Le puse un mensaje a Marco.

“¿Te hace salir de caza esta noche?”

Había conocido a Marco a las pocas semanas de llegar a Helsinki, todavía desconocía su verdadero nombre, pues aunque se hacía llamar Marco, para cada tía tenía un nombre, dependiendo de la nacionalidad por la que notara que esta se sentía atraída. Yo me limité a quedarme con el nombre por el que lo conocí.

Marco respondió casi al instante, como era costumbre en él.

“Ya era hora cabrón, con tanta mierda de estudios ya empezaba a pensar que te habías pasado a la otra acera”

“Sabes que no, a las doce en el teatro”

Marco tenía razón, llevaba tanto tiempo preocupado por rendir en los estudios que había desatendido todo lo demás, añadí esa excusa a la lista, aunque en el fondo algo me decía que poco tenía que ver, por ahora me servía de consuelo.

Esquivando habilidosamente a Inkeri, me duché y me arreglé, apenas me había dado cuenta, pero ya eran casi las diez de la noche. Hice la cena y llamé a cenar a Inkeri.

-      Vaya hermanito, ¿A dónde vas tan guapo? – comentó en tono burlón mientras cenábamos.

-      Esta noche salgo.

-      No jodas… oh dios, el responsable y serio Eikki saliendo de fiesta. – dijo burlonamente. – es humano.

-      Pues claro que soy humano.

-      Entonces genial, porque yo también pensaba salir, lo mismo nos vemos por ahí.

-      Ah no, tú te quedas aquí. Paso de que estés perdida por ahí y me toque estar pendiente de ti, además no conoces Helsinki.

-      ¿Pero de qué coño vas? – me gritó furiosa – ¿a ti qué coño te importa? Tengo dieciocho putos años, ya no soy ninguna cría.

-      Mira Inkeri. – dije amenazante.- ten muy claro que como esta noche salgas por esa puerta, aquí no vuelves a entrar. Es mi casa, son mis normas. Quiero pasar la noche tranquilo, así que tú te quedas.

-      Eres un puto nazi. – gritó levantándose de la mesa. – no quiero saber nada de ti, ¡Qué te jodan!

Esperaba esa reacción, pero sabía que si no hacía eso, acabaría arrepintiéndome. Recogí la cocina, fregué y me senté en la terraza para leer mientras me fumaba un cigarro.

La verdad es que nunca me había agradado el tabaco, pero últimamente debido al estrés, cada vez fumaba más, aunque afortunadamente no más de uno o dos cigarros al día. Esperaba aniquilar ese desagradable hábito antes de que me terminara de enganchar.

En mi mente no dejaba de darle vueltas a todo lo que había ocurrido en un solo día, parecía todo sacado de una película, y desde luego preferiría que así fuera, porque no me gustaba mucho la sensación que tenía sobre todo aquello, y aunque no había hecho nada, la voz de la conciencia comenzaba a atormentarme.

Al fin llegaron las once y media, no había oído a Inkeri desde el incidente de la cena, pero no le concedí mayor importancia, si no terminaba de reventar hoy sería mañana. Cogí las llaves del coche y me dirigí al teatro, donde había quedado con Marco, aunque apenas estaba a dos manzanas de casa siempre me gustaba llevarme el coche, nunca se sabía dónde iba a acabar la noche ni con quién.

Recogí a Marco en el teatro.

Marco era de las personas más descaradas que conocía, y desde luego tenía mucho éxito con las chicas debido a eso, era el típico moreno de metro noventa curtido a base de gimnasio, y como ya he dicho no dudaba en hacerse pasar con quien fuera con tal de llevársela a la cama. Él mismo había patentado su propio método, y la verdad es que el cabrón tenía éxito.

-      Podrías hacerte pasar por descendiente de Ragnar Lodbrok, quizá así conquistarías a alguna rubia cachonda desesperada por tirarse a un vikingo. – comentó indiscretamente.

-      ¿A ti te ha funcionado?

-      Sí y no, la tía no se creyó que fuera un vikingo porque no tengo pinta de nórdico, pero me la follé igualmente.

-      Considerémoslo un éxito, así que adelante. – bromeé – bah tío, sabes que no.

-      Joder Eikki, estudiando lo que estudias con un rollazo de los tuyos sobre la cultura nórdica tendrías a más de una fan de Vikings bien abierta de piernas…

-      No todas las tías son fans de Vikings…

-      Será porque no conocen la serie. A las tías les va eso, tíos duros que las protejan y les coman bien el coño. Bien lo se yo – afirmó

-      Deja de complicarte anda, que sea lo que tenga que ser – zanjé.

Aparcamos y nos fuimos al pub que frecuentábamos en las noches de juerga. Habría quien lo definía como un antro infernal al más puro estilo bar de Moe, pero para nosotros tenía un encanto especial. Y la guinda del pastel era que según las estadísticas de Marco, dicho antro comenzaba a llenarse de chicas provenientes de otras discotecas que finalizaban sus ‘happy hours’ a la una y media de la mañana.

-      Eh, porqué tan rápido.- me frenó Marco cuando iba a pasar.- vamos a tomarnos un respiro.

Sacó del bolsillo papel, tabaco y un grinder con forma de calavera.

-      Oh dios, ¿Otra vez con esa mierda?

-      No es ninguna mierda, es buena. Se la he pillado a un tío de mi barrio, dice que no hay mejor hierba en todo Helsinki.

-      Haz lo que quieras, pero yo paso de eso.

-      Porque eres un puto pringado, además ¿Cómo sabes que no te gusta si nunca lo has probado? – me desafió mientras cerraba el porro. – venga, así no te pondrás nervioso, seguro que sales de aquí con una titi tremenda.

-      Oh, joder, solo porque te calles.

Encendí el porro en mi boca y le dí una calada, sabía extraño, pero me gustó bastante.

-      ¿Ves cómo es la hostia? – dijo Marco arrebatándomelo de la mano.

Nos lo terminamos entre los dos, comenzaba a sentirme mareado, pero al mismo tiempo una sensación de tranquilidad y calidez invadía mi cuerpo. Que viniese lo que tuviera que venir.

Pasamos al local, las estadísticas de Marco volvían a acertar. Me acerqué a la barra y pedí dos cubatas de Red Bull con Jäggermeister. Le pasé a Marco el suyo y no tardé en perderlo de vista. Confiado me abrí paso entre la gente, estaba impaciente por encontrar a alguien, quería quitarme a Inkeri cuanto antes de la cabeza. Pronto ví a una rubia despampanante que no dejaba de mirarme, poco a poco me fui acercando, sonriendo, y aproveché el roce para poner mis manos en su cintura, mientras besaba su cuello desde atrás. Ella movía sus caderas al ritmo de la atronadora música mientras se dejaba hacer entre sonrisas y miradas. Así prosiguió el juego, hasta que empezamos a enrollarnos entre la multitud, el juego de nuestros labios dio paso a que nuestras lenguas entraran en él y mis manos ya no se detenían únicamente en su cintura. Debido a la parpadeante luz del local, fue como si la noche transcurriera fotograma a fotograma. La rubia comenzó a meterme mano descaradamente. Supe enseguida de que todo estaba a punto de caramelo.

La cogí de la mano y salimos juntos del pub. Se notaba que el alcohol y en mi caso también el colocón había hecho mella en ambos.

En un muro cercano al bar, una pareja se enrollaba a lo bestia, fijé un poco la vista y me dí cuenta de que el tío en cuestión era Marco.

-      Marco, hijo de puta. Buen trabajo. – le grité.

-      ¿Acaso lo dudabas? – repuso burlón.

Sin embargo al acercarme a ellos para despedirme de Marco no pude creer lo que veían mis ojos. O quizá si, de alguna forma sabía que la noche no podía estar saliendo tan bien.

-      ¡Tu! – grité totalmente fuera de mi. – ¿qué haces aquí?

Era Inkeri, al principio debido a mi estado no la había reconocido, pero pronto no me había quedado ninguna duda de que era ella.

Marco miró a Inkeri y me miró a mi sin saber por donde iba la historia.

Inkeri no sabía donde meterse, me miraba con una cara que estaba a mitad de camino entre el miedo y la confusión.

-      ¿Qué pasa aquí? – preguntó Marco rompiendo el silencio.

-      Esta es Inkeri, mi hermana. – murmuré entre  dientes sin terminar de creer la situación.

-      ¿Tu hermana? ¿Inkeri? – balbuceó poniéndose blanco – joder tío, no tenía ni puta idea, lo siento.

Marco se apartó de Inkeri inmediatamente.

-      No es por ti Marco. Ella no debería estar aquí, y sabe por qué. – busqué en mi bolsillo las llaves del coche. – toma, déjala en casa.

Marco asintió aún perplejo por la situación. Le hizo un gesto a Inkeri, la cual no dejaba de mirarnos a mí y a mi acompañante como asustada. Esta le siguió, sabiendo que no tenía otra opción.

-      Hablaremos mañana – me despedí amenazante. – gracias Marco tío, te debo una.

-      De nada, para eso estoy. Pásalo bien colega.

No quise darle más vueltas al tema, al menos no esta noche. Me disculpé con mi acompañante y seguimos a lo nuestro, buscamos un sitio tranquilo, y para ello nada mejor como el césped del parque. Picadero allá donde los haya.

Seguimos enrollándonos en el césped hasta que ella se puso encima de mi y se levantó la camiseta, dejando sus pequeños pero bien pechos, aún contenidos por el sujetador, a mi alcance, mientras la besaba busqué torpemente el cierre  para liberar esas dos bellezas. Entonces como un fogonazo, volvió a mi mente la escena de esa misma tarde, y de pronto me encontré sin más comparando esas dos preciosas montañitas con las de mi hermana, y no solo eso, también notaba como mi polla empezaba a crecer por momentos.

Conseguí desatar el sujetador y hundir mi cara entre sus tetas, sacándola solo para mordisquear esos dos pequeños botoncitos que tenía por pezones, ella empezaba a gemir mientras frotaba su ya mojada entrepierna contra mi erección.

Entonces comencé a imaginar que esa preciosa rubia era Inkeri, con su lencería morada, y ese brillante y largo pelo negro, esos pechos voluptuosos y ese cuerpecito frágil y blanco como la leche. Mordí su cuello con fuerza, totalmente fuera de mí.

Noté como sus manos se posaban en mi cinturón, dispuesta a liberar mi ya consolidada erección…entonces, no pude evitarlo.

-      Mmm… Inkeri. – gemí.

Mi acompañante se quedó perpleja. Al igual que yo cuando me percaté de lo ocurrido. Paré en seco.

-      P-perdona, y-yo, t-tengo la cabeza en otra parte. – me disculpé nervioso.

La rubia suavizó el gesto.

-      No pasa nada, después de la que se ha liado es normal.- dijo volviendo a pegarse a mí. – pero eso ya ha pasado y podemos seguir jugando.

Cada vez era más consciente de lo que pasaba, la conciencia me gritaba al oído. Pero me veía incapaz de parar todo aquello.

Me zafé de la rubia y poniéndome en pie me abroché la camisa y el pantalón.

-      L-Lo siento…tengo que irme. – dije desapareciendo rápidamente.

“¿Por qué?” esa es la pregunta que no dejaba de repetirse en mi cabeza, solo había sido una chorrada, ni siquiera sabía que coño había pasado en realidad, no sabía nada, solo sabía que con esa puta cría nada podía salir bien. Intenté enfriar la mente, pero no eran horas de nada, iba medio borracho y colocado. Determiné que mañana llamaría a mi madre, pondría cualquier excusa y la mandaría de vuelta a de donde nunca debería haber venido.

Anduve hasta el apartamento. Aún me duraba el enfado, pero estaba totalmente convencido de que esa era la solución definitiva, aunque hubiese pasado solo un día.

Inkeri.

¿Qué había hecho mal? Solo quería olvidarlo, yo que sabía, no tenía ni puta idea ni de quien era ese tío ni de nada, ni siquiera pensé que pudiera tomarse tan mal lo de escaparme. Su amigo me dejó en casa, la verdad es que se portó muy caballerosamente, como desde luego no había parecido antes, me propuso hablar, pero de lo que de verdad quería hablar, no podía, así que me negué aún agradecida.

Cuando me quedé sola me quise morir, la realidad me golpeó duramente. Como me había mirado, como me había gritado y como se había ido con esa maldita zorra. Seguro que en ese momento se la estaba tirando. Me ponía enferma solo de pensarlo. Eikki era mi hombre, y esa furcia no le llegaba ni en su mejores sueños

Me tiré en la cama y empecé a llorar sin consuelo ninguno. Sabía que era mi hermano, y que no iba a ser fácil, pero de ahí a eso, como podía preferirla a ella antes que a mí. Quería gritar, morirme, destrozarlo todo, y aun así no hubiera descargado ni una mínima parte de mi dolor.

Escuché la puerta y tras ella unos pasos lentos y descoordinados. Temiendo lo peor me eché a temblar, seguro que la había traído a casa, y ahora tendría que oírlos follar, por si no era suficiente tortura.

Agudicé el oído sin moverme ni un ápice, no pude evitar sollozar, escuché como los pasos se dirigían hacia la puerta y esta se abría. Parecía que solo era Eikki, escondí mi cabeza en la almohada para que no se percatase de que estaba llorando como una cría.

-      Sé que estás enfadada conmigo, pero créeme que yo aún lo estoy mucho más contigo. – dijo apoyándose frente a mí en la pared, notaba algo en su voz, debía de haber bebido.

-      ¿Y cómo no estarlo? – contesté aun con la cara en la almohada. – al menos tu lo has pasado bien esta noche con tu amiguita.

-      Piensa lo que quieras. – dijo ofendido. – no hemos hecho nada.

-      Sí, y yo me lo creo. A mi me mandas a casa, tu te largas con ella y ahora me dices eso. – protesté ofendida. – como si tuvieras que ocultármelo.

La voz me tembló en las últimas sílabas. Eikki suavizó un poco el tono.

-      Inkeri, no hemos hecho nada, y aunque lo hubiésemos hecho, no debería de importarte, tengo 22 años, he salido y salgo con chicas, no es algo que te vaya a ocultar. En cuanto a ti…

-      ¿Qué sabes de mí? ¿De qué vas conmigo? Llevas todo el día intentando imitar a mamá solo para sentirte mejor contigo mismo, tratándome como si estuvieses por encima de mi sin darte cuenta de nada.

Oh mierda, se me había escapado. Levanté la cabeza de la almohada, su cara no tenía precio, me miraba atónito. Me tapé la boca inconscientemente.

-      ¿De qué debería darme cuenta?

-      Y-yo…-balbuceé.

No pude hablar siquiera, me eché a llorar a lágrima viva. Lejos de sus habituales y frías reacciones se sentó a mi lado, me pasó el brazo sobre el hombro y me obligó a mirarle. A mirara aquellos jodidamente bellos ojos color marrón que eran el ojo del huracán de mi perdición.

-      Inkeri, tranquilízate – murmuró casi acunándome.

-      Sé que no hemos empezado con buen pie y que me he pasado de la raya con lo de esta noche – dije intentando secarme las lágrimas. – pero no quiero fallarte a mi también.

-      Inkeri, yo… no puedo soportar esto, entiéndeme.

-      Lo se, soy un estorbo para todos. Por eso estoy aquí – contesté sollozando.

-      No te voy a mentir, no me ha gustado nada lo de hoy, yo llevo mi vida y tampoco me esperaba esto. Ha sido muy radical. Oh dioses, mírame, hace un momento solo quería mandarte de vuelta a casa en el próximo tren y ahora intento entenderte, si no soy el hermano perfecto, no se que mas hacer. – dijo sonriendo.

Esa arrebatadora sonrisa acabó con la poca cordura que aún conservaba.

-      Eres mucho más que eso. – susurré.

Nunca habría imaginado eso, estaba tumbada en mi cama, con la cabeza en su pecho, rodeada por sus brazos, mojando su camiseta con mis lágrimas, estaba tan cerca, era todo tan…perfecto.

Reuní toda la valentía que llevaba dentro, fijé mis ojos en los suyos, pidiendo permiso, me quedé atónita admirándolos, supuse que estaba colocado debido al rojo que mostraba, de ahí el porqué de todo aquello, sin embargo pronto me percaté de que no era yo la que pedía permiso…y antes de que fuera capaz de pensar siquiera en ello, noté sus labios contra los míos.

Fue tan repentino que mi primera reacción fue echarme atrás, sin embargo él me siguió y volviendo a encontrarnos, dejé de pensar en todo, noté como lejos de ser el típico beso salvaje, apenas era una delicada caricia de sus labios a los míos, pero como tras ese inocente gesto, su boca irrumpía en la mía, recorriéndola por completo, y yo aceptaba, entregándome a él, entregándole mucho más que mis labios, algo que llevaba mucho tiempo siendo suyo.

Posé mis manos en su nuca, acariciando su rebelde pelo castaño, nadie sabía cuánto había esperado este momento.

Nuestros corazones se aceleraban por momentos. Pero repentinamente se separó de mí. Echó la cabeza hacia atrás, sonriendo con cierta amargura.

-      Esto no está bien – se dijo a sí mismo en voz alta mientras se cubría la cara con las manos.

En ese momento una terrible sensación de culpabilidad me llenó, era mi hermano, no sabía que me había pasado para sentir eso por él, pero solo sabía que no podía dejar de sentirlo.

-      Lo siento – me disculpé con cierto temor.

-      No Inkeri, yo…ha sido cosa mía, voy borracho y colocado, supongo que la noche no podía terminar de otra forma. – dijo incorporándose – no tienes porque sentir nada, lo deseaba y no he podido frenarlo. Pero no va a pasar nada más.

Me quedé a cuadros. Él también me deseaba.

-      Eikki, espera. – dije levantando la voz. – se que no esta bien, pero yo también lo deseaba, desde hace mucho. Sé que no puede ser, que esta mal y que no quieres que se repita, pero, ¿puedo pedirte una única y última cosa?

-      Supongo que sí.

-      ¿Puedo dormir esta noche contigo?

-      Bueno, los hermanos mayores a veces duermen con sus hermanitas, no veo porque no. Al fin y al cabo una noche es una noche. – me contestó esbozando una tímida sonrisa – ponte el pijama y ven a mi habitación.

Rebusqué en  el armario, oh no.

-      Eikki, no he traido pijama, supongo que me lo dejé en casa mientras hacía la maleta.

-      Puedes ponerte una de mis camisetas. Por eso no hay problema.

Me quité la ropa y la dejé sobre la cómoda de la habitación. Vi como Eikki hacía verdaderos esfuerzos para no mirarme, al menos no como la mujer que era. Sonreí en parte de satisfacción. Me cogió de la mano y me llevó hasta su cuarto. Todas las veces que había venido a su casa me había negado la entrada. Tenía una gran cantidad de posters constructivistas en las paredes, logos de videojuegos, y sobre la majestuosa cama de matrimonio colgaba un escudo con un grabado vikingo en él.

Me pasó una camiseta de Batman que me puse al instante. Me quedaba enorme.

-      Vaya, estas preciosa, nena.

Se quitó la ropa y se puso los pantalones del pijama, se metió en la amplia cama y me invitó a acompañarle. No quería abusar de lo conseguido, así que me tumbé en el borde de la cama, pero pronto me arrastró hasta el centro y me abrazó, pegando su cuerpo al mío. Notaba su calor, su olor y su respiración hundida en mi pelo. Nunca creí que pudiera haber sensación mayor, podría quedarme ahí toda la vida.