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Marcela

en Dominación

Hace seis  meses había conocido a Marcela, una muchacha hermosa venida de provincia  a estudiar y trabajar en la capital. Cuando digo que era hermosa me refiero a una chica de 1.64 m ni alta ni baja, cabello castaño claro que le llegaba a los hombros, ojos negros medio achinados, piel clara, y un cuerpo formado en base a horas de gimnasio y baile, no era ni voluminoso ni escuálido, era perfecto.

En ese entonces alquilaba cuartos en mi casa para ganar un dinero extra. Mis padres habían muerto hace un par de años en un trágico accidente. Éramos solo dos hermanos, Julián casado con María, tenía solo una hijo, Roberto mi sobrino adolescente flaco y con granos en la cara típico de su edad.

Mi hermano se hacía cargo del negocio de la familia, una enorme ferretería a las afueras de la ciudad; yo me dedicaba a cuidar la casa y la alquilaba por cuartos con el fin de ganar un dinero extra para pagar algunas deudas, y apoyaba a por la tarde en el negocio.

Ahí apareció Marcela, hija de un compadre de mi fallecido padre a quien visitábamos en cada viaje al interior, podríamos decir que era una persona relativamente cercana a la casa. Con el fin de apoyarla le dimos el cuarto más grande con baño propio y a un precio realmente especial.

Todo iba bien los primeros dos meses, ella era una dulzura, siempre alegre y dispuesta a ayudar en las cosas de la casa, nos tratábamos como si fuéramos primos o algo así, los otros huéspedes de la casa así lo creían y nunca lo desmentimos, vivían con nosotros otras dos chicas Antonia y Jenny que compartían un mismo cuarto con baño propio, las dos estudiaban maquillaje y corte de cabello y esas cosas, casi siempre las veíamos practicando una en la otra, que las uñas, que un nuevo tinte, que las cremas, en fin; y Miguel un joven al que le faltaba poco para acabar la universidad y que hacía prácticas en diferentes lugares por lo que lo veíamos casi nunca, llegaba tarde y directo se iba al cuarto y salía super temprano, yo compartía el baño con él; salvo el domingo que salía a hacer deporte o con amigos, casi nunca lo veíamos. Los tres eran también del interior. La vida en casa la completaba “conde” un amistoso labrador entrado en años que era el perro más dulce, lento y amigable que haya visto. Conde era mi perro de toda la vida, dormía a los pies de mi cama y en el sillón de la sala cuando todos salíamos.

Durante la semana todo era  como un hotel, los chicos salían temprano a estudiar, casi siempre a las carreras, recién bañados o con la cara hinchada del sueño, yo era el que salía más tarde, cerraba la casa y no regresaba sino hasta las ocho y a veces encontraba a alguien o después de las nueve todos empezaban a llegar, cansados, con buen o mal humor, a hacer trabajos o estudiar, o a simplemente pasar el tiempo; a veces ahí se generaban momentos “mágicos”. Las chicas bajaban a veces  en pijama o alguna ropa más cómoda, recién bañadas con el cabello mojado y oliendo a jabón y cremas humectantes y demás cosas que se ponen las mujeres. Mientras veíamos tele, casi siempre alguna novela de moda, se peinaban o se pintaban las uñas o seguían echándose lociones por brazos y piernas. Antonia y Jenny no tenían el cuerpo espectacular de Marcela, las dos eran flacas y altas casi 1.73 con pocas tetas y poco culo; Antonia era lacia de cabello negro que nuca se enredaba, piel blanca y nariz aguileña, sus brazos y piernas eran largos y al hablar ella los movía con mucha gracia; Jenny  era de piel trigueña, cabello enrulado siempre revuelto, como indomable, nariz redonda como un botón y los ojos siempre alegres, no paraba de hablar y de moverse, apenas podía estaba bailando y en casa siempre hacía estiramientos y ejercicios, su cuerpo delgado era más torneado que el de Antonia, sabía mantenerse delgada y siempre soñaba con operarse de las tetas.

En ese ambiente ya se imaginan la calentura permanente que tenía, la casa era como su casa, me daba bronca cuando dejaban las cosas por todo lado, pero cuando encontraba los calzones en la lavadora o colgados en el tendal, les perdonaba todo al imaginármelas con esas diminutas prendas, la más atrevida de todas era Jenny con hilos dentales y encajes que eran una locura. Pero lo que más me sacaba era cuando alguna se dormía viendo la tele en el sillón de la sala, y sus formas se acentuaban o a veces se corría la camiseta o short  y podía ver el inicio de algo. La más recatada era Marcela, casi siempre con pijamas de pantalón y camisa. Al principio se escandalizaba  y terminada yendo al cuarto pero con el tiempo como que se acostumbró.

Un fin de semana, el domingo, luego de una agitada tarde de limpieza se aparecieron en la sala Jenny y Antonia recién bañadas, eran de esos días en los que estaban espectaculares, pantalones de dormir cortos de seda, con camisetas amplias y escotadas también de seda,  en el caso de Antonia y camiseta larga que le tapaba casi hasta el final del culo a Jenny, de esas que muestran el hombro. Yo veía algún partido de futbol en la tele acompañado por Marcela que se pintaba las uñas ignorando el programa.

Al verlas Marcela las encaro – Hey chicas, que no ven que Iván está (ese es mi nombre por cierto, moreno, ojos negros cabello ondulado, ni mucho ni poco, normal como cualquier joven de barrio, con cerca del 1.80 a pesar de estar algo subido de peso no me veía mal)- las chicas hicieron un mohín con los labios y dirigiéndose a mí se disculparon – Iván, acabo de lavar toda la ropa, me dijo Jenny,  y no tengo más, ¿no te importa verdad?  - Terminó la frase con un gracioso puchero acompañada con un gesto similar por Antonia. – No, por mi está bien, siéntanse como en casa- contesté algo nervioso mandado más por  mi miembro de casi 23 cm que empezaba a levantarse haciéndose evidente mi erección; se notaba a pesar del calzoncillo y del pijama, el bulto era realmente evidente.  Las tres lo notaron e intercambiaron miradas cómplices la más graciosa fue por supuesto Jenny que además se tapó la boca con la mano y levantó la ceja en un claro gesto de asombro mientras buscaba la mirada de las otras; Antonia se reía hamacándose en el sillón y Marcela agachó la cabeza y luego volteó la cara aparentando ver la tele.

 Yo me levanté avergonzado con todos los colores del mundo en la cara e intentando taparme con las manos, porqué mierda no tenía cojines en la casa, justo cuando quieres no hay. Me paré, en el colmo de lo absurdo y evidenciando más mi situación, para luego inclinarme aparentando dolor de espaldas, típico, esto desató aún más las risas de las chicas llegando incluso a las carcajadas, incluso Marcela ya no se contenía y se tapaba la boca con ambas manos mientras que Jenny golpeaba el sillón con una mano y con la otra se agarraba el estómago. Para remate, Conde, que hasta ese instante estaba echado observando todo de forma pasiva, se incorporó  y fue de frente a poner su hocico entre mis piernas como quien olfatea un hueso mientras mueve la cola, mi hizo saltar. Fue demasiado las risas debieron escucharse en toda la ciudad. Antes de entrar en  mi cuarto escuché que decían – Ivancito no te vallas, ven, eso no es para acomplejarse, sino para envalentonarse- ya en el cuarto quería reírme pero al mismo tiempo maldecía mi suerte. Poco a poco las risas se calmaron y yo me dormí luego de soñar con todas juntas y cada una y hacer una paja fenomenal.

A partir de ahí la cosa cambió. Las chicas se pusieron más “sexis”. En especial Jenny parecía más descarada, se agachaba delante de mí mostrándome todo el culo mientras simulaba recoger algo del piso, se frotaba crema no solo en brazos y piernas sino también en los pechos por debajo del polo lo que originaba que el polo se humedeciera a su pecho, si bien no era prominente pero se marcaba mucho sus pezones, además el gesto de frotarse era muy explícito; incluso  Marcela participaba del juego ya que empezó a presentarse con diminutos pijamas y a frotarse las piernas, el colmo llegó cuando un día viendo la película de los ángeles de Charly en la escena en que bailan en un cabaret, las tres se pararon y se pusieron a bailar con movimientos por demás eróticos.

No aguanté. Mi miembro palpitaba, se desesperaba por salir de su prisión, mi cara debía ser un delirio mostrando mi calentura, la boca abierta babando, las pupilas de los ojos dilatadas, agarrado al sillón como gato que va a salir huyendo con las uñas clavadas, sudaba frío y solo podía verlas bailar y escuchar el latido de mi miembro – déjame salir cobarde, dale cabrón, cojudazo – parecía gritarme desde el interior. Nuevamente me pare, sin cojines con que taparme, y esta vez mostré la totalidad de mi erección por debajo del jean, aún así debió verse imponente porque dejaron de bailar, y mirando explícitamente mi entrepierna se tapaban la boca y se reían, todas, excepto Marcela que se quedó mirando como hipnotizada mientras tragaba saliva. Me volteé y me encontré nuevamente con Conde que intentaba meter su hocico en mis pantalones. Nuevamente las risas escandalosas, Jenny y Antonia revolcándose en el sillón, Marcela sentada sonreía y tenía la mirada perdida; yo, en un supremo acto de valor y dignidad me fui al cuarto a masturbarme como Dios manda.

Luego vino una semana de exámenes y la cosa se enfrió, cada uno en su cuarto, estudiando, corriendo en las mañanas, reuniones de trabajo hasta tarde, en fin. Al término de la semana llegó mi oportunidad. Juro que no lo tenía pensado, no quería vengarme ni nada, hasta ya me estaba gustando el jueguito. Pero era fin de mes y tenían que pagar la renta; todos menos Marcela  me dejaron el sobre en la mesa como era costumbre. Esa noche nada, dos noches después, nada, ella se escondía, me evitaba; a la tercera noche, nos encontramos en la cocina de casualidad y antes que de vuelta a tras la encaré – disculpa, mis padres han tenido problemas y no me han enviado nada, te juro que en tres días, porfa, espérame – me rogo – bueno, pero lo que no me gusta es que te estés escondiendo – le recriminé.

Los tres días volaron, casi ni los sentí porque en la ferretería estábamos en inventario. Fue ella la que se acercó y me dijo que lo sentía, pero no había conseguido el dinero, lloró, y me contó todo un drama familiar, incluso sus estudios también peligraban y que ella estaba buscando trabajo para ayudar a su casa. La calmé y le dije que podía perdonarle este mes pero debía ayudar en casa con la limpieza, no se la iba a dejar gratis. Quedamos que por las tardes, llegaba más temprano tres veces por semana y limpiaba la casa, cocina, baños, sala, comedor,  mi cuarto y el patio del perro. Aceptó, claro, no le quedaba otra, si bien no cubría todo, pero era una ayuda y me ahorraba pagarle a la señora que iba una vez a la semana.

Todo fue bien por tres semanas, todo volvió a la normalidad, la casa se veía limpia y las chicas volvieron a sus viejas costumbres, se olvidaron de mi, pero yo de ellas no, cada noche me la corría pensando las más grandiosas fantasías, en duos, tríos, en todo.

 Una tarde, luego de una larga noche sin dormir regresé más temprano, entré por la puerta de servicio como siempre y antes de llegar a la cocina escucho como voces y gemidos que venían de la sala, me asomé sin hacer ruido y no podía creer lo que veía. Marcela, la recatada provinciana, estaba masturbándose a toda regla mientras miraba una película porno de las más duras, esas en las que una jovencita recibe a tres negros por todos lados, me escondí nuevamente, no me había visto ya que estaba echada en el sillón dándome la espalda con las piernas abiertas apoyadas en los brazos del sillón; pensaba sorprenderla  pero el sorprendido fui yo cuando al acercarme vi que Conde tenía la cabeza metida entre las piernas de Marcela y la lengua se contorsionaba a la entrada de la vagina que totalmente abierta confundía sus jugos con la saliva del perro; parecía que Marcela estaba llegando al momento preciso del orgasmo porque empezaba a temblar toda y estaba sudando, así que no lo pensé, fue un acto reflejo, instintivo, me saque el miembro que ya estaba en todo su poder y jalándola de los pelos antes que reaccione le  metí la tranca en la boca aprovechando que estaba jadeando. Ella al principio se resistió, sorprendida intentó apartarme pero el trabajo de conde, no se si animado por mi presencia, vencieron toda resistencia y empezó a gemir como loca; no imaginaba que su orgasmo fuera tan explosivo, bufaba, temblaba, y por encima de mi pene babeaba tanto que se le caía a las tetas, empapó todo el mueble con sus jugos, los mismos que conde mamaba con deleite. Cuando se calmó un poco la jale del cabello como un moño en la cabeza, con la tranca aún en su boca intentando entrar los 23 cm. hasta la huevos, me acomodé en el otro sillón y ella de rodillas delante de mí, comprendió lo que quería, de reojo miraba la tele donde la jovencita recibía la descarga de tres enormes penes negros directamente en la boca.

Así que animada por las imágenes pasaba la lengua por todo el pene, se metía hasta donde podía en la boca y masajeaba los huevos, luego metía un huevo en la boca  y pasaba al otro mientras su manito masajeaba mi miembro duro y extendido al máximo. Disfrutaba como nunca, se hacía realidad una de mis fantasías de mis largas noches, tenerla a Marcela atragantada con mi tranca, ella me miraba como suplicante con el glande en la boca como niña con el mejor de los helados, así que cerré los ojos por unos instantes para disfrutar el momento.

A los  segundos escuche a Marcela quejarse, abrí los ojos y me sorprendió no solo ver a conde montado sobre ella y taladrando su vagina, sino que ella no hacía mucho por retirarlo, es cierto que encorvó un poco la espalda y pareció querer mover un pierna como quien da una patada hacia atrás, pero luego sus movimientos de caderas de derecha a izquierda solo facilitaron la penetración de mi can amigo que parecía vivir una angustia única, ahí recordé que Conde era virgen, si, Marcela era su primera perra.

Conde empezó un vaivén frenético, entraba y salía su canino pene con un frenesí que pensé que sacaría fuego, Marcela concentrada en mi pene no daba muestras de incomodarse con el perro; excitada mamaba con devoción, miraba la tranca y la engullía un poco más de la mitad todo el tiempo que podía parecía que quería tragársela toda, como un desafío, así que la animé – dale perrita cómetela toda, tú puedes – me miró y al ataque, casi tres cuartos y la soltó ahogándose – vamos perrita, tú puedes, ya falta poco – tres intentos más y nada, de pronto al parecer Conde se estaba vaciando en su interior con una corrida monumental, lo que provocó en ella una explosión, su cara era pura lujuria, estaba hinchada llena de sangre, sudando, con el cuerpo tenso y con espasmos, aproveché que abrió la boca y le empujé los 23 cm de carne que llegaron hasta dentro, lo había conseguido, la había tragado toda. Le sostenía la cabeza y junto con las últimas gotas de mi perro en su vagina con la bola hinchada, yo descargaba directamente en su garganta mi corrida abundante, ella empezó a golpear mi pierna porque se ahogaba, yo sujetaba su cabeza con ambas manos y como si fuera posible presionaba como si pudiera entrar más en su boca. La solté y empezó a salir la corrida por la boca y narices, no pudo caer al piso porque estaba atorada en el pene de conde quien volteo dejando claro que ambos estaban abotonados.

Minutos después mi perro la dejó y la corrida abundante era testimonio de lo sucedido, Dios nunca pensé que fuese tanto. Marcela seguía temblando en el piso, babeando semen por la boca y la concha; conde volvió y la empezó a lamer comiéndose todos sus jugos, fue demasiado, ella se cubría como podía, cada vez que el can alcanzaba con la lengua su sensible vagina, era como una descarga eléctrica. Me reía, realmente lo disfrutaba, ella me pedía por favor que lo llame, que parara, me apiadé y jale a mi perro, entonces Marcela se recostó en el piso y pude ver la magnitud de su belleza, realmente tenía un cuerpo escultural, sus pechos como dos mangos grandes que entran en la mano se coronaban con pezones rosados y duros, el vientre plano terminaba sin muestra de grasa en un monte de venus totalmente depilado y liso, la conchita estaba abierta y se podía ver como los labios rosaditos se separaban formando una mariposa perfecta que mostraba el canal caliente y todavía húmedo invitando al placer, sus hombros, su cuello largo, sus pies pequeños y delicados. Era todo perfecto.

En ese momento me acerqué y comencé a acariciar todo su cuerpo con ternura, llegué a su cueva y dos dedos fueron los primeros intrusos mientras besaba sus labios y bajaba a besar sus pechos, en unos minutos ella estaba caliente nuevamente, jadeando. Esta chica era un volcán, así que me senté en el piso, apoyando un poco la espalda en el sillón, con mis 23 cm apuntando a lo alto como soldado en firmes, la levanté dándome la espalda y de un golpe se la enterré en la vagina, Marcela gimió un poco inclinada hacia adelante, mientras se le ponía la piel de gallina y juntaba las rodillas, yo podía sentir que entraba sin ningún problema, la putita estaba bien abierta; la movía y parecía que había espacio para otro, luego de unos segundos le ordené – salta – pero se quedó quieta, repetí la orden mientras le azotaba con la mano las nalgas – salta mi perrita – y apoyando los pies en el piso empezó a cabalgarme, Dios como entraba toda la carne, hasta el fondo, le abrí las piernas y empecé a frotarle el clítoris, luego cuando sentí que ya no era dueña de si, desde atrás le agarré los pechos y la recosté sobre mi pecho, ahora era yo quien desde abajo la taladraba y ella se movía girando la cadera. Le apretaba los senos y con mis manos recorría todo su cuerpo provocándole, cuando pasaba las uñas a lo largo de su entrepierna como arañándola, descargas eléctricas. Llamé a conde que miraba expectante a pocos metros con cara de pena y lamiéndose los labios, su lengua fue directo a lamer los jugos, lo podía sentir desde mis huevos que subía hasta por el clítoris de Marcela quien luego muchos minutos tuvo un brutal orgasmo y quedó como inconsciente encima de mí, yo tenía gasolina para más y conde también.