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Emputecimiento en el campo

en Orgías

Lo que me contó Marcela me dejó con la boca abierta y una calentura que me acompaña hasta estos días, era morboso, increíble, digno de una película porno de la más fuerte. Unos años después me animo a contarles, más por el miedo de olvidarme algún detalle a que ella se amargue conmigo. No he cambiado nada, para que todo sea tan real como yo lo recibí, y para que aprecien y disfruten la vida de esta joven.

Cuando la conocí Marcela tenía 22 años, era una chica hermosa, no muy alta de casi 1.75, con una figura moldeada a base de clases de baile desde pequeña,  delgada pero de formas muy definidas y contorneadas; su cabello castaño oscuro liso combinaba con su piel blanca dorada al sol. Sus ojos y su sonrisa eran lo mejor de su redondo rostro, alegre y encantador, con la pizca exacta de inocencia y picardía, labios delicadamente gruesos enmarcaban una boca seductora que al hablar gesticulaba en formas sexi y natural.  Su padre en la provincia tenía una pequeña hacienda que había adquirido a buen precio, ella siempre acompañaba a su padre a ver la hacienda ya que la madre prefería quedarse en la ciudad y el matrimonio no tenía hijos hombres solo Marcela y una hermana menor, Kathy. En la hacienda vivía un trabajador con su familia, eran tres hijos y una niña la menor; los cuatro muy simpáticos, los tres mayores eran varones y jóvenes, sus cuerpos juveniles curtidos al calor del sol y del trabajo en el campo. No eran muy musculosos, pero sí fuertes, no muy altos, dos de ellos de cabellos negros y lacios y el tercero algo enrulado más castaño. Marcela en ese entonces, ya era una joven bien formada, delgada, pero bien formada. Era la típica chica de provincia, callada y algo tímida cuando estaba con gente extraña, en casa y con amigas sin embargo era muy alegre y sociable, con su sonrisa hermosa y la mirada alegre; sin embargo rápidamente entabló amistad con los chicos, en especial con el tercero Mario. Cuando llegaban a la hacienda, generalmente su padre se quedaba con el papá y los hijos mayores generalmente los acompañaban a ver cosas de las plantaciones y las vacas y demás; ella se iba a ver a los animales de granja o a sacar frutas junto con la menor y con Mario el tercero de los hermanos.

Fue en una de esas visitas que Marcela al jugar con los conejos vio como el macho cubría a la hembra y se quedó sorprendida, no porque no supiera sobre el tema sino porque nunca lo había visto en directo. Que cara debió haber puesto que Mario la llevó a ver a un par chanchos, justo la chancha estaba en celo, así que no fue difícil juntar a ambos en el chiquero y esperar. Marcela se apoyó en la baranda del chiquero y quedó extasiada al ver la labor del chancho, en eso Mario se acercó por detrás y empezó a frotarla por encima del pantalón, primero tímidamente y luego parecía que estaba bailando perreo. Marcela se dejaba, si bien no sacaba la vista del chancho, estaba concentrada con lo que ocurría en su trasero. Llegó un momento que Mario, envalentonado con la aparente indiferencia de Marcela, le masajeaba las nalgas con una mano y la otra la frotaba por la vagina de Marcela por encima del pantalón; ella empezó a arquearse, cerraba los ojos e instintivamente inclinó el cuerpo posibilitando que la mano desde atrás llegue  hasta su vagina. La magia fue interrumpida por el bocinazo de la camioneta de su papá que anunciaba el retorno.

Este juego se convirtió en un rito frecuente cada vez que visitaba la hacienda, una vez era viendo los chanchos, otra con los carneros, otra con los conejos, otras en los frutales. A las dos semanas de estos furtivos encuentros, aprovechando la soledad de las plantaciones de naranjos, con el pretexto de ver unas cuculíes, Mario comenzó a frotarla y hasta llegó a bajarle el pantalón hasta mitad del muslo a Marcela que seguía con la misma actitud de dejarse hacer, como indiferente. Él le frotaba directamente el sexo, intentando meterle algún dedo que entraba en la húmeda cavidad casi por completo, ella empezó un jadeo acompasado que luego de varios minutos terminó en un impresionante orgasmo temblando de rodillas en el campo detrás de unos arbustos, cuando intentó incorporarse se encontró con el pene del muchacho una vara delgada y larga de carne, más por gratitud que por obligación cogió el miembro del joven, lo miro cuidadosamente como quien examina algo nunca antes visto y directamente, sin preámbulos se la metió a la boca, no entraba sino hasta un poco más de la cabeza; el contacto de su lengua con el trozo de carne de piel liza y aroma a sexo fuerte fue excitante, descubrió  que era distinta la sensación de lamer la cabeza y el resto del pene, la piel era distinta; guiada por la mano del muchacho empezó el típico vaivén de mee y saca y a los pocos minutos sin que pueda ella disfrutar, más  por el apuro del joven que por su destreza consiguió que se corra, la mayor parte cayó en su mano, cara  y pantalón, solo algunas en su boca, probó, le pareció algo salado, pero no dijo nada.

Durante la semana Marcela era la hija de siempre, alegre y vivaz, buena alumna, hacendosa en la casa, colaboraba en todo; por la tarde iba a las clases de baile o salía con amigas,  por las noches, sola en su cama, se masturbaba religiosamente. Salía con un novio que veía de vez en cuando ya que el muchacho estudiaba en la capital, pero esos encuentros cada vez se distanciaban más. Ella solo tenía que esperar cuatro meses más y se iría a estudiar al extranjero con un tío suyo hermano de la madre. Ya estaba todo decidido.

Después de los encuentros con Mario, Marcela empleaba más tiempo en ver porno en internet, ya había visto algunas películas con amigas y había perdido su virginidad con un novio el último año del colegio, pero con Mario sus encuentros tenían el barniz de lo prohibido, se escondían en medio del campo, nadie sabía. Era el hijo de un campesino, y ella la niña bien hija de padre hacendado, el tosco y sin mucha cultura, ella educada en el colegio de las hermanas capuchinas y pronto viajaría al extranjero; él la miraba con pasión, con verdadero deseo, ella sabía que era un juego que lo suyo era imposible pero le encantaba ser deseada de esa forma; él siempre buscaba sus orificios para introducir algún dedo, ella no decía nada, lo trataba con indiferencia. Eso  la estaba volviendo loca.

Nada de esto sospechaban sus padres que la seguían viendo como a la luz de sus ojos, por eso el papá la llevaba dos o tres veces por semana a la hacienda, mientras él se dedicaba a recibir los informes de su empleado y supervisar todos los trabajos, Marcela recibía su cuota con Mario. Luego de un mes llegaron a estar los dos casi desnudos en el pajar haciendo un juvenil 69 ella ya ganaba experiencia con la boca y manos, él todavía le costaba encontrar el punto pero sus dedos ahora si eran recibidos más cómodamente y llegaron a entrar en la húmeda cavidad vaginal; él llegó disparando todo por los aires, Marcela, que ya le había agarrado el gusto, intentaba como un cachorrito coger los chorros en vuelo, se reía, lo disfrutaba.

La siguiente ves fue distinto. Apenas llegaron el papá salió con su empleado a comprar cosas de vacunas para los animales, demorarían por lo menos un par de horas. Entonces los dos jóvenes se dirigieron como jugando al galpón de las herramientas que quedaba como a 300 metros de la casa. Apenas cruzaron la puerta, él la apoyó contra la pared y comenzó a besarle el cuello y a desnudarla, cuando le quitó la última prenda se apoyó sobre unas cajas, ella sabía lo que quería, sin decir nada, casi nunca hablaban, se arrodilló y le bajó el pantalón, ese olor de sexo varonil la volvía loca, lo miro a los ojos y se tragó hasta donde pudo el cilindro de carne, inició el lento vaivén mientras que con la mano sostenía la base del pene, Mario siempre cerraba los ojos y se mordía los labios. Un ruido desde dentro llamó su atención, desde un rincón del pequeño y oscuro galpón salió el hermano segundo, Remigio. – Así quería verlos a los dos, ya te jodiste putita – ella se levantó como un resorte, intentó taparse, buscó sus ropas pero Mario con el pene en la mano la detuvo – tranquila – intentó calmarla – no pasa nada, solo quiere probar un poquito, yo le he contado todo y quiere jugar con nosotros. Remigio se acercó y se sacó el pene cayendo todo el pantalón al piso, el miembro era distinto, más oscuro, más corto y más grueso, ella enmudecida miraba a los dos nerviosamente hasta que Remigio, que siempre estaba con una estúpida mueca de risa en la cara, le acarició la cabeza y cogiendo su mano se la llevó al palpitante pene – verás que también te va a gustar, solo es un ratito – entre los dos la cogieron de los hombros y la obligaron a arrodillarse, entonces el pene de Remigio probó la boca de Marcela. Ella con tenía un pene en cada mano, uno grueso y corto que a penas entraba en su boca y el otro delgado y largo que ya tocaba su campanilla provocándole arcadas. Pronto se acostumbró, los frotaba de arriba a bajo como había visto en las porno de internet, mientras les comía los huevos a cada uno; sacaba la lengua abierta y recorría desde la base hasta la cabeza para luego tragarla y chupar como quien intenta sacarle algo. Pudo comparar las texturas de piel distintas en su lengua, simplemente era fascinante. Ellos desde arriba, la miraban extasiados, sus ojos no cabían de la impresión de ver esa hermosura de ojos café, de cuerpo perfecto y desnudo a sus pies haciéndoles una mamada increíble.

Luego de casi una hora los tres solos, probaron varias cosas, cambiaron de postura, la sentaron en un taburete y se turnaron en mamarle la conchita;  la pusieron de rodillas y desde atrás uno le mamaba el culito y vagina y ella se esforzaba en meterse todo el miembro del otro en la boca, incluso hizo con Remigio un 69 a la vez que Mario se arrodillo junto a su hermano dejando ambos penes para ella mientras los dos le metían dedos en su vagina y culito, ahí llegó a su segundo orgasmo mientras que ellos consiguieron descargar por lo menos tres veces cada uno directamente a la boca, estaban en plena juventud así que no era raro, cada uno de ellos le chupó la conchita a gusto y le metieron los dedos frenéticamente por la vagina. Hubo un momento en que mientras se la chupaba a Mario, Remigio la chupaba a ella y al revés. Marcela estaba en el cielo, llegó como dos veces llenando de fluidos cálidos la mano que la masturbaba o la boca que la chupaba, ya no sabía quien era quien, solo disfrutaba. Lo que si llegó a inquietarla fue cuando remigio luego de su segundo orgasmo le llegó a meter hasta dos dedos en el culo aprovechando su excitación, ella de perrito, con la boca llena por la tranca de Mario, solo podía mover las manos hacia a tras como abanicándose para liberarse de los intrusos ya que Mario la tenía sujeta de la cabeza; Remigio la calmó, acariciándole la espalda y casi soplando como se hace con los animales para que se tranquilicen – tranquila solo lo estoy preparando para la próxima, verás que al final vas a ser una putita bien rica – No le digas así – le recriminó Mario – a no, espera y verás.

No pudo regresar durante toda la semana su padre viajó para ver unos negocios en otro estado, iba a estar fuera todo un mes. Estaba desesperada al final de la  semana. Pero la suerte llegó. El empleado de la hacienda, al que le decían Don Pancho, llevó a la casa unos encargos, frutas, leche y algo más que producían continuamente, vino con su mujer y la hija menor a la ciudad a comprar algunas cosas y de paso a comentar algunos avances del trabajo. Marcela le rogó a la mamá que la deje ir, que estaría bajo el cuidado de la mujer de Don Pancho, Eugenia, que jugaría todo el tiempo con la pequeña, que además era su premio porque siempre se portaba bien. La madre cedió, a insistencia no solo de Marcela sino también de toda la familia que por supuesto juraron hasta por la virgencita que la cuidarían bien y la traerían en una semana. La madre cedió, al fin y al cabo iba todos los fines de semana con el padre.

Era sábado en la mañana, así que tendría  toda la semana en la hacienda, de solo pensarlo sintió un cosquilleo enorme en el vientre, apurada se puso botas altas una chaqueta y se quedó con la falda escocesa de vuelo que le llegaba casi a las rodillas, en la mochila guardo sus enseres personales,  pantalones, camisetas y pijama. Bajó corriendo, se montó al carro y casi todo el camino fue jugando con la pequeña, pero en realidad tenía la mente puesta en Mario, Remigio y el jugueteo en su trasero que este último había iniciado. Al llegar se decepcionó enormemente, los tres chicos habían ido al río que estaba a dos kilómetros y medio a pescar, no regresarían sino hasta caída la tarde. Jugó con la nena, almorzó con pocas ganas y se entretuvo con los animales; por la tarde camino por los naranjos y el maizal, no era una hacienda grande pero tampoco pequeña, había espacio para sembrar, para frutas, para animales como chancho, vacas, algunos caballos y corderos, además de las gallinas, algunos patos y conejos. Ella se entretenía pero siempre miraba hacia el norte por donde supuestamente debían regresar los chicos. Por la tarde acompañó a Don Pancho a bañar a los cerdos y darles de comer. El chiquero era como todo chiquero, pero el cuarto de los cerdos debía estar limpio, todo era de cemento pulido con techo alto de chapas de latón y una muralla de adobe de casi 1.50 cm. ahí se quedó recordando la primera vez que vio a sansón (el chancho) cubrir a la hembra, su mano caminó sola hacia su entrepierna, aprovechando la discreción que le daba la muralla ya que a su espalda solo estaban las plantaciones de maíz, delante suyo la casa como a 300 m, a la izquierda los establos de vacas y caballos y a su derecha los frutales de naranjos, mangos, mandarinas, y paltos; por ahí debían llegar los chicos, así que no había peligro, levantó la falda, bajó el calzón y empezó a jugar con su sexo, igual como lo hacía muchas noches desde que empezó esta nueva faceta en su vida, en pocos segundos ya estaba húmeda así que se inclinó un poco, levantó su falda por atrás dejando sus nalgas libres sintiendo el calor del sol de la tarde y empezó a jugar con su esfínter, tímidamente entro la punta del dedo medio, primera vez que lo hacía, así que la expectativa era enorme, por eso saltó del susto y gritó cuando un sonoro palmazo le decoró la nalga; era Panchito, como le decían al hijo mayor de la familia, un mozo piel morena por el sol del campo, cabellos largos y lisos, cuerpo de campesino fuerte con manos grandes, de casi 1.74 de estatura y ojos penetrantes, casi rebeldes – esta es la putita de la que me hablaron toda la semana, se nota que le gusta la vaina – ya te he dicho que no la llames así – reclamó Mario. Panchito lo tranquilizó sin mucho esfuerzo mientras volteaba a Marcela para que vuelva a su posición inicial – Tranquila Marcelita, ahora vas a ver lo que es bueno y te va a gustar.

Le levantó la falda por atrás doblándola con pulcritud y empezó a masajearle las nalgas. Don Pancho salió de la casa seguro alertado por el grito de susto de Marcela; a lo lejos les hacía señas como saludando con la mano, todos en fila como si no pasara nada, apoyados en el muro de los chanchos levantaron la mano incluso Marcela, justo ese momento aprovechó Panchito para meterle el dedo medio hasta la mitad, ella intento moverse pero el muchacho le alertó –calma sino todo el mundo se entera – así que volvió a levantar la mano alegremente cuando la hermanita apareció por la puerta de la casa y empezó a correr hacia ellos. Panchito ordenó a Mario que cargue los pocos peces y los lleve a la casa; el mozo no quería pero amenazado por el mayor los cargó al hombro y emprendió marcha, - y te llevas a la hermanita a casa, sino ya sabes – mientras se escupía el dedo y volvía a su tarea. Remigio sonría mostrando los dientes como un idiota, intentó meterle mano pero Panchito lo empujaba. Siguiendo la orden de su hermano se arrodilló y le sacó el calzón blanquito con estampados y se lo llevó al rostro para aspirar hondamente y volver a reír como idiota, aprovecho su posición para abrir con ambas manos dejando más expuesto el invadido esfínter. Esto facilitó que todo el dedo medio de Panchito entre y empiece a jugar en círculos, Marcela se sentía incómoda, le ardía y volteaba continuamente para ver lo que ocurría en su trasero, no había sido como en el galpón, esta vez había sido duro y ella estaba casi seca en su culito.

De pronto, cuando ella ya estaba casi disfrutando, Panchito la soltó, le acomodó la falda,  la cogió por los hombros y caminaron hacia el establo, ella iba sin calzón, con la falda de vuelo a cuadros y las botas que iban casi hasta la rodilla, una camiseta de manga corta le cubría el resto del cuerpo.        - ¿te gustan los caballos?, Daremos una vuelta juntos, te encantará – así que cubrieron solo con mantas a la yegua criolla de patas blancas y castaño oscuro de largas crines oscuras, solo le puso riendas a la yegua y cogiendo de la cintura a Marcela la montó, su sexo quedó expuesto, abierto sobre las mantas del animal cubierto solo por la tela de la falda. Los dos hermanos caminando y la nena sobre el jumento salieron del establo rumbo a la casa. Nadie decía nada, solo Remigio seguía riendo como un idiota. Don Pancho, sentado a la sombra del cobertizo los miraba desde lejos. – papá, Marcela quiere que le de una vuelta en la yegua – mintió Panchito – solo una vuelta hasta el roble y regresamos. Don Pancho miraba mudo levantando una ceja - ¿quieres ir Marcelita? – preguntó. Ella solo movió la cabeza. A Remigio se le borró la sonrisa cuando Don Pancho autorizó que solo Panchito la lleve, pero él se quedaba.

 Como a los 500 m por el camino de los frutales Panchito subió colocándose a la espalda de Marcela. Le levantó la falda nuevamente y la empujó hacia adelante dejándole todas las piernas libres. La piel blanca y tersa resaltaba sobre las mantas oscuras y el pelaje del animal. - Primero tienes que sentarte bien sobre el animal – le indicó – así que la levantó por la cintura y la atrajo más hacia él, cuando ella se sentó, entre su sexo y las mantas estaba el miembro erecto de Panchito un cilindro de carne largo como el de Mario pero un poco más grueso, no tanto como el de Remigio, pero si más grueso. Marcela sentía la cabeza salir por delante de su vagina – ahora tienes que agarrar a la yegua de las crines – y él juntó el cabello de Marcela a la altura de la nuca y lo cogió todo con una mano empujándola un poco adelante lo que obligó a la chica a levantar un poco el culo. – ahora Marcelita, mira, si quieres que el animal vaya más rápido tienes que darle algunas nalgadas – y golpeo al animal por las ancas, acelerando el ritmo a un pequeño trote, esto excitaba mucho su sexo que se frotaba continuamente al miembro del muchacho, cada caída golpeaba su clítoris - ¿más rápido Marcelita?- y una nueva  palmada en las ancas del animal aceleró el trote y con él vinieron los jadeos de la muchacha. Con el movimiento el pene se frotaba a lo largo de toda la vagina, la cabeza a veces parecía que entraba, ya que presionaba a la entrada de la cavidad hinchándola y desde ahí se deslizaba hacia adelante masajeando directamente el botón. Con la tercera palmada Panchito introdujo nuevamente el dedo en el culo que se acomodó a todo el largo y ancho; ella, más excitada y pendiente de las descargas eléctricas en su sexo, ni se quejó. El segundo dedo, que le estiraba el esfínter vino junto con el orgasmo que baño copiosamente las mantas, el viento en el pelo, su semi desnudez, el campo, la yegua, el riesgo de ser sorprendidos, todo la calentaba, era excitante. Por unos minutos panchito dejó que se recupere y llene los pulmones de aire mientras le acariciaba toda la espalda. – ¿Te gustó Marcelita? – ella solo movió la cabeza afirmativamente – Ahora tú solita - .

Al levantarse para acomodarse bien, Panchito retiró rápidamente los dedos del culo y colocó su miembro que deslizó fácil la cabeza dentro de la oscura y hasta ese instante virgen cavidad; El muchacho la calmó igual como hacía con el animal, soplaba y chasqueaba la lengua mientras le acariciaba la espalda. – segundo paso, coge las crines – y al mismo tiempo que Marcela cogía las crines del animal con ambas manos, él la volvió a coger del pelo obligándola a arquear la espalda como echándose sobre la yegua pero levantando la cabeza; - bien Marcelita, eres buena alumna, y por último – Marcela se demoró, sabía lo que se le venía, tenía miedo y al mismo tiempo lo deseaba, nunca lo había hecho, pero ese momento  era único y ella se sentía como una yegua, con la falda remangada por encima de cintura, su sexo palpitante y ardiente, y ahora el culo en estado estresante, después de eso sabía que no había marcha atrás - ¿y por último? – insistió Panchito tensándola de los cabellos. Entonces Marcela se palmeo la nalga – más fuerte – corrigió el muchacho – que se escuche – aclaro; con la segunda palmada el reflejo en las piernas de la joven movió al animal. El trote algo lento obligaba que el miembro se entierre hasta la mitad y salga hasta casi la punta del glande una y otra vez con ritmo permanente. El esfínter daba muestras de una elasticidad no conocida por la muchacha, era increíble que cada cm entre y que ese simple acto la vuelva loca, en ese momento su culo era su vida. Luego de unos minutos interminables fue Panchito el que cacheteo el trasero – Arre mi yegua – y Marcela aceleró el movimiento, provocando que el palpitante cilindro de casi 20 cm entre en su totalidad. Dios nunca se había sentido tan llena, tan plena, quería que esto no acabe, uno a uno los anillos de todo el recto se habían abierto y el pene llegaba hasta el intestino; ella ya estaba sudando nuevamente, emitía sonidos guturales en un inconfundible estado de placer mientras que su domador la sujetaba de los cabellos y parecía que la jineteaba llevándola de atrás hacia adelante acompañados por el trote de la bestia. Los tres eran uno solo, llegó un momento que Marcela acompasó sus movimientos con la rítmica cabalgata del animal, quien en realidad no iba muy rápido, era ella la que galopaba a todo dar, se sentía una yegua, una potra salvaje.

A diferencia de la ida, el regreso fue largo permitiendo que los jóvenes disfruten más, en una pequeña loma antes de la casa, Panchito acelero un poco la bestia nalgueando ambas yeguas, Marcela estaba totalmente entregada y el febril miembro entraba hasta los huevos, antes de la cima él frenó en seco a la yegua obligando primero a irse con todo y penetrando, si es posible más, el ardiente culo y como reacción los dos retrocedieron acto que aprovechó Panchito para levantarla y sentarla desde arriba nuevamente hasta el fondo y vaciarse entero en lo profundo de los intestinos de la nena. Los dos temblaban, sudaban, la camiseta se les pegaba al cuerpo. Dieron algunas vueltas en círculos pequeños hasta que la respiración se acomodara, en un movimiento suave Panchito empujo a Marcela para salirse de ella, fue como si destapara un caño por la cantidad de líquido que ella no quería que salga, lo sentía como suyo. Él se bajó del caballo para hacer el último tramo a pie como habían empezado, mientras ella seguía sentada en las encharcadas mantas.

Al pasar por la casa Don Pancho seguía sentado en el cobertor con un viejo diario, sin levantar la cabeza, con el rabillo del ojo los vio pasar y levantó la ceja – justo a tiempo, tu madre está sirviendo la cena – Ellos fueron juntos hasta la caballeriza. Cuando Panchito le ayudó a bajar, le indicó – por último hay que desvestir y agradecer al animal por el servicio – Marcela se arrodilló delante de él, bajó el pantalón y mamó limpiando las últimas gotas de semen, no fue solo sexo oral ni una actividad profiláctica, fue un rito de agradecimiento. Los 300 metros hasta la casa fueron lentos, ella caminaba con dificultad y él por miedo a su padre la apuraba. La cena se realizó en silencio, solo la nena conversaba con Marcela sobre cualquier cosa, quien se movía en la silla de un cachete a otro del culo con disimulo porque le ardía, le dio miedo, pero cayó.

Por la noche los chicos se alistaron porque tenían una fiesta y pensaron llevar a Marcela – tiene permiso para venir acá no para ir a fiestas, además una jovencita como ella no va a fiestas de pueblo  –  sentencio el padre, no insistieron, además ella no tenía mucho ánimo, le dolía el culo. La madre que sufría de continuos dolores de cabeza se fue a dormir temprano; Marcela dormiría en el cuarto con la nena, aunque las imagines de la tarde venían continuamente a la cabeza, ella  quería dormir, estaba agotada, no sabía que esa noche sería larga.

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