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Emputecimiento en el campo 05

en No Consentido

Para entender bien la historia de Marcela les invito a que lean los relatos anteriores, no se van a arrepentir.

Marcela estuvo como perro faldero sentado junto a su amo lamiendo un suculento hueso, bueno mejor dicho como perra; porque ahí en medio de sus piernas arrodillada sentada sobre sus talones se dedicó con paciencia a lamer todo ese cilindro de carne, con la lengua a fuera lo lamía de abajo arriba como si fuera un helado que se derretía para luego meterse la cabeza de ese tronco en la boca, sus labios se estiraban al máximo intentando abarcar esa enorme cabeza; la baba le caía por la comisura de los labios y ella con el dorso de la mano se limpiaba y usaba la misma mano para manosear el ariete de carne de Don Pancho. Miraba fijamente ese miembro que la hipnotizaba y no la dejaba pensar en nada más, parecía desafiarla, retarla a llegar a sus límites, por momentos ella intentaba meterse todo eso hasta la garganta y se atragantaba hasta las lágrimas; Don Pancho la miraba sonriendo, sin decirle nada contemplaba el producto de su trabajo, miraba a la nena metiéndose su “azadón” hasta hincharle el cuello pero aún así no le entraba todo, ella una y otra vez volvía al ataque, cuando se daba un descanso masajeaba la pingota del viejo y le lamía los huevos. Cuando se cansaba con una mano cogía la otra o con las dos, pero era frenético el manoseo, la muchachita ya se estaba desesperando simplemente esa cosota le estaba ganando la batalla. Mientras tanto su entrepierna mojaba escandalosamente el calzón de la nena, esa humedad la excitaba aún más motivándola a su descomunal tarea.

La nena parecía a punto de estallar en llanto tanto por el placer que sentía como por la frustración de no lograr su cometido, quería demostrarle a su maco que era como esas mujeres que había visto en las películas porno en su computadora; Don Pancho no quería dejar así a la nena. Siéntate bien - le indicó, y ella cruzó las piernas como buda acercándose un poco más a su amo. Él se adelantó un poco en la silla atrajo a la nena hacia adelante colocando la boca y el cuello como un canal recto, cogió a la nena de la nuca y con la otra mano le masajeaba el cuello. ¿Quieres metértela toda? Preguntó. Ella solo movió la cabeza afirmativamente con la boca abierta y la lenguita hacia afuera, era toda una perrita. Seguro que la quieres toda dentro? Volvió a preguntar el viejo, hummjuuunnn  fue su respuesta a manera de gemido, - si la quiero toda a dentro mi amo – le corrigió Don Pancho – Si la quiero toda a dentro mi amo – a ella le entretenía y le excitaba el sentirse dominada, - soy su putita mi amo, completó.

Entonces Don Pancho empezó a bombear dentro de la boca de la nena como otras noches, solo que ahora la sujetaba más firmemente por la nuca; una dos, tres veces, la enorme tranca entraba hasta la mitad y la nena se ahogaba, hasta que luego de varios intentos presionó con la cadera y con la mano en la nuca hasta que la cabeza de ese enorme cilindro penetró hasta la garganta y de ahí todo se fue acomodando poco a poco. El con la mano en la garganta sintió como esta se ensanchaba casi hasta la mitad del cuello, espero cinco largo segundos que para la nena, con los ojos hinchados y llorosos, los labios a punto de estallar y la lengua rozando los huevos de su macho, fueron eternos; el sacó tan rápido como había entrado los pulmones de Marcela buscaron llenarse de aire, como reflejo la boca derramó enormes cantidades de baba al tiempo que la nena tosía.

El viejo no la soltó, le violó la garganta dos veces más antes de escuchar la llamada de su esposa desde la cocina convocando al almuerzo; la última vez en su garganta le avisó que tome aire y llegó a enterrársela toda al punto que la lengua le seguía lamiendo los huevos y ella se venía en chorros en sus calzones mojando hasta el entablillado que tenían por piso. Él aguantó, en ningún momento descargó su semen. Alertado por la llamada de su mujer, guardó la tranca en el pantalón, se puso de pie y le indicó que se lave la cara. Ella quedó sentada, babeando en el piso, tosiendo mocos pero con una calentura impresionante.

El almuerzo transcurrió en silencio. Marcela aún se sentía mareada al sentarse a la mesa, tuvo que cambiarse de ropa ya que los calzones los tenía todo empapados y hasta el pantalón corto se había mojado, ahora usaba un vestidito suelto con sandalias. Al final del almuerzo paró la lluvia. Recogieron los platos, limpiaron la mesa, y una hora después llegó el esperado veterinario con su hijo. Iba a controlar el embarazo de una de las vacas, “la manchadita” y a ayudar al potro bayo a cubrir a una de las yeguas jóvenes.

Marcela por supuesto no podía perderse ese momento, corrió en terreno mojado dando saltitos con las sandalias en la mano hasta el establo. El veterinario, Don Mariano, su hijo Leonardo y Don Pancho la miraban lanzándose miradas y codazos entre ellos, y es que de verdad era de lo más sensual ver como la faldita se subía coquetamente con cada saltito y como el viento insinuaba su delicada figura a través del vestido.

Leonardo estudia para veterinario como su padre y cada vez que estaba de vacaciones acompañaba a su padre a las consultas. Don Mariano era compadre por la comunión Leonardo con  Don Ignacio el padre de Marcela, aunque no eran muy asiduos ambas familias se conocían. Luego de los saludos correspondientes y los piropos del caso para la chiquilla. En el establo amarraron a la vaca por los cuernos y las patas traseras. Marcela miraba desde la baranda de madera, como no veía bien, se paró sobre la más baja de ellas logrando apoyar los codos en la de arriba, a su lado derecho Don Pancho miraba tranquilo y a la derecha de Don Pancho Leonardo dispuesto a ayudar a su padre. Cuando Don Mariano se colocó los guantes y literalmente metió mano por la concha de la vaca para palpar al ternero; Don Pancho empezó a subir la mano por las piernas de la nena quien volteó con los ojos enormes para decirle que no mientras intentaba zafar la pierna; no le hizo caso el viejo, al contrario, le dio una sonora palmada en las nalgas por encima del vestido, ella se puso roja y tensa y él acercándose un poco a ella le dijo – quieta perrita, recuerda quien es tu patrón ahora – y llevó directamente la mano al culo de la chiquilla. El masaje fue constante, primero la sobó por encima del calzón la conchita y presionaba el culo con el dedo gordo; luego, siempre con la mano izquierda le bajó el calzón hasta las rodillas cuando se dio cuenta que la nena estaba vencida y cerraba los ojos a la presión de los dedos. Cuando le metió los dedos índice y medio en la conchita húmeda la nena abrió los ojos entre asustada y complaciente; Don Mariano parecía absorto en la vaca, seguía en su faena hablando para sí mismo. Cuando el enorme dedo gordo se introdujo por su esfínter trasero sus piernas flaquearon y por un momento intentó bajarse de la baranda pero los dedos se clavaron más levantándola e impidiendo su intento de soltarse – quieta perrita – le dijo al oído Don Pancho quien continuo el mete y saca profundo en las cavidades de la nena.

Por un momento los sacó y frotó sus nalgas nuevamente, los humedeció con sus jugos y ahora dos dedos se metieron en su culito que cedía como en otras noches; ella respiraba por boca abierta y los ojos por momentos cerrados o abiertos se perdían en la imagen de Don Mariano Metiendo los brazos en la concha de la vaca; ella parecía sentirse igual penetrada desde atrás como una vaca por la mano de su dueño. Don Pancho ahora le hablaba más seguido al oído: Te gusta verdad perrita, eres mi putita, lo disfrutas, harías todo lo que te pidiera porque eres mi perrita, te gusta que te cojan, lo harías con cualquiera, harías todo lo que yo te pidiera. Mientras le decía esto y otras cosas similares Marcela movía afirmativamente la cabeza y excitada levantaba más el culo para que esos dos dedos entren más profundamente.

Bueno, ahora le toca al caballo- dijo Don Mariano. Quédate donde estas perrita, y sigue moviéndote – le ordenó Don Pancho al tiempo que se apartaba de la nena – Yo le ayudo doctor. Pero algo no encajaba, Don Pancho se apartaba pero los dedos en su trasero continuaban torturándola placenteramente, es más cuando ella volteó y vio sorprendida a Leonardo otros dos dedos se metieron por su conchita. Ahí estaba ella disfrutando y siendo disfrutada por el mismo ahijado de su padre, el muchacho callado cuyos dos hermanos menores conocían a sus amigos y amigas, esto era peligroso, su cabeza le indicaba  salir corriendo pero su conchita y culo tenían voluntad propia y parecían abrirse más, querer más carne dentro suyo, además estaban las palabras de Don Pancho en su cabeza “eres mi perrita, mi putita, harás todo lo que te pida” en eso estaba cuando el primer orgasmo la invadió haciéndole temblar las piernas y morderse el brazo sobre la baranda, si grito se va a dar cuenta Don Mariano, pensaba la nena, mientras el veterinario junto a Don Pancho ya habían amarrado a la yegua y el enorme caballo bayo excitado detrás de su yegua mostraba su enorme cilindro crecer poco a poco.

Leonardo, la bajo de la baranda y con suavidad le ensartó su juvenil miembro directo al culo, no era grueso pero si largo, parecía que nunca terminaría de entrar, ella se mordió la mano para no gritar mientras tímidamente volteaba la cabeza para susurrar - no, no, no, no, tu papá nos puede ver – él sonrió y sin decir palabra empezó a andar con ella por delante ensartada por el culo; cuando la nena vio que llegaban a la entraba del cobertizo intentó cogerse a la baranda pero desde atrás de un clavadón  en el culo Leonardo la soltó y la presentó con el vestidito levantado hasta la cintura, los calzones en la rodilla, sudor en el rostros con evidente estado de pudor, lujuria, y asombro mientras la larga tranca del joven se perdía en su orificio trasero.

Cuando Marcela miró bien, Don Mariano y Don Pancho tenían sus miembros afuera visiblemente duros. Don Pancho se acercó y le dio un profundo beso de lengua –así me gusta mi perrita, ahora vas a disfrutar como nunca, enséñanos lo que aprendiste esta mañana – y dicho esto le bajó la cabeza hasta su “Azadón” para que se la tragué. Marcela no entendía lo que le pasaba, el poder que tenía este hombre sobre ella, su mente nublada lo obedecía y su cuerpo entero disfrutaba con cada palabra acto; dicho esto, con Leonardo entrando infinitamente hasta el fondo de su culito, ella abrió la boca y engullo su amado cilindro de carne.

Cuando llegó el veterinario y su hijo serían como las 13 horas; dos horas después ella estaba de rodillas con los codos sobre el piso tragando la larga tranca de Leonardo quien descargaba directamente en su garganta su tercera corrida mientras desde arriba Don Mariano, quien había resultado tener una pinga igual de larga que la de su hijo pero más algo más gruesa, le retiraba, su ya morcillona, tranca del orificio trasero luego de vaciar por segunda vez sus huevos en la nena. Esta vez ella no se desmayó, vivió intensamente cada momento, había tenido su primer orgasmo con los dedos de Leonardo en su concha y culo, luego cuando el hijo le descargo su leche en el culo al mismo tiempo que el padre la descargaba en el fondo de su garganta, hasta agradeció a Don Pancho el haber aprendido a tragar pinga hasta el fondo, después de esa tarde ya no se atoraba. Su tercer orgasmo llegó cuando Don Pancho y Don Mariano la penetraron al mismo tiempo, su amo en el culo y el veterinario en la concha mientras Leonardo se la metía hasta los huevos por la boca, esta vez tomaron su tiempo, lo hicieron despacio y acompasado, al inicio, salían las tres pingas y las tres entraban al mismo tiempo, era Leonardo quien llevaba la batuta hasta que ella sedienta de más les rogaba que le den fuerte – soy su puta, su perra, rómpanme toda, deme duro, fuerte -  Don Pancho descargo todo en culo que chorreaba tragaba todo.

En un descanso, mientras los hombres se recuperaban sentados en el piso ella pasaba mamando y limpiando los cilindros de carne  saboreando sus jugos y los de sus machos; por casualidad terminó de cara sentada ante la tranca del potro, sin saber porque la tomó con una mano y con la otra se metía dedos ella misma, cuatro dedos llegaron a entrar en su culo y cuatro en su concha, era increíble la elasticidad de la nena, los dedos se turnaban entre ambos orificios mientras que la otra mano masajeaba la enorme tranca del animal, ella se relamía los labios. Los tres hombres no creían lo que veían. Ella volteo a mirar a su amo como pidiéndole permiso, sus ojos sin decir nada suplicaban. Chúpala, le ordenó Don Pancho y ella se puso de rodillas y empezó a besar y lamer el enorme miembro de animal, por supuesto que no entró en su boca era demasiado, pero ella lo lamía con pasión a todo lo largo que podía, abría la boca y con la boca no llegaba ni a la mitad de la circunferencia. Por atrás sintió como Don pancho la enculaba, dos tres cuatro veces, luego Don Mariano, luego Leonardo, así se turnaban entre los tres mientras sus dedos seguían en su conchita, luego de varios minutos Leonardo se arrastró entre sus piernas cara a cara con la nena y desde abajo le penetró el culo, la bombeo profundamente por un par de minutos, en eso Don pancho le susurra al oído  - eres una buena perra, disfruta putita – y el otro largo cilindro entró en el culito ya ocupado. No, no, no, me duele, me arde, se lo juro – suplicaba Marcela, dos buenas cachetadas la callaron, obedece puta, ordenó Don Pancho al tiempo que le ponía la tranca del potro en la boca.

Ambas trancas chocaban en el orificio de la nena, torpemente a veces se salían ambas o solo una pero el placer volvía cuando ambas ocupaban a la vez y estiraban el esfínter de la nena. Las lágrimas se mesclaban con los mocos y las babas, le dolía y no decía nada; Te gusta verdad puta, le decía Don Pancho mientras le sujetaba la cabeza junto a la miembro del caballo; eso eres una puta, una perra, una yegua que hasta lo hace con el caballo, si pudieras te dejarías coger por el perro, el chancho y el caballo, eres una buena puta, disfruta, no te olvides que soy tu dueño, me perteneces y harás todo lo que te diga, luego de eso, cuando Marcela empezaba a disfrutar de los dos intrusos en su trasero, los dos largos penes entraron a la vez en su conchita, nuevas lagrimas surcaron su rostro, pero esta vez ella no suplicó, siguió mamando con la boca a todo dar. ¿Te gusta perra? Preguntó Don Pancho; ella solo volteo la cara con la boca abierta y lo miro a los ojos. La tranca de su dueño llegó hasta la garganta junto con el cuarto orgasmo de la nena.

AL despedirse Don Mariano le dijo a Don Pancho “llévala mañana en la noche a lo de Federico”

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