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Un Masaje de Celebración

en Trios

Masaje de Celebración

            Escribiendo el relato del Masaje Relajante, (si es un poco de autobombo pero es que creo que es uno de mis mejores relatos), que le regalé a Natalia, me di cuenta del tiempo que llevábamos sin hacer nada parecido. Han pasado años desde aquella magnífica experiencia, nos han caído encima niños, responsabilidad y algún que otro disgusto. Nuestros cuerpos no son los de dos jovenzuelos, aunque nos esforzamos por mantenernos en forma, y yo diría que estamos muy cerca del objetivo.

            Pero me estoy desviando del tema, para variar. La verdad es que no sólo llevamos mucho tiempo sin darnos un capricho en forma de masaje, si no que nuestra variada y variopinta vida sexual se ha ido delimitando y casi desapareciendo. No es que ya no hagamos el amor, que lo hacemos, o que no follemos, que también lo hacemos, si no que las posibilidades de poder introducir a más gente en la segunda opción, la de follar, se han ido reduciendo hasta casi desaparecer. Supongo que cosa de rutinas, vástagos o vete tú a saber.

            La cuestión es que al escribir el relato pensé en sacar unas horas para nosotros y repetir, más o menos, aquella experiencia. No debería ser difícil. Si. Estoy seguro que Colón pensó lo mismo sobre la llegada a América, esto no parece complicado, es sólo cruzar un charco…  Pues igual. Cuadra horas, coloca a tus tiernos infantes, mira a ver si ese día no es uno de esos días del mes, y después de encontrar la aguja en el pajar, busca el sitio.

            Cuando hace años lo hice, no me resultó tan complicado, no había muchos sitios donde elegir. Sin embargo ahora es más complicado encontrar un sitio de masajes relajantes que de masajes eróticos, perdón tántricos, que supongo que de esta manera suenan menos ofensivos, más accesibles. Pero joder, allí vas a tener sexo, no a encontrar tu chi o tu paz espiritual. Aunque la verdad es que te quedas cerca del nirvana, de eso no hay dudas.

            Navegué ni sé los días por cientos de páginas, viendo tal multitud de chicos y chicas de catálogo que por un instante estuve tentado en dejarlo todo y únicamente reservar un hotelito y un masaje relajante, me duro poco y cómo he dicho antes tampoco era sencillo. Así que viendo hombres cachas, mujeres de bandera, otros no tan cachas y otras más bien de banderín, pasé los días. Los sitios iban desde auténticos spas de lujo con instalaciones que ya quisieran tener algunos spas, digamos, normales, a sitios que daba la pena verlos, y que no iban más allá de dos colchonetas tiradas en una habitación, con un par de velas encendidas para dar ambiente. No hay ni que decir que opté por la primera opción. El lujo. Iba a ser caro, pero vete tú a saber cuándo volvería yo a escribir un relato sobre masajes y cuando nos volvería a picar la curiosidad al respecto.

            Quizás penséis, si no habéis investigado nunca al respecto, que dentro de lo que yo había calificado como lujo, no habría muchos. Sí, eso pensé yo también. No, afortunadamente no. Bueno o desgraciadamente, no. Cierto que ya únicamente tenía que elegir entre seis locales, pero os reconozco que todo se me estaba haciendo un poco cuesta arriba. Y que tuve otro momento de duda. No de si seguir o no. Es verdad que la cosa se estaba poniendo difícil, y que elegir entre todos aquellos cuerpos era más difícil que cuando mis hijos tuvieron que hacer la carta de los Reyes con todos los catálogos de juguetes. No. Mi duda era si repetir la experiencia tal cual, es decir, un masajista para ella y una para mí, o llevar a cabo la otra opción que se me había ocurrido en su momento, y que descarté por atrevida. Luego el tiempo me ha demostrado que lo podía haber hecho, pero hace años, antes de descubrirnos el uno al otro, yo no lo sabía, ni me lo imaginaba siquiera. Dudé, lo pensé, y volví a dudar. Finalmente me decidí a variar. Habían pasado años, y estaba seguro que Natalia disfrutaría si repetíamos, pero para qué hacerlo si hay alternativas.

            Decidir qué íbamos a hacer, me ayudó también a elegir el sitio. Lo que yo necesitaba no estaba disponible en todos los lugares. Así que me quedaron un par de ellos y me decanté por uno, y confieso que lo hice lanzando una moneda al aire, me pareció una opción tan buena como otra cualquiera.

            Recuerdo cuando tuve que llamar la vez anterior, los nervios que me entraron y también recuerdo la sensual voz que me contestó al otro lado y que hizo que estos se disiparan cual hielo en un juego sexual. Esta vez fue peor. Habíamos pasado por multitud de situaciones, me he ido haciendo más sabio, que es una manera de decir más viejo, pero a pesar de todo eso, mi mano temblaba como la de un púber ante su primera teta. Esta vez la voz no fue sensual, pero la chica me ayudó en todo lo que le pedí y resolvió todas mis dudas. Le pregunté si podían prestarse para aquel juego y me dijo que desde luego no habría ningún problema y que ellos estaban allí para atender a nuestras fantasías. Muy profesional. Ya tenía el sitio. Perfecto. Ahora tocaba Natalia.

            Cuadrar una salida sin niños en nuestra actual vida es como lograr una alineación planetaria, difícil, pero de cuando en cuando sucede. Dejamos a los niños con sus abuelos y me la llevé al cine. Luego cena y a dormir. No, es broma, vaya relato erótico sería ese. Pues no os riais que esa es mi vida. Lo del cine fue verdad, pensé que sería una forma de descolocarla y hacerla pensar que era únicamente una salida más. No había cumpleaños, ni aniversarios, ni ningún tipo de evento. Estuve tentado de llevarla a ver El Francotirador, y de esa manera terminar de descuadrarla, pero pensé que un poco de sexo y sumisión, me vendría bien, así que opté por la archifamosa 50 Sombras de Grey y obtuve una de sus picaronas sonrisas. De la película me abstengo de decir nada. Digamos, que noté que había cumplido su cometido al ver cómo mi mujer frotaba disimuladamente un muslo contra el otro. Supongo que el par de apretones fugaces sobre mi dura polla, también sirvieron de señal.

            Salimos del cine, me mordisqueó el cuello y me gruñó sensualmente que nos fuésemos a casa. Cualquier otro día hubiese saltado sobre el primer taxi que hubiese pasado por allí y le hubiera dicho lo de las películas; sáltese todos los semáforos y tendrá una buena propina, pero aquel día ese no era el plan. Miré el reloj con desgana y le dije que la noche era joven y que los niños no estaban en casa, podíamos tomárnoslo con calma. Le propuse ir a tomar una copa. Me miró con cierta desilusión, pero aceptó.

            No he ido a muchos sitios de masajes, dos si contábamos ante el que estábamos, pero os prometo que Natalia tuvo en seguida claro que allí muchas copas no nos iban a dar. Luego resultó que sí, fíjate por dónde. Era un disimulado chalet céntrico por el que podías pasar una y otra vez sin llegar a pensar lo que había dentro. Y eso fue lo que nos pasó. Natalia me miró extrañada y yo sonreí sereno, mientras miraba disimuladamente el google maps. Os juro que antes de salir de casa me había aprendido de memoria la localización exacta para no hacer el ridículo que estaba haciendo. Pero allí todo me parecía igual. Me acerqué al que pensaba que era y llamé al telefonillo. La cara de mi mujer era un poema. Extrañeza, dudas, sorna y quizás un leve atisbo de comprensión se reflejaban en su rostro.

            Una suave voz me preguntó y yo respondía con nuestros nombres, recé por que no fuese un par de chalets más abajo, y suspiré aliviado cuando la puerta se abrió y nos dejó ver unas escaleras que ascendían hasta una anodina puerta. Atrás quedaba la noche y la desierta calle.

            No sé qué pensaba mi esposa de adonde íbamos, pero en cuanto entramos en el sitio, creo que sus dudas se disiparon, me apretó la mano y sonrió a la chica que nos salió a recibir. No era necesario que nadie dijese nada, ya habíamos hablado y estaba todo claro. Nos llevó a un vestuario y nos dejó dos batas. Nos comentó que aunque yo no había reservado zona de spa, esta estaba disponible, con el único pero de que había un par de chicos con sus masajistas. Miré a Natalia que se encogió de hombros, dejándome a mí la decisión. No sería la primera vez que estaba desnuda ante desconocidos, pero aquel día no era esa mi idea. Además, en nuestra habitación había un pequeño yacusi, que nos ayudaría a relajarnos antes del comienzo de la noche. Le dije a la chica que no estábamos interesados. Sonrió y nos avisó de que en un momento vendrían a por nosotros.

            Ya he dicho en alguna ocasión, que Natalia suele desnudarse con una sensualidad que no he visto en otra mujer. Pero lo de aquella vez fue sublime, su manera de dejar caer la camisa a ambos lados, deshacerse del sujetador sin terminar de desnudarse, tardar una eternidad en hacer nada más, sólo mirarme. Buff, no tengo palabras, únicamente puedo deciros que mi polla cobró vigor antes de que ella siquiera terminase de quitarse los zapatos. Fue delicioso verme a mí allí desnudo mientras ella se desvestía con parsimonia.

            El tímido golpeo de unos nudillos en la puerta nos cogió a los dos desnudos. Nos enfundamos los albornoces con rapidez y nos reímos quedadamente. Al otro lado de la puerta había dos cuerpos de catálogo, apenas cubiertos por dos albornoces idénticos a los nuestros, pero que en ellos parecían otra cosa. Mientras que los nuestros ocultaban prácticamente la totalidad de nuestro cuerpo, los suyos parecían hechos para dejar escapara cada centímetro de piel. El de ella apenas lograba contener lo que parecían dos turgentes preciosidades y terminaba justo para ver como dos enormes y largas piernas se deslizaban hasta el suelo. Él había logrado colocarse la bata de tal manera que apenas se ajustaba en su cintura, insinuando un gran bulto justo a la altura del nudo, y mostrando un perfecto y moldeado torso, que a mí me hizo morirme de envidia y a mi mujer suspirar.

Les saludamos como pudimos y les seguimos hasta una habitación que parecía sacada de una película asiática. Nos recibió una gigantesca cama rodeada por velas rojas y coronada con un cabecero enrejado sobre el que había una foto de una geisha. En las paredes de los lados gigantescos espejos hacían que todo pareciese más grande. Desde un rincón nos venía el burbujeante sonido del jacuzzi. Todo estaba muy tenue, ayudando a que los dos nos relajásemos y que por un momento casi nos olvidásemos de que íbamos acompañados. Nos llevaron hasta el jacuzzi y nos dijeron que cuando estuviésemos listos llamáramos a un timbre que había al lado de la cama. Sonreí agradecido y vi alejarse lo que parecía ser el mejor culo de mi vida. Por un momento me arrepentí de mi decisión. Pero girarme y ver cómo Natalia se sonreía, me confortó, o debería decir que me conformó.

Me di cuenta en aquel momento que mi esposa no había dicho nada desde que habíamos entrado. Y parecía dispuesta a no hacerlo. Nos metimos en la caliente y burbujeante agua y ella se dejó caer sobre mi pecho, no tan musculado como el del chico, pero tampoco para quejarse, digo yo. Le pregunté por su opinión, pero sólo ronroneó y alejó mis curiosas manos de su cuerpo. No había rechazo en aquel gesto, sólo juego, uno que logró encenderme. Habíamos pasado por situaciones similares muchas veces, y ya no nos buscábamos ansiosos, ahora nos reservábamos y disfrutábamos de los que iba a pasar. Ella suponiendo y yo sabiendo que las cosas no eran como ella se imaginaba.

No sé cuánto tiempo estuvimos en el jacuzzi, creo que no fue mucho, pero reconozco que a mí se me hizo largo. Estaba disfrutando del contacto desnudo del cuerpo de Natalia, pero estaba deseando que todo empezase. Necesitaba que todo se pusiera en marcha, ver la reacción de mi esposa a lo que iba a suceder. La besé en el cuello y la ayudé a salir del jacuzzi. Sequé su suave y terso cuerpo y la ayudé a tenderse en la cama. Fui hasta la bolsita que me habían llevado hasta la sala sin que Natalia se diese cuenta y saqué un antifaz y un par de esposas de terciopelo. Ninguna de las dos cosas eran nuevas.

Me sonrió pícaramente y rozó sus piernas entre sí. Se incorporó y dejó que le pusiese el antifaz. Fue la única vez que acarició tímidamente mi tiesa polla, fue un leve roce que me hizo estremecer, cerré los ojos y disfruté. Quizás fuese la única vez que sintiese sus manos sobre mí. La tumbé boca abajo y subí sus brazos hasta colocarlos cómodamente. Acerqué sus muñecas al cabecero y le puse las esposas, luego las enganché al cabecero. Me separé un poco y me deleité en la imagen.

  • No estoy muy en el centro. ¿Tú tienes sitio?

            La besé cariñosamente en una de las nalgas y noté su humedad desde allí. Pero no contesté a su pregunta. Coloqué todo y me acerqué al timbre, lo presioné antes de que me arrepintiese. Me senté en los cojines que había a un lado. Verlos entrar con aquel diminuto bóxer me hizo consciente de mi desnudez, y por un momento me sentí raro. Sin embargo, por raro que pueda sonar, cuando se quitaron la ropa interior, me relajé. Misterios de la vida.

            Cuando digo que me relajé, me refiero a que se disiparon todos mis miedos, porque mi pulso se aceleró. Si nunca habéis visto a vuestra pareja atada a una cama mientras dos esculturales chicos desnudo se acercan a ella sigilosos como gacelas, ya sé que lo normal es que no, hacerlo. Sé que suena raro, pero hacerlo y disfrutar del momento. No sé si tendrá que ver con la ingente cantidad de porno consumido en la adolescencia, o por mi abrumador deseo de que Natalia disfrute al máximo, pero ver como aquellos dos chicos se sentaron a los lados de mi mujer, con aquellas semiflácidas y grandes pollas colgando, me provocó un escalofrío de placer.

            Me di cuenta de que en ningún momento me habían mirado a la cara. Era como si yo no estuviese en la sala, pero sin dejar de estarlo. Una sensación rara, misteriosa. Untaron sus manos en un aceite caliente mientras Natalia esperaba ansiosa a qué algo sucediese. Desde donde estaba sentado podía oír cómo su respiración se aceleraba con la espera. Y soltó un respingo cuando notó como dos manos trabajaban suavemente sus brazos. Desconozco si por el tacto de las manos Natalia notó que eran dos chicos, pero si lo hizo, nada la delató. Por lo menos desde dónde yo me encontraba.

Bajaron por la espalda en perfecta coordinación y se deslizaron hasta los pies. Cada uno se hizo cargo de una pierna y las separaron levemente, dejando en el proceso que el sexo de Natalia se mostrase en todo su brillante esplendor. Masajearon sus pies ajenos, pero conscientes, de lo que hacía el otro. Cuando colocaron los pies de mi mujer sobre sus cada vez más rígidos miembros, brillaban del aceite que tenía. Lo que seguramente ayudaba a que cuando los pies se deslizaban sobre sus pollas, al ritmo del masaje que avanzaba por los gemelos, estos les masturbasen calculadamente. Bien, por lo menos ya había tres pollas tiesas en la sala y había dejado claro que eran dos chicos.

Le tocaba el turno a sus muslos. No sabía cuánto tiempo llevábamos, pero se me estaba haciendo cortísimo. Cogieron los pies de Natalia y lo pusieron a un lado, provocando un quedo suspiro de resignación en mi mujer y a la vez separando más sus ya impúdicamente abiertas piernas. Desde dónde estaba veía avanzar las cuatro manos por sus muslos, subían con fuerza por el interior y se deslizaban hacia fuera justo antes de tocar su húmedo coño, bajaban hasta la rodilla y volvían a repetir el camino. Si a mí se me estaba haciendo doloroso, impaciente como estaba que llegasen al premio, no me quiero ni imaginar cómo estaba mi mujer. Su respiración se aceleraba y según pasaba el tiempo, movía la cadera ansiosa de que alguien le aliviase. Como si fuese un descuido, un dedo se deslizó suavemente de abajo a arriba por su húmedo coño. Mi mujer soltó un gemido y se acompasó al ritmo de aquellos coordinados dedos, ya que cuando uno salía por arriba, otro ocupaba su lugar desde el comienzo.

Supongo que los gemidos y la acelerada respiración les hicieron ver que el orgasmo estaba acercándose. Así que abandonaron aquella exquisita tortura y se dedicaron a su espalda, primero como si de un anodino masaje descontracturante fuera, y luego deslizando sus desnudos y aceitosos pechos por la espalda. Con lo que al hacerlo sus cada vez más duras pollas acariciaban los muslos y nalgas de mi mujer, hasta rozar con aquellos henchidos capullos su ansiosa y húmeda entrada. Estaba deseando que se dejasen de cuentos y que la penetrasen de una vez. Así que cuando desataron sus muñecas y la dieron la vuelta, suspiré.

Cuando la tenían tumbada hacia arriba, volvieron a atarla al cabecero. Mientras lo hacían me di cuenta de que mi polla brillaba por el líquido pre seminal. Me había estado masturbando y ni me había dado cuenta.

  • Fernando, sigues aquí, ¿no?

¡Cómo para estar en otro lado!

  • Si cariño, estoy aquí sentado viéndolo todo.

  • ¿Sólo?

  • Sí.

Gimió.

La escena volvió a repetirse. Volvieron a colocarse a sus pies, salvo que en esta ocasión no los masajearon. Los colocaron sobre sus duros miembros y los usaron para masturbarlos. Sin excusas ni disimulos. Colocaron sus pollas en las platas de los pies de mi mujer y los movieron lentamente mientras se iban hinchando cada vez más. Natalia suspiraba de placer y se retorcía ansiosa. Y yo lo único que pensaba era en estar en el lugar de ellos. Me daban envidia. Lo sé, es mi mujer, pero esa noche no era para mí.

Dejaron que ella siguiese sola acariciando sus pollas, he de reconocer que admiro la capacidad de mi esposa para aquello, yo no creo que pudiese hacerlo estando sereno. Mucho menos, excitado, vendado y atado a un cabecero. Así que la dejaron hacer, mientras ellos acariciaban y untaban de aceite sus muslos. Sólo que esta vez no la hicieron sufrir tanto. Desconozco si era parte del masaje, o si su propia calentura les hizo acortarlo, pero cuando Natalia dejó de tocar sus pollas con los pies y abrió tentadora y exageradamente sus piernas, los dos chicos abandonaron los muslos y se centraron en masturbarla. Mientras uno acariciaba su cada vez más henchido clítoris, el otro la penetraba con sus dedos. Veía alucinado cómo se perdían en su interior varios de los dedos de uno de los masajistas. Mi esposa gemía descontrolada, pues cuando uno salía, e otro ocupaba su lugar, iban turnándose como expertos. Masturbándola con pasión y ternura. Mientras usaban la otra mano para que su polla acariciase el exterior de sus muslos. Natalia, gemía próxima al orgasmo, yo sentía que mi miembro iba a estallar de placer y me senté sobre mis manos para obligarme a no tocarme. Aquello era una delicia.

Y volvieron a hacerlo. Con la rapidez con la que habían comenzado a masturbar. Lo dejaron. Ella protestó e intentó que sus piernas terminasen lo que habían empezado. Pero no la dejaron y ella se resignó obediente. Así que volvieron a acompasar sus manos y subieron por la cintura hasta rodear sus pechos, sin casi tocarlos. Parecían divertirse. Casi como si fuesen yo, sonreían al ver morderse el labio inferior a Natalia. Finalmente, cada uno se hizo con una de sus tetas y las masajearon con parsimonia, sin prisa, retorciendo los pezones, acariciándoselas como creo que jamás nadie lo había hecho hasta aquel día. Natalia gritaba de placer. Se mojaba los labios, respiraba acelerada, sudaba. Joder, aquello era demasiado. No recuerdo haber leído nada en la descripción del masaje que incluyese que le comiesen los pezones a dos bocas. Pero así sucedió. No me malinterpretéis, no me importó en lo más mínimo, yo había llegado a un acuerdo con la chica de recepción para mucho más. Es sólo que creo que aquello también se les estaba escapando de las manos a ellos. En el momento que Natalia notó como las lenguas jugueteaban traviesamente con sus pezones me dieron ganas de sumergirme en su encharcado coño. Pero respiré varias veces y me resistí. Yupi. De gilipollas. Pero una promesa era una promesa. Aunque fuese a mí mismo.

Mientras yo me debatía conmigo mismo, ellos habían deslizado sus manos hasta el coño ansioso de mi mujer y volvían a juguetear con el. Pellizcaban y acariciaban su clítoris con las cuatro manos, y es increíble como algo tan pequeño puede dar juego a cuatro manos. Pero lo dio. Los dos abandonaron las tetas de mi mujer y cogieron sus hinchadas pollas. Yo no tenía ni idea de qué iba a pasar ahora. Y estaba expectante. Dolorosamente expectante. Abandonando el coño de mi esposa, cada uno sujetó con cariño una de sus tetas y usaron sus miembros para juguetear con sus pezones. Natalia meneaba la cabeza posesa de excitación. Y ellos se giraron hacia mí y me hicieron una pregunta sin abrir la boca. Era el momento.

Me levanté como pude de entre aquellos cojines y me acerqué a mi atada y sudorosa mujer.

  • ¿Te lo estás pasando bien?

Sonrió.

  • ¿Tú que crees?

  • Creo que sí. Pero quiero saber hasta dónde quieres llegar hoy. ¿Deseas que te follen?

Asintió con la cabeza. Rápidamente. Desesperadamente. Casi demasiado rápido. No penséis que me sentó mal, si habéis leído mis relatos creo que puedo decir sin tapujos que no soy celoso. Pero me sorprendió su avidez. Me gustó.

  • Pues díselo.

  • ¡¡¡Folladme!!!

Tampoco se lo pensó mucho.

  • ¡¡¡Folladme los tres!!!

Me reí. ¡Ojalá!. Sabía que le iba a encantar mi abstención. Pero creo que tampoco le hubiese importado tener tres pollas para ella.

  • No cariño, hoy no eres para mí. Hoy únicamente miro.

Gritó de placer. Me encanta que nos conozcamos tanto. Todavía recuerdo la cinta aquella que grabó un día que no pude ir a una de nuestras cenas con amigos, creo que la tengo desgastada.

  • Entonces, quítame la venda.

  • ¿Quieres que te desate? Las esposas ya han cumplido su función.

  • No. Me gusta que me follen atada. Pero quiero verte mientras lo hacen.

Asentí y dejé que uno de ellos le quitase la venda mientras yo me quedaba cerca de la cama. No quería perderme nada de nada. Me buscó con la mirada y sonrió al verme. Estaba entregada, rendida de placer ante aquellos dos hombres, pero con aquella tierna mirada me hizo ver que todo era para mí.

Después de aquel breve interludio, los chicos volvieron a lo suyo. Se colocaron a ambos lado de la cabeza de Natalia, con lo que me tocó ponerme a los pies, y agarraron con fuerza sus pollas, pasa pasarlas tentadoramente por las mejillas de mi esposa. Natalia sacaba la lengua, ávida de llevarse una a la boca, pero ellos la retiraban antes de que pudiera lamerlas. Abría y encogía las piernas y levantaba la cabeza para verme. En una de esas, quizás sabedora del ritmo de sus masajistas, amagó a un lado y se giró hacia el otro. Así que mientras uno se retiraba para no dejarla cogerla, el que se acercaba se encontró con la húmeda y suave boca de Natalia. La cara de sorpresa y placer del chico, mereció la pena. Mi esposa domina el arte de la felación, no digo que mejor que nadie, pero desde luego lo hace bien. Muy bien. Desconozco si en caso de que les atrapasen, la idea era dejarla o retirarla. Pero aquel tipo no era tonto. Y cómo he dicho antes, creo que para ellos hace tiempo que ya no era únicamente trabajo.

Así que dejó que Natalia chupase aquello tanto tiempo como ella quisiese y él aguantase. Mi mujer me miraba como podía mientras lo hacía. Viendo sus intenciones me situé al lado de uno de ellos para que no tuviese que dejarse el cuello. Soltó la polla de uno y se giró hacia el otro. Abrió la boca y le sonrió. Desafiante. Era un ahora si quieres sigue jugando. Él también se sonrió e introdujo su polla en la abierta y anhelante boca de mi esposa. Joder. Joder. Joder. Y yo sin siquiera tocarme.

Así estuvo un rato, mamando como loca aquellas dos preciosidades, mientras ellos alternaban sus pezones con su clítoris. Hasta que uno de ellos, el que no tenía su polla dentro de la boca, bajó hasta los pies y tumbándose en la cama introdujo su cara en el coño de mi mujer. No puedo decir que le comiera el coño, más bien se lo tragó el coño a él. Lo devoró. Y aquello fue más de lo que Natalia pudo aguantar y tuvo su primer y casi doloroso orgasmo. Gimió y se retorció como hacía mucho tiempo que no la veía. Abandonó la polla del otro chico y se dejó llevar por la juguetona lengua que martilleaba su clítoris y que jugaba con todos los pliegues de su coño.

El que estaba comiéndoselo siguió hasta notar cómo se calmaba y se incorporó. Cogió las dos piernas de mi mujer y apoyando los pies en su musculoso pecho, introdujo lentamente su polla en el caliente coño de mi esposa. Inició sus acometidas de manera pausada, dejando que Natalia le acogiese, dejando que se repusiera, que disfrutase de aquella intrusa que tenía en su coño. Y cuando la respiración de mi mujer comenzó a acelerarse, él hizo lo mismo, sacándole gemido en cada embestida. El otro masajista acariciaba sus pezones, los chupaba, jugueteaba con su clítoris con los dedos. Hasta que Natalia volvió a ofrecerle su boca. No dudó un instante y la metió dentro, acompasando su ritmo al de la follada de su compañero. Los dos sudaban a mares y no parecían estar muy lejos de su orgasmo. Se miraron y sonrieron. Malditos cabrones.

Cada uno abandonó su sitio y mientras dejaban que Natalia me mirase satisfecha y salida, pero ansiosa de más, ellos cogieron unos aros y los deslizaron hasta la base de su polla. Aquello iba a durar. Natalia me ofreció su boca y yo la sonreí y negué. Aunque me costó.

Y ellos volvieron a su sitio. Sólo que esta vez al contrario. El que antes la estaba penetrando la boca, ahora se la follaba duro, sabedor de que el anillo le ayudaría en retardar su orgasmo. El otro se dejaba chupar por mi mujer, mientras que jugaba con el resto de su expuesto cuerpo. Y yo allí viendo a mi muer atada y entregada a dos cuerpos. Y me lo estaba pasando en grande. Como ya he dicho en alguna ocasión, la vida es un misterio.

Cuando se cansaron de aquella postura, la desataron del cabecero, pero únicamente para volverla a atar, esta vez colocándola a cuatro patas. Y volvieron a cambiar de posición. Uno se sentó encima de la almohada, con lo que Natalia podía por fin chupar aquella cosa a conciencia, mientras que el otro, agarrándose a sus caderas se la introducía con ganas. La follaba rápido y Natalia ahogaba sus gemidos en la polla del otro, mientras cómo podía me lanzaba furtivas miradas. Desconocía el aguante de aquellos chicos y no sabía de cuánto tiempo más les había dado los anillos, pero no creía que pudiesen aguantar mucho más.

Se miraron y negaron con la cabeza. Creo que ellos tampoco creían que pudiesen durar mucho más. El que estaba dentro del coño de mi mujer se retiró y con un perdón para que me hiciese a un lado, sacó algo de al lado de la cama. Mientras el que tenía la boca de mi mujer ocupada, la abandonó y se tumbó debajo de ella. Penetrándola cuando llegó a la altura de su coño. El otro, el que tenía aquello en la mano, acercó su lengua al culo de mi mujer y se lo comió con ansia. Natalia tuvo su segundo orgasmo. Desconozco si por la lengua, o presagiando lo que podía pasar.

Me acerqué a ella y le pregunté con la mirada. Hacía mucho tiempo de la última doble penetración. Demasiado. Ella me miró, sonrió y asintió ansiosa. Yo les miré y asentí, también ansioso. El que le estaba comiéndoselo, untó sus dedos en el bote y los deslizó suavemente, casi con ternura, dentro del culo de mi mujer. El otro había dejado de follársela, para dejar que su compañero preparase bien a mi esposa. Este sacó un dildo largo y estrecho de algún sitio, supongo que en aquella caja había algo más que vaselina, y lo introdujo lentamente en el culo de mi mujer, que parecía recibirlo con ansia. Natalia gemía ante el avance curioso de aquel trozo de plástico. Cuando el masajista consideró que había sido suficiente, lo sacó y acercó su embadurnada polla al orificio. Lentamente la introdujo, dejando que mi mujer se acomodase.

  • ¡¡¡Joder que grande!!!

Pero lo decía sonriendo, satisfecha. Ella misma se dejaba caer, se empalaba rítmicamente, controlando como podía la penetración. Debo reconocer, que para estar atada al cabecero, lo hacía muy bien. Me di cuenta de que ninguno de los dos llevaba ya el anillo y me resigne a que todo aquello iba a acabar pronto. Para mí acabó de golpe. Cuando el segundo de ellos la penetró y acompasaron la doble penetración, yo eyaculé brutalmente sin siquiera haberme tocado. Fue un orgasmo largo y placentero. Ansiado. Natalia vio cómo me corría y me miró mientras lo hacía, disfrutándolo. Luego me sonrió y se dejó llevar por el envite cada vez más rápido de aquellas dos pollas. Gemía, suspiraba, maldecía, se lo estaba pasando en grande.

No sé cuánto tardaron aquellas dos bestias en correrse. Pero he de decir que a pesar de haber tenido mi orgasmo y de que después uno suele perder cierto ánimo, disfrute de cada segundo de placer y embestida que le estaban dando a mi mujer. Cuando Natalia tuvo su tercer orgasmo, ellos la acompañaron y se corrieron. Fue brutal. Allí atada, sudada, follada y satisfecha estaba mi esposa, la mujer de mi vida, y sobre el suelo de la habitación estaba mi corrida. Todo había salido a la perfección.

Se levantaron y la dieron un pico, mientras que a mí casi no me miraron. Supongo que por respeto, porque aunque uno hubiese ido allí a que todo aquello sucediese, acaban de follar y de disfrutar de mi mujer, que menos que estar agradecidos.

Desaté a mi esposa y dejé que se derrumbase sobre la cama. Me miraba satisfecha y orgullosa.

  • Gracias.

Miró mi de nuevo tiesa polla  me preguntó con la mirada, Ahora si quería era mía, el masaje había acabado, pero negué con la cabeza.

  • Mañana será otro día. Has estado maravillosa.

Sonrió agradecida por mi comentario, y creo que por mi sugerencia de que mañana solucionaríamos aquello. Creo que estaba demasiado destrozada para más. Cerró los ojos y la dejé descansar mientras la observaba. Mi corazón, mi alma, estaba totalmente enamorado de aquella diosa. ¿Debería decirla que había grabado todo?