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Educando a la malcriada de mi hermanastra 06

en Dominación

Os recomiendo comenzar a leer desde el primer capítulo, ya que todos los relatos de la serie son una gran historia durante el fin de semana con mi hermanastra.

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Cuando entre en el baño me miré en el espejo y tenía una cara de satisfacción que no podía con ella. Pero era normal, acababa de echar mi segundo polvo y este sí que fue un buen polvo, no la metida rápida de la primera vez en la ducha. Dándome una ducha empecé a recordar todas las locuras que pasaron en la habitación de Helena y como la niñata perdió el control, mostrando su lado vicioso que tenía oculto. La sumisión cuando le daba los azotes no me lo esperaba y me estaba poniendo la polla otra vez dura solo de recordarlo. Abrí el grifo del agua fría para relajarme y recuperar el norte. Con calma recordé la ultima mamada que me hizo y me di cuenta que no tuve casi ni que decirle que lo hiciese, más bien como si me sobornase para que no le castigase su enrojecido coñito. Podía ser que Helena descubriese que ofreciéndome sexo podría controlar los castigos, aparte de gozar como una perra. No era muy lista para los estudios, pero controlando a la gente era una experta. No podía permitir eso, sino perdería el control sobre ella. Tenerla de putita sería una pasada, pero lo que yo quería era tenerla a mis pies y castigarla bien por cómo se portó conmigo. Ya había conseguido que aprendiese lo que pasa cuando es obediente, ahora tocaba recordarle lo que pasa cuando mi perrita no hace lo que yo quiero.

Terminé de vestirme para salir de fiesta y baje al salón. Ya eran casi las nueve y media y la niñata de Helena aun no había bajado, por lo que me senté en el sofá a esperar. Al cabo de un rato apareció bajando las escaleras con un vestido amarillo muy ajustado que le quedaba espectacular. Había cumplido con creces mi orden de que se vistiese muy sexy y con unos labios pintados de rojo que ya me estaba imaginando chupando mi polla. Pero tenía que mostrar que no me iba a poder manipular con ese cuerpazo.

- ¡Coge tu móvil! – le dije muy serio levantándome del sofá. - ¿Qué hora pone?

- Las nueve y cincuenta y dos.

- ¿A qué hora te dije que estuvieses lista?

- Lo siento, me estaba poniendo guapa como querías. – me contestó acercando su boca a la mía con una vocecita de picara. - ¿Me vas a castigar?

- Veo que sigues haciendo lo que te da la gana. – le dije manteniéndome firme mientras la agarraba del brazo. – Te voy a recordar lo que pasa cuando desobedeces. – Me senté en el sofá y la coloqué sobre mis rodillas.

- No por favor, haré lo que quieras, pero no me azotes. – me suplicó cuando vio que esta vez el castigo no sería tan placentero.

Empecé a dejar caer los azotes sobre el culo de Helena que aun estaba cubierto por el corto vestido amarillo. La niñata empezó a quejarse y a intentar escaparse. La cara de Helena había pasado de traviesa con ganas de polla a rabia, ya que se había quedado sin placer y le estaba empezando a arder el culo. No hice ni caso a sus quejas que empezaron a aumentar de nivel, hasta que a mi perrita se le escapó un insulto y eso no lo podía permitir. Le subí el vestido y dejé su culito únicamente protegido por el fino tanga y las dos tiras del liguero. Reanudé los azotes sobre el culo de la niñata y esta empezó a amansar su rabia, con suplicas y promesas de no volver a hacerlo. Cuando ya tenía el culo bien rojo, la solté y la dejé caer a mis pies sobre la alfombra.

- Al final vas a salir de fiesta con el culo caliente y dame las gracias de que no nos quedemos y me pase toda la noche castigándotelo con el cinturón.

- Perdón. – me contestó sin atreverse a mirarme a la cara, mientras se frotaba el culo intentando sofocar el escozor.

- Sube al baño, ponte crema en el culo y arréglate ese maquillaje. En diez minutos te quiero aquí para llamar a un taxi y marcharnos.

Helena se levantó y se fue corriendo escaleras arriba con el vestido aun subido. Tenía la palma de la mano ardiendo y aun notaba un cosquilleo por los azotes que le di. Estaba encantado, había puesto en su sitio a mi perrita que empezaba a venirse arriba. Así es como la quería, humillada y a mis pies. A los pocos minutos volvió Helena lista para irnos, aunque aun tenía un poco rojo los ojos.

- Estate atenta al móvil, que cuando me vuelva de fiesta te vienes conmigo y espero que no llegues tarde.

- No volveré a llegar tarde. – me contestó rápidamente bajando su cara avergonzada.

- Más te vale. ¿Qué tal el culo?

- Me duele, no me voy a poder sentar para cenar. – contestó mientras se acariciaba el culo.

- Pobrecita. Bueno, así te acordaras de no desobedecer. Vamos que el taxi ya está en la puerta.

Durante el trayecto me fije que al cruzar las piernas Helena se le veía el encaje de las medias nuevas, lo que me puso a mil y aproveché para sacarle una foto. Helena se dio cuenta y se puso toda roja mientras intentaba bajarse la falda. Se me ocurrió humillarla un poco, para lo que le mandé un whatsapp: “quiero ver cómo juegas con tu entrepierna”. Helena no se podía creer lo que estaba leyendo y me decía que no con la cabeza. Le escribí otro mensaje: “si no lo haces, lo haré yo”. Helena estaba roja mirándome y haciendo gestos de suplica. Cuando me vio acercarme a ella, me dijo que vale y se colocó el abrigo sobre las piernas de tal manera que yo pudiese verla pero el taxista no. Se subió la falda dejando a la vista su tanga y el liguero a juego. Sin dejar de mirarme como esperando piedad por mi parte, empezó a acariciarse su rajita por encima del tanga. Desde nuestra casa hasta el centro de la ciudad solemos tardar menos de quince minutos en taxi, pero esta vez a Helena le estaba pareciendo un viaje larguísimo. Su cara empezó relajarse y a gozar del momento. Sus movimientos ya no eran simples caricias sino que buscaba el goce, metiendo el fino tanga dentro de su rajita. Su respiración empezó a acelerar y me mordió un dedo para disimular que necesitaba que algo le tapase la boca para que no se le escapase ningún gemido. La escena me estaba poniendo la polla muy dura. Con la mano que no tenía ocupada Helena empezó a escribir un mensaje en el que me ponía: “por favor déjame parar”. Me salió una carcajada al leer el mensaje y ver la cara toda roja de Helena. Le escribi un mensaje diciéndole que no, pero en el momento justo de que iba a dar al botón de enviar el taxi se para. Con la emoción de la situación no me había dado cuenta que ya habíamos llegado. Helena se colocó la falda y salió rápidamente, mientras yo pagaba el taxi.

- ¿Qué te gustó el viaje? – le pregunte entre risas.

- Eres un cabrón, que vergüenza, seguro que el taxista se imaginaba lo que estaba haciendo. – me dijo toda acelerada.

- Supiste controlarte muy bien. No degastes escapar ninguno de tus gemidos y eso que te encanta chillar cuando te estás poniendo cachonda.

- Por favor, no me vuelvas a hacer esto en la calle. En casa castígame todo lo que quieras, por favor. – me suplicaba mientras miraba para todos lados a ver si alguien nos podía oír.  

- Tú preocúpate por obedecerme y no de lo que piense la gente. – le conteste mientras Helena seguía bajándose la falda. - ¿Qué pasa muy corta?

- Si me muevo un poco se me ve todo el encaje de las medias, que vergüenza. Además ahora llevo las bragas mojadas y no me gusta.

- Venga no me seas cría, te queda muy sexy ese vestido. Además seguro que la gente te mirara más al escote que llevas. – le dije con una sonrisa a la vez que Helena intentaba cerrarse la chaqueta. – Y si no te gusta llevarlas mojadas, ve sin ellas.

- No por favor, sin ellas otra vez no. – Me suplicó la perrita asustada por si se lo ordenaba.

- Hoy puedes ir con ellas. – mis palabras hicieron que Helena se relajase. - Bueno marcho, recuerda estar atenta al móvil.

Pasé la noche tomando unas copas con mis amigos, pero sin dejar de pensar en cómo disfrutaría de mi perrita al llegar a casa. Con cada hora que pasaba mis ganas de escribir a Helena y decirle que nos íbamos para casa aumentaban. Helena y yo teníamos grupos de amigos distintos al ir a colegios diferentes, pero la ciudad es pequeña y la gente de nuestra edad suele ir a los mismos locales. En uno de los locales que entré a tomar unos chupitos vi a Helena al fondo con sus amigas y rápidamente mi perrita al verme se puso tensa. Decidí escribirle para que se tranquilizase, ya que no quería que hiciese una escenita saludándome o algo que estuviese fuera de lo normal, que era ignorarme siempre que me veía. “Tranquila, actúa como siempre, aquí no te mandaré nada” le escribí por el whatsapp, lo que hizo que Helena se relajase al leer el mensaje y me contestase con un gracias. Cuando se marcharon pasaron a nuestro lado y Helena me hizo un gesto con la cabeza como de costumbre, pero algunas de sus amigas se pararon a saludarnos, cosa que siempre cabreaba a Helena, ya que se creía mejor que nosotros.

Después de unas rondas de chupitos nos fuimos a una de las discotecas que estaba más de moda y en la que sabía perfectamente que me encontraría con mi perrita bailando con las amigas. Nada más entrar ya vi a Helena con su vestido amarillo bailando con su amiga Marta en la pista. Nosotros nos fuimos hacía la parte de arriba donde estaba la barra, ya que somos más de cubata en mano que de bailar. Helena parecía que también había disfrutado de los cubatas, ya que todas sus preocupaciones por que se le viese el encaje de las medias habían desaparecido. Viéndola bailar así con su amiga me la estaba poniendo muy dura y mirando el reloj que ya me marcaban las cuatro pasadas, decidí que ya era hora de irnos para casa. Le escribí un mensaje: “Nos vamos, te espero en la puerta. No tardes”. Me fijé que Helena seguía bailando y me acordé que ella siempre deja el bolso en el ropero y con ese mini vestido no tenía sitio para guardar su iphon nuevo. Ya tenía una excusa para disfrutar castigando a la niñata cuando legásemos a casa.

Al cabo de un rato de acercaron Marta y Helena a la barra donde estábamos y me acerqué a felicitar a Marta por su cumpleaños. Cuando Marta  se puso a hablar con uno de mis amigos me acerqué a mi perrita.

- Ya veo que no le haces ni caso al móvil. – la cara de Helena mostraba que mis palabras la habían hecho bajar de una nube.

- Perdón, lo deje en el bolso. ¿Me escribiste? – me pregunto imaginándose la respuesta.

- Ve a mirar. – le contesté en un tono seco mientras me terminaba la copa.

Helena se fue rápidamente al ropero para coger su bolso. Al cabo de poco me llego un mensaje de la niñata: “Perdón no lo pude leer”. Le contesté: “Te doy 5 minutos para despedirte. Te espero en la puerta. No me enfades más”. Rápidamente Helena se fue a despedir de sus amigas mientras yo iba caminando hacia la puerta del local. Cuando la vi viniendo hacia la puerta decidí ponerla un poco más tensa escribiéndole un mensaje en el que ponía: “te recuerdo q hoy no me has mandado ninguna foto. Prepárate”. Helena se quedó congelada en medio del pasillo hacia la salida al leer el mensaje y me buscó rápidamente.

- Perdón…

- No quiero oír ni una palabra de tu boquita hasta que lleguemos a casa. – le interrumpí con un tono muy serio.

- Pero…

- No empeores las cosas que ya te espera un buen castigo al llegar.

Helena bajo la cabeza y empezó a caminar delante de mí hacia la parada de taxis. Durante el viaje en taxi Helena no dejó de mirarme como un cervatillo, en busca de mi piedad. Mi silencio la estaba matando, ya que no se podía dejar de imaginar castigos que le podía tener preparados al llegar a casa. Cuando salimos del taxi Helena se apresuró en entrar en casa y se giró suplicándome.

- Lo siento, me olvidé el móvil en… - la interrumpí con una bofetada, sin pasarme en su cara.

- ¿Acaso te he dicho que hables? – Helena me miró asustada mientras le indicaba que fuese para el salón.

Me senté en el sofá y le señalé que se colocase delante de mí. Mi perita obedeció con la cabeza agachada y con los ojos un poco llorosos.

- ¿Qué ordenes tenías que cumplir hoy?

- Tenía que estar atenta al móvil… para saber cuándo nos iríamos. –me contestó entre sollozos.

- ¿Y qué más?

- Mandarte las fotos.

- Y sobre todo no hacerme esperar a que la niñata terminase de divertirse con sus amiguitas.

- Lo siento. – contestó Helena viendo que mi cabreo estaba aumentando.

- ¡Quítate el vestido!

- Si. – Helena empezó a quitarse, quedando solo con su conjunto de lencería y sus tacones de aguja.

- Tienes un cuerpazo increíble guarrilla. Me pasaría toda la noche jugando y gozando de él. – le dije muy despacio mientras me colocaba detrás de ella. – Pero como siempre la cagas y me obligas a tener que castigarte. – le dije mientras le daba un tirón en el pelo hacia atrás.

- Perdón, haré cualquier cosa que me pidas, pero no me castigues. – suplicaba la perrita.

- Estoy seguro que te encantaría que te follase en vez de castigarte. – le dije mientras metía los dedos dentro de sus bragas para tocar su rajita. – Lo que imaginaba estás toda mojada.

- No lo puedo controlar.

- Tranquila yo te enseñaré a controlar ese coñito de guarrilla que tienes. Trae las esposas y uno de tus pañuelos. - Le ordene dándole un azote en el culo que hizo que se pusiese a caminar.

Mientras Helena subía a por las cosas, fui a coger una de las anchas sillas del jardín que tenían reposa brazos y la coloqué en medio del salón. Mi perita volvió con todo lo que le pedí y se quedó mirando la silla que coloqué, intentando averiguar qué haría con ella. Le ordené que se quitase el tanga y los tacones, mientras del brazo la iba guiando hasta la silla. La senté y le abrí las piernas, colocando cada una por encima de los apoyabrazos. Le espose los tobillos a las patas de las sillas, lo que si le impedía poder cerrar las piernas. Con el pañuelo le até las manos a la base del respaldo de la pesada silla, mientras Helena me miraba con asombro, ya que no era capaz de imaginarse cómo sería el castigo.

- Bueno ya estás lista niñata. ¿Cómoda?

- Esta posición es muy incómoda y me da vergüenza estar así sin poder cerrar las piernas. – me contesto mostrándome que no era capaz de cerrarlas.

- Esa es la idea, que no puedas cerrarlas, porque créeme lo desearás. – le dije mientras empezaba a masturbarla.

Helena se revolvía en la silla con cada una de mis caricias, pero estaba bien atada. Su coño estaba mojándose muy rápido y la cara de Helena empezaba a delatarla de que lo estaba gozando.

- Bueno, ya estás lista para empezar el castigo, bien mojadita. – le dije mientras apartaba mis dedos de su coño.

- ¿Qué? – la perrita no entendía lo que estaba pasando.

- ¿Qué pensabas que el castigo iba a ser hacer que te corrieses como una loca? Estás muy equivocada. – le decía mientras me estaba sacando el cinturón.

- ¿Qué vas a hacer con el cinturón? ¡Suéltame! – intentaba soltarse mientras recordando lo que le sucedía cada vez que me sacaba el cinturón.

- Ahora que lo pienso, tenemos un juguete aun mejor para este castigo.

Empecé a caminar hacia la habitación de Helena mientras escuchaba las suplicas de mi perrita. Entré en su habitación y rápidamente encontré lo que buscaba. En cuanto me vio Helena bajando por las escaleras con el objeto de su castigo en mis manos, empezó a lloriquear.

- No, la fusta no, por favor. – me suplicaba entre lagrimas. – Prefiero el cinturón.

- ¿Cómo lo vas a preferir, si aun no sabes cómo será el castigo? – le dije entre risas que hacían que le congelase la sangre a la niñata.

- Me vas a azotar con ella.

- Muy lista. ¿Pero dónde? – le pregunté mientras acariciaba su rajita con la lengüeta de cuero de la fusta.

- ¿En mi coño? No por favor, eso me dolerá mucho. – suplicaba mientras las lagrimas hacían que se le corriese el maquillaje.

Sin previo aviso de apliqué el primer azote sobre su tierno coño, que hizo dar un chillido a Helena.

- Ya sabes que no me gusta que chilles.

- Me duele… duele mucho. – me contestó entre llantos.

- Si quieres que te duela menos, deja de chillar.

- No puedo, me duele mucho y no me puedo tapar la boca.

Sin hacer caso de sus suplicas continué azotando su coño, el cual se ponía más enrojecido con cada contacto con la lengüeta de la fusta. Helena no dejaba de suplicar y llorar, viendo como no me apiadaba de ella.

- ¡Por favor, para! Me duele mucho. ¡No me azotes más!

- Créeme perrita, acabamos de empezar. – le dije mientras le frotaba la lengüeta de cuero por su coño.

- ¿Por qué… me haces esto? ¿Por qué no se lo haces… a Rebeca? – me decía entre llantos.

- Porque Rebeca es una buena chica y no la tengo en video masturbándose como a la guarrilla de su hermana.

- No es una santa como hace creer. – la cara de Helena revelaba que había dicho algo que no debía.

- Con que Rebeca tiene sus secretos. ¿Cuéntamelos? – le ordene a la vez que le daba un azote en su dolorido coño.

- No sé nada. – me dijo apartando la mirada.

- No me mientas perrita. -  le di varios azotes seguidos, lo que hizo dar un chillido a Helena. - ¿Qué sabes?

- Si te lo cuento dejarás de castigarme.

- Los castigos seguirán, pero si me gusta lo que oigo, no te dolerán tanto. Además repartirías los castigos con tu hermanita. – le dije mientras preparaba la fusta para otro azote.

- Vale te lo contaré pero no me azotes, ya no aguato más. – me suplicó. – A Rebeca… - las dudas de contármelo aun continuaban, pero cuando me vio preparar la fusta otra vez. – a Rebeca le gustan las chicas.

- Vaya con la niña buena y tú, ¿cómo sabes eso? – dejé la fusta y le metí dos dedos en su enrojecido coño.

- No… para que me… escuece. – me suplicó cuando empecé a masturbarla.

- Cuéntamelo todo. – aceleré mis dedos jugando dentro de su coño.

- La pillé… con su amiga… Melisa.

- Sabes que me gustan los detalles. – le dije mientras continuaba masturbándola.

- Un día que se quedó… Melisa en casa… las pille en la ducha. – la masturbación estaba siendo como un suero de la verdad.

- ¿Y qué? Tu seguro que también te has duchado con alguna amiga, guarrilla.

- Rebeca… - la respiración acelerada no le dejaba hablar. – Rebeca estaba de rodillas… comiéndole el coño.

- Vaya, vaya, ¿con que con eso la chantajeas para que haga tus tareas en casa?

- ¡Sí! Ella sabe que… si se entra… nuestro padre la manda a un internado… de monjas.

- ¿Qué pasa, es muy estricto vuestro padre? – le pregunté mientras veía como Helena estaba perdiendo el control.

- Es muy… religioso… y no… no lo aceptará.

- Pues muy interesante lo que me estas contando perrita. – premié a Helena acelerando la masturbación que le estaba haciendo.

- Gracias. – me dijo entre gemidos.

- Bueno te acabas de ganar algo de placer en este castigo. Ahora te voy a hacer unas preguntas y dependiendo de tus respuestas, veremos como sigue este castigo. ¿Estás lista?

- ¿Preguntas? Si. – contestó un poco desconcertada.

- ¿Qué eres? – Helena se puso toda roja imaginando la respuesta que quería oír. – Responde rápido o te caerá otro azote en el coñito. – le dije preparando la fusta.

- Soy… soy tu… - las palabras se le trababan por la vergüenza. – tu perrita.

- Muy bien perrita, ¿y te mereces este castigo? – le pregunté mientras le metía y sacaba los dedos de su coñito.

- Ahhh, siiii. – mis dedos jugueteando en su coño hicieron que soltase un gemido.

- ¿Qué hiciste para merecértelo? – mi pregunta fue acompañada con un azote en su coñito, mientras mis dedos seguían masturbándola.

- Te… deso… desobedecí… - lo que antes eran chillidos por cada azote se habían convertido en gemidos descontrolados.

- ¿Y ya te olvidas de las fotos? – le dije dejando caer dos azotes seguidos en su mojado coño.

- Perdón… y las… – aceleré mis dedos. – Joder… y las fotos… que… no te… mandé… - Helena se revolvía de placer en la silla.

Continué masturbándola mientras le daba azotes muy seguidos en su coño que estaba ardiendo. Helena estaba a punto de correrse con que paré y empecé a soltarla de la silla. Mi perrita estaba toda caliente y tenía ganas de más. Le quité el sujetador y empecé a mordisquear sus pezones, que estaban muy duros. Con lo cachonda que estaba, la más mínima caricia era respondida con gemidos por mi perrita y yo tenía unas ganas de volver a fallármela que no me podía resistir más. Le esposé las manos a la espalda y la arrodillé delante de mí. La cara de Helena era puro vicio, ya que se imaginaba lo que le tocaba ahora. Me apoyé en la mesa mientras me quitaba los pantalones y le empuje la cabeza contra mi polla para que empezase a chupármela. Obediente empezó a chupármela, mientras yo jugueteaba con sus suaves tetas. Cada poco le empujaba la cabeza para que se la tragase entera, lo que aun le producía arcadas a la niñata.

- ¿Tienes un condón? – le pregunté soltando su cabeza para que me pudiese contestar.

- En mi habitación. –me miró sabiendo que la respuesta no me iba a gustar.

La levanté del suelo y la coloqué boca abajo en la mesa, separándole las piernas. Le di dos fuertes azotes con la mano en su culo desnudo.

- ¿Qué te dije que te pasaría si no tenías condones?

- Que me castigarías. – me dijo un poco asustada.

- Correcto niñata. Como ahora lo que me apetece es metértela y no tienes condón, te la tendré que meter por otro agujerito. – le dije mientras le acariciaba la entrada de su culito con el dedo.

- ¿Por el culo? No por favor. – empezó a suplicarme.

- Reza, que tenga uno en la cartera, porque si no te voy a desvirgarte el culito. – le dije al oído mientras le frotaba con la polla la estrecha entrada de su culito.

Me acerqué hasta mis pantalones para buscar en mi cartera, mientras Helena no dejaba de mirar, teniendo esperanza que hubiese un condón. Cuando lo saqué de la cartera la cara de Helena se relajo, viendo que hoy no le iba a romper el culo.

- Que suerte has tenido perrita. -  le dije mientras me colocaba el condón. – No lo olvides, la próxima vez que no tengas condones, te la meteré por el culo y no te gustará.

De un empujón se la metí entera lo que hizo que Helena se arquease y diese un grito. Esta vez no buscaba que ella gozase como hice esta tarde en su cuarto, lo único que quería era gozar metiéndose sin piedad. La agarré por la cadera y empecé a metérsela una y otra vez. Con cada envestida hacía que Helena se pusiese de puntillas y soltase un gemido que mezclaba placer y algo de dolor. La perrita lo estaba gozando como una loca y ya no era capaz de entenderla entre tanto gemido y el ruido de los azotes que le daba de vez en cuando. La giré y la senté en la mesa, abriéndole las piernas para volver a metérsela. Helena me besaba totalmente extasiada y me susurraba al oído que no parase, lo cual me encendía cada vez más. La agarré y la tumbé sobre la alfombra del salón. La agarre de la cintura, colocándole con el culo en pompa y empecé a follarle otra vez el coño. Estaba a punto de correrme con que aceleré mi follada, mientas mi perrita parecía que se estaba empezando a correr. Como la otra vez con su orgasmo apretó mi polla e hizo que me corriese, cayéndome extasiado sobre ella.

- Joder perrita… cada vez lo haces mejor. – le dije intentando recuperar el aire.

- Dios… me tiemblan… las piernas – dijo entre jadeos. – Suéltame… por favor.

Ya me había olvidado de las esposas. Se las quité y rápidamente mi perrita se echo las manos a su coñito.

- Pufff… me arde. Necesito una ducha.

- Normal con todo lo que te has corrido guarrilla, te encanta que te dé caña. – le dije mientras me levantaba del suelo.

- Pierdo el control y en el momento no me duele, pero ahora lo tengo todo dolorido.

- Te está bien por chivata, que solo has tardado un día en unir a tu hermana a la fiesta. – le dije burlonamente.

- ¿Qué le vas a hacer? – me pregunto Helena con remordimiento de conciencia por haberme contado el secreto de Rebeca.

- Ahora te preocupas por ella. – le dije entre risas. – Tranquila, ella no necesita que la eduquen como tú.

- ¿Y ahora? – me preguntó mi perrita.

- Ahora te vas a ir para la cama, bueno mejor date una ducha primero que te hace falta.

- Gracias. – me dijo levantándose del suelo.

- Pero mañana quiero que me despiertes a las dos. – le dije acariciándole la carita. – Quiero que vengas a mi habitación desnuda y que me despiertes con una mamada.

- Como mandes. – me dijo sumisamente.

- Y no te olvides esta vez de un condón, si no ya sabes lo que te pasará.

- No me lo olvidaré, lo prometo. – me aseguro mientras recogía su ropa del suelo.

CONTINUARÁ…