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Le hice un favor a mi cuñada

en Amor filial

LE HICE UN FAVOR A MI CUÑADA

 

 

  • ¡Así, así, qué bien lo haces, cabrón! ¡Qué cosa más grande y más dura! ¡Sigue, dame más! ¡No tengas piedad para esta puta!

  • ¡Toma, toma y toma, zorra! ¡Engañando a tu marido con tu cuñado, putón! ¡Te voy a llenar ese coño de golfa hasta que se te salga la leche! -le decía mientras la taladraba sin parar-.

 

 

No sé cómo contar esta historia. Es algo que me ha sucedido a mí personalmente y, al contrario que otro relato que he publicado en TODORELATOS, titulado "LA POCIÓN MÁGICA", ficticio, este es completamente real.

 

Me llamo Héctor, tengo 48 años y vivo en la provincia de Alicante, en la Playa de San Juan, uno de los lugares más bonitos de España. Todo comenzó hace un año, con una llamada telefónica de mi cuñada en la que me decía que necesitaba verme con urgencia a causa de un problema muy grave y que pensaba que yo era la única persona que podía ayudarle. No quiso informarme sobre el problema en cuestión; se limitó a contestar ante mi insistencia que no era un tema para hablarlo por teléfono, pero que por favor accediera a verla lo antes posible.

 

  • Me estás asustando, Elisabeth -le dije a mi cuñada, que así se llamaba-. Nos podemos ver esta misma noche en la pizzería de al lado de mi casa a la que tanto te gusta ir cuando vienes por aquí. Te invito a cenar y allí me cuentas lo que sea. ¿Te parece?

  • De acuerdo -respondió-. ¿A qué hora?

  • ¿Te va bien a las diez?

  • Por mí, perfecto -contestó-. Hasta las diez entonces.

  • Y no te preocupes, mujer. Verás como no es tan grave y todo se soluciona.

  • Espero que sí, Héctor, pero depende de ti, de lo valiente y generoso que seas y de que al final te decidas a ayudarme. Si no lo haces, esto no tiene solución.

 

Elisabeth era una mujer muy guapa, con una buena figura 95-65-95 aproximadamente y sabía vestir bien y sacar partido a sus encantos. De casi un metro ochenta de estatura, algo más baja que yo, se conservaba estupendamente a sus 45 años y podía pasar por tener incluso menos de 40. Yo siempre le decía que era mi cuñada favorita.

 

  • Como que no tienes otra . Tú estás soltero y soy la mujer de tu único hermano, así que ya me contarás -respondía siempre ella riéndose-.

 

No me imaginaba cual podía ser ese problema tan grave ni por qué Elisabeth aludía a mi generosidad. Que yo supiera, mi hermano, solo un año menor que yo, ganaba mucho dinero, ya que llevaba la representación comercial en exclusiva en España de una primera marca de un producto sin competencia en el mercado y todas las ventas en el territorio nacional se realizaban a través de él, razón por la que viajaba mucho. El volumen de negocio era tal que incluso tenía una oficina con personal que se encargaba de auxiliarle en sus múltiples tareas y de la cual Elisabeth estaba al frente.

 

Por un momento temí que estuviesen arruinados a causa del juego, las drogas o vete tú a saber qué. La verdad es que pasaron por mi mente mil pensamientos, a cual más disparatado. Estaba deseando que llegara la noche para poder hablar con mi cuñada y salir de la incertidumbre.

 

Al fin llegó la hora deseada. A las diez menos cuarto fui a la pizzería para coger una buena mesa; cinco minutos más tarde entraba Elisabeth por la puerta. Hacía unos tres meses que no la veía; desde mediados de abril. Aficionada a la playa como era, lucía una piel morena color caramelo que realzaba su belleza natural. Como de costumbre, iba bien vestida, con un elegante vestido largo, con una raja en la parte derecha que le llegaba hasta la cadera y que le permitía enseñar más o menos pierna a su antojo, según la forma en que caminara. Por la parte de arriba mostraba un generoso escote y enseñaba el canalillo y más de la mitad de sus abultados senos sin ningún pudor. Me pareció que el atuendo no era el más adecuado para una cena informal con un cuñado. Estaba realmente sexy y arrebatadora y enseguida me di cuenta de que era el centro de la atención del restaurante, y yo el hombre más envidiado.

 

  • Hola, Héctor -me saludó dándome dos besos-. ¿Qué tal estás?

  • Bien, Elisabeth -respondí sin poder evitar que se me fuera la vista a sus tetas-. ¿Y tú?

  • Bueno -contestó juntando los brazos y elevando sus tetazas como quien no quiere la cosa-, ya me ves.

 

Se sentó manteniéndolas en esa posición. Había que ser tonto para no darse cuenta de que allí pasaba algo y que lo hacía intencionadamente, sobre todo, porque además de tantos movimientos aparentemente casuales y que a cualquiera le hubiesen puesto cardiaco, la tía no llevaba sostén. Cuando una mujer casada se insinúa de esa manera, es que detrás hay una crisis de pareja.

 

Me senté enfrente intentando disimular mi turbación. Sus pechos se ofrecían a mis ojos casi al completo vistos desde arriba y yo me estaba poniendo enfermo. Hacía por lo menos un mes que no echaba un polvo y mi cuñada, que estaba buena a rabiar, me estaba haciendo pasar un mal rato. Suerte que cuando más apurado estaba, el camarero vino a tomarnos nota. Pedimos junto con la cena una botella de vino blanco que nos trajo al momento. Nada más marcharse, empecé la conversación mientras le servía una copa a mi bella acompañante y otra a mí.

 

  • Bien, Elisabeth. Tú dirás por qué estamos aquí.

  • Es un asunto delicado, Héctor y no sé por donde comenzar.

  • Lo mejor es hacerlo por el principio, ¿no? -dije yo queriendo mostrarme afable-.

  • ¡El principio dices! -respondió airada- Nos tiraríamos toda la noche y no habría acabado de contártelo todo. Será mejor hacerlo por el final.

  • Como quieras -repuse conciliador-. Empieza por el final si lo prefieres así.

  • Carlos ya no me hace caso. Se pasa el tiempo viajando y solo viene a casa los fines de semana. Hará más de tres meses que no hacemos el amor y las veces que lo hemos hecho durante el último año ha sido deprisa, mal y con ganas de acabar. Creo que ya no me quiere, que no nos queremos -corrigió-.

  • Siento oír eso, Elisabeth, pero no sé qué quieres que haga. Es un problema de pareja. Os concierne solo a vosotros.

  • No existe tal pareja ya -respondió con tristeza-. Solo queda un papel que dice que somos matrimonio, pero no hay ningún vínculo o afecto. Ni siquiera una mínima atracción sexual por lo que se ve.

 

Me costaba mucho de creer que a mi hermano le hubiese dejado de gustar una mujer como Elisabeth. Conociendo su carácter mujeriego y conquistador, me inclinaba a pensar que tenía una doble vida con otra pareja o simplemente que ya no estaba enamorado de su esposa y tenía múltiples aventuras.

 

  • ¿Y qué puedo hacer para ayudarte? -dije temiendo la respuesta-.

  • ¿Aún no lo has adivinado? Me he arreglado para ti. Me he puesto guapa para gustarte y por las miradas que me echas, sobre todo a las tetas, yo diría que lo he conseguido. Tengo una buena posición social gracias a mi marido y gozamos de un estatus socioeconómico alto. Solo me faltan dos cosas: sexo y un poquito de afecto. Es todo lo que necesito de ti. ¿Estas dispuesto a dármelo?

  • Elisabeth, sabes que te aprecio -contesté turbado-, pero me estás proponiendo nada menos que engañemos a mi propio hermano. Eso no está bien.

  • Puedo ser muy generosa -dijo susurrándome al oído mientras me acariciaba el paquete por encima del pantalón-. Y no hablo solo del dinero que estaría dispuesta a pagarte y que me consta que te vendría bien, sino a la hora de entregarme en la cama. Me encargaría de satisfacer tus más bajos instintos, de hacerte todo lo que se te antojase.

  • Eso no lo puedes saber Elisabeth -dije poniéndome serio-. ¿Y si te pidiera algo que no quisieras hacer o no te gustase?

 

Mientras hablábamos, con Elisabeth desplegando sus artes para seducirme y yo, pobre de mí, intentando resistirme lo que podía, la verga se me había puesto completamente dura y tenía una erección monumental. La muy zorra se dio cuenta, me desabrochó la bragueta y me la sacó, empezando una lenta y placentera paja por debajo de la mesa mientras me besaba sensualmente, despacio, jugando con mis labios y con la lengua, dándome un morreo húmedo que acabó de ponerme la polla como el hierro. A esas alturas, era incapaz de negarle nada a mi cuñada y por si me hubiese podido quedar alguna duda, no tuve más que echar un vistazo a su escote, que visto desde cerca me dejaba contemplar la hermosura de sus pechos, duros y firmes y uno de los cuales me había estado presionando en el costado durante todo este tiempo. Si no cortaba en seco, aunque era difícil que la gente lo notara por estar en un rincón muy discreto del restaurante, el camarero terminaría por darse cuenta.

 

  • Para, Elisabeth, que nos van a ver.

  • ¿Lo harás? -dijo poniendo fingídamente la cara de una niña inocente que pide un caramelo-. ¿Le harás este pequeño favor a tu cuñadita?

 

Como os podréis figurar no fui capaz de negarme; era de todo punto imposible con lo buena que estaba, la manera de seducirme y la ropa que llevaba. Cenamos en un santiamén, en poco menos de media hora, y no quiso ni siquiera postre cuando se lo pregunté. Se limitó a decir:

 

  • El postre que quiero me lo vas a dar en tu casa.

 

Afortunadamente, como Elisabeth vivía en Alicante, en la Playa de San Juan no la conocía nadie, por lo que en principio no había peligro de que alguien se fuera de la lengua, y Carlos hacía siglos que no aparecía por allí. Me dio la mano como si fuera mi novia y salimos de la pizzería, sin poder reprimir algún que otro beso, algo más que apasionado, y que me dejaba traslucir el hambre atrasada de sexo que traía la condenada. Nada más entrar en mi pequeño apartamento, se despojó del vestido quedándose con un minúsculo tanga por el que le asomaban algunos ricitos dorados de los pelos de su pubis.

 

  • Elisabeth, piénsatelo bien -dije quizá queriendo eludir la parte de responsabilidad que me tocaba en aquel asunto-. Aún estamos tiempo. Todavía no ha ocurrido nada.

  • Pero va a ocurrir -respondió largándome un beso de tornillo que me dejó sin respiración-. ¿Dónde está tu cuarto?

  • Ahí -contesté señalando la puerta del único dormitorio de que disponía mi pequeña vivienda-.

 

Me arrastró prácticamente hasta la habitación, se quitó el tanga y me desnudó con prisas; me tiró encima de la cama y se me echó encima besándome con pasión mientras colocaba la punta de mi verga a la entrada de su vagina. La pobre estaba muy necesitada y quería saltarse los preliminares y que la ensartara cuanto antes. La experiencia me ha demostrado que para que las chicas disfruten al máximo, lo mejor es calentarlas a tope y después retrasar el momento de la penetración hasta que ya no pueden resistir más. ¿Queréis saber cuál es ese momento? Cuando se les agota la paciencia, ya no son capaces de esperar más y actúan ellas con un furor sexual que no os podéis ni imaginar. Caliente hasta reventar ya la tenía, así que con la punta de la polla me puse a acariciarle la parte interna de los muslos, primero.

 

  • ¿Qué haces? -decía ella-. ¡Así me pones más cachonda aún! ¡Estoy supercaliente! ¡Fóllame ya!

  • Mmmmmm, es que estás muy buena -le respondía yo acariciándole las tetas y chupándole los pezones suavemente.

  • ¡Fóllame ya, Héctor! ¡Lo necesito!

 

A continuación le pasé el glande por los labios, acariciándoselos con él y después le pasé la verga por enmedio de la raja sin llegar a penetrarla.

 

  • ¡Eres un cabrón, Héctor! ¡Me estás haciendo sufrir! ¡Necesito tu polla dentro de mí! ¡Te lo suplico! ¡Métemela ya! -decía intentando clavársela mientras yo rehuía la penetración-.

 

A esas alturas yo la tenía en su máximo esplendor, con sus más de 20 centímetros de largo y unos 6 de diámetro. Elisabeth estaba a punto de nieve. Yo me moría de ganas de reventarla a pollazos, porque si hay algo que nos pone calientes a los hombres es ver a una mujer cachonda perdida suplicándote que te la tires, pero quise aguantar un poco más para intentar chantajearla y ver hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Para torturarla más todavía, empecé a masajearle el clítoris con la punta de la verga muy despacio, de manera que sintiera mucho placer y gozase, pero sin que pudiera correrse.

 

  • ¡Oh, qué bien lo haces, mamón! ¡Más deprisa, venga! ¡A qué esperas!

  • No voy a dejar que te corras hasta que no me digas qué estás dispuesta a darme, Elisabeth. ¿Qué me ofreces? -dije incrementando la velocidad de la paja que le estaba haciendo con la polla-.

  • ¡Así, más rápido! ¡Cien euros! ¡Doscientos! ¡Quinientos!

  • Quinientos está bien -concedí-.

 

Con un pequeño movimiento pélvico deslicé mi miembro dentro de su coño y empecé a bombearlo sin parar. Elisabeth se deshacía en gritos sin poder evitarlo.

 

  • ¡Así, así, qué bien lo haces, cabrón! ¡Qué cosa más grande y más dura! ¡Sigue, dame más! ¡No tengas piedad para esta puta!

  • ¡Toma, toma y toma, zorra! ¡Engañando a tu marido con tu cuñado, putón! ¡Te voy a llenar ese coño de golfa hasta que se te salga la leche! -le decía mientras la taladraba sin parar-.

  • ¡Ah ,ah, ah, Dios, qué bueno es esto! -decía-. ¡Ya no me acordaba! ¡Oooooooooohhhhhhhhh, vas a hacer que me corra! ¡No puedo más, no lo aguanto! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiií!

 

El orgasmo que había alcanzado mi cuñada era tremendo. Se retorcía como una serpiente de lo fuerte que era. Después intentó separarse y sacarse la verga de su interior porque el placer era tan grande que ya no podía más, pero entonces la sujete y la retuve aumentando el vigor y la rapidez de mis embestidas, dándole a gusto porque Elisabeth ya se había corrido y yo ya podía relajarme y correrme tranquilo.

 

  • ¡Toma, guarra! ¿No me suplicabas que te follara? ¡Pues te vas a hartar de follar!

  • ¡¡Oh, Héctor, me muero de gusto!! ¡No puedo más! ¡Córrete! ¡Lléname con tu leche!

 

Para que yo alcanzara el orgasmo lo más pronto posible, la muy puta se me puso encima y empezó a cabalgarme sin descanso, poniéndome las manos en sus tremendas tetazas y diciéndome toda clase de guarrerías para calentarme más y provocar que me corriera antes.

 

  • ¡Oh, Héctor que dura y que gorda la tienes! ¡Cuando te corras y me llenes con tu leche te la voy a chupar hasta dejarte seco! ¡Mira lo que has hecho conmigo! ¡Soy tu puta particular! ¡Te chuparé la polla y los huevos! ¡Dejaré que me des por el culo! ¡Haré lo que quieras, soy tuya, pero acaba con este tormento! ¡Hijo de puta, vas a conseguir que me corra de nuevo!

 

Ahí ya no podía más. Estaba a punto de correrme y de soltarle toda la carga que había ido acumulando desde la paja de la pizzería. Esperé un momento más, un segundo más. Noté cómo Elisabeth se convulsionaba en un brutal orgasmo, y con las contracciones de su vagina ya no pude reprimir mi corrida por más tiempo. Le solté toda la leche en su interior en varios espasmos. Ella, sintió cómo la descarga de semen invadía su chocho, aumentando su placer.

 

  • ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Así, así! ¡Más, más! ¡Eso es! ¡Así, dámelo todo! ¡Cuánto me ha costado que me llenes, cabrón, pero cuánto he disfrutado! ¡Me has llenado toda! ¡Oh, qué rico, qué bueno, qué bien me lo haces!

  • ¡Toma, puta, toma! ¡Aaaaaaahhhhhhh! -dije corriéndome-.

  • ¡Ooooooohhhhhhhh, Héctor, qué ricooooooooo!

  • Así, trágatelo todo, zorra. Vas a ser mi esclava sexual a partir de ahora -le dije continuando con el mete y saca mientras mi verga iba perdiendo ya su turgencia-.

  • Para ya, cielo -dijo dándome un morreo de campeonato-. Me has hecho muy feliz; he disfrutado mucho. Eres todo un hombretón, lo que cualquier mujer desearía, pero te quiero en exclusiva para mí. No la saques aún. Quiero sentirla dentro un poco más -dijo viendo mi intención-.

  • Está bien, Elisabeth, te la dejo un poco más ahí metida. En cuanto a lo otro, a lo de la exclusiva... ¿Va en serio?

  • Sí, te pondré en nómina como un trabajador más de la oficina. Como yo soy la gerente, Carlos no tiene por qué enterarse, pero te quiero solo para mí.

  • Me viene de perlas porque ahora estoy sin empleo.

  • Pues ya lo has encontrado -respondió riéndose-.

 

Ambos nos miramos agradecidos; ella por el polvo que le acababa de echar y yo además por haber encontrado un trabajo a los 48 años cuando ya no tenía muchas esperanzas. Un trabajo tan placentero como follarme a Elisabeth de manera continuada. Si la fogosidad que me había demostrado en esta primera vez era el preludio de lo que me esperaba en el futuro, iba a disfrutar mucho y también a trabajar mucho.

 

  • ¿Puedo quedarme a dormir contigo? -preguntó tímidamente-.

  • Por supuesto. Estaría feo negarle un favor a mi jefa -respondí sonriéndole-.

 

Y nos quedamos abrazados, sintiendo el calor de nuestros cuerpos y siendo conscientes del vínculo que entre nosotros se acababa de crear. La mutua necesidad genera lazos afectivos; el placer mutuo cuando nos entregamos con una pareja sexual, también. Cuando se dan ambas circunstancias, ese vínculo es doblemente fuerte. La historia que habíamos comenzado mi cuñada y yo tenía un futuro incierto, pero así es la vida, ¿no?

 

Espero vuestras valoraciones, comentarios y mails. Podeis realizar críticas y sugerencias a mi dirección de mail [email protected] poniendo el título del relato para identificarlo. Prometo contestar en cuanto pueda. Si queréis que escriba la segunda parte, por favor, decídmelo y lo haré lo antes posible.