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Cogiendo en la casa de la prima de Elena 2

en Grandes Series

Finalmente llegó el día y aunque no fue precisamente el mismo día del viaje de la prima de Elena, las ansias de satisfacer nuestro morbo bullían al máximo. Esperar un solo día más era imposible. Ambos hubiéramos terminado por masturbarnos y ninguno quería eso.

Pasaron tres días desde que ella había partido. Era sábado en la tarde y Elena había hecho sus deberes muy bien y ya tenía la tarde libre para “salir a pasear”. Mi trabajo consistió en tener preparada una historia por si la madre de Elena nos pedía detalles de nuestra salida. Busqué horarios en el cine que coincidieran con nuestro tiempo y también busqué buenos restaurantes a los cuales yo ya había ido para dar detalle de la atención y demás por si hacía falta dar relleno a la mentira.

Llevaba en mi mochila los utensilios necesarios y ella en su cartera los suyos. Estábamos listos como si fuésemos a pasar una tarde entera follando en un hotel, pero “nuestro” nido de amor contaba con la desventaja de cuidarnos de los gemidos excesivos. Una salvedad insignificante comparada al morbo que nos producía todo.

Nos habíamos pasado noches enteras en Facebook fantaseando con todos los polvos que nos íbamos a meter y todos los orgasmos que íbamos a disfrutar. No había condición alguna. Lo haríamos donde quisiéramos y cómo quisiéramos. La prima de Elena volvía en 2 semanas por lo tanto tendríamos más oportunidades en “nuestro” nido de amor.

Salimos de la casa de Elena a las 4pm. Aguardamos 10 minutos en los que ambos nos mirábamos, movíamos los pies con impaciencia y ojeábamos el reloj de los móviles para ver el tiempo pasar. Una tortura que nosotros mismos nos infligíamos. Finalmente regresamos cuidando que ningún vecino chismoso nos viera. Elena introdujo la llave y abrió la puerta con sumo cuidado. Por suerte, esta no chirrió y solo emitió un leve click cuando Elena la cerró. Ahí estaba finalmente por lo que tanto habíamos esperado.

Mi morbo empezó a rebalsar y apenas Elena se puso a mi lado la tomé de la cintura y la sujeté con firmeza. La sala estaba amoblada con sillas de madera marrón oscuro y forro beige, había una falsa chimenea sobre la que reposaban fotos de la familia (una de ellas de la susodicha prima sonriendo), una mesita de centro cuadrada y de vidrio y otra redonda. El piso era de mayólica que llevaba cuadraditos de tonalidad marrón. Las cortinas eran cremas y la luz penetraba fácilmente tras ellas. Una lámpara de techo en color bronce iba acompañado de un juego de pequeñas lamparitas del mismo color y cuya pantalla en la que iba el foco era de color rosa. A mí parecer algo sobrecargada la decoración.

El comedor estaba directamente conectado a la sala y solo los separaba un arco. Di unos pequeños pasos y llevé mi mano hacia el trasero de Elena apretándoselo con suavidad y ternura. Todas las paredes eran de un suave blanco humo. La gran mesa se extendía en casi toda el comedor y era rodeada por 6 sillas. Rápidamente vi facilitada mi fantasía, una que me había reservado y mantenía oculta hasta ese día. Las mesas y sillas también eran de tonalidad marrón. “¿Es que acaso no conocen otro color?”, pensé en aquel momento. Al lado izquierdo de la mesa había un aparador donde guardaban platos especiales, copas, vasos y demás utensilios. También había un pasaje que conectaba a las habitaciones y unos metros más allá, la entrada a la cocina. Tras la mesa, una cortina blanca cubría las puertas de vidrio que llevaban a un pasadizo que no podría llamarse patio, pero que era donde las mascotas dormían. Las tres lo hacían en ese momento. A la derecha de la mesa, un espejo largo y tres pequeños cuadros repartidos a cada lado con imágenes abstractas y una entrada hacia la cochera.

Todo eso era lo que mis ojos alcanzaban a ver. Ya tendría tiempo para explorar los rincones de la casa y bañarlos de los fluidos que la vagina de Elena y mi pene emanarían.

-          Finalmente, cariño. Finalmente – dijo Elena dándome un beso en la mejilla.

Sí, finalmente. Todos esos días de tortura y abstinencia se habían ido al caño en unos segundos y en unos más tendría a Elena de pie mamándomela en mitad de la sala, con el culo bien levantado, las piernas extendidas y dejando ver sus tetas moverse al compás de la mamada. Meneándomela y diciéndome lo ansiosa de verga que estaba.

La puse frente a mí, la tomé de la nuca y le estampé un beso que duró varios segundos en los que labios, lengua y manos nos servían para ir preparando nuestros cuerpos. Sabía que la conchita de Elena ya estaba palpitando y solo debía asegurarme de hacerla mojarse bien. Pero, ¿no lo estaba ya? De seguro que sí. Por mi parte sentía que mi verga no podía ponerse más dura de lo que ya estaba.

Decidí usar una jugada que Elena y yo empleábamos de vez en cuando así que la fantasía de líneas arriba quedaría para el siguiente polvo. Me quité el polo, el pantalón y las zapatillas en un abrir y cerrar de ojos. Elena se quedó hipnotizada con la rigidez de mi pene y como apuntaba hacia ella. Se mordió el labio, me miró a los ojos unos segundos y luego regresó la mirada a mi falo. Vi mover sus manos hacia él, pero no tardó en  conocer mi intención. Empezó a quitarse la blusa con casi desesperación. Cuando libero sus tetas del brasier y empezaba a quitarse el pantalón, la detuve, la besé brevemente, la volteé y la hice apoyarse en una de las sillas de madera de la sala. Le bajé el pantalón dejando su delicioso culo al aire. Suspiró de placer y sorpresa. Volteó la cabeza para mirarme sumisamente y usando su voz suplicante dijo:

-          ¿Me puedo quitar las zapatillas, mi amor?

-          ¡No! – dije con un tono de voz imperioso y le ensarté la verga sin miramientos.

-          Hum… ay, amor.

Entró sin dificultad. No estaba errado, ya iba mojada y bastante. ¡Finalmente! Finalmente estaba en casa. En el calor de su coño, en el delicioso paraíso que Elena lleva entre las piernas, en esa caverna gloriosa en la que he eyaculado y seguiré eyaculando muchísimas veces.

Sujeté sus caderas con ambas manos. Fuerte, pero no bruscamente. Empecé a cogérmela. El sonido del impacto entre mi pelvis y su redondo culo rompió el silencio de la sala. Elena jadeaba, estaba muy excitada, mordía el cojín de la silla para evitar delatar sus gemidos. Nada de lo que yo hacía era suave. Respiraba entrecortadamente, andaba muy excitado. Mi verga y su concha eran uno solo. Mi grosor y su abertura se acoplaron el uno con el otro. Sentía en cada rincón de mi polla la vagina de Elena y ella me sentía tan profundamente, casi como nunca antes nos habíamos sentido.

-          Ay, que rico… que rico. No sabes cuánto deseaba esto. Que rico habernos salteado los previos.

Elena volteaba a verme. Su cara de placer y deseo me impulsaban a seguir embistiéndola con más fuerza. Y así lo hice. Halé de su pelo y la penetré pausada, pero fuertemente. La fuerza de mi embestida empujaba su cuerpo, pero cuidaba de que no se hiciera daño. El sonido del choque de piel y piel se hizo más sonoro y en ese instante ya no me importaba si nos oían o no. Elena tenía las rodillas apoyadas en la silla, como pude y coloqué mis pies en esa misma silla logrando apoyar mi peso en los muslos y lograr un ángulo diferente en la penetración, algo que Elena y yo disfrutamos mucho.

Tenía miedo de caerme, pero la lujuria lo desaparecía. Me moví en círculos antes de volver a penetrarla.

-          Uy, que rico. Así, mi amor, así… sigue, por favor, sigue.

Elena ve estrellas cada vez que me muevo así. Vi como sus manos apretaban con fuerza el cojín y, conociendo sus expresiones, sé que estaba cerrando con fuerza sus ojos y luchando por no gritar como la follaban rico. Busqué con mi mano derecha su clítoris. Su rosado botón estaba tan expuesto y palpitante que estimularlo en círculos por un par de minutos hizo que Elena soltará un gemido fuerte olvidándose del pudor.

-          Ah, ah, ah. Mi amor, esto… esto es una delicia.

Elena había conseguido su primer orgasmo.

Volví al mete y saca. Apoyé mi mano derecha en su hombro mientras que mi mano izquierda sujetaba su seno izquierdo. Su culo botaba al compás de la follada al igual que el seno libre ya que me encargaba de apretujar el otro y jugar con su rozado pezón. Elena asentía y jadeaba. Siempre lo hace como señal de que le encanta algo. Sentía mi polla hinchándose más y en la base de mi pene el inicio del cosquilleo de la eyaculación.

Pero necesitaba prolongar eso. Quería darle un orgasmo más. Bajé de la silla y seguí con la pose inicial. Elena seguía en 4, con los pantalones por debajo de las rodillas y las zapatillas puestas. Ahora aumenté el ritmo. Si lo anterior fue una embestida, este ahora era un bombardeo.

-          Ay, mi amor, no pares. No puedo creerlo. Se viene otro… ya lo siento. Hum… ah, ah…

Elena continúo con su jadeo más y más. Hundió la cabeza en el cojín, sentí como su vagina me apretaba más y más para luego relajarse de a pocos. Elena había llegado a su nuevo orgasmo y su conchita aún seguía húmeda. A mí aún me faltaba, aunque no tanto.

Me detuve solo tres segundos. Continúe. Ver su culo, su espalda, oírla disfrutar, saber que ya había llegado me llenaban de un gran placer. Arremetía y arremetía. La vagina de Elena ya me iba a arrancar el orgasmo.

-          Vente donde quieras, mi amor, mi cuerpo es tuyo. Dámelo donde quieras.

Elena solo dice eso cuando siente que mi pene ya va a descargar semen. Amo mucho venirme dentro de ella, pero por un impulso me retiré justo a tiempo y me vine en su culito.

-          Uy, eso es nuevo. Está caliente.

Sí, en ese entonces era nuevo. No sé el porqué del impulso, pero ya iba a tener oportunidad para venirme en otras partes de Elena. Después de todo nos faltaba mucho tiempo y muchos polvos por delante en aquel día. Antes que Elena se incorporara le di una nalgada. Luego dijo:

-          Amor, ¿ahora sí me puedo quitar las zapatillas?

Queremos saber que les pareció esta segunda parte, escríbannos y les leeremos.