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Doña Elena y el Francés.

en Hetero: Infidelidad

DOÑA ELENA Y EL FRANCES.

 

Zacatecas, México, tiempo de la guerra de intervención francesa. Don Fernando un soldado muy valiente se hizo hombre de dinero por su arrojo y gallardía en las guerras que participo contra los chinacos del México independiente, por tal motivo compro tierras y además virtudes de cuanta doncella caía en sus redes.

Su 1.85 metros de altura y 80 kilos de peso, ojos azul profundo, así como un cuerpo esculpido por el trabajo castrense, le daban un plus al momento de las conquistas.

 

Doña Elena, mujer de alcurnia heredera de una de las fortunas más grandes de la región, casada con un hombre de trabajo Don Benito, quien estaba huido por un crimen que cometió.

Elena mujer de temple y cuerpo exuberante, que al estar sola soñaba con las caricias de su marido, que se escondía en una finca que tenían junto a la mina de plata de su propiedad.

-Extraño las caricias, y besos de mi marido.

Decía en las tardes de soledad, tocándose el prominente pecho que ostentaba, bajo una blanca blusa de seda cruda, la cual mostraba sin lugar a dudas una excitación que acababa con ella. 

-UUUff decía, al tocar su hinchada vulva, estas tan olvidada.  Decía tocándose.

Esas eran sus cavilaciones de la solitaria mujer, que únicamente estaba acompañada de sus pequeños hijos y una de sus mucamas.

 

Don Fernando el francés, la miraba al pasar a misa con su ayuda de cámara, así como con sus pequeños.

-Buenas las tenga y mejor las pase. Le decía el malvado conquistador.

Ella solo dejaba caer los ojos con ese aire de dejadez, como lo haría una gacela.

Pero dice un refrán popular "Tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe".

En una de esas pasadas le dice el francés.

-Si yo fuera su dueño esos piececitos no tocarían jamás la tierra.

A lo que ella contesta.

- Que bueno que no lo es, porque esa confianza yo no le he dado, no lo permiten mis buenos modales, no hemos sido presentados y me opongo a seguir ablando con usted.

- Permítame presentarme. Soy Don Fernando el Francés, que he venido desde la Francia.

- Ella contesta y yo soy Doña Elena.

De esta forma se dio inicio a una serie de encuentros fortuitos por parte del francés, que a Doña Elena no desagradaban, al contrario los buscaba ya que su calentura era más grande que el qué dirán las viejas beatas y mochas de la pequeña ciudad.

Pasaban las tardes, brindándose ese amor furtivo de enamorados y amancillando su honor a  sabiendas que están cometiendo un erro, al menos por parte de Elena que era casada.

-Tus besos me vuelven loca decía la ingrata, siento que mi alma se derrite, que se funde en cada beso que recibo de parte de tu ardiente boca.

- Elena eres mía, completamente mía.

La tomo en sus fuertes brazos, y al lecho la llevo, despajándola de sus ropas las cuales fue quitando lentamente, sin prisa dándose el gusto de ver y saborear ese escultural cuerpo de mujer madura y caliente, entregada a las caricias lesivas de su querido.

-Fernando,  me haces ser una mujer completa, siento el cuerpo arder de calentura, me sacas algo que no sabía que tenía en mi alma- decía la ingrata mancornadora.

-Eso no es todo, tengo reservado algo más para ti.

A lo cual se dio a la tarea de martirizar con besos y una gran  variedad de caricia a la entregada mujer.

Continuaron un tiempo en esa insana relación de amasiato, los dos hermanos Baena socios comerciales de Don Benito, le llevaron la noticia al marido.

-Benito no te lo queríamos decir, pero siento que no debe de ser así, le dijo el mayor de los hermanos.

El hombre tomando las riendas de su brioso cordel, lo espoleo hasta casi hacerlo reventar.

Quiso el destino que en el camino real por donde el transitaba se diera casi de boca con Fernando el Francés, a lo que tomando su rifle del 16 le descargo 4 certeros balazos que dieron buena cuenta del mancornador. Don Fernando el Francés, quedo tirado junto a la barranca, partiendo Don Benito a su pueblo natal.

Y en la puerta de su casa se procuró serenar. Tomando plantas y flores a la ventana de Doña Elena llego,

-Ábreme la puerta Elena sin ninguna desconfianza,  soy don Fernando del Francés que ha venido desde la Francia.

-De quien es esa voz decía Doña Elena, que no  la reconozco, mi amado Don Fernando se acaba de ir.

-Abre la puerta Elena soy tu marido y vengo en contra de ti. 

-Perdóname esposo mío, no lo hagas por mi hazlo por mis dos criaturas.

-Yo no te puedo perdonar, me tienes muy ofendido,  que te perdone tu madre y el francés tu querido.

-Toma criada estas criaturas si te preguntan de Elena nadas sabes.

Tomándola de la mano la saco para el jardín,  Elena entre bellas flores se debatía presagiando su final, pidiendo piedad a gritos a quien piedad no tenía.

Con los ojos inyectados de coraje tomo su rifle del 16 y de dos balazos a Elena mato.

Vestida andaba de blanco que parecía un serafín, cayendo entre las flores como si fuera a dormir.

Sirva a todos este relato para que no manchen su honor.

*basado en canción anónima