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Las delicias de Laura

en Fetichismo

El estrés en la revista podía conmigo, habían sido unos meses de un ritmo agotador y con el fin de semana como una prolongación de los días laborables. Mi extenuación se había confirmado el viernes anterior. Todos habían abandonado la redacción y yo me quedé dormido entre los papeles de mi escritorio. Al día siguiente lo único que vi al abrir los ojos fue una taza de café que se extendía hasta el brazo de mi jefe. Mi agotamiento era tal que decidió concederme tres días de descanso como forma de recompensar mis últimas horas extra. Fue generoso en el trato puesto que me correspondía mucho menos y yo sólo esperaba que Maica, la redactora jefe, no se enterase de este pequeño favor, ya que su verdadera afición siempre ha sido putearme con una enorme sonrisa en la cara. Quizás una de las formas más perversas y cínicas de ningunear a alguien, y puede que parte de sus técnicas las haya apropiado para mí. Aunque no sé por qué hablo de cinismo, yo soy exactamente como ella, la diferencia es que yo disfruto con victorias pequeñas.

Aparqué sin problemas en la casa rural, el pueblo no tendría más de cuarenta habitantes pero en realidad parecían desvanecerse con el bofetón gélido de los primeros días de diciembre. Pese a todo el hospedaje tenía red wi-fi, con lo que podría estar al tanto de todo durante esos tres días de absoluta desconexión. ¿Os había dicho que soy un cínico? Llegué a la recepción y unos ornamentales pilares y vigas de madera abrazaban la entrada mientras el calor de una lengua de fuego proveniente de la chimenea te acogía para no escapar de aquellas paredes. Una señora anciana dormitaba en una ostentosa butaca. Había leído que las posibles rutas del entorno eran muchas y variadas, pero prefería quedarme allí con una copa de licor casero en la mano y las andanadas de actualidad recibidas a través del portátil situado en mi regazo. Fue entonces, antes de que la señora despertara, cuando la vi. Dejó sus llaves en el casillero y me lanzó una mirada tan dulce que parte de mi descanso estaba completo. Sin embargo no pude dejar de admirar aquella belleza enfundada en un forro polar, unos pantalones de montaña y unas botas de senderismo. Apenas atiné a reaccionar a la vez que ella abandonaba la casa, y fue imposible perder de vista esas curvas que, a pesar de todo, la ropa ancha no podía dominar. Giré mi cabeza hasta casi desmontarme cuando abrió la puerta y, al parecer, iba a dejarme solo en la casa.

–Hasta luego –dijo sacudiendo los dedos de su mano izquierda con una gracia particular.

Cuando pude despertar a la señora y coger las llaves de mi cuarto supe que mi descanso no sería igual al que tenía previsto. En el registro del mostrador vi que se llamaba Laura y que efectivamente estábamos los dos solos en aquella casa. Tampoco parecía que hubiera más reservas en esa semana. Vi un montón de juegos de mesa en el salón. Quería echar una partida con Laura a lo que ella eligiera, esperaba que no le importara que yo pusiera las normas. Cuando llegué al cuarto el colchón me pareció tan cómodo como en realidad era. Me gustaron el cabecero y pie de la cama, parecían obra de algún herrero. En los cajones no había nada salvo un rollo de cinta aislante que había servido para reparar la mesilla. Aquella noche cenamos cada uno en una mesa y las miradas eran más frecuentes que las palabras. De hecho no nos dijimos nada hasta que con un bostezo, Laura, decidió que era tiempo de ir a dormir. En un acto de osadía le cogí de la muñeca cuando comenzó a subir las escaleras.

–¡Espera! ¿No te apetece tomar un licor y charlar un poco antes de dormir? –dije en un arrebato–.

Ella sonrió.

–Tengo mucho sueño, ha sido un día duro –respondió sin perder la sonrisa.

–¡Vamos! Seguro que mañana no te tienes que levantar para ir al trabajo y escuchar la misma monserga de siempre. Y has hecho como yo, que para desconectar de la gran urbe te vienes a una casita rural de un pueblo alejado de la mano del hombre para recobrar tu esencia y recolocar todos tus chacras, esperando que al volver esto siga formando parte de ti en el momento que despieces el despertador contra la esquina del armario de tu habitación –espeté sin esperarme la risa leve que salió de sus labios.

Al final mis ruegos surtieron efecto y nos dieron las tres de la madrugada entre risas y anécdotas. Cuando me dijo que era odontóloga en una de las clínicas más prestigiosas de Madrid sólo pude quedarme mirando su boca como si el resto de su cuerpo no existiera. Eran tantos los chupitos ingeridos que ardía en deseos de comer esa boca cuyos labios, por su carencia de cortaduras, eran ajenos al frío del exterior. Lo cierto es que nos conocíamos de unas horas y pese a que estaba ya un poco borracho me contuve como en un esfuerzo sobrehumano a la hora de posar mis labios en los suyos. Cuando quisimos, por fin, ir a dormir Laura creyó que era conveniente hacer poco ruido y me pidió ayuda para quitarle las botas. Fue entonces cuando descubrí unos gruesos calcetines negros cuyo tejido correspondiente a la parte de la planta rezaba “39-42”. Tras subir las escaleras y antes de dejarla en la puerta de su habitación por la ingenuidad latente de que pudiera perderse fruto de los efluvios etílicos mis ansias de ella no me dejaron alternativa y le di un beso furtivo en los labios. Ella no pareció sentirse incómoda aunque sí ligeramente extrañada. Entró en su cuarto y me dio las buenas noches.  Apenas pude dormir imaginando lo suculento que sería devorar a Laura empezando por esos deliciosos pies que tanto deseaba poder admirar.

Al despertarme estaba tan caliente que apenas podía pensar. Cuando bajé a desayunar vi una taza vacía en la mesa de Laura. Intuí que había ido a caminar por una nueva ruta e imaginé que no regresaría hasta media tarde. Las horas se me hicieron insoportables hasta que regresó, pero sabía que de alguna manera las iba a poder compensar. A la hora de la cena le pareció buena idea sentarnos juntos en la misma mesa. Nuestra amable y dormilona anfitriona nos había preparado unos deliciosos espaguetis con tomate y queso de cabra hecho por ella. Esta vez Laura y yo hablamos menos que la noche anterior. Cuando cruzábamos miradas nos invadía una risa tonta. La atracción estaba manifiesta y quería saber si esa noche era la señalada. Todo empezó cuando limpié con mi servilleta el tomate que se acumulaba en la comisura de sus labios. Tenía una forma de comer despreocupada y se deleitaba al sorber el último trozo de espagueti. En sus carrillos la comida se acumulaba como si la cazuela fuera a acabarse enseguida. Tengo que reconocer que eso me puso cachondo. En aquellos momentos en los que su boca estaba más llena, quise comprobar si tenía cosquillas picando sus costillas de manera traviesa. Sus intentos por contener la risa y no escupir la comida eran un espectáculo digno de ser contemplado. El licor volvió a correr por nuestras venas. Cuando subimos las escaleras no pudo rechazar mi propuesta de probar uno de mis exquisitos masajes en los pies.

Sin mediar palabra la senté de una forma algo tosca en el sofá de su habitación. Quiso tomar una ducha pero se lo impedí posando mis manos sobre sus mejillas y fundiéndome con ella en un beso que frenó su escapatoria de aquella butaca. Cuando me alejé de sus labios me propinó una mirada retadora y yo no dudé en entretenerme desatando los cordones de sus botas. Cuando por fin la despojé de sus calcetines un manjar se asomó ante mí. Eran unos pies grandes y fuertes. La piel de sus plantas distaba de ser sedosa pero tampoco era áspera. Daba la impresión de que disfrutaba caminando descalza cada vez que tenía ocasión. Lejos de haber perdido la sensibilidad sólo pudo estremecerse cuando amasé su arco con decisión. Bastó muy poco para que sus ojos se cerraran y su boca se entreabriera en una batería de gemidos contenidos. Cuando no se lo esperaba metí la lengua entre el hueco de su dedo gordo y el siguiente. Abrió los ojos exaltada durante dos segundos y le devolví la mirada. Ya no era tan retadora como la de antes. Sólo con variar la intensidad de mi lengua entre los dedos de sus pies conseguía modular la intensidad de sus espasmos. En otras ocasiones me habían frenado por las intensas cosquillas que mi lengua producía. Todavía no sabía si los pies de Laura podían desmontarla de la risa al igual que sus costillas, pero era un plato que me reservaba para otra ocasión.

-¿Confías en mí? –dije mientras su miraba daba respuesta afirmativa a la cuestión.

La cogí entre mis brazos y cargué con ella a mi habitación. Quería probar la tensión de sus brazos y piernas en perfecta sumisión con el cabecero y pies de la cama. Cuando llegamos nos quitamos la ropa. Al besarnos acariciaba mi pelo con sus dedos y yo me afanaba en bloquear sus muñecas con mis manos. Al soltarla volvía a hacer lo mismo y yo repetía el movimiento. Pensé que en algún momento ella preguntaría sobre el motivo de mis gestos. No obstante, acabó por posar los brazos sobre su cabeza. Ella era probablemente más fuerte que yo pero disimulaba para mí. Sólo deseaba que se retorciera de placer sin cuestionar cada uno de mis pasos. Cuando no pude más improvisé una venda con el oscuro tapete sobre el que reposaba la lámpara de la mesita de noche. Como no tenía suficiente cogí la cinta aislante del cajón para atar sus manos al cabecero de la cama. Le pregunté si quería continuar de ese modo. Con una leve sonrisa asintió a través de un ligero movimiento de cabeza. Vampiricé su cuello mientras los dedos de sus manos se cerraban como si de algún modo no lo pudiera soportar. Después me deslicé por la línea de su cuello con especial atención al borde bajo de sus pechos sin llegar a colonizar los pezones. Bajé por su vientre y le di una muestra de mi aliento al llegar a su vagina. Ataqué sin piedad las caras internas de los muslos. Ella no podía más y yo lo sabía. La iba a tener estallando de placer tanto tiempo como me apeteciera. Aunque era una noche para los dos yo ponía las reglas. Seguí esta vez con las plantas de sus pies y sentí una satisfacción que recorría todo mi cuerpo al notar que disfrutaba tanto como yo de mi juego favorito. Cuando creí que había tenido suficiente volví a centrarme en su vagina y con dos dedos comenzó un juego nuevo. Ella pensó que faltaba poco para terminar con toda aquella excitación y recibir la descarga más extrema de placer. Paré antes de que pudiera llegar al orgasmo. Le quité la venda y le dije que me tocaba un turno de placer.

La desaté y empezó a comerme desde el pecho hasta llegar al vientre. Una vez allí guié con mis manos su cabeza para que comenzara una felación. En ese momento me sorprendió sacudiéndose mis manos con violencia y dándome un bofetón.

–¡Odio que me hagan eso! –dijo con violencia mientras suavizaba su envite con un beso en mis labios.

Era la única concesión que iba a permitir. Ella siguió lamiendo todos mis rincones hasta que por fin me concedió una intensa mamada ya sin mis manos guiando el ritmo de su boca. Justo antes de correrme le pedí que parase. Laura se sintió un tanto incómoda, pensó que no me estaba gustando. Le dije que no era por eso. Quería terminar de un modo especial. Volví a sujetarla a la cama. Empecé con un gran beso que precedió la acometida de mis dedos en su vagina. Entonces los gemidos se hicieron tan intensos que por un momento creí posible despertar a la dueña de la casa. Sin que Laura lo esperase cogí un trozo de cinta aislante y sellé su boca. Necesitaba vengarme de esa bofetada.

–Vamos a jugar a una cosa que yo llamo “follar me da la risa”.

Entonces la penetré y los gemidos luchaban por escapar de la prisión de aquel pedazo de cinta aislante. Cuando Laura se confió aproveché que sus axilas estaban expuestas para propinarle una descarga de cosquillas. La respuesta fue inmediata. Los gemidos se cruzaban con potentes carcajadas mudas. En sus ojos podía adivinarse cierto grado de desesperación. Pese a que no me quedaba mucho para correrme ella no lo sabía. Con las cosquillas su cuerpo no paraba de retorcerse haciendo imposible mi objetivo de eyacular lo más tarde posible. Durante un minuto Laura sufrió de una forma exquisita. Cuando apenas me quedaban unos segundos para acabar arranqué la mordaza improvisada dejando libre aquella oleada de risas y aumenté la intensidad del baile que mis dedos se estaban marcando en sus axilas. Todo tipo de improperios se escaparon de su boca. Al terminar por fin la liberé de su tormento. Me gané otro bofetón más que merecido y la oportunidad de seguir concediéndole orgasmos hasta el amanecer. Disfruté tanto con ella que cuando volví a la oficina las sonrisas cínicas de Maica me parecían tan vacías como una casa rural sin Laura.