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Las cosquillas de Mariela

en Fantasías Eróticas

Hay fantasías que te devoran, cuyo solo pensamiento consigue que te estremezcas sin remedio. Para los fetichistas de pies el verano es época de martirio, el traqueteo de las chanclas deja una perspectiva de plantas delicadas que merecen ser investigadas milímetro a milímetro. Desde las más suaves a esas otras castigadas por el inclemente tiempo de julio y agosto. En mi caso a esa locura por los pies se suma la de las cosquillas. Con cada visión de esas plantas uno se puede imaginar las muecas, posturas imposibles y carcajada desprendidas del dulce dibujo de un dedo hábil a través de la línea que trazan sus arcos. Las cosquillas igualan, no importa si eres la niña de papá que duerme en el mejor hotel de Marbella o la sencilla chica que recorre el país en furgoneta y su tienda de campaña, muy pocos son capaces de escapar a esa reacción fisiológica tan divertida como perversa. Al menos conocía a pocas chicas que no las sufrieran en alguna parte de su cuerpo.

Hasta la fecha mi afición por este juego había sido espontánea, sin el ritual que supone pactar una sesión en la que una persona hace cosquillas y la otra las recibe sin posibilidad de escapar mientras las aguanta de la mejor manera posible. Entonces me decidí por contratar los servicios de una prostituta. Traté de buscar en páginas de contactos por aquellas chicas que ofreciesen la posibilidad de practicar el fetichismo de pies, si lo toleraban quizás no fuese tan difícil conseguir que estallasen en risas a través de las cosquillas en esa parte de su anatomía. Vi chicas jóvenes con pies deliciosos pero pensé que no estarían interesadas en sufrir durante un rato con mi juego. Creí que con una mujer madura y algo inexperta en el mundo de esta clase de servicios habría más posibilidades. Entonces vi a Mariela, la edad había dejado cierto poso en ella pero sus prominentes curvas invitaban al deseo, el contraste de una piel nívea con el pelo más azabache que había contemplado jamás desató mi libido. La imaginé formando una equis perfecta en una cama mientras mis dedos atormentaban sus exquisitos michelines tratando de huir completamente desnuda de esa perfecta coreografía digital con sinfonía de risas. Cuando hablé por teléfono con ella me tembló la voz.

–Hola… ¿Mariela? –dije en un acuciante estado de nerviosismo.

–Dime cariño, ¿me llamas por lo del anuncio? –respondió con una sosegada voz que me provocó ternura y excitación a partes iguales.

–Sí, ¿llevas mucho en esto?

–Unos meses, ¿buscas algún servicio en concreto? Yo hago muchas cosas, griego, francés, dominación suave si te gusta, bondage, fetichismo de pies...

–Eso es, has dado en la clave. –dije como un perro con la lengua fuera.

–¿Los pies? –preguntó con completa ingenuidad sobre lo que iba a proponer a continuación.

–Sí, los pies. ¿Qué te dejas hacer en ellos? –dije reflexionando sobre mi atrevimiento pensando que se iba a cansar del jueguecito y colgarme en cualquier momento.

–Pues lo que quieras cariño, me los puedes acariciar, masajear, besar, lamer y puedes elegir el calzado que quieras que lleve puesto, con medias o sin ellas.

–¿Y cosquillas? –dije mientras un hormigueo en el estómago se hizo cada vez más intenso.

Una leve risa se pudo escuchar al otro lado del teléfono.

–¡Ja, ja! ¿Cosquillas? Pues supongo que sí, ¿por qué no?

Con esa respuesta la erección se escapaba de mis pantalones.

–¿Pero tienes muchas? –respondí siguiendo con mi juego.

–Pues sí que tengo, que se lo digan a la que me hace la pedicura. ¿Oye estás de broma?

–En absoluto, verás me gustaría hacerte una sesión de cosquillas atada por todas las partes de tu cuerpo y con especial interés en tus pies.

Un prolongado silencio hizo temerme que colgase en ese instante y mi fantasía se fuese otra vez al rincón de las cosas que nunca se cumplen.

–Esto es nuevo, no me lo habían pedido nunca. ¿Pero durante cuánto tiempo? No creo que aguante mucho. –respondió para mi alivio.

–Una hora.

–¿Una hora? Quieres acabar conmigo querido.

–Que sea media, y después un masaje en los pies, relajado, con delicadeza y sin cosquillas para que te alivies.

–¡Ja, ja! Esto es surrealista de verdad, pero trataré de intentarlo, eso sí te va a salir caro.

–¿Dos cientos euros está bien? He visto que cobras ochenta la hora. Por las dos cosas, las cosquillas y el masaje.

–De acuerdo, cariño, ¿te viene bien el jueves a las cuatro?

–Allí estaré.

–Hasta el jueves señor cosquillero. ¡Ja, ja! –Respondió mientras mi polla se afanaba por escapar en una huida relámpago de su asilo habitual.

El jueves llegó de una forma lenta que mi imaginación aprovechó para practicar todo tipo de juegos solitarios. Contaba los minutos para tener a Mariela atada en la cama implorando por un poco de piedad mientras sus risas llenaban la habitación entre espasmos que retorcían y mostraban vulnerables todas las partes más eróticas de su cuerpo. Aunque tenía sensaciones encontradas, por un lado quería verla patalear y sufrir con mi perverso juego, pero tampoco quería pasarme y dejar mellada su resistencia durante los primeros instantes de la sesión. La hora llegó más rápido de lo que me parecía.

Cuando abrió la puerta y me vio una risa nerviosa la atacó desde lo más profundo.

–¿De qué te ríes tanto? –dije con una cínica sonrisa dibujada en los labios.

–¡Ay es que no te esperaba así! –dijo con una ternura que me ponía muy cachondo.

–¿Así cómo?

–Tan joven, si hasta pareces normal –contestó justo antes de echarse a reír por segunda vez.

–Que conste que no te voy a guardar rencor por ese comentario, pero lo vas a pagar en forma de risas dentro de nada.

–¡Pero qué malo eres¡ –dijo sonriente mientras me acariciaba un hombro de una forma muy cercana.

–Malo no, perverso.

–¿Qué más da?

–No es lo mismo, la maldad es un fin, la perversidad es solo un medio que puedes estirar hasta que te venga en gana. La maldad aparece en un instante, lo perverso está siempre presente.

–Si vas a ser poeta y todo, anda vamos para la habitación que el cronómetro ha empezado a contar. Se me va a hacer muy largo esto.

Llegamos a la habitación y me encargué en despojar sus prendas una por una hasta dejar ante mi visión es perfecto cuerpo curvilíneo que tanto me había excitado por foto. En la cama había sogas que asomaban desde las cuatro esquinas que la componían. Procedí a atarle su brazo izquierdo dejando su enorme axila al descubierto. Cuando ella esperó que hiciese lo mismo con su otro brazo traté de sujetarlo detrás de su cabeza mientras la despistaba con una mirada inocente y con la mano libre apartaba su pelo. Yo estaba sentado sobre su cintura haciendo imposible que fuera a ningún sitio. Cuando no se lo esperó introduje mi dedo índice en la axila de su brazo libre provocando una carcajada instantánea a un volumen atronador.

–¿Te lo vas a tomar en serio ahora? –dije en un tono de irónica amabilidad mientras Mariela se partía de risa intentando zafarse de mi mano que sujetaba su brazo libre.

Una concatenación de insultos que derrochaban un léxico desbordante hizo su aparición por la boca de Mariela mientras las carcajadas se lo permitieran. En ese momento paré y até el brazo que tenía suelto.

–¡Menudo cabrón estás hecho! ¡Yo no sé si voy a poder con esto! –dijo mientras yo hacía caso omiso de sus quejas hasta que por fin tuve sus dos brazos inmóviles.

–¡Cuchi, cuchi, Mariela! –dije muy serio mientras mis dedos trabajaban en ambas axilas y notaba los espasmos de su diafragma pujando por frenar esa risa inevitable.

Sin mediar palabra creí que sería un buen momento para que pagase sus palabras en mi recibimiento, con un brazo bloqueé su torso y con la mano libre atacaba de manera alterna los dos lados de su cintura. Me pareció increíble pero di con un punto más débil incluso que esas maravillosas axilas. Las risas aumentaron hasta un nivel tan alto que pensé en algún vecino que alertado por ese volumen de carcajadas llamaría a la puerta para interrumpir la diversión.

Cuando me cansé de las quejas de Mariela retiré el brazo que sujetaba su torso para taparle la boca con mi mano mientras ella seguía sufriendo el castigo en sus costillas y cintura. Supe que al no poder reír libremente lo pasaba todavía peor y no pude evitar mantener esa situación durante un par de minutos antes de ofrecerle un merecido respiro.

–¡Esto es demasiado! ¡No sé si voy a aguantar mucho más!

–No te preocupes lo estás haciendo mejor de lo que crees, no queda mucho para terminar. Tú sigue riendo y retorciéndote como hasta ahora –dije mientras secaba el sudor de su frente.

–Claro, qué fácil lo ves tú desde ahí –respondió con una sonrisa todavía dibujada por el recuerdo de las cosquillas de hacía un momento.

–¡A ver esas ingles!

Sin que tuviera tiempo de reacción hinqué los dedos de ambas manos en cada una de sus ingles mientras me aproximaba peligrosamente a su sexo. En ese momento me vino el dulce aroma de su sudor y un inminente flujo prueba de la excitación que experimentaba pese a su sufrimiento. Sus pechos enormes botaban con frenesí mientras trataba de cerrar los muslos sin suerte debido al fórceps que mis rodillas formaban para separar las suyas. Por momentos recitaba toda una batería de insultos que no hacían sino encender mi fuego. Hasta llegó a ofrecerme sexo oral a cambio de parar con una ingenuidad que llegó a sorprenderme. Mi diversión estaba con cada giro brusco de su cuerpo envuelto en una melodía infinita de carcajadas. A pesar de que mi sexo estaba a reventar debía mantener la compostura para después acabar en sus preciosos y grandes pies cuando le proporcionase aquel relajante masaje como recompensa por el sufrimiento recibido. Mariela pronto se dio cuenta de cuanto disfrutaba con ese simple juego que provocaba dinámicas imposibles en su cuerpo a la vez que el sudor emanado por el ejercicio físico realizado penetraba por mi nariz mientras ardía en deseos de eyacular en esos pies a los que me aproximaba a continuación.

Volví a darle una tregua y le repetí que faltaba poco para terminar la sesión. Por un momento jugué con ella a las cosquillas psicológicas y descubrí que eran casi tan efectivas como las que le propinaban mis uñas en los recovecos de su piel. Por última vez hundí mis dedos en sus michelines provocando en ella una danza imposible que seguro jamás imaginaba saberla bailar tan bien.

–¡Eres un cabronazo de verdad! ¿No prefieres una mamada y nos olvidamos de este asunto? –dijo con una sonrisa pícara con un ligero poso de desesperación.

–¿Estás bien? Porque ahora vienen los pies y te quiero receptiva.

–Te hago una paja con los pies si lo prefieres.

–Mariela lo estabas haciendo muy bien, no lo estropees –dije a punto de sucumbir a su oferta puesto que mi excitación no paraba de ganar su territorio.

Había traído conmigo una mochila cuyo contenido todavía no había utilizado. En su interior instrumentos de diversas texturas clamaban por una oportunidad de perfilar las risas de la pobre Mariela en un suave surco por su piel. Me senté en el suelo frente a sus plantas de los pies, miré la sandalia que le había quitado y descubrí que Mariela calzaba un 41. La tentación fue tan fuerte que no pude evitar limpiar el salado jugo de entre sus dedos con mi lengua, vi que las risas fueron sustituidas por un enorme placer traducido en suaves y cortos gemidos. De pronto vi un dildo en la mesilla y le pregunté que si tenía lubricante. Por un lado continué lamiendo su carnoso pie cuya planta no albergaba ni una sola dureza, por el otro su vagina encontró aquel consolador regulado por el movimiento de mi brazo libre. Cuando vi que estaba al borde del orgasmo saqué mi pene de los pantalones y lo froté a placer contra la planta de ambos pies. Ella estaba casi y se me ocurrió succionar su dedo gordo como si se tratase de una felación. Di en la clave puesto que no tardó en mojar las sábanas mientras emitía unos gemidos sincopados con el movimiento de su pelvis. Unos gemidos que convirtieron en un sutil quejido cuando llegó el orgasmo. Noté que quería incorporarse y decir algo. Fue cuando supe que tenía que llegar la parte final del suplicio. Cogí un cepillo para el pelo y sin ningún tipo de merced dejé expuesta y tersa la planta de su pie derecho para rascarla a placer. Como un resorte sus risas volvieron a escaparse de su boca e incluso algunas lágrimas brotaban de sus mejillas. Sabía que estaba en la frontera de sus límites, si me pasaba algo más de la cuenta arruinaría la sesión tan maravillosa que acabábamos de tener. Sin embargo la tentación de sus carcajadas me dejaba en un estado de éxtasis inenarrable. Decidí que era suficiente y corrí a besar su mejilla y soltar sus ataduras. Quise abrazarlo pero rechazó mi acercamiento. Lo volví a intentar y por fin vino a mí. No podía articular una palabra y yo era consciente del gran esfuerzo que acababa de realizar.

–¡Lo has hecho muy bien¡ ¡Gracias, de verdad!

–¡Madre mía! ¡Ha sido todo muy intenso! ¡No sabía si podría resistirlo¡ ¡En el fondo tengo ganas de soltarte una hostia!

–Es normal, has aguantado mucho pero lo has hecho realmente bien. Es muy difícil encontrar a una mujer que resista una experiencia capaz de probar los límites de cualquiera como esta.

–Bueno creo que me debes un masaje.

–¡Eso está hecho!

Nos quedamos todavía un rato abrazados. Mariela hizo que la experiencia fuese completamente diferente a cómo la había imaginado. Al final ella cobraría sus honorarios y todo terminaría devolviendo mis fantasías a ese lugar recóndito de la imaginación. Pero no es fácil, Mariela te atrapa y el deseo te devora hasta tal punto que el control se evapora y estás a su merced.