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El plan (2)

en Hetero: Infidelidad

  • No me puedo creer que estéis tan viciados a ese juego. - fue lo primero que soltó Manuel al entrar a buscarme en el cuarto de su hermana.

Los martes y los jueves, Manuel y yo teníamos el entrenamiento con el equipo a las 20:00 de la tarde. Ambos días yo salía de clase a las 17:00, pero mi amigo tenía una optativa de 17:00 a 19:00, por lo que esas dos horas yo me quedaba en su casa esperándolo para después ir juntos a entrenar, pues la mía estaba en las afueras de la ciudad y no me compensaba ir y volver.

La versión oficial era que, durante todo ese tiempo, yo me dedicaba o bien a utilizar su ordenador para hacer trabajos o para mi disfrute personal, o bien a jugar con su hermana a un videojuego de la Wii, consola que estaba convenientemente situada en el cuarto de ella, del que ambos éramos fans.

La realidad era, como ya sabéis, que al juego al que realmente estábamos enganchados se jugaba con el joystick de entre mis piernas, y que la Wii la encendíamos 10 minutos antes de que llegara Manu para disimular.

Puede que parezca raro que no sospechara nada, pero yo ya me había encargado de evitarlo comentándole alguna que otra vez que para que una mujer me atrajese necesitaba tener un buen par de tetas, lo que descartaba a la plana de su hermana. No es que fuera mentira, por lo general me gustaban las chicas con bastante pecho, pero una niña tan morbosa como Silvia bien valía hacer una excepción.

  • Bueno, es que el juego es mucho más divertido con dos personas, y ya que tú nunca quieres jugar conmigo tengo que aprovechar la buena compañía... - se excusó la hermana de mi amigo con una sonrisilla que aparentaba inocencia y escondía todo lo contrario. Hasta me pareció que dijo la frase como si estuviera hablando del sexo, salvo por la parte en la que se quejaba de que Manu no jugaba con ella.

  • Lo que digas. - zanjó él, que seguía sin verle el encanto al videojuego. - Bueno, tío, ¿vamos tirando?

Unos minutos más tarde nos encontrábamos en el coche del padre de Manu, de camino al entrenamiento. Hacía un par de semanas que yo me había sacado el carnet de conducir y, aunque no tenía coche, le sacaba partido llevándonos a mi amigo y a mí hasta el campo donde entrenábamos y de vuelta a su casa, evitándonos tener que depender del autobús.

Durante aquel viaje, no pude quitarme de la cabeza la propuesta de Silvia, y estuve dándole vueltas y dudando si sacar a colación el tema de la novia de Manu para tantear el terreno. Finalmente, fue a la vuelta cuando me atreví.

  • ¿Qué tal con Carol? - pregunté, sin apartar la mirada de la carretera.

  • Bueno, bastante bien. Sin más.

  • ¿Sin más? - me extrañé. - Llevais saliendo menos de un mes, es demasiado pronto como para que estéis “sin más”.

  • Pues no sé qué decirte, tampoco hay mucho que contar. Nos queremos, estamos bien. - se limitó a decir.

  • Joder, tío, qué entusiasmo. - ironicé. - Yo en tu lugar estaría hablando maravillas de ella. Si os va tan bien como dices, claro...

El silencio fue todo lo que obtuve por respuesta. Creí intuir por donde podía venir el problema, así que me aventuré a profundizar en ello.

  • ¿Y en la cama qué tal?

  • ¿En la cama? - parecía que la pregunta le había pillado desprevenido.

  • Sí, coño, el sexo. Como comprenderás vuestros hábitos de sueño me dan un poco igual.

  • Ah, pues... - titubeó.

  • ¿Pues? - insistí.

  • Lo cierto es que aún no hemos hecho nada. - confesó finalmente.

  • ¿QUÉ? - me sobresalté, y agradecí que en ese momento estuviéramos parados en un semáforo porque de la sorpresa casi suelto el volante.

  • Pues eso... - dijo cabizbajo.

  • ¿Pero nada de nada? - quise saber, incrédulo.

  • Bueno, meternos mano y por ahí sí.

  • ¿Pajas?

  • No... Solo tocarnos un poco.

  • Pero qué pasa, ¿es una estrecha o qué? - seguí sin comprender. - No tiene pinta, la verdad.

  • No, el problema soy yo. - reconoció. - No me atrevo a...

  • ¿A qué?

  • A enseñársela.

  • ¿Enseñársela?

  • Mi polla.

  • ¿Qué? No jodas... - por fin lo entendí. - No me digas que sigas preocupado con lo de tenerla pequeña.

Su silenció fue más elocuente que cualquier palabra de confirmación.

  • Pero tío, ¿cómo te sigues dando mal con eso? - pregunté. - Además, si fueras virgen aún entendería que tuvieras esas inquietudes, pero ya te has acostado con dos tías, ¿no?

  • Sí... aunque ya sabes que ninguna de las dos veces acabó muy bien.

Era cierto. Manu nunca había querido contarme los detalles, hecho que no hacía sino incrementar la sensación de que las dos experiencias sexuales de mi amigo habían sido bastante horribles.

Por un momento intenté mostrar comprensión y decir algunas palabras de aliento, pero finalmente me callé, pues no quería ser tan hipócrita. Hipócrita porque, en el fondo, esta nueva información no había hecho sino alimentar mi emoción. Tener a una novia como Carol y no darle “lo suyo” era un error imperdonable, que yo me encargaría de castigar. Esa noche llegué a mi casa más convencido que nunca de que, más pronto que tarde, la novia de mi amigo acabaría entre mis piernas.

Continuará... (Lamento el retraso en publicar. Este segundo capítulo es puramente de transición [no hay escenas de sexo], por lo que decidí escribir el tercero y publicar los dos juntos, pues entiendo que este por sí solo puede parecer poca cosa.)

Era cierto. Manu nunca había querido contarme los detalles, hecho que no hacía sino incrementar la sensación de que las dos experiencias sexuales de mi amigo habían sido bastante horribles.

Por un momento intenté mostrar comprensión y decir algunas palabras de aliento, pero finalmente me callé, pues no quería ser tan hipócrita. Hipócrita porque, en el fondo, esta nueva información no había hecho sino alimentar mi emoción. Tener a una novia como Carol y no darle “lo suyo” era un error imperdonable, que yo me encargaría de castigar. Esa noche llegué a mi casa más convencido