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Amor y sexo (1 de 2: PABLO)

en Hetero: Infidelidad

Vivir con Mónica se sentía como una estancia a ratos en el paraíso y en el infierno. A sus 21 años, era una chica preciosa, con su cara redondeada, sus grandes ojos azules y su media melena rubia. Por debajo del cuello, la cosa no hacía sino mejorar: sus delicados cuello y hombros pronto daban paso a un pecho compuesto por dos esferas del tamaño perfecto, que se erguían por encima de un vientre completamente plano. Su delgada cintura hacía resaltar por debajo sus pronunciadas caderas, y sus largas piernas remataban en su parte superior en dos nalgas que conformaban un trasero pequeño y respingón. Lo mejor (¿o lo peor?) era que la joven era consciente del cuerpo que poseía, y le gustaba exhibirlo por la casa paseándose con nada más que una camiseta y unas braguitas ajustadas. Mónica era, además, la mejor amiga de la otra persona con la que compartíamos nuestro piso de universitarios: mi novia.

Alba, mi chica, era guapa, morena y tenía un cuerpo que, pese a ser mucho menos estilizado que el de su amiga, llamaba la atención por su poderoso par de tetas, más grandes que las de Mónica aunque no tan bien puestas. Para ser sinceros, lo cierto es que, en lo que a físico se refiere, la delantera era lo único en lo que podía competir con la rubia, y aún así me daba la sensación de que salía perdiendo. Llevábamos juntos desde los 18, cuando ambos nos mudamos a la ciudad para comenzar nuestras respectivas carreras (yo en la Facultad de Derecho y ella en la Escuela de Arte Dramático) y ahora, por fin, podíamos vivir juntos. Con lo que yo no contaba era con la necesidad de una tercera persona que nos aliviara un poco los gastos del alquiler, y jamás esperé una compañera de piso que pudiera afectarme tanto.

Desde que empecé a salir con Alba, de la que me sentía muy enamorado, no había tenido ojos para otras mujeres, y siempre lo achaqué a mis sentimientos por ella y a nuestra satisfactoria actividad sexual. Todo eso cambió cuando mis ojos se posaron por primera vez sobre Mónica. A partir de ese momento, ella se llevaba más miradas por mi parte que su amiga, pasó a protagonizar mis pajas (cuyo número también se multiplicó, pues prácticamente las había abandonado cuando empecé a acostarme con Alba) e incluso, a veces, me sorprendía cerrando los ojos cuando mi novia me la chupaba e imaginando que eran los labios de Mónica los que hacían el trabajo. Solo tardé una semana en admitirme a mí mismo que la rubia me gustaba más que mi pareja, pero traté de convencerme de que mi amor por Alba era demasiado fuerte como para que eso significara nada. Y así era, al menos hasta que Mónica empezó a ponerme a prueba...

La primera vez fue un lunes a la hora de comer, cuando ya llevábamos más de un mes conviviendo. Las dos chicas, amigas desde niñas, estaban tan unidas que incluso ambas compartían vocación, y ahora eran compañeras en la Escuela de Arte Dramático. Aquel día que mi vida empezó a tambalearse, mientras yo, que llegaba a casa antes que ellas ese día de la semana, preparaba la comida para los tres, me vi sorprendido por unos gritos de alegría que venían desde el pasillo del portal.

  • ¡ME LO HAN DADO, ME LO HAN DADO! - reconocí la voz de Mónica.

Instantes después, la puerta del piso era abierta por la llave de mi novia, y su amiga salía disparada en dirección hacía mí (en la cocina, fuera de la vista desde la entrada), abalanzándose sobre mi desprevenida persona en el preciso momento en que yo me daba la vuelta para recibirla, rodeándome el cuello con los brazos y la cintura con las piernas, aplastando en el proceso su pecho contra el mío. Yo, instintivamente y sin darme cuenta, la agarré por el culo para evitar que se escurriera.

  • ¡ME HAN DADO EL PAPEL, PABLO! - chilló a centímetros de mi oído.

  • E-enhorabuena... - respondí, todavía sobresaltado por su repentina irrupción, mientras la depositaba de pie en el suelo.

  • ¡Gracias! - replicó sonriente, y un momento después se apresuró a susurrarme. - Oye, no es que a mí me moleste, pero tu novia no viene muy contenta y si te encuentra tocándome el culo a lo mejor se enfada más.

  • ¡Oh, perdona! - me disculpé rápidamente a la vez que retiraba las manos, segundos antes de que Alba hiciera acto de presencia en la cocina y, efectivamente, con apariencia de no estar de muy buenos humos. - Hola, cariño.

  • Hola. - respondió con sequedad.

Se acercó para darme un piquito más por costumbre que por ganas, y se dirigió a la habitación que compartía conmigo.

  • Déjala, está celosa porque ella también quería el papel. - comentó Mónica.

  • Sí, lo sé, llevaba hablando de ello toda la semana...

  • Bueno, la verdad es que en parte la entiendo, lo cierto es que lo interpretaba mejor que yo, pero ya sabes como son estas cosas.

  • ¿A qué te refieres? - pregunté.

  • A ver, es el papel protagonista de la obra, y en estos casos no es raro que den prioridad al físico antes que a la interpretación. Vamos, que prefieren a los más guapos.

  • Oh, entiendo...

  • Así que me lo han dado a mí. - afirmó, resplandeciendo de nuevo su sonrisa.

  • Tiene sentido. - dije sin pensar.

  • ¿Tiene sentido? - su expresión cambió, y su sonrisa se deformó en otra más maliciosa. - ¿Estás admitiendo que soy más guapa que tu novia?

  • ¡No! Q-quiero decir... - intenté corregir mi error. - Las dos sois muy guapas, y...

  • No te preocupes, hombre. - se echó a reír, volviendo a su sonrisa de antes como si su pregunta anterior hubiera sido una simple broma. - Es normal, no es como si tener pareja te obligara a verla como la persona más guapa del mundo.

  • Ya, supongo que tienes razón...

  • Claro que... - se acercó a mí y volvió a hablar en susurros. - Sentirte atraído por mí podría resultar peligroso.

Sin darme tiempo a reaccionar, se dio la vuelta y salió de la cocina, meneando el culo como si quisiera que no lo perdiera de vista conforme se marchaba. Lo consiguió.

Unas semanas después, un sábado por la noche, llegaría la segunda acometida de Mónica.

A diferencia de Alba y de mí, que no disfrutábamos mucho del mundo de la noche, la rubia salía todos los fines de semana, y ese no era una excepción. Pero sí que pasó algo excepcional aquel día.

Yo tenía que entregar un trabajo el lunes, así que era la 1:30 de la madrugada y, mientras Alba dormía, yo aún estaba en el salón escribiendo en mi portátil. En ese momento, Mónica salió de su cuarto muy arreglada, con una blusa escotada, una falda corta y unos tacones; dispuesta a salir de marcha.

  • ¿Aún despierto? - me preguntó.

  • Sí. Aún me faltan 5 páginas. - respondí, cansado y de mala gana.

  • Pero es para el lunes, ¿no? - recordó. - ¿Por qué no lo dejas para mañana?

  • Mañana hay partido e iremos a verlo con los colegas, y supongo que entre unas cosas y otras nos tiraremos toda la tarde por ahí, así que quiero dejarlo zanjado ya hoy.

  • Bueno, allá tú.

De repente se escuchó un sonoro ronquido a través de la puerta entreabierta de mi dormitorio, pues la había dejado así para asegurarme de no despertar a mi novia al entrar en la habitación.

  • Veo que tu chica sigue haciendo conciertos nocturnos. - se burló Mónica, aparentemente sin mala intención.

  • Sí... - afirmé, sin apartar la vista de la pantalla ni las manos del teclado.

  • ¿Y puedes dormir? Me acuerdo de que cuando me quedaba a dormir en su casa de pequeñas me costaba un mundo conciliar el sueño con sus ronquidos.

  • Pues normalmente me duermo yo antes que ella, así que no hay problema, pero hoy me temo que tendré que hacer un esfuerzo. - me resigné, sin darle demasiada importancia.

  • Oye, ¿y por qué no duermes en mi cama?

Esa frase sí que consiguió que dejara lo que estaba haciendo y me volviera a mirarla.

  • ¿Qué? - acerté a pronunciar con el escasa habla que me quedaba. - ¿Contigo?

  • No, tonto. - se rió, haciendo que me pusiera colorado de la vergüenza. - Ya sabes que cuando salgo de marcha puedo no volver hasta las 12 del mediodía si me lo propongo, así que tienes la cama libre durante tiempo de sobra para descansar.

  • ¿En serio? ¿No te supone ningún inconveniente?

  • Claro que no. Ya me buscaré la vida. - dijo despreocupada. - Y, con suerte, puede que duerma en la cama de alguien más...

“Suerte para el dueño de la cama”, pensé yo, y acepté su propuesta, así que una media hora después de que ella se marchara, cuando hube terminado el trabajo, me metí en su habitación y me acosté en su cama, demasiado cansado como para pensar en otra cosa que no fuera en dormir. Tardé menos de 5 minutos en caer rendido.

Serían cerca de las 6 de la mañana cuando al percibir ligeros sonidos y movimientos a mi alrededor me desperté. El dormitorio estaba oscuro, iluminado apenas por los primeros rayos del día que entraban por la ventana con la persiana a medio bajar.

  • Ssssh, sigue durmiendo, he venido a ducharme y a cambiarme de ropa. - escuché decir a la dueña de la cama en voz muy bajita.

Un momento después, vi como la chica aparecía en la zona iluminada por la ventana. No podía verla con claridad, pero sí lo suficiente como para distinguir que estaba envuelta en una toalla. La dejó caer, mostrándome así, aunque pudiera captarlo de forma muy leve, su cuerpo desnudo.

No parecía haberlo hecho a propósito, o ser siquiera consciente de que podía verla, pues se dispuso a abrir su armario silenciosamente y a elegir su nuevo atuendo, utilizando la pantalla de su móvil como linterna para ver bien en el interior del mueble. El armario estaba justo enfrente de la cama, así que mientras rebuscaba en él tuve una buena visión de la parte trasera de su anatomía, pero a la hora de vestirse se dio la vuelta, ofreciéndome también la parte de delante. Mi polla se puso dura bajo las sábanas de la cama de aquella diosa de la belleza.

Vi como se ponía prendas más cómodas que aquellas con las que había salido, pero igualmente provocadoras: una camiseta de tirantestambién con algo de escote y unas mallas ajustadas.

  • ¿Estoy bien así? - me preguntó, aún en voz baja.

  • Sí... - acerté a responder, con una sinceridad propia de quien no tiene el filtro mental activado.

  • Así que me podías ver durante todo este rato, ¿eh? - rió, habiéndome pillado otra vez en fuera de juego.

  • P-perdona...

Se acercó a mí y volvió a encender la pantalla de su móvil, esta vez apuntando directamente a mi cara, como si estuviera a punto de interrogarme. Se inclinó para acercarse a mi cara, en mi posición tumbado en la cama, lo cual me dio una perspectiva bastante buena de su escote, que luché inútilmente por no mirar.

  • ¿Mi cuerpo también te gusta más que el de Alba? - cuestionó con malicia.

Esta vez no fui capaz de pronunciar palabra. Lentamente, metió su mano por debajo de las sábanas, rozando todo mi cuerpo, hasta que finalmente alcanzó el bulto de mis pantalones y lo apretó entre sus dedos, casi haciendo que me corriera al instante.

  • Me lo tomaré como un sí. - se burló.

Me soltó y se puso en pie, dispuesta a marcharse otra vez. Pero, antes de salir, dijo una última cosa que me impresionó, no solo por sus palabras sino también por el falso tono de inocencia que empleó en ellas:

  • Si quieres puedes pajearte pensando en mí, pero no me manches la cama, porfi.

Y se marchó. Y un minuto después yo estaba en el baño, corriéndome a su salud.

Dicen que a la tercera va la vencida. Pero yo creo que, las tres veces que Mónica me provocó, obtuvo exactamente lo que quería en cada una de ellas. Los periodos entre una y otra eran bastante rutinarios, y el comportamiento del uno hacia el otro procuraba ser lo más normal posible, pero sus sucesivos “juegos” habían conseguido que mi obsesión por ella cada vez fuera mayor.

La última vez que hizo algo hacia mí fue otro lunes, en una mañana en la que yo tenía prisa para llegar a clase. Alba y Mónica empezaban sus quehaceres de ese día más tarde que yo (y por eso también llegaban a casa más tarde), por lo que lo habitual era que ellas aún estuvieran durmiendo cuando yo me marchaba. Aquel día, sin embargo, y por alguna razón que se me escapaba, Mónica ya estaba en el baño cuando yo me dispuse a entrar para ducharme.

  • ¡Mónica, venga, que tengo prisa! - dije a través de la puerta del lavabo.

  • Pasa si quieres, la puerta está abierta.

  • ¿Estás... presentable? - inquirí, aunque no estaba del todo seguro de qué respuesta deseaba.

  • Sí, tranquilo. - percibí la risa en su voz.

Entré en el cuarto de baño y, casi de forma inesperada, descubrí que había dicho la verdad. Estaba completamente vestida de calle, así que deduje que estaba a punto de marcharse.

  • ¿Adónde vas? - pregunté.

  • A un ensayo. - respondió, sin dejar de mirarse en el espejo en el que se estaba terminando de arreglar.

  • ¿Alba no va contigo?

  • Nop. - negó, hubiese jurado que con satisfacción. - El de hoy es solo para chicas guapas. Perdón, para protagonistas.

Me quedé unos segundos en silencio, incapaz de reaccionar a su última frase. En lugar de eso, recordé que yo mismo tenía que irme.

  • Oye, me tengo que duchar.

  • Dúchate. - replicó sin más.

  • ¿Puedes salir? - formulé la petición que me parecía haber hecho ya de forma implícita.

Esta vez la rubia se dio la vuelta y me miró directamente antes de responder con esa sonrisa maligna que ya le empezaba a conocer.

  • ¿Quieres que salga?

  • ¿Qué? - volví a atorarme.

  • Aún no he terminado de arreglarme, si tanta prisa tienes dúchate conmigo aquí. - volvió a usar un tono de inocencia, que me parecía casi peor que el más perverso que solía utilizar.

Suspiré, resignado, y decidí ceder dada la urgencia con la que tenía que salir de allí.

Me apresuré a desvestirme y, aunque había vuelto a mirar hacia el espejo, Mónica no me quitaba el ojo a través de mi reflejo. Me aseguré de cubrirme en todo momento la entrepierna con las manos y, una vez desnudo, me dispuse a entrar en la ducha.

  • ¿Te vas a pajear pensando en mí?

Sin esperar respuesta, se dio la vuelta, me agarró de las muñecas y, sin ninguna resistencia por mi parte, separó mis brazos, revelando mi erección.

  • ¿O prefieres que te ayude?

De nuevo se adelantó a mi reacción (nunca sabré si hubiese tenido alguna) y me agarró la polla con la mano derecha, empezando a masturbarme lentamente. Con la izquierda me rodeó el cuello y acercó su rostro al mío.

  • ¿Me deseas? - susurró.

  • Sí. - afirmé con un hilo de voz, incapaz ya de evitar sus preguntas.

  • ¿Cuánto?

  • Mucho.

  • ¿Más que a Alba? - con cada pregunta sus labios se acercaban más a los míos, y su mano aumentaba el ritmo de la paja.

  • Sí.

  • Dilo.

  • Te deseo más que a Alba.

Tan pronto como dije la última palabra, nos comimos la boca con pasión, y justo en ese instante, su mano aceleró a tope y, sin poder evitarlo, me corrí, salpicando su ropa con mi semen.

  • Lo siento... - me disculpé en cuanto terminó el beso y fui consciente del alcance de mi eyaculación.

  • No pasa nada. - me tranquilizó mientras soltaba mi ahora casi flácido pene.

  • Perdóname, te he puesto perdida... - insistí. - ¿Te va a dar tiempo de cambiarte antes de ir al ensayo?

Su reacción me sorprendió. Volvió a mostrar su sonrisa maligna, se alejó hasta la puerta y, antes de salir del baño, me dijo:

  • No tengo ningún ensayo.

Amaba a Alba. A los pocos minutos de que Mónica saliese de mi vista, mientras me duchaba, me di cuenta de cuánto quería a mi novia, pues el sentimiento de culpa enseguida cayó sobre mí. A lo largo de todo el día fue creciendo y creciendo, y para la noche, cuando me acosté al lado de mi chica, no podía dejarlo crecer más.

  • Me he besado con Mónica. - confesé, habiendo aclarado ya previamente que tenía algo importante que decir.

Alba tardó en responder. En su expresión facial percibí muchas cosas, fundamentalmente tristeza e ira, pero no sorpresa.

  • ¿Te gusta? - soltó por fin, y por su voz supe que le dolía hacer esa pregunta.

  • Me pone. - me esforcé en ser sincero y, al mismo tiempo, intentar no hacer daño a mi novia. - Solo es atracción física.

  • Ya veo. - reaccionó, más calmadamente de lo esperado. - ¿Solo ha sido un beso?

  • ¡Sí! - me apresuré a contestar esta vez. - Ha sido esta mañana, no... no podía callármelo. Yo no lo he buscado, simplemente... ha pasado.

Ahora sí que me sorprendió la reacción de Alba. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero sonrió y, de repente, me abrazó. Yo me limité a corresponder el abrazo y quedarme en silencio.

  • No es culpa tuya. - concluyó, sin soltarme. - Sé que me quieres y nunca me harías daño a propósito.

  • Claro que no. - le dije al oído, abrazándola con más fuerza.

  • Solo ha sido un beso... Eso no significa nada. - parecía intentar convencerse a sí misma más que a mí. - Tú nunca harías nada más con ella, ¿verdad?

  • Nunca, mi vida...

Era mentira. Me dolía el simple hecho de pensarlo, pero esa mañana me hubiera follado a Mónica con todas mis fuerzas si me hubiera sido posible. Probablemente ni siquiera me habría importado que Alba estuviera durmiendo a unos pocos metros. Es más, una parte de mí todavía se lamentaba de no haber podido llegar más lejos. Pero otra, la que predominaba en aquel momento, se alegraba de que hubiera sido así.

El abrazo finalmente se rompió. Alba parecía más entera. Y lo confirmó con la firmeza con la que dijo su siguiente frase:

  • Voy a echar a esa zorra de nuestra casa.

Acto seguido, se fue hacia el cuarto de Mónica. Las oí discutir desde nuestro dormitorio, pero apenas alcanzaba a entender lo que decían. Las únicas frases que distinguí fueron un “¿Es que quieres quitármelo todo?” por parte de Alba y, un rato después, un “Sabes perfectamente que nunca me acostaría con tu novio” por parte de Mónica. Aunque supuse que era mentira, lo cierto es que esa frase se me clavó como un pequeño puñal.

Al final, Alba se salió con la suya y, en menos de una hora, Mónica había recogido sus cosas y se había marchado del piso. Obviamente, ni siquiera me planteé la posibilidad de despedirme de ella.

  • Bueno... - dijo Alba cuando regresó a nuestra habitación, aparentemente satisfecha. - Pues va a haber que buscar otro compañero de piso.

  • Sí, supongo que sí... - reconocí.

  • Pero esta vez que sea un tío.

CONTINUARÁ...