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Cambio de vida (Prólogo)

en Grandes Relatos

(Narra Martín)

Hola, me llamo Martín y esta historia sucedió cuando tenía 18 años. Mi familia estaba pasando por apuros económicos y eso, junto a otros factores, provocó que nos mudáramos de nuestro chalet en la playa a un apartamento en un edificio de alto standing en un pueblo del interior del país. Como podéis comprobar, lo cierto es que nuestra calidad de vida no empeoró demasiado. Sin embargo, nuestras vidas en sí mismas sí que iban a cambiar drásticamente. Sobre todo la mía, que además tendría que cursar segundo de bachillerato en un instituto completamente nuevo para mí. El resto de mi familia, por cierto, está formada por mi padre, Fernando; mi madre, Pilar; y mi hermana, Sofía.

Papá era muy mayor en comparación con el resto de nosotros. Le sacaba 15 años a mi madre (él 61, ella 46), por lo que a mí me había tenido con 43 años y a mi hermana, que tenía 20, con 41. Aún así, siempre había trabajado en el cuerpo de policía, por lo que conservaba una masa muscular y una forma física dignas de elogio. Lamentablemente, no se podía decir lo mismo de su atractivo o de su actitud: según mi madre, su incipiente calvicie era proporcional a su progresiva amargura. De aquí a pocos años tendría la cabeza como una bola de billar y sería un completo cascarrabias, una imagen que yo asociaba más con la de un abuelo que con la de un padre. Pero lo más triste es que estaba seguro de que aún cuando cumpliera los 70 estaría en mejor forma física que yo.

Mamá, en cambio, además de ser notablemente más joven también se conservaba mejor. Ya se acercaba a los 50 pero escasamente aparentaba 40. Había sido ama de casa desde que se casó a los 24 años, pero siempre había tenido una personalidad muy juvenil y, también, era más deportista que yo. Era morena, guapa (su sonrisa era especialmente encantadora) y, aunque yo nunca me fijé en ella como mujer, sabía de buena tinta que estaba bastante buena (si tu madre está buena nunca falta el amigo y el no tan amigo que te dice lo a gusto que se la follaría).

A mi pesar debo admitir que en la que sí me había fijado como mujer es en Sofía. Ya, sé que es asqueroso, pero cuando superas la pubertad sin haber tocado a una mujer y te toca vivir con una que no solo es bastante atractiva sino que no es precisamente discreta, es duro resistirse. Mi hermana, que nunca había mostrado interés en entrar a la universidad, era una chica muy “echada para adelante”, que nunca había tenido problemas para valerse por sí misma. Antes de mudarnos a nuestro nuevo hogar ya había encontrado trabajo de camarera en un bar cerca de casa. Y es que es difícil negarle un puesto así a una joven que es tan agradable tanto al trato (excepto conmigo, que para eso soy su hermano) como a la vista. Realmente no es que tuviera un cuerpo espectacular, pero era realmente guapa y tenía un activo en concreto que la hacía destacar: un culo inmejorable que no dudaba en lucir con ajustados pantalones.

¿Y qué hay de mí? Pues creo que ya os habréis hecho una idea, ¿no? Era un chico tímido, bajito, enclenque y debilucho. No era feo precisamente, de hecho ahora que por fin me había salido perilla estaba incluso guapo, pero eso no arreglaba el poco atractivo de mi imagen general. A mis 18 años tenía pocos amigos, que había tenido que dejar atrás con la mudanza, y ninguna experiencia con el sexo opuesto. Confiaba en que las cosas fueran a mejor con el cambio de aires, aunque no era especialmente optimista, y menos considerando que una vez acabase el curso tendría que mudarme otra vez para ir a la universidad. Pero os dejo de dar la lata y empiezo con la historia.

Cuando llegamos el último día antes del comienzo de curso (a mediados de septiembre) al edificio en el que residiríamos a partir de ahora, lo primero que llamó nuestra atención de forma inevitable fue algo mucho más llamativo que la simple fachada. En el jardín de uno de los pisos de la planta baja había una pareja tomando el sol. Tendrían aproximadamente mi edad, quizá unos pocos años más, pero por su físico encajarían a mi lado tan bien como una pareja de mastines lo haría junto a un caniche. Él, ataviado únicamente con un bañador tipo boxer y unas gafas de sol, rondaría el 1'90 de altura y su bronceado torso desnudo delataba una rutina de ejercicio que yo no sería capaz de seguir ni aunque me pagaran por ello. Además el tipo parecía guapo, aunque con las gafas de sol era difícil de saber. Ella sí que era guapa, con una larga melena rubia y un rostro angelical de ojos azules, aunque la belleza de su rostro quedaba fácilmente eclipsada por lo espectacular de su cuerpo. No era tan enorme como su acompañante, de hecho probablemente solo era unos centímetros más alta que yo, pero todo lo que le faltaba en estatura lo tenía muy bien repartido entre sus pechos y sus nalgas, que destacaban bajo un escueto pero elegante bikini y sobre un cuerpo perfectamente proporcionado, sin un gramo de grasa fuera de sitio. Además, su piel era blanca como la nieve, contrastando con el notable moreno del chico. Ambos permanecían estirados sobre sendas tumbonas, y junto a la de él había un vaso alargado que contenía una bebida de color negro y un par de cubitos de hielo que no durarían demasiado con aquel calor.

Por si no estaba lo suficientemente claro que la pareja era, efectivamente, una pareja, ella se inclinó sobre él para besarlo conforme nosotros nos adentrábamos en el portal, en un gesto que ahora entiendo que pudo ser una forma de marcar territorio ante una nueva presencia femenina. Dicha presencia femenina, es decir, mi hermana, me demostró una vez dentro del edificio que yo no había sido el único que se había visto afectado por la escena que acabábamos de presenciar.

  • Cómo está el vecindario, ¿no? – comentó divertida con mi madre.

  • Hija, por Dios... - respondió la otra haciéndose la escandalizada, pero sin poder contener una sonrisa traviesa.

Mi padre, que estaba bastante cansado tras el viaje (mi hermana había estado más irritante que de costumbre, pues no le había dado tiempo a ducharse antes de salir y estaba desesperada por hacerlo), no las escuchó o no las quiso escuchar, para mi mayor alivio. No creo que le hubiese importado lo que su esposa pensase del atractivo vecino, ¿pero su hijita? Él seguía tratando a Sofía como si tuviera 10 años, y no 10 en cada pata. Y como alguien se pasara de la raya con ella un solo pelo, no podría escapar de su ira ni aunque fuera el mismísimo Usain Bolt.

  • Pues tiene novia... - aproveché para meter cizaña por lo bajini, asegurándome de que solo mi hermana lo escuchara.

  • Como si eso os importara a los tíos. - replicó con sequedad, endureciendo el gesto.

¿Recordáis que la situación económica solo había sido uno de los factores que influyeron en la mudanza? Bueno, otro de los factores fue Nacho. El bueno de Nacho, el último novio de mi hermana, había tenido la brillante idea de acostarse con otra, y la aún más brillante idea de confesarlo (el chaval era guapo y pese a todo bastante buena gente, así que por eliminación solo le quedaba ser tonto). Mi hermana había quedado bastante tocada por el tema, pero no es por ella que pensamos en poner tierra de por medio. Todos sabíamos que si papá se enteraba de que Nacho le había roto el corazón a su hija, a Nacho se le acabaría rompiendo algo pero sin metáforas de por medio. Y ser la cornuda del barrio era algo que Sofía estaba dispuesta a soportar, pero ni ella, ni yo, ni mi madre queríamos que mi padre acabara detenido por agresión o por algo peor (lo que además le costaría el puesto), y mi hermana le guardaba aún el suficiente cariño al idiota de su ex como para querer ahorrarle todo el dolor y la estancia hospitalaria.

A todo esto, llegamos a nuestro piso, el 1º B, que casualmente quedaba justo encima del de nuestros adorables vecinos. Podría describiros el interior de la vivienda pero sería una pérdida de tiempo, pues prácticamente nada de todo lo que ocurre en esta historia tuvo lugar entre esas cuatro paredes. Será más interesante que pase directamente a contaros lo que sucedió inmediatamente después. Mientras mis padres deshacían las maletas y mi hermana se daba la dichosa ducha (no sin antes pasar delante de mis narices en bragas, gesto habitual en ella y que a mí me incomodaba, pero del que no me podía quejar por si descubría que no me incomodaba de la forma en que debía incomodar a un hermano), mi madre cayó en la cuenta de que se había dejado el cargador del móvil enchufado en el coche. Como yo era el que menos equipaje llevaba y ya había terminado con él, me tocó a mí bajar a buscarlo. Aún a día de hoy me cuesta decidir si fue una suerte o una desgracia.

Cuando volví a atravesar la entrada del portal volví a fijarme en la pareja del jardín. Seguían allí, pero su situación había cambiado: ahora ambos estaban en la misma tumbona, acaramelados. Tan acaramelados que una de las manos de él estaba directamente sobre una de las nalgas de ella, por debajo de la tela del bikini. Ellos se percataron de mi presencia, pero no fue hasta que volvía con el maldito cargador que el chico se dirigió a mí.

  • ¡Eh, chaval!

 

Me di la vuelta hacia ellos, dudando por un momento que yo fuera el destinatario de aquel grito. Pero ambos me miraban a mí, así que debía serlo. Ahora ella estaba sentada sobre él, y las traviesas manos masculinas reposaban pacifícamente sobre el vientre femenino.

  • ¡Ven aquí, chaval!

Con paso dubitativo me encaminé hacia ellos, deteniéndome a unos pocos pasos.

  • ¿Te mola mi novia? - preguntó con una sonrisa burlona.

  • ¿Q-qué?

  • Que si te mola mi chica.

  • ¡No! - mentí casi por acto reflejo.

  • ¿No? - el tío se río, obviamente sin creerse mi mentira. - ¿No serás marica? ¿Te gusto yo?

  • ¡No, no! - me puse más nervioso, pero esta vez dije la verdad. A ver, él tenía un cuerpo envidiable, pero siempre he tenido mi heterosexualidad perfectamente clara.

  • No tengo nada contra los maricas, ¿eh? - me pregunté si era consciente de lo despectivo que era en sí mismo ese término. - En cambio los mentirosos no me gustan un pelo.

  • ¡Vale, tío, me gusta tu novia! ¡Es muy guapa! - admití, poniéndome rojo.

  • ¿Guapa? - esta vez su sonrisa no era de burla ni de incredulidad, casi diría que mostraba ternura. - Guapa era con 12 años, ahora es un pibón.

  • Sí, supongo...

  • ¿Quieres verle las tetas?

Mi cara pasó otra vez del rojo al blanco en cero coma. Debía parecer un puto semáforo. Naturalmente, no atiné a articular palabra.

  • Tío, ¿quieres vérselas o no?

  • S-supongo... - no fue un arrebato de sinceridad, fue mi excitación imponiéndose a mi vergüenza.

  • ¿Eres virgen? - preguntó él, pues ella seguía sin abrir la boca, aunque llevaba todo el rato sonriendo con picardía.

  • ¿Qué?

  • Eres virgen, ¿no?

  • No, yo no...

  • Mira, chaval, no voy a dejar que un mentiroso le vea las tetas a mi novia. - su tono esta vez fue un poco más tajante, aunque no parecía que estuviese cabreado.

  • P-perdón. Sí, soy virgen. - os parecerá una chorrada, pero era la primera vez en mi vida que decía en voz alta esas palabras que tanto me atormentaban... y el semáforo volvió a ponerse rojo.

  • ¿Cómo te llamas? - preguntó, ahora satisfecho.

  • Martín. - fue, con diferencia, la pregunta más fácil de contestar.

  • Soy un hombre generoso, Martín. Me gusta compartir. - por primera vez en toda la conversación, se dirigió a su novia. - Cielo, recuérdamelo, ¿cuántos años teníamos la primera vez que te follé?

  • Catorce. - dijo ella, con una voz tan dulce y celestial como el resto de su persona, pero sin un atisbo de vergüenza o timidez.

  • ¿Cuántos años tienes tú, Martín?

  • Di... dieciocho.

  • Yo llevo seis años follándome a esta diosa y tú llevarás más o menos el mismo tiempo matándote a pajas. - falló por un año, pues mi primera paja fue a los once, pero estuvo bastante cerca. – ¿Te parece justo?

Dudé. No sabía si quería que respondiera que no era justo, porque obviamente no lo era, o que sí era justo, porque... bueno, él estaba mucho más bueno que yo.

  • No. – me atreví a decir.

  • ¡Claro que no! - exclamó él, aliviándome un poco. - Pero ya te he dicho que soy generoso...

En ese momento, sus manos se introdujeron bajo el sujetador del bikini de su novia y, tras magrear sus pechos un poco, los sacó del mismo. Casi se me para el corazón, pero poco hubiera importado porque en aquel momento toda la sangre de mi cuerpo fue a parar al mismo sitio. Puede que yo sea muchas cosas, pero os puedo garantizar que no tendré un gatillazo en mi vida: ni aún con lo inverosímil de la situación pude evitar que se me pusiera dura.

  • ¿Te gustan? - volvió a hablar el chico.

Ni contesté ni hizo falta. Mis ojos no se habían movido de aquellas dos preciosidades desde el momento en que quedaron al aire libre. Nada en aquel momento me podría haber hecho reaccionar. Nada, excepto...

  • ¿Quieres tocarlas? - cada vez que ese tío abría la boca mi salud cardiovascular se veía amenazada.

  • Sí. - me sorprendió a mí mismo la velocidad de mi respuesta, de pronto estaba lanzado.

  • Cariño, ¿le dejamos a Martín que te las toque? - pidió permiso a su chica.

  • Mmm... bueno... - pareció dudar ella. - Pero quiero algo a cambio.

  • ¿El qué? - no, no fue su novio, fui yo el que preguntó, y es que la posibilidad de tocar mis primeras tetas, y encima ESAS tetas, era superior a cualquier otra sensación que pudiera tener en aquel momento.

  • Enséñamela.

  • ¿Q-qué? - volvieron los nervios.

  • La polla.

¿Sabéis cómo a los tíos se nos hace raro imaginar a una tía buena cagando, porque nos parece una imagen disonante? Pues esa vocecilla de ángel diciendo la palabra “polla” con tanta soltura me generó una impresión parecida.

Por algún motivo, miré a su novio, supongo que porque de algún modo seguía dando la sensación de tener más autoridad que ella en el asunto.

  • Tío, a mí no me mires. Ella te ha enseñado las tetas, creo que es justo. - explicó, antes de añadir una matización con una risa burlona. - Eso sí, no cuentes con que ella te la toque.

No sé cuánto tiempo tardé en decidirme, pero me decidí. Desabroché la cremallera de mis pantalones, bajé el calzoncillo y saqué a saludar a mi pequeño y erecto amigo de 13 cm. Sí, soy de esos tíos que llaman “amigo” a su pene. Y sí, soy de esos que se lo miden. Por lo menos no soy de esos enfermos que le ponen nombre.

  • ¿Qué te parece, cielo? – quiso saber el chico, mientras ella ni apartaba la mirada de mi polla ni alteraba su pícara sonrisa.

  • Pequeña. - dijo finalmente.

  • ¿Pequeña? - pareció sorprenderse su novio.

  • Diminuta. - matizó ella, provocando en él otro gesto de satisfacción.

Yo, por mi parte, no sabía si morirme ahí mismo. Por un momento me dieron ganas de llorar, pero por otra parte, tal vez estaba a punto de tocar esas tetas. De todas formas, el chico se dio cuenta de mi situación y se apresuró a intervenir:

  • Perdónala, chaval, es que la tengo muy malacostumbrada. Yo creo que la tienes normalita, pero claro, ella solo puede compararte conmigo...

  • Veo porno, ¿sabes? - replicó ella, cambiando el gesto por primera vez y mirándolo a él directamente.

  • Es porno, no es justo que lo compares con las pollas que salen ahí. - argumentó él.

  • Pues tú la tienes más grande que la mayoría... - contrarrestó ella, y entonces hizo algo que creo que ni su propio novio se esperaba, volviéndose a mí y diciendo: - Mira.

Agarró una pernera del bañador de su chico. Por un momento pensé que iba a bajárselo, pero fue mucho peor. Subió la pernera unos pocos centímetros y por ella apareció la cabeza de un pene en estado levemente morcillón, casi tan grueso como mi muñeca. Pero lo realmente impresionante es que la punta de esa cosa llegaba hasta la mitad del muslo del chico, y ni siquiera estaba dura. Me hubiera gustado apartar la mirada, pero era una visión tan horrible como atrapante, igual que esos vídeos violentos que te advierten de que pueden dañar tu sensibilidad pero no puedes evitar no solo pulsar el play, sino verlos hasta el final.

Pasaron unos segundos en los que ninguno de los tres reaccionó, hasta que finalmente él se recompuso el bañador y volvió a tomar la palabra.

  • Bueno, Martincito. - yo lo noté y la sonrisa de la chica delató que ella también: una vez mostrado mi pene, ahora ya no era Martín, era Martincito. - Somos gente de palabra así que puedes tocarle las tetas. Y aprovecha, que no todos los días son fiesta.

Me guiñó el ojo. Se hacía el simpático pero yo ya tenía claro que se estaban riendo de mí. Aún así, si ese era el precio a pagar por poner mis manos sobre esas maravillas, valía la pena. Y la verdad es que la pareja cumplió con creces, pues estuve tocándolas un buen rato, hasta que a mí mismo empezó a resultarme violento. Primero las acaricié con timidez, pero pronto empecé a sobarlas a conciencia. La chica al principio ni se inmutó, pero yo no estaba por la labor de preocuparme por eso. Sin embargo, un rato después empezó a gemir suavemente.

  • ¿Qué, Martincito? ¿Contento?

  • Sí. - respondí con franqueza.

  • Yo soy Víctor. Te estrecharía la mano, pero...

Miró hacia abajo y en ese momento me di cuenta de que estaba haciéndole un dedo a su novia por debajo del bañador. No sabía cuánto tiempo había estado así, pero de repente tuve la certeza de que los gemidos de ella habían sido provocados por la experimentada mano en su coño y no por las torpes manos en sus pechos.

  • E-encantado. - tartamudeé una última vez.

  • Venga, ahora corre a hacerte una paja, que tienes material hasta el año que viene.

No tardé ni un minuto en guardarme la polla, subir hasta mi piso, entrar, dejar el cargador de las narices en la mesilla de la entrada y entrar en el baño para hacerme la mejor paja de mi vida.

(Narra Víctor)

Cuando Martincito desapareció de nuestra vista, por fin pude dejar de contener la risa.

  • Ha sido mejor de lo que esperaba. - solté entre carcajadas.

  • Cari, nos hemos pasado un poco. – opinó Alicia, mi novia, aunque su sonrisilla delataba que se había divertido tanto como yo. – No la tiene tan pequeña, las hemos visto peores...

  • Hostia, cuando has dicho lo de “diminuta” casi me descojono en su puta cara. Pero tienes razón, comparado con el tío del parque acuático este chaval es Nacho Vidal.

  • Tampoco te pases, que la de Martín no es grande ni en comparación.

  • ¿Y acaso la de Nacho Vidal es grande? - bromeé, provocando que ella me llamara “tonto” cariñosamente y me besara, agarrándose a mi cada vez más dura polla.

Lo cierto es que ni sé cuánto le mide a Nacho Vidal ni sé cuánto me mide a mí, siempre he pensado que medírsela es de perdedores inseguros.

  • En defensa de Martincito... - volví a hablar. - …la tiene pequeña pero matona. Se ha empalmado enseguida y no se ha corrido al tocarte.

  • Ya, tío, para ser virgen y para lo nervioso que estaba tiene mérito. - reconoció. - Oye, ¿cómo sabías que era virgen?

  • Bueno, admito que ha sido un farol, pero tenía bastantes posibilidades de acertar. El simple hecho de estar cerca de ti lo ha puesto de los nervios.

  • Es verdad... - recordó risueña.

  • Lo que ha sido un alivio es saber que tenía los dieciocho. Por la perilla, que si no el tío no aparenta más de quince. E imagínate que hubiera sido menor y llega a pillarnos alguien de su familia...

  • Yo de verdad que no sé como me dejo enredar por ti para hacer estas cosas. - rió.

  • Porque a ti también te pone cachonda.

  • Sí. - confirmó sin dudar. - Menos mal que has empezado a pajearme, que me estaba tocando las peras como si fueran de plastilina.

  • Bueno, no seas dura con él, era su primerito día...

Volvimos a partirnos de la risa los dos.

  • ¿Te ha hecho daño? - pregunté, y procedí a acariciarle las tetas como Dios manda.

  • No... pero no pares. - se mordió el labio, cachonda.

  • ¿A qué ha venido lo de enseñarle mi polla?

  • Oye, no te creerás que eres el único que puede presumir de pareja...

La besé, y empezamos a enrollarnos con todas las de la ley. Estaba muy enamorado de ella, aunque ni había sido ni iba a ser el mejor novio del mundo. Pero ese día estábamos los dos como si fuera el primero, pues al día siguiente ella volvía a la facultad y tendríamos que retomar nuestra relación a distancia, pues yo llevaba dos años repitiendo el puto último curso de instituto.

  • Voy a echarte de menos... - me susurró seductoramente, mientras me agarraba la polla por encima del bañador.

  • ¿Me lo dices a mí o a esta? - moví ligeramente la polla al mencionarla.

  • A los dos, tonto.

  • Nosotros también vamos a echarte mucho de menos. - continué la broma.

  • Más te vale... Que hay mucha lagarta suelta.

  • ¿A qué viene eso? - Alicia era bastante celosa, pero ese repentino arrebato me sorprendió.

  • Has visto cómo te miraba la hermana de Martincito, ¿no?

  • La verdad es que no. - mentí.

Joder si lo había visto. Pero reconocerlo era admitir que yo también me había fijado en ella, y yo sabía que mi novia era experta en hacerme preguntas trampa de este tipo. Os seré sincero: aunque Alicia es un bellezón, después de seis años con ella ya hacía bastante tiempo que empezaba a resultarme poco estimulante. Por el contrario, la hermana de mi nuevo vecino, aún con un físico en apariencia mucho más modesto, me había despertado un morbo especial.

  • Vamos para dentro, quiero chupártela. - me sacó de mis pensamientos, cambiando de tema hábilmente.

  • Chúpamela aquí. - sugerí con una sonrisa pícara.

  • ¿Qué dices? - rió, sin tomarme en serio.

  • Chúpamela aquí. - para demostrar que iba en serio, me bajé el bañador de golpe, liberando una erección ya casi completa.

  • ¿Y si nos ven? - noté tanta preocupación como excitación en su voz.

  • ¿No querías presumir de novio? - repliqué, dejándola sin respuesta.

5 segundos después estaba arrodillada delante de la tumbona, metiéndose más de la mitad de mi rabo en la boca en toda una demostración de capacidad bucal (la práctica también estaba de su parte). En ese momento, con Alicia centrada en su labor, recé. Recé porque Martincito y su familia residieran en uno de los pisos superiores al mío y porque a su hermana le diera por salir al balcón en ese mismo instante, para verme en toda mi gloria.

Mis plegarias fueron escuchadas, pero algo del mensaje se perdió por el camino, porque no fue la hermana sino la madre quien se asomó. Ella se quedó paralizada al vernos, creo que incluso emitió un pequeño chillido, pero lo acalló rápidamente con su mano y Alicia no llegó a enterarse. Yo no pude evitar sonreír con chulería. No me había fijado en ella antes, pues su hija me había robado toda la atención, pero ella también era una mujer atractiva que se conservaba divinamente.

Mirando fijamente a nuestra espectadora de lujo, me llevé el dedo índice a los labios y le rogué silencio, sin dejar de sonreír. No apartamos la mirada el uno del otro mientras mi novia seguía a lo suyo, ajena a la presencia de la vecina.

  • Cómeme los huevos. - solicité.

Alicia obedeció inmediatamente, logrando el efecto que yo quería: que la madre de Martincito viera mi pollón, erecto y recubierto de babas. Por un momento creí que la mujer se iba a desmayar, pues se tambaleó ligeramente de la impresión, pero no dejó de mirar. Me pregunté si Martincito habría heredado el tamaño de su padre, y concluí que si así era su madre debía estar terriblemente impactada en ese momento.

Al cabo de un rato, Alicia decidió que era suficiente, terminó de desnudarse, susurró “fóllame”, y se subió sobre mí. Conforme la penetraba, me levanté de la tumbona, sujetando a mi novia en el aire. Miré a la voyeur una última vez, le guiñé un ojo y llevé a mi chica al interior del piso, donde me la follé por penúltima vez antes de despedirnos (al día siguiente caería otro polvo antes de salir a la estación). A partir de entonces, a ella le esperaban meses de sequía. A mí, para bien o para mal, apenas unas horas...