miprimita.com

Teotwawki

en MicroRelatos

Las noticias no dejaban de hablar de ello. Parecía ser lo único de lo que de verdad importase hablar, como si en esos malditos momentos no hubiera algo más importante en el mundo de lo que hablar. Pero, ¿es que acaso lo había?

Todo iba a terminar, decía aquel presentador en el que se podía adivinar como el sudor recorría su cuerpo y en cuyos ojos se leían perfectamente el miedo y la desesperación. Lenny Bruce creía recordar que se llamaba. ¿O era Leonard Bernstein su nombre? No tenía ni idea. Tampoco es que le importase demasiado.

Aun no se sabía que estaba pasando. Equipos de reporteros hablaban de todo tipo de cosas. De que todo comenzó con un terremoto. De que pájaros, serpientes e incluso un avión habían caído del cielo. Que hoy era el día del Rapto. Literalmente, todo el mundo proclamaba estar atrapados en el ojo de un huracán. El gobierno, como no, había puesto a todos sus efectivos a trabajar para salvar la situación pero aquello se había convertido en una zona de combate.

Pero no importaba. La otra noche, soñó que la deriva continental iba a dividir montañas enteras. Pero que más daba. Eran las seis justas mientras miraba su reloj. Ella aún no había aparecido. No creía que fuese a hacerlo. Todo no era más que un torneo de mentiras. Se ofrecieron soluciones, se ofrecieron alternativas pero él las declinó todas. Debía dejarla, estaba claro que no vendría deprisa ni con las Furias soplando sobre su nuca.

El presentador (¿Lester Bangs? ¿Leonid Brezhnev?) decía que este no era más que un mal día. Para él, todo aquello podría parecer una fiesta de cumpleaños. Pastel de queso, gominolas, bramidos. Se hacía ver como algo simbiótico, patriótico. Un golpe en el cuello. Verdad, ¿verdad?

Escuchó el timbre sonar. Se levantó, abrió la puerta y allí, estaba ella. No supo que decirle. Ya le había dicho demasiado. No le había dicho suficiente. La dejó pasar y se acostaron sobre el sofá de lado. La envolvió con sus brazos, dejando que su cuerpo se pagase al suyo. Respiró aliviado. Al final, no estaba perdiendo su religión. La televisión mostraba un anuncio de servicio público sobre supervivencia humana. Lo pagaría sin más. Que se largara. Querían retransmitir un sonido alegre al momento, señor. ¿Cual sería su frecuencia, Kenneth?

Era el fin del mundo tal como conocíamos. Y él se sentía bien.