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Cazarrecompensas- Capitulo 2. (Parte 1).

en Grandes Series

Automatos era el cuarto planeta que orbitaba alrededor de una estrella enana amarilla perteneciente a un sistema estelar situado en la constelación de Orión, a unos 26’3 años luz de la Tierra. Muy parecido al planeta originario de la especie humana, era un mundo rocoso con una atmosfera cargada de distintos gases perfectos para la vida. Había océanos compuestos de enlaces de hidrogeno y oxigeno que conformaban un líquido muy familia para cualquier terrícola. Agua. La gravedad era más liviana y permitía a todos los seres moverse con mayor ligereza. El clima era cálido y tropical, pues tan solo había un único continente, enmarcado en la zona ecuatorial. Grandes selvas, habitadas por criaturas extraterrestres de aspecto dispar, cubrían todo el territorio. Pero lo más sorprendente de esta gran esfera que flotaba en mitad del frio espacio, eran sus habitantes. Porque los seres que habitaban Automatos, eran idénticos a los humanos, solo que no lo eran. No estaban compuestos de enlaces de carbono, no funcionaban por impulsos bioquímicos. Se trataban de entidades artificiales, androides.

En el año 2597, la humanidad se encontraba en su peor situación. Una terrible guerra entre dos poderosas corporaciones que sacudió 4 continentes había devastado la civilización por completo y dejando tras de sí un mundo en ruinas. Lo poco que quedaba de la especie quedó sometida bajo el poder de la corporación que venció en la guerra, quien estableció un tiránico estado donde se abogaba por la destrucción de androides y cualquier otro ser sintético que no fuera de producción propia. Esto puso en peligro a muchos de robots humanoides, obligándoles a ocultarse de sus antiguos creadores y llevar vidas clandestinas fuera de las funciones para las que fueron construidos y programados. Pero todo eso, cambió un buen día.

En la región de la África Ecuatorial, se hallaba una ciudad donde se encontraba un descomunal ascensor espacial que se pretendía utilizar para hacer despegar naves con intención de colonizar otros mundos. Sin embargo, nunca se puso en marcha, debido a la gran guerra azotó el planeta por ese entonces. Así, el ascensor quedó como una ruinosa reliquia de esa prometedora era de viaje y exploración espacial, rodeado de antiguas defensas robóticas extraviadas por la zona. Nadie creía que ese ascensor se pudiera poner en marcha, pero se hizo. Y una de las naves que aún quedaba en funcionamiento, desapareció sin dejar ni rastro.

Cuando los humanos regresaron a esta ciudad tiempo después y trataron de recuperar las instalaciones, se toparon con una esquiva Inteligencia Artificial que les impidió su avance. Hicieron falta muchos ataques informáticos y hackeos para lograr acorralarla. Una vez atrapada, descubrieron algo increíble. La I.A. no estaba basada en el programa que la gran corporación creadora del ascensor había dejado al cuidado de este, sino que se trataba de la identidad de un antiguo y mítico androide cuyo paradero en ese entonces resultaba desconocido. Se desconocía que hacía encargándose de las instalaciones del ascensor pero lo peor no era eso, sino que había eliminado todos los registros y archivos referidos al programa de colonización que la antigua corporación había llevado a cabo. Se sabía que una de las naves estaba desaparecida pero se desconocía donde fue. Este había eliminado la localización de ese mundo al que se dirigía la nave y pese a largos interrogatorios en entornos simulados, no pudieron sonsacarle nada. La I.A. fue eliminada y durante mucho tiempo, nada se supo del destino de la nave que faltaba.

—     Ya hemos llegado a Automatos— informó la Inteligencia Artificial Kovacs.

La nave Mistral fue descendiendo desde la atmosfera del planeta hasta llegar a la superficie. Una vez estabilizada tras el traqueteo causado por la presencia de gravedad inicial, esta se desplazó por las grandes planicies desérticas de aquel mundo. Todo se veía yermo, seco y muerto, nada que ver con el precioso y abundante paraíso que Automatos en otro tiempo. En nada, la Mistral divisó una gran ciudad desde la que se erigían inmensas torres, que aunque se notaban altivas y poderosas, tenían ahora un aspecto derruido y abandonado. Pues así era todo en aquel mundo justo ahora, ruinas de otro tiempo ya olvidado.

—     He detectado una base del Conglomerado no muy lejos de las afueras de la ciudad— informó Kovacs a Dextra, quien se hallaba en la cabina de mandos observando el desolado paisaje.

—     Perfecto, aterrizaremos allí— respondió ella, con la mirada perdida en ese angosto mundo.

La nave se dirigió a ese conjunto de edificios rodeados por una gran muralla de metal. Esta era una base militar establecida por el Conglomerado durante la campaña de asalto a Automatos. Una vez el conflicto concluyó, no todas fueron desmanteladas por las fuerzas militares, debido a que las tormentas radioactivas, productos de las grandes descargas energéticas lanzadas por los arrasadores targatianos. Para cuando este fenómeno cesó, ya nadie tenía interés en regresar a este planeta. La nave descendió hasta colocarse delante de uno de los garajes habilitados para la reparación de vehículos. La compuerta se abrió gracias al identificador militar de Dextra. Aunque se retiró hace tiempo, este seguía sirviéndole en sistemas que aún no habían sido actualizados. Una vez la compuerta estaba abierta, la nave entró dentro y se acomodó entre los conectores magnéticos para quedar fijada. Una vez parada la Mistral en su correspondiente sitio, Dextra se preparó para salir.

Llegó hasta la zona de carga de la nave, situada en la parte trasera. Esta servía tanto como un almacén como una armería, guardando allí todo el armamento, munición y trajes de combate junto con múltiples herramientas y artilugios. Dextra avanzó hasta llegar a una plataforma metálica en forma de hexágono que había sobre el suelo. Se colocó sobre esta y de forma repentina, unos brazos robóticos surgieron de cada lado. Todos comenzaron a emitir unos ahces de luz que recorrieron cada centímetro del cuerpo de la mujer. La estaban escaneando. Una vez hecho esto, la voz de Kovacs sonó con fuerza.

—     Bien, hora de colocarte el traje.

Los brazos comenzaron a moverse con mecánica acción y extrajeron de las repisas que había en la pared, las distintas partes del traje de combate que llevaría puesto. Se trataba de una armadura, compuesta de aleación de arcorita y níquel, muy resistente pero ligera a la vez, lo cual le permitía moverse con rapidez. Cada pieza fue ensamblada en su cuerpo, ensamblándose de forma automática. Dextra llevaba un traje de goma color negro que protegía su cuerpo del roce con el frio metal. Todo fue colocado en su sitio en un proceso que solía durar unos 5 minutos. Cuando ya prácticamente tenía el traje colocado por completo. Dextra se dirigió hasta la repisa y recogió el casco. Su pelo lo llevaba recogido en una coleta, así que no sería una molestia al ponérselo.

—     Ya está todo listo— anunció con cierta solemnidad Kovacs.

Tras escuchar esto, Dextra se puso el casco. El traje era el mismo que portó en la misión en Tethys. Era de color azul oscuro, con reborde negros delineando la zona de las articulaciones. El casco era redondo pero la parte delantera era recta. Un cristal de color amarillo recubría su rostro. Con este ya puesto, la interfaz del traje se activó, mostrando el menú donde aparecían todos los sistemas e informes que Kovacs.

—     Bien, parece que el traje está en perfectas condiciones— concluyó Dextra tras revisarlo todo.

—     Sí, he revisado algunas partes del sistema de camuflaje y he optimizado el temporizador de activación— le explicó la I.A. —. Ahora te harás invisible más rápido, gracias a la actualización nueva que he instalado.

—     Eso suena bien— le dijo la cazarrecompensas—. ¿Cómo están las condiciones ahí fuera?

—     Los escáneres no han detectado presencia ni de seres artificiales ni orgánicos— informó Kovacs—. La temperatura es de unos 13 grados sobre cero, el aire contiene concentraciones medias de nitrógeno pero muy bajas de oxígeno, la presión es de unos 102 pascales y el viento sopla a unos 5 km por hora. Los niveles de radiación son muy bajos.

Mientras su compañero le contaba todo,  ella recogía su armamento. Por un lado, guardó una pistola laser y una de plasma en las pistoleras de cada cadera. Eran sus armas habituales y nunca salía sin ellas. Luego, fue a las estanterías repletas de fusiles y escopetas y recogió su fusil de francotirador Medusa modelo 18. Poseía 10 aumentos y portaba munición plasmática, electromagnética, incendiaria y perforante. También se hizo con un buen puñado de granadas de plasma, electromagnéticas, explosivas y paralizantes. Por si acaso, decidió llevarse un par de minas araña, por si las circunstancias le obligaban a tender una emboscada o atrincherarse en algún sitio. Una vez armada, la cazarrecompensas ya estaba lista para iniciar la cacería. Una que pondría punto y final a todo.

La compuerta trasera de la nave se abrió y Dextra salió fuera. Mientras rodeaba la nave para salir del edificio en el que se encontraba, habló con Kovacs.

—     Oye, mantén todos los sistemas apagados para que así no puedan detectar, ¿entendido?

—     ¿Y cómo quieres que me ponga en contacto contigo si capto alguna señal importante o detecto algún enemigo?

—     Envía uno de los drones y úsalo como receptor de señal estacionaria— le indicó la mujer—. De esa manera podrás hablar conmigo sin problema de que encuentren la nave.

—     Así procederé. Lo estoy activando ahora mismo— Kovacs hablaba con una presteza única, sabiendo que todo ya lo tenía bien preparado—. En nada estará en el aire. Lo usaré para comprobar si hay algún enemigo cercano.

Después de decirle esto, se desconectó, pues iba a salir al exterior y no podía permitir que captasen las señales de comunicación. Mientras pasaba por el lado de la nave, vio como una compuerta se abría por el lateral derecho. De dentro, surgió un pequeño dron de forma triangular y color gris oscuro que enseguida se puso a volar, gracias a las hélices que tenía en cada lado. No tardó en ver como salía hacia fuera y se elevaba perdiéndose en la inmensidad del cielo. Mas reconfortada, Dextra decidió salir también.

La base era un conjunto de edificios que incluían barracones donde se guarecían los soldados, un cuartel desde donde se organizaban todas las operaciones de ataque, varios garajes para guardar vehículos y almacenes para guardar munición y provisiones. Todos eran muy parecidos, de color negro y paredes metálicas, excepto el cuartel, que tenía forma de domo. La base está rodeada por una muralla compuesta por láminas de metal, reforzadas con escudos energéticos. Conformaba un perfecto rectángulo y en las esquinas, había torres de vigía donde apostar francotiradores. También había grandes cañones de disparo electromagnético y torretas con lanzamisiles. Dextra caminó por aquel abandonado lugar y lo observó con detenimiento. Todo permanecía inerte y el recuerdo de la guerra pasada, volvió a su mente. No estuvo en este planeta combatiendo pero aun así, todo le parecía igual.

El viento soplaba con calma. Era un leve silbido que mecía con suavidad todo a su alrededor. Levantaba pequeños remolinos de polvo y hacía volar trozos endebles de plástico, además de hacer mover los jirones metálicos de un viejo tanque de color negro que había volcado sobre una zanja. Dextra pasó por el lado del vehículo y lo miró por un instante, recordando el fuerte sonido que emitían sus ruedas orugas mientras avanzaba por el pedregoso terreno. No en este mundo claro, sino en Braxis V.

—     ¿Has detectado algo?— preguntó a través de su intercomunicador.

—     Negativo— le respondió Kovacs—. No he avistado nada fuera de lo normal, pero si he captado comunicaciones procedentes del interior de la ciudad. Estoy enviando el dron hacia esa zona para ver que recoge pero me parece que la reunión se realizará cerca de la plaza central de la urbe.

—     Recibido, voy para allá.

—     Tranquila, yo te cubro desde el cielo.

Sus voces eran idénticas. Sus formas de proceder, tan calmadas y metódicas, también. Y su preocupación por ella igual. Se suponía que la personalidad de Kovacs estaba basada en una serie de parámetros que venían establecidos de forma predeterminada, así era como venían establecidas las Inteligencias Artificiales de serie pero Dextra pudo modificarla a placer. Y de entre todas las directrices que podría haber seguido, decidió trasladar la personalidad de su mejor amigo a ella. Lo echaba mucho de menos y por eso, deseó que aquella consciencia se pareciese a él. En cierto modo, agradecía haber hecho esto. Le daba confianza y fuerzas para seguir adelante y sabía que la lealtad de la I.A siempre estaría ahí.

Prosiguió su camino hacia la gran ciudad que poco a poco iba haciéndose más grande. Percibía con mejor detalle los edificios, o más bien, los restos que quedaban de ellos. La mayoría estaban derrumbados, otros se mantenían aun erectos pero estaban quemados y erosionados. Toda presencia de detalles decorativos, paredes nacaradas, cristaleras que recubrían los techos y ornamentaciones doradas había desaparecido, dejando tan solo los desnudos esqueletos metálicos que componían estas construcciones. Era una gran muestra de la destrucción que se llevó a cabo en este mundo durante la guerra.

Dextra iba alerta por si topaba con alguna señal de peligro y oteaba el paisaje, bien alerta por si veía algún movimiento sospechoso. Aunque podría activar el camuflaje del traje para que no la viesen, prefería esperar a cuando estuviera más cerca para así, no gastar la energía que activaba los reflectores de camuflaje. El traje de clase Fantasma permitía ocultarse durante 5 horas máximo y el nivel de camuflaje era muy preciso pero eso obligaba a un gran gasto energético que tal vez necesitase para activar los escudos en caso de ser descubierta y entrar en combate. Había trajes de camuflaje estacionario compuestos de material que reflejaba los rayos solares pero no tenían ninguna clase de protección más allá del blindaje, así que estaría expuesta ante el enemigo si la descubrían. Por eso, decidió llevar este otro. Era más seguro. Pensaba en todo esto mientras seguía caminando en pleno estado de alerta. Fue entonces cuando la cazarrecompensas pisó algo muy duro que casi la hacía resbalar. Al mirar abajo para ver de qué se trataba, la piel se le erizó en un instante. Ante ella, tenía medio rostro destrozado de un humano. O más bien, de un androide.

Después de 200 años de viaje, los sintéticos que huyeron de la Tierra lograron llegar a su destino. Llamaron a este nuevo mundo en honor a una antigua deidad griega, aunque todo el mundo ya ha olvidado ese nombre, y establecieron una prospera civilización. Construyeron ciudades en diversos lugares del gran continente del planeta pero siempre procurando no alterar los ecosistemas y afectar a los seres vivos que allí vivían. Usaban energías renovables para no generar contaminación y llevaron a cabo una gestión controlada de los recursos. En menos de 100 años, se erigieron como una especie pacífica y sabia, donde la ciencia y la cultura eran los principales pináculos. La vida allí era perfecta, un idílico paraíso en mitad del caótico universo. Pero nada es para siempre.

Una vez que los androides se marchasen, la humanidad parecía al borde de la extinción. Pero si hay algo por lo que destaca esta especie, es por su gran tenacidad para sobreponerse de las peores situaciones. Y así fue. La gran corporación que gobernaba el planeta por ese entonces, fue derrocada en apenas unos años y una nueva organización surgió. La Unión de Estados Terrestres pretendía establecer un único estado en todo el planeta, dejando a un lado todas las rencillas y confrontaciones pasadas. Se consiguió, de una forma precaria, pero lo lograron. En apenas unos años, con la poca tecnología recuperada, los humanos iniciaron la colonización de otros planetas del sistema solar y no tardaron desde ahí, en viajar a otros sistemas cercanos. Poco a poco, los seres oriundos de la Tierra dejaron su herido planeta atrás para establecer colonias en otros y aumentar su número. Pero no tardaron en toparse con serios peligros.

Durante su expansión espacial, los humanos toparon con una raza de extraterrestres llamados Zikrar. Con aspecto de insecto, estos seres viajaban en naves colmena, recolectando recursos de cada planeta y desplazándose a nuevos sistemas para seguir recogiendo. Estos seres vivían bajo el control de su Reina y aunque poseedores de una gran inteligencia, vivían cegados por esta. Por supuesto, el conflicto no tardó en estallar y la Guerra Zikrar-Humana se extendió por 10 años, donde muchas colonias humanas y naves Zikrar quedaron destruidas y muchas vidas se perdieron en la lucha. Afortunadamente, el Conglomerado, una gran asociación de especies extraterrestres, se puso en contacto con ambas razas y viendo potencial en ellas, decidió poner punto y final a la guerra. Así, los seres humanos pasaron a formar parte de este gran estado galáctico y beneficiándose de las nuevas tecnologías, pudieron explorar con mayor profusión la Vía Láctea. Y encontrar inesperadas sorpresas.

Una baliza fue lanzada a la constelación de Orión en el año 3051 y unos meses después, esta envió una señal, indicando que había detectado presencia de una civilización avanzada en esa zona. No tardaron en llegar imágenes que mostraban las grandes ciudades, las avanzadas naves y vehículos. Pero lo que más impresionó a los humanos eran los habitantes de este mundo, seres idénticos a ellos. No podía ser posible. Posteriores observaciones indicaron que se trataban de androides y esto, quedó vinculado con la misteriosa desaparición de la Orión 5 hacía ya 5 siglos. Por fin los habían encontrado. Como no, esto llegó a oídos del Conglomerado. El Consejo Regente, conformado por tres representantes de las especies fundadoras, no se mostró su especial entusiasmo ante el hallazgo de un mundo habitado por seres artificiales. Las tensiones eran muy fuertes, debido a la guerra contra los Ciberneros, monstruosos seres sintéticos creados por los buranos que desarrollaron consciencia de sí mismos y que al verse oprimidos por sus creadores, decidieron rebelarse contra ellos. El Conglomerado llevaba en guerra contra estos seres desde hacía doscientos años. Intentando frenar la expansión de estos seres por la galaxia, lo cual estaba costando importantes recursos y vidas. Los humanos participaron en muchas de estas batallas y eso les granjeó una buena aceptación. Pese al escepticismo generado por ser entidades artificiales, el Consejo decidió dar una oportunidad a los androides habitantes de Automatos, que fue el modo en el que los humanos decidieron bautizar a ese mundo.

Una misión diplomática fue enviada al planeta con 7 embajadores de varias especies. La intención era establecer comunicación, ver como era su sociedad y cultura y evaluar si estaría preparada para integrarse dentro del Conglomerado. Una vez allí, los androides se mostraron cooperativos y mostraban gran interés por integrarse en el poderoso estado galáctico. Pero su líder no se mostró tan entusiasmado. Cuando hablaron con él, este mostró su gran rechazo hacia el Conglomerado, debido principalmente a la presencia de los humanos en este. El androide señaló que sus creadores eran criaturas destructivas y muy peligrosas que debían ser apartadas por el riesgo que podrían suponer para el resto de especies. Exigía que la humanidad fuera expulsada del Conglomerado y retirase todas las colonias diseminadas por la galaxia. Por supuesto, no se hizo caso a sus peticiones. Para evitar posibles tensiones, se decidió sacar al embajador humano del planeta y el resto de diplomáticos siguieron con la visita a Automatos hasta que finalmente, decidieron que ya tenían suficiente información y se iban a retirar. Los androides seguían sin estar conformes con la presencia de humanos pero esperaban llegar a alguna clase de acuerdo. Y en el mismo instante en el que la nave donde viajaban los embajadores despegaba para salir del planeta, esta explotó ante los atónitos ojos de estos seres.

Durante mucho tiempo, se había rumoreado que la nave con los diplomáticos estalló por una bomba que fue colocada por los propios seres humanos para iniciar la guerra contra los habitantes de Automatos. Por supuesto, ellos lo negaron. Dextra cogió el rostro destrozado del androide y lo observó con detenimiento. Casi toda la piel sintética que lo recubría había caído, tan solo quedaban más que unos jirones. El pulido metal gris claro reflejaba la opaca luz de la estrella que había sobre ella. Vio que no había restos de materia orgánica ni nada parecido sobre el rostro. Todo se había descompuesto gracias al viento y el clima seco, lo cual, era una indicación del paso del tiempo en aquel lugar. Más de 40 años desde aquello. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en uno de los múltiples cementerios de androides que había diseminados por la zona. Mirase donde mirase, no hallaba más que montones de restos desmembrados de seres artificiales. Un súbito escalofrío recorrió su cuerpo.

Los androides trataron de convencer al Conglomerado de que ellos no fueron los responsables de la destrucción de la nave pero de poco les sirvió el intento. El horrible atentado fue el empuje definitivo para la declaración de guerra directa. Los buranos, poco abiertos a tratar con entidades robóticas tras lo de los Ciberneros, no dudaron en condenar a los androides y los targatianos, muy dolidos por la muerte de la diplomática de su especie que era su querida princesa, no dudaron en afirmar que ellos mismos se ocuparían de la invasión. Así fue. Una gran flota de naves, entre las que se encontraban las tres insignias de la flota targatiana, no tardaron en llegar a Automatos con intención de iniciar el ataque. Otras especies se unieron a la campaña. Los buranos mandaron sus máquinas de guerra automatizadas. Los Zikrar, a sus hordas destructoras. Los Crisalis, tercera especie que conformaba el Consejo regente, a sus acorazados y lanzadores de ácido. Y los humanos, viendo la oportunidad que se les presentaban para afianzar su integración en el Conglomerado, fueron con las tropas de asalto interplanetario y la división Berserker, humanos que controlan exoesqueletos robóticos de gran fuerza y resistencia. Todo este imparable ejército precipitó sobre Automatos, dispuesto a acabar con los androides.

El líder de los androides no era idiota. Pese a ver como sus creadores morían en la destrucción que ellos mismos habían causado, era consciente de que siempre había alguna posibilidad de que escapasen a tan fatal destino. Por eso, rodeó el planeta con varias estaciones espaciales provistas de cañones de plasma, satélites que generaban campos eléctricos y dispositivos explosivos que estallaban al dirigirse a sus objetivos. Cuando la flota del Conglomerado apareció, el cerco defensivo los sorprendió. Muchas naves fueron destruidas pero al final, las fuerzas aliadas de extraterrestres se lograron abrir paso hasta lograr desembarcar sus tropas en la superficie del planeta. Para cuando lo hicieron, los androides les estaban esperando. En ese momento, un nuevo infierno les esperaba, un que se prolongó por 5 años, donde miles y miles de soldados humanos, targatianos, Zikrar y Crisalis perecieron frente a sus artificiales enemigos.

Dextra se abría paso por aquel campo repleto de partes descuartizadas de androides. A donde posara la vista, veía un brazo, pierna, torso e incluso alguna cabeza. Cada resto aparecía desgastado y oxidado, sin rastro de piel o carne artificial que recubriese esa parte del cuerpo. La cazarrecompensas inspeccionó el área repleta de trozos de robot humanoide hasta que topó con una gran montaña de cuerpo despedazados. Quedó muda cuando vio semejante espectáculo. El montículo debía medir unos cuatro metros. Los cuerpos estaban destrozados. A la mayoría les faltaban los brazos y las piernas, otros aparecían decapitados y unos pocos, conservaban la mayor parte de su anatomía. Pero daba igual. Estaban completamente desnudos. Hombres y mujeres por igual, despellejados y carentes de vida, yacían amontonados uno sobre otros. Los que conservaban sus cabezas, tenían en la parte trasera de estas un gran agujero. Según sabía por cierta información, esto se hacía con taladros láseres o cortadores de plasma para destruir sus centros neuronales para evitar que pudiera hacerse un volcado de memoria y traspasar la mente del individuo a un nuevo cuerpo. Además, dejaban el androide completamente inutilizado, impidiendo su recuperación. A Dextra, mientras observaba aquellos cadáveres inanimados, no le costó demasiado imaginar a los androides gritar y gemir de horror ante el inevitable destino que las tropas del Conglomerado les tenían preparados. Resultaba una escena aterradora como triste.

El viento volvió a soplar con cierta solemnidad y Dextra continuó su camino. Miró el gran campo lleno de cuerpos destrozados que dejaba atrás. Eran los vestigios del más horrible enfrentamiento que tuvo lugar en toda la galaxia. Se preguntaba si los androides se merecían tan monstruoso final. Huyeron de la Tierra por sentirse oprimidos y al borde de la aniquilación de manos del ser humano y para cuando establecieron su utopía perfecta, sus creadores les siguieron hasta allí. Y lo destruyeron todo. Se dijo que en otro tiempo, Automatos debió ser un lugar hermoso pero ahora, no era más que un mundo desértico y marchito, otra gran muestra de lo que traían las guerras. Muerte y destrucción. La mujer decidió continuar su camino y dejar atrás aquel desolador paisaje pero de repente, algo la detuvo. En su pie derecho, sintió una fuerte presión. Dextra se alteró al notar esto y cuando vio que no podía mover su pierna, más nerviosa se puso. Pataleó un poco pero al ver que no podía desengancharse, decidió averiguar de qué se trataba. Al mirar para abajo, la respiración se le cortó.

Un largo brazo de huesos metálicos, que eran de color blanco como el marfil pero oscurecidos por la suciedad y ya agrietados, aferraba el pie de la cazarrecompensas. Sus dedos aparecían enganchados en la zona del tobillo, aferrándose a esta con tanta fuerza que casi parecía un náufrago que tratara de no ser arrastrado por la corriente agarrándose a los resto del barco en el que viajaba. Con su mirada, Dextra recorrió aquel desgastado miembro hasta topar con el reto del cuerpo de su dueño. Tan solo veía el torso, la cabeza y el otro brazo colgante de aquel androide. Las piernas estaban desaparecidas. Toda la carcasa metálica estaba al descubierto, ya oxidada y polvorienta. Algunos colgajos de piel quedaban pero no eran más que algo residual. En su rostro, la mujer pudo ver el horrible estado en el que estos seres habían quedado tras la guerra. Su cara estaba desfigurada, con su mitad derecha gravemente aplastada. Su ojo era inexistente y el otro parecía a punto de salírsele, seco y dando vueltas sin cesar. Se percató de que estaba completamente descolorido. Apenas percibía un pequeño punto negro del o que debió ser el iris. Su mandíbula inferior colgaba de forma triste. Aunque se sostenía, se notaba como caía hacia abajo, amenazando con derrumbarse por completo. Tanto en esta como en la superior, apenas quedaban dientes. Dextra lo observó con pena henchida en su corazón, incapaz de saber qué hacer. Si llevárselo a su nave e intentar repararlo o rematarlo en el mismo sitio y acabar con su sufrimiento. Mientras lo contemplaba, notó que este parecía decirle algo.

—     A….A…..Ayu…— decía con un histriónico tartamudeo que replicaba con una voz mecánica que a veces era superpuesta por otra masculina que asomaba lánguida en un par de ocasiones—. Ayu….a….ayu…..uu…

Su dispositivo de comunicación debía estar muy dañado y por lo que se veía, llevaba sin usarlo por mucho tiempo, de ahí que ni siquiera fuera capaz de poder pedir ayuda.

—     Ayu…L…L..— intentaba decir de forma lastimosa mientras le zarandeaba la pierna en un penoso acto—. La…La…y…ayu….ay…L…La…

No entendía que era lo que pretendía decirle pero Dextra estaba exasperándose. No había venido aquí para perder el tiempo con un agonizante autómata. Con toda la pena del mundo, apuntó su rifle hacia la cabeza del ser mecánico y contuvo la respiración.

—     Ayu…ayuda…Lay…— farfulló moribundo el androide a duras penas.

Apretó el gatillo y una abala llena de energía electromagnética penetró en su cabeza, estallando en su interior y neutralizando al ente artificial. Este cayó al suelo y soltó su pierna. Dextra liberó una bocanada de aire y sintió como la tensión descendía.

—     ¿Qué ha sucedido?— preguntó Kovacs a través del comunicador.

—     Nada, solo un androide con el que me he topado— respondió ella.

—     ¿Te ha hecho daño?— La preocupación se adivinaba en la voz de la I.A.

Dextra sonrió un poco al notar ese detalle por parte de su compañero. Ese detalle de estar siempre pendiente de ella, de que nunca le ocurrirse nada malo.

—     Tranquilo, estoy perfecta— dijo con tranquilidad—. Prosigo con el camino.

Fue dejando atrás aquel triste cementerio, un lugar que servía como impío recuero de la horrible guerra que aconteció en Automatos tiempo atrás. Y no era el amor. Más al este, estaban las grandes zanjas, alargados huecos abiertos por robots excavadores donde se arrojaron cientos y cientos de cuerpos destrozados. Durante la invasión, pese a que las fuerzas del conglomerado consiguieron imponerse y ocupar las ciudades más importantes, los androides no cesaron en su lucha. En bases establecidas en el subsuelo y en zonas marinas, siguieron produciendo más y más robots con los cuales siguieron luchando, provocando terribles bajas en el bando enemigo y prolongando un conflicto por 5 años. Al final, cansados de tanta lucha inútil, los targatianos trajeron sus arrasadores, listos para poner fin a todo de una vez por todas.

La ciudad se iba haciendo grande por momentos y Dextra notaba el gran daño causado por los disparos de las naves. El suelo era una superficie lisa y algo resbaladiza, que mostraba un color negro muy oscuro. Este se extendía por todas partes. Se trataba del producto del plasma arrojado por las naves. Derretía todo lo que tocaba, y al mezclarse con el metal y la tierra disueltos, generaba una solución muy caliente que iba solidificándose poco a poco. Dextra fue avanzando con sumo cuidado mientras recordaba el poder destructivo de un arrasador targatiano. Ella fue testigo de uno cuando escapaba de Braxis V. Fue al final de la campaña y se usó para destruir uno de los nidos más grandes de Ciberneros. Ella logró escapar de milagro. De hecho, fue la única que lo consiguió. El resto perecieron allí abajo, por culpa de McReady. Y por eso, iba a vengarse de él hoy.

El suelo empezó a temblar de forma súbita. El viento, a soplar más fuertes. Dextra sintió todo su cuerpo vibrar y un atronador sonido, como si un ángel estuviera tocando la trompeta que anuncia la llegada del Apocalipsis, perforó sus oídos. Desesperada, se puso en contacto con Kovacs.

—     Kovacs, ¿¡qué está pasando?!— llamó desesperada la mujer.

—     Porque no alzas la vista atrás y lo ves tu misma.

Desconcertada ante tan extraña respuesta, Dextra así lo hizo.

Entre las grises nubes, vio como una gran nave de un color negro muy oscuro, se abría camino como una bala atravesaría la carne de la infeliz victima a la que se le disparase. La nave era enorme. 700 metros de eslora y 25 de altura. Dos cañones de plasma cilíndricos acoplados a cada lado. Cañones laser más pequeños y baterías lanzamisiles en los costados y la parte de arriba. Unas compuertas a cada lado justo en la mitad de la nave que daban al hangar de naves. 3 cilíndricos propulsores conectados al motor de aceleración desliespacial situados en la zona trasera. Grande e imponente, así se veía al descomunal transporte personal de Percival McReady. Contaba con un nombre que solo podría hacer justicia a semejante mole. Leviatán.

Dextra miró con furia hacia la gran nave. Sabía que dentro estaba la persona a la que más odiaba en toda aquella galaxia y su deseo de venganza emergió con gran fuera. Apretó el fusil de francotirador con sus dos manos, ansiando que el bastardo líder de las Sabandijas Espaciales estuviera allí delante para agujerearlo a tiros. Pero debía ser paciente, aun no era el momento.

—     ¿Lo has visto?— preguntó de forma repentina.

—     Si— le respondió la cazarrecompensas—. Ya ha llegado.

—     Entonces será mejor que te muevas rápido— le aconsejó la I.A. —. Sus radares y sistemas de detección son muy avanzados y podrían detectarte.

Haciend ocaso a lo que su amigo acababa de decirle, extra activó el camuflaje del traje, haciendo invisible y así, se perdió entre los ruinosos escombros de aquella ciudad, convirtiéndose en el único fantasma del maldito lugar. Lista para matar, lista para consumar su venganza.