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Cazarrecompensas- Capitulo 2.

en Grandes Series

Dedicado a mi buen amigo Arturo, que hoy cumple años. Espero que cumplas muchos mas.

El hombre la cogió entre sus firmes brazos mientras la besaba en el cuello. Su correosa lengua lamió su fina piel, dejando una estela de brillante saliva a su paso. Decidido, el hombre siguió descendiendo  por el pecho de la mujer que complacía. Centró su atención en las dos esplendidas tetas de la fémina. Las acarició con sus manos, sintiendo el suave tacto y la calidez que desprendían. Pasó su lengua por encima de estos senos, recorriéndolos de un lado a otro, escalando por su circular ladera para llegar hasta la cima, coronada por un tieso pezón rosa. Pasó su lengua alrededor de este y luego, lo engulló con su boca. Chupó, emitiendo un pequeño sonido de succión que se unió al gemido que emitía la chica.

Ella se puso un poco tensa. Notó como la boca del hombre iba de un pecho a otro, besando y chupándolo, poniendo especial atención en sus pezones, los cuales pellizcaba con sus dedos y mordisqueaba. Eso le añadía algo más de estimulación y era lo que más necesitaba ahora. Sentirse viva, sentir placer. Mucha tensión había acumulada en ella y deseaba liberarla como fuese. Quizás él lo consiguiese. Era lo que Dextra Lux esperaba con ansia.

Se estremeció un poco cuando vio como el hombre fue descendiendo por su vientre plano, introduciendo su lengua dentro de su ombligo, lo cual generó un súbito escalofrío. Ante esta reacción, su amante alzó su cabeza para ver que le pasaba. Ella se apartó un mechón de pelo rubio que conformaba su melena y le devolvió la mirada, señalando que prosiguiese con su labor. Él continuó su descenso hasta llegar a la entrepierna.

Dextra emitió un fuerte gemido cuando sintió la húmeda lengua recorriendo su depilado sexo de arriba a abajo. Meneó sus caderas un poco cuando vio como el hombre se empleaba a fondo en practicarle sexo oral. Cerró sus ojos y abrió su boca para dejar salir todo el aire que había en ella mientras notaba como el placer la invadía por dentro.

—     Eso es Gavin, ¡no te detengas!— dijo ella muy eufórica.

El tal Gavin, quizás motivado por tan alentadoras palabras, decidió emplearse a fondo.

Con su lengua, fue lamiendo los labios mayores de la vagina, al tiempo que Dextra gemía más fuerte. Viendo que la cazarrecompensas se excitaba más, el hombre continuó atacando. Separó los labios con los dedos de su mano derecha y pasó su lengua por toda la vulva. Dextra arqueó su espalda al notar tan maravillosa sensación.

—     ¡Si, si!— decía entre suspiros—. ¡Eso es, sigue!

Sus palabras parecían animar a su amante. Este fue directo por el clítoris, el centro neurálgico del placer femenino. Atrapó el palpitante bulbo carnoso entre sus labios, besándolo y mordisqueándolo un poco para luego lamerlo. Primero lo hizo de arriba abajo y acto seguido, dio varias vueltas en círculo a su alrededor. Finalmente, con la punta, lo golpeteó varias veces. Eso fue definitivo para Dextra.

—     ¡Oh, sí!— exclamó en un fuerte gemido—. ¡Me corro!

Todo su cuerpo convulsionó de arriba abajo. Percibió las fuertes contracciones de su vagina y sintió como todo el aire salía de su cuerpo. En un momento dado, creyó que su corazón se detendría, muriendo para siempre. Porque eso era lo que estaba experimentando, el orgasmo, la conocida como pequeña muerte.

Tras terminar el cunnilingus, Gavin ascendió por el cuerpo de la hermosa dama a la que complacía. Llegó hasta poner su rostro a la altura de Dextra y la miró. Ella tenía sus ojos cerrados y respiraba de forma tranquila, dejando que sus pulmones se recargaran con el oxígeno necesario para recuperar fuerzas. Cuando los abrió, sus ambarinos irises ojearon al galán que acababa de hacerle un gran comida de coño hasta dejarla bien satisfecha.

—     ¿Mejor?— dijo el hombre.

—     Muchísimo mejor— dijo ella.

De repente, Gavin acercó su boca pero Dextra rehuyó la tentativa de beso. Eso extrañó bastante al hombre, quien no entendía el porqué de esa acción. La cazarrecompensas se dio cuenta del gesto incrédulo que tenía y apiadándose de él, le correspondió. Sus labios, carnosos y rosados, se posaron en los de su amante, apretándose con fiereza para morrearse con gusto. No tardaron las bocas en abrirse y las lenguas en enrollarse, pudiendo de este modo saborear los flujos vaginales que seguramente él se tragó mientras le estaba devorando su sexo.

Estuvieron así por un rato. El hombre la acarició por todo su cuerpo, sintiendo como esas manos recorrían su clara piel y se tomaban su tiempo en sus pechos, piernas y culo. Ella se limitó a abrazarlo. Una vez se separaron, observó a Gavin con detenimiento. Era alto, robusto y de piel morena. Su pelo aparecía alborotado en una melena castaña oscura y sus ojos eran de un penetrante color marrón que le dotaban de una naturaleza salvaje y caliente.

—     ¿Quieres que lo hagamos?— le preguntó de forma cortes.

Ella asintió y ante esto, Gavin llevó su mano hacia su entrepierna. Hasta ahora, no se había fijado en el duro miembro del hombre pero ahora que veía como  lo aferraba, Dextra pudo ver lo largo y tieso que estaba. Era impresionante, un pene de cimbreante longitud. Su amante acercó su sexo hasta el de ella y restregó su amoratada punta contra esta. La mujer gimió varias veces mientras notaba como el glande acariciaba cada pliegue de su vagina y tembló un poco cuando este quedó colocado justo en la entrada.

—     ¿Lista?— preguntó Gavin mientras la miraba a los ojos.

Ella asintió como respuesta afirmativa. Tenía vía libre para hacerlo.

De repente, Dextra sintió como la dura polla invadía su cálido coño. Podía notar como esta se abría paso a través de su conducto, abriéndolo con lentitud pero de forma deliciosa.

—     ¿Te duele?— preguntó de nuevo con atención Gavin. Le reconfortó un poco que él estuviera preocupado por su bienestar.

—     Tranquilo, puedes seguir— respondió ella.

Animado por estas palabras, el hombre siguió penetrándola hasta que toda su polla había quedado enterrada dentro de Dextra. Y entonces, Gavin empezó a moverse. Ella gimió cuando comenzó a sentir aquella endurecida estaca barrenando su interior, saliendo un poco hacia afuera para luego clavarse hasta lo más profundo. Cada embestida que recibía, la hacía temblar más.

—     ¿Te gusta cómo te follo?— le decía el hombre mientras meneaba con intensidad sus caderas.

—     Aja— fue lo único que salió de la boca de la cazarrecompensas.

—     ¿Quieres que intensifique mis acometidas?— preguntó Gavin.

—     ¡Si, hazlo!— respondió entre gritos Dextra mientras su amado la follaba con ganas.

La pelvis de Gavin se movía de adelante hacia atrás, bombeando su miembro en el interior de la vagina de la mujer, la cual estaba a punto de venirse. Dextra notaba que no iba a aguantar por más tiempo y ahogó un gemido mientras el hombre besaba su cuello. Percibió que el aire empezaba a faltarle, señal inequívoca de que el orgasmo llegaba. Tembló de euforia, deseosa del nuevo estallido. La polla seguía martilleando su interior, imparable en su vaivén. Ella percibió una corriente eléctrica recorriendo su sexo y literalmente todo su cuerpo. Y entonces, él hizo la pregunta.

—     ¿Quieres que ponga el modo vibración?

De un fuerte empujón, Dextra separó al hombre de ella. Este la miró extrañado, sin poder creer lo que sucedía. La cazarrecompensas le obligó a salirse de ella y que se pusiera a su lado. Al sacar su polla, varios regueros de flujo vaginal cayeron sobre las sabanas verdes de la cama. Gavin la observó con incrédula cara, incapaz de entender que pasaba.

—     ¿He hecho algo mal?— preguntó, cambiando su seductor tono de voz por uno más informal y educado.

La mujer lo miró con sus ambarinos ojos pero no halló más que indiferencia en ellos. Parecía disgustada. Sin más explicaciones, Dextra se levantó con intención de vestirse y marcharse de allí. Ante esto, Gavin la agarró de la mano pero de forma leve.

—     ¿Qué quieres?— dijo molesta la cazarrecompensas.

—     Saber que he hecho para haber interrumpido tan grata experiencia.

La franqueza del hombre hizo que Dextra se apiadase de él. Por ello, decidió darle una respuesta.

—     Recordarme en el mejor momento del polvo, que me estoy follando a una puta máquina.

Aquella replica podría haber ofendido a Gavin pero afortunadamente, su programación no contaba con ese tipo de emoción. Igual que ira, envidia o tristeza. Era lo bueno de que fuese un androide, podían meterle toda clase de pensamientos para moldearlo como sus creadores deseasen.

—     Solo trato de satisfacerla en todo lo que desee— se explicó con naturalidad.

—     Si, y lo estábamos teniendo, hasta que decidiste romper la magia— esgrimió Dextra con disgusto—. Tenías que comportarte de nuevo como el dichoso muñeco sexual que eres.

Gavin parpadeó un poco ante la inesperada respuesta de Dextra. Ella lo observó, pudiendo apreciar las facciones de su rostro y las expresiones que estas dibujaban. Le resultaba increíble el realismo que supuraba aquel ser, como la ciencia y tecnología de la época eran capaces de crear un ser de aspecto tan realista y natural pero que sin embargo, era totalmente artificial. Y ni siquiera estaba vivo.

—     Lo siento mucho— se disculpó el androide ante ello—, pero ya sabe que estoy programado para darle el máximo placer que necesite. Es por lo que ha pagado, ¿no?

Dextra suspiró. En el fondo, llevaba razón. Se encontraba en uno de los clubes de alterne pertenecientes a la estación espacial Géminis. Había decidido realizar una parada en este lugar para descansar y abastecerse. Tan solo había pasado un día desde lo de Tethys y ya tenía la información sobre el paradero de Percival. Pero necesitaba despejar su mente de todo por un momento y concluyó que el sexo era la mejor opción. Aunque fuera con un ser artificial.

—     ¿Qué es lo que desea que hagamos?— preguntó servicial Gavin—. Recuerde que mi programación incluye todas las técnicas para ofrecer el mejor placer sexual a una mujer, además de tener almacenados una gran variedad de diversas posturas eróticas. Todo a su entera disposición.

Lo observó por un instante y acto seguido, movió su delgado pero atlético cuerpo sobre la cama. Dobló su rodilla derecha para apoyarse en el mullido colchón. Miró al androide, evaluando sus opciones. Cuando ya tuvo la que deseaba, decidió comentárselo.

—     Quédate recostado bocarriba— le pidió.

—     Como usted desee— contestó el ser artificial.

Extendió su mano y agarró el pene de Gavin. Al estrecharlo entre sus dedos, rodeando el tronco, pudo notar lo duro que estaba. El tacto era suave y caliente. Seguía impresionada por el gran realismo que estos seres poseían. Bajó su mano y luego la subió, haciendo un pequeño amago de masturbación. Eso hizo que el androide gimiese un poco. Animada ante esto, Dextra se agachó para chupársela.

—     ¡Oh, señorita Lux!— dijo sorprendido Gavin.

Hizo caso omiso a la simulación de excitación del androide y lamió la punta de la polla. La lengua paladeó aquel amoratado glande, sintiendo el salado sabor que emanaba de este y luego, se introdujo el miembro en su boca. El hombre entrecerró sus ojos y gimió un poco mientras ella le practicaba una intensa felación. Buscaba encajar todo el cimbreante pene en su boca pero no llegaba más que un poco por debajo de la mitad. Tanto tiempo sin sexo le estaba haciendo perder práctica.

El hombre siguió estremeciéndose mientras Dextra le practicaba la mamada. Ella siguió así un poco más hasta que decidió sacársela de la boca y dejó caer unos cuantos regueros de saliva que extendió con su mano por todo el tronco.

—     Bien, ya estoy lista— dijo.

En ese mismo instante, Dextra se ensartó la polla hasta lo más profundo de su coño. Sentir como el erecto pene atravesaba todo su conducto de la misma forma que un cuchillo atraviesa un trozo de carne, la hizo estremecer.

—     ¿Va todo bien?— preguntó Gavin, de nuevo preocupado.

—     Sí, todo está perfecto— exclamó Dextra.

Colocada encima del androide, la cazarrecompensas comenzó a moverse, meciendo sus caderas de delante a atrás, clavándose la polla lo más adentro que podía. Tembló varias veces e irguió su cuerpo, presa de la excitación que la atravesaba. Desde su posición, Gavin pudo contemplar la hermosa figura de la humana. Sus erguidos pechos su vientre plano, su brillante piel blanca bajo la luz, su pelo rubio tan largo y revuelto. Todo ello se movía al intenso compás que había decidido imprimir a su cabalgada. La mujer llevó sus manos a sus pechos para pellizcarse sus pezones. Sintió como el androide se movía, clavando su miembro más en ella. Esto no le gustó demasiado.

—     Tú no te muevas— le ordenó con autoridad—. Aquí la que busca placer soy yo.

Obedeciendo, Gavin se detuvo.

Dextra reinició sus movimientos, acelerando cada vez más el vaivén. Sabía que no tardaría en correrse. Sin embargo, el androide no quería sentirse inútil y por ello, su programación le impulsó a acariciar con sus manos los pechos de Dextra. Ella no se quejó ante esto. Atrapó los pezones entre sus dedos y los pellizcó para añadir mayor estimulo, lo cual hizo que la mujer gimiese con fuerza.

Ella continuó cabalgándolo sin cesar, notando la enhiesta polla atravesándola y rozando sus paredes vaginales. Notó algo húmedo envolviendo uno de sus pezones. Al mirar, se encontró con Gavin succionando su pecho izquierdo. Todos estos estímulos se añadieron al placer que ya sentía y finalmente, Dextra supo que no aguantaría más.

—     ¡Me corro!— gritó con mucha fuerza.

Todo su cuerpo entero se agitó en violentos temblores. Percibió fuertes contracciones en su vagina, al tiempo que Gavin apretaba sus pechos y mordisqueaba el pezón. En ese mismo instante, mientras gozaba satisfecha, un fuerte chorro de líquido caliente inundó su sexo. Más regueros llenaron su interior. Supo que el androide se había corrido. No se lo pidió pero al menos, añadía naturalidad a la escena.

Cansada, hizo recostarse a su amante y luego se dejó caer sobre él. Al final, había disfrutado más de lo que esperaba, pese al pequeño contratiempo que le había causado Gavin. Respiró hondo un par de veces para recuperarse y entonces, se sacó el pene que aún tenía dentro. Varios regueros de semen cayeron sobre la cama, derramados de su vagina. Se levantó y esta vez sí, comenzó a vestirse.

—     ¿Ha disfrutado?— preguntó el androide, mas con intención de saber si había cumplido con su trabajo que por puro deseo de sentirse bien.

—     Te has portado bien, pero procura no volver a abrir la boca, ¿entendido?

Gavin puso una expresión de desconcierto ante lo que acababa de responderle la cazarrecompensas. Supuso que no debía haberle enojado, pues en su programación pensamientos negativos de esa clase eran inexistentes, así que pensó que era más desconcierto.

—     No se siente muy relajada teniendo sexo con androides, ¿verdad?

Ya se había puesto su sujetador y bragas de color negro hechas en material plástico cuando escuchó esa frase.

—     ¿A qué te refieres?— preguntó.

—     Cuando traté de besarla y tocarla en determinados momentos, se sintió bastante alterada. Me rehuía en cada intento por establecer un contacto más cercano. — Sus palabras resultaban metódicas y precisas, como tan solo una maquina podría expresar— Es como si sintiese miedo hacia seres de nuestra naturaleza.

En un principio, no supo que contestarle. Que un androide como él fuese capaz de deducir de forma tan concisa su forma de comportarse le dio incluso miedo pero luego, recordó que esto seres estaban preparados para estudiar las expresiones y el comportamiento de las personas. Así, se preparaban en base a estas para cumplir mejor sus fantasías y ver cómo debían encauzar el encuentro sexual para que les resultasen los mas cómodos posibles a los clientes. Impresionada por su gran capacidad deductiva, decidió ser franca con él.

—     Mira, no es que me de miedo acostarme con androides como tú— le comentó con claridad mientras se ponía una camiseta blanca—, es solo que no me parece del todo natural.

Cuando escuchó esto, Gavin arqueó una ceja en clara señal de sorpresa, aunque la arqueó tanto que quedaba como una pose peculiar y exagerada.

—     Explíquese— demandó con cierta ansia el ser artificial.

A Dextra le sorprendió esa reacción. Quizás era más curiosidad pero percibía cierto dejo de molestia, aunque eso no podía ser. Sabía que estos seres no podían experimentar esa clase de pensamientos y emociones negativas.

—     Veras, aunque vosotros los androides sois perfectos a la hora de tener sexo, todo se siente muy falso. Sois tan detallistas y minuciosos que resulta artificial. — La mirada que le lanzaba el autómata estaba cargada de una enorme fascinación. No le importunaba demasiado— En cambio, con los humanos todo resulta más espontaneo. Nosotros no sabemos tanto, por ello, podemos explorar y llevarnos sorpresas al ver lo que oculta el otro. A veces, hay relaciones que resultan un desastre pero otras pueden resultar experiencias muy bonitas e increíbles. Esa emoción, con un androide, se pierde.

El androide la observó desde la cama al tiempo que ella se sentaba en esta para ponerse el pantalón. Se encontraba quieto, como si se lo hubiesen ordenado. Eso la alteraba un poco. Tenerlo tan cerca, le hacía recordar tiempos violentos y dolorosos. Sin embargo, no tardó en reaccionar y hablar, algo que calmó a Dextra.

—     Entiendo, nosotros estamos preparados para satisfacer al cliente en todo lo que necesite y eso hace que le demos lo que espera— Hizo una pequeña pausa, quizás como transición tranquila ante lo que tenía que decir—, es por eso que igual somos más predecibles. Pero con otro humano, puede resultar todo inesperado, al desconocer qué clase de amante puede ser o que sabe. De ahí, que no podamos replicar de forma tan acertada ese tipo de encuentros.

La cazarrecompensas asintió de forma afirmativa, buscando aseverar su postura.

—     Bien, me marcho— anunció mientras se puso su chaqueta azul cobalto y se ataba el cinturón con sus armas personales.

Iba a marcharse cuando Gavin volvió a llamarla.

—     Señorita Lux, sé que esta es una opción a disposición de todo cliente pero…

—     Lo siento, pero no estoy interesada en dichosos comandos de lealtad.

Dejó al androide con la palabra en la boca y salió de la habitación.

—     Gracias por usar nuestros servicios— dijo repentino Gavin—. ¡Vuelva pronto!

Apenas escuchó esas palabras, pues ya se encontraba en la otra punta del pasillo. Desde ahí, salió a la sala principal que servía como entrada al club. Allí había un mostrador donde una hermosa androide provista de un vestido corto azul que envolvía su bella figura recibía a los recién llegados. Esta, con una cálida sonrisa dibujada en su rostro, también le agradeció a Dextra por sus servicios. La cazarrecompensas la ignoró por completo.

Ya una vez fuera, se encontraba en una de las galerías secundarias pertenecientes al área de ocio de la estación espacial Géminis. Esta, se hallaba dividida en distintas secciones donde se proporcionaban variedad de servicios a los viajeros espaciales que iban de un destino a otro. Repostaje y reparación de naves; zonas de descanso y relajación; restaurantes y bares; tiendas para comprar todo tipo de enseres y provisiones; además de locales de ocio como cines, zonas recreativas, pubs y como no, prostíbulos. Aunque de estos últimos, tan solo estaban permitidos para los buranos, que solo eran más que simples servicios de masajes, y los humanos, quienes usaban seres artificiales. Esto estaba así establecido por el Conglomerado, pues se quería evitar el posible esparcimiento del crimen y el tráfico ilegal, sobre todo por parte de piratas espaciales. Eso sí, en las estaciones no controladas por la todopoderosa nación galáctica, este tipo de actividades era muy común.

Dextra continuó su camino a través de la galería para así cruzar a la avenida que la llevaría al puerto estelar donde se encontraba parada su nave, la Mistral. Estaba más relajada tras descansar, tener sexo y reabastecerse de provisiones y munición. Ya estaba preparada, aunque lo llevaba desde bastante tiempo. En pocos días, Percival McReady participaría en una transacción de venta de armamentos en el planeta Automatos, así que debía estar lista. Era su única oportunidad de cazar a ese bastardo y acabar con él para siempre. Imbuida por estos pensamientos, se adentró entre la multitud de personas y otros seres que allí había, todos ellos, pertenecientes al Conglomerado. Esta era la gran organización gubernamental que controlaba todo el sector conocido de la Vía Láctea y otras galaxias cercanas. Una gran unión entre distintas especies alienígenas de la que el ser humano era un reciente miembro. Tan solo la guerra contra los Ciberneros fue lo que consiguió que finalmente fuesen aceptados. Dextra fue caminando mientras seguía inmersa en sus divagaciones y sin querer, chocó con alguien.

—     Lo siento— se disculpó la chica.

—     ¡Mira bien por donde vas, humana!— le gritó enojado el ser con el que acababa de tropezarse.

Era un targatiano, seres de aspecto humanoide, piel tan negra como el petróleo e intensos ojos amarillos. Su piel está recubierta de espinas puntiagudas que en su rostro, se endurecían hasta conformar un par de hileras anaranjadas que bordeaban el perfil de su cara mientras que en la cabeza, se desarrollaban como una corona de pinchos más gruesos, también de color naranja. Eran la especie fundadora del Conglomerado y eso les había hecho valedores de una posición privilegiada dentro de esta organización. Además, se trataban una especie muy guerrera y no tenían muy buena relación con otras especies por su naturaleza belicosa. Pese a todo, tenían en buena estima a los humanos. Dextra se quedó mirando al ser por un instante, sintiendo como un doloroso sentimiento de nostalgia la invadía por dentro. Le recordaba a alguien a quien le tenía mucho cariño.

Siguió caminando, esquivando a todos los andantes que había por esa vía. En ese lugar había otros alienígenas, como los buranos, criaturas de aspecto similar a una babosa y de color entre azul y rosa que se comunicaban a través de luminosidades que emitían por su cuerpo. O los Zikrar, con exoesqueletos de color azul brillante, cuatro brazos acabados en fuertes pinzas y alas que recordaban a insectos. Estas criaturas fueron de la primera especie de origen extraterrestre con la que se encontraron los humanos y con los que libraron una guerra hasta que el Conglomerado los descubrió y zanjó el horrible conflicto que habría aniquilado a ambos bandos. Desde entonces, pese a no llevarse muy bien, una fuerte tregua se había establecido entre las dos razas para no propiciar más confrontaciones.

Poco a poco, Dextra dejó atrás la avenida y no tardó en cruzar la entrada que la llevaba al puerto estelar. Desde el amplio hall que daba la bienvenida a los recién llegados a la estación o los que la abandonaban, se desplegaban los túneles de inserción que permitían a los tripulantes entrar y salir de las naves. Dextra cruzó por mitad del hall, esquivando las dos largas hileras de pasajeros que esperaban frente a las taquillas de embarque para confirmar su llegada a la estación. Un Zikrar desplegó sus iridiscentes alas ocultas tras su espalda. Cada una podría medir dos metros de largo. La mujer notó como un poco de viento la despeinaba y se hizo a un lado para evitar al insecto. Este, la miró con sus verdosos ojos, notando cierto aire de superioridad en él. Era típico de ellos menospreciar a los humanos.

Ignorando a aquel ser, Dextra se dirigió al pasillo amplio que tenía a su izquierda y lo recorrió. Era la zona de embarque. Frente a ella, a través de grandes cristales, podía ver las naves que había aparcadas, enganchadas con conectores magnéticos para que la deriva no las alejase de la estación. Desde meras lanzaderas para un solo ocupante que se desplazaban a velocidades levemente superiores a la de la luz pasando por descomunales cargueros acorazados que almacenaban todo tipo de mercancías, la flota de naves que poseía cada civilización perteneciente al Conglomerado era variada y fascinante. Y entre todas esas naves, se hallaba la preciada de Dextra.

Mistral era una nave de 15 metros de eslora, 6 metros de ancho y unos 7 de altura. Alargada, de morro puntiagudo y dos largas alas desplegadas a cada lado, provistas de potentes propulsores que la hacían viajar a límites inimaginables. La nave estaba gobernada por una Inteligencia Artificial llamada Kovacs, la cual se ocupaba de mantener todos los sistemas en pleno funcionamiento y de apoyar a Dextra durante sus misiones de caza, proporcionándole información esencial o instrumental necesario. También era un buen acompañante con el que hablar durante los largos y solitarios viajes por el espacio. Y si necesitaba que la cubriesen en un enfrentamiento, la I.A. se ocupaba de proporcionárselo conduciendo la propia nave y desplegando el armamento de esta, que incluía misiles y ametralladoras.

El orgullo y cierta sensación de euforia la invadieron cuando observó el impoluto chasis azul oscuro de la nave que contrastaba con fuerza con el rojo de las alas, dándole un aspecto imponente y aguerrido. Le encantaba tener esa nave y haberla conseguido, el modo en la que la obtuvo, era lo que más la emocionaba. Fue un regalo de quienes salvó y un propósito para convertirse en cazarrecompensas. Apoyada en el cristal una de sus manos, parecía querer tocarla. No tardaría en volver a hacerlo.

Mientras esperaba a que el túnel de inserción se conectase con la terminal del embarcadero, Dextra siguió mirando a Mistral con total calma.

—     Menuda birria de nave— dijo una burlona voz a su lado.

Cuando se volvió, el deseo de aporrear al malnacido que había dicho eso era inmenso en ella. Y cuando vio de quien se trataba, esas ganas aumentaron.

—     ¿Esta es la mítica nave Mistral?— preguntó la chica de forma socarrona. Tenía los brazos cruzados y la espalda apoyada contra la acristalda pared—. Pues no parece tan amenazadora como me habían dicho. Si esta es embarcación en la que viaja la gran Dextra Lux, me parece ridícula.

La observó. Piel blanca, un tatuaje de una estrella negra de cuatro puntas en su mejilla derecha, ojos azul celeste, pelo largo y rojo recogido en una trenza que caía por su hombro izquierdo y unos labios finos donde una curvilínea sonrisa llena de prepotencia e insidia se hallaba dibujada. Era algo más baja que Dextra y también más delgada pero se le notaba una figura fortalecida y esbelta. Llevaba una corta camiseta de color blanco recubierta por un chaleco sin mangas rojo y unos pantalones también rojos y bastante cortos. Unas botas altas de color negras le llegaban hasta unos centímetros por debajo de las rodillas.

—     ¿Te conozco?— preguntó Dextra mientras miraba a aquella chica de arriba abajo.

Cuando esta escuchó su pregunta, sacudió un poco su cabeza y avanzó hasta ella, extendiendo su mano para que la tomase en señal de saludo.

—     Mi nombre es Isis Merovingia, cazarrecompensas del cuadrante Tigris.

Fue a coger su mano para estrechársela, pero esta la apartó de inmediato.

—     Y tú eres Dextra Luz, una de las mejores, si no la mejor, cazarrecompensas de toda la galaxia conocida.

Su forma de hablar desprendía mucha seguridad para ser alguien tan joven. Debían de llevarse por lo menos 10 años de diferencia. Dextra tenía 32 y la tal Isis puede que no tuviera ni 20.

Ambas se miraron por un pequeño rato fijamente, como si estuvieran estudiándose la una a la otra. En cierto modo, así era. Al menos, eso era lo que Dextra hacía. Nunca había visto a esta tal Merovingia pero debía de ser una recién iniciada, una principiante que acababa de asumir su rol. Pero la veía demasiado joven, lo cual le parecía extraño. Muchos cazarrecompensas eran exmilitares  o antiguos agentes de seguridad que habían decidido dedicarse a la búsqueda y captura de criminales por su cuenta. Eran gente experimentada, con años en combates a sus espaldas. Incluso Dextra, con 7 años acumulados, era considerada muy joven para los estándares del gremio.

—     No me suenas de nada, Isis— exclamó la mujer—. ¿De dónde has salido?

—     Acabo de empezar— se explicó ella—, pero no voy a dudar en hacerme un nombre en muy poco tiempo. Voy a estar a tu misma altura, Lux. Ya lo veras.

No tardó en reírse. Aquella osadía con la que pronunciaba sus palabras, divertían muchísimo a la cazarrecompensas.

—     ¿Qué te hace tanta gracia?— Se notaba que Isis parecía molesta ante la súbita reacción de Dextra.

La mujer respiró algo abotargada por la euforia que la recorría. Quería estallar en carcajadas pero prefirió tranquilizarse, sobre todo si quería hablar con aquella peculiar chica.

—     Perdona, pero es que no he podido evitar partirme de la risa al verte tan dispuesta y preparada para demostrar al mundo de lo que eres capaz— se disculpó Dextra mientras tomaba una pequeña bocanada de aire.

Isis la miraba con cierto recelo. Parecía estar conteniéndose.

—     ¿Piensas que no soy digna de ser una cazarrecompensas?

—     No es eso— respondió la mujer—, pero me parece que vas muy deprisa. Eres muy joven y esto no es un puto juego.

—     ¿Qué te hace dudar de que no esté a tu altura?— preguntó la chica de pelo rojo tan intenso como las llamas del Infierno.

—     Que lo pretendas estar.

Aquella contestación hizo que el gesto burlón de Isis desapareciese. La chica miró a la cazarrecompensas con ira y ganas de querer confortarla.

—     ¿Insinúas que no podría atrapar a un criminal como tú?— dijo encarándose a la mujer de pelo rubio.

—     Lo que digo es que la vas a cagar estrepitosamente si vas con toda esa prepotencia— respondió bien clara Dextra—. Precisamente son los novatos como tú, tan chulos y brabucones, los que acabáis en el hoyo primero.

Una sonrisa de arlequín se enfundó en el rostro de Isis. Aun a pesar de las palabras de Dextra, no parecía haberla desanimado. Más bien al contrario, parecía aceptar esto como un desafío.

—     Pues cambiarás de opinión cuando le atrape.

Tras decir esto, se dio la vuelta, como si tuviera intención de marcharse. Pero a Dextra, esas últimas palabras le hicieron alterarse un poco, pues adivinaba algo tétrico en ellas.

—     ¿A por quién vas?

Isis giró su cabeza para mirarla con cierto desdén y diversión. Sus ojos azules tenían un brillo tenue y sagaz. Su sonrisa burlona seguía enmarcada en su cara, como si deseara llevarla así por siempre.

—     Percival McReady, el líder de las Sabandijas Espaciales.

Cuando escuchó esto, Dextra sintió como el universo entero se replegaba contra ella. Un miedo atroz recorrió su cuerpo entero, tan frio como el gélido aliento de un fantasma. Aquel temor atenazaba todo su ser y no era porque quisiera arrebatarle el preciado trofeo que tanto ansiaba, ni mucho menos. No, el motivo era porque esa chica no tenía ni idea de a quien se enfrentaba.

Avanzó varios pasos hasta ponerse a su altura y cuando la tuvo cerca, la agarró por el hombro izquierdo. Al sentir el tirón, Isis se giró de forma brusca, quedando frente a la cazarrecompensas.

—     ¿¡Qué coño quieres?!— preguntó molesta y furiosa.

—     La llevas clara si pretendes ir a por McReady— le dijo Dextra con tono severo—. ¡No tienes ni idea de a por quien vas!

—     Oh, sí que la tengo— exclamó desenfadada Isis, como si pretendiera mofarse de ella.

—     ¡No, no la tienes, estúpida!— La mujer se enfureció ante la pasividad de la chica y la agarró con beligerancia de su brazo derecho, apretándoselo con fuerza—. Percival McReady no es un criminal de poca monta, ¡es un monstruo! Muy peligroso y letal, todos los que han ido tras su pista han acabado regresando en una bolsa de cadáveres. Y tú también lo harás si decides perseguirle.

—     ¿Y qué te hace a ti mejor que yo, eh?— preguntó Isis.

En un principio, Dextra bajó la mirada algo confusa. No sabía que contestarle. Deshizo la presión en su brazo y sin querer, acarició la piel. Le parecía suave y cálida. Volvió a mirar a la chica y al notar sus ojos en los de ella, Isis se apartó. Parecía molesta con el roce. A Dextra, la había encendido un poco. Hacía mucho que no estaba con una chica y ella era bonita.

—     No vayas a por él— le pidió—. Hay criminales más inofensivos, perfectos para alguien que recién está empezando.

A través de sus suplicas, se asemejaba a una madre que le estuviera pidiendo que no cometiera ninguna locura. Pero al mirar esos celestiales ojos, supo que no sería así.

—     Tú no eres quien para decirme que hacer— le replicó Isis—. Pienso ir a por él. No puedes impedírmelo y cuando le atrape, mi nombre será más famoso que el tuyo.

Vio cómo se daba la vuelta y se marchaba de allí. Una gran desazón reconcomía el interior de Dextra. Se apenó por aquella chica. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo al perseguir a McReady. La mataría y eso, le destrozaba. Pero, ¿qué podía hacer ella? Ya había intentado disuadirla pero la tal Isis Merovingia parecía dispuesta en su empeño de confrontarlo. Isis Merovingia. El nombre sonaba ridículo. Y lo peor era esa prepotencia con aire de superioridad, todo para querer estar a su altura o incluso superarla. Dextra nunca quiso ser famosa. Solo halló un modo de ganarse la vida como cazarrecompensas pero jamás deseó notoriedad o popularidad. Ella detestaba todo aquello. Lo único que ansiaba era seguir con su vida de la forma más digna posible, sobre todo, después de lo que le ocurrió tras salir de las Fuerzas Armadas. Expulsada por deshonor. Por culpa de McReady.

Siguió atribulada en esos pensamientos cuando reparó en que el túnel de inserción para acceder a su nave ya estaba listo. De hecho, llevaba rato en espera. Sin dudarlo, la mujer entró por este para acceder a su nave.

Ya dentro de la Mistral, Dextra cruzó un estrecho pasillo hasta llegar a una puerta metalizada. De la esquina superior derecha que conformaban las dos paredes de ese pasillo, surgió un largo brazo robótico de cuyo extremo se sostenía un glóbulo ocular artificial. Al abrir su parpado de níquel, se reveló una esfera de cristal reluciente del cual emanaba un brillo azul claro muy luminoso. Este, la observó por un pequeño instante.

—     Saludos señorita Lux— dijo una agradable voz masculina—. ¿Cómo ha sido su estancia en la estación Géminis?

—     Buena Kovacs— respondió ella mientras la compuerta se abría y entraba.

—     Espero que venga con fuerzas recargadas y lo bastante serena como para continuar nuestro viaje a Automatos— comentó la I.A de la nave—. El viaje durará dos días y si es cierto que McReady y su banda estarán allí, bueno, ya sabe lo que sucederá.

Caminó a través de la amplia habitación que era su habitación de descaso, que incluía una amplia cama, un pequeño estudio, una zona de bar con barra y estantería repleta de bebidas alcohólicas, un amplio sillón frente a una pantalla de visión muy fina y una gran biblioteca con muchos libros, todos en papel, antiguas reliquias que le costó adquirir y rescatar. Sin embargo, todo aquello pasó a un segundo plano, pues no tardó en salir de la sala y llegar a la cabina de piloto. Era una pequeña habitación con dos meros asientos frente a los que se desplegaban los controles de la nave. Kovacs se ocupaba de conducirla pero Dextra siempre le gustaba ser quien tuviera el control. Pilotar la Mistral le hacía sentir libre y poderosa. Era su gran orgullo, su mayor privilegio.

Se sentó en uno de los sillones de goma negra y dejó recostar su cuerpo un poco. Del centro del panel de control, surgió otro largo apéndice robótico acabado en glóbulo ocular que era la representación externa de la I.A. Esta, se volvió a Dextra, quien lo miró con cierta calma.

—     He revisado y depurado los sistemas. La nave está lista para  iniciar el viaje— le informó—. Cuando quieras, me pongo en contacto con los de control de vuelo para que nos desenganchen.

Dextra resopló un poco. No dejaba de pensar en Percival McReady y en el probable encuentro que tendrían en pocos días. Pero lo que no se podía quitar de la cabeza era a aquella chica tan ilusa y terca. Esperaba que no interfiriese en aquella lucha. No tanto porque pudiera pisotearle su oportunidad de venganza, sino porque se iba a poner en peligro al enfrentarse a McReady. Y demasiadas personas habían caído frente a ese monstruo. Ya era hora de pararle los pies al bastardo.

—     Llama a control— dijo en ese mismo instante—. Es la hora.

—     Enseguida— exclamó la I.A., presta a realizar su labor.

Enseguida, la Mistral quedó desenganchada de la estación Géminis, se dio la vuelta y comenzó a alejarse de esta. Los motores secundarios de la nave empezaron a emitir un refulgente resplandor anaranjado, señal de que se impulsaba a velocidades inferiores pero solo como inicio previo al salto desliespacial. De repente, los motores traseros comenzaron a emitir un fulgor azulado, señal de que la energía argónica estaba calentando el motor de potencia para iniciar la explosión que impulsaría a la nave. Y así fue, de forma repentina, los propulsores expulsaron gran cantidad de energía que se extendió como una brillante estela de azul apagado y la nave, desapareció del horizonte, iniciando su peligroso viaje hacia el espacio desconocido, donde le esperaba a la cazarrecompensas su confrontación final.