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Cazarrecompensas- Capitulo 1.

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Advertencia: Este relato es una historia de ciencia fición con tintes de acción y aventuras. Aunque habrá escenas de sexo, mi intención no es convertir esta historia en un relato porno, me temo que te has equivocado. Habrá sexo pero en el momento oportuno, lo cual significa, que habrá capitulos donde a lo mejor no haya ni un simple desnudo. Como este primero. Asi que antes de poner un terrible o de dejar un comentario insultante, piensate si este es el relato que quieres leer. En caso de que asi sea, espero que disfrutes con el y me lo hagas saber dejando un comentario. Te estaré muy agradecido por ello.

La lluvia no dejaba de caer. Era una constante presencia. Gotas y gotas de líquido transparente no cesaban de precipitar sobre la superficie metálica, derramándose en largas estelas que se desdibujaban con la incesante caída de más gotas. Aquella tormenta parecía ser infinita y en verdad, así era. Se trataba de una de las peculiares características de un planeta océano. No había más que agua.

La superficie metálica en donde no dejaba de caer la lluvia era parte de una gran plataforma que conformaba una de las múltiples avenidas exteriores de la gran ciudad flotante de Tláloc, situada en el planeta Tethys. Era una de las cuatro que se habían establecido en ese mundo recubierto por completo de agua y en donde el clima solía ser tormentoso y húmedo. La urbe estaba conformada por una serie de torres de metal, revestido con una aleación especial de acero y cromo que impedía su oxidación debido a la exposición continua a las lluvias que no cesaban de caer por 213 días de los 345 que duraba el año en ese mundo.

Era de noche o más bien, la oscuridad imperaba debido a las grandes formaciones nubosas de colores apagados que ocultaban la luz de la estrella blanca que solía iluminar este mundo. La avenida se encontraba vacía. No es que la lluvia fuese toxica, pues el líquido era realmente agua, no otro elemento que fuese nocivo para los humanos y otras formas de vida que allí habitaban, pero la constante precipitación hacía que el ambiente se enrareciese por la continua humedad, lo cual resultaba muy molesto para la mayoría de los habitantes. Por ello, la ciudad tenía la mayor parte de sus avenidas cubiertas, concentrando allí toda la actividad de estas, mientras que las exteriores quedaban inactivas, a excepción de los días en los que llovía poco o el cielo se despejaba, que solían ser contados. Pese a todo, en aquel vacío lugar, alguien paseaba disfrutando de la fuerte tormenta.

Recubierto con una mera túnica de fibra sintética, cuya superficie verde oscura estaba toda empapada, el tuleriano caminaba feliz, encantado de disfrutar de la maravillosa lluvia que no dejaba de caer. No era para menos. Aquellas criaturas con aspecto de crustáceo venían de un mundo húmedo y vivían a medio camino entre la tierra y el agua. Así que para este ser, pasear por este sitio era toda una maravilla.

Giraba su romboidal cabeza de color marrón oscuro, coronada por tres crestas redondeadas, admirando la increíble tormenta, tan fuerte y esplendida. Recuerdos de su mundo inundaban su mente mientras observaba a través de sus tres ojos negros, uno situado justo en el centro de su cabeza y los otros dos más abajo colocados a cada lado del primero, como las oscuras nubes descargaban toda aquella agua. Las gotas caían sobre todo su cuerpo. Extendió uno de sus cuatro brazos para que este se mojase. Podía ver como las pequeñas esferas de agua se derramaban sobre el largo y delgado miembro acabado en una pinza, pero no podía sentir la frialdad de estas, pues el duro exoesqueleto era totalmente insensible. Su función era protectora, no como medio para percibir el ambiente que le rodeaba. Pese a esto, el tuleriano no se notaba mal.  El sonido de la lluvia al caer, la imagen de toda la avenida anegada y el suave frescor que aspiraba a través de su boca y se trasladaba hacia sus tubos respiratorios, eran suficientes para hacerlo sentir feliz. Estaba tan imbuido en todo aquello, que ni se percató de que detrás tenía a alguien esperándole.

Cuando aquella misteriosa figura empezó a andar, sus pasos resonaron como chasquidos al pisotear los charcos. Las antenas del tuleriano, dos colocadas a cada lado de su rostro, vibraron al percibir las ondas generadas por estos pisotones. No había percibido a nadie antes, lo cual le resultaba extraño. Para cuando giró y vio quién era el misterioso andante, recibió un fuerte golpe en el rostro que le hizo caer de espaldas sobre el acuoso suelo.

El agua se extendía en pequeñas olas y se unían a las finas corrientes que serpenteaban sobre el metálico suelo hasta filtrarse por los sifones que canalizaban el agua de vuelta al inmenso océano, continuando así el ciclo natural que el líquido elemento tenía. Confuso, el tuleriano intentó levantarse pero entonces, sintió una fuerte presión sobre su pecho. Pese a no poder notar la superficie que lo aplastaba, podía sentir como su duro exoesqueleto se doblaba. Alguien estaba pisándole. Alzó la vista y pudo contemplar como las gotas de lluvia delineaban una figura translucida. El ser de aspecto humanoide se veía totalmente transparente pero se podía intuir la fantasmagórica figura que representaba. De repente, esta volvió a pisarle con fuerza, obligando al extraterrestre a recostarse de nuevo sobre el frio suelo.

—     No te muevas— le advirtió con sombría voz.

El tuleriano se mantuvo allí, a la espera de lo que pudiera ocurrir. Y lo que ocurrió fue que su misterioso atacante decidió revelarse ante este, desactivando el camuflaje que lo había mantenido oculto hasta ese momento. De ese modo, el crustáceo pudo ver quien había decidido estropear su perfecto día bajo la lluvia.

Ante él, tenía a un individuo de estatura media y complexión delgada aunque algo atlética. Era claramente un humano, tal como se deducía por su esbelta postura bípeda y la presencia de un cráneo redondeado, ya que así era el casco que recubría la zona parietal y occipital. El traje que recubría su cuerpo era una armadura de combate, ensamblada por piezas de color azul oscuro con los rebordes negros en la zona de las articulaciones de brazos y piernas. La superficie se veía brillante y pulida, sin atisbarse marcas y arañazos producidos por luchas y enfrentamientos. El casco era redondeado para acomodarse mejor a la cabeza aunque la parte delantera era más recta y en donde debería estar su rostro, solo había un gran cristal de color amarillo claro, el cual poseía un brillo intenso.

Se mantuvo inmóvil, sin saber qué hacer y entonces, vio como el humano apartaba su bota del pecho y empezaba a moverse. Se fijó que entre sus manos portaba un fusil de francotirador. Era de color negro aunque la culata y la parte inferior del cañón tenían una tonalidad grisácea. Además de este fusil, en su cadera izquierda portaba una pistola de energía laser y en la derecha, una de plasma. También se percató del bastón eléctrico que llevaba a la espalda. Ver todas esas armas, le dejó bien claro que su atacante estaba allí para algo más que disfrutar del húmedo ambiente de Tethys.

Sin previo aviso, el humano se colocó detrás de su víctima y la agarró por uno de sus hombros, comenzando a arrastrarla. Pese a que el suelo se hallaba resbaladizo, el atacante avanzaba con firmeza sobre el terreno, sin tambalearse ni una sola vez. Tiró del tuleriano y muy pronto, dejaron la amplia avenida a anegada por completo de agua para adentrarse en un callejón. Lo estampó contra una de las paredes con violencia, emitiendo un sordo golpe que se perdió entre el sonido de la lluvia cayendo.

Un relámpago serpenteó por el horizonte y el poderoso quejido de un trueno resonó en todas partes. El tuleriano miró con horror al humano, quien se quedó allí parado, observando al extraterrestre con detenimiento.

—     Tú y yo tenemos que hablar.

Cuando escuchó aquello, quedó muy sorprendido. Pensó que su atacante planeaba asesinarlo o quizás, secuestrarlo para someterlo a intensa tortura y sacarle información. Pero ¿hablar aquí? Eso no tenía sentido y más si ya le habían visto atacándole. Los sistemas de seguridad de la ciudad eran muy precisos y ya se habrían percatado del ataque.

—     ¿Qué es lo que quieres?— preguntó el ser a su interrogador, moviendo los palpos de su boca al decirlo.

El humano permaneció un pequeño momento en silencio, como si quisiera recrearse en la situación. Eso no le gustó nada al crustáceo.

—     Tú lo sabes muy bien, Ingrom.

Escuchar su propio nombre, le puso en tensión. Aquella persona le conocía y muy pocos sabían quién era realmente.

—     ¿Cómo sabes mi nombre?— preguntó el tuleriano.

—     Querido, tú y yo nos hemos visto antes.

Las cripticas palabras de su atacante no tardaron en hacer percatarse a Ingrom de quien se trataba realmente.

—     Dextra Lux— dijo, adivinando la identidad de su atacante.

Viéndose señalada, la humana avanzó un par de pasos y se inclinó un poco frente al tuleriano.

—     Has acertado de pleno— le espetó sin más—. Hacía mucho que no nos veíamos.

Como olvidarla. Aquella mujer era la mejor cazarrecompensas de toda la galaxia. Admirada y odiada a partes iguales, se había convertido en una de las contratistas más solicitadas por gobiernos, empresas y particulares para dar caza a los criminales más temibles de todo el sector. Y si había venido hasta este mundo, era por una sola razón. Él.

—     Supongo, que querrás saber dónde se encuentra ahora— afirmó Ingrom mientras miraba a la mujer.

—     Veo que hoy estas especialmente acertado con tus palabras— dijo Dextra con cierto humor—. Así es, quiero saber en qué sucio agujero anda metido tu querido jefe.

Ingrom trabajaba para Percival McReady, la peor escoria de la galaxia. En el pasado, fue un importante coronel de las fuerzas armadas del Conglomerado que fue expulsado por traficar con armas. Ante esto, el hombre decidió continuar con sus actos delictivos y se convirtió en un prolífico criminal. Junto a su banda, las Sabandijas Espaciales, se dedicaba a todo tipo de sucios negocios como el tráfico ilegal de armas, drogas, objetos de valor e incluso, humanos y otras criaturas alienígenas. También estaba centrad en el robo, el secuestro y la extorsión. Perpetró varias masacres en múltiples colonias de la zona exterior y atacó distintas instalaciones del gobierno del Conglomerado. Con la muerte de Adam Gómez, alias “La Cuchilla”, se convirtió en el delincuente más buscado de toda la galaxia y por el que se pagaba la recompensa más cuantiosa. Aunque muy pocos eran los que se atrevían a darle caza. Y él, era el encargado de transmitirle información de interés.

El ser con pintas de crustáceo observó con cierto temor a Dextra, pues sabía que si ella iba detrás de Percival, no era por dinero, sino por otro motivo más oscuro y terrible que hundía sus raíces en el turbulento pasado del criminal. Uno que lo unía de forma irrevocable con la cazarrecompensas. Vio como la imponente mujer se inclinaba sobre él, dejando su rostro oculto por el casco, muy cerca del suyo. Fuertes truenos retumbaban por toda la ciudad e Ingrom se revolvió pero más por Dextra que por el sonido procedente de la tormenta.

—     Y bien, ¿vas a decirme donde está o tendré que sacarte la información a base de golpes?

El tuleriano se estremeció cuando la humana lo empujó con fuerza y gruñó un poco. Claramente, aquello no iba a acabar.

—     Si te lo digo, los dos estaremos muertos— le advirtió el crustáceo.

Al oír esto, la humana se carcajeó.

—     Por eso no te preocupes— le dijo Dextra divertida—. Para cuando McReady se entere, tu cuerpo estará flotando en las aguas de este mundo.

De repente, la cazarrecompensas llevó su mano derecha a la espalda y cogió el misterioso bastón que portaba. Era un alargado objeto cilíndrico de color gris claro que parecía de metal aunque en verdad, Ingrom pensaba que podría ser material plástico. Dextra lo cogió con su mano y accionó un botón que tenía justo detrás. En un principio, creyó que vería chispas azuladas surgir de la punta, como cualquier bastón eléctrico pero no fue así. En vez de eso, la parte lateral se abrió y na corriente de color azul clara de energía comenzó a irradiar hasta la mitad del objeto. La respiración del tuleriano se volvió más intensa cuando se percató de esto.

—     Verás, como eres un bicho duro de roer, he decidido traerme esta sierra energética para así poder cortar tu duro exoesqueleto— Mientras decía esto, Dextra movió la sierra de un lado a otro, bajo la atenta mirada triple del ser—. Te voy a ir arrancando una parte de tu cuerpo hasta que te saque la última palabra. Creo que comenzaré por tus sensibles apéndices faciales.

Fue acercando la sierra hasta una de aquellas antenas y cuando sintió el calor emanando de estas, se revolvió nervioso, tratando de escaparse. Dextra le asestó una fuerte patada en la cara y plantó su bota en el pecho del tuleriano de nuevo.

—     ¡Estate quieto!— gritó de forma amenazante la mujer—. Así no podré arrancártelo como es debido.

Viendo que la cazarrecompensas tenía clara intención de cortarle, Ingrom terminó por rendirse. Cuando la intensa hoja de energía pura estaba ya rozando una de sus sensibles antenas, pudiendo percibir el calor de manera evidente, el extraterrestre decidió hablar.

—     Está bien, está bien. ¡Te lo diré todo!— exclamó muy asustado, rindiéndose ante la humana.

Dextra empezó a reír al ver la reacción del indefenso ser. Le divertía verlo tan acobardado. Apartó la sierra de energía y se agachó al lado de Ingrom. El amarillento cristal de la parte frontal de su casco se levantó, revelando el rostro de la mujer. De piel clara y ojos ámbar, esa cara irradiaba una belleza sinigual, armoniosa y perfecta. Casi hacía aparentar a Dextra como un pacífico ángel pero en el fondo, era un letal demonio. Observó a su prisionero con atención.

—     Empieza a hablar— le dijo mientras sus ojos emitían un súbito brillo anaranjado.

Ingrom se mostró algo reticente en hablar pero no tardó en confesar todo lo que sabía. Era cuidadoso con la información que ocultaba y nunca se propondría traicionar a Percival, más por miedo que por respeto, pero no deseaba morir bajo ningún concepto.

—     Sabes que su nave, la Leviatán, siempre está en constante movimiento— comenzó a explicarle el tuleriano—. Así que te va a ser imposible darle caza.

—     Pero tú sabes que en algún momento tendrá que detenerse— afirmó con claridad Dextra, adivinando las palabras de Ingrom.

Este asintió para aseverar su afirmación.

—     Aunque, resulta que dentro de poco, se va a dejar ver— exclamó el crustáceo.

El rostro de la mujer se contrajo un poco. Mientras que las gotas de agua se derramaban sobre la metálica superficie del casco, su cara seguía seca, seguramente gracias al sistema de calefacción interno que el traje incorporaba. Ansiosa por querer saber más, azuzó a Ingrom para que continuase.

—     ¿Dónde se dejará ver?— preguntó con deseo. Más del que se podía imaginar.

Ingrom movió sus palpos de delante a atrás mientras se reía con cierta burla. Parecía divertirse con las ganas que tenía Dextra de encontrar a su viejo enemigo. Pero ella no estaba para gracias ahora mismo.

—     Ha organizado una reunión para llevar a cabo la venta de armamento ilegal— le informó el ser—. Por lo que sé, es un cargamento importante que robó de una de las armerías de la base militar Bolívar, establecida en el planeta Kalenis, hace ya un año. Las fuerzas armadas de tu especie se volvieron locas tras esto y aumentaron la recompensa de McReady de 4 millones 200 mil créditos a unos 6 millones.

—     Si, oí hablar de eso— mencionó con poca sorpresa la cazarrecompensas—. Y de nuevo te lo pregunto, ¿dónde la realizará?

El ansia por querer la información era cada vez mayor. Esperaba que el tuleriano se dejase de rodeos. Este la miraba entre divertido y desconfiado. Claramente, tenía sus motivos pero un pequeño toque de su sierra energética le hizo volver a hablar.

—     El intercambio se producirá en el planeta “Automatos”. Es un antiguo mundo similar a tu planeta de origen, establecido en la constelación de Orión, y que fue habitado por un gran número de seres sintéticos que decidieron independizarse de vuestra especie. Los tuyos decidieron, tiempo después, perseguirlos en señal de venganza por su desobediencia al abandonarlos y….

Dextra le golpeó con la parte trasera de la sierra, haciendo que Ingrom emitiese un gran bufido de molestia.

—     ¿A que ha venido eso?— pregunto furioso.

La cazarrecompensas guardó silencio por un instante, pero la expresión contrariada de su rostro y sus refulgentes ojos, mostraban que no se hallaba de buen humor, precisamente.

—     Te he pedido que me digas donde será la entrega, no que me cuentes la historia de mi especie, enciclopedia invertebrada— Tras esto, la mujer guardó un poco de silencio para así poder serenarse— Bien, ¿cuándo se realizará la entrega?

—     Según se me informó, en cuatro días.

El tuleriano se acarició una de sus antenas con una de sus pinzas. Aun sentía las fuertes vibraciones causadas por el duro golpe que Dextra le había asestado. Aunque molesto, tenía que reconocer las agallas, como decían los humanos, que tenía la cazarrecompensas, dispuesta a enfrentarse a Percival McReady. Seguramente, estaba deseosa de verse las caras con él. Su jefe no cesaba de hablar de ella y algunos de sus sicarios, como el argiliano Garlax, contaban historias de enfrentamientos previos que resultaron muy crudos y espectaculares. En uno de ellos, la humana le arrancó los testículos de un disparo. Fue en la última confrontación que tuvieron y desde entonces, le guardaba rencor eterno.

Una vez con la información, Dextra se dispuso a partir pero entonces, entre el ruido generado por el agua que no dejaba de caer y los distantes truenos, escuchó el crepitar de pesados pasos.

—     Deténgase, intruso desconocido— dijo una voz mecánica.

Al verse, Dextra se topó con cuatro robots de impoluto color blanco, cuyos rostros estaban recubiertos de un cristal negro. Avanzaban hacia ella de forma automática, perfectamente programados para cumplir con su función: detener a desconocidos que se habían infiltrado en la ciudad sin registrar su presencia.

—     ¿De veras pensaste que no te iban a acabar detectando?— le dijo burlón Ingrom—. Te has infiltrado de forma ilegal en la ciudad. Te espera una muy buena.

Sabía que tenía que haberse identificado nada más llegar a la ciudad con su licencia de cazarrecompensas para evitar problemas como este pero por otro lado, sabía que Ingrom poseía contactos en el departamento de seguridad de Tláloc y que estos le informarían de su presencia. Así que debido a esto, los días que permaneció allí, se mantuvo oculta para que no la descubriesen, espiando al tuleriano y siguiéndole por toda la urbe, evitando en la medida de lo posible cámaras, escáneres y cualquier otro tipo de sistema de seguridad. Pero era consciente de que cuando le atrapase, sería cuestión de tiempo que la encontraran. Y ese momento había llegado.

—     El intruso desconocido va armado— informó uno de los robots, seguramente a la central de seguridad de la ciudad—. Por favor, deponga sus armas y entréguese pacíficamente.

Las maquinas avanzaban lentas pero inexorables hacia ellos dos. Dextra era consciente de que había que actuar rápido si no deseaba que esos malditos autómatas la atrapasen.

—     Parece que no tienes escapatoria, Lux— Se carcajeó Ingrom.

Ella se volvió hacia el tuleriano. El cristal amarillo volvió a reaparecer, ocultando su rostro y acto seguido, la mujer agarró al crustáceo para que se levantase. Colocándolo de espaldas a ella, lo puso justo delante de los robots y después, se aferró a él con el brazo izquierdo, envolviendo su cuello con fuerza para que no escapase. Con su mano derecha, sacó su pistola de plasma, la cual apuntó directamente hacia su cráneo.

—     ¿¡Que estás haciendo?!— preguntó muy asustado el informante de McReady.

—     Como tú dijiste, no tengo escapatoria. Por eso, voy a crearme una.

El cuarteto de robots se detuvo al ver lo que Dextra hacía, seguramente preparándose para evaluar la situación y ver cómo solucionarla.

—     Suelte al civil ahora mismo— ordenó una de las maquinas con su hermética voz.

Todos apuntaron sus brazos hacia Dextra y su rehén. Ingrom emitió un chillido de terror cuando vio como los cilíndricos cañones de sus brazos emitían un fuerte resplandor azul, señal de que estaban cargándose para emitir potentes descargas eléctricas. El extraterrestre temblaba horrorizado ante la perspectiva de morir electrocutado pro las maquinas. Se volvió hacia la cazarrecompensas con miedo.

—     ¿¡Que es lo que te propones?!— pregunto a esta, envuelto por el pánico.

—     Esto— respondió ella.

De un fuerte empujón, Dextra lanzó a Ingrom contra los robots. Estos ya iban a abrir fuego, pero al tener delante a un civil desarmado, se tuvieron que parar. Sus protocolos de seguridad les impedían atacar si había un civil justo delante. Y el pobre alienígena se encontraba justo en medio, impidiendo a las maquinas que hicieran su trabajo capturando al desconocido. De hecho, el tuleriano iba a apartarse con rapidez para evitar el posible fuego cruzado cuando escuchó algo rodando justo a su lado.

Al mirar abajo, vio una esfera de color negra con un agujero en la base del que emanaba un candor azulado. Horrorizado, gritó de nuevo.

—     ¡Oh, no!— exclamó justo antes de saltar al lado derecho.

La explosión de electricidad estática se asemejaba al impacto de un rayo contra el suelo. Ondas de rayos azulados se expandieron por todas partes al tiempo que los robots quedaron paralizados. Ingrom se quemó un poco pero su duro caparazón no se resentiría por ello. Exceptuando algo de dolor en sus sensibles antenas faciales en las de sus brazos, el tuleriano se podía sentir afortunado. Eso sí, quizás debiera comprarse una nueva túnica. La que llevaba estaba quemada. Luego volvió su vista hacia los robots. Los autómatas estaban paralizados. Pese a que sus escudos, campos de fuerza magnéticos que envolvían sus cuerpos, habían repelido las descargas eléctricas, la radiación electromagnética emitida por estos habían dañado sus sistemas, obligándoles a tener que reiniciarlos.

El tuleriano volvió su vista hacia donde estaba Dextra y vio como la cazarrecompensas aprovechaba la coyuntura para escapar de allí. Para ello, accionó los propulsores gravitatorios de sus botas, haciendo que se impulsase muy alto, hasta la pared que tenía justo en frente. Una vez llegado a este lugar, Dextra activó el sistema imantado de su traje. Pegando las palmas de sus manos y las plantas de sus pies, pudo escalar la resbaladiza pared metálica con suma facilidad. Escaló varios metros hasta llegar a lo más alto y de nuevo con los propulsores, saltó al tejado de uno de los bordes que circundaba con una de las torres menores. Cayó flexionado sus piernas y colocando una delante y otra atrás, agachando su cuerpo para amortiguar el peso tras el aterrizaje. Los sistemas eyectores del traje mitigaban la fuerza pero tenía que ser cuidadosa a pesa de esto. Tras esto, la mujer se levantó, mostrando de forma portentosa su lta y estilizada figura, irradiando una gran fortaleza de ella. Giró su cabeza un instante atrás  miró a Ingrom. El extraterrestre se estremeció un poco al notar como la cazarrecompensas le miraba, como si le estuviese lanzando una advertencia. Tras esto, activó el camuflaje de su traje y desapareció tan rápido como apareció.

Para cuando los robots volvieron en sí, la intrusa había desaparecido. Una aeronave de las fuerzas de seguridad de Tláloc también hizo acto de presencia en ese momento. Esta, tenía forma de prisma horizontal y era de color blanco con bandas negras recorriendo sus laterales. Dio la vuelta con ayuda de sus propulsores laterales para entrar dese atrás al callejón. Mientras veía como esta realizaba tan complicadas maniobras, Ingrom se acicaló un poco y tuvo que apartar a los robots, quienes trataban de ver si se encontraba bien. La nave llegó hasta ellos y descendió un poco hasta casi quedar a un metro del suelo. Entonces, sus compuertas se abrieron, dejando salir a un grupo de agentes. Estos bajaron de la nave y se desplegaron por todo el callejón, apuntando con sus fusiles provistos de munición protónica. Portaban trajes de combate de color blanco y máscaras con lentes azul oscuro. El líder se aproximó al crustáceo.

—     Se encuentra bien, ¿señor?— preguntó.

—     Perfectamente— le respondió este.

—     ¿Sabe a dónde ha podido ir el intruso que le ha atacado?

El tuleriano se lo quedó mirando poco menos que furioso. Si había algo que odiase de esta ciudad era lo lentas que se movilizaban sus fuerzas de seguridad y lo torpes que resultaban sus robots. Tampoco se extrañaba, si tenía en cuenta que este era uno de los lugares de la galaxia con el menor índice de criminalidad conocido. Por ello, tras lanzarle al tipo una mirada cargada de odio, se empezó a reír. Se apoyó en una pared para evitar caerse mientras se carcajeaba ante la ocurrente cuestión.

—     ¿Seguro que está bien?— preguntó el jefe de escuadrón extrañado—. ¿Necesita pasar una revisión médica?

—     No gracias— contestó Ingrom mientras se apartaba del humano.

—     ¿Adónde va?— preguntó de nuevo el hombre, sin saber qué hacer ante la marcha del tuleriano.

—     ¡A cambiarme de ropa!— espetó este mientras se volvía un instante para mirarlo con molestia.

—     Pero no ha respondido a la segunda pregunta que le he hecho— puntualizó el humano.

Ingrom suspiró, ya harto. Se acercó al humano y mirándolo fijamente, le contestó.

—     No van a atraparla. Ya debe haber huido del planeta. Y quiere un consejo, no vaya tras ella. Es mejor no involucrarse en sus asuntos.

Tras esto, el tuleriano inició su marcha para salir de allí. Pensó en el gran problema en el que se metía si Dextra atacaba a Percival. Muchos se harían preguntas de como la cazarrecompensas descubrió la información aunque si esta lograba dar muerte al criminal no se debería preocupar, pues no iría a por él. Y si el coronel acababa con la mujer, tampoco resultaría un peligro, pues sentiría tan satisfecho de acabar con su enemiga que no dudaría en buscar al delator. Y si los dos morían, mejor aun. Al final, Ingrom no hallaba más que ventajas en todas partes. Y todo ello, sin tener que hacer nada. Más allá de traicionar a su jefe, claro.