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LA DEUDA Segunda Parte

en Hetero: Infidelidad

-¿Estás hablando en serio?

-Muy en serio. –respondió Irene.

-Creo que te volviste loca, amiga.

-No estoy loca, Cinthya, realmente es algo que quiero hacer.

-¿No te das cuenta de que podría ser un psicópata?

-No lo es, ya investigué mucho sobre él y sí es quien dice ser, además estaremos muy lejos de aquí nadie se dará cuenta de nada.

-En serio que no te reconozco, nunca te creí capaz…mira yo sé que Leandro te ha lastimado pero existen muchas otras soluciones a esto, no destruyas tu familia.

-Leandro lo hace y no está destruyendo nada, todo sigue igual que siempre ¿Por qué yo no tengo derecho a hacer lo mismo?

-Amiga de verdad que no sé quién eres…

-No te pido que me apoyes, sólo que me respetes, si te conté esto es porque te tengo confianza.

-Bueno, no puedo hacer nada para detenerte, sólo te pido que te cuides por muy segura que te sientas de ese tipo, por favor cuídate.

-Lo haré, descuida.

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Jueves por la noche y Leandro se había ido, por primera vez en mucho tiempo esto no le rompió el corazón a Irene, quien ni bien su marido se había largado, corrió al ordenador para hablar con su amante.

David Navarro: Hola preciosa.

Diana Irene Quezada: Hola.

David Navarro: ¿Ya me tienes una respuesta?

Diana Irene Quezada: Sí, te veré en Puerto Vallarta.

David Navarro: ¿De verdad?

Diana Irene Quezada: Sí, ya lo pensé bien y quiero hacerlo.

David Navarro: te aseguro que no te vas a arrepentir.

Diana Irene Quezada: Espero que no…

David Navarro: ¿Esa blusa es nueva?

Diana Irene Quezada: Un pijama nuevo.

David Navarro: Me encanta, como quisiera quitártelo yo mismo.

Irene se ruborizó.

Diana Irene Quezada: Creo que ya habrá tiempo para eso.

David Navarro: No puedo esperar para verte al fin.

Diana Irene Quezada: Sólo quedan dos días.

David Navarro: Los suficientes para que te arrepientas :(

Diana Irene Quezada: No voy a arrepentirme, realmente quiero hacer esto.

David Navarro: Yo también Diana, te me has vuelto un deseo que creía inalcanzable…

Diana Irene Quezada: Después de este fin de semana no volveremos a saber uno del otro, espero te quede claro.

David asintió resignado.

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Leandro llevó a su esposa al aeropuerto, si bien la había notado un poco rara le rogaba a Dios que no fuera porque ya se había enterado de su aventura, seguía siendo cariñosa con él pero algo había cambiado y no sabía que. Aprovecharía su ausencia para arreglar las cosas, iba a terminar con ese affaire de una vez y para siempre, Irene era la mujer de su vida, no iba a perderla por un amorío.

-Voy a extrañarte mucho amor…-le dijo a su mujer.

-Yo también a ti, y a tiiii – le respondió ella quitándole a Santiago de los brazos.- Por favor cuídalo mucho, voy a llamarles cada que pueda.

-Vete tranquila mi amor, yo voy a cuidar del monstruito, estaremos bien.

Irene le dio un fuerte abrazo a su marido, sentía que se estaba despidiendo de él, porque en cierta forma, después de lo que sucediera en Vallarta con David, ella ya no seguiría siendo la misma mujer, todo habría cambiado. Con los ojos aguados se alejó de su familia, pidiéndoles perdón en silencio por lo que iba a hacer, pero no había marcha atrás, estaba decidida a cobrar su deuda.

El viaje de 2hrs se le hizo eterno y al llegar al aeropuerto de Vallarta, corrió a como pudo hacia el transporte que la llevaría a su hotel, estaba consciente de que el Dr Navarro llegaría a la ciudad en otro horario, pero el hecho de saber que lo vería esa noche la estaba matando por dentro.

Apenas llegó al hotel, se registró para después subir a su habitación, estuvo llorando varias horas, confundida, asustada, nerviosa, no sabía lo que estaba haciendo, no sabía que iba a suceder, tenía miedo de que esta acción saliera peor de lo que ya parecía, pero al mismo tiempo sentía que debía hacerlo, deseaba hacerlo no se echó para atrás.

Las horas pasaron cuando el teléfono de su habitación sonó.

-¿Bueno? –respondió con un hilo de voz.

-Hola Diana, soy David…llegué hace poco y estoy en el hotel descansando. Me preguntaba si quizá quieres que nos veamos por la noche, hay un restaurante muy lindo en la costa, yo podría enviar por ti… ¿Qué te parece?

Ella no podía articular palabra.

-¿Lady Di?

-Sí, está…bien ¿A quién enviarías?

-A un chofer que contraté por estos días, muy discreto, no te preocupes.

-De acuerdo, entonces ¿A las 8?

-A las 8 está perfecto…hasta entonces.

En ese momento eran las 4pm, tenía 4 horas para decidir si hacía lo que haría o no, estuvo paseándose de un lado a otro pero nada la hizo desistir, agotada resolvió darse una ducha y arreglarse para la noche. Media hora antes de las 8 bajó al lobby del hotel y recibió una alerta de Skype, era David, comunicándole que el chofer que había enviado estaba afuera esperándola. Irene tomó aire y salió para encontrarse con él.

El tipo la saludó amablemente y la ayudó a subir al lujoso automóvil, de camino al punto de encuentro le escribió un mensaje a su marido, diciéndole que iba a salir a cenar con los compañeros exponentes y que le llamaría más tarde, Leandro le respondió comprensivo y le dijo que el bebé ya dormía. Eso la tranquilizó un poco más.

Cuando llegó al restaurante, el chofer la ayudó a bajarse y entrando al recibidor le dio indicaciones, ella dio el nombre y apellido de su amigo y la recepcionista la llevó hasta donde éste la esperaba. Su mesa estaba ubicada a escasos metros de la playa, la fresca brisa le hacía ondear la cabellera, sus piernas temblaba, no sabía lo que sentía, si nervios o miedo.

Finalmente lo vio, sintió que se le iba al aire y por un instante intentó retroceder pero era demasiado tarde, ya estaba ahí y no había nada que pudiera hacer, lentamente se acercó a él, sin saber bien que hacer. David la miraba realmente asombrado, la había visto muchas veces en fotos, en videollamada pero nada se comparaba con la realidad, su amiga estaba hermosa, en un divino vestido de gasa en color rojo, llevaba el cabello suelto y su piel casi pálida, lo incitaba a hacer todo por acariciarla.

-Hola…-le dijo Irene sin mirarlo del todo a la cara.

-Hola Lady Di, no sabes lo feliz que me hace verte al fin…

David tomó su mano y la besó, ella se ruborizó, pero un impulso la hizo acercarse más y darle un beso en la mejilla.

-Wow, eso sí que no me lo esperaba

-Yo tampoco…-le contestó ella sonriendo un poco más relajada.

David la ayudó a tomar asiento y en seguida ordenó al camarero servir la champaña, intentó de todas las formas posibles hablar de temas variados para que aquel nerviosismo desapareciera de los ojos de su amiga, pero en ningún momento perdió detalle de su bello rostro, de sus grandes ojos miel, su piel de porcelana y su cuerpo tan exquisito, no la veía con morbo, sino con admiración, con respeto…y una pizca de deseo.

Irene se daba cuenta de las miradas de David, trataba de esquivarlas pero conforme la noche iba avanzando, la interesante conversación del doctor la iba seduciendo. Realmente era un hombre guapo, ese cabello rizado le daba un toque simpático, además de que se había dejado la barba. No aparentaba la edad que tenía, pero todo ese aire de grandes experiencias la atraía cada vez más.

-Yo sé que estás nerviosa, pero déjame decirte que esta noche no tiene que pasar nada que tu no quieras. En realidad quiero pedirte una disculpa, me di cuenta de que te presioné, que de cierta forma quise usar lo que está sucediendo con tu esposo para obtener algo de ti. Eres una bella mujer, muero de ganas por acariciarte, darte un beso, pero si eso sucediera, me gustaría que fuera porque tú también lo deseas, no por querer vengarte de los engaños de tu marido.

Irene trató de responder a sus palabras.

-Déjame terminar, hermosa…no quiero que sientas que tienes que hacer nada esta noche, yo estoy aquí feliz de hablar contigo, de conocerte y admirarte. Quiero que sepas que para mí ha sido un gran privilegio conocerte y que esta noche te ves…realmente hermosa.

Irene se estremeció ligeramente…

-Llévame contigo…-le respondió.

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La habitación estaba adecuada a media luz, el aire acondicionado brindaba una ambiente fresco y relajante, el pequeño y sofisticado equipo de sonido deleitaba a los amantes con “Sh’es Gone” de Hall&Otes, una melodía 100% sensual que los incitaba a dejarse llevar, entregándose por completo.

Irene no cumplió su promesa de llamar a Leandro para hacerle saber que estaba finalmente en el hotel, ella se olvidó de todo y de todos, concentrándose únicamente en los labios de David saboreando los suyos, esas grandes y firmes manos recorriendo su derriere por encima del vestido, colándose debajo de él, haciéndola estremecer de placer.

-Qué hermosa eres Lady Di…-le dijo el Dr. Navarro con un suspiro.

Irene no podía responder, su lengua estaba entumida, sus sentidos algo aturdidos encontraron sosiego en las tenues caricias de su amante, quien lentamente fue despojándola del vestido dejando casi al descubierto su hermoso cuerpo. Ella sin pensarlo se colgó de su cuello, y él de un ágil movimiento la levantó tomándola de los glúteos, mientras le besaba en los labios con pasión.

Al cabo de un momento ambos yacían en la cama, él despojándose de lo que le quedaba de ropa, ella tratando de deshacerse de su interior, David le ofreció su ayuda a lo cual ella accedió. Con mucha ternura y delicadeza prescindió del sujetador y el diminuto tanga de encaje, no podía dar crédito a lo que veía, era un monumento de mujer, en toda la extensión de la palabra y estaba para él esa noche, únicamente para él.

El Dr. Navarro comenzó besando su cuello hasta llegar a sus senos que eran medianos ligeramente caídos, amó la perfección de lo imperfecto de aquel cuerpo, que no era de una modelo sino de una mujer necesitada de nuevas sensaciones, de que le recordaran lo hermosa y sensual que era y que podía tener a su pies al hombre que ella quisiera. Los labios de David saborearon los claros pezones de su compañera, a quien oía gemir ligeramente, continuó la faena mientras sentía que su miembro se elevaba y endurecía más a cada momento.

Estaba lamiendo ambos pechos cuando sintió la calidez de una mano posarse en su pene erecto, era Irene quien por fin se había desprendido de su timidez para participar en aquel juego de pasión y lujuria. Los movimientos masturbatorios que ella le proporcionaba lograron sincronizarse con las caricias y besos que él le proporcionaba en los pechos, los labios, vientre…

-Yo también quiero saborearte…-dijo ella con un hilo de voz.

Eso encendió a su amante, quien resolvió echarse en la cama para que ella estuviera encima de él, hubo de todo antes de realizar un 69, cada uno absorbiendo la energía y placer del otro, formando un perfecto infinito al que alimentaban con todas sus fuerzas y voluntad, como resultado de todas esas ganas, ambos explotaron y recibieron el orgasmo mutuamente.

Después, Irene bajó de su posición y se recostó dándole la espalda a su amigo, estaba jadeando, sudando ligeramente, su corazón latía salvajemente y la cabeza le daba vueltas, David se dio cuenta y la abrazó por detrás, besando su cuello, acariciando sus senos, en un intento de tranquilizarla.

-¿Cómo te sientes amor? ¿Quieres continuar? –le preguntó con una voz muy tierna.

-Estoy bien…sólo necesitaba recuperar el aliento. –respondió ella con una sonrisa nerviosa.

-Quiero hacerte feliz por lo menos esta noche…

Ella giró su rostro ligeramente, tratando de encontrar los labios de David y este al percatarse, procedió a besarla lentamente sin abandonar las caricias que le hacía en todo el cuerpo, provocándola, preparándola para lo que seguía. Una de las manos del amante se deslizó por la entrepierna de su amiga, hasta encontrar su entrada más bella, y comenzó a palpar delicadamente, a explorar, dando leves masajes que hacían que ella gimiera sin control.

Ambos estaban listos, lo deseaban y no podían esperar, así que lentamente él fue introduciendo su hombría dentro de ella, que al sentir su miembro duro y caliente soltó un gemido demasiado excitante, David acariciaba sus pechos, besaba y mordía levemente su cuello, aumentando el movimiento de sus caderas bombeándola lo más que podía, llevándola a sitios inimaginables, de donde sinceramente jamás habría querido regresar.

Diana Irene sintió un frenesí invadiéndola completamente y se giró bruscamente hasta quedar encima de su amante que impresionado procedió a besarla tan apasionada y frenéticamente que casi rayó en lo salvaje. Ella sin pensarlo, introdujo dentro de su sexo mojado la dureza del miembro de David y con movimientos circulares se dispuso llevarlo a la gloria.

Él completamente alucinado, saboreaba esos perfectos pechos, acariciaba ese trasero tan suave, disfrutando de ese placer desmedido que le estaba siendo regalado desinteresadamente, ambos estaban extasiados de placer que olvidaron sus vidas afuera de esa habitación, sus nombres y los de quienes debían explicaciones al volver a su realidad. Los movimientos se intensificaban conforme pasaban los minutos, el inminente final se hacía cada vez más presente y sin imaginarlo siquiera llegó haciéndolos explotar de una manera en la que no lo habían hecho antes. David derramó su jugo masculino en las entrañas de Irene.

La dama tenía el rostro enrojecido, el aire le faltaba, no había consciencia alguna en su cerebro acerca de lo que acababa de suceder, su cuerpo perdió las fuerzas y se dejó caer a un lado, solamente para ser sostenida por los fuertes brazos de su abnegado amante. David la rodeo con sus brazos, besándola en el rostro, buscando sus labios para acariciarlos, morderlos despacio, transmitirle paz.

-Esto ha sido increíblemente hermoso, Lady Di, jamás lo olvidaré…-le susurró al oído.

Pero ella ya no lo escuchaba, porque después de todo lo que había sentido y recibido su cerebro había dejado de funcionar, dejándola caer en un sueño profundo, en recompensa al esfuerzo y entrega realizada. David la recostó en su pecho para dormir cerca de ella.

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A muchos kilómetros de ahí, había un marido ahogado en lágrimas, frente a la computadora personal de su esposa. Sí, movido por la curiosidad, Leandro entró a la computadora de Irene, burlando todas las claves de acceso y aprovechando que algunas aplicaciones estaban abiertas por fin se había enterado de que su esposa conocía todos y cada uno de los detalles de sus amoríos con otras mujeres.

Irene no sólo sabía que él había fallado, sino que el desengaño, el dolor y la desesperación la habían arrojado a los brazos de algún desconocido, con quien se había ido de viaje y que probablemente le estaba haciendo el amor. Leandro se sentía como una basura, por su egoísmo y su estupidez había provocado que su esposa se comportara de esa cruel manera.

Pasó toda la noche en vela torturándose, imaginando como unas manos extrañas estarían haciendo vibrar placer al amor de su vida.

Y no se equivocaba.