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Te veré en mis sueños (Capítuo 3 y 4)

en Sexo con maduros

CAPÍTULO 3

“Siento que sí, puedo formar parte de él…”

Salí de aquel despacho sin poder creer que el mismísimo Diputado Arriaga me hubiera contratado, creí que sería como los otros políticos que al ver que no soy una 90.60.90 echan por tierra una hoja de vida “tan impresionante”. Pero este hombre fue tan distinto, creí que iba a ignorarme por siempre, estuve a nada de levantarme e irme, de los puros nervios; pero su mirada me congeló.

Creí que iba a juzgarme como todo el mundo siempre lo hace, a burlarse en sus adentros, pro me miró en una forma que nadie había hecho antes. No sé qué pasaba por su mente, pero por la mía miles de cosas; es mi ídolo desde que era muy joven, he leído todos sus libros, he regido mi carrera bajo su doctrina, había soñado tanto con conocerlo, que supiera que existo.

Lo que más me impresionó es que quedara encantado con mi currículo, piensa que puedo llegar muy lejos, es algo que ni yo misma me permito soñar, pero él pudo ver más allá de todos los complejos u obstáculos que pudiera tener al respecto. En casa no dejan de molestarme, dicen que el puesto de asistente es una mediocridad, lo que no saben es que planeo dar el alma para que en caso de ser triunfadores, el Diputado Arriaga me considere en algún lugar donde yo pueda servir a mi país.

Si esta es la única forma en que puedo estar cerca de él no iba a pensármelo, siempre he querido realizar esos sueños que se han visto frustrados por personas que evalúan mis capacidades a través de mi físico, pero Andrés Arriaga es un hombre justo y de principios que conoce lo que realmente es importante en estos momentos.

Pero sus ojos grises, aquellos que siempre había visto en fotografías, en programas de televisión, estuvieron mirándome durante toda la entrevista, de una forma extraña, casi desconocida, como si quisieran descubrir algo en mí, al principio creí que buscaría algún defecto, que intentaría poner a prueba mi capacidad con preguntas difíciles o capciosas, pero prácticamente me ha regalado el puesto, estoy muy emocionada.

Sólo deseo que confíe en mí y me deje ayudarlo a llegar a la Presidencia, sé que puedo, creo en él, que continuará con el legado de nuestro fundador y terminará de convertir a México en una potencia, quiero formar parte de él.

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CAPÍTULO 4

Amanda es más que una asistente, me ha ayudado demasiado, realiza mis discursos, arregla mi agenda, me ayudó con el debate que me consolidó como candidato de mi partido, yo no puedo estar lejos de ella. No sé cómo una mujer así andaba por la vida siendo asistente de imbéciles inferiores a ella, debe ser que el destino quería que nos encontramos.

Yo ya no puedo dejar de pensarla, todo el día estamos juntos y cuando no, no dejo de ansiar el momento de volver a verla. En casa todo es tan monótono, cualquiera podría decir que tengo todo lo que un tipo puede desear, una hermosa esposa, 3 hijas maravillosas y exitosas, un hogar construido a base de mucho esfuerzo ¿Y con quien lo comparto? Con una mujer que parece más una compañera de clases que una pareja.

Mi hija mayor se casó el año pasado y ya me hizo abuelo; estoy fascinado. Las otras dos estudian en otra ciudad, he hecho todo para darles la vida que merecen, ahora es tiempo de que todos los jóvenes del país la tengan de igual manera. Tengo 30 años de casado con Dina de la Torre, no me puedo quejar de ella, es una gran mujer, en cambio ella sí que puede tener más de una queja de mí.

No me considero el peor de los esposos, pero tampoco he sido el mejor. Hace 10 años que dormimos en alcobas separadas y todo ha sido mi culpa, no lo niego ni lo digo con orgullo. He sido el gran responsable de que me haya echado de su vida, por perseguir mis sueños he estado ausente de ella y las niñas, tanto que la he obligado a renunciar a sus propios anhelos para cuidar de nuestra familia. Es algo que no me perdono.

Hemos pensado en separarnos, en darle fin a nuestro matrimonio y aunque eso sería devastador para nuestras hijas en el fondo sabemos que es lo mejor para todos. Se atravesó la oportunidad que he estado esperando toda mi vida y una vez más tuve que pedirle a Dina que se quedara conmigo y me tendiera la mano.

-       Te necesito, no puedo hacer esto sin ti.

-       Claro ¿Y yo que gano?

-       Dina tu sabes que ha sido un sueño de los dos, podrías seguir con la fundación y ayudar a más gente con todos los proyectos que has pensado, solo te pido 6 años.

-       6 años Andrés, no lo sé… ¿Cómo sabes que vas a ganar?

-       Lo sé, es por lo que he trabajado toda mi vida, tengo el apoyo del partido, del presidente, pero sobre todo de la gente, sé que vamos a ganar. Y si no gano ahora puedo esperar para las próximas elecciones.

-       Jajaja ¿Qué te crees? ¿Un Arturo Daniel Lozano Ortega? ¿También vas a esperar 20 años? Yo no seré parte de eso. Andrés no tengo rencor hacia ti, quiero que triunfes, sé que eres la única persona que podría continuar con el legado de Lozano, pero yo ya quiero mi libertad.

-       Dina…si no fuera importante no te lo pediría, sé que te debo demasiado y estoy dispuesto a compensarte. Ayúdame por favor, después del sexenio te doy el divorcio, una buena pensión, las propiedades que tú quieras incluyendo esta casa, todas tus exigencias. Míralo como un negocio que nos va a beneficiar a todos.

-       ¿Y si no ganas?

-       Si pierdo estas elecciones te daré el divorcio y bajo tus términos.

-       ¿Estás hablando en serio?

-       Completamente en serio

Dina se quedó pensando unos minutos, era una mujer sumamente inteligente y sabía que este trato nos convenía demasiado a los dos. Yo entendía que ella tuviera prisa por vivir su vida, pero también quería devolverle todo lo que habría hecho por mí durante tantos años, todo su apoyo merecía una recompensa y yo iba a dársela, sería justo con ella.

-       Está bien, Andrés voy a ayudarte

-       Tienes que firmar un contrato de confidencialidad…

Mi esposa arqueó una ceja con aire desafiante

-       También es un contrato de sociedad…no te pongas así.

-       Eres un grandísimo cabrón, Arriaga.

Y ambos soltamos una carcajada.

-       Ya no voy a defraudarte, Dina, mereces todo lo bueno de este mundo

Le acerqué el contrato y comenzó a leerlo meticulosamente, después de un largo rato procedió a firmarlo.

-       ¿Todavía tienes la reserva especial de vino que sirvieron en nuestra boda? - me preguntó mientras firmaba.

-       Sí, aún queda una botella.

-       Destapa una, vamos a brindar por nuestro último acuerdo.