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Victoria y Melbourne: Altar o Mortaja (4)

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Capítulo 4: la Reina que lo apostó al Todo o Nada.

-Perdón Majestad, creo que no he entendido bien, ¿usted dijo que…? – preguntó Lord Alfred desconcertado y sin poder creer lo que él creía que había escuchado.

-Ha oído bien Lord Alfred, que pienso casarme con Lord Melbourne en su lecho de convaleciente y con prisa, ante el riesgo que aún corre su vida – contestó Victoria serena y firme, sin rasgo de vacilación.

Lord Alfred se quedó boquiabierto, con la sorpresa plasmada en el gesto de su rostro; la Duquesa de Sutherland estaba tan desconcertada como Lord Alfred, y Emma Portman estaba, además de sorprendida, profundamente conmovida y comenzó a llorar por sus grandes amigos, Victoria y especialmente Lord Melbourne. Skerrett parecía un animalito asustado, muy nerviosa, y parecía querer esconderse en un rincón, detrás de la cortina; no entendía muy bien porque la Reina la había hecho estar presente en una situación tan delicada, a ella que era una simple doncella de Su Majestad.

Pero sin duda la más afectada era Lehzen; la Baronesa se puso pálida como sí le hubieran dado una trágica noticia, y por un instante pareció que podía perder el equilibrio, y Skerrett se movió dispuesta a ayudarla sí hacía falta, y la propia Victoria preocupada alargó la mano levemente dispuesta a cogerla. Pero Lehzen levantó la mano con la palma extendida en un ademán para decir que no necesitaba ayuda.

-Majestad, sí me lo permite en su presencia, necesito sentarme – pidió Lehzen tratando de sonar fría, pero traicionada por su voz trémula.

-Por supuesto Lehzen… sí te sientes mal puedes retirarte y hablamos tú y yo luego – le dijo Victoria con sincera preocupación.

-No, no hace falta Majestad, estoy bien – dijo Lehzen tomando asiento.

Sin dejar de ver a Lehzen, Victoria recordó lo que quería decirles a todos; volteó a ver a Lord Alfred y decidió retomar el hilo de la conversación.

-Cómo iba diciendo mi voluntad es casarme con Lord Melbourne en su lecho, ante el peligro de que… - el rostro de Victoria se ensombreció y ahora fue a ella a la que se le quebró la voz un poco - … él pudiera fallecer. Tengo entendido que, en esos casos, cuando una pareja desea contraer matrimonio y uno de los contrayentes está en peligro de muerte, la ley concede facilidades para que se formalice la unión. Es mi deseo casarme con Lord M lo antes posible, en previsión de cualquier eventualidad.

-Pero Majestad… eso es en el caso de gente común, de personas ordinarias. Usted es la Reina… - replicó Lord Alfred tratando de sonar respetuoso y comprensivo.

-Estoy bastante consciente de ello, mi querido Lord Alfred – le dijo Victoria con una sonrisa entre divertida e irónica.

-Entonces debe saber que su matrimonio es un asunto de Estado, de la más alta importancia; que debe consultarlo con el Consejo Privado y que el Parlamento debe debatir importantes detalles como la asignación de su futuro esposo. No se puede… - explicó Lord Alfred.

-Entiendo perfectamente Lord Alfred. Pero eso es en el caso de que el prometido de la Reina esté bien de salud y pueda esperar pacientemente por todos los pasos legales necesarios. En éste caso, mi futuro marido quizás no pueda esperar… y sobre todo soy yo la que no desea esperar. Deseo contraer matrimonio con Lord Melbourne… sí, espero que no suceda, Dios decide llamarlo a su presencia… - Victoria dijo sin poder evitar mostrar emoción en su voz y en su rostro - …quiero que sea ya mi marido, y en tal caso yo deseo ser su viuda ante los ojos de Dios. Y sí él vive, como es mi esperanza más querida, quiero que lo haga como el digno marido de la Reina a la que salvó la vida y que lo ama con todo su corazón – agregó Victoria dirigiendo su mirada a los ojos de Emma que lloró con más fuerza y terminó cubriendo su rostro con un pañuelo.

-La comprendo Majestad, pero… no estoy seguro de que un matrimonio en tales condiciones pueda celebrarse, y sí pudiera celebrarse, creo que ocasionaría un grave problema de Estado… una crisis constitucional. Majestad, podrían demandar vuestra abdicación, vuestra renuncia a la Corona… vuestra permanencia en el trono estaría en grave peligro, y el país podría precipitarse al abismo de la división y la inestabilidad. Es mi deber advertirlo Majestad – dijo Lord Alfred con tono de preocupación.

-Mis queridos amigos, estoy consciente de los riesgos que implican mi decisión. Comprendo la responsabilidad que pesa sobre mis hombros, la responsabilidad con nuestro país y con el pueblo británico… pero he llegado a la conclusión de que para ser mejor Reina debo tomar riesgos y seguir éste curso de acción. Lo que planteo es un matrimonio en secreto… sí llegara a ocurrir lo peor y… - Victoria se negaba a verbalizar su temor a una posible muerte de Lord Melbourne - … Lord M ya no estuviera con nosotros, mi condición de viuda no trascendería a la opinión pública, y solo pocas personas sabríamos de éste matrimonio… sí Lord M sobrevive a su actual percance, yo tengo un plan para lidiar con ésta situación y convencer a las instituciones del Reino para que acepten a Lord Melbourne como mi consorte, reservándome el matrimonio celebrado en su lecho como un as bajo la manga, una medida de presión. Es arriesgado, lo sé, pero asumo la responsabilidad.

Victoria contemplaba los rostros de las personas de su círculo más íntimo, veía en ellos sentimientos encontrados y muy diferentes, pero en ninguno de ellos veía ni pizca de optimismo o entusiasmo.

-Sé que lo que les pido es demasiado, que les estoy pidiendo que me ayuden en algo que sin duda ustedes consideraran una locura, y que puede traer consecuencias impredecibles. Por eso sí no quieren participar en esto lo comprenderé, no deben sentirse obligados; pero de corazón les agradecería sí confiaran en mí, y por afecto a mi persona me ayudaran en ésta empresa. Quisiera contar con vuestra fe, así como estoy segura de que cuento con vuestro afecto – dijo Victoria recorriendo sus rostros con su mirada.

- ¿William… está de acuerdo con su idea, Majestad? – preguntó Emma con ternura y ansiedad, una de las pocas personas que llamaba a Lord Melbourne por su nombre de pila.

- ¡Lo está, mi querida Emma! Me he asegurado de su apoyo antes de proponerles éste plan – contestó Victoria, que vio la sorpresa reflejada en todos, especialmente en Lord Alfred y Emma, que de los presentes eran quienes mejor lo conocían.

- ¿Lord Melbourne ha consentido Majestad? – preguntó Lord Alfred asombrado, conociendo el sentido del deber tan arraigado y profundo de Lord Melbourne, y su sentido común poco inclinado a las aventuras descabelladas.

- ¿No me cree mi querido Lord Alfred? – preguntó Victoria de forma tranquila y con una sonrisa.

- ¡No Majestad! ¡Por supuesto que no pongo en duda sus palabras! Es solo que Lord Melbourne es… es… - replicó Lord Alfred confundido.

- ¿Sensato? Si, y lo es Lord Alfred… pero creo que tengo un poder de convicción extraordinario, tan grande que puedo convencer al hombre más sensato y con mayor sentido de responsabilidad de Inglaterra de que me siga en una aventura alocada con destino incierto – contestó Victoria algo divertida, con un gesto dulce y algo burlón.

-O quizás es el amor que ha convertido a ese hombre en un incorregible romántico – replicó la Duquesa de Sutherland con una sonrisa y gesto de alegre complicidad con su amiga Victoria.

-También puede ser, mi querida Harriet – le contestó Victoria con una radiante sonrisa.

- ¡Cuente conmigo Majestad! – dijo Emma acercándose a Victoria y ofreciéndole sus manos.

- ¡No esperaba menos de ti Emma! – contestó Victoria cogiendo las manos de su amiga.

- ¡Y conmigo Majestad! – dijo la Duquesa de Sutherland.

- ¡Gracias Harriet! – agradeció Victoria.

- ¡Y desde luego, conmigo también! En lo que pueda servirla Majestad – dijo a su vez Lord Alfred.

-Gracias Lord Alfred… lo primero que necesito es que usted consiga un clérigo que esté dispuesto a casarme en tales condiciones con Lord Melbourne – le dijo Victoria con cierta ansiedad.

-No será fácil Majestad, pero creo que tengo en mente a dos o tres candidatos… seguro que convenceré a uno… - contestó Lord Alfred.

-Traiga al que usted crea que esté más inclinado a hacerlo, y yo me encargaré de plantearle la idea, y convencerlo… pero debe ser lo más pronto posible – dijo Victoria.

-Por supuesto Majestad, con su permiso puedo partir ahora a buscar al hombre – dijo Lord Alfred.

- ¡Vaya, Lord Alfred! ¡Que tenga suerte! – replicó Victoria.

Lord Alfred salió de la estancia y Victoria vio a Lehzen que seguía sentada en silencio; se dirigió al resto de las presentes.

- ¡Mis queridas amigas, gracias por vuestro apoyo! Ahora, por favor, déjenme a solas con la Baronesa Lehzen, después me reuniré con vosotras – le dijo a Emma y la Duquesa de Sutherland.

Ellas se despidieron afectuosamente y procedieron a marcharse; Skerrett también se disponía a retirarse.

-Señorita Skerrett, espere por favor – dijo Victoria acercándose a ella – Aún no me ha dicho su opinión.

- ¡Mi opinión Majestad! Mi deber es obedecerla, Majestad – contestó Skerrett sorprendida.

-Es cierto, pero en éste caso me interesa contar con usted de forma voluntaria. Valoro tanto su adhesión voluntaria como la de cualquiera de aquellos otros que estuvieron presentes en ésta reunión… sí no desea estar presente en el acto porque cree que va contra su deber, lo entenderé – le dijo Victoria.

- ¡Para mí será un honor Majestad!

- ¡Gracias Skerrett! Ahora por favor déjeme con la Baronesa Lehzen.

Skerrett salió y cerró la puerta lentamente; Victoria acercó una silla y se sentó al lado de Lehzen, y la cogió de la mano.

-Dime lo que piensas Lehzen – le dijo Victoria con simpatía.

-Majestad… - comenzó a hablar Lehzen.

- ¡Por favor Lehzen! No puedo tener ésta conversación contigo sí no me llamas Drina… al menos por ésta ocasión, llámame Drina. Tienes mi permiso – le dijo Victoria con cariño.

- ¡Drina, me vas a matar de un disgusto! – contestó Lehzen, como una madre disgustada que reprende a una hija que va a hacer algo muy peligroso o inconveniente, que puede poner en riesgo el bienestar de esa hija… algo que realmente angustia a su madre.

- ¿Por qué? – preguntó Victoria comprensiva.

- ¿Me lo preguntas Drina? ¡Vas a poner en peligro todo! Tu Corona, el destino para el que naciste, para lo que te hemos preparado toda la vida, el bienestar de tu nación, todo… Y todo por ese hombre… - contestó Lehzen.

-Lehzen, ¿sabes que te quiero como sí fueras mi madre? – le dijo Victoria viéndola a los ojos y apretando su mano.

Lehzen se estremeció un poco y su máscara de frialdad se resquebrajó, y sus ojos se humedecieron.

-Drina… - iba a hablar Lehzen, pero se ahogó por la emoción.

- ¿Por qué crees que te pedí que te quedaras conmigo cuando me convertí en Reina? ¿por qué te pedí que no volvieras a tu patria y te convertí en la encargada de mi Palacio y servidumbre? ¡Porque te necesitaba a mi lado! ¿Sabes que cuando comencé a reinar las únicas personas que me ayudaron fueron Lord M y tú? Sin ustedes dos no hubiera podido hacerlo, no hubiera podido enfrentarme a quienes querían controlarme o quitarme mi Trono… por eso ustedes dos son las personas en quienes más confío en el mundo. A mi madre la amo desde luego… pero sabes que no puedo confiar en ella. A la hora de necesitar a una madre en la que pueda confiar, te busco a ti. Ahora, dime Lehzen, sinceramente, ¿qué opinas de Lord Melbourne? – dijo Victoria.

-Creo que es un hombre noble, sincero, honorable, un caballero… y creo que te protege y quiere tu bienestar – admitió Lehzen.

- ¡Y qué más puede querer una madre para su hija! ¡No quieres mi felicidad mi querida Lehzen! – exclamó Victoria emocionada.

- ¡Pero Drina… ustedes no nacieron para estar juntos! ¡Sí tú no fueras la Reina estaría encantada de que te casaras con él, porque sé que cuidaría de ti y te haría feliz! Pero tú naciste para la grandeza, para ser la Reina de un Imperio… no puedes perder eso por ningún hombre, ni siquiera por uno tan bueno como Lord Melbourne… Drina, habrá otros hombres, eres muy joven… - replicó Lehzen ansiosa.

- ¡No quiero a ningún otro hombre Lehzen! ¡Es él o ninguno! Te pido que confíes en mí, Lehzen… sí tienes fe en mí, sí crees que hiciste un buen trabajo educándome, sí me quieres como a una hija, te pido que confíes. Sé lo que hago, y no voy a decepcionarte. Te necesito a mi lado, ahora más que nunca – dijo Victoria casi rogando.

Lehzen se quedó quieta un instante, y luego se atrevió a romper el protocolo, y llevó una mano de Victoria a sus labios y besó el dorso de la mano de su pequeña Drina.

- ¡Confío en ti… mi amada Drina! – respondió Lehzen haciendo esfuerzos para no dejar caer una sola lágrima.

- ¡Gracias mi querida Lehzen! – replicó alegre Victoria y le dio un beso a Lehzen en la mano.

Luego de la emotiva conversación con Lehzen, ya a solas en su despacho, Victoria recordó la conversación que había tenido con Lord Melbourne antes de reunir a sus amigos; la conversación en la que convenció al renuente Lord Melbourne de aceptar su plan. Como en ocasiones anteriores Victoria usó la excusa de los asuntos de Estado entre la Reina y su Primer Ministro para quedarse a solas con él en el dormitorio; apenas la enfermera cerró la puerta, Victoria se sentó en la cama y le dio un beso en los labios a Lord Melbourne.

- ¡Victoria, por favor! ¡Un día nos van a descubrir! – protestó Lord Melbourne, aunque la sonrisa que trataba de ocultar delataba el placer que sentía.

- ¡Sí nos sorprenden digo que me forzaste! ¡Que mi Primer Ministro me robó un beso! ¿Te imaginas el escándalo en la Cámara? ¿Te imaginas lo qué diría el señor Peel del degenerado Lord Melbourne? – preguntó Victoria en tono burlón.

Ambos se rieron.

- ¡Eres incorregible Victoria! – dijo Lord Melbourne entre risas - ¡Ten compasión de mí, que aún me duele cuando me rio! – agregó, y como para confirmarlo tosió algo, y con su rostro pálido y demacrado despertaba la preocupación.

- ¿Cómo te sientes Lord M? – preguntó Victoria preocupada.

-Tranquila, me siento un poco mejor – contestó él queriendo sonar tranquilizador.

-Lord M… Ya conozco tus sentimientos por mí, pero… quiero preguntarte algo en serio… sí yo no fuera la Reina, ¿te hubieras casado conmigo? – lo interrogó Victoria seria y un poco ansiosa.

- ¿Victoria, por qué me torturas? – se quejó Lord Melbourne cerrando los ojos y con una sombra de tormento en su rostro - ¡Tú naciste para ser Reina y eso no se puede cambiar!

- ¡Por favor Lord M! ¡Respóndeme! – le urgió Victoria.

-Sí tú no fueras la Reina, yo te hubiera pedido matrimonio a ti… sí hubieras sido la hija de un duque, un marqués o un conde… sí hubieras sido la hija de un abogado, de un médico o de un clérigo… sí hubieras sido sirvienta… ¡No sabes cómo le he reprochado a Dios que tú no hubieras sido una criada! – contestó Lord Melbourne triste y sincero.

- ¿Sirvienta? ¿Te hubieras casado conmigo sí hubiera sido una simple criada? – preguntó algo incrédula Victoria.

-Sí hubieras sido una criada yo hubiera sido el hombre más feliz del mundo… te hubiera propuesto matrimonio y te hubiera echo mi mujer… sí tú también lo hubieras deseado, desde luego – respondió Lord Melbourne con una sonrisa triste.

- ¿Y tu reputación? ¿Tu posición social? – le preguntó Victoria.

-Victoria, a mí me importa un pimiento mi reputación… de todas maneras mi reputación nunca se recuperó del todo del escándalo de mi esposa… Y francamente, no me importa nada que hablen mal o bien de mí. Sí me hubiera enamorado de una mujer de condición social inferior no me hubiera importado desposarla. ¿Qué hubiera tenido que perder? Mi carrera política me importa poco a éstas alturas, como bien sabes hubiera renunciado encantado al cargo de Primer Ministro y me hubiera retirado de la vida pública… sí no hubiera sido por ti. Solo permanecí como Primer Ministro porque tú me necesitabas, sobre todo cuando impediste que Peel se convirtiera en Primer Ministro y me reemplazara. Tampoco me importa la vida social, con gusto renunciaría a los salones de la alta sociedad, y sí toda la gente de alta alcurnia me retiraran el saludo, no me dolería para nada. Sí tú hubieras sido una criada, te hubiera desposado y hubiera pasado los últimos años de mi vida contigo en Brocket Hall, apartado del resto del mundo, solos tú y yo… y quizás nuestros hijos – explicó Lord Melbourne soñando despierto.

- ¿Nuestros hijos? – preguntó Victoria asombrada.

-Bueno, si… ¿por qué se sorprende Señora? Acaso… yo no estoy tan viejo, sabes, yo puedo perfectamente engendrar hijos, todavía – respondió Lord Melbourne medio en serio y medio en broma, a la defensiva y un poco dolido en su orgullo.

- ¡Oh no! ¡No quise poner en duda tu…! Lo que quiero decir… es que es la primera vez que planteas el tener hijos conmigo… aunque sea en fantasías – dijo Victoria y se ruborizó.

Lord Melbourne la vio extasiado y atormentado a la vez… ¡Dios, por qué tenía que ser tan hermosa! Especialmente ahora que ella se sonrojaba, imaginando ser madre de unos hijos suyos, y seguramente pensando en lo que tenía que suceder entre ellos para que esos hijos nacieran… Y lo peor es que él había fantaseado con engendrarle muchos hijos, recreándose en los detalles del acto de engendrar…

-Y… ¿tendríamos muchos hijos? – preguntó Victoria como sí fuera una niña traviesa y atrevida.

- ¡Victoria! – exclamó él desesperado.

- ¡Perdón Lord M, pero tú sacaste el tema, y yo…! – se disculpó ella.

-Me gustaría tener muchos hijos con usted Señora… ¡Muchos! Para mí sería un gran placer… el más grande del mundo – se permitió decirle Lord Melbourne, de forma viril y con una mirada lasciva apenas disimulada.

Victoria se ruborizó aún más y sintió un hormigueo y un calor que recorrieron su cuerpo, y se le erizaron los cabellos; con una risita nerviosa desvió la mirada, y se sintió como una chica adolescente a la que un hombre atractivo le hubiera hecho una insinuación sexual por primera vez en su vida. Que era más o menos lo que había ocurrido… Lord Melbourne se avergonzó y se arrepintió casi de inmediato, y se maldijo por estar cayendo víctima del ingenuo coqueteo de una chica que podía ser su hija y era inexperta en las lides del amor…

-Victoria… debes dejar de buscar excusas para quedarte a solas conmigo. Esto no nos hace bien ni a ti ni a mí, debemos aceptar la realidad, y además la gente ya debe estar murmurando – la reprendió Lord Melbourne tratando de recuperar la sensatez.

-En resumen, sí no fuera porque soy la Reina ya estaríamos casados – dijo Victoria ignorándolo.

-Victoria, ¿has oído lo que te dije? – protestó Melbourne un poco exasperado.

-Si, pero no te preocupes William – le contestó Victoria tranquila y refrenando su alegría – Escucha, he tomado una decisión importante, una decisión para la que necesitaba hablar contigo y reforzar las certezas que tengo acerca de tus sentimientos. Te ruego que me escuches con calma y paciencia, y que no te alarmes en exceso o te enfades conmigo, y que confíes en mí – agregó Victoria solemne y algo nerviosa.

-Victoria, me estás asustando. ¿Qué piensas hacer? – preguntó Lord Melbourne viéndola con mirada suspicaz y gesto de preocupación.

-Lord M… he decidido que tú y yo nos casemos aquí, en tu lecho de convaleciente, sin esperar a tu recuperación.

Lord Melbourne necesitó unos instantes para asimilar lo que había dicho Victoria y luego esbozó una sonrisa pensando que se trataba de una broma, pero cuando vio la seriedad en el rostro de Victoria la sonrisa se le congeló en un rictus de horror y escándalo.

-Victoria… ¿no puedes estar hablando en serio? ¡Dime que no estás hablando en serio! – exclamó él desesperado y alarmado.

-Por lo que sé cuándo una pareja va a contraer matrimonio y uno de los miembros de la pareja se encuentra en cama enfermo o herido, en peligro de muerte, el matrimonio se puede celebrar de forma extraordinaria en el lecho del convaleciente – contestó con tranquilidad y seguridad Victoria.

- ¡Victoria, eso es para la gente ordinaria! ¡Por Dios, tú eres la Reina! – exclamó Lord Melbourne inquieto y removiéndose en la cama para tratar de incorporarse algo más, pero un gesto de dolor se dibujó en su cara y tuvo que desistir.

- ¡Lord M quédate quieto! ¡Te vas a abrir las heridas! ¡No seas imprudente mi ángel! – le dijo Victoria preocupada, poniendo sus manos sobre los hombros de él.

- ¡Victoria, es un disparate! Como monarca reinante, para poder casarte tienes que anunciar tu compromiso ante el Consejo Privado, y escuchar la opinión del Consejo; en el Parlamento se deben discutir los arreglos de tu matrimonio, como la asignación de tu futuro esposo y hay que decidir que título va a tener. Necesitas cumplir con todos los trámites constitucionales y en la práctica contar con el consentimiento de la Nación a través de las instituciones que la representan. ¡No puedes simplemente hacer lo que te dé la gana! – explicó Lord Melbourne ansioso y disgustado.

-Lo sé Lord M… pero éste es un caso especial. Estás en cama y tu salud aún pende de un hilo, para mi desgracia… lo que planteo es un matrimonio de urgencia, y, además, en secreto, al menos al principio – contestó ella con calma y paciencia.

- ¡Esto ha llegado muy lejos! Y es culpa mía, he debido imponer mi madurez y sensatez… - se quejó Lord Melbourne.

- ¡Lord M, no toleraré que me trates como una niña! ¡No después de que me has confesado tu amor y me has demostrado que me deseas como un hombre desea a una mujer! – exclamó Victoria enfadada.

Lord Melbourne la contempló casi boquiabierto; y a su pesar, reconoció que verla así, enfadada, la hacía ver más deseable y que sentía deseos de atraerla a sus brazos y saciar sus deseos. Entendió que una vez que el genio había salido de la botella ya era imposible volverlo a meter dentro; las cartas entre ellos estaban sobre la mesa y había que actuar en consecuencia…

-Mi amada Victoria, no entiendes que mi devoción por ti es la que habla… que me mortifico por ti – le dijo acariciando su mejilla con el dorso de la mano.

- ¡Lo sé Lord M, mi amor! – le respondió Victoria cogiendo su mano y besándola – Pero yo tomo mis decisiones y no daré marcha atrás en ésta.

- ¡Pero Victoria…! – iba a replicar él.

-Escucha William… hay dos opciones, una es que, en éste momento, sí es posible mañana mismo, yo convoque al Consejo Privado y les notifique mi deseo de casarme contigo… - dijo Victoria y levantó la mano con un gesto para hacer callar a Lord Melbourne que había abierto la boca para decir algo - … y sí hay una fuerte resistencia, les haga entender claramente que sí no se me permite casarme contigo estoy dispuesta a abdicar…

- ¡Victoria, no puedes plantearlo así, como un ultimátum! ¡Lo aprovecharían tus enemigos para forzar tu abdicación! – exclamó Lord Melbourne entre enfadado y nervioso.

- ¡Por eso la otra opción! Casarme contigo ahora, en secreto, sabiéndolo un reducido círculo de personas de confianza… sí lo hacemos y después… - a Victoria le costaba decir lo siguiente, sobre todo en presencia de Lord Melbourne, y se le hizo un nudo en la garganta - …tú… tú llegaras a fallecer, yo sería viuda en secreto, y no tendría que saberlo el público – dijo ella con la voz quebrada.

-Ya veo… - replicó Lord Melbourne con una sonrisa triste - …en ese caso no habría problemas… incluso podrías casarte de nuevo…

- ¡No lo haría jamás! – exclamó Victoria dolida.

- ¿Y sí yo sobrevivo Victoria? ¿qué pasaría entonces? – preguntó él.

-En tal caso, yo sería la mujer más feliz del mundo… y tengo planeado como convencerlos para que acepten que celebremos un nuevo matrimonio, ésta vez público y oficial… y sí no lo consiguiera, pues entonces tendríamos que permanecer casados en secreto, y para los efectos prácticos tú serías para mí como el Conde de Leicester lo fue para la Reina Isabel, mi “compañero” íntimo, pero a diferencia de ellos nosotros estaríamos casados, aunque casi todo el mundo ignore la existencia de ese matrimonio y piensen que permanezco como la “Reina Virgen” – explicó Victoria concluyendo con una sonrisa triste y cómplice, correspondida por Lord Melbourne, pues ambos recordaron su conversación en el baile de disfraces donde volvieron a verse las caras después de que él rechazara la propuesta de ella en Brocket Hall, y usaron el ejemplo de Isabel y Leicester para ejemplificar sus propios sentimientos.

-Lo has pensado todo, Señora… pero de todas maneras es temerario, una locura – le replicó Lord Melbourne con calma.

-Pero es un riesgo que estoy dispuesta a correr… lo que tienes que tener claro Lord M es que seguiré adelante con tu consentimiento o sin él – contestó ella muy firme.

- ¿Piensas casarte conmigo sin mi consentimiento? – preguntó Lord Melbourne con cierta ironía, pero especialmente con temor y angustia.

-Ya te lo he dicho William… sí te niegas a aceptar mi propuesta del matrimonio en secreto, plantearé mi solicitud de casarme contigo en público amenazando con mi abdicación… en ese caso será peor – insistió Victoria con terquedad.

- ¿Y todo lo que te dije cuando te expliqué las razones por las que rechacé tu propuesta en Brocket Hall? ¿Y tu destino? ¿Y nuestro país? – la interpeló Melbourne.

- ¡No cuestiones mi amor por éste país ni mi sentido de la responsabilidad, Lord M! Yo creo que solo seré una buena Reina sí decido a quien quiero a mi lado al reinar y sí resisto las presiones de quienes quieren imponerme un matrimonio para manipularme en beneficio de sus intereses, especialmente mi madre y mi tío Leopoldo… Y sí tú me amas, y sí realmente tienes fe en mí, sí de verdad viste “grandeza” en mí, te pido, te exijo que confíes en mí… ésta vez no admitiré un no por respuesta, como en Brocket Hall. De una manera o de otra, daré la batalla por tenerte a mi lado, con tu consentimiento o sin él, aunque prefiero que sea con tu apoyo, desde luego – contestó Victoria con una mirada regia, que no admitía discusión.

-No hay manera de disuadirte, ¿verdad? – inquirió Melbourne muy cansado.

-No, no hay ninguna manera, mi querido Lord M – replicó ella.

-Entonces, supongo que solo puedo decir que estoy a su orden mi Señora… haré lo que tú quieras, y que Dios me perdone – dijo él rindiéndose.

- ¡Nunca vi tanto entusiasmo en un novio que se va a casar! – dijo Victoria irónica y burlona - ¿Lo juras por tu honor?

- ¿Tiene miedo de que me escape antes de llegar al altar Señora? – dijo Lord Melbourne sarcástico, pero en cierto tono de reproche.

-No, pero tengo miedo de que alguien hable contigo y pueda disuadirte, alguien como la Baronesa Lehzen – contestó ella seria.

- ¡Lo juro por la tumba de mi hijo! Haré lo que quieras Victoria – se comprometió Lord Melbourne.

- ¡Te lo agradezco mi amor! ¡Mi dulce Lord M! – le dijo Victoria y luego se inclinó para darle un suave beso en los labios.

De esa manera Victoria convenció a Lord Melbourne, y después habló con su círculo íntimo; confiar en ellos no fue un error, Lord Alfred consiguió a un clérigo anglicano algo mayor y viejo amigo de su familia. No fue fácil convencerlo de celebrar la boda, Lord Alfred y la propia Victoria tuvieron que usar todo su poder de convicción para lograrlo; Victoria le hizo promesas de usar sus prerrogativas reales para favorecerlo de alguna manera, para recompensarlo por su servicio. Al final el hombre aceptó, y se concertó el día y la hora; llegado el momento se reunieron en el dormitorio de invitados donde estaba alojado Lord Melbourne, el clérigo, Lord Alfred, Emma Portman, la Duquesa de Sutherland, Lehzen y por supuesto Victoria. Skerrett quedó encargada de distraer a la enfermera de guardia, fuera del dormitorio.

El clérigo ofició la ceremonia de la forma más rápida posible, todo lo que le permitieron los rituales de la Iglesia de Inglaterra. Después de hacer la pregunta decisiva a Lord Melbourne, que respondió afirmativamente, tocó el turno de hacerle la pregunta a Victoria.

- ... Victoria, ¿tendrás a este hombre como tu esposo, para vivir juntos según la ordenanza de Dios, en el estado santo del matrimonio? ¿Tendrás que obedecerle y servirle...? - recitó el clérigo en el momento crucial.

- ¡Lo haré! – contestó Victoria al final de la pregunta ritual del clérigo, con voz firme y clara.

-Yo pronuncio que sean hombre y mujer juntos. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Victoria se inclinó y le dio un beso en los labios a Lord Melbourne, sellando su unión; Emma y la Duquesa lloraban, Lord Alfred parecía contento por su amigo, pero a la vez nervioso por la situación, y Lehzen hacía esfuerzos por no llorar, con el rostro desencajado.

Algo más tarde, en la madrugada, Victoria salía de su dormitorio acompañada de Skerrett; la Reina iba vestida con su ropa de dormir y además una bata sobre ella. Lehzen acudió enseguida.

-Majestad, ¿pero ¿dónde…?  – preguntó Lehzen desconcertada.

-Voy al dormitorio de Lord Melbourne… es mi noche de bodas, ¿recuerdas? – le dijo Victoria con rubor en sus mejillas.

- ¡Majestad! ¿Va a pasar la noche con Lord Melbourne? – dijo Lehzen escandalizada.

- ¡Voy a pasar mi noche de bodas con mi marido! ¡Mi marido Lehzen! No se te olvide – replicó Victoria en tono de enfado.

-Pero Majestad… no es prudente… usted… - protestó Lehzen horrorizada por las consecuencias.

- ¡Lehzen! No voy a discutir esto contigo… quiero pasar mi noche de bodas con mi marido. Aunque sea un matrimonio en condiciones “especiales”, no deja de ser un matrimonio. Sí te preocupa que se consume la boda, no creo que Lord Melbourne esté en condiciones de hacerlo, todavía… pero sí pudiera, ¿no es lo normal? En cualquier caso, es su derecho, y es mi derecho. Y sí ocurriera lo peor, y Lord Melbourne no supera su actual condición… quiero tener un recuerdo hermoso de éste día…No hay nada más que hablar – concluyó Victoria decidida.

Gracias a Lord Alfred y Skerrett, se habían hecho los arreglos pertinentes y Victoria pudo ingresar sigilosamente y sin testigos al dormitorio de Lord Melbourne; éste se encontraba dormido, pero se despertó al escuchar ruidos y ver que Victoria encendía una lámpara. Y entonces él pudo ver como ella se quitaba la bata que llevaba encima de su ropa de dormir.

- ¡Victoria! ¿Pero qué…? – preguntó Lord Melbourne asombrado y alarmado.

- ¡Es nuestra noche de bodas! He venido a pasar la noche con mi marido – contestó Victoria, con el rostro ruborizado y una sonrisa nerviosa, con el gesto de una niña asustada y ansiosa.

Lord Melbourne recorrió con su vista el hermoso cuerpo de Victoria, que se adivinaba bajo el camisón de dormir semitransparente, pues debajo de la prenda no llevaba nada más. Lord Melbourne podía casi admirar los senos de Victoria y otras partes de su cuerpo que nunca pensó que llegaría a ver en la vida real, que se supone que jamás debería ver. Lord Melbourne sintió que el corazón se le aceleraba y que la excitación se adueñaba de su cuerpo, y como, sin poder evitarlo, la inevitable respuesta física se producía a continuación… Lord Melbourne se maldijo para sus adentros y pensó: “¡Dios mío Victoria! ¡Me vas a volver loco! ¡Ten piedad de mí!”… 

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