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Reencuentro en el Invernadero III

en Erotismo y Amor

La Reina Victoria, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, es infeliz en su matrimonio con el Príncipe Consorte Albert, así que busca consuelo en los brazos de William Lamb, Vizconde Melbourne (Lord Melbourne) que fue Primer Ministro del país al comienzo del reinado de Victoria, su mentor político, mejor amigo y amor imposible, con el que hubiera querido casarse pero la política no se lo permitió…

-¿Me ayudas a quitarme la ropa? – preguntó Victoria emocionada y encantadora.

-No sé sí recordaré como hacerlo, Victoria… hace mucho tiempo que no ayudo a una mujer a quitarse la ropa – contestó Lord Melbourne con un gesto un poco avergonzado en el rostro y una sonrisa triste.

-¡Pretendes decirme que la legendaria fama de mujeriego de Lord Melbourne es falsa, una mentira!… ¡Esa terrible fama de la que me advertía la Baronesa Lehzen cuando ella intentaba proteger mi virtud de tus malignos propósitos! – exclamó Victoria con una sonrisa divertida, un poco burlona, pero de manera dulce e infantil, sin pretender burlarse realmente de él.

-Hubo una época ya remota en mi vida, en que esa fama estaba justificada… aunque siempre detrás de cualquier fama hay bastante de exageración de la gente. Pero es cierto que he conocido íntimamente a muchas mujeres… pero hace tiempo que no tengo ese tipo de “amistad” con ninguna mujer – contestó Lord Melbourne tímidamente y Victoria podría jurar que él se sonrojó de la vergüenza.

-¿Y hace cuánto tiempo de eso, William? – preguntó Victoria aparentemente curiosa y divertida, pero con celos en el fondo de su corazón.

-Desde… desde poco antes de conocerte aquel día en Kensington – contestó él avergonzado.

Victoria necesitó unos instantes para procesarlo, y luego abrió los ojos y puso gesto de sorpresa en su rostro.

-¡Desde que me conociste!… ¡Pero William, eso…! – exclamó Victoria sorprendida, casi escandalizada.

-Cuando te conocí… fue como sí yo hubiera tenido una especie de revelación divina – comenzó a explicar Lord Melbourne con nostalgia y timidez – Desde el primer minuto de aquel encuentro en Kensington, me consagre a ti con devoción, y me olvidé de mí mismo, incluso de mis necesidades de hombre… Al principio, yo recordaba que necesitaba la intimidad con las mujeres, como cualquier hombre, y me decía a mí mismo que en mi agenda contigo debía encontrar tiempo para reanudar mi amistad “íntima” con alguna mujer dispuesta… Pero luego me olvidaba porque sentía que quería pasar todo el tiempo posible contigo, todo el tiempo que no estaba ocupado en el Parlamento o en las reuniones del Gabinete o despachando los asuntos del gobierno… todo ese tiempo quería pasarlo contigo, cada minuto de mi tiempo hubiera querido pasarlo a tu lado, porque sabía que nuestro tiempo juntos no sería eterno y por eso quería atesorar la mayor cantidad posible. Y también estaba el asunto de que pronto descubrí que la única mujer que ocupaba mis pensamientos eras tú… que la única por la que sentía verdadero deseo era por ti y no me sentía capaz de ir a la cama con otra… así pasó un año y otro, y yo viviendo una vida de monje… Y luego vino tu matrimonio, y yo… yo hubiera querido recorrer todos los burdeles de Londres y acostarme con todas las prostitutas de la ciudad, o acostarme con todas las damas casadas o solteras de la alta sociedad de Londres dispuestas a acostarse conmigo, para olvidar que tú te estabas acostando con otro hombre, para borrar mi dolor o como una estúpida e infantil “revancha”… me hubiera gustado hacerlo, pero no pude…. No pude acostarme ni con una sola mujer… yo estaba demasiado deprimido, demasiado hundido y triste, y no hacía otra cosa que pensar en ti, y ese recuerdo doloroso no me permitía desear a ninguna mujer… mi vida ha sido desde tu boda un oscuro y profundo abismo donde no hay cabida para los deseos de un hombre vivo y es por eso que yo prácticamente soy un hombre muerto desde entonces, un muerto que camina pero no respira y por eso no puede unirse a la carne viva de una mujer… Por eso el otro día pude entender perfectamente lo que me contabas del infierno en el que tú vives, porque se parece mucho a la pesadilla que ha sido mi vida sin ti… y ya ves, esa es la razón por la que desde hace años tengo una vida de asceta, aunque eso pueda convertirme en un tonto y aunque sea más tonto por confesarlo – terminó Lord Melbourne intentando mostrar un gesto burlón en su rostro, pero se sintió tan triste que terminó esbozando un gesto como sí él fuera a romper a llorar.

Victoria estaba llorando, con las lágrimas surcando su hermoso rostro de niña.

-¡Como haces para decir siempre cosas que me enamoran más de ti!… ¡Como puedo resarcirte por tanto dolor que te he causado y amarte como tú te mereces! – exclamó Victoria mientras posaba la palma de una mano en el pecho de él y extendía la otra mano para acariciar el rostro de él.

-Ya lo hiciste… lo hiciste en tu visita al invernadero y hoy… al mostrarme que me amas, que estás dispuesta a todo por estar conmigo. En solo unos minutos, me hiciste sentir que mi vida había tenido sentido, que a pesar de tanto sufrimiento… había valido la pena haber nacido – dijo Lord Melbourne con una sonrisa.

-¡Lo has vuelto a hacer!… ¡No puedes decir algo que no me haga sentir absolutamente enamorada de ti! – exclamó Victoria riendo y llorando al mismo tiempo, mientras le daba una palmada juguetona y afectuosa en el pecho.

-¡Lo siento!… Estoy tan “oxidado” que en lugar de seducir a una mujer la hago llorar – replicó Lord Melbourne riendo.

Victoria atrajo la cabeza de él con su mano, y ella se puso de puntillas, y ambos volvieron a besarse en los labios, al principio de manera lenta y dulce, luego con pasión, devorándose de nuevo los labios como animales hambrientos. Después de romper el beso, ella lo vio a los ojos, con una mirada oscura y profunda.

-Quítame la ropa… nos ayudaremos mutuamente a quitarnos la ropa – dijo Victoria con voz cargada de deseo.

-Lo haré, Victoria – dijo él también con deseo.

Las manos temblorosas de Lord Melbourne ayudaron a desatar cada cordón y destrancar cada broche, mientras el cuerpo de Victoria temblaba cuando él la ayudó a quitarse el corset. Ella lo ayudó a quitarse la camisa y jadeó cuando vio su torso desnudo, con su amplio pecho con duros pectorales.

Ambos estaban semidesnudos… él estaba con el torso desnudo y con sus calzones, y ella estaba con una camisa, sus cajones y medias. Victoria se quitó las medias apoyando sus pies en el colchón de la cama, mientras Lord Melbourne veía con mirada lasciva las piernas desnudas de ella. Ahora Victoria estaba sonrojada de pie en frente a él, con sus pies descalzos sobre el piso y vestida solamente con sus cajones y la camisa.

-Señora, permítame… creo que es mi turno – dijo Lord Melbourne con una sonrisa entre burlona y maliciosa… para luego poner un gesto serio en su rostro que denotaba la excitación y los nervios que él sentía.

Lord Melbourne se bajó los calzones en frente a ella, y Victoria jadeó excitada mientras su corazón se aceleraba. Ella vio su verga erecta, grande y gruesa, mucho más grande y gruesa de lo que ella se hubiera imaginado, bastante más grande que la única otra verga con la que ella podía compararla…

Victoria no pudo evitar una risita nerviosa, más bien de miedo, que pronto se convirtió en un gesto nervioso y excitado cuando él se acercó a ella…

-Permíteme que te ayude, Victoria – dijo Lord Melbourne con voz grave y varonil.

Lord Melbourne tomó el bordadillo de la camisa de Victoria y se la sacó por la cabeza, mientras ella levantaba los brazos para ayudarlo. Las tetas de Victoria quedaron desnudas y Lord Melbourne las vio con deseo, con hambre… puso una de sus grandes manos en la teta izquierda de Victoria, haciendo que ella se sobresaltara un poco. Él le acarició el seno despacio, deleitándose al apretarlo con movimientos suaves. Luego deslizó sus dedos largos y le pellizco el pezón. Ella jadeó de nuevo, excitada…

-Son como las imaginé… son hermosas, son deliciosas como un divino manjar… como frutas maduras a las que apetece devorar – dijo Lord Melbourne sujetando la teta en su mano medio cerrada y luego descendió su cabeza para lamer el pezón.

Con su lengua él dio lamidos al pezón, pasando despacio su lengua por él, gozando con ese contacto entre la superficie de su lengua y la tierna carne de esa pequeña punta de la teta. Con la punta de la lengua bordeó el pezón, recorriendo la aureola en un movimiento excitante. Los pezones de Victoria estaban duros y rígidos, por la excitación sexual.

Luego Lord Melbourne abrió la boca y comenzó a mamar el pecho de Victoria, como sí estuviera realmente chupando la más divina fruta tropical. Victoria puso su mano sobre la cabeza de él y acarició su cabello, mientras ella levantaba la cabeza y cerraba los ojos, y con la boca abierta emitía jadeos de placer.

Después de un momento, Lord Melbourne se apartó de la teta de Victoria y sorprendiéndola, la tomó con sus fuertes brazos y la levantó del suelo, y la llevó a la cama con rapidez. Victoria lo veía con ansiedad y deseo, fijándose especialmente en su verga erecta mientras él se tendía a su lado en la cama.

Lord Melbourne puso sus manos en la cintura de Victoria y luego tomó los cajones, y lentamente los deslizó hasta quitárselos por los pies y arrojarlos lejos.

Victoria temblaba mucho y cerró los ojos, mientras instintivamente cerraba un poco las piernas. Entonces él deslizó una mano por una pierna de Victoria hasta llegar al muslo.

-Victoria… abre las piernas… Ábrelas para mí – dijo Lord Melbourne en tono amable, pero con cierto toque imperioso, casi como una orden.

Victoria obedeció y abrió las piernas, ofreciéndole a Lord Melbourne una gloriosa visión de su coño… El rostro de Lord Melbourne se tensó y oscureció, con un gesto de lascivia casi perverso. Él hizo descender el dorso de una mano sobre la tupida selva de pelos, de vello púbico que cubría el coño de Victoria… y entonces deslizó la mano acariciando la maraña de pelos oscuros y encrespados. Victoria tembló con más fuerza y se retorció excitada…

-No sabes cómo me gusta esta parte de tu cuerpo… no tienes idea de lo deliciosa que es para mí… Muchas veces he imaginado como sería, y a veces cuando te veía vestida con tantas capas de ropas, en mi mente imaginaba con lujuria como sería poder ver debajo de toda esa ropa y descubrir la maravillosa visión de tu sexo – dijo Lord Melbourne sin dejar de acariciar el sexo de Victoria con el dorso de su mano – Los pelos ensortijados de tu coño se ven tan tentadores, tan mórbidamente tentadores… y los labios de tu sexo se ven tan deliciosos, como una sabrosa almeja – continuó Lord Melbourne y entonces con sus dedos fue acariciando con deleite la piel de Victoria alrededor de la zona delimitada por su selva de vello púbico… con el dedo índice acarició la zona de piel entre la vagina y el ano de Victoria causando oleadas de excitación en ella – No sabes cómo se me hace agua a la boca, pensando en saborear el delicioso sabor de esa almeja…

Victoria escuchaba cachonda y sorprendida a Lord Melbourne, diciendo palabras lascivas que ella nunca pensó que le escucharía decir, y sintiéndose cada vez más excitada con esas palabras casi obscenas…

-Permíteme, señora… permíteme que te dé placer – continuó hablando Lord Melbourne y entonces él introdujo el dedo medio de la mano dentro del coño de ella.

Victoria dio un respingo y su boca se abrió mientras ella lanzaba un quejido de placer. Con el dedo medio Lord Melbourne hurgó dentro de ella, despacio primero y después con algo más de energía. Luego introdujo su dedo índice también… y con dos dedos dentro de ella, hurgó en su cavidad íntima de la manera ideal para estimular a una mujer que muchos años de experiencia le habían enseñado a él. Concentró sus dedos en frotar y hurgar su clítoris, estimulándola hasta la desesperación, haciendo que todo el cuerpo de ella temblara más fuerte y que ella se aferrara a las sabanas con sus manos, mientras profería quejidos de placer cada vez más fuertes. Después de un momento que pareció eterno, él sacó los dedos del interior de ella…

-Estás húmeda para mí, Victoria… muy húmeda… Eso me gusta, ahora quiero probar el sabor de tu almeja – dijo Lord Melbourne y enseguida descendió su rostro sobre la entrepierna de ella

Lord Melbourne comenzó a practicarle un cunnilingus a Victoria… él lamió el sexo de Victoria, al comienzo con lentos y prolongados lengüetazos. Lord Melbourne introdujo su lengua en la cavidad íntima de Victoria, abriéndose paso entre los labios vaginales, haciendo contacto con esa parte de su cuerpo que producía oleadas de placer en ella. La lengua frotaba los hinchados labios de Victoria, probaba el sabor de la humedad del sexo de la joven, estimulaba esas partes erógenas de su cuerpo, causando una abrumadora sensación de vértigo placentero en la mente de Victoria.

Lord Melbourne incrementó la rapidez y la intensidad con la que lamía la entrepierna de Victoria, y comenzó a hacerlo como una fiera hambrienta devorando a su presa. Victoria se retorcía, con una mano se aferraba más fuerte a las sabanas, y con la otra mano se aferraba al cabello de Lord Melbourne. Él “devoraba” insaciable su coño, sus labios y su lengua homenajeando con pasión la parte más sagrada de la feminidad de Victoria, como ella misma la denominó. Su lengua recorría una y otra vez el surco que formaba la unión de los labios vaginales de Victoria, rozándolos, llevándose la humedad de ella a su boca, complaciendo su deseo de devorar la almeja de ella…

Hasta que llegó el momento en que Lord Melbourne apartó su boca, con sus manos abrió más las piernas de Victoria y luego tomándola de las caderas la atrajo hacia él con un enérgico movimiento. Victoria vio su erguida verga y se preparó para el momento que había anhelado. Él se ayudó a él mismo con una mano a colocar la gruesa punta de su pene en la entrada de la vagina de ella y luego empujó hacia adelante con decisión y la penetró… su verga se abrió paso separando los labios vaginales uno del otro, invadiendo como un intruso su cavidad íntima y de un solo golpe la empaló llenándola con todo su largo pene.

Victoria arqueó la espalda y clavó sus uñas en las sabanas mientras cerraba sus manos… su rostro se cubrió con un gesto de dolor y éxtasis, mientras cerraba los ojos y apretaba los dientes. Luego ella soltó las sabanas y rodeó con sus brazos el torso de él, y  abriendo los ojos, acercó su rostro al de Lord Melbourne, para susurrarle al oído…

-¡Te amo! – exclamó Victoria, muy cerca del oído de él, como una confesión desesperada, como una plegaria a los cielos, como un grito de placer.

-¡Y yo te amo a ti! – replicó Lord Melbourne, con voz grave y viril, como una declaración de amor, como el rugido de un semental poseyendo a su hembra.

Lord Melbourne comenzó a embestir dentro del interior empalado de ella, con su verga como un ariete, como una lanza que se clava horadando la carne. Con el rítmico y acompasado movimiento de sus duras caderas, retrocediendo apenas lo suficiente para volver a embestir hasta el fondo dentro de ella, todo lo que permitía el largo de su pene… ese pene, atrapado dentro de la cavidad íntima de Victoria, aprisionado por las paredes de carne de esa cavidad, como un enorme cuerpo apresado en un espacio reducido.

Una y otra vez arremetía, con esa cadencia enloquecedora… entonces el ritmo fue acelerando, y él atacó con más fuerza, penetrándola con más pasión.

-¡Ahhh! – se quejaba Victoria, con lamentos de placer.

Ella levantó sus pies del colchón y flexionando las rodillas, mantuvo sus piernas levantadas en el aire. Mientras Victoria se aferraba a él rodeándolo con los brazos, como sí estuviera suspendida en un abismo y al soltarlo ella cayera a él. Victoria se quejaba, profería lamentos de placer, casi aullidos mientras sentía dolor y placer con la penetración y las fuertes embestidas de él dentro de ella.

-¡Ahhh! – se lamentaba Victoria, mientras el intruso que había entrado dentro de ella, seguía atacando su interior rozando sus hinchados labios vaginales y abriéndose paso bruscamente ensanchando su cavidad, y golpeando con su gruesa cabeza el fondo de su interior como sí quisiera perforarlo.

Victoria estaba enloquecida de placer, disfrutando la sensación de sentirse empalada, llena por completo, sometida por él, bajo el peso de su enorme cuerpo. Lord Melbourne hacía más frenético el movimiento rítmico de su penetración, de la danza de sus caderas retrocediendo y avanzando para clavarla sin misericordia, para poseerla de manera salvaje, como un semental con una hembra. Victoria veía por instantes el rostro de Lord Melbourne como ella nunca pensó verlo, con gesto oscuro y turbio, de pura lujuria, casi animal. Pero eso la excitaba más, porque lo veía más viril, como un macho alfa, y estaba orgullosa de ser suya, de ser su hembra…

-¡Ahhh! – Victoria casi gritaba, sus lamentos de placer eran enloquecidos, también animales, mientras su rostro se deformaba con gesto de locura, y sus ojos estaban casi en blanco.

Atrás y adelante, atrás y adelante… el ritmo frenético, la cadencia bestial, cada vez con más fuerza, cada vez con más rapidez. Él mama una teta de ella, mientras no deja de penetrarla, de empalarla, de clavarla… chupa su pezón, luego lleva su boca a la de ella, y la besa casi con brutalidad. Victoria clava sus uñas a su espalda, él pone gesto de dolor pero enseguida se convierte en gesto de mayor placer.

Victoria no puede más y se rompe antes que él, con un grito mientras alcanza el orgasmo. Lord Melbourne sigue arremetiendo, sigue con su movimiento frenético, hasta que él también llega a su clímax, y derrama su leche dentro de ella, un copioso chorro espeso y blanco, llenando su cavidad íntima…

Ambos estaban temblando, respirando trabajosamente, sudando… se vieron a los ojos, y las lágrimas salieron de los ojos de Victoria. Lord Melbourne la besó en los labios, un beso dulce y suave.

-¡Gracias… mi amor! – dijo Lord Melbourne.

Después Lord Melbourne rodó a un lado y con suavidad la atrajo con sus brazos, y Victoria se acurrucó sobre él, con la cabeza en su pecho.

-Me gusta tu pecho Lord M… tu cuerpo es muy hermoso – dijo Victoria después de un rato.

-Generalmente son los hombres los que le dicen eso a las mujeres, Victoria – replicó Lord Melbourne divertido, riendo.

-¡Pero es verdad! Tu cuerpo me recuerda el de esas estatuas de dioses griegos o romanos que están desnudos – contestó Victoria.

-Bueno, creo que exageras… sí existe un cuerpo hermoso es el tuyo, Victoria… Sabía que sería hermoso pero superaste mis sueños o fantasías – dijo él acariciando uno de sus pechos.

-Me alegra que te guste… es la primera vez que un hombre me ve totalmente desnuda – replicó Victoria alegre y sin pensar.

Pero enseguida ella se dio cuenta de su error, y lo confirmó al ver que el rostro de Lord Melbourne se ensombrecía un poco… Aunque a él le podía consolar un poco saber que Albert era tan tonto y puritano como para hacer siempre el amor con ella cubierta con un camisón y sin desnudarla completamente… por otro lado, le recordaba que ella había tenido sexo con él muchas veces en los últimos años, y que aun compartía su cama.

-¡Lo siento, yo no quería…! – se disculpó Victoria angustiada.

-Está bien, no pasa nada… somos adultos y maduros Victoria. Además, me alegra tener el privilegio de ser el primer hombre que te ve totalmente desnuda – replicó Lord Melbourne afectuoso, besándola en la boca.

-Lord M… ¿Cómo haces para retrasarlo tanto? – preguntó Victoria con curiosidad.

-¿Qué cosa, Victoria? – preguntó él con extrañeza.

-Ya sabes… ¿Cómo haces para estar tanto tiempo dentro de mí antes de liberar tu semilla? – replicó ella con curiosa inocencia.

Lord Melbourne no pudo evitar sonreír con ironía y burla, y sentir un mezquino placer… así que además el pequeño Albert era de los que terminaban muy rápido…

-Supongo que es la experiencia… ¿te gusta? – dijo Lord Melbourne con curiosidad.

-Me encanta… me enloquece de placer – contestó Victoria con sinceridad y entusiasmo.

Lord Melbourne sonrió satisfecho. Luego de un rato conversando, Lord Melbourne sintió su erección de nuevo.

-¿Te gustaría probar otra forma de hacer el amor? – preguntó Lord Melbourne con mirada lasciva.

Ella lo miró asombrada y excitada, y asintió. Después Lord Melbourne se sentó en el borde de la cama, e hizo que Victoria se pusiera en cuclillas sobre la entrepierna de él. Entonces él hizo que ella se levantara y luego la guio y ayudó con su mano para que cuando ella bajara su cuerpo quedara empalada con la verga erecta de él.

Victoria abrió la boca y jadeó… Lord Melbourne puso sus manos en las caderas de ella y la hizo subir y bajar en un movimiento rítmico, haciendo que su verga saliera del interior de ella hasta la mitad cuando ella subía para luego introducírsela completa cuando ella bajaba. Victoria rodeó con sus brazos el cuello de Lord Melbourne y lo vio a los ojos, y entonces ella sonrió al entender que esa postura no solo le permitía obtener mucho placer, sino verlo bien a los ojos mientras hacían el amor. Ambos no dejaron de verse a los ojos todo el tiempo que ella estuvo cabalgando sobre la entrepierna de él, subiendo y bajando, mientras sus tetas bailaban hacia arriba y hacia abajo. Hasta que ambos llegaron al clímax casi al mismo tiempo y ella se abrazó con fuerza a él, cuando Lord Melbourne volvió a llenarla a ella con un copioso chorro de su leche. Después se besaron en los labios…

Un rato después la señorita Skerrett tocó a la puerta con timidez, para recordarle a Victoria que debían comenzar a prepararse para volver, como Victoria le había pedido que lo hiciera. Lord Melbourne y Victoria se vieron con tristeza, y después Lord Melbourne se puso una bata y se metió al baño para que Victoria pudiera hacer entrar a Skerrett para que la ayudara a vestirse. La discreta señorita Skerrett fingió normalidad mientras ayudaba a su señora a vestirse, ignorando las evidentes señales de que la Reina acababa de tener relaciones sexuales. Victoria estaba sonrojada y un poco avergonzada, pero sabía que Skerrett la entendía y conocía su sufrimiento y su amor por Lord M. Victoria apenas se limpió superficialmente, dejando una limpieza más exhaustiva para cuando llegara a su propia casa, así que incluso llevaba la semilla de Lord Melbourne dentro de ella…

Cuando terminó de vestirse, Victoria hizo que la señorita Skerrett saliera y la aguardara afuera, para ver a Lord Melbourne vestirse. Él salió del baño y enarcó una ceja cuando la vio con mirada lasciva y una sonrisa maliciosa.

-Quiero verte desnudo una vez más y ver cómo te viste… como un Sultán otomano cuando ve a una odalisca de su harén desnuda y vistiéndose delante de él – dijo Victoria burlona.

-Pensé que me había ido a la cama con la Reina del Imperio Británico y no con un Sultán del Imperio Otomano… y no sabía que yo era una odalisca de harén – replicó Lord Melbourne burlón – Pero no tengo problemas en complacerla, señora.

Lord Melbourne se quitó la bata y se quedó desnudo delante de ella, mientras Victoria se mordía el labio inferior. Mientras él buscaba sus calzones, ella veía su verga…

-Creo que debemos ponerle un nombre a esa parte de tu cuerpo que tanto me gusta… creo que le llamaré “Big Dash” – dijo Victoria divertida.

-¡”Big Dash”! – exclamó Lord Melbourne asombrado, pensando en el perro que era la mascota de la Reina, llamado “Dash”.

-Claro… Dash era mi único amigo antes de convertirme en Reina y sigue siendo mi mejor amigo… y esa parte de tu cuerpo es mi nuevo mejor amigo… así que es un honor para ambos. Pero como esa parte de tu cuerpo es tan grande, es justo llamarle grande… “Big Dash” – contestó Victoria con naturalidad y sin dejar de sonreír.

Ambos se echaron a reír. Luego de un rato Lord Melbourne ya estaba casi totalmente vestido…

-Sí vamos a continuar con esto… deberé buscar una discreta casa en Londres cerca de Buckingham para nuestros encuentros. Ni Dover House ni Brocket Hall son convenientes... son lugares muy arriesgados – dijo Lord Melbourne serio y reflexivo, mientras se colocaba la corbata.

-¿Nuestro propio nido de amor? – preguntó Victoria emocionada mientras se levantaba de la cama y se acercaba a él.

-Si… algo así – contestó él sonriente.

Ella lo besó con pasión en los labios.

-Me alegra, Lord M… pero quizás no haga falta. Probablemente tenga una alternativa bastante mejor – dijo Victoria entusiasmada.

-Victoria, debes ser prudente, no vayas a… - iba a decir Lord Melbourne pero ella lo silenció con un beso en los labios.

-Confía en mí – replicó ella.

Más tarde, Lord Melbourne la estaba despidiendo en la puerta principal de la mansión, mientras carruaje la aguardaba. Ambos estaban felices por una parte, por lo que había pasado, y tristes por otra parte, por tener que separarse de nuevo.

-Hasta pronto, señora… espero – dijo Lord Melbourne después de besar el dorso de la mano de ella.

-Por supuesto… hasta pronto, mi querido Lord M – contestó Victoria emocionada.

Cuando Lord Melbourne la ayudaba a subir al carruaje, ella le susurró al oído.

-No puedo esperar para ver de nuevo a “Big Dash”.

Lord Melbourne tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a reír, y vio que ella aguardó hasta cerrar la puerta del carruaje para echarse a reír como una niña traviesa mientras a su lado la señorita Skerrett se sonrojaba y sonreía alegre al ver a su Reina feliz, como no la había visto en mucho tiempo. Después él vio al carruaje alejarse, pero esta vez con alegría y una pequeña esperanza en su corazón…