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Victoria y Melbourne: Altar o Mortaja (8)

en Erotismo y Amor

Capítulo 8: Noche Estrellada en nuestra Ventana.

- ¡Lehzen! ¿Pero qué hacen aquí? – preguntó Victoria en voz baja, para no despertar a Lord Melbourne, mientras cerraba la puerta despacio.

-Pensaba entrar a despertarla Su Majestad, pero la señorita Skerrett me aconsejó que esperáramos a que usted saliera – respondió Lehzen en tono tranquilo, como sí estuviera hablando de la cosa más normal del mundo.

- ¡Con buen criterio! Lehzen, ahora soy una mujer casada y duermo con mi marido, no puedes entrar a mi dormitorio como hacías cuando yo estaba soltera – dijo Victoria un poco escandalizada.

-Ya veo… bueno, supongo que Su Majestad querrá que la ayudemos a asearse y vestirse, que eso seguirá igual. ¿No lleva puesto su camisón de dormir, señora? – replicó Lehzen, arqueando una ceja mientras veía el cuerpo de Victoria por la bata entreabierta.

Victoria cerró más la bata para cubrirse mejor, mientras veía el rostro de la señorita Skerrett que estaba sonrojada… Victoria también se sonrojó.

-Vamos, Lehzen… tengo que arreglarme para el desayuno. Que no molesten a Lord Melbourne… él está exhausto – dijo Victoria apurándola.

-Entiendo, Majestad – respondió Lehzen inexpresiva.

Un rato después Victoria ya había terminado de asearse y estaba terminando de vestirse con la ayuda de Lehzen y la señorita Skerrett. Entonces Lehzen notó que Victoria caminaba de forma un poco extraña.

- ¿Le sucede algo, Majestad? La veo caminando con cierta dificultad – le preguntó Lehzen de forma algo inocente.

-Es que hoy me duele un poco al caminar – contestó Victoria también con cierta ingenuidad.

Skerrett no pudo evitar que se le escapara una risotada, aunque rápidamente se tapó la boca con una mano, y agachó la cabeza avergonzada al sentir las miradas de Lehzen y Victoria… Lehzen dirigió su mirada disgustada a la señorita Skerrett, y luego volteó a ver a Victoria, y vio que Victoria tenía la cara roja como un tomate y una sonrisa como la de una niña que acabara de cometer una travesura, además con una mirada brillante y divertida.

- ¡Die jungen Frauen sind jetzt so frech! – “¡Las jóvenes de ahora son tan impúdicas!” dijo Lehzen en lengua alemana.

- ¡Lehzen, hör auf! – “¡Lehzen, basta!” exclamó Victoria, también en lengua alemana – Y no hables en alemán, te lo he dicho – la reprendió levemente Victoria.

-Perdón, Majestad… - replicó Lehzen - Señorita Skerrett, vaya a la cocina a avisar que la Reina bajara en unos minutos, para que tengan el desayuno listo – agregó Lehzen dirigiéndose a Skerrett.

-Si, Baronesa… Con su permiso, Su Majestad – dijo Skerrett con una leve reverencia dedicada a Victoria y fue a cumplir la orden.

Victoria volteó a ver a Lehzen y esbozó una sonrisa. Luego cogió a Lehzen de la mano.

- ¡Lehzen, no estés de mal humor! ¿No ves que estoy feliz como nunca en mi vida? – le dijo Victoria y agarró a Lehzen como sí fuera su pareja de baile - ¡Estoy tan feliz que podría bailar todo el día! – agregó haciendo girar a Lehzen en un pequeño baile, pero desistió rápidamente poniendo gesto de dolor.

Lehzen no pudo evitar reír, sintiendo alegría al ver a su querida Victoria tan contenta.

-Le creo, Majestad… la veo tan contenta como cuando usted era una pequeña niña, y recibía regalos en su cumpleaños o en la Navidad… Y a mí me alegra verla tan feliz – replicó Lehzen con sincera emoción.

- ¡Lo sé, mi amada Lehzen! – dijo Victoria besando el dorso de una mano de Lehzen - ¡Ahora tengo todo lo que necesito en mi vida, a todas las personas que quiero! – agregó Victoria.

Cuando Victoria fue a su dormitorio para ver sí Lord Melbourne seguía durmiendo, lo encontró terminando de asearse y preparándose para vestirse. Ambos se besaron con pasión y tuvieron que hacer un esfuerzo para contenerse, y no volver a la cama sin comer… lograron bajar a desayunar, aunque en la mesa no dejaron de intercambiar miradas tontas o de picardía, y agarrarse la mano con ternura y deseo.

El resto del día la pasaron entre comidas, risas, paseos a caballo por los terrenos del castillo y besos, muchos besos…

Al llegar la noche ambos fueron ansiosos al dormitorio matrimonial para continuar con su luna de miel. Victoria estaba de pie, vestida solamente con otro camisón de dormir, y Lord Melbourne se acercó a ella por detrás, y comenzó a besarle la nuca, mientras la rodeaba con sus brazos fuertes. Los labios de Lord Melbourne descendieron y besó el cuello de Victoria, mientras ella cerraba los ojos y ponía gesto de placer. Con una mano Lord Melbourne le apretaba los pechos a Victoria, mientras que con la otra mano recorría el vientre de su esposa, sobre la tela del camisón.

Después Lord Melbourne agarró el camisón de dormir y se lo quitó a Victoria por la cabeza, dejándola a ella totalmente desnuda, aún de pie. Él siguió parado detrás de ella, y ahora que Victoria estaba totalmente desnuda, Lord Melbourne recorrió el cuerpo de la joven con sus grandes manos. Con una mano seguía acariciando y apretando los pechos de su esposa, y la otra mano descendió hasta la entrepierna de Victoria, y los dedos de él hurgaron en la intimidad de ella…

Victoria se retorcía en sus brazos y con una mano se aferraba al cabello de su marido, mientras volteaba su cabeza para besar los labios de Lord Melbourne. Él la agarró y la llevó a la cama, y después de acostarla boca arriba, Lord Melbourne se quitó la camisa de dormir con prisa y sus calzones, y estando totalmente desnudo se fue encima de ella.

Con desesperación Lord Melbourne la besó y Victoria le correspondió los besos también con pasión. Ambos se abrazaron, y entonces Lord Melbourne volvió a penetrarla…

En ésta ocasión Lord Melbourne le hizo el amor con más energía, con más pasión, y preocupándose un poco menos por lastimarla, aunque seguía siendo gentil. Victoria jadeó, y sus quejidos de placer fueron subiendo de tono, casi convertidos en gritos. Ambos se revolcaron sobre el colchón de plumas, hasta que alcanzaron el clímax… Luego ambos rieron y se besaron.

-Lord M… ¿Cuántas veces va a “honrar” a su Reina ésta noche? – dijo Victoria con picardía y una risa alegre.

- ¿Debo entender qué me está retando, señora? – le replicó Lord Melbourne con una sonrisa lasciva, mientras seguía acostado sobre ella.

- ¡No sé, Lord M! ¿Usted qué cree? – respondió excitada.

- ¡Creo que es un reto que usted va a lamentar, señora! – exclamó Lord Melbourne y comenzó a besarla con frenesí y mordisquearle el cuello, haciéndole cosquillas, mientras Victoria reía a carcajadas...

Las risas fueron muy pronto reemplazadas por quejidos y jadeos de placer…

Las semanas siguientes Lord Melbourne y Victoria se amaron casi todas las noches con igual o mayor pasión, en Buckingham, en Brocket Hall o en Windsor. Cuando estaban en el Palacio de Buckingham, en el dormitorio de la Reina (ahora convertido en el dormitorio matrimonial de la real pareja), las noches de pasión entre Lord Melbourne y Victoria fueron las responsables de que Lehzen tuviera que cambiar de dormitorio, y dejar el que tenía al lado de la puerta del dormitorio de Victoria. Pues los “ruidos” de placer de la pareja recién casada, especialmente los quejidos de Victoria (a pesar de que a veces Lord Melbourne le tapaba la boca con su mano) no dejaban dormir a la pobre Baronesa…

Y así llegó el día en que Lord Melbourne y Victoria caminaban, ella cogida del brazo de él, por el mismo sitio de los jardines de Brocket Hall donde Lord Melbourne rechazó la declaración de amor de Victoria. Al igual que aquel día, una bandada de cuervos volaban ante ellos, y la pareja detuvo su caminata, y Lord Melbourne se quedó viéndolos con atención, mientras Victoria sonreía viendo a su flamante esposo.

- ¡Tú y tus benditos cuervos! – dijo Victoria con una risita dulce.

-Las costumbres de un hombre pocas veces cambian, señora – contestó Lord Melbourne con una sonrisa divertida.

-Las tuyas han cambiado un poco, Lord M… al menos ya no amaneces en tu biblioteca, durmiendo en un sillón, después de beber brandy – replicó Victoria en tono burlón.

-Es que ahora tengo una motivación poderosa para amanecer en mi cama… una joven y bella esposa – contestó Lord Melbourne con mirada de deseo y una sonrisa seductora.

Victoria se sonrojó y con una sonrisa de vergüenza, desvió la mirada.

-Éste lugar siempre fue uno de mis favoritos… hasta el día en que rechacé tu declaración de amor. Ese día fue el lugar más odioso del mundo para mí – dijo Lord Melbourne con tristeza al recordar.

-Me hiciste mucho daño ese día – replicó Victoria con voz triste, como sí los recuerdos que venían a su mente aún le dolieran, como sí fueran hechos acabaran de ocurrir.

Lord Melbourne puso sus manos sobre los hombros de su esposa y la hizo girar para ponerla frente a él, viéndola directamente a los ojos.

-Nunca te he pedido perdón por aquel día, Victoria. Yo nunca te haría sufrir, prefiero… - le decía Lord Melbourne en tono de triste y sincera disculpa.

-Shhh… - Victoria hizo un resoplido, de esos que son para hacer callar a alguien, mientras ponía su delicado dedo índice en los labios de Lord Melbourne - …yo sé que para ti fue tan doloroso como para mí. Y desde entonces te has reivindicado, haciéndome la mujer más feliz del mundo.

Lord Melbourne sonrió y agachó la cabeza para darle un dulce beso en los labios, y luego la estrechó contra su cuerpo, y ella cerró los ojos al sentir el pecho fuerte de su marido apretado contra el rostro de ella. Así estuvieron unos instantes, disfrutando en silencio, hasta que Victoria se separó un poco para ver a su marido a los ojos.

- ¡Tengo algo que contarte, William! – dijo Victoria con los ojos brillantes y tono alegre y emocionado.

- ¿Qué es mi amor? – preguntó Lord Melbourne, intrigado y alegre al ver la emoción en el rostro de su esposa, mientras acariciaba la mejilla de Victoria con la palma de una mano.

-Lord M… ¡estoy embarazada! – exclamó Victoria bastante emocionada, con una sonrisa encantadora y los ojos húmedos.

Lord Melbourne necesitó unos instantes para asimilar lo que había escuchado, luego puso cara de idiota, y luego esa cara de idiota se iluminó con un gesto de alegría, de profunda emoción, con una sonrisa enorme.

-Victoria… ¿estás segura? – balbuceo Lord Melbourne, casi en estado de shock.

-Si… ésta mañana, antes de salir de Buckingham, el médico me lo confirmó – replicó Victoria.

Lord Melbourne la abrazó emocionado, como un niño pequeño que se reencuentra con su madre después de meses de ausencia… después, en un arrebato que hubiera sido impensable en él tan solo unos meses antes, sujetando a Victoria por los costados de su torso, levantó un poco del suelo el pequeño cuerpo de ella, como sí fuera una muñeca, entre risas de Victoria y de él. Luego Lord Melbourne la abrazó fuerte y la besó en la boca, sin que los pies de Victoria tocaran el suelo. Finalmente la bajó despacio, y acarició con ternura sus mejillas mientras alguna lágrima caía de los ojos de Lord Melbourne.

-Victoria, mi Victoria… no tengo palabras para decirte lo que siento… ¡De nuevo, me has hecho el hombre más feliz del mundo! – dijo Lord Melbourne muy conmovido.

-Y a mí me alegra ver tu emoción, mi amado Lord M – dijo Victoria con la voz quebrada por la emoción.

-Y tú, ¿te alegra ser madre? – preguntó Lord Melbourne, mientras secaba una lágrima de Victoria con el dorso de la mano.

-Deseo ser madre, por supuesto, y especialmente de tus hijos, Lord M… pero te confieso que tengo algo de miedo… por lo que le pasó a mi difunta prima, Charlotte, y a otras mujeres que han muerto dando a luz – confesó Victoria, con miedo en su voz y en el gesto de su rostro.

El rostro de Lord Melbourne palideció y en su gesto se notó también el miedo. Pero luego intentó serenarse, para darle fuerza a su esposa.

-Victoria, por supuesto que hay riesgo, pero en la mayoría de los casos las mujeres dan a luz y se recuperan bastante bien… Lo peor sucede en la menor parte de los casos. Eres la Reina del país más rico y poderoso del mundo, puedes tener los mejores médicos y los mejores tratamientos que el dinero puede comprar, los que no pueden tener el resto de las mujeres. Tienes a mucha gente para cuidarte, gente que te ama, como Lehzen o tu madre, tu querida madre que a mí quisiera atravesarme con una espada pero que a ti te ama con pasión – dijo Lord Melbourne provocando una risita a Victoria – Y me tienes a mí, mi amor… te voy a cuidar como sí fueras lo más valioso y frágil del mundo, te voy a mimar, voy a estar pendiente de ti cada minuto del día, te voy a proteger tanto que me voy a volver fastidioso e insoportable, y vas a terminar harta… - agregó él con una radiante y dulce sonrisa, arrancando más risas de Victoria – Los voy a cuidar a los dos y no voy a permitir que les suceda nada malo, lo juro por Dios y por mi difunto hijo – concluyó Lord Melbourne acariciando el vientre aún plano de Victoria, como sí pudiera sentir al niño que apenas comenzaba a crecer en las entrañas de su mujer.

Victoria puso su pequeña mano derecha sobre la gran mano de su marido, que acariciaba su vientre.

-Pero me voy a poner gorda y fea, y quizás mi cuerpo no vuelva a ser el mismo. ¿Te voy a gustar tanto como ahora? – preguntó Victoria con ingenuidad y leve angustia.

- ¡Victoria, no seas tontita! Estoy ansioso por verte con tu gran barriga, porque te vas a ver muy linda. Tú embarazada serás el espectáculo más hermoso y dulce del mundo, y cuando des a luz tu cuerpo será maravilloso. En cualquier caso, nunca conseguirás que deje de desearte, porque estoy absolutamente enamorado de ti para siempre. Tanto, que lo único que lamento es la abstinencia que tendremos que hacer durante los últimos meses de tu embarazo – le dijo Lord Melbourne con ternura, mientras con una mano seguía acariciando el vientre de ella y con la otra mano acariciaba el rostro de su mujer.

- ¿Solo durante los últimos meses? Entonces, durante los primeros meses, ¿podremos tener vida marital? – preguntó Victoria ilusionada.

- ¡Por supuesto! Para mi fortuna… porque no soportaría estar nueve meses sin tener intimidad contigo – contestó Lord Melbourne, entre divertido y seductor, con honestidad.

- ¡Yo tampoco! Me he acostumbrado mucho a tus caricias por las noches – replicó Victoria sonrojada, pero con cierto aire seductor, con coquetería.

- ¡Y a mí me encanta dárselas, señora! – le dijo él besándola, un beso profundo y apasionado.

En ese momento apareció Dash, alegre, olfateando y lamiendo las piernas de Victoria y Lord Melbourne.

-A Dash también le encanta Brocket Hall, tanto como a mí – dijo Victoria alegre, mientras levantaba al perro del suelo y el animal le pasaba la lengua por el rostro - ¡Te encanta la casa de Papá, verdad que si precioso! – agregó con una sonrisa.

- ¡Nuestro niño es un buen muchacho! – replicó Lord Melbourne cariñoso y alegre, mientras acariciaba la cabeza del perro y se dejaba lamer el rostro por él – Vamos a la casa, Señora de Melbourne, quiero brindar por la buena nueva – agregó mientras rodeaba los hombros de Victoria con su brazo, y afectuosamente la conducía en dirección a la casa.

Y así los tres marcharon a la casa, Dash en los brazos de Victoria, y Lord Melbourne con su brazo sobre los hombros de su esposa, y ella apoyando su cabeza en el cuerpo de él.

Así pasaron los meses, con Victoria sufriendo bastante por los malestares del embarazo, lo que le causó algunos arrebatos de angustia y mal humor. Pero su estado hubiera sido mucho peor de no ser por la infinita paciencia y el enorme cariño que le mostraba Lord Melbourne, que siempre tenía las palabras adecuadas y los gestos de amor y ternura necesarios para rescatarla de la amargura y el miedo. Pocas veces la gente había visto a un marido tan amoroso y protector con su mujer embarazada.

Una noche, en la etapa final de su embarazo, Victoria estaba en la ventana de su dormitorio en el Palacio de Buckingham, contemplando un maravilloso firmamento estrellado con el telescopio que en uno de sus cumpleaños le regaló Lord Melbourne, como ella solía hacer muchas noches cuando dormía sola, con la diferencia de que ahora estaba sentada en las piernas de Lord Melbourne, que estaba pegado a la ventana. Victoria vestía tan solo un camisón de dormir, y Lord Melbourne también vestía su ropa de dormir, con una bata encima. Ella cerró el telescopio, con un profundo suspiro, y recostó su espalda en el regazo de su marido.

- ¿Te acuerdas de cuando me regalaste éste telescopio, Lord M? – preguntó Victoria con nostalgia.

- ¿Cómo olvidarlo, Victoria? Fue en aquel cumpleaños tuyo, y por lo que me contó Emma en ese momento no lo recibiste con mucha emoción – dijo Lord Melbourne en tono divertido, mientras besaba a Victoria en la parte posterior de una oreja.

-En ese momento estaba enfadada contigo porque me querías abandonar – Victoria le reprochó levemente, en tono irónico, mientras ponía gesto de placer por los besos de su marido detrás de su oreja.

-Sí por abandonar se entiende cumplir con mi deber constitucional de ceder el poder a la oposición, cuando entiendo que el Parlamento no apoya mi gobierno con una mayoría suficientemente amplia para seguir gobernando, y por lealtad a mi Reina la insto a cumplir con su obligación y encargar la formación del gobierno al líder de la oposición – dijo Lord Melbourne en tono burlón.

-Si, ya sé William, querías cumplir con tu deber con la Constitución y sobre todo querías protegerme, no hace falta que me lo repitas… de todas maneras, más que enfadada yo estaba triste porque no quería perderte, tenía miedo de que te alejaras de mí. Pero en realidad el regalo me hizo muy feliz, fue el regalo más bonito que me habían hecho por mi cumpleaños hasta entonces. Y desde ese día me pasaba todas las noches viendo el cielo antes de acostarme, durante un buen rato. Pero, ¿sabes lo que pensaba cuando veía el cielo estrellado? – le dijo Victoria.

-No, pero me gustaría saberlo, Victoria – respondió él con genuina curiosidad.

-Me preguntaba que estarías haciendo justo en ese momento, donde estarías… me preguntaba en que estarías pensando, y a veces fantaseaba con tener una visión sobre las estrellas y poder ver a través de mi telescopio lo que estarías haciendo justo en ese instante – dijo Victoria conmovida al recordar.

-Te lo puedo decir ahora… todas las noches las pasaba en mi despacho de Dover House o en mi biblioteca de Brocket Hall, y luego que terminaba de trabajar en los asuntos del gobierno, me sentaba en un mullido sillón con una botella de buen brandy y me servía un trago tras otro hasta que me quedaba dormido… pero lo que nadie sabía, es lo que yo pensaba todas las noches antes de quedarme dormido. Desde que te conocí, solo pensaba en ti todas las noches. Al igual que tú, yo me preguntaba todas las noches que estarías haciendo en ese momento, sí ya estarías durmiendo o estarías leyendo, o jugando con Dash… y hubiera dado lo que fuera por verte en ese momento. Tú me buscabas en las estrellas, yo te buscaba a ti en la superficie del brandy en mi vaso. Y me sentía como un tonto, porque me estaba enamorando de ti, de una joven que tenía edad para ser mi hija, que era tan bella y perfecta como un ángel… ¡y que encima era la Reina! Me sentía como un viejo tonto – confesó Lord Melbourne con sinceridad.

-Los dos éramos tontos… porque yo sentía que tú eras demasiado guapo, encantador y perfecto, un hombre demasiado maduro, y que tú no correspondías a mis sentimientos porque me veías muy niña, y quizás ni siquiera me encontrabas atractiva. ¡Qué equivocados estábamos! – dijo ella volteando la cabeza para darle un tierno beso en los labios, y luego se dejó descansar por completo sobre él - ¡Han pasado tantas cosas desde entonces!

-Si, es verdad… por ejemplo ahora tienes una barriga como un bombo – replicó Lord Melbourne bromista, acariciando la enorme barriga de embarazada de Victoria.

- ¡Cállate tonto! – protestó Victoria dándole un golpe con el puño en el brazo - ¡Sabes que soy muy sensible con el tema de mi gordura en este estado!

- ¡Por qué, te ves muy linda! A mí me encanta verte así – dijo él alegre.

- ¡Prueba tú a tener una barriga tan grande, a soportar un peso tan grande! Y sobre todo a soportar los malestares tan terribles todos los días… a veces creo que voy a explotar como un globo.

-Pero también tiene sus ventajas – dijo Lord Melbourne acariciando los pechos de Victoria sobre la tela del camisón, sintiendo como habían aumentado de tamaño.

-Me alegra saber que no soy la única que está sufriendo, tú también estás sufriendo por la abstinencia, aunque sea un sufrimiento compartido por ambos – dijo Victoria entre risas.

Lord Melbourne se echó a reír, y luego la volvió a besar. Luego ambos se quedaron viendo el cielo.

-El cielo estrellado es hermoso, magnifico… pero no tengo que buscar la felicidad en las estrellas, porque todo lo que amo y necesito lo tengo ahora mismo entre mis brazos – comentó Lord Melbourne en tono soñador, mientras estrechaba con un brazo a Victoria y la mano del otro brazo descansaba sobre el vientre enorme de ella – Ahora solo le pediría a una estrella fugaz, que todo salga bien, y mi niño y mi mujer estén sanos y felices después del parto – agregó y se le quebró la voz al final.

-Lo estaremos mi amor, para que nos abraces con tus fuertes brazos – replicó Victoria tranquilizadora, entendiendo que era ahora su marido el que necesitaba ánimo - ¿Y no quisieras pedir otro deseo a la estrella fugaz? ¿Quieres que sea un chico o una chica?

-Me da igual, realmente… sí fuera una niña, estoy seguro de que será tan bella como su madre, igual de encantadora y dulce. Y sí fuera un chico… pues espero que sea más guapo que su padre, pero en cualquier caso estoy seguro de que será gallardo porque lleva la sangre de su madre – dijo Lord Melbourne modesto, y al mismo tiempo halagador con su mujer.

- ¡Bobo! Sí es un chico será guapo por su padre, que es un hombre tan atractivo… me encantaría que tuviera tus ojos y que su rostro se pareciera al tuyo, y que tuviera un cuerpo como el tuyo, tan alto, fuerte y viril – le replicó Victoria, en tono de halago seductor, mientras acariciaba los brazos de su marido que la rodeaban, haciendo que a Lord Melbourne se le erizaran los vellos del cuerpo, recordándole la sensación de que Victoria se estaba volviendo cada vez más fogosa en el lecho, algo que a él le estaba enloqueciendo de placer… - Y sí es una niña, será más bella que yo, pues sacará lo mejor de los dos… espero que de ti saque la estatura, para que no sufra los complejos de su madre por ser una mujer pequeña – agregó Victoria riéndose.

- ¡Yo encuentro a las mujeres pequeñas muy interesantes! Particularmente a una – respondió Lord Melbourne con deseo, besando y mordisqueando el cuello de Victoria.

- ¡Umm! Me temo que voy a estar embarazada muchas veces – dijo Victoria con tono de placer, cerrando los ojos.

- ¿Te acuerdas de tu muñeca 123? Aquella del día que nos conocimos… pues me encantaría que hiciéramos el mismo número de bebes – le replicó Lord Melbourne en tono burlón.

- ¡Dios, no, ten piedad de mí! – exclamó Victoria entre risas.

Ambos se rieron, y luego se quedaron viendo el cielo estrellado.

-Noches estrelladas en nuestra ventana… muchas noches como ésta, es lo único que le pido a la vida – dijo Victoria con los ojos húmedos y la emoción en la voz.

-Y yo también, señora… ¿te llevo a la cama? – preguntó él, amoroso.

-Si.

Lord Melbourne se levantó, cargando a Victoria como un bebé, mientras ella rodeaba con sus brazos el cuello de él. Ella lo besó en los labios, y después lo vio a los ojos.

-Te amo, Lord M – dijo Victoria con intensidad en la voz y la mirada.

-Y yo te amo a ti, Victoria – respondió Lord Melbourne con la misma intensidad, y luego la besó.

Él la depositó con extremo cuidado en la cama, y luego se acostó al lado de su mujer embarazada. Ambos se quedaron dormidos abrazados, mientras en la ventana descansaba el telescopio y a través de ella seguía viéndose el firmamento estrellado…

Pocas semanas después, Victoria sostenía en sus brazos a la primera hija de la pareja, la princesa Victoria Adelaide Mary Louisa… y a su lado estaba Lord Melbourne, como orgulloso padre y marido, sentado en la cama y rodeando con su brazo los hombros de Victoria, mientras con sus dedos acariciaba delicadamente las mejillas de su hija recién nacida. Era el comienzo de la extensa descendencia de la Reina Victoria y de su marido Lord Melbourne, el comienzo de una larga y feliz vida juntos… 

Nota: agradezco a todos los que les haya gustado mi historia. Evidentemente en mi relato yo he creado una versión ficticia de la historia, bastante diferente de la historia real. Obviamente comenzando por el hecho de que en mi historia la Reina Victoria se casa con Lord Melbourne en vez de hacerlo con el príncipe Albert (algo que creo que la mayoría de los espectadores de la primera temporada de la serie Victoria desearíamos que hubiera sido lo que ocurriera en la vida real, para poder verlo en la ficción televisada). Mantuve la fecha y el lugar del matrimonio de Victoria con Albert, pero cambiando a Albert por Lord Melbourne. El atentado contra la vida de la Reina Victoria relatado al comienzo de la historia no ocurrió en la vida real del personaje histórico, aunque es rigurosamente cierto que la Reina sufrió varios atentados como el que se relata en el último episodio de la primera temporada. En cuanto a la credibilidad de que un potencial regicida lograra entrar al Palacio de Buckingham, hay que recordar que en una fecha tan cercana como el 9 de julio de 1982, un intruso llamado Michael Fagan logró colarse en Buckingham y llegar hasta el dormitorio de la Reina Isabel II, y sentarse en la cama de la Reina y hasta conversar con ella. Sí eso ocurrió en una época de alarmas electrónicas y mayor vigilancia, no es tan descabellado imaginar un atentado contra la Reina Victoria en Buckingham en 1839.

Otro punto en que he cambiado la historia de manera ficticia, es al adelantar en casi dos años el fin del último gobierno de Lord Melbourne y por lo tanto su reemplazo por el conservador Robert Peel en el cargo de Primer Ministro, y por Lord John Russell como líder del Partido Whig.

En cualquier caso, éste fanfiction no está inspirado por la vida real del personaje histórico de la Reina Victoria, sino por la serie de televisión de Victoria (2016), que como muchos opinan tiene bastante más de ficción que de rigor histórico. Mi inspiración es la maravillosa relación ficticia de Lord Melbourne y Victoria en la serie de televisión, que muy probablemente tiene poco que ver con la relación entre los personajes en la vida real. Y especialmente, mi inspiración tiene mucho que ver con la tensión romántica y sexual entre los actores que interpretan los personajes, Jenna Coleman y Rufus Sewell (me encantaría que ambos protagonizaran un drama romántico de la misma época, pues creo que sería un gran éxito). Aun así, he intentado escribir una historia creíble o realista dentro del contexto histórico, y aprovecho para decir que el inglés no es mi lengua natal, por lo que pido disculpas sí he incurrido en algún tropiezo a la hora de traducir. No descarto escribir en el futuro otros relatos que serían secuelas de ésta historia, pero de momento prefiero intentar escribir otras historias inspiradas por mi pareja favorita de Lord Melbourne y la Reina Victoria. Espero que hayan disfrutado el final, y les pido por favor que dejen sus comentarios, me interesa conocer sus opiniones.

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